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15 enero 2025

Buscando a Felisa desesperadamente (II)

Cuando salimos de Santo Domingo de la Calzada ya es de noche, y en el trayecto hacia Burgos me siento como adentrándome en la boca de un lobo. Por un desvío de la E-80 que une Burgos con Palencia se llega a Castrojeriz, nuestro destino de esta noche. Cuando nos salimos de la general la oscuridad lo envuelve todo, imposible no recordar aquella vez en Rodas en la que pasamos tanto miedo. Cayó la noche y pensábamos que no nos llegaría la gasolina hasta el otro lado de la isla, era luna nueva y flasheamos a ciervos enormes -esos ojos- que se paraban en la carretera, pensando que nos íbamos a parar nosotros. Esto no llega a tanto, pero además de al Peda, objeto transicional anti-miedo donde los haya, llevo a mi padre, que pese a sus 84 es alguien que nunca dejará que me pase nada malo. Aún me hace sonreír que, hace muchos años en Egipto, estando yo absorta mirando una pirámide, me había rodeado una especie de enjambre de chicos locales; él me vio desde fuera, les pegó un grito y se fueron todos corriendo.

Cuando por fin llegamos a Castrojeriz nos cuesta un poco encontrar el apartamento que hemos alquilado, que es parte de un hotel. El apartamento está al fondo del jardín y tiene una de esas acogedoras estufas de pellets en el salón-cocina, pero no veo radiadores en ninguna de las dos habitaciones o el baño. Conjuro imágenes de meterme luego en esa cama con semi-horror. Este proceso lo sufro cada principios de enero cuando vuelvo a Londinium tras vacaciones de Navidad [lo de este año ha sido inenarrable, con la casa a 11 grados] y no lo aconsejo. Total que dejo la estufa a tope y nos vamos a cenar al único sitio que a esas horas -como 9 de la noche- tiene la cocina abierta. No tienen morcilla de Burgos que era el antojo del Peda - pero nadie dijo que esto fuera un tour gastronómico, aunque se ha comido "bacalao a la riojana" en Santo Domingo. El restaurante está bastante animado, pero a la vuelta la calle está desierta y, un clásico, nos equivocamosde puerta al entrar al apartamento. El meterme en la cama minutos después es el trauma esperado: las sábanas se sienten como mojadas y me pongo todas las mantas que ahí se ofrecen. 


Menos mal que desde la cama se ve la estufa de fondo, te da una alegría, pero dormir bajo una montaña de mantas (la última el revenant) es agotador. Por la mañana, añádase a la desolación que no hay agua caliente. Le pongo un mensaje al dueño: "deje el grifo abierto, que tiene que pasar por todo el jardín hasta llegar". Señorrr: la España seca, la España húmeda. 


Desayunamos tostadas con aceite, empanada de carne, café y yo Cola-Cao (lo abrazo como mi bebida del viaje). Entran unos peregrinos que parece que están subiendo al K2. Queda claro que llevan unas horas andando y que, ahí afuera, hace frío. Una viene de Alicante, pero no andando: van a hacer tramos por falta de tiempo. También hay un extranjero que va solo y que se santigua mientras cruza la puerta de salida. Aún hay gente que hace esto por motivos religiosos. 



Castrojeriz tiene ahora 803 habitantes y está a 804 metros sobre el nivel del mar. Es una de las paradas del Camino de Santiago Francés. Me he puesto a leer de los distintos caminos, las rutas, leyendas y lo que sea y me he tenido que contener para no meterlo aquí. Pero voy a poner los mapas porque me encantan y para que el divagante pueda localizar dónde estamos.




Corolario: tal vez un día, fuera de temporada, con bici y con muchos tiempo me veréis por aquí. Hay agencias que te lo organizan todo: qué rollo. Yo querría llegar a todos los sitios y encontrármelos como este pueblo: amaneciendo despacio mientras levanta la niebla, a rebosar de arte en cada esquina, y casi sin nadie. 

Por fin salimos a conocer Castrojeriz y esta es la Iglesia de Santo Domingo, que dentro tiene un "centro de interpretación del Camino", pero que estaba cerrada (tanto pedir que no hubiera gente, igual me he pasado). 


