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08 agosto 2019

"El templo del pabellón dorado" de Yukio Mishima: Síndrome de Heróstrato, en serio?

Hoy, cuando he subido a poner el libro de Yukio Mishima que terminé ayer, "El templo del pabellón dorado" (Kinkaku-ji, me gusta mucho más en japonés) al lado de "El marinero que perdió la gracia del mar", he abierto este último y me lo he encontrado con muchos subrayados, justo el que he abierto decía que "el protagonista cumpliría 34 años en Mayo", y yo había comentado con lápiz en el margen, "yo también cumpliré 34 en Mayo!". Esto da una idea de hace cuánto lo leí y tal vez explique porqué me gustó más, o guardaba mucho mejor recuerdo que de este que ahora termino. No es lo mismo leer algo con 20, que con 40. Como diría Mandela, "No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado, para darte cuenta de cuanto has cambiado tu” . Yo lo adapto: "No hay nada como volver a una lectura que no ha cambiado, para darte cuenta de cuanto has cambiado tu”.

En todo caso, esto no era una relectura, más bien podría ser el retorno a un autor. Y Mishima me ha parecido por supuesto ese extraterrestre, por japonés -ahora lo sé de primera mano tras haber viajado por allí-, y tal vez por leer la traducción al inglés. Ha habido momentos en los que me perdía y tanta elucubración (divague!) sobre la belleza del templo se me hacían cansinos. O tal vez es que en algún punto me recordaba a Murakami (de hecho, la dirección es inversa:  Murakami sería el que le "homenajearía a Mishima), con ese nihilismo juvenil, con ese suicidio tan obligatorio, con ese sexo aséptico, hecho con guantes de goma y con esos personajes que son todos casos clínicos de un psiquiatra del neurodesarrollo. 

Porque con los personajes de los japoneses, una nunca sabe si enmarcarlos en el espectro autista o si tal vez esa rarunez, ese hikikomori se puede explicar desde lo cultural, interactuando con lo que traen de fábrica. Esto me pasaba con el protagonista de-dejadme llamarla-Kinkaku-ji, que durante la mayor parte de la novela puede pasar como el inadaptado autista, pero que luego se va poniendo más interesante (para mí), cuando empieza a mostrar rasgos psicopáticos.  

Lo que no sabía al comenzar a leer es que esta historia está basada en hechos reales-a partir de aquí, quien quiera mantener el misterio, que deje de leer. Ni lo sabía cuando visité este templo hace ya tres años. Al parecer, hubo un monje joven del Kinkaku-ji que sufría de esquizofrenia, y que terminó quemando el famoso templo dorado. El propio Mishima le visitó en la cárcel para documentarse para la novela.  Esto me ha llevado a otro libro titulado "Terrorismo para auto-glorificación: el Síndrome de Herostratos" de Albert Borowitz's (Terrorism For Self-Glorification: The Herostratos Syndrome, 2005), y aquí es donde me he quedado enganchada. 

En primer lugar pensando si Mishima supo describir la enfermedad mental que aquejaba a ese pobre monje esquizofrénico. Como digo, leyendo la novela una se pregunta si tiene problemas de comunicación social o si tiene rasgos psicopáticos, pero en ningún momento queda claro que el monje perdiera el contacto con la realidad, que es esencialmente una psicosis . Un esquizofrénico quema un templo porque hay una voz en su cabeza que le dice que lo haga, o Dios le dice que lo haga, o piensa que es Juana de Arco y ha de vengar el haber sido quemada.  Un psicópata se puede entender que queme templo por auto-glorificación, son narcisistas ante todo, centrados en ellos mismos, superficiales e inseguros, en el fondo. El personaje no queda, entonces, bien demarcado, si lo que quiso el autor fue mostrarnos al personaje real en esta ficción.

Dejando la novela, paso a fijarme en el "Síndrome de Heróstrato". Entra wiki: Heróstrato (en griego Ἡρόστρατος) fue un pastor de Éfesoconvertido en incendiario. Fue responsable de la destrucción del templo de Artemisa (diosa Artemisa o Diana) de Éfeso, considerado una de las siete maravillas del mundo, el 21 de julio del año 356 a. C., coincidiendo, según Plutarco, con el nacimiento de Alejandro MagnoLa confesión del propósito de su crimen le fue sacada bajo tortura: su único fin fue lograr fama a cualquier precio. Al descubrirse la intención del incendiario, se prohibió bajo pena de muerte el registro del nombre de éste para las generaciones futuras, como vemos, con gran éxito. Por eso cuando hay actos de terrorismo hay muchas voces que sugieren que no se les dé publicidad, no solo por ellos, que es retroalimentarlos, sino por posibles imitadores, o incluso todos aquellos pirados que les mandan cartas de amor a la cárcel. A este respecto, especial estupor me causó la historia de Ted Bundy: en el docu de Netflix ya da pavor solo de verlo, pero aún hay una oligofrénica que le sigue por todas las cárceles, y que se queda embarazada del psicópata en un vis-a-vis penitenciario. 

No he leído el libro de Borowitz, aunque la idea de analizar "los motivos del terrorismo desde la Grecia clásica hasta nuestros días" parece muy interesante. Dice que el terrorismo no puede ser objeto de una sola disciplina, sino que la religión, la filosofía, la historia, la mitología, la literatura (Chaucer, Cervantes, Mark Twain,  Jean-Paul Sartre) tienen mucho que decir. Y yo me pregunto: y la psiquiatría y la psicología? Y la política/sociología? No sé, digo, sugiero, planteo. Como siempre, nuestro comportamiento es un cocktail de nature-nurture, con lo que nacemos y las experiencias que tenemos. Y si agitas, y abres antes de tiempo, a veces te pones perdida. 

Como el pobre monje de Mishima: tartamudo, de familia disfuncional, inadaptado y al final, sicópata. No sé si lo he comprado, si lo que tenía de verdad era un psicosis, pero igual soy una friki de la sicopatología. Sobre todo me duele que la gente con enfermedad mental lleve mala prensa: tiene una persona con una enfermedad física la culpa? Pues por qué alguien con enfermedad mental? Ahora, en la novela hay descripciones hermosas y reflexiones de otra época y de otro mundo (no solo porque es otro planeta llamado Japón), por las que merece la pena leer el libro.

11 febrero 2018

Tokio Blues (Norwegian wood) de Murakami: culpable

Cartas boca arriba: me siento con la necesidad de justificar esta lectura, el "Norwegian wood" (llamado "Tokio blues" en la edición en castellano) de Haruki Murakami, ya desde el primer párrafo. En casi todo momento leyéndolo me he sentido culpable. Pero no culpable en plan "placer culpable", culpable en plan... Culpable.


Fashion me había dicho "no es para ti", otra gente "no lo intentes", pero estas pasadas Navidades, cuando me quedé sin libro en Vetusta, se me quedó mirando mientras rebuscaba en la librería familiar. "Venga, quieres", dijo.  Y fui al Peda, que lo había leído  un año antes en circunstancias similares, quien declaró: "ha ido creciendo en mí" (patética traducción literal del inglés "it has grown on me" para significar algo que ha mejorado con el paso del tiempo). Pero recuerda más recientemente tu perplejidad con su ensayo "A qué me refiero cuando hablo de correr", le espeté. Sí, pero. Total que vaya, pelillos a la mar: así fue como, con aprensión me lancé.

Para situarnos: durante todo el libro me he preguntado mil veces si esto, si la absoluta nada formal de la novela tiene que ver con la traducción del japonés. Tiene que ser, me decía, son dos lenguas tan en las antípodas que ha de ser eso. Porque no puede ser que a este hombre le den tantos premios con esta prosa. Pero de vez en cuando me encontraba con alguna idea medianamente interesante, imágenes, conceptos. Solo de vez en cuando. Y seguía. 

