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01 diciembre 2024

"Los recuerdos del porvenir" de Elena Garro y vino especiado en el Foyles de Charing Cross Road

En Foyles
En un año en el que he leído varios libros que me han encantado, decir que
"Los recuerdo del porvenir" es mi mejor libro del año es decir mucho. No había leído nada y apenas me sonaba su autora, la mexicana Elena Garro, que lo escribió en 1953 - aunque fue publicado por primera vez en México en 1963. Creo que la primera vez que se publicó en España fue en 1994 y el pasado septiembre la reeditó Cátedra, que es siempre un festival de anotaciones y con introducción de Yannelys Aparicio y Ángel Esteban (111 páginas).  Este mismo año otra mexicana, Jazmina Barrera, ha publicado un libro sobre la autora titulado "La reina de espadas", que no he leído, pero sí que me he empapado de todo lo que ha caído en mi mano sobre Elena Garro. 

Sin embargo, cuando me he puesto frente al divague, me he dado cuenta de que no podía escribir sobre la autora y sobre el libro, porque recordemos qué paso con el divague de Charmian Clift, hace unos meses - al intentar hablar de su libro "Mermaid singing" y su vida tan llena de, precisamente, vida-, o con Shirley Jackson y "We have always lived in the castle", o incluso Patricia Highsmith y "The talented Mr Riley": en todos los casos la cosa se fue de mano y me salieron divagues tirando a tesinas -solo que sin supervisión. 

Así que hoy voy a hacer todo lo posible para no escribir sobre su biografía (ahora, en relectura, me doy cuenta que he fracasado, aunque hey, hay que valorar la intención), pero enlazo un podcast en el que hablan de su "azarosa" vida [nota: todo en este podcast llamado "Grandes infelices" es deprimente -por lo menos no engañan con el título-, no solo por su contenido, sino por la forma: atención a la música, el tono y las inflexiones de voz del narrador] y un documental "La cuarta casa". Tras verlo, confieso que me ha hipnotizado totalmente esa ancianita frágil que me acababa de dejar KO con la lectura de su novela, diciendo cosas como - con ese acento delicioso-, "si pudiera le daría un borrón a toda mi vida, ¿no has visto que solo hice tarugadas?". Me ha recordado a aquel otro documental literario sobre otra ancianita de manos expresivas, "El centro cederá", Joan Didion. Me ha enternececido muchísimo -mirad el tráiler abajo y me entenderéis- a la vez que me ha costado encajar a esa persona con todo lo que he leído sobre ella después, que me ha llevado a pensar que todas esas "tarugadas" a las que se refería eran tal vez la expresión de un trastorno de la personalidad límite (no me hagáis entrar en qué es eso, pero pobre: cuánto sufrimiento), que encima se casó con un piezas como el poeta y Nobel Octavio Paz, según todas mis lecturas un ser tirando a deleznable: machista, controlador, mentiroso, tirano -no será casual que un personaje de la novela diga: "No me gustan los poetas, no piensan sino en ellos mismos". Mi conclusión es que chocaron dos asteroides en llamas y de ahí salió lo peor de cada uno.

Hall de Foyles,
Charing Cross Road

Antes de comenzar con el libro, una nota aparte: las fotos de hoy son de una tarde esta semana en Foyles, una de las librerías fantásticas en las que me encanta perderme. Era una evening de música, "mulled wine" (vino especiado caliente), "mince pies" (unos pastelitos que, como el mulled wine, son aquí típicos de Navidad) y un montón de autores firmando libros esparcidos por rincones de sus cinco plantas. Me llevó a varias reflexiones: 1. con lo duro que es que te publiquen y luego puedes estar ahí sentado esperando tú sola (esos autoresm me daban pena, y después de un par de encontronazos intenté evitar contacto visual o hubiera acabado comprando el libro para animarles), 2. la fila que daba varias vueltas era para una chica joven que había escrito algo titulado "Todo lo que sé sobre las fiestas, citas, amigos, trabajos, vida, amor" (sin palabras) y 3. me topé de frente con Rick Astley, que debía ir al baño y está con el mismo tupé que en los 80 pero ya no pelirrojo. Se cierra el inciso, rebobinemos 70 años y volvamos a México. 