Y atención que hoy en día está todo digitalizado: lo siento, yo quiero llevar una libreta rizada donde me pongan sellos. 
Lo que más me llama la atención desde fuera es el osario, un recinto donde se echaban los huesos que se sacaban de sepulturas de la iglesia para enterrar a otros.  Incluyo abajo las dos calaveras con sus tibias con la leyenda "oh, Mors oh Eternitas". En la cenefa superior hay un mensaje del libro de Jeremías en latín: "Vosotros todos los que pasáis por el camino mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta con el que el señor me ha herido el día de su ardiente cólera".  Muy sencilla, Jeremías. 





Estas son casas en la calle Real de Ote.




Constanza de Castilla hija de Pedro I El Cruel nació aquí en 1354. Curioso que se casó con John de Gaunt, el tercer hijo del rey Eduardo III de mi isla de adopción, y fue así duquesa de Lancaster (murió en Leicester en 1394). De Castrojeriz a Leicester: y todo en carretas, que aún no estaba la Ranier. 


Me gusta hacer de turista en Ejpein porque siento la misma ilusión al ver cosas bonitas que si estoy lejos. 


 En la provincia de Burgos da gusto escuchar a las personas [siempre mayores] que encontramos por la calle: un castellano perfecto, sin una entonación ni acento de ningún tipo. Con esto no quiero decir que me disgusten los acentos (algunos me gustan más que otros), pero esta neutralidad también es bonita. 


En esta casa que se está cayendo quiero montar mi base lectora y bloguera.  Pero la acaba de comprar seguramente alguien que quiere hacer un albergue cuqui para peregrinos. 



En un punto de la calle encontramos una carnicería y comprarmos... bingo!: Morcilla. 



Al final de esa calle, que es muy larga, está la Plaza Mayor, que tiene arcos a un lado. A las 10:20 llamo al cura con el que había quedado para que nos enseñara los libros, y justo ahí enfrente está su casa -que es una antigua casa señorial donada por una mujer al fallecer y que hoy además alberga al consultorio médico y a la "asociación de amigos del patrimonio".


El caserón está bastante desordenado, lleno de polvo y cachivaches: más bien parece un almacén. Entramos en una sala en la planta primera con una gran mesa en el centro y el cura nos saca libros parroquiales del SXIX, a ver qué encontramos. 


Se trata de buscar si Felisa murió en el pueblo donde habían nacido sus padres, Castrillo Mota de Judíos, que está a 5 kms de Castrojeriz y es aquí donde se guardan los registros de los pequeños pueblos de alrededor. El Peda y mi padre a un lado de la mesa, yo en el otro con el cura: vamos pasando páginas y más páginas de grafía imposible escrita a pluma. Si no hubiera que descifrarla, sería un placer solo mirarla, como quien mira un cuadro. Aquí una página al azar.


No encontramos nada: una vez más, Felisa se nos escapa. El cura se va un momento y vuelve con otro cargamento. Esta vez son los censos, donde aparecen las familias listadas en sus casas: primero el padre -cabeza de familia, claro-, luego la esposa, y depués los hijos. Se puede ser seguir la trayectoria de las familias: quién nacía, quién se iba, quién se casaba y formaba otra familia. Aquí localizamos a los abuelos paternos y maternos, y al padre y a la madre de Felisa, pero no a ella [ya sabíamos que ella había nacido en Santo Domingo, donde emigraron sus padres]. Pensaba que sus tres hermanas mayores habían nacido aquí, pero no hay registro de que sus padres formaran casa aquí. 

Lo más curioso de estos censos es que, además del nombre y apellidos de las personas se indicaban otros datos frecuentes como su edad, su estado civil o su profesión. La gran mayoría eran "jornaleros" o "braceros", pero para nuestro shock había algunos de profesión "pobres" e incluso "pordioseros"-el cura nos indicó que eran los que pedían limosna "por Dios" para vivir.  Qué pobre ha sido España, qué dolor. Y eso que en estos pueblos se ven casas con escudos de armas y cierto abolengo: qué no sería en pueblos como Vetustilla donde, por no haber, no había ni "rico del pueblo". 

