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30 diciembre 2024

"Esto es ridículo", una frase para casi todo últimamente [Ya lo dijo Vivian Gornick en "Apegos feroces"].

"Fierce attachments" ("Apegos feroces")
de Vivian Gornick es uno de esos libros que tiene todos los ingredientes para que me guste [autora judía neoyorquina, verbosa y feminista]. Sin embargo, me ha costado empezarlo: lo he tenido en casa tal vez un año, hasta me lo llevé de paseo a Vietnam (allí lo leyó el Peda, a mí no me dio tiempo) y al final, este mes de diciembre fue su San Martín. La principal razón de mi gato-y-ratón con este libro ha sido una de las palabras de su título: "attachments" (apegos). Este sustantivo me hace martillar el revólver al leerlo o escucharlo porque se suele usar mal: cuando lo constato, con dificultad contengo la urgencia de disparar. En estas memorias (porque este es el subtítulo de la novela, "a memoir"), "apego" está mal usada, por supuesto, pero por lo menos no la repite demasiadas veces, en contra de lo que yo predecía. Y en compensación, la otra palabra del título, "fierce" (feroz) es un adjetivo que me encanta: me lleva a la infancia (¿quién teme al lobo feroz?), a atroz (otra palabra que mola) y a Trasmoz (un pueblo con brujas, qué más se puede pedir a un pueblo?).

Este libro fue publicado en 1987, antes de que se usara el término “autoficción” para indicar despectivamente “algo que ha escrito una mujer tomando elementos biográficos” (como si no escribiéramos tod@s desde la biografía). Podría haber escrito más sobre política, Nueva York o el proceso de escritura, pero Gornick se centra en el tema “relaciones”. Divertida, feminista, socialista, a reventar de ideas… a ver si lo consigo explicar.

La madre
Cómo no, su madre es la típica mamma judía con todos sus estereotipos. Empecemos con el chiste clásico: qué le dice una madre católica y una judía a su hijo tarambana? La católica: "si haces X, te mato". La judía: "si haces X, me mato". En psiquiatría hasta hace poco se trabajaba mucho el concepto de "Alta Emoción Expresada" (High Expressed Emotions) como, si no causante, sí factor relevante para el desarrollo de enfermedades mentales severas como la esquizofrenia. Supongo que para los pobres anglosajones todas las familias de origen cultural católico o judío seríamos "alta emoción expresada", pero no por ello tenemos más incidencia de psicosis -aunque el concepto de judío neurótico nos lo ha machacado Woody Allen durante décadas. En fin, que la madre de Gornick es la sede de la Alta Emoción Expresada.


Y es un personaje de esos para hacer libro fórum: el Peda opinó que "es malísima" pero yo a ratos me reía con ella (el libro tiene bastante humor, ese factor tan bienvenido en la literatura). "Huérfana! ay, Dios, eres huérfana!", gritaba a intervalos regulares en el velatorio de su marido señalando a su hija, en el que la madre adoptó siempre el papel central. O cuando le intentan vender otra religión por la calle: "Joven: soy judía y socialista, creo que eso es ya suficiente para una vida, ¿no?"

Cuando habla con su hermana, la conversación es "agresión entretenida de observar". Con extraños puede ser seductora y encantadora de serpientes cuando quiere, pero este encanto es "peligroso y del que no se puede confiar". Es narcisista de alto nivel, y sin ningún tipo de auto-conocimiento: "¿haces esto para ponerme triste?" (no, mamá, el mundo no gira alrededor de ti, lo hago porque quiero).

Lo que hace cuando se queda viuda a los 50 también habla mucho de ella: toma la decisión activa de no recuperarse nunca de esa pérdida -simplemente, no le da la gana. Gornick se maravilla de que "nunca se cansase, inquietase o aburriese de esa seriedad" y pienso que es lo contrario de lo de un personaje de Isabel Allende que "no tenía paciencia para la tristeza". Siempre recuerdo esta frase leída hace 30 anios porque creo que te cae la lotería si eres así [algún beneficio tenía que tener la impaciencia]. Y no creo que esto implique que hayas querido menos que alguien que se mete en ese exceso performativo: la madre de Gornick llega a casa y se echa en el sofá con las luces apagadas, adopta una nueva manera de estar en el mundo tras ese evento. Y si alguna vez alguien le sugería que su actitud resultaba opresiva a los demás, se sorprendía: hay una metáfora fantástica cuando la madre abraza a la autora demasiado fuerte contra su pecho y Gornick dice: "tenía problemas para respirar, pero ahí estaba segura".


Eso sí, tiene claro que su hija va a tener educación, y cuando alguien le pregunta qué cree que va a sacar en claro su hija de ir a la universidad afirma "no lo sé, es lista y se merece una educación. Esto es América. Las chicas no son vacas en el campo esperando emparejarse con un toro". Claro que a cualquier pico le sigue su valle: cuando la autora vuelve de clase hablando con la jerga de los estudiantes de literatura, su madre no la entiende: "Habla inglés en esta casa!". Gornick queda estupefacta, porque no era tan complicado: todo lo que tenía que hacer su madre es "adorar en lo que yo me estaba convirtiendo, pero ahí estaba ella: rechazándolo".

Para mí la anécdota que mejor resume su narcisismo y egocentrismo es esta: Gornick da una charla ante una gran audiencia entre la que está su madre que es un éxito. Al día siguiente, cuando ve a su madre por primera vez tras el evento, Gornick la mira llena de expectación, esperando oír lo bien que estuvo en la charla pero su madre abre la boca, toda ilusionada y suelta: "¿Sabes con quién soñé anoche? Con Fulanita!" y comienza un largo monólogo sobre Fulanita en el que Gornick ya directamente disocia y supongo ve pasar su vida por delante. Esta divergencia de prioridades nos ha pasado a tod@s, en distinto grado y con distintos temas, algunos menores. Pero si cuando un libro te toca muchísimo y el recomendado te dice "meh, sin más", y ya casi físicamente te duele, no digamos en temas más personales, y venidos de tu propia madre.



Ah, y cómo no: su madre también destroza los libros que ella le recomienda. El patrón es siempre comenzar con un "escucha...", al que sigue un "¿Qué me puede enseñar este autor que yo no sepa? Nada". Gornick psicoanaliza el proceso y concluye que cuando su madre no entiende algo siente miedo y lo refleja siendo hipercrítica y desdeñosa.

Psicoanálisis y otras malas hierbas
Una bonita interpretación la de arriba, a saber si cierta. Para escribir no necesitas ser psiquiatra, ni siquiera psicólog@ [aunque con Franzen a veces me pregunto si ha hecho un curso de ccc], pero necesitas tener un mínimo de nociones sobre el alma humana, que Gornick desde luego tiene. Además, como buena persona dedicada a las “liberal arts” en Nueva York, Gornick ha estado en psicoanálisis (de ahí ha cogido prestado el concepto innombrable del título) y hace bastantes interpretaciones que se nota que vienen de ahí. 

Pero una cosa es una interpretación psicoanalítica sacada de tu kipá, y otra un concepto estudiado por la neurosicología. Por ejemplo, en un momento describe que de repente, se siente increíblemente triste (usa "miserable, desolated, defeated, speechless", todas en una misma frase-y decir que se queda sin palabras alguien con tantas como ella, es decir mucho). Esto que está describiendo es un NAT (Negative Automatic Thought o Pensamiento Negativo Automático). Los NAT son pensamientos que pasan rápido por nuestra mente, instigados por elementos que no nos damos ni cuenta, pero que te dejan con una sensación negativa. En terapia, te ayudan a intentar desentrañarlos, pero si tienes un mínimo de introspección sobre ti misma, lo puedes hacer tú. A mí es un concepto que me resulta muy útil y lo uso cuando Mini me dice que de repente está triste y no sabe por qué... entonces hacemos de investigadoras para ver qué ha pasado en el último rato que ha podido activar un NAT. El NAT es un concepto que viene de neuropsicología, una disciplina seria que nada tiene que ver con esoterismos como el psicoanálisis, pero entiendo que la población general se líe.  