Esta es la autora por la que siento profunda envidia
no-sana, dada la gran fila de chicas que quieren
conocer todo lo que ella sabe del amor, fiestas y citas.

Como decía, Garro escribió "Los recuerdos del porvenir" en 1953, durante una enfermedad en la que empezó a recordar su infancia en Iguala, ciudad a unos 200 kms del DF: alguna vez dijo que le costó un mes (alucino). Muchos la consideran una de las precursoras del realismo mágico, término que no le gustaba, le parecía una estrategia comercial; y mejor no entremos en el concepto del "Boom", un club solo de señoros. Esteban y Aparicio cuentan en la introducción que hay una diferencia clara de estilo en García Márquez pre y post "Cien años de soledad", la novela paradigmática del realismo mágico, publicada en 1967. Las anteriores ["La hojarasca" (1955), "El coronel no tiene quien le escriba" (1961), "La mala hora" (1962)] no tienen elementos mágicos y la hipótesis es que Gabo leyó "Los recuerdos del porvenir" que había sido publicada en 1963 y le influyó en su literatura posterior.  Yo no me acuerdo mucho de "Cien años de soledad"  -y eso que es de los pocos libros que he releído- aparte del mítico principio y Rebeca [no Amaranta, eskerrika asko Nati por la correción y por esto, que me ha dado ganas de volverla a leer: "llegó a Macondo con un saco que contenía los huesos de sus padres muertos y les contagió la enfermedad del insomnio"], la niña que tiene pica, que en aquella época yo todavía no sabía que se llamaba así ni que podía ser indicativa desde de déficits de micronutrientes hasta otros desórdenes: en esos momentos para mí solo era una niña rara que se comía la cal de la pared. Re-escribo: Yo no me acuerdo mucho de "Cien años de soledad"  porque en aquella época no tenía blog, ni existían los docus de word y no escribí sobre ella como estoy haciendo ahora, pero para eso están los académicos: para explicar que Dorotea, uno de los personajes al que desde que los zapatistas le quemaron la casa, se le queman los frijoles o las nubes de mariposas amarillas que cruzan los jardines, son precursores de cosas que pasan, 14 años después, en la novela del colombiano. Hasta Ixtepec es visto como el origen de Macondo. 

No pidan hoy relación entre el texto y las fotos:
no me da la vida (solo va la autora con éxito
saber de parties o qué?)

Ah sí, Ixtepec (qué nombre más bonito, sera porque tiene "x"?) es el pueblo donde transcurre la acción y que además es el narrador de la historia. Y describe nada menos que así:
"Mis casas son bajas, pintadas de blanco, y sus  tejados aparecen resecos por el sol o brillantes por el agua según sea el tiempo de lluvias o de secas. Hay días como hoy en los que recordarme me da pena"
"La noche estaba inmóvil, se oía el respirar pesado  de las montañas secas que me encierran, el cielo negro sin nubes había bajado hasta tocar tierra, un calor tenebroso volvía invisibles  los perfiles de las casas". 

 "Los reflejos alargaban el tiempo. En los rincones se instalaron  formas extravagantes y el olor de las cucarachas gigantes llegó a  través de las rendijas de las puertas. Una humedad viscosa se untó a las paredes y a las sábanas. Afuera se oían caer las hojas podridas  de los árboles. El ir y venir de los insectos produjo un ruido  sofocante. La noche de los trópicos devorada por miles de alimañas  se agujereaba por todos los costados y los esposos oían mudos la  invasión de agujeros".

 ...y el verbo "recordar" de la primera frase (que es del potente primer párrafo del libro), nos avisa de uno de los temas de la novela, también explícito en el título (recuerdos y porvenir), que sugiere un tiempo circular: "Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga". Tantas veces luego hemos oído o repetido versiones de esta frase para indicar que ese ser querido que nos ha dejado seguirá vivo mientras le recordemos. El tema del juego entre tiempos y espacios (que mis académicos llaman "instancias cronotópicas") es constante: "cargado de recuerdos no vividos", "¿Y si estuviera viviendo las horas de un futuro inventado?", o...