Seguía fundamentalmente porque luego estaba el volver a Japón, que es lo que me ha mantenido hasta el final. He vuelto a las noches de Shinjuku, al neón de Shibuya, a los ejecutivos borrachos (alguion recuerda a Take y Shiga? uuuuu!!!!!), a las colegialas extrañamente sexualizadas con medias negras a media pierna, 3 cms por debajo de las minifaldas plisadas. He vuelto al humo por todas partes, en los restaurantes, en los bares, en todos los sitios menos la calle (donde había "reservas" para fumadores), al bento, tempura, ramen, gyozas y otros platos que nunca probé. En fin: puro Japón.

Pero ante todo el libro es un Japón que el turista rara vez verá allí, pero al que que todos estamos acostumbrados por la leyenda y los datos de suicidios de la OMS. Por mucho que conozcas algún japonés cuando vas a la isla, de pasada no vas a apreciar su existencialismo vital. Has leído que es uno de los países desarrollados con más suicidios del mundo, y tal vez hayas leído algunas formulaciones sobre el tema: el tradicional seppuku de los samurais, los kamikazes de la Segunda Guerra Mundial, el hecho de que es su cultura el suicidio no ha sido nunca pecado, sino más bien una salida honorable en según que situaciones. Ante problemas económicos, se sospecha que muchos ancianos pueden matarse, y no se investiga mucho, aunque su muerte sea ambigua. Al sentarte un momento en un café de Tokio y verlos salir y entrar del metro, en masa, una se pregunta si el alto porcentaje de ellos que llega a la soledad de uno de esos apartamentos pequenisimos, no se plantea casi a diario, para qué? Los japoneses no aceptan quejarse, patalear, no se expresan los sentimientos, y esa frustración por obedecer ciegamente las normas no puede ser saludable. La tecnología no ayuda, y el país está lleno de hikikomoris (un personaje de la novela es uno), esa gente que se mete en casa y no sale ya más. 

Todo esto aparece en la novela, en la que según el Peda "no queda ni el apuntador", aunque exagera: alguno no se suicida. Creo. Aunque a medida que vas leyendo te acaba pareciendo más liberación la muerte que la vida de Watanabe, el prota, y sus terroríficos domingos por la tarde en Tokio. "Cuántas decenas, digo centenares de domingos como estos me quedan por vivir?". O sus días lectivos en la universidad, y sus sesiones de sexo (vividas o imaginadas) maratonianas, o tal vez no tanto, pero se me han hecho o transmitido muy cansadas. O sus amistades- es uno de esos chicos amigo siempre de chicas con novio- cada cual más extraña: una se pasa diagnosticando posible autismo durante toda la novela, o pensando que se ha quedado anticuada cuando cree que no parece muy normal pedirle a un amigo, como favor, que piense en ti cuando se masturba. El personal del sanatorio mental donde viaja  a ver a la ex de su amigo, que se suicidó (obviamente, y que "seguirá por siempre teniendo 17", mientras el resto envejecemos), no se sabe si está peor que los pacientes, y una se pregunta aquel clásico "Quis custodiet ipsos custodes? " ("quién guardará a los guardianes"). Me ha gustado ir con él a esta especie de montaña mágica del sanatorio porque he estado de vuelta en la isla de Kyushu, en casa de Junya y Shino en Kurokawa Onsen, esos días tan chulos. 

Lo que más me ha interesado formalmente de toda la novela es cómo describe una época de depresión: "El único recuerdo que conservo de 1969 es un lodazal inmenso. Un profundo lodazal, viscoso y pesado, donde cada vez que daba un paso se me hundían los pies. Y yo lo cruzaba haciendo un esfuerzo sobrehumano. No veía nada, ni delante ni detrás de mí. Solo un cenagal de tintes oscuros extendiéndose hasta el infinito. (...) No lograba orientarme. Solo sabía que tenía que ir a alguna parte y que por eso movía los pies". Hay partes, como esta, que me han hecho que me reconcilie un poco con el libro. La depresión como lodazal del que te cuesta separar los pies. O cuando ha hablado de su especial relación con la muerte, que estoy segura no es murakamiesca sino japonesa, "la muerte no se opone a la vida, la muerte está incluida en nuestra vida. Mientras vivimos, vamos creando la muerte al mismo tiempo". 

"Tokio Blues" no ha sido-ya lo sabía- "El marino que perdió la gracia del mar" de Yukio Mishima, creo que lo único japonés que he leído y me encantó. Entiendo perfectamente su éxito como bestseller, pero me intriga su reconocimiento académico. No puede ser que todo esté perdido en la traducción, porque no se perdió para mí con Mishima. Sigo perpleja y, al terminar el divague por lo menos me siento algo menos culpable. Creo. 


15 mayo 2016

Mi vecino Totoro (Tonari No Totoro, となりのトトロ ) de Hayao Miyazaki

Hoy ha sido la celebración del Mini-cumple, junto con una amiga. nos hemos llevado a todos los niños de clase más algún amigo de fuera al cine: 21 enanos de 8 años en la sala: mis disculpas a los adultos que estaban allí simplemnte intentando ver una peli de animación.

Hemos elegido un clásico de 1988 de Hayado Miyazaki, el famoso director japonés del Studio Ghibli que ganó el oscar  (que no recogió como protesta por el bombardeo de Iraq), años depués en 2001 por "El viaje de Chihiro". Aún recuerdo el impacto de Chihiro, muy pre-Mini. Ya divagué sobre ella aquí "Soy una niña, hay escapatoria?", en el Pleistoceno del divlog, capturando precisamente el espíritu feminista de la obra de Miyazaki. Otros de sus temas son el medio ambiente y el pacifismo.

No quiero contar la trama, pero he querido que este divague sea una nota para no olvidar, porque la peli me ha llevado de nuevo a Japón: aún no he terminado las crónicas y me ha dado añoranza de ese viaje que aún no he terminado, precisamente porque no está procesado: falta que escribir, falta que ver y seleccionar las fotos, falta poner la guía arriba, junto con sus compañeras, y eso no ocurrirá hasta que "haya cerrado" Japón.

Los personajes de las pelis japonesas tiene todos los ojos muy redondos: solo los ancianos que aparecen pueden ser japoneses, y suelen ser todos terriblemente decrépitos. Las dos niñas protagonistas recuerdan mucho a Chihiro (la hermana mayor Satsuki, de unos 10-12 años, espigada y chicazo, con pelo corto y minifaldas como solo se ven en Japón) y a Ponyo (la pequeña de 4 años, Ponyo, Ponyo, es una niña pez... Miyazaki se inspiró en Tomonoura este pueblo maravilloso de pescadores del que hablé en su día). El padre es un ser encantador y la madre, hospitalizada, da bastante miedo. Porque la peli parte del cambio de casa de la familia para estar más cerca del hospital donde está la madre (cambio de ciudad: el mismo planteamiento que en Chihiro). Yo al principio, como no sale la madre por ningún sitio me asusto, pensando "es otra de las múltiples pelis/historias donde se mata a la madre", pero no, está claro que molestamos, pero esta vez nos dejan solo en hospital.

Como decía, no sé si habría visto la peli con los mismo ojos de no haber estado en Edo hace un mes: las puertas y ventanas correderas, las sandalias de madera a la puerta de la casa, la necesidad (religiosa) de descalzarse, las cajas de bento (comida para llevar), dormir sobre el futón, (en una habitación exacta a la nuestra!), las mochilas de los colegiales, tan cuadradas, la familia bañándose  en el onsen (Satsuki todavía enjabonándose fuera al principio de la escena), los cableados eléctricos... Aparte de su imaginación, a ratos (al menos en otros filmes) rarura, lo que MIyazaki hace como los ángeles es dibujar: los paisajes de esa japón rural de posguerra son preciosos, así como los detalles como los árboles que hacen un túnel por el camino, o las mariposas que rodean a Mei cuando visita a Totoro por primera vez.

Hoy he vuelto a Japón: gracias Studio Ghibli.

09 abril 2016

Tokio Narita-Londinium Heathrow (J23)

09.04.06-Tokio-Londinium

Desde la primera vez que oí que el principal aeropuerto de Tokio se llama Narita, sentí cierta ternura (imagen: un cachorro de labrador o golden). Todo porque la perra de Fashion y JAL se llama Nara (homenaje a la ciudad donde fuimos atacadas salvajemente por cervatillos, recuerden) y es tan mona. El caso es que volamos de Narita (habíamos llegado a Haneda, en el sur) sobre las 10:00 am, lo que significa levantarse hacia las 6, habiendo dormido poco (los neuróticos), teniendo una masa de tiempo amorfa ante nosotros, que no me atrevo a llamar día.