Gornick según Gornick
Con la personalidad de Gornick me resulta a ratos muy fácil identificarme: ella no sueña "con amor o con dinero, sino con ella misma dando charlas elocuentes que llevarían a diez mil personas a sentir sus vidas, y a actuar". Aborrece cocinar: "no podía asumir su valor social" [creo que cocinar y comer está sobrevalorado - "dijo ella enmedio de Navidades"]. Y aprecia ir bien vestida, pero no soporta comprar y siempre lleva la misma ropa, en contraste con otras mujeres que planean lo que lucen- coincidimos también en ese tema.

Su expresión más habitual es "¡Eso es ridículo!", aplicable a casi todo [la entiendo: yo ya he tenido mi oportunidad de esoesridículo esta misma mañana leyendo un artículo de un "tren de lujo de Donosti a Santiago que dura 7 días comiendo tipo Michelín al módico 18.500 euros por pareja"-si vas sola, 16.000]. Necesito esa camiseta ya: “ESTO ES RIDÍCULO”.


Relaciones amorosas
Gornick tiene un ensayo titulado "El fin de la novela de amor" que leeré, y habla mucho de amor y sexo en estas memorias. El Amor con mayúsculas parece hacer sido el motto de la vida de su madre, que aunque "no odiaba el sexo, parecía que simplemente lo soportaba", como muchas mujeres de esa generación.

A los 16, la virginidad de la autora "estaba bajo cerco", o sitiada, ella en las trincheras. Al poco tiempo de casarse con un pintor, se da cuenta de que él era un ser sin palabras (qué sorpresa en un artista visual), mientras que a ella le sobran - para criticar, analizar, diseccionar. Ella adora la claridad de pensamiento y él, la revelación mística: ¿qué podía ir mal? Su madre no había aprobado que se casara con un "goy" (no judío): me parto cuando Gornick le dice: "pero mamá, no éramos comunistas?". Describe muy bien el proceso degenerativo de la relación, desde la "horrible amabilidad" (quién no dice más por favor y gracias cuando está enfadado?) hasta la "consideración forzosa". Y la mejor reflexión: lo que les mantuvo juntos más tiempo es que, lo que era en realidad "tensión", ellos lo llamaban "intensidad" [ah, la importancia de la narrativa, la historia que nos contamos a nosotros mism@s de lo que sea].

También describe otras dos relaciones intensas que tuvo con un par de tipos muy diferentes: uno se enloquece con la religión del psicoanálisis y me he reído porque durante unos párrafos he estado preguntándome si estaba psicótico o era solo jerga psicoanalítica. El psicoanálisis se convirtió en "el gran drama de su vida. Absorbió su lenguaje y sus verdades como leía Gran Literatura: se hizo sabio, pero al vacío". El otro era un sindicalista con el que, si no fuera por el pequeño detalle de que estaba casado, hubiera tenido una relación muy chula: "él nunca dejaba de llevarle la vida a la puerta de su casa" ("he never stopped delivering life to me, for me, at me"). Ah y olvidé el otro nimio detalle o nube en la relación: el sindicalista le entra a una amiga de Gornick y cuando ella le confronta el tipo sale con que el amor "es una relación adversaria. No hay amistad en el amor". Gornick se revuelve, "si el amor es solo apego romántico, que se joda", para llegar a la conclusión de que era inevitable que, al final, ella se convirtiese en la mujer engañada también.

Total que los hombres estaban "asustados de una mujer como ella". Ella buscaba hombres con “la combinación de vulnerabilidad y fuerza adecuada para poder generar aquello de la tensión sexual”. Resumiendo, un fracaso: “si eran listos, su apariencia era rara, si eran viriles, eran estúpidos”. Más introspección: si un hombre era "bajo o tonto o sin educación o extranjero, me sentía lo suficientemente superior como para arriesgarme a la ternura". Con potenciales parejas que crees tu inferior, tienes la libertad de mostrarte más como eres y de cometer errores. Es fascinante lo del balance de poderes en las parejas.



New York, NewYork
Ya he comentado que claro que el libro es Nueva York, pero podría haberlo sido mucho más. Gornick-niña va en bici por el Bronx Park East, o de adolescente se sienta en el borde de la ventana, con sus pies colgando en la escalera de incendios. El tráfico, el ruido, la urgencia de Delancey Street. Enfrentarse al "outpouring of lovely human bustle at noon, a density of human appetites and absorptions" en Lexington Avenue. Todas estas imágenes me han traído a la Nueva York de las pelis con el Rhapsody in Blue de George Gershwin del comienzo de "Manhattan" de Woody Allen y el puente de Williamsburg de fondo y me han puesto aún más expectante en el cuenta-atrás del super-regalo de Mini este año. En 46 días estaremos paseando por La Gran Manzana, y prometo buscar algunos de los lugares vibrantes, urgentes, confusos, llenos de palabras e ideas que son y que describe Gornick. Si me la encuentro le diré que no ha usado bien el concepto "apego" pero que, por favor, siga siendo tan feroz.

Lean “Apegos feroces”, no lo dejen tanto tiempo como yo.

25 febrero 2021

"The Falconer" de Dana Czapnic: En Nueva York, las estrellas se ven en el planetario

The Falconer
 "The Falconer" es una estatua en Central Park que yo no conocía. Tal vez, divagante, si has visitado La Gran Manzana o te has fijado en las películas, te suena la de Alicia (en el País de las Maravillas), pero como a mí, no la de este chico haciendo volar un halcón, todo fuerza y poder. Un chico haciendo algo, vs. Alicia o cualquier otra chica representada en pintura o estatua, en una actitud pasiva: estando simplemente- con suerte, vestida. O con cara de piedra siendo la Justicia o la Libertad o cualquier otro valor noble, con la teta fuera. Lucy Adler, la protagonista de esta novela, que se titula como la estatua, "The Falconer" (ópera prima de Dana Czapnic, 2019) cree que los niños y los chicos se lo pasan mucho mejor que las niñas y las chicas, y por ello se identifica con la estatua del chaval del mayor parque de su ciudad. Ella también quiere hacer, no simplemente estar. 

Han descrito a esta novela como "El guardián entre el centeno de los 90", si Holden Caufield fuera una chica de 17, medio judía, medio italiana. Esto es refrescante, porque una de las críticas al clásico de la novela de formación ("Bildungsroman", "coming of age") de Salinger ha sido que Holden es tan WASP que lo aleja de todos los que no lo somos. Para mí fue una novela maravillosa cuando la leí en el Pleistoceno, aunque tal vez las mujeres nos hemos acostumbrado a leer a hombres blancos -wasp o no- como si fueran el patrón oro, y nos adaptamos. A ellos sin embargo no les pasa lo mismo: tengo amigos, en principio no sospechosos de cavernícolas,  que hablan de "literatura de mujeres" sin rubor (gente que lee, imaginen). Pero esto ocurre hasta en las mejores familias y en las mismas librerías neoyorquinas, nos cuenta Lucy, la prota: tras buscar sin éxito a  Simone de Beauvoir en la sección "Filosofía", es re-dirigida a "Estudios femeninos" por el asistente. Nota a mí misma: otro clásico de la novela de formación en Nueva York, esta vez de chica (yupi),  es "Un árbol crece en Brooklyn" (Betty Smith, 1943), que yo no he leído. Mea culpa, o culpa del patriarcado? 