Algunos de esos días  habían quedado aparte, señalados para siempre en la memoria,  colgados de un aire especial. Luego el mundo se volvió opaco,  perdió sus olores penetrantes, la luz se suavizó, los días se hicieron  iguales y las gentes adquirieron estaturas enanas. Quedaban todavía  lugares intocados por el tiempo como la carbonera con su luz negra.
Aquí ya me había fundido la mince pie, 
pero el vino estaba infumable

Aunque Ixtepec es un narrador masculino, las mujeres tienen un papel muy importante en la novela: Julia Andrade, guapísima, distante, inalcanzable: "No podían perderla: bastaba seguir la  estela de vainilla dejada por su paso. En vano la condenaban cuando estaban alejados de ella, pues una vez en su presencia no podían escapar al misterio de mirarla. (...) Las noches en que Julia no salía de su hotel, la plaza languidecía". E Isabel Moncada, rebelde, independiente,  con facilidad para "improvisar la alegría", desafiante de la sociedad patriarcal: "A Isabel le disgustaba que establecieran diferencias entre ella y sus hermanos. Le humillaba la idea de que el único futuro para las  mujeres fuera el matrimonio. Hablar del matrimonio como de una  solución la dejaba reducida a una mercancía a la que había que dar  salida a cualquier precio". Los estudiosos han comparado a Isabel con la Virgen de Guadalupe, por lo de etérea y admirada, y a Isabel con la Malinche (la intérprete y luego amante de Hernán Cortés, vista por algunos como la traidora máxima y por otros como la madre del mestizaje mexicano), por un giro de guión que no desvelaré. Cuando me he enterado que Garro dijo que su obra no era feminista y se declaró anti-feminista en alguna ocasión, no me lo podía creer: la novela fue escrita hace 71 años y es adelantadísima en ese aspecto . Claro que en otra entrevista dijo que si una mujer es rebelde, es feminista, y que los personajes de sus novelas lo son. Como ella misma, que fue siempre a contracorriente, no solo de la sociedad, sino de la intelligentsia de la época, con la que se enfrentó tras la Matanza de Tlatelolco (esto daría para otro divague, está en el podcast). 

A la salida del metro en Tottenham Ct. Rd. han puesto
unos cubos con proyecciones: me encantaron


En primer lugar, Garro venía de una clase acomodada, y en algunos lados he leído que era políticamente conservadora, muy opuesta al comunismo a la vez pero una gran luchadora por los derechos de los campesinos, los indígenas y los oprimidos en general, lo que queda clarísimo en "Los recuerdos del porvenir" y es parte de lo que, en cuanto a contenido, la hace tan atractiva (dice un personaje: "Hay que ser pobre para entender al pobre" o "Los  pobres, «montoncitos de basura» como los llamaba Dorotea, se  contentaban con la generosidad de los balcones abiertos y ansiosos recogían los pedazos de la fiesta").  Garro no era popular con los intelectuales que hoy llamaríamos "woke": en 1937 estuvo en una conferencia en plena guerra civil en Valencia, junto con muchos intelectuales, como "esposa de" (Paz) y no encontró su sitio: le parecían de una hipocresía terrible, supongo que para ella el defender ciertas ideas debía conllevar vivir en un barril á la Diógenes Laercio. Fue simpatizante de revoluciones como la cubana inicialmente, pero luego se decepcionaba (la realidad es lo que tiene, nunca puede llegar al nivel del sueño).  Además, era católica, de misa en latín y creyente en los milagros -me pregunto si esto puede perdonarse por el contexto mágico latinoamericano que dio lugar precisamente al realismo mágico. 



La Guerra Cristera forma el fondo de la novela: en 1926 comenzó esta guerra porque el entonces presidente, Plutarco Díaz Calles, quería ejercer control sobre los bienes de la Iglesia y establecer el número de curas por circunscripción. Para ello clausuraron iglesias y conventos, las gente se revolvió y murieron unas 70.000 personas. Se hace rarísimo leer que los militares llegan a Ixtepec a intentar poner en práctica este control, cuando al menos en España, estos dos estamentos, iglesia y ejército, siempre van de la mano. Así llega el implacable general Francisco Rosas con su séquito de militarzuelos de distintos rangos y sus "queridas" (así llaman a las amantes de esta panda, muchas de ellas prostitutas que se alojan en un hotel, donde la vida es "apasionada y secreta") a Ixtepec. Militares que están, como siempre, en contra del pueblo, pero choca que estén persiguiendo a los curas.