Las últimas columnas tampoco tenían desperdicio: si estaban bautizados, confirmados y en las observaciones, en algunos ponía "no cumplió". El cura nos explica que era obligatorio comulgar para Pascua, y de quien no lo había hecho... se tomaba nota.  Hay que recordar que no son censos del franquismo, estos son de principios del SXIX, y anotaban este tipo de datos en el censo civil. Ahora que he visto sus nombres, me cuesta imaginar que mi tatarabuelo nació cuando estaba pintando Goya a la familia de Carlos IV.


Cuando cerramos los libros, a la impresión de qué pobre era España se suma la de qué pena ser mujer. Aún los hombres eran braceros, pero ellas? Invisibles. Imposible no recordar a Virginia Woolf:
“La historia de Inglaterra es la historia de la línea masculina, no de la femenina. De nuestros padres siempre sabemos algún hecho, alguna distinción. Fueron soldados o fueron marinos, ocuparon ese puesto o hicieron tal ley. Pero de nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras bisabuelas, ¿qué queda? Nada, si no la tradición. Una era hermosa, otra era pelirroja, a otra la besó una reina. No sabemos nada de ellas, excepto sus nombres y las fechas de sus matrimonios y el número de hijos que tuvieron”.

Por eso quiero encontrar a Felisa: saber siquiera dónde está enterrada, aunque no sea mucho.

Pasamos allí más de dos horas y media. No nos quitamos los abrigos porque hace más frío que en la calle, pero le damos al final muchísimas gracias al cura por su amabilidad: no solo nos ha dejado mirar, sino que nos ha ayudado él mismo. No quiere venir cuando le invitamos a un café porque "están preparando un recital de villancicos" -esa debe ser la vida de un cura en esos pueblos. Nos pregunta si vamos a acercarnos a Castrillo,  por supuesto que sí. 




Pero antes de irnos paramos en la Iglesia de Nuestra Señora del Manzano, también muy impresionante-también cerrada. Al castillo arriba en la montaña no subimos: la próxima vez. 





Y termino con unas cuantas fotos del pueblo de mis antepasados, Castrillo Mota de Judíos, que se llama así desde 2015. Antes era Castrillo Matajudíos y hay varias explicaciones de lo misterioso de su nombre hasta en la wikipedia. Probablemente el "Matajudíos" no fuera antisemita al final (se dice que venía de "arboleda", hay muchos pueblos que empiezan con "Mata" indicando eso) pero ahora hay un museo homenaje a la cultura sefardí-que también está cerrado. Pero la torre de la iglesia del pueblo me parece muy diferente de lo que llevamos viendo estos días. Más bien parece de una iglesia europea, tal vez.


Con mi imaginación calenturienta, me lleva a un ala del Castillo de Bran, el de Drácula -salvando todas las distancias. Hasta me sale una foto con pájaros ominosos sobrevolándola, y me siento un poco en Transilvania. 


Pero estamos en mitad de la meseta, a muchas leguas de donde dormiremos esta noche y por lo que parece, aún a muchas más de encontrar a Felisa. 








09 enero 2025

Ver con ojos de turista los lugares donde veraneabas en la adolescencia: Qué extraño

En estas vacaciones de Navidad tanto Mini como yo teníamos un objetivo personal: el mío era intentar recuperar una parte de mi pasado familiar remoto que ha estado siempre revestido de misterio, y el de Mini recuperar "ropa vintage" que pensaba se almacenaba en los arcones de la casa de Vetustilla de la Torre, ese no-lugar. Así que el primer finde en la península fuimos con mis padres de excursión a aquel pueblo donde pasé veranos de mi adolescencia en busca de esas horribles chaquetas de chándal y sudaderas de los 80. Encontramos algunas perlas que nos hemos traído de vuelta a la isla, incluyendo unos pantalones chinos "Nike Golf" (quién llevó esos pantalones alguna vez?) que llevaron a Parras a bautizar al pueblo, a partir de ahora "Vestutilla del Golf",

El día era uno de esos de sol insultante y maravilloso. Y el azul del cielo, tan azul como solo lo es el de Vetusta y comarca en los días de invierno luminosos: sí, porque es el cielo de mi infancia [estáis tod@s, antes de que yo lo escriba, recitando a Machado? "esos ojos azules y ese sol de la infancia"]. Aunque pasados uno, tal vez dos días, la magia desapareció, y llegó la niebla. Que sí, puede ser chula y misteriosa como en aquellas fiestas del covid, pero que esta vez se ha pasado: iba de la mano de frío de valle continental, niebla que, al llegar a casa, te hace sentir como si hubiera caído un sirimiri sobre ti. Sirimiri en Vetusta? No me hagan reír: allí es todo tormenta, cierzo, drama.