Lucy Adler y yo tenemos algunas cosas en común, para qué negarlo. Las dos éramos adolescentes (ehem, jóvenes) en los 90, esa época (maravillosa) sin aparatos en la que te ibas de casa y a saber dónde parabas (pensaban tus padres). Las dos jugábamos al baloncesto, claro que ella mucho mejor que yo, por algo considera que "la defensa en zona es para pusilánimes" (que es precisamente la que nosotras solíamos hacer-cómo olvidar aquel partido en el que nos enfrentamos a unas máquinas que nos turraron a individual y no hubo nada que hacer: ahí aprendí la diferencia entre "querer ganar y querer machacar"). Ambas consideramos que la mayor parte de la gente es idiota (aunque desaconsejo ser explícita con esto, divagante, la cara de una conocida fue un poema cuando solté una versión de "no confío en algo que tanta gente dice que les encanta. Ese es mi problema con Jesucristo y Hollywood. La mayor parte de la humanidad tiene muy mal gusto. No me fío de su opinión en dioses o en pelis"). Ninguna nos hemos hecho una manicura en la vida. Las dos teníamos inmensa curiosidad y aunque no he podido quedarme joven eternamente-por algo no soy un personaje de novela-, lo que sí he podido es "estar para siempre abierta a maravillarme con las cosas". Ambas empezábamos a rebelarnos contra las injusticias, por ejemplo ser chica en un mundo donde se conocen a los Salinger pero no a las Smith.

También hay cosas que no compartimos, la primera y más obvia es una adolescencia en Nueva York. La novela comienza en una cancha de baloncesto pública y es tan Nueva York como "Taxi Driver", "Manhattan" o "King Kong"- curioso leerla justo después de "La edad de la inocencia" (la Nueva York de Wharton y la de los 90 no son dos planetas aparte, están directamente en diferente dimensión) y del documental de Fran Lebowitz "Pretend it's a city", sobre la ciudad. Leyéndola me he paseado de nuevo por sus calles mirando hacia arriba, me he sentado en uno de esos restaurantes con mesas de formica, y he intentado un tiro de tres puntos en una de esas canchas con olor a cannabis. Claro que no en todo pierde Vetusta: en Nueva York hay que ir al planetario a ver las estrellas, porque ni rastro en el cielo saturado de luz y contaminación; por lo menos en mi infancia me harté de ver estrellas de verdad. Y así describe Czapnic Times Square a esas horas en que todo el pescado está vendido-me pregunto cual sería el equivalente en Vetusta y se me ocurren un par de sitios llenos de nadies donde una pertenece tras esas noches de naufragio:

"The adrenaline soaked desperation that usually fills the atmosphere is replaced by the last morsels of despair, the globules of oil you find lining the bottom of a Chinese take-out box. A place full of nothings. After my wreck of a night, I belong here"

Pero empecemos (no fear, divagantes, que no voy a contar la historia). Lo que sigue es una amalgama de "temas" -no los que los críticos literarios que saben de lo que hablan pondrán en su lista-,  los que me han tocado a mí, en este momento vital: con todo lo que compartí o me separó de la prota, y teniendo una hija que si no tiene 17 los tendrá en cinco minutos, y eso cambia aún más la perspectiva (dicen que los que tenemos hijas nos hacemos más feminista-yo no sé si eso era posible, pero hey). Primero,  Lucy ha perdido el poco "capital social" que tenía cuando expulsan a su mejor amigo del cole privado al que van, y se queda colgada un tiempo. Porque Lucy no encaja en lo que la gente espera: no es una Barbie, sino una chica alta que mira al suelo cuando anda ("el suelo, mi amigo") o que se esconde detrás de una cámara ("la cámara puede ser un escudo o una capa que te hace invisible") y que, sinceramente, si fuera lesbiana ayudaría mucho al resto, porque por fin podría ser metida en una de sus taxonomías. "Porque es mucho más fácil cuando una encaja en la categoría de niñita agradable buenachica guarra chicazo  femenina lista despistada-en lugar de ser una persona entera metida en conversaciones constantes, a  veces discusiones, a veces guerra a veces paz con todas las fracciones de ella misma. Tengo que vivir en un mundo donde el ser humano entero que soy hará a otra gente sentirse incómoda y encontrar una manera de que no me importe".  Pero no pasa nada, "no todas nacemos sabiendo quienes somos", le dice un personaje a otro, "si tu madre es Gloria Steinem, no habrás crecido con Barbies". Las demás nos lo habremos tenido que currar solas, y no deberíamos culpar a las que quisieron ser princesas demasiado tiempo. Hasta que les llega el momento "ahá"- "esos momento en el que el realismo sustituye al romance", cuya aparición no puedes predecir y que tal vez son limitados. Piensa en hoy, 25 Febrero de 2021: ¿cuántos momentos "ahá" te quedan en la vida? 

Lucy va a un cole privado por todo el sacrificio de sus padres, que son inmigrantes de segunda generación, y han conseguido buenos trabajos gracias a la educación, pero sus abuelos eran clase trabajadora. En ese cole se mezcla con los hijos de la gente con mucha pasta, y se da cuenta del efecto venenoso de tener demasiado dinero, de que el dinero tiene su propia religión. La desigualdad le explota en la cara en un partido de basket entre su cole (el privilegio) y un colegio público (de esos que tienen detector de metal en las puertas): ese partido es en sí mismo una crítica social impresionante. En su cole hay también gente con beca como su mejor amiga Alexis, latina, hija de madre soltera, y que quiere escribir, pero que acaba estudiando medicina, algo práctico para los pobres que se quieren subir en la escalera social. Solo los ricos se pueden permitir vivir del arte o la literatura.  "Cada cínico es un soñador decepcionado".

Pero Lucy tiene una prima pintora de las que tienen que currar llamada Violet, que comparte loft con otra, Max. Violet tiene la habilidad artística y Max tiene las ideas. Cada una tiene lo que a la otra le falta, pero en este mundo, lo que cuentan son las ideas. "El arte de Max no cuenta una historia, es todo "statement" (declaración, afirmación, eso). Es todo político. Es un atajo a la raíz del problema, como escribir un manifiesto de 50 páginas en lugar de Guerra & Paz. Venderá bien por su sensibilidad pop, y por su mensaje, limpio y claro y cabreado". Venderá: cómo olvidar al atracador Hirst y sus secuaces. O a la misma Lebowitz comentando una subasta en Christie's: la gente aplaude cuando alguien compra el Picasso, cuando se da un martillazo con un precio, en lugar de cuando el Picasso entra en la habitación. Y así todo.


Dana Czapnic by S. Rosokoff: Olé tú Dana!
 Las artistas Violet y Max son tal vez la voz de Czapnic: "El príncipe encantador era un necrófilo y tenía un fetichismo con los pies" (ahí va eso, Disney!) o "Mira, lo mejor que puedes esperar de la vida es terminar en un trabajo con seguro médico y un tipo que vea las mismas series que tú y que no esté demasiado en lo anal". Esta frase es de enmarcar. De lo del seguro médico y los USA ya hablamos en este divague, a propósito del libro "Such a fun age", el terror de millones de americanos de estar sin sanidad. Pero alucino con lo "del anal": que alguien escriba esto en la época en la que en toda la imaginería que nos meten en películas y series, es sexo de espaldas (¿se ha fijado alguien?) es lo revolucionario. Once upon a time, los más ancianos del lugar recuerdan que había distintas posibilidades, variedad, incluso hay tratados indios del tema. Hoy, no: todo son mujeres mirando a la pared mientras les estiran de la coleta. Bien, pues aquí las modernas estas hablan de tíos no fijados en "lo anal" como un valor. Ole tú. 