Rosas tiene por "querida" a la guapísima Julia Andrade, claro, y está locamente enamorado, pero ella pasa millas y muestra una indiferencia que para mí es más dolorosa que el rechazo frontal («Mientras más la quiere, ella se le va más lejos. Nada la entretiene: ni las alhajas, ni las golosinas. Anda ida. Yo he visto sus ojos aburridos cuando él se  le acerca. También lo he visto a él sentado al borde de la cama, espiándole el sueño»). Por supuesto formas de violencia que hoy nos parecen intolerables son presentadas con total naturalidad (recordemos, escrito en 1953): una de las queridas le dice a su amante que ojalá que Rosas le "dé una buena" porque "Es muy rejega. Merece unos fuetazos y luego su azúcar, como  las yeguas finas". Y cuando él le pregunta por qué a Julia no la quieren las mujeres dice, con amargura "tal vez porque a ninguna de nosotras nos quieren como a ella". Mentira: hemos crecido con ese cuento, pero quien bien te quiere no te controla, no te monta números, no se hace el atormentado... si lo está, es su tema, nada tiene que ver contigo. Dijo Garro que Julia, rosa de hielo, era su personaje favorito de todos los que escribió en su vida: "Se le  escapaba brillante y liquida como una gota de mercurio y se perdía  en unos parajes desconocidos, acompañada de unas sombras  hostiles. (...) Julia no andaba en este pueblo. No pisaba tierra. Vagaba  perdida en las calles de unos pueblos que no tenían horas, ni olores,  ni noches: ".

Como no voy a contar  la trama de la novela, no diré lo que pasa con esa relación, aunque los estudiosos han podido ver metáforas con la historia de México (a veces me pregunto si muchos autores no se sorprenden cuando leen lo que la crítica literaria hace de sus textos-en algunos casos seguro que ha sido muy planeado, pero en otros, cuando los análisis son psicoanalíticos, me echo a temblar), pero sí quiero explicar que los militares no salen precisamente bien parados en esta novela. Decir militares siempre es volver a lo funesto, lo desagradable, lo que queremos lejos, pero en Latinoamérica mucho más. Aquí no es diferente y Garro lo describe a la perfección:
Así volvimos a los días oscuros. El juego de la muerte se jugaba con minuciosidad: vecinos y militares no hacían sino urdir muertes e intrigas.

Extraviados en sí mismos, ignoraban que una vida no basta para descubrir los infinitos sabores de la menta, las luces de una noche o la multitud de calores de que están hechos los colores.

La muerte de los demás es un rito que exige una precisión absoluta. El prestigio de la autoridad reside en el orden y en el despliegue de fuerzas inútiles.

«Se lo llevaron» era peor que morir
 La noche avanzaba difícilmente, llevando a cuestas los crímenes del día. 
 ¿Te acuerdas del tiempo en que no teníamos miedo?
«No todos los hombres alcanzan la perfección de  morir; hay muertos y hay cadáveres, y yo seré un cadáver», se dijo con tristeza; el muerto era un yo descalzo, un acto puro que alcanza el orden de la Gloria; el cadáver vive alimentado por las herencias, las usuras, y las rentas. 

 He puesto todas estas citas porque creo que reflejan mucho mejor de lo que pueda explicar yo el ambiente de la novela. Si la estoy recomendando encarecidamente por ahí no es por la historia que cuenta Ixtepec, que puede interesar más o menos, sino precisamente por esa manera de contarla, tan maravillosa. He subrayado tanto el libro, he puesto tantas "d" metidas en un círculo (que es la manera como me digo que ahí hay una descripción) que me resulta imposible explicarlo con mis propias palabras que se quedan tan pequeñas, tan mediocres a su lado.