Es extraño el meterte en un avión por tantas horas: lo primero que tratas de hacer es luchar con armas lógicas, por ejemplo no cambiar la hora del reloj hasta "estar cerca", para más o menos saber cuántas horas llevas como una sardina en lata. Todo es inútil: cuando vuelas en una franja horario similar, estos pequeños trucos son medio-posibles; ahora, cuando llevas un desfase horario de 8 horas y te vas a meter 11 horas de una tacada, y luego otra hora y media hacia el final, los truquitos no sirven.

Pero antes de esto me refiero a las fotos del tren en el que vamos a Narita y aparecemos muy desmejorados, blancuchos y con el estómago triste (pese a la ingente cantidad de material para emergencias que llevamos en las mochilas: nada sobró, nos lo comimos todo). Tras el metro, cogemos el tren lento, que viene incluido en nuestro pase, y cuando llegamos al aeropuerto, hay unos medio nervios de "habremos hecho tarde". Pero no: esperamos para facturar en KLM, con los que volvemos, y una vez pasada seguridad, en la tienda compramos alguna galleta para los trabajos.

Embarcamos y una de las primeras emociones es.. el Monte Fuji a la izquierda!! Nos lo avisa el capitán, y como estamos sentados otra vez (grrr) en la fila de 4 del centro, Mini y yo salimos pitando a hacer fotos en uan de la sventanas. había visto alguna foto de esas que corren por Instagram del Fuji desde el avión de esas de quitar el hipo. Las mías.. ehem. Pero lo vimos, y esas cosas hacen ilusión: unas de las que más, ver el parque triángulo invetido dfrente a mis casa al volar a Heathrow (que también vemos esta vez, muchas horas después) y la concha de Donosti, de pasada desde Vetusta. Los "sights" de Vetusta no tiene mucho mérito, pero la última vez me asombré de lo pequeña que es la ciudad del viento.

No pegamos ojo en las 11 horas: hay tanto por hacer! Yo llevo el notebook para adelantar divagues, pero no hay tiempo. También mi libro ("Kassel no invita a la lógica" de Vila-matas, que casi no he leído este viaje, tal es mi dedicación a empaparme de datos para este divlog), que no leo. Porque hay.. películas!!! Y luego hay que comer: os lo digo, nos dan insuficiente, y eso que me como algunas cosas de Mini que no le gustan, pero aún así, tirar de mochila se hace imperativo. Pero las pelis:

-"The hateful eight" de Tarantino. Quede dicho que el "Tarantino de época" es el que menos me gusta. Soy más de Reservoir, Pulp Fiction o Kill Bill. Comienzo a ver la peli y en un punto del principio me replanteo mi "versión original-only", porque no entiendo ni papa. Tres factores: 1. Samuel L. Jackson es un actor tricky de entender ya "en reposo". 2. La peli ocurre en una ventisca de nieve, y el fondo es un "fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii" continuo. 3. Me encuentro en un avión, donde el ruido del motor es un "bahhhhhh" constante (y mejor que no pare, claro). Entonces tomo la decisión ejecutiva de verla en castellano y aquí ya nos deslizamos cuesta abajo y sin frenos: está doblada al mexicano. Y ya no me la puedo tomar en serio. Samuel L. Jackson llamando a los malos de una banda "malandrines" me hace sonreír. Me recuerda algo que leí recientemente de una peli de Jesucristo en mexicano en la que él hablaba de "sus cuates" por los discípulos. Así que no puedo hacer un análisis serio de la cinta, salvo que, Quentin, echo de menos a las heroínas fuertes tipo Black Mamba: aquí cada diente que le rompían a la pobre única mujer de la peli, me lo tomaba personal.

No se vayan todavía, aún hay más, y la cosa empeora:

-"The revenant". Mejor no volver a repetir lo mal que me cae el mexicano Iñarritu (ad nauseaum descrito en "Birdman") y esta peli sinceramente me parece un tostón inenarrable. Claro, me dirán, que hay que verla en una pantalla grande, que en un avión no es plan. No: las interrupciones de las bandejas eran una brisa fresca, el untar mantequilla sobre el bollo era volver a la realidad de los sentidos, beber zumo de naranja de concentrado, estar viva. No quiero pensar lo que debe ser estar en un cine y tener que únicamente atender a esos bonitos paisajes, con alguna escena gore y la trama de traición básica.

-Creo que veo una tercera, pero no recuerdo! me suena que no era de época y que no la terminé... Ah, también veo un capítulo de "Friends", el único capítulo de "Friends" que hay en todo el archivo. Mi historia con este serial es la siguiente: nunca he visto Friends, pero veo capítulos sueltos cuando la ponen en algún hotel, avión, y tal. Soy seguidora oportunista. El caso es que siempre me río, y siempre pienso: "cómo pudo Brad dejar a Jeniffer, con ese pelo y la buena pareja que hacían". No puedo evitarlo: eso es lo que pienso cuando veo a Rachel. También veo un capítulo suelto de "Frasier", el primero: correcto, típico, no creo que vea más cuando lo encuentre en un avión.

-Ah, ya recuerdo, la tercera peli fue "Joy", sobre la mujer que inventó la fregona en los USA en los 70s. Feminismo de la época y una yaya genial.

En punto de la sobredosis filmográfica y de teleseries... que nos abrochemos los cinturones! Estamos llegando a Amsterdam. tenemos como 45 minutos para trasbordar, pero como llegamos con adelanto, no hay que correr. Y el vuelo a Londinium ya es juego de niños, poco más de una hora, donde nos
dan comida y bebida (sí, estamos así de desesperados, ya no hay víveres), y finalmente nos depositan en Londinium Heathrow.Antes, sobrevolamos la city y vemos el parque triángulo invertida enfrente del que vivimos (en mala foto, derecha). Una ilu!

Que fácil es este metro: nos metemos ahí, un par de cambios y, en una hora estamos en nuestra estación. Deben ser como las 7 de la tarde británicas, no quiero ni saber qué hora de la madrugada para nuestros pequeños cuerpos fantasmas. Aún así, creo recordar que nos arrastramos a Tesco para un "imprescindibles" y hacemos las llamadas telefónicas de rigor.

Y aquí y así termina mi diario japonés. Hasta el siguiente viaje.

08 abril 2016

Ultimo día en Toklo: Ueno, Asakusa, Jimbocho (J22)

08.06.16-Tokio

Aquí estoy directamente saltando sin red, porque el Peda no hizo diario: es nuestro último día en Tokio y solo tengo las fotos y la memoria para guiarme. Así que enhorabuena: será un divague haiku.

Ueno, sakura por los suelos
y cisnes en el lago
Rodin, Le Corbusier
y Estrella Galicia.

Bueno: ya lo dejo. Hoy nos movemos en la zona noreste del Palacio Imperial (que situamos más o menos en medio de ese monstruo llamado Tokio, monstruo que, no sé si lo he dicho, gracias a las magníficas comunicados no se vive como tal: no da pereza moverse entre las zonas). Akihabara, nuestro barrio, esta también en esa zona, más hacia el centro, y Ueno pilla a dos paradas de metro hacia el norte. Nada más bajar del metro nos encontramos con un restaurante español donde nos saludan efusivamente y donde tienen Estrella Galicia.

Lo más famoso de Ueno es su parque (Ueno Koen), que es donde toda la ciudad se encamina para ver la floración del cerezo. Verdaderamente, está precioso, y en un momento, a la bajada de la ladera en cuya parte superior hay un templo (donde nos hacen de nuevo el dibujo símbolo del templo y a Mini le regalan una cajita con dos dulces) hay una "nieve" de sakura encantadora. Un conocido que estuvo me comentó que, precisamente en este parque, cuando "nevó" sakura, un grupito de japoneses aplaudieron y él se unió a las celebraciones. Yo solo le hice fotos a Mini que, cual Elsa de Frozen, por unos breves instantes parece angelical.

