Martes, 18 de Abril de 2017 (San Petersburgo-Estocolmo-Londinium Heathrow)
Para entregar las llaves del piso viene Irina, que nos cuenta que es originaria de un pueblo del Oeste de Siberia, donde aún viven sus padres, y las temperaturas llegan a -40. Pero, ¿hay diferencia entre -40 y -20, Irina? ... ¿no llega un punto que el frío es tan terrible que...? Sí, hay diferencia, se ríe Irina. El caso es que a esas temperaturas no se puede respirar en la calle, hay que hacerlo sobre tu bufanda, por ejemplo. Asombro, sal de mí, porque yo no puedo salir de ti: por qué la gente no emigra? Por qué sigue habitado? Irina vivió seis meses en Madrid, y se volvió!!
El taxi que nos lleva al aeropuerto es el mismo que nos trajo, y disfruto del viaje, porque vemos esa otra Leningrado que nos ha quedado oculta por estar tan en el centro, en la ciudad imperial. No tiene que ver nada con Moscú en cuanto al número de edificios estalinistas, pero sí que pasamos frente a la "Casa de los Soviets" en Moskovsky Prospekt. Mis fotos son muy malas, así que mejor entrad en el enlace, pero no me resisto a poner la estatua del Kamarada Lenin en la plaza anterior porque amo su gesto así con el brazo, que desde este ángulo yo veo algo desganado. La construcción de la Casa de los Soviets empezó en los 1930s, con la intención de que estuviera fuera de la zona imperial por, aparte de las connotaciones, estar frecuentemente inundada. Iba a ser la sede del gobierno soviético, pero en 1941 fue fortificada, cuando invadieron los nazis, y fue un fuerte de mando del Ejército Rojo durante el terrible "Sitio de Leningrado", dicen que el que más muertos se ha tomado en la historia, durante 872 días.
Un poquito más adelante, en una gran rotonda de la misma Moskovsky pasamos por un conjunto escultórico típicamente revolucionario: "El Monumento a los Heroicos Defensores de Leningrado", tras el Sitio. La plaza se llama Ploshchad Pobedy y la foto no es -evidentemente- mía...
Y ahora -como dice Mini cuando le estoy corrigiendo los deberes y nos acercamos a la parte que no sabía hacer y se ha aventurado-, viene donde la matan. El taxista de la furgo verde nos deja en el aeropuerto, que viene siendo el mismo melodrama de detectores de metal de bienvenida, múltiples seguridades, y tomarnos un café con bollo (sin alardes, esta vez), a la vez que paso por baños para ir quitándome medias interiores, camisetas profundis, hipodermis y sus capas adiposas. Primer vuelo cortito, a Estocolmo, donde nos dan té y sonrisas, y comemos nuestro sandwich de salami. Hay cierta tensión porque tenemos apenas 40 minutos para trasbordar a Londinium.
Por fin, pasamos y tenemos que bajar la friolera de dos pisos por una escalera de caracol imposible (llevo a Lisi y Sori, con maletas de mano: en serio lo que ofrecen es una escalera de caracol de madera? Aquí tiene que haber un error). Una vez abajo, estamos solos bajo una pantalla y hay que llamar por un intercom para que te venga a buscar un bus. Todo el mundo ha desaparecido, aparte de un chico, y en la pantalla de esa sala solo hay un vuelo a, no sé, Sebastopol. En ese momento tengo uno de mis terribles momentos impulsivos: esperad, subo a ver qué pasa. Precisamente hay un ascensor (que no hemos accedido para bajar, maldita caracol), así que ni corta ni perezosa me subo ahí. Una vez dentro, el ascensor sube y no para en el nivel superior, sino que me deja otra vez al otro lado de persiana enrollable, donde ya se han ido todos, y hay solo un par de nuevos orientales llamando por otro intercom. Me diy cuenta que ese ascensor es para personal solo, y que no va a volver a bajar donde tengo la familia... y que yo estoy encerrada, de nuevo, fuera. Ellos no saben nada, y el momento adrenalina chorreando por las orejas es épico.
Les arrebato el telecom a los orientales y le grito mi situación a quienquieraqueesté allá. Estoy atrapada! Vuelo en 20 minutos! Tranquila, le mandamos a alguien de seguridad, estarán en camino enseguida. Vamos!!!! Por supuesto, alguien aparece al rato sin ninguna prisa, y me hace pasar de nuevo por todas las pautas de seguridad, y por fin puedo abrazarme a mis seres queridos que llevan un rato sin entender nada. Por supuesto el bus llamado por el intercom que llevaba a Sebastopol ya vino y se fue con ese chico, lo llamamos de nuevo, y al poco tenemos servicio solo para nosotros hasta otra puerta, donde hemos de encontrar otra pantalla, que nos diga qué puerta de embarque, en nanosegundos, y otro grifo... y bueno: embarcamos. Exito.
Y aquí terminan las vacaciones, como siempre algo accidentadas de los Pedalistas, esta vez featuring los Pedalistas Extensos. Del último vuelo nada reseñable, aparte de que el Peda, hombre que ni siente ni padece, pregunta si queda "pan" incluso sin relleno (hambre, alguien?) ya que los nórdicos SAS siguen ofreciendo solo simpatía y té.
Hasta el próximo viaje, osada creme de divagantes que se atreve con la subsección viajes del divlog: gracias por estar ahí.