Sobre volver a la casa de vacaciones de tus padres (hace cuánto que no volvía?) podría escribir por horas. Ella (la casa) también se ha quedado vintage, como la ropa de los arcones: las habitaciones son de adolescentes, el baño con los sanitarios color beige (créanme, era la moda), los armarios de la cocina con asas (qué comodidad, pero sigamos con las cocinas-quirófano en la que tenemos que abrir las puertas con los dientes). Los interruptores de las luces. Las láminas impresionistas de Monet enmarcadas, algo muy de mis 15. Flores secas. El sonido de los peldaños de las escaleras de madera al subir. Candiles restaurados. El salón, al que le quisieron dar un aire rústico -chimenea con zuecos de nieve de la Cerdanya decorativos cuando no se usa (o sea, ya siempre), baldas de obra, techo de vigas de madera, mecedora del padre de la Yaya- ha mantenido su dignidad.


Las ventanas son enormes, en contraste con lo que son las ventanas de una casa de piedra de la montaña, que fue sin duda la inspiración de mis padres al construirla. Mirando por la de mi habitación a la era vacía, sin un ruido - no hemos visto absolutamente a nadie por la calle-, me planteo si sería capaz de una jubilación allí, solo leyendo, escribiendo, y viviendo lento. El Peda revienta mi globo: "olvídate". Tengo amigos que ya saben cual es su lugar en el mundo, yo todavía no. Me pregunto si esta duda nos persigue más a los emigrantes, que algún día tendremos que tomar esa decisión. Y no será facil, porque tenemos el corazón en pedacitos. Siempre con la mente en distintos lugares -el cuerpo, a ratos-, y de repente decidir "aquí me quedo" que suena a Goytisolo y es para nosotros empezar a morir un poco. O tal vez no, quién sabe, tal vez lo escribo porque hoy estoy melancólica, ansiosa: ha sido el funeral de una antigua compañera de trabajo, más joven [aún] que yo. Lo han retransmitido por internet, una novedad para mí, pero no he sido capaz de entrar. Una mezcla de miedo, superstición y culpa. Pero he pensado en ella: hacía surf en Cornwall, era cálida y siempre sonreía. Suena a tópico. La recordaré siempre entrando en la oficina con su melena rizada y con neopreno. Obviamente, nunca pasó, pero me gusta esa imagen.


Al subir a la torre en lo alto del pueblo me siento en el fin del mundo, qué Vietnam ni qué leches. Ahora está restaurada, pero a mis 17 se estaba cayendo y yo fui a la Diputación con otras dos que se reían "a ver qué se podía hacer". En un escalón bajo los arcos que ya no existe besé a mi novio de la época por primera vez. Olía a corderito, no puedo explicarlo mejor. Hace viento ahí arriba, y miramos el proyecto de macrotirolina que va de ahí al monte, que nunca funcionará. La que funciona es la tirolina infantil, por la que nos tiramos Mini y yo tras el paseo por el río. No había nada de eso en mi adolescencia: ni el camino del río estaba abierto, era una jungla de juncos y de hierbas. Aún así, no cambiaría esos veranos de libertad por ningún viaje a países exóticos que llevamos ahora a los hijos. Me da pena que la mía se haya perdido ese mundo.





A la vuelta, hacemos de turistas en otro pueblo que tiene una presa romana del Siglo I. Les cuento la historia que tengo de aquí: vinimos en bici tres amigas y nos hicimos pasar por inglesa (yo) y francesas (ellas). Un hombre tocó la guitarra y cantaron la marsellesa en plena plaza. Lo loco es que coló bastante rato. Es tan extraño volver a esos lugares que eran nuestros dominios adolescentes y verlos hoy con esos ojos de "presa romana del Siglo I" o "torre mudéjar de nosecuándo": en el pasado todo lo que interesaba eran simplemente las fiestas, las peñas, las relaciones y poco más.