Hay una especie de paseo que termina en otro templo, junto al lago, y está abarrotado de chiringuitos de comida: palos de esos con tres bolas que nos dio Nishimoto en Fukuyama, mazorcas de maíz, noodles, pescaditos rebozados pinchados en un palo, lo que supongo que son plátanos rebañados en chocolate con sprinkle de colores... todo lo que quieras, pero venimos recién desayunados. Tras darnos un voltio perezoso por el otro par de templos, vamos a rodear el lago. Parece que es una reserva natural de aves, y termina en una especie de rastro donde venden monedas viejas, cosas inservibles, bisutería. Para salir de la zona y volver al metro pasamos por un par de museos, uno el National Museum of Western Art, diseñado por Le Corbusier, y que desde que descubrimos el brutalismo vemos con nuevos ojos. Hay esculturas de Rodin por los jardines: Los burgueses de Calais, El Pensador, Las puertas del infierno y otras. Pasamos por un Starbucks en la estación antes de salir para nuestro siguiente destino hoy: Asakusa.

Asakusa tiene el templo budista más venerado de Tokio, el Senso-ji, y eso lo hace un lugar de peregrinación para budistas y turistas por igual. En la guía lo describen como "ambiente de carnaval" y realmente lo que se vive a su alrededor (está al lado del río, tiene el Tokio Skytree en el horizonte) viene a ser como unas fiestas patronales. La calle que termina en el templo viene a ser un equivalente, más estrecho y con chiringuitos en lugar de tiendas, de la calle Alfonso de Vetusta que termina en nuestro propio (horrible, donde esté La Seo) templo de peregrinaje y turisteo. Las tiendas aquí ofrecen muñequitas japonesas, papeles, cosas de escritorio, amuletos... mucho más aceptable que la oferta de "El Mañico" et al, pero tal vez sea por la distancia, que lo perdona todo. Un japonés en "El Mañico", lo vivirá con exotismo? Preguntas, preguntas...

Pero es que además aquí encontramos la mayor densidad de mujeres y niñas vestidas con kimono de todo el país, que ya es decir! Hay una niña de 4 años a la que la familia obliga a posar junto a un cerezo a la que fotografió todo el que pasaba por allí. En el templo hacemos los rituales de siempre, y a la salida cruzamos puentecitos encantadores con peces naranjas gordísimos. Vagamos por las calles, compramos un colgante, encontramos una especie de almacén llamado "Quixote" que tienen peceras a la entrada y Mini se cuelga ahí un rato (con peces, vive dios, rarunos del diez).
















Alguna compra más (como odio comprar) y de camino al metro encontramos un edificio tipo oficina de turismo-centro cívico de barrio, donde paramos un rato para subir a ver Asakusa desde las alturas, y a dibujar lo que nos ha parecido Japón en tarjetas, que luego va a una pared.

Próxima estación: Jimbocho. No aparece ni en la guía pero está hacia el oeste de nuestro barrio y es la "zona de los libros", montones de librerías pegadas unas a otras donde perdernos. Pero antes hay que cenar y logramos encontrar en la zona un restaurante de tempura recomendado por la guía: Hachimaki, donde dan "tendon" que aunque suene mal es en realidad tempura (vegetales, gambas, pescado rebozado) sobre arroz blanco al vapor. Hay distintos tipos y los hombres solitarios que tenemos a ambos lados de la barra toman la opción enorme que viene en una caja cuadrada bonita. Cocinan allí, delante de nosotros y son muy simpáticos. Cuando salimos, ya es bastante tarde y cuando llegamos a las librerías, la principal a la que íbamos está cerrada.. entramos en una donde, tras unas cuantas, me dicen que no se pueden hacer fotos.

Volvemos caminando a casa... es nuestra última noche en Tokio. Al llegar, toca empacar y prepararnos mentalmente para el macro-vuelo del día siguiente. Mental y prácticamente, porque me entran las neuras de, y si no oímos la alarma? Fashion (por whatsapp), me puedes llamar a las 6 am mías? (que aún será la noche tuya). Y otras comedias por el estilo. Al final, consigo poner la alarma en uno de mis paleoteléfonos y me encomiendo a las musas del sueño...

07 abril 2016

Chuchos con bolso, Karaoke: The Return, Araña de Roppongi, Salir de Shinjuku (J21)


07.04.16 jueves. Tokio Midtown, Karaoke, Roppongi Hills, Shinjuku

Aquí ya estoy tirando del diario telegráfico del Peda, porque mi memoria falla: llevamos tres semanas casi en Japón (y más de un mes de vuelta) y los días, particularmente en Tokio, se difuminan. Este es el que se anunciaban lluvias, y sí, llueve, cosa que no hemos vivido tanto en Japón y menos mal, pero debe llover mucho: ya he hablado de la cultura del paraguas transparente. Nuestro apartamento-lujo y limpiadores midnight-, no tiene paraguas complimentary para los alquilados, un gran error. El caso es que nos despertamos tarde (los cuerpos ajados, tras Disney) y nos cuesta salir, pero además, una vez en la calle, decidimos volver a "cambiar el calzado", como nos cuenta el Peda en su diario. No sé ya si hablé de mis dudas en Londinium, maleta abierta, sobre qué zapatos llevar, que esto no es verano y sus fáciles sandalias y deportivas, pero a estas latitudes marzeantes? Deportivas y... botas? No, las botas son incómodas de llevar en maleta y además en país que hay que ir descalzándose todo el rato, apuntó Fashion, no son plan. Así que al final me acabé llevando unos zapatos "Ecco" que tengo para emergencias de esos feotes (a mí me gustan, y son cómodos, pero recibo feedback de mi hija, por ejemplo) que no he llevado en todo el viaje pero que, mira, hoy llueve y van a ir mucho mejor que las deportivas por las que se cuela el agua. Mini también tiene problemas con el velcro de sus Heeleys (estas deportivas con ruedecitas para patinar), que también se cambia [Nota sentimental: Cómo olvidar a Mini con sus ruedas en el templo aquel de Kioto de los mil toris, que casi se mata y el momento de su extracción, que casi me saco un ojo con la rueda volando). Total que, por fin, con Eccos y sin Heelys, nos lanzamos a las calles.

"Por la maniana" (cito al Peda) vamos a Roppongi. Esta zona está, para orientarnos, al suroeste del Palacio Imperial y en ella está el "Triángulo del Arte" que forman en Suntory Museum of art que está en el complejo que forma Tokio Midtown, el Centro Nacioonal de Arte y el Mori Art Museum en Roppongi Hills (otro macro-complejo). Según dicen en la guía, la "Tokio Tower" sigue siendo el retro landmark de la zona, aunque ahora le ha quitado el protagonismo la enorme Tokio Skytree que está en Asakusa (noreste del Palacio Imperial) y que mide 634 metros, el segundo rascacielos del mundo tras uno de Dubai. Tiene dos zonas de observatorio, un planetario y un acuario. Nosotros nos tropezamos con el Skytree son quererlo desde las escaleras exteriores de nuestro edificio: no sé si jugábamos con Mini a pillar o era la noche que esperábamos a los limpiadores-nocturnos, pero el caso es que, de repente, una especie de nave espacial de colores cambiantes llamó nuestra atención. Pero no bajó alienígena ninguno y, en venganza, no fuimos. También porque en la guía avisaban de las filas sin conocimiento, y ya hemos pagado por todos nuestros pecados en Disneyland.