Pero dejemos momentáneamente el sexo [-"nooooo - Tranquilos, ha dicho momentáneamente, luego vuelve" ("El sendero de Warren Sánchez", Les Luthiers)-], porque yo un par de párrafos arriba estaba diciendo que los padres de Lucy, segunda generación, habían conseguido y mantenido un buen trabajo, sobre el trabajo de la primera generación. Pero salvedad: es su padre, porque su madre, que lo consiguió inicialmente, ya se sabe: no salía a cuenta mantenerlo una vez que tienes hija. Me pregunto por los sacrificios que hicieron esas mujeres, en aquella época: ¿merecieron la pena? Por supuesto que no. Hasta la propia Lucy lo sabe, cuando mira con pena a su madre, y solo tiene 17.  

Qué difícil es ser chica, algunos no se dan cuenta: quieres que te reconozcan por lo que piensas, por lo que escribes, pero a la vez quieres ser guapa. ¿Por qué te importa eso? Nietzsche dice que la mejor belleza es la que infiltra la mente y el corazón gradualmente y la llama "la lenta flecha de la belleza". Pero Lucy  preferiría tener la belleza de una bala, de esa que te deja estaqueado en el camino (como decía Cortázar del amor), aunque la otra, que no registras inicialmente, se queda flotando en tus sentidos y al final es maravillosa. Pero "ser guapa es más divertido que tener principios", le dice una boba que la maquilla para una noche de fiesta. Y al final, quién quiere ser, como le dice Violet, "mujeres que a los 40 tiran la toalla: se cortan el pelo, se engordan siete kilos, se empiezan a comprar la ropa en la Planta "Señora" del ECI?" Personalmente, el día que pase de las corners de G-Star de Planta Joven a la Planta Señora será el fin.  

Lucy va también creciendo políticamente. Me encanta cuando la lógica animalista la lleva a hacerse vegetariana (yo estoy casi ahí, 30 años después, pero claro, el ibérico) y aún más su aproximación al mundo del consumismo. Lucy se plantea,  "Cual es el punto de todo este exceso? no necesitamos todo esto, ¿no?, ni siquiera queremos todo esto" o, cuando le preguntan si cree que va a cambiar el mundo y ella contesta: "no, pero al menos no voy a contribuir a su miseria". Esta idea me parece clave para cambiar el mundo, porque empezamos a ser legión. "No quiero convertirme en otro humanoide produciendo basura y comprando inútiles piezas de plástico y ocupando espacio. No quiero ser un consumidor. Quiero crear algo, descubrir algo, enseñar algo o salvar algo". Go Lucy!

Sobre maneras de hacerse vieja, "nadie crece, la gente solo envejece". Nadie quiere "live slow, die old" (vive lento, muere viejo), aunque casi todos parece que vivimos así.  Pese a todo, perder el tiempo como solo se hace cuando eres joven-a menudo pienso en eso, ahora que no podría hacerlo. Una frase que nos decimos a veces con el Peda es "la vida adulta era esto"... la vida adulta es papeleo dice algún personaje, no recuerdo ya cual. Pero lo más importante, cómo queremos vivir nuestras vidas: cuando estaba en primaria, Lucy va con su clase al salón de actos a ver despegar el Challenger. Todos sabemos cómo termina, pero Lucy piensa que esos astronautas ya sabían que ese riesgo existía, y aún así, estaban en esa nave, y concluye que "sea lo que sea que haga en la vida, quiero quererlo tanto que los riesgos que ello implique merezcan la pena".  Ah, volver a los 17. Cuando aún no se sabe que hay que tener mucho cuidado cuando enfocas la foto, porque pronto la foto acabará sustituyendo al recuerdo.

Y a esos recuerdos los moldearemos y con ellos crearemos mitos o fantasmas, según nuestra personalidad. Lucy, que reconoce que "nadie ama de la manera que la gente es amada en la poesía", piensa en su amor de los 17 como "siempre serás mi ilusión óptica favorita. Pero un día en el futuro, cuando piense en ti, mi corazón dará un vuelco y el aguijón del momento tendrá nada que ver contigo sino con la chica de 17 años que te quiso, y es a ella a quien no quiero olvidar". 

No puedo recomendar lo suficiente este libro: sí, incluso a ti, cavernícola que crees que nada tienes que ver con una adolescente, a ratos empanada en canchas de basket. Pero por supuesto al resto, quienes hemos mirado estrellas tirados en el césped de la ladera del Parque Grande-o equivalente.

20 junio 2020

"Desierto sonoro" de Valeria Luiselli: Frontera, tormentas, niños perdidos


He encontrado que, cuando un libro te cae del cielo, sin saber quién ni porqué te lo ha enviado (más datos aquí), la experiencia lectora es distinta. Inevitable intentar encontrar mensajes cifrados en el texto, pistas entre líneas, pero nada. Una vez, cuando a los 17 me llegó una rosa anónima, las floristeras a las que fui a investigar me dijeron "no te preocupes, quien te manda una rosa algún día se manifestará". Me pregunto si esta regla sirve para los libros?


Así empecé "Desierto sonoro", la novela de Valeria Luiselli, una autora joven mexicana que vive en Nueva York. Pese a su misteriosa aparición, enseguida atraída por el imán del título: me llevaba al desierto de Sonora, y con él a uno de mis libros favoritos "Los detectives salvajes" (Roberto Bolaño, 1998). Luego estaba la América profunda, ese animal mitológico para mí y para tantos, que se intuye va a pintar el fondo de esta novela-road-movie (pista: las polaroids de la tapa). Quién no ha soñado con alquilar un Ford Thunderbird como el de Thelma & Louise y recorrer las carreteras secundarias de ese país, parando a dormir en moteles con puerta a la calle, como en las películas-algunas de miedo. Ese país que ya hemos visto a través de los ojos de otros, aquellos fotógrafos de carretera (las fotos de este divague son de ellos) Robert Adams, Ilf y PetrovRobert Frank, Walker Evans, Stephen Shore. Oh, justamente ayer, tuve un pequeño flashback de nuestro mes por las américas en 2014 (no precisamente en un Thunderbird, sino en el famoso Chíncue), cuando encontré un jabón del "Motel 6", una cadena donde debimos pasar una noche. El pobre ya no olía a nada: dónde han ido estos 6 años. El de los protas es un viaje en el que se intuye que tienen tiempo "para mirar las cosas, en lugar de imponer tu punto de vista", esos en los que también se pierde la noción del tiempo: parece que saliste ayer, o hace media vida. Esos viajes maravillosos que supongo solo existen en la juventud y espero en la jubilación, fuera de los corsés de tres semanas de vacaciones. Pero divago: también el título me ha llevado a novelas "de frontera" como "Manual de senioras de la limpieza" de Lucia Berlin: cómo me gusta todo lo sensorial que tiene esa zona, esa luz que transmite, esa pereza. Y por supuesto, al monstruo "2666" y su letanía de mujeres muertas, particularmente en una parte de la novela en la "Caja V", cuando la autora nos incluye unas cuantas páginas de "Reporte de mortalidad de migrante", un listado de características de los niños que se quedan en el desierto, antes o después de cruzar la frontera. 