Un nuevo ritmo presidía la casa: el aire estaba hueco, los pasos inaudibles de las arañas se mezclaban al impasible tictac que corría sobre la cómoda. Una presencia inmóvil dejaba quietos los muebles y muerto el gesto de los personajes en los cuadros.

En el salón las consolas quedaron en suspenso y los espejos impávidos se vaciaron de sus imágenes. Nunca más la casa de los Moncada escaparía a ese hechizo. El tiempo sin pianos y sin voces empezaba. En la cocina los criados velaban al silencio con silencio.

De  noche la sierra es estrecha y no deja pasar a los fugitivos, lanza  rocas a los caminos y las almas en pena se pasean aullando por sus  crestas negras. 
La tristeza de Julia pareció contagiarse a todo su grupo y de allí  extenderse a la plaza entera. En los rostros de los militares, repentinamente tristes, los encajes negros de las sombras de las  ramas escribían signos maléficos.  Grupos de hombres vestidos de blanco, recargados en los  troncos de los tamarindos, lanzaron ayes prolongados que  desgarraron la noche. Nada más fácil entre mi gente que esa rápida  aparición de la pena. A pesar de las trompetas y los platillos que  estallaban dorados en el kiosco, la música giró en espirales  patéticas.

Esto ya es paseando por Londinium-la-nuit

No sé si he leído por ahí, o es cosa mía lo de que la novela es profundamente sensorial: «¡Ah, no estar nunca más  en el olor de este cuarto!», dice un personaje. Pero eso es mucho más que una descripción sensorial, es demasiado potente para ser solo eso. O lo visual: "y el cuarto se llenó de lianas y de hojas carnosas": cómo, por qué no se me ha ocurrido eso nunca a mí? Qué preciosidad es esa, que me transporta a esa misma estancia, con toda su opresión que es gelatina que se me pega por todo el cuerpo. 



"«¡Qué vida, mejor se acabara!» y caminábamos los días que ya no eran nuestros", dice otro de los personajes, y me recuerda a la ancianita que se duele de todas las "tarugadas" que hizo en el video de abajo. Antes, otro hace una pregunta que "venía de un mundo en el que todavía contaban las acciones y existía la esperanza", un mundo que desaparece y la desolación parece que se intuye, es salvaje: "Sin saber por qué, les dijimos adiós como si se fueran para siempre".

La cita del principio "Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga" enlaza perfectamente con esta otra de más adelante en la novela: "Cuando llega el olvido es que ya acabó la vida". De nuevo, el tiempo circular, que a través de las décadas ha traído a mi vida a esta autora,  como uno de esos terremotos mexicanos. Como una ola, la describió Octavio Paz, "que sube y baja, que viene y va, incontrolable, y a la que no hay que preguntar el origen y sentido de sus vainenes", analizan los críticos; como un txunami, Elena Garro, llegó tu escritura a mi vida. 


06 agosto 2024

El "museo de los restos de la guerra": un tour de force. Vagabundeando por Saigón todo el día hasta la medianoche (V27)

Martes 06.08.24: Todo el día vagando por Saigon hasta medianoche

Cuando abro los ojos a las 7 am pienso que la próxima cama en la que duerma será la mía, pero no esta noche, la del martes, sino la del miércoles, y sumándole las horas extra del desfase horario. Hoy volamos a medianoche, así que toca uno de esos días vagando por las calles, llegar ya desfasados -antes del desfase horario- al aeropuerto, y rezar lo que se sepa. 

Para todo mal,  chapuzón, así que subimos a la terraza y nos damos no necesariamente el último baño -aunque luego resulta que sí- porque los del hotel son tan amables que, aunque tenemos que check out a las 11:00, nos guardan las maletas y nos dejan usar el resto del hotel todo lo que queramos, desde la piscina, el gimnasio (ja!), las duchas y ... el afternoon tea! Esto sí que no nos lo esperábamos. 