Pero divago: estábamos en el complejo Tokio Midtown, una especie de ciudad-en-un-edificio con apartamentos, tiendas, muesos, restaurantes, centros de convenciones, todo alrededor de la Midtown Tower, en cuya planta 45 comienza el Hotel Ritz al que subimos en plan no paletos sino plan hacernos con bolsa de oxígeno para continuar con la Revolución. Un lobby-restaurante de techos altísimos, alguien toca un piano de cola, y gente a la que abofetería con gusto juega con hojas de lechuga en platos de disenio... Bajando al suelo, nos debatimos si tomar un Starbucks pero está petado, y acabamos cruzando el centro -que está lleno de influencias japonesas, como un torii en la entrada del mall, o un bosque de bambú en el atrio alrededor del cual hay restaurantes- para salir por un lateral a un puente que cruza una calle para dar a otro museo. (me seguís? sé que no). Pero es que allí hay una tienda de objetos para chuchos ricos, que diría el naúfrago Ro. Yo pienso "cuánta tontería" frente al escaparate y sé que ganaré las iras de algunos lectores, pero es que los que no somos amantes de los animales no acabamos de tener esa sensibilidad. En esta tienda venden desde unos carritos para perros (o sea, como los de bebés, y perdonen si no entiendo nada, porque yo pensaba que a los perros se les saca para que CA-MI-NEN) hasta conjuntos para perros, incluídas las mochilas, que ya hemos visto bastantes perros con su vestido-mochila. No habría que denunciar a los dueños por abusivos, hacerle llevar al chucho sus propios objetos de necesidad por la calle en mochila con cremallera? (qué llevarán? un hueso de plástico? una barrita energética? chicles? o el móvil perruno, el último grito?). También es peluquería o spa o lo que sea, y una mujer le lava la cabeza al paciente can, y no quiero imaginar lo que el pobre piensa cuando se lo secan. Mientras tanto, ya estamos en 21_21 Design Sight, un centro en el que ha colaborado el diseniador Issey Miyake (el Peda tuvo su perfume en algún punto), pero no voy a pasarme otro párrafo halandoos de este sitio, que lo podéis encontrar en la wiki, y era mucho más importante lo de los perros con bolso.

Caminamos hacia Roppongi Hills y antes intentamos comer primero tempura, luego lo que sea. Encontramos un sitio con fotos que nos llaman, y cuando subimos y nos vamos a sentar... hay por lo menos tres tíos fumando. Nos vamos: de verdad que no puedo entenderlo (es mi día tonto), no les molesta a ellos? Acabamos en un Go-go curry como aquel del barrio. Este está semi-subterráneo y al principio estamos solos en la barra (no hay mesas), con las dos camareras pero luego llegan unos cuantos. La comida es muy parecida al otro sitio: cerdo rebozado, arroz, y esa salsa marrón curry.Me planteo este sistema de pagar la comida en una máquina, donde los pobres camareros han de ayudarte a pagar: es esto para ahorrar tiempo o para que no toquen el dinero? (si es esto último, muy fan).

Al salir descubrimos un local de karaoke. Mini ya tiene mono tras la explosión de Fukuoka y volvemos a entrar. Esta vez tenemos ventanas y estamos en un piso como 8-10. La ciudad sigue moviéndose ahí abajo, mientras que nosotros paramos el tiempo con los éxitos de karaoke que tan bien conocen los divagantes, aunque la mayoría son de nuevo cuño, porque Mini manda más rato del deseable. Pero claro, esto del karaoke se hace por ella, no

Al salir caminamos a Roppongi Hills, otro complejo del arte, fashion y poderío, donde entramos en una tienda de Diesel con Mini (como siempre, no nos ponemos de acuerdo) y nos damos de bruces con la arania de bronce gigante de Bourgueois (Maman), que también estuvo (si no la misma, parecida) a la entrada de la Tate Modern hace un tiempo.

Nuestro siguiente destino en Shinjuku, el barrio del oeste donde está el hotel de "Lost in translation". Mi idea de Shinjuku antes de llegar es Blade Runner a la enésima potencia, la guía la describe como "el moderno corazón de Tokio". Modelno? Tras lo que hemos visto? Yo de verdad espero ver volar los taxis y si es posible encontrame con el joven Harrison Ford y decirle "olvida a Sean, seré tu replicante". Pero lo primero, hay que centrarse en llegar, o más bien SALIR de la estación de Shinjuku: en la guía ya comentan que si es un gran nudo de comunicaciones, conectando tres terminales de tren y múltiples metros, y que pasan por ella dos millones de personas al día. Tiene nada menos que 60 (SESENTA!) salidas, así que la guía sugiere "que dios os coja confesados", que es mi traducción libre al "cuando te encuentres perdido, sal a la superficie tan pronto como puedas y allí llora" (o busca nosequé rascacielos).

Evidentemente, nos perdemos: pasillos y pasillos y acabamos en una especie de autopista bajo tierra, con lo que por fin seguimos los consejos de la Rough. Una vez arriba nos hacemos unas fotos en una plaza redonda, porque ya es de noche y, aunque no hay coches voladores, divagantes eso es Blade Runner. Y ahora falta subir a uno de ellos, que se llama "Tokio Metropolitan Government BUilding", de nuevo un macro-complejo con dos torres gemelas, una de ella nuestra víctima (o nosotros la suya, que la risa va por barrios). Ascensorista y todo guiris, que al llegar arriba, deben sufrir nuestro mismo shock: primero las vistas son WOW, vale, pero, para llegar a los ventanales hay que pasar por... alguien recuerda el hangar del Volcán Aso, un "Mañico" japonés? Bien, aquí hay otro pero, parecía que no era posible, peor. Camisetas, Hello Kitties, muñecos, imanes: una parada de los monstruos del souvenir.

Salimos como podemos (esas visiones pasan factura luego, pesadillas y flashbacks) y vamos a dar una vuelta por este corasao tokiota, acabando en Omoide Yokocho ("el callejón de los recuerdos", nombre oficial, "el callejón del pis", nombre oficioso, de la época en la que no había baños) es como el Tubo de Vetusta, solo que mucho más estrecho,- para nosotros más exótico-, y lleno a los lados de restaurantes -pasillo llenos de gente, 7-9 personas máximo. Allí dentro están cocinando tras la barra, y el vapor del ramen se mezcla con el humo del tabaco con el sudor de los ejecutivos con la brisa de la calle, porque está todo abierto. Está bajo los arcos de las vías del tren (parece ser que es donde pasa todo en las grandes ciudades), y tal vez un horrible complejo de los que he hablado termine con él: sería una pena porque es un lugar atmosférico, lleno de farolillos y carácteres de esos de foto, a los que les robo alguna.

No recuerdo entrar a Shinjuku tan traumático como salir... solo se que estamos muy cansados y que llegamos a Akihabara tan derrotados que logro persuadir al Peda para comernos cualquier cosa en el apartamento. Pasamos por un nuevo super que descubrimos (también bajo los auspicios de los arcos del tren), y el Peda se compra sushi. Me siento mal de no haber ido a restaurantes de sushi (pescado crudo sobre arroz o enrollado en alga) y sashimi (pescado crudo sin más), porque simplemente no puedo con el pescado crudo (yuk). Lo sé, cómo eres así, Di? Lo soy: tomadme o dejadme, no comeré pescado crudo. Ni aves. Ni mejillones. Lo demás, mira. Nosotras pillamos lo que pensamos que es cerdo rebozado sobre arroz (katsu-don), pero al llegar a a casa... es p... pollo! Ceno yogur.  

06 abril 2016

Tokyo Disney: Socorro (J20)

06.04.16-Tokio Disney

 *Nota: como vengo diciendo, lo más fascinante de Japón son sus habitantes, así que en este divague, las fotos van a ser de gente, en lugar del castillo de la Bella Durmiente, que ya lo tenéis muy visto...

Todos los Disneyland deben ser más o menos parecidos en todo el mundo. El divagante que quiera una descripción detallada de nuestro paso por el de Anaheim, Los Angeles, puede seguir el enlace. Le dediqué dos divagues! Hoy más bien quiero dedicarle medio, porque necesito ya acabar esta serie de Japón y este es nuestro ante-penúltimo día.


Elegimos este miércoles porque parece que va a llover el jueves. Como es tradición, el día-disney empieza mal porque... no mola ponerse el despertador de vacaciones. Si en nuestra anterior disney-gesta entrábamos al parque a las 9 de la mañana y salíamos a la medianoche, esta vez nos personábamos en el parque a las 9:40 am y salíamos a las 21:30. Doce horas, doce, que una vez más casi acaban conmigo (fuimos derrotados antes que en California, lo sé, pero aquí el frío cuando cae la noche y las hordas tuvieron mucho que ver).