Walker Evans


Porque ese es el tema principal que recorre la novela, y le da título en inglés "Lost Children Archive" (El archivo de los niños perdidos, suena a Peter Pan, pero en terrible). Es la primera novela de Luiselli en inglés, que ha contribuido a su traducción al español (no digo castellano, porque es español de México), y la verdad es que es uno de esos pocos libros que no te dueles en la traducción. La protagonista está obsesionada con los niños perdidos, su marido con los apaches, y los hijos que llevan detrás en el coche acaban, si no obsesionándose, sí siendo pequeños expertos en niños migrantes y apachería. A veces me hace gracia cómo los hijos acaban siendo mini-entendidos de los grandes temas de sus padres: un día, ante un vídeo de dos cacatúas en el respaldo de una silla, una bailando como loca, y la otra pasiva y levantando una pata para que la marchosa no se le acerque, Mini dictaminó: "una tiene TDHA (Trastorno de Hiperactividad e Inatención) y la otra autismo". Señor. Yo, intentando devolverle la infancia perdida, pregunté: "quién crees que es el aitá y quién la amá?"



El libro tiene varias partes, distintas voces y unas seis cajas que en realidad son una excusa de la autora para poner referencias: libros, folletos, música, mapas. Se supone que llevan esas referencias consigo en el capó del coche, aunque no dice nada de "los bultos", la bolsas, ese pandemonium que se acaba montando en el maletero en un viaje largo. Aunque intente imaginar uno de esos coches gigantes americanos, no me entran las cajas. Tampoco me entra una de las voces: la del niño. Desde la mitad del libro en la que deja de hablar la madre y se pone un niño de 10 años a contarnos la historia, para mí pierde el interés. La principal razón es porque las reflexiones que tanto he disfrutado, tanto en contenido como en forma de la narración de la madre desaparecen: un niño no puede pensar ni hablar aún así -a no ser que seas Ian McEwan y hagas hablar a un feto como un profesor de universidad de 55. Pero además de aburrir su voz, tampoco te la crees. Así que ese ha sido el bajón que no esperaba porque la primera parte del libro... cómo no emocionarse con una autora que de repente, dice cosas como:

"Yo no llevo un diario. Mis diarios son las cosas que subrayo en los libros"

Yo conozco a alguna gente que se niega a subrayar los libros, "porque los quieren mantener limpios". Puedo llegar a entender a los que no subrayan porque no se les ha ocurrido, pero ser un lector ávido y no subrayar por eso? Para qué, para quién esa limpieza? Tal vez, como la autora, porque entonces sienten que no pueden dejar el libro prestado a nadie, porque ese alguien leerá el interior de su alma? No sé, yo no concibo leer sin subrayar ni anotar. La lectura es un diálogo con el escritor, con tu novio, cada uno de un color (la autora y su pareja cuando aún se quieren subrayan el mismo libro furiosamente), luego lo será contigo misma cuando releas, y con suerte, algún día, será un diálogo con tus hijas, tus nietas, tus sobrinas, las hijas de tus amigas, y quién sabe qué compradora de libros de segunda mano que lo encuentre en una librería de viejo-si es que eso en el futuro existe.  Y si existen los libros en papel como producto masivo.



Como la prota, diarizo la novela y anoto en el margen de un capítulo titulado "tormentas" la palabras "vuelta de Fuendetodos", tal vez para recordarme que debo escribir aquí lo bonito que describe "el gran vacío de estas llanuras. Todos dicen: vastas y yermas. Todos: hipnóticas. Nabokov probablemente en algún sitio: indómitas. (..) Las tormentas que desgajan el cielo de las mesetas. Se ven a kms de distancia. Inspiran miedo y aún así conduces de frente por la autopista, con la tenacidad estúpida de los mosquitos, hasta alcanzarlas (...) funden tu mirada observante y lo que observa (...) Y la lluvia, que naturalmente cae, parece que asciende". Una vez, en el verano de los 15 años, cuatro amigas partimos, un día cualquiera de Agosto (oh, esos veranos sin tiempo), en bicis de aquellas BH, sin cambio de marchas ni soportes de botellas de agua, de Vetustilla de la Torre a Fuendetodos (sí, el pueblo donde nació el mayor genio etc). Lo que venían siendo unos 25 kms enmedio del desierto. Salimos pronto por la mañana, y una vez en Fuendetodos, pasamos la mayor parte del día en una taberna, que recuerdo muy oscura, toda madera. Literalmente, no se podía salir, y mientras caía fuego del cielo, lo que sí recuerdo es una conversación interesantísima, donde las cuatro nos contamos cosas que nunca habíamos hecho, compartimos sueños, ideas, vulnerabilidades, lo que fuera: nada recuerdo, pero sí la intensidad y la felicidad del momento. Una de nosotras ya no está desde hace unos años, y con la distancia que da vivir aquí en la isla, cada vez que pienso en ella me cuesta creérmelo, no ha pasado. Ya hacia el final de la tarde hubo que subirse a las bicis para el retorno, y como Luiselli, vimos las nubes negras al fondo pero éramos esos mosquitos suicidas, tal vez. Foto fija de la llanura sobre la que pedaleábamos, una línea recta que moría en un horizonte borroso y que se rompía en un crack de relámpagos. Cuando empezó a llover, con una furia de esas que tanto gusta ver desde tu ventana, fue épico, en el mal sentido de la palabra (Mini estaría en desacuerdo): tuvimos que tirarnos a la cuneta, nada con que cubrirnos, no toquemos las bicis, volvamos a las bicis, la goma de las ruedas nos protege... esa clase de intercambios, gritando en contra del viento, ya por fin enfrentándonos a una bajada de vértigo en la que una cayó, y por fin llegar al siguiente pueblo donde nadie vio llegar a cuatro zombies directas de la peli de Romero. Aunque nunca alquile el Thunderbird en Arizona, he estado allí, aunque en la España de mitad de los 80 no vimos los carteles propaganda que hoy parece que pueblan las carreteras de nuestros protagonistas: "El adulterio es un pecado", "Feria de armas de fuego, este fin de semana". 



Ah, los diarios en sus múltiples formatos: diario que-es-un-blog, que-es-un-libro-anotado, que-es-un-cuaderno-que-dice-diario-en-su tapa. Mini tiene uno de esos últimos y la otra noche la pillé, antes de dormir, leyéndolo. Me acerqué, tono didáctico: "Mini, sabes lo que decía un escritor llamado Oscar Wilde?". Y contesta, toda seria: "sí, mummy, decía que siempre viajaba con su diario porque quería siempre tener a mano algo fascinante que leer". Plonk. "Mummy me lo has contado un montón de veces". En serio soy tan pesada?



Pero divago, volvamos al desierto de Sonora. Como decía, la madre tiene un montón de ideas interesantes, y sobre muchas de ellas ya hemos escrito (sin duda, peor), aquí en el divlog: "Las conversaciones en una familia se convierten en arqueología lingüística: erigen el mundo que compartimos". Ah el famoso tubalé, al divagante Lux le encantaba. En esa familia tan precaria -también es la crónica de un amor que se ha acabado-, se pregunta la protagonista dónde irán esas conversaciones. Igual que los besos no dados, dónde van? Y esa sensación de estertores finales se tiene durante todo el viaje, y se sufre con ella, no por el amor de la pareja, ya que él es un ser si cara ni carácter, silencioso y con presentido malhumor, sino por los niños, hermanos de alquiler, que no permanecerán juntos, turnándose con los padres, ya que el niño es hijo biológico solo del padre y la niña de la madre. Familias reconstituidas. Aquí sabes que la ruptura de la pareja implica abrir una grieta entre los hermanos, que tal vez solo se recordarán por fotografías. Es como cuando habla de las pertenencias, que "a menudo sobreviven a su dueño, y podemos imaginar un futuro en el que existan las cosas y no las personas que queremos". Guardarán esos ninios algo de su hermano efímero para cuando ya no sea más? "Un souvenir del camino que no tomé"?