Terminamos comiendo en Belchite, el pueblo cabeza de partido de la zona, que fue bombardeado durante la Guerra Civil y cuya parte vieja desafía al tiempo, ahí de pie, recordándonos que esto mismo está ocurriendo ahora mismo en Gaza o en Ucrania. Siempre me impresiona pasearme por aquí, aunque ahora lo han vallado: ya no puedes entrar en la iglesia icónica y estremecerte ante el rosetón que se sostiene ahí haciendo equilibrios. Me recuerda a la abadía de Whitby, de la que tanto he escrito, por lo que me gusta y por Stoker, claro.





En el coche, a la vuelta, pienso: hoy me he reencontrado con la Di de esa época en cada esquina [Nota: el pasado remoto al que me refería al principio lo tendré que dejar para otro divague. Allí contaré otro viaje en dirección opuesta: siempre hacia el oeste]. Siento la cara polvorienta -eso nunca cambia de ir allí- y me escuecen los labios. Han cambiado los ojos con los que yo miro las cosas, no el sol de la infancia. Mini lleva un pequeño cargamento de pantalones de chándal más un par extra para [nunca] jugar al golf.

01 junio 2024

Así vio Turner Londinium desde el parque de Greenwich, y así lo vi yo (subidones que ríete de las sustancias)

Joseph Mallord William Turner (1775 – 1851) es el Sorolla británico (le llaman "el pintor de la luz"). Me gusta muchísimo y tal vez por esto no es la primera vez que pasa por el divlog. Las anteriores fueron hace -madre mía, cuánto tiempo hace de todo- casi diez años: una a propósito de mi favorito, la tormenta de nieve ["Snowstorm"] donde conté la leyenda -tal vez apócrifa- de este cuadro, aunque sale en "Mr Turner" la peli de Mike Leigh - la rodaron no en el mar, sino en el Astillero de Chatam, en el río Medway. La segunda, es otro muy famoso y también sensacional, "The figthing temeraire" 

Pero divago, yo venía aquí a colgar otro Turner que me encontré no en la Tate Britain, sino que él me encontró a mí en el ciclismo dominical hace unos días (en realidad, lunesino, porque fue el pasado lunes festivo). Como el sábado había estado en el meandro del río en el norte, el lunes me fui a ver Canary Wharf desde el lado sur. Ya he dicho mil veces que una de las cosas que me encantan de Londinium es que es mil ciudades, y ese seguir el río hacia el este -lado sur- es otro planeta, no tanto del norte, sino de mi habitual hacia el oeste (donde querría tener un pied-a-térre e irme a pasar los findes leyendo en una terraza mirando el lento discurrir del agua, las esporádicas traineras...). 

Una imagen a veces vale más que mil palabras:
para que se vea lo del meandro de la "Isle of Dogs"


El lunes me perdí por un pasado industrial, por un paseo entre edificios de ladrillo rojo, de repente metiéndome por una "reserva ecológica" desierta enmedio de la ciudad (y, por los dioses que se sentía así, y más a las 7 de la mañana!), por unos embarcaderos llamados "Surrey Quays" donde una se preguntaba si estaba en Mónaco, siempre con las moles de la City ahí al fondo, vigilando (con los jueguecitos del río con sus curvas es todo siempre muy confuso: no sabes lo que está al norte, o en tu lado; quién lo iba a decir, el O2 está al sur!). Al final se llega al barrio de Greenwich -donde el meridiano- que es una zona muy chic, y siempre petada de turistas que van a  ver el Cutty Sark y otras glorias navales de los british (a estas horas, justo empezaban a  montar el mercado). Hay un túnel antiguo bajo el río por el que se puede caminar a Canary Wharf (el marido de una amiga dice que en los días de labor hay cola). Al fondo,  hay un parque maravilloso porque además está sobre una colina, y cuando llegas arriba ves toda la ciudad. Los parques que más me gustan son estos, los que puedes subir y sentirte poderosa - ya he hablado mil veces de mi otro favorito, Hampstead Heath en el norte. 

Pedalear la colina del parque hasta la cima no es precisamente fácil -no ayuda que hacia la mitad empiezas a ver críos bostezantes que se encaminan con sus cole hacia la visita al observatorio, o al planetario (ambos muy recomendables sin críos). Por fin, cuando llegas arriba, quieres encontrar el punto donde están las majores vistas y, siendo yo, me pierdo varias veces. Por fín llego a One Tree Hill (que no es la ladera en la que he estado otras veces, pero qué le vamos a hacer) y allí descubro (allí me encuentra) Turner. 