Las hordas. A esto hay que dedicarle un párrafo, porque si bien yo pensaba que Disney en California estaba petado, no había visto nada. Japón es, ante todo, gente. En una cantidad que palidecer a cualquier otra que yo haya visto antes. Y disneyland es una burrada. ya decían en la guía "espera filas" y sí, una esperaba filas... pero tanto?? El sistema fast-track que tienen (puedes coger tickets de entrada rápida asignada a una hora en algunas atracciones) se acaba ya a las 2... luego a partir de esa hora has de esperar toda la fila, o no subir en nada medianamente adrenalínico.




Por la mañana comenzamos por "Automóviles Torregrosa" (gracias, Marisa), lo que en Disney equivocadamente llaman "It's a small world", porque "es tradición" , como dice Mini. Aquí es donde empezamos, sin saber muy bien dónde nos metíamos en Los Angeles, y tenía ser aquí: se trata de unas barquitas que recorren los distintos continentes, con muñequitos vestidos de holandesas, sevillanas, e incluso salen Quijote y Sancho! La música se te pega irremediablemente para el resto del día: es tradición.




Como somos astutos, ya habíamos pillado Fast Track para "Space Mountain" (nuestra favorita, una montaña rusa en la oscuridad, donde no ves lo que viene, pero sientes que vuelas entre estrellitas). Como estamos en la higuera, al llegar nos informan que habíamos cogido para "Star Tours", un simulador de La Guerra de las Galaxias, en el que ya habíamos estado también en LA (aquí con nuevos perosnajes). Es tan logrado que hasta te mareas: y sí, me medio volví a marear.




Hay alguna atracción aquí que no estaba en LA, por ejemplo, la "casa encantada". Ni siquiera a mí me dio miedo, yo que en la Cueva del Terror de Vetusta , me metía bajo el brazo de mi padre y no salía hasta que terminaba. Pero cuentan que cada vez que íbamos quería volver a entrar, para no ver nada (mi pobre padre se la sabe entera). Pero es que la de Vetusta daba mucho horror porque estaba toda oscura y, de repente, zas! te salía un monstruo.


Lo mejor de este día en Disney (que, por cierto, el Peda que lleva las cuentas afirma que es el que más gastamos en comida-luego cuento) fue poder hacer infinidad de fotos a gente rara, en concreto chicas de aquellas otaku, lolitas, cosplay... de todas aquellas tribus extrañas. Las había por doquier, disfrutando a tope en ese mundo infantil. Lo peor fue la comida, como digo: por alguna razón teníamos mucha hambre y había, claro, filas para hacerte con lo que fuera. Para tres trozos de pizza esperamos un buen rato (ataques de hambre, no). Un pequeño trauma particular es que mucha gente se paseaba con unas patas de pollo gigantes y marrones, qué pollo: pavo!! Cuántos pavos fueron sacrificados ese día para alimentar a esa masa de japoneses en disney?! Ya habré dicho alguna vez que desde hará un año no como pájaros (tras un artículo en The Guardian) y que jamás he comido patas así, con el hueso. Bueno, pues, vi a un bebé! Le estaban dando de esa pata!!! No tengo palabras...


Tenemos, por fin, Fast Track para Space Mountain, pero hay que hacer tiempo y acabamos en unas canoas que recorren el río, y en teoría tenemos que remar. Os ahorraré los detalles. Luego la montaña rusa nocturna, en la que podríamos pasarnos todo el día, es una chulada. Tiramisús, Cocacola y patatas fritas, y entonces pasa la cabalgata, para la que la gente pilla sitio como con más de una hora de antelación. La música es pegadiza y me recuerda a la maid de la noche anterior.



De allí vamos a "Splash Mountain", el tronco ese que va por un río y acaba con una bajada desde lo alto prácticamente vertical. En LA subimos dos veces y nos encantó. Aquí llegamos y hay... dos horas y 20 minutos de espera. Yo, que siempre digo que no hago una cola para casi nada (fuera de este maldito parque temático, es obvio) digo que paso, pero Mini insiste. Y la realidad es que si no esperas allí, ahora que ya es la tarde y no hay Fasta Track de nada, tendrás que esperar en otra o irte a las atracciones infantiles aburridas. Las montañas rusas son ya territorio tomado. Yo fantaseo, sintiendo mucha pena de mí misma, con que ese tiempo es más que un vuelo Londinium-Vetusta, o que un tren entre las propias Vetustas, o que... pero entonces descubro que tengo mi móvil y que puedo dedicarme a divagar!!! Y eso hago (debería haber divagado en presente, sobre aquel día, en lugar de hacerlo hoy, más de un mes más allá).




Por fin llegamos y ... uuuuuu....aaaa.... finito. Como es el día del hambre (no sé qué me ha dado), me como una salchicha a la salida y nos vamos hacia Tomorrowland, donde hacemos una medio fila para una cosa desconocida en LA "Buzz Lighteyears Astro BLasters", un rollo de disparar con pistolitas de láser a simpáticos alienigenas (a la abuelika con pistolikas de agua). Oh, nueva cabalgata al salir! Es de noche y es la parade de luz y sonido. La luz es espectacular.




Ya estoy muy cansada, medio pido clemencia a Mini: déjanos ya ir a casa, Miniiiiii. Pero venga, Space Mountain, una vez más. En fin, me pongo la manta a la cabeza (en concreto las medias) y ale, vamos a chuparnos esta otra gran fila para la úl-ti-ma ride. Jugamos a cosas, divago, veo la vida pasar delante mía y por fin: se acaba.




Volvemos en metro a Akihabara, piltrafas humanas. Entramos a comer ramen y gyoza y arroz frito a un chiringuito frente a la estación. Nos suben arriba: jefe, pero usted ha visto nuestro estado? No se cómo trastabillamos a casa. Prueba conseguida. Mini: dos disneys en menos de dos años, espero que nos elijas una buena residencia de ancianos.

05 abril 2016

Palacio Imperial, Ginza, cafés de criadas, orejas de conejita (J19)

Tokio (05.04.16)

Cuando me desperté, la limpiadora y el novio trajeado del portátil abierto ya no estaban allí.


Había sido un sueño? Imágenes de la extraña pareja aireando cojines y rellenando fundas y decorando edredones precisamente en aquella estancia. El espejo gigante (que en realidad es un enorme armario empotrado enfrente de las camas) me devuelve una imagen donde no están ellos: solo yo con el antifaz en la frente y el pelo alborotado.


Tras la oscura extraña entrada en el apartamento de Akihabara, nos despertamos en una luminosa mañana tokiota. Toda una pared es una terraza, pero está llena de cajas de aires acondicionados y demás, no parece que haya "cultura de la terraza" aquí (vs. otras ciudades donde en un par de baldosas ya ponen una sillita con su mesa y maceta de lavanda). Tras desayunar salimos a horas intempestivas (mediodía) hacia el Palacio Imperial.


Se trata de una de esas visitas "magnificient" (según la Di grumpy) a las que van turistas: esto ya se intuye en el metro que va hacia allá, en concreto en la boca nos topamos con un grupo de catalanes que van con guía. Turistear por lugares magnificient con guía se me antoja lo más parecido a trabajar que hay, o incluso peor en esas partes disfrutables de algunos trabajos. En fin, si digo una vez más lo de la sakura, lo bonitos que estaban los cerezos en flor, alguien gritará y se quitará de divagante, así que lo ahorro. Afortunadamente no recuerdo demasiado de esta visita (ya ha pasado un mes), salvo pasear alrededor de un foso donde había cisnes, con una muralla de piedras encajadas impresionante, de cuya parte superior salían todo tipo de árboles, preferentemente abetos y cerezos (lo habéis adivinado, en flor). Ah y la explanada de gravilla donde Mini y su padre jugaban a "it" (pillar). Al fondo había grandes rascacielos cuboides (Mini está aprendiendo las figuras 3D) en hilera que me recordaba a Central Park (la gravilla sustituye al césped). Luego entramos en las dependencias del Palacio, que incluye un pequeño museo y enormes praderas y, en serio, mucha sakura.