Igual solo las fotografías, que "crean su propio recuerdos y suplantan al pasado". Cuánta verdad dice Luiselli: pasa el tiempo y cierras los ojos muy fuerte, conjurando la imagen de esa persona, ese lugar y al final, se va todo borrando y solo quedan las fotos. Les quedarán a esos niños las polaroid quemadas de los moteles de tres al cuarto, de sus rizos clareados por el verano saliendo del sombrero de cowboy, de aquella lagartija que salía por el ojo vacío de una muñeca abandonada? (gracias Bigas Luna por la imagen) Esas fotos donde salen haciendo muecas, haciendo el tonto, como salen los niños, en contraste con los adultos: "los adultos posan para la eternidad, los niños para el instante". Nosotros, y nuestros estúpidos selfies, intentando parecer interesantes, misteriosos, atormentados: "con gestos solemnes, mirando al horizonte con vanidad patricia o directo al lente con la intensidad de una estrella del porno". Yo suelo intentar la última, pero tras haber introducido la imagen de estrella del porno (gracias, Luiselli), ya no podré volver a posar así. O me entrará la risa floja y acabaré apareciendo como los niños de la prota: haciendo el monger para el perfil de Linkedin.

"No, no es interesante, solo es guapo, y su belleza es del tipo más vulgar: indiscutible". Esta frase no sé bien dónde meterla, así que admito aquí el uso del calzador. Quiero no olvidarla porque expresa bonitamente algo que pienso, y me autoexplica: el porqué he preferido otra cosa a los guapos de libro, de belleza indiscutible. 



Luiselli, como yo (y supongo que aquí compartimos el ser emigrantas hispano-parlantes en países anglosajones) se plantea si ha sido colonizada culturalmente por categorías occidentales, blancas, anglosajonas. Y como ella, yo también me rebelo contra el lenguaje académico, ese corsé que hay que ponerse para publicar en investigación o, en su caso, crítica literaria, que ella define como "autoindulgente, rizomático, anfetamínico y tantas veces vacío". Eso me recuerda a un párrafo ya famoso de la crítica Judith Butler, y cómo la academia muchas veces falla en lo principal: comunicar. 


Otras reflexiones que me han interesado orbitan sobre el contenido mismo del proyecto documentalista de la protagonista: ?es justo convertir la vida de esos niños que intentan cruzar solos la frontera entre México y los EE.UU. en contenido mediático? Con qué objetivo? No nos damos cuenta que los que lo leen o ven o escuchan sienten rabia pero,nanosegundo después, siguen con su vida? Cómo su trabajo va a cambiar las cosas? Volvemos al porqué escribimos los que lo hacemos, Ese Tema: 

"Lo único que los padres pueden darle realmente a los hijos son los pequeños saberes: así es como te cortas las uñas, ésta es la temperatura de un verdadero abrazo, así es como se desenreda el pelo, así es como te amo. Y lo que los hijos pueden darle a los padres es algo menos tangible, pero a la vez más grande y duradero, algo así como el impulso para aceptar la vida plenamente y comprenderla para ellos y tratar de explicársela, comunicársela con «aceptación y sin el más mínimo rencor», como escribió James Baldwin, pero también con una cierta furia y valentía. Los niños obligan a los padres a buscar un pulso específico, una mirada, un ritmo, la manera correcta de contar una historia, a sabiendas de que las historias no arreglan nada ni salvan a nadie, pero quizás hacen del mundo un lugar más complejo y a la vez más tolerable. Y a veces, sólo a veces, más hermoso. Las historias son un modo de sustraer el futuro del pasado, la única forma de encontrar la claridad en retrospectiva"

Y una vez más, otro de los puntos en los que me encuentro en Luiselli. Quizás esto sea una loca carrera intentando sustraer el futuro del pasado. La primera mitad del libro que cayó del cielo, como una tormenta de verano salvaje,  era definitivamente para mí. Gracias, quienquiera que fuese que conjuró la lluvia. 




30 agosto 2018

"Slouching towards Bethlehem" ("Los que sueñan el sueño dorado"") de Joan Didion

"Arrastrarse hacia Belén" ("Slouching towards Bethlehem"-el título es un verso de un poema de Yeats) es un libro que recoge artículos que la escritora Joan Didion fue publicando en distintos medios durante la década de los 60, y que fue publicado en 1968. Mientras todo estaba pasando en el lado de acá, en París, ella llevaba una década escribiendo en el lado de allá sobre la fractura de América y otro verso del mismo poema, "things fall apart; the centre cannot hold" ("las cosas se desmoronan; el centro no se sujeta") da una idea de los grandes temas del libro. 

Se divide en tres partes: 1. "Estilos de vida en la tierra dorada", cuyo primer capítulo "Los que sueñan el sueño dorado" da título al libro en castellano (lo encuentro extraño, pero eso me dicen mis contactos -Mo- e internet), publicado por Mondadori. 2. "Personal" (que contiene los inmensísimos "Sobre tener un cuaderno de notas", "Sobre el amor propio", "Sobre volver a casa") y 3. "Siete lugares de la mente" (me apasionan "La costa de la desesperación", "El cuaderno de Los Angeles" y "Adios a todo eso"). 

Por dónde empezar. Si os contara que este libro estaba en mi estantería probablemente desde hace unos 15 años... hace tiempo compramos una de esas colecciones de "clásicos de los 60", que incluía libros de Kerouac, Mailler, Miller, Burroughs, Ballard. Una de esas colecciones que no he leído- una confesión: hay muchos, demasiados libros en mi estantería que no he leído, que parecían "una buena idea en ese momento", y que algún día espero leer, no sé cuándo, en la jubilación? Pues este Didion estaba ahí, con su extraño título, escondido entre todos los hombres "importantes", y en el que me fijé al principio del verano yendo a buscar otra cosa. No había leído nada de ella, y sé que Mo la había recomendado. Así que lo saqué de la caja de los 60 y pasó a mi habitación. 

Lo leí al volver de Grecia y, solo con el prefacio, quedé deslumbrada. Cuando eso pasa, te puedes poner a dar saltitos de ilusión porque seguro que va a significar horas y libros futuros en muy buena compañía. No estás con la duda, como el libro anterior que leí de si te gusta este autor, de vamos a darle unas páginas más. Desde la primera, lo sabes. Y eso no pasa tan frecuentemente. 

1. "Estilos de vida en la tierra dorada"
La primera parte me atrapa además porque es California, el Mojave, el desierto, el Santa Ana, serpientes de cascabel (rattlesnakes), el final de la Ruta 66. Me transporta al verano de 2014, los Pedalistas por allá, o a la lectura de Lucía Berlin. El primer artículo, la historia de una de esas mujeres que se creen al pie de la letra todas las promesas del Sueño de la Tierra Dorada, el sueño americano, y les sale rana. Aquí el futuro siempre parece bueno porque nadie recuerda el pasado, aquí donde una persona de cada 38 vive en un tráiler.  "Cada voz parece un grito. Es la estación del divorcio y el suicidio". Ella quería ver el mundo "y supongo que lo encontró". En contra de lo que piensa Tolstoi, para Didion "los matrimonios infelices se parecen unos a otros" y en esta historia no solo han llegado a "la tregua tradicional, en el punto en el que tantos se resignan a cortar tanto las pérdidas como la esperanza". Se hace un artículo sobre ella porque acaba pasando la raya, cargándose al marido, y termina en una cárcel que, dice Didion, está llena de mujeres que, como ella, de alguna manera entendieron mal la promesa de la tierra prometida. Bueno, los extraños casos en los que son ellas las que matan parece que hay que justificarlos, cómo esta mujer que parece tenerlo todo hace esto. Será el Santa Ana (el viento que enloquece, que también aparece en otro capítulo), será el champán, será el color de tus ojos verdes ciencia ficción. Qué será será. 