Tras desayunar y ya cerrar las maletas nos vamos caminando hacia el Museo de los Restos de la Guerra, que está al lado del hotel que nos quedamos el primer día. Es media hora de "vuelta a Ho Chi Minh City" con todas sus motos, su calor, su ruido, sus influencers en cada esquina:


El War Remnants Museum ("Museo de los Restos de la Guerra de Vietnam") ha cambiado de nombre durante los años desde su fundación en 1975 que era la "Exposición de los crímenes de EEUU y los estados títeres" hasta la "Exposición de crímenes de guerra y agresiones" en 1990. El actual es mucho más neutro, aunque el horror de dentro sigue siendo el mismo. Visitarlo es un "tour de force" y es imposible que no se te salten las lágrimas por lo que pasó y porque sigue pasando: es insoportable. 


No puedo verlo todo: hay algunas salas de las que nada más entrar me salgo, destrozada. Por ejemplo las del Agente Naranja (una forma de guerra química que causa malformaciones, en este país a medio millón de criaturas) que me lleva al segundo día de nuestro viaje (parece que hace una vida), cuando después de visitar los túneles nos llevaron a comprar artesanía a un taller donde trabajaban personas afectadas por este Agente Naranja. O la recreación de las celdas, pura tortura: es todo espantoso.

Lo que sí disfruto son los carteles de apoyo que recibió Vietnam de todo el mundo, algunos bien chulos, y esto es lo que quiero colgar hoy aquí. Este viaje ha sido muy bonito pero la guerra está de alguna manera siempre presente. Es como ir a Berlín, o me cuentan que a Polonia o a Normandía: pasará un siglo, y seguirá ese fantasma sobrevolando. Es como pasar por la carretera del esqueleto del pueblo bombardeado de Belchite. Son fantasmas incómodos, una diría necesarios para no olvidar, pero parece que esto solo nos importa a alguna gente de la calle. 

Estos primeros murales no sé de dónde son:



Estos son de la República Democrática Alemana:




El partido comunista de la India:


Por supuesto Cuba, hasta la victoria siempre:




El Comité de Estudiantes Argentinos:


El Partido Comunista francés:


El comité médico vietnamita-holandés:


Y aquí un misceláneo. Ni que decir tiene que no había nada de nuestra querida piel de toro...








También hay exposiciones de fotografías de distintos autores, aquí tenéis a Robert Capa que murió tras pisar una mina en Thái Bình, al norte, en el delta del Río Rojo. Por lo visto, tenía planeado fotografiar el contraste entre los tanques y los campesinos en los campos de arroz. 




A un fotógrafo japonés la cámara le salvó la vida, no solo metafóricamente: 


Manis por el mundo

y en Londinium


Este hombre se llamaba Michael Heck y se negó a bombardear más en 1972:


Esto me dejó en shock: dos jóvenes americanos se quemaron a lo bonzo en EEUU para protestar por la guerra:



Tras basntante rato salimos a la calle donde nos espera el mundo apacible y sencillo del turista, siempre que no abras un periódico y te encuentres exactamente lo mismo en la portada, solo que en otros lugares. Escribo esto del 6 de octubre, justo dos meses después de ese día, y nada ha cambiado a ese respecto, solo ha empeorado. El género humano, no tenemos remedio. Una foto cualquiera -una anciana cuenta đồngs de su puesto callejero- para desengrasar:


Lo hemos visto muchas veces desde la calle, pero ha llegado el momento de entrar en el "Cafe Apartment", aquel edificio que parece de apartamentos pero que está lleno de cafés. Subimos todos los pisos por las escaleras, que están llenas de encanto por lo mugrientas. 


Cada esquina te dice "fotografíame", desde un tanque de algo, hasta pegatinas en puertas. Como esta: "si nunca lo pruebas, nunca lo sabrás".




Empiezo a entender el humor vietnamita, igual que en Hanoi en una tienda de vapes te decían que "era malo, debes dejarlo", en esta te dicen que "son los responsables de la preparación refinada de donuts y de necesidades relativas a la sed". Y concluyen: "este es un mal sitio para dietas. Los críticos no son bienvenidos".  


Cada piso tiene pasillos como estos por los que accedes a los cafés:

Por fin entramos en uno a tomar unos smoothies: lo intentamos en la terraza pero terminamos dentro por el calor. Se está bien poque está vacío y tiene una sección elevada con cojines, donde nos sentamos, que me recuerda mucho a Japón.