Salir de allí cuesta lo suyo, es tan enorme que llegar hasta las calles de los rascacielos no es un paseíto sin más. Al entrar en zona-calles vemos a una modelo con todo su equipo de fotografía: para eso no solo hay que ser, hay que valer. Está enfrente de una tienda de Issey Miyaki con una bici y saludando falsamente a alguien lejano. Nos metemos en un gran almacén de la tecnología o lo que sea y compramos un adaptador (a buenas horas, hemos tirado con uno para los múltiples aparatos todo el viaje, cambiándolos a mitad de noche). A la salida, comemos en un lugar cerca de la estación: unas bolas blancas que llevan dentro algo de carne picada-lo blanco no lo sabría describir, una especie de pasta.


Caminamos hacia el centro de Ginza, que es el barrio así llamado "exclusivo", con todas las tiendas, el glamour y el poderío que uno asocia con Nueva York, LA.. y creo que ya. Londinium no tiene un equivalente a Ginza o a la Quinta Avenida: he contado en algún punto de esta serie que Londinium da la sensación de un pueblito al lado de Tokio? Entramos en una especie de centro comercial llamado "Tokyu Plaza Ginza" de lo más futurista, aunque los seguratas (no sé cómo llamarlos, son los que te dan reverencias, van vestidos como si fueran mecánicos: este país me fascina). Subimos hasta su tejado, donde hay un restaurante y un bar, y un jardín vertical, y el arbolito con sakura. Las vistas son la pasada. Al lado del restaurante hay una piscina alargada que no cubre, de decoración (debe dar paz). Sillas y mesas de madera, y esta terraza ya tenía todos los puntos para gustarme por su nombre: Kiriko Terrace. Kiriko! El gallo Kiriko!: ese ser mítico de mi infancia.


A ver, para gustarme por lo de mítico, pero reconozcamos que el Gallo Kiriko es un ente negativo. Muy negativo y mucho negativo. Incluso negatifo. Cuando era pequeña, no sé bien si la Yaya o mi madre, o las dos, un día invocaron al Gallo Kiriko, con el método altamente pedagógico de "si no comes esto, vendrá el Gallo Kiriko y te picará". Lo sé, divagantes: pero es demasiado tarde para llamar a Servicios Sociales, esas mujeres quedaron impunes, y aún hay gente que me pregunta si mi aversión por los pájaros viene de a peli de Hitchcock, cuando solo está el Gallo Kiriko para culpar. Y una imagen antes de terminar este párrafo-flashback: en los primeros años, tengo el recuerdo de la Yaya dándonos de comer en las escaleras que bajaban al jardín (luego vino Fashion que tenía que dar una vuelta al jardín con su tequeleta entre bocado y bocado: mala comedora). Y por Tutatis que tengo la memoria del Gallo Kiriko, con las plumas de su cola todas de colores y bien erguidas, paseándose por el tejado del cobertizo del fondo del jardín. Con estos ojitos.

En fin, que salimos de la terraza Kiriko y seguimos paseando por Ginza donde hay tiendas de dulces preciosistas, cruces con pasos de cebra transversales (como vimos en Shibuya o en Oxford Circus), tiendas que son edificios de marcas que nunca podremos comprarnos: cubos blancos, o de cuadros, o lo que sea, vendiendo pretendido lujo para unos pocos: la globalización debe ser eso, a todos los ricos les gusta lo mismo. Derrengados paramos en un Starbucks: la parte de arriba es enorme pero está petada. Conseguimos una mesa alta (por qué? pongan todo sofás y déjense de mesas de pájaros: eso solo sería aceptable en la Terraza Kiriko), y a nuestro lado hay un David G (uno que dibuja en un cuaderno, encontrando en el grupo su inspiración). No hay que perderse a la salida uno de los teatros clásicos famosos, pero al llegar ya están cerrando. Y es que ha caído la noche.


Ginza se vuelve aún más Blade Runner, y Londinium aún más una capital de provincias (Vetusta ni entro) de noche, cuando se encienden las luces y es como una perpetua navidad. Paseamos por las calles, y nos encontramos con un edificio de madera, como retorcido, muy chulo. Pese a la cantidad de rascacielos, no me he encontrado con arquitectura moderna de la de ohhh-ahhh, pero este podría ser un ejemplo. Sin embargo, un colega que ha estado afirmó que ha visto arquitectura de impresión y que la gente envejece muy bien: empiezo a sospechar que hemos visitado distinto país.


Terminamos en una de esas tiendas de juguetes que hacen las delicias de Mini. Plantas y más plantas temáticas: hay una con animales de peluches tan logrados que está, si no el Gallo Kiriko, sí una prima gallina muy lograda. Mini me persigue con ella y parece estar pasando un buen rato. Rata. Hay unos sellos (recordemos, Japón y sus sellos), con nombres de fama mundial. Por supuesto Mini y Peda no están, pero encuentran Di, que astutamente guardan para mi cumpleaños. Así que ahora puedo ya tatuar a sello mis libros, en japo. La última planta tiene un excalestric gigantesco: por un módico precio te alquilan un coche y puedes competir con... tres señores de unos 55 trajeados, alguno hasta con máscara. Alguien recuerda a Sigue y Take, los ejecutivos borrachos de Fukukoa? Bien, pues hay algunos que se vienen a competir con niñas de 7 años al excalestric al final de una dura jornada laboral.


Sobre las 8 pm y agotados nos vamos hacia Akihabara, nuestro barrio, que aparte de por las tiendas de tecnología es famoso por los "Maids cafés". Quienes son las "maids"? Japón y sus múltiples tribus, de las que ya hemos hablado (Lolitas, romantic, etc) ha generado a estas "maids", que son unas chicas que aspiran a ir vestidas de criadas antiguas, aquellas que iban de negro con el delantal , la cofia, y los ribetes de puntillas, todo blanco. Yo creo que en alguna casa impresentable del barrio de Salamanca aún deben existir. En Akihabara el disfraz está adaptado a gustos del raruno moderno: la falda es muy corta y con canesú, llevan calcetines largos hasta por encima de las rodillas y en la cabeza... lucen unas orejitas de conejita. Sí, como suena. El caso es que llegamos al barrio y decidimos meternos en uno de estos cafés, más que nada por mi espíritu routier y dedicación vital a este blog. Hay que pagar una cantidad por hora (no demasiado) y te puedes tomar lo que quieras, pero algo ha de ser y, aunque ofertan desde cerdo rebozado hasta ramen, la mayor parte de la gente toma una copa de helado o un pancake.



Pero antes de eso: hay una maid en la calle captando al personal, te sube en un ascensor, y ya sales en un cuarto no muy grande, donde hay sitio como para 20-30 personas máximo. Hay una bola de discoteque, un mini-escenario y un bar. La fauna es clara: turistas que se miran unos a otros alucinados, y un par o tres de tíos solos en sus mesas, mirando, muy serios, todos con sus orejitas de conejo. Porque las maids son todo monería e infantilismo, hablan con voz de pito, y te dan las orejas según entras. Una vez allí, o te metes en su enloquecido ambiente, o apaga y vámonos. Cuando te traen el helado hay que decir con ellas "cute-cute-delicious!" (mono mono delicioso!) y hacer la forma del corazón palpitante con tus manitas. Ellas te decoran el helado o pancake con más sirope ultradulce y tú permaneces en estado de perpetua perplejidad, especialmente enfocada en los dos o tres fulanos que se han ido allí solos a disfrutar del espectáculo. A ver, venimos de un antro donde ejecutivos juegan al excalestric con máscaras: nada nos debería extrañar. En un punto sale una de ellas al escenario y baila una canción increíblemente moñas (podría ser las que canta Micky Mouse en la cabalgata de Disney-watch this space), así como dando saltitos y moviendo los puños cerrados alrededor de la cabeza. Todos aplaudimos con nuestras orejitas y la que está verdaderamente en su salsa es Mini (junto con los 2-3 rarunos). Nos hacemos una foto con la maid que, en un punto a media conversación se le olvida poner el falsete y le sale una voz como de Manolo, pero vuelve sin dificultad al falsete cuando ve que las orejitas de Mini se empinan, como haría un buen perrito confundido.