En esta primera parte hay capítulos dedicados a John Wayne (por mucho que me aproxime a su edad, este hombre siempre será para mí "un viejo"), a Joan Baez (qué pedrada, todo va de "sentimientos", sus ideas políticas son "vagas" pero ella siente mucho), gente que se toma tantos paracetamoles hasta un punto "a este lado del suicidio". Me gusta tanto esta frase: es visual. Veo la línea, y a partir de aquí, como en todos los espectros, algo pasa, en este caso la muerte, pero estás a un pelo, estás en este lado de la precaria frontera entre la vida y la muerte. 

Capítulo de probable autista rígidamente comprometido con una inmutable compleja doctrina de alguna rama del comunismo más oscuro (a los que Didion comprende, "estoy cómoda con estos que viven fuera en lugar de dentro, aquellos para los que la sensación de horror es tan aguda que acaban en compromisos extremos y destinados al fracaso (...) aprecio los elaborados caminos con los que la gente intenta llenar el vacío". Igual está sicótico, tal es el nivel de amenazas que ve en todo. 

Y el de Howard Hugues, el millonario de la peli de Scorsese, con DiCaprio. Los americanos han hecho de este tipo un ídolo, pero más bien un placer culpable, privado, que no se puede admitir.  Es un héroe no-oficial: "la enorme divergencia entre lo que decimos que queremos y lo que queremos, entre lo que oficialmente admiramos y secretamente deseamos, entre la gente con la que nos casamos y la gente que amamos". Didion sospecha que la vida es verdaderamente un escenario. 

Casarse en Las Vegas, casarse en absurdo. "No hay tiempo en las Vegas, no hay día ni hay noche, no hay pasado ni hay futuro". Qué perfecta confirmación de mi idea de esta ciudad, así es como la imagino, con sus luces de neón, DeNiro  en la mesa del casino, yo de Marilyn, tú de Elvis, todo ahí parado como en aquellas pelis. Ya era así en el 67, cuando Didion escribió este artículo. 

Y por fin, el último que da título al libro (al menos en inglés) "Arrastrarse hacia Belén" es el más largo y nos cuenta la vida de diversos hippies metidos en drogas y en hippismo general en San Francisco en la época. Eran los jóvenes de la América fracturada de la que habla Didion en estos artículos emigrando allí y siendo la parte visible de la herida. Los que nos cuenta Didion: un panda todo el día colgados, aburridos, aburrientes. 

2. "Personal" 
Los artículos van mejorando a medida que avanza el libro y ya he decidido que de "Sobre tener un cuaderno de notas" tengo que hacer un divague separado. Es que soy yo, Didion, me estás contando a mí, petal, y aún no había nacido. 

"Sobre el amor propio" (self-respect, se dice en inglés, y me pregunto si estoy traduciendo bien, el matiz), tan lleno de verdad, porque cómo negar que el peor engaño es el autoenganio, que el amor propio (o auto-respecto) no tiene que ver con la aprobación de otros, a los que podemos engaña con relativa facilidad, ni con la reputación, algo con lo que la gente con coraje no necesita para vivir. La gente con auto-respeto tienen el coraje de asumir sus errores. No tenerse auto-respeto es ser la audiencia de un documental sobre uno mismo con todos tus fallos. Didion piensa que el autorespeto es una cuestión de voluntad, que hay que educarlo... no lo tengo tan claro. 

"Sobre volver a casa" es otro de esos en los que me identifico plenamente con Didion: la relación compleja con su familia. Esas llamadas telefónicas que no dejaron de terminar en lágrimas hasta pasados los 30. Lo que supone volver a casa y volver a la adolescencia. El matrimonio es la traición clásica.

3. "Siete lugares de la mente" 
Y por último, estos siete lugares de la mente que todos tenemos, siete lugares, o tal vez más o menos. "La costa de la desesperación", o la exhibición no de las maneras bonitas de gastar el dinero, sino de lo duramente que el dinero se hace, escaleras de mármol para mostrar a mujeres (migrañosas) guapas. 

"Guaymas, Sonora", que me lleva a ese lugar de mi mente llamado Bolaño y México, y las rutas que una ha de comerse por tierra, porque volar es "missing the point". 

"El cuaderno de Los Angeles" y el Santa Ana, el viento que hace las delicias de los siquiatras con aspiraciones antropológicas (o viceversa, ah  no, que los antropólogos no reconocen la psiquiatría). 

Y por último, "Adiós a todo eso", como el perfecto final para el libro, adiós, adiós, dormir dormir... una de las cartas de amor más bonitas que he leído para una ciudad. Didion vivió de muy joven, cuando comenzaba a escribir, en Nueva York, y describe exactamente lo que es "no es país (en este caso, ciudad) para viejos", ese algo que comparte del todo Londinium. Y aún añade, NY es una ciudad para los más ricos y los más pobres, no hay intermedio. Ay Joan, el mundo es ahora ese escenario, qué hemos hecho. En NY se llora en Navidades, y se pasan en el teléfono intentando encotnrar un vuelo. En NY podías perder las tardes porque tenías todas las tardes del mundo por delante. En NY se está de paso, no se considera el futuro, todo el mundo sabe que volverá a donde sea. Y así le pasó a Didion: en este artículo que cierra este libro maravilloso explica como su cuerpo -sabio-dijo basta, y se deprimió, y probó el sabor de la desesperación. Y tuvo que volver a la tierra dorada. Lo que nos lleva, círculo completo, al principio del libro. Los que suenian con la tierra dorada. 


22 febrero 2018

La libertad ("The Florida Project")

La semana pasada vi "The Florida Project", la última pelicula de Sean Baker, y llevo desde entonces pensando en ella. Y en mi infancia, o parte de ella, y la de los ninios de hoy. 

"The Florida project" es para mí como estar trabajando, porque trata con ese segmento excluido de la sociedad, que la mayor parte de la gente que leerá esto solo conoce por las pelis, supongo. La gente se preguntará como pueden ser tan "cabezarrotas" de llevar una vida tan en la cuerda floja.

Aquí al lado de mi casa hay un par de hoteles donde mayoritariamente vemos turistas españoles e italianos, despistados con sus maletas, sonrientes cuando ven a Mini con su estúpido sombrerito de personaje de Enyd Blyton ("hemos visto a un autóctono" pensarán) pero donde nos consta tienen algunas habitaciones para alguna de esta gente: el gobierno los mete ahí. En los EE.UU. también alojan a algunas de estas familias en moteles de carretera, y ahí es donde se desarrolla la peli. Un motel pintado de rosa ya que pretende ser un castillo de princesas ("Magic Castle") porque está al lado de... bingo, Disneyland. El motel rosa le da mil vueltas a aquella pesadilla donde los Pedalistas se tuvieron que quedar porque no había habitaciones en Monterrey: un sitio inmundo y carísimo, y tiene piscina! Los habitantes, el del 15 ha estado en la cárcel, la del 9 tiene problemas con la botella... así le va introduciendo este lugar Moonee, la ninia de 6 anios protagonista a su nueva amiga, del motel siguiente -que se llama "Futureland" (como esa parte de Disneyland donde está "Space Mountain"-si no conoces este dato, estás de suerte), que se une a partir de entonces a ella y a Scooty, su compa de travesuras. 