El cuadro de abajo lo pintó en 1808 o 1809, y en él se pueden ver, aparte de los ciervos en primer plano, el "Old Royal Naval College" y al fondo, Londinium, con la torre de la catedral de St. Paul en el centro. 

"London from Greenwich Park" (Turner, c. 1808-9)


Cuánto ha cambiado la ciudad en dos siglos? Aquí tenéis mi versión del "Londinium desde el Parque de Greenwich", desde el mismo punto en el que estuvo Turner. No hay ciervos, pero sigue estando el colegio naval y, por supuesto, las nubes (nota: Mini me informa que se avecina "el verano más lluvioso desde 1912": Dios me odia). 

"London from Greenwich Park" (Di, 2024)


Estoy leyendo un libro en el que los personajes se meten anfetaminas para subir y benzos para bajar a las primeras: estados mentales patrocinados por la industria farmaceútica o el quimicefa.  Yo salgo del embrujo que también sufrió Turner con un subidón que no hace sino devenir en épico cuando por fin me tiro con la bici por la ladera que antes costó tanto subir (oh, metáforas de la vida). No quiero benzos para bajar -ya vendrá el verano lluvioso- así que mientras tanto, carpe diem, carpe solis, carpe artem.

26 mayo 2024

"Freedom for Palestine", "Invictus" y esculturas callejeras: Todo cabe en un meandro

Más Henry Moore: "Draped
seated woman" (1950's)
Esta mañana, cuando aún no habían puesto las calles, una chica con chaleco reflectante ha salido siligosamente de su casa. Fashion ya había llegado a Doha y estaba esperando su vuelo enlace. En casa, todos dormían, y al salir se ha confirmado: casi toda la ciudad dormía. 
Había algún coche por la calle principal -esa que es una arteria que sigue exactamente a la línea negra de metro hacia el centro-, pero pocos, con lo que la chica (o sea, yo, dejemos la farsa de la tercera persona) se ha aventurado con su bici por esta vía que normalmente evita. Aún ni rastro de los de los perros, ni los que corren, esa gente.  Un grupo cruza la calle, lentejuelas cansadas, rímel corrido, aún para ellas viernes noche.  

La carrera en bici de hoy ha sido tirando a apoteósica: cruzar el Tower Bridge semidesierto, un solazo maravilloso sobre la City (todos los rascacielos icónicos ahí, sonriéndome), luego una "superautopista" (superhighway, las llaman así) de bici hacia el este, hacia el nuevo distrito financiero, Canary Wharf. Casi nadie. El otro día escuché un programa sobre ir en bici y al "qué te da" -tod@s contestamos "libertad"-, uno decía que es un deporte como ningún otro -cuánta razón- porque te permite estar fuera, ir a sitios y es una sensación chulísima (él decía "con respeto a otros deportes, pero el lanzamiento de jabalina no puede ser lo mismo"). 

En el meandro, a la derecha, Canary Wharf
(flecha indicativa, de nada)

Merece la pena venir a Canary Wharf (otro secreto para divagantes: no hay turistas-en el camino de vuelta me he vuelto a encontrar con las hordas en la Torre de Londinium y en el Big Ben y me han dado mucha cosita). Está es un meandro del Támesis que he recorrido por la orilla de un lado a otro. De repente tenía enfrente el O2 (el Millenium Dome), luego el observatorio de Greenwich, el Cutty Shark, y por fin me he metido por el centro porque quería hacerle fotos a la estatua de Henry Moore que incluyo (en breve, divague con todos los Moores a los que he perseguido con mi bici).

El O2 arena (tenéis a "The killers" en julio)

Al fondo, Greenwich, donde el meridiano

El chiste "Halloween: te dije que vinieras de gotica
pero con tilde" solo se entiende en Vetusta?