A la hora de reloj somos escupidos a la noche de luz y sonido que es, no las galas de verano de Tele5, sino Akihabara. Y las noches se me mezclan ya en una y no recuerdo si esta es aquella en que decidimos poner freno a la bollería industrial de desayuno, y compramos para hacer tostadas. Y si es la del comprometido incidente en el Starbucks local: de eso mejor no quiero acordarme....

04 abril 2016

Vuelta a Tokio. Campania adopción de esos limpiadores (J18)

04.04.16-Tokyo

Nos despertamos en la habitación-cama del hotel Excel, donde nos tomamos nuestros tés. A la salida, en el masivo hall (compensan por lo que falta en las habitaciones) logramos imprimir las entradas de Disney porque... sí, como lo habéis leído, nuestros últimos cuatro días en Tokyo incluye uno en el parque.


Volvemos de paseo hacia la estación de Hakata, ya nuestra segunda casa. El río de Fukuoka está espectacular, con todo el sakura estallando y los tulipanes a los lados. En Hakata nos dividimos en dos grupos logísticos: uno, liderado por el Peda, se va a Starbucks a coger tés para llevar y dos, liderado por Mini (ehem, por mí) que nos hacemos con unas pinzas y una bandeja y seleccionamos lo que va a ser nuestra (saludable) alimentación para el día de viaje en tren que nos espera. Nos hacemos con una variedad entre salado y dulce: una bomba en todo caso.


Es el viaje de tren más largo que vamos a hacer, y estamos insalivando: lectura, blog, más lectura, mirar por la ventana, tal vez interaccionar con algún pasajero, explorar... Cuando planeamos el viaje sopesamos volar, pero al final optamos por darnos "la paliza" (el gusto) de ir en Shinkansen, aunque perdiéramos gran parte del día. Fue un acierto porque, como siempre, no se hizo nada largo: a las 12:08 partíamos hacia Shin-Osaka (2 horas y media), donde teníamos 30 minutos para cambiar de tren, y luego otras tres horas hasta Tokio, donde llegamos a las 18:30. Volando, metafóricamente. No nos dió tiempo para hacer todo lo que queríamos (o no estaría yo escribiendo esto un mes más tarde), pero sí para comernos toda la bollería industrial que traíamos de Hakata.

Estación de Tokio, y es plena hora punta: cambiar de trenes y hoy se nos acaba también el Japan Rail Pass, con el que hemos viajado dos semanas. Como Tokio está surcada por trenes (además de por metro), si viajas en el sistema trenes puedes aún usar el Rail Pass, que es lo que hacemos, y en tren llegamos hasta nuestro nuevo barrio: Akihabara.


Para las últimas cinco noches en Tokio decidimos "splash out", lo que viene siendo en castellano soltarnos el pelo. Los alojamientos que habíamos usado estaban, el divagante que ha leído lo sabe, basntante bien, pero este tenía ese extra chic.... más que nada porque había poca cosa para esos días, y lo más barato daba bastante pena. Nuestro alojador (airbnb) nos contactó un día a mitad de viaje diciendo que había tenido un porblema con los inquilinos del piso que ibamos alquilar (en otra zona, Roppongi Hills) y que no podríamos usarlo. Pánico. Pero que tenía otros dos pisos y que ya nos diría. Por fin un día nos escribió para ver si nos importaba esta otra zona y no, venga, casi pilla mejor porque está más al noroeste, más de camino hacia el aerpuerto de Narita.

Akihabara es la zona de la tecnología (si es que eso se puede decir de Tokio, donde todos los múltiples "centros", articulados alrededor de estaciones de tren/metro, son todos flash y fosforito) , donde hay muchas tiendas de ídem. Al llegar a la estación, nos encontramos con la ciudad que nunca duerme de nuevo. Konnichiwa Tokio.


Seguimos las instrucciones, y a 5 minutos, dejando el bullicio de los restaurantes en la calle de la estación, encontramos por fin nuestro edificio. Pinta bien, moderno, y en el buzón, tras meter el código, encontramos la llave. Estamos en el piso 8, y al entrar: WOW, qué chulada de piso. Grande, para los estándarares jaoneses, con todo decorado a la última, espejos, cojines... lujo asiático. Aún estábamos ohhh, ahhh, mira esto, cuando descubrimos dos camas sin hacer (una en un cuartito pequenio y una d elas dos grandes que están en el salón: hay un curioso sistema de puertas correderas que separan estancias, y auqnue parezca raro un salón con camas, en Japón esto no llama ya la atención). Vamos al banio y hay una toalla usada, y entonces nos damos cuenta que no han limpiado el piso. Parece una tontería, ahora mirado así de lejos, pero en ese momento nos da un medio bajón: es una sensación rara, como de estar entrando en la intimidad de alguien. No sé, extranio.


Como hay wifi portátil ya puedo contactar inmediatamente al duenio, que se muestra muy disgustado y que culpa a la compania de limpieza. Al poco rato aparece una chica que tiene, la pobre, la sumisión y la reverencia japonesa elevada a la enésima potencia en lo espeso de la sangre, y se disculpa muy sonriente ad nauseaum. Es imposible enfadarse con ella, quién sabe quién no ha mandado a quién a limpiar, o incluso si se ha liado ella misma. Nos vamos dejándola alli, con la llave, craso error.


Nos vamos a cenar, mientras tanto a un "Co Co Curry": se trata de una cadena de restaurantes indios que según el Peda recomienda la guía, claro que otro día acabamos en un "Go Go Curry", a saber cual es la orginal. Aquí dan un cerdo rebozado con arroz y salsa curry. Son las 23:00, el sitio está a rebosar e incluso a Mini le gusta el curry. Todo muy rico y, tras pasar por el Seven Eleven a por leche para el desayuno, volvemos al piso, que esperamos esté ya limpio.


Al llegar imaginamos que ya ha terminado pero... oh destino! No hay llave en el buzón. Llamamos y nadie abre. Cómo, por Tutatis, hemos sido tan bobos de dejarle las llaves a esa chica sonriente reverenciante que seguro tiene la cabeza de chorlito? Pensamos lo peor: se la ha llevado con ella, vive en unas afueras muy lejanas, y nosotros allí, con una ninia a medianoche en Tokio. Llega un vecino y nos colamos con él dentro del edificio: el vecino no hace preguntas. Nos sentamos en las escaleras y escribo al duenio, que debe estar llorando en su casa cuando el móvil de hace ping con emails míos.


Que enseguida me llama. Que la chica está en la lavandería. Que (reverencia por teléfono), siente mucho que se haya llevado la llave. Que va a cambiar de compania de limpieza. Esperamos un rato más y por fin aparece la chica, cargada de bultos, y con un tipo. Se trata de un japonés trajeado, con un portátil abierto, y que hace aún más reverencias que ella. Los dos parecen movidos por un motor: y venga a hacer reverencias y lo sienten, y él con el portátil y todo en las manos revenrenciando. No nos echamos a reir porque sería rudo, pero son una pareja cómica: hiperactivos, y hablan a la vez algo como si fuera "mi mi mi mi mi", y sonrisa, y reverencia... y en estas que se ponen a cambiar las sábanas (que traían de la lavandería), y a terminar de arreglarlo todo, y los miramos así como con la cabecita ladeada y mi conclusión es que son super-sweet. Entre pitos y flautas, nos dormimos a las 2 am.


Mi siguiente pling para el duenio es un email en el que insisto en que no cambie de compania: esta gente han hecho un trabajo de limpieza espectacular, pobrecitos, no los eche. El duenio debe pensar qué mocas les ha picado, pero solo dice que gracias, pero insiste que un "representante de la compania" vendrá personalmente a ofrecer sus disculpas. No hace falta, en serio: pero estamos en Japón.