 A las 1430 volvemos al afternoon tea al hotel donde, pese a no tener hambre lo damos todo. El hall del hotel tiene unos sofás tipo chester y unas estanterías con libros hasta el cielo: estamos un rato leyendo allí y cuando subimos a la piscina se pone a llover como llueve en Vietnam: parece que el país no quiere que olvidemos esta faceta suya de cambiar un plan de repente por sus micro-huracanes (en todo caso, no nos podemos quejar porque nos escapamos de uno bueno por los pelos). Nos quedamos en el gimnasio vacío jugando al futbolín (soy mala con avaricia) y al Uno sentados sobre la cinta de correr.


Pasadas las 6 nos decidimos a salir con paraguas para paseo nocturno y despedida de Saigón. Subimos a la terraza del Hotel Caravelle, el que más historia tiene de la ciudad. Fue construido en 1958 y dicen que desde arriba se podía ver el frente y que muchos periodistas occidentales escribieron sus informes de guerra desde su rooftop bar abrazados a bebidas de alta graduación. Al entrar nos encontramos una sala de fiestas tirando a cutre, vacía y oscura y algún parroquiano sentado fuera, en la estrecha terraza en forma de "u" que rodea esta despropósito. Salimos a mirar a ver desde qué ángulo de la u hay mejores vistas: a un lado está la ópera, aquel es nuestro hotel, aquello de allá el ayuntamiento con el Tío Ho, y esa terraza la del Hotel Rex que estuvimos hace casi un mes. Hay un ejército de camareros que nos persiguen ya queriéndonos sentar en cualquier sitio desde que salimos del ascensor y decidimos irnos porque al final las vistas no son mejores que en nuestro hotel y son mucho menos simpáticos. Paramos en un Katinat de varios pisos para un último smoothie de fresa, eso sí. Otra salamandra que sale a nuestro encuentro:



Volvemos al hotel por el río, y aunque querríamos haber cruzado a hacer fotos al puente iluminado, es hora punta y lo de las motos es más demencial si cabe que durante el resto del día. Ni siquiera gente entrenada como nosotros a estas alturas puede meterse en ese lío, y cuando llegue a Londinium y vea a coches y motos parados en los semáforos va a ser un shock. Aquí un poco de Saigón-la-nuit:






Al llegar al hotel, anunciamos nuestra partida hacia el aeropuerto. Toda recepción hace sonidos de decepción porque ya somos unas piezas de mobiliario más en ese hall: llevamos entrando y saliendo más de 24 horas, las últimas 8 sin tener habitación. Algunos de los ratos leyendo en esos chester hemos asistido a interacciones de clientes -un grupo de españoles que había reservado una sesión de turismo en moto- que darían para divagues en sí mismos, pero tengo, de verdad, que terminar ya esta serie. Mañana hará dos meses que llegamos y hay que bajar la persiana y divagar-divagar. 

Así que nos despedimos con grandes efusiones y nos vamos al aeropuerto con lo que creemos es demasiado tiempo (tres horas). Sin embargo, al llegar allí es tal el caos y las filas que nos empezamos a agobiar dudando si estaremos en la puerta de embarque a las 23:30. Primero, hay que hacer una fila que generalmente evitamos que es la de coger las tarjetas de embarque en papel -no todos los aeropuertos están digitalizados, y este es uno de ellos. Intentan que facturemos las maletas y les consigo persuadir (con lo que me gano el respeto momentáneo de Mini): tenemos 7 horas de espera en Dubai y quiero tener todo conmigo, una nunca sabe. Luego seguridad, una auténtica pesadilla y por fin llegamos a la puerta de embarque de Emirates cuando ya han empezado a embarcar porque a las 23:55 sale el vuelo. El caso es que no sé bien cuándo terminar este divague porque si "el día no termina hasta que una se acuesta" la cosa está complicada. Como entre que despegamos  y no, cuando estemos en el aire ya técnicamente será miércoles (en Vietnam), contaré esto como "el día siguiente". Queda un divague para el último nochedíadíatarde de viaje... y os dejo en paz.


Pub 06/10