Henry Moore, aquí entera



Banderas palestinas por todo el camino: 
 "From the river to the sea, Palestine will be free" 
Iba escuchando podcasts, uno tras otro. A ratos me pongo música, pero su combinación con las endorfinas de la bici me pueden llevar a abrazar a quien me pregunte por una calle. Y, la verdad, no estamos para euforias: todos esos programas me han recordado, como los periódicos, el mundo tan horrible en el que vivimos. Como hay que atravesar una zona muy musulmana para llegar allí (Tower Hamlets), también la sucesión de banderas palestinas me traían a la realidad (parece que hay ciudades en Europa donde no se puede colgar esta bandera, o siquiera llevar una camiseta con sandías, porque te tachan de "antisemita"). He escuchado con horror la que va a caer en la elecciones europeas (solo cien años y no hemos aprendido nada), me he ilusionado con dar la patada a los tories en un mes, me he horrorizado con las declaraciones de Felipe González en un programa infantil facha, he escuchado cinco habilidades que incluir en tu conversación con alguien en desacuerdo para salir del inmovilismo y promover conversaciones constructivas [1) respirar profundamente para facilitar el pensamiento racional, 2) establecer deliberadamente puntos en común, 3) preguntar con interés real sobre la perspectiva de la otra persona, 4) escuchar activamente para aprender en lugar de "ganar y tener razón", y 5) fomentar un mayor diálogo preguntando “Cuéntame más”], he oído a Lisa Feldman-Barrett resumir su libro sobre emociones que ya divagué aquí, me han dado ganas de releer "Middlemarch" (gran programa sobre sus temas y los paralelismos con el mundo actual: el ferrocarril /la revolución digital, el cólera / la pandemia), he aprendido cosas de Alice Munro y de la inflamación. 

Mágicamente, justo cuando pedaleaba entre las torres de Canary Wharf, estaba oyendo una entrevista a Gary Stevenson, un tipo que ha contado en un libro titulado "El juego del dinero. Un intruso en la cima del mundo" su experiencia como trader (corredor de bolsa). Y ha sido mágico porque él creció en la zona pobre por la que he pasado -donde las banderas- y su sueño era terminar de broker precisamente en ese meandro de cristal y acero en el que yo buscaba un Pret. Cuando lo consiguió y se hizo rico, se dio cuenta que lo era a costa de la desigualdad. [Nota: esto ha sido en un Carnecruda genial, podcast que os recomiendo encarecidamente, y además también salía Yago @EconoCabreado, al que conozco personalmente del pasado, pero él no se acordará de mí].

 
 Y con todos estos ingredientes, hoy, o tomo la Bastilla o cuelgo otra poesía -y dado el éxito de crítica y público de la anterior me decanto de momento por lo segundo. El autor de hoy es un inglés llamado William Ernest Henley, y la escribió en 1888 pero la hizo célebre uno de nuestros mitos, una persona que precisamente se caracterizaba por hacer esos cinco puntos del diálogo constructivo muy bien: Nelson Mandela. Como el poema se tituló la peli de 2009 de Clint Eastwood: resulta que Nelson lo tenía escrito en un trozo arrugado de papel y lo recitaba, y le dio fuerza para soportar los 27 anios que pasó en aquella prisión en la isla de Robben. No estoy sugiriendo que todas las personas que sufren puedan sacar sacar fuerza de ahí: ojalá. 

Ojalá el mundo estuviera lleno de gente que aplica los cinco principios de arriba, que busca establecer puntos en común como Madiba, o que lucha contra de la desigualdad, como Stevenson; ojalá días soleados de bici con el viento en la cara para tod@s; ojalá todas las personas pudiéramos ser capitanas de nuestro destino. 


Invictus

Out of the night that covers me,
    Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
    For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
    I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
    My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
    Looms but the horror of the shade,
And yet the menace of the years
    Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
    How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate,
    I am the captain of my soul.

William Ernest Henley (1888)


Invencible
En la noche que me envuelve,
    Negra como el pozo más profundo, en el centro de la tierra
Doy gracias a quien sea de todos esos dioses
    Por mi alma insumisa.

Cuando la vida ha sido feroz conmigo
    no me he dolido, no he sollozado.
Y cuando me ha apaleado el azar,
    mi cabeza habrá sangrado, pero jamás la he inclinado.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas
    no acecha otra cosa más que el horror de la muerte.
Y sin embargo la amenaza de los años 
    me encuentra y me encontrará sin miedo.

No importa cuán estrecha la entrada
    Ni cuán cargada de castigos la ley:
Soy el ama de mi destino,
    Soy la capitana de mi alma.

William Ernest Henley (1888)