Así que estos tres ninios se dedican, fundamentalmente, a vivir. Con poquísima supervisión de sus madres solteras,  a menudo en drogas, o buscándose la vida, el que se encarga un poco desde lejos de ellos es el responsable de la finca, que igual sirve para echar cloro a la piscina, como para arreglar la máquina del hielo. La peli tiene una rama social importante, en la que hoy no entraré. Porque lo que me ha maravillado son los críos, su energía y absoluta desaforada libertad.  Ellos son pequenios delincuentes, Oliver Twists del SXXI, que hacen auténticos desaguisados, roban, piden dinero a turistas para comprarse helados compartidos, dejan todo el motel sin luz, juegan con fuego... todo esto con el motel de fondo, pero también con otro aún mayor que lo inunda todo que es el parque Disney. Hay un establecimiento enorme que tiene forma de media naranja, las orejas de Micky Mouse están en alguna valla, las heladerias, los restaurantes... está todo al alcance de la mano, solo que estos ninios no pueden cogerlo.

Pero viendo la pelicula, una se da cuenta de que tienen mucho más que todos los pobres ninios ricos que tienen entradas para Disneyland: tienen una libertad tan inmensa que a una le dan ganas de gritar, a la mierda con lo correcto: estos ninios están pasando el verano de su vida. Imposible no volver a los veranos de la gente de mi edad en los pueblos, cuando te ibas de casa con la bici por la maniana, pasabas rápido a comer,  desaparecías hasta la cena, y luego ya hasta las mil. Qué hacíamos? Pues era un poco Huckleberry Finn, sin el glamour: ir al río, a baniarnos en pozas, al molino, al pantano, al pueblo de al lado, a la arboleda, a las cuevas... era una sensación única, al menos para mí, ninia de ciudad. 

Y hoy miro a Mini, cuando máxima preocupación en este momento es "andar sola", es lo que le gusta de Bellver "podía ir sola", simplemente por el placer de hacerlo. Lo recuerdo tan bien. Y conociendo a mi hija, sé que pese a lo que le gustó aquel Disneyland, lo cambiaría claramente por un verano de delincuencia con Moonee y Scooty.

24 enero 2017

"La La Land": No el musical romántico hollywoodiense que parece

El domingo fue un día-senialado (medio efeméride) en nuestra casa: se trataba de la primera vez que íbamos a ver una peli de mayores al cine con Mini.Y es una ocasión porque espero inaugure una actividad regular con ella a medida que crezca.

La peli elegida es de "Certificado 12", con "uso de tacos" como único motivo, (Mo, que la ha visto, corrobora que la peli es blanca blanquísima) así que sostengo la siguiente conversación pre-peli: 
-"Mini, en la peli van a decir algún taco, ya sabes que son palabras de mayores que no puedes decir".
-"Por ejemplo, cual es un taco?"
-"Pues, por ejemplo, cuando dicen... joder"
-"Cómo se dice eso en inglés?"
-"Fuck"
-"Ah, sí, ya he oído esa palabra.. el aitá me ha dicho también otras dos palabras que no puedo decir..."
-"Cuales son?"
-"Oh... shit  and damn" (mierda y maldición)
-(conteniendo la risa): "ah sí, exacto, esas tampoco las digas".

Digo "la peli elegida", pero en realidad la peli nos elige a nosotros: "La La Land" de Damien Chazelle (director de pelis musicales, como "Whiplash"). ?Las razones por las que quiero llevar a Mini a esta peli precisamente? Pues porque es musical, porque habla de los sueños de la gente, porque es un homenaje al "cine clásico"* y porque está ambientada en LA, donde estuvimos hace un par, digo tres! anios ya. Y verdaderamente, la peli es una canción de amor a Los Angeles.

*Homenajes al cine clásico, una estudiante de cine llamada Patricia Preciado nos enseña unos cuantos aquí... una gozada:




Así que el domigo a las 11 de la maniana (plena matiné que se llama) nos presentamos en el Ritzy (mi cine favorito), donde además nos regalan la proyección en la Sala 1, la grande, y preciosa, donde generalmente no me toca ver pelis. Pero hoy sí: y estamos en cuarta fila y en el centro. Genial: en esta sala se celebra el cine.

La primera escena es también una celebración: es LA de la manera que todos la imaginamos. Un atasco inmenso en un nudo de carreteras que van y vienen de la ciudad, y la cámara va paseándose por la hilera de coches, todos con distinta música, que nos dice tanto de los conductores como su ropa, edad, peinado. Entonces, comienzan a salir de los coches y a bailar y cantar. Es una de esas escenas que te lleva a "Fama" o a un musical del West End, con el sol de California ahí arriba. Te sube a ti misma a la grúa (o dron!) que filma desde lo alto. 

Ya en el atasco ocurre el primer chica-conoce-chico, el primer encuentro entre Mia (Emma Stone)  y Sebastian (Ryan Goslin), pero no se dan cuenta. Y además, esta no es una peli romántica chica-encuentra-chico al uso. Hay más. Mia es  camarera en un café pero, como todas las camareras de cafés en LA, que vienen de Minnesota, o Iowa, lo que quiere es ser actriz. Pasea, como todas, de un casting tras otro, donde los entrevistadores cogen el teléfono mientras ella está llorando enmedio de una interpretación.  Sebastian es un pianista de jazz clásico que malvive tocando el piano en restaurantes, donde no le dejan tocar a Charlie Parker precisamente: se marchita entre música blanda y sin sabor, música de ascensor o consulta del dentista. Los dos suenian con que sus carreras despeguen, y entre tanto se conocen. 

Y cuando digo que hay más, es porque uno de los temas que recorren la cinta (si no El Tema) es aquello sobre lo que tantas veces hemos divagado: la dura dicotomía, la decisión entre ser comercial y ser puro, entre vivir y sobrevivir, entre vender y traicionarte. "El jazz que tú amas está muriendo". Innovar o morir. Este tema (lo admito, es también uno de mis temas; lo admito, no es nada nuevo), está muy bien llevado en la peli. El director nos hace sentir la humillación, la decepción, la dureza. 

Mientras tanto, LA está de fondo: fiestas con piscina donde la gente acaba dentro a lo "Gran Gatsby", Mia y Sebastian en las "Watts Towers", el funicular que va al mercado aquel del centro, y, por supuesto, lo mejor de esta ciudad para mí, el observatorio del parque Griffiths, donde los protas no solo ven las vistas, sino que entran, bailan alrededor del péndulo y se sientan en la misma sala del planetarium donde, Mini, vimos las estrellas, con aquella mujer que hablaba con pentámetro yámbico.

#Nota: Potencialmente puedo desvelar parte del desenlace en los siguientes dos párrafos-no leer si vas a verla. 

Para mí, aún hay otro tema tal vez más importante, y habla de las relaciones. Mia y Sebastian se separan en un punto, después de que ella haya sido la única Pepito Grillo que le abría los ojos sobre la traición a su jazz purista, y él la empuje a ir al último casting donde le dan el papel de su vida. En ese momento, han de seguir el suenio por el que han luchado, y así lo hacen. La escena final ocurre tras uno de esos terroríficos "5 anios más tarde", en el que queda claro que Mia es una estrella de Hollywood, casada con un tipo gris y con un bebé, y Seb tiene su soniado club de jazz. Y, como Ilsa entra en el Café de Rick, Mia entra en el club de Sebastian. Y él se sienta al piano y toca su canción, la misma que tocaba en el restaurante -rompiendo las normas-cuando ella entró y quedó en shock hace unos anios. Y con la música de fondo, el director hace un recorrido por el tiempo que no han estado juntos, de cómo hubiera sido si lo hubieran estado, y ese bebé fuera de ambos. Pasa como en Casablanca: que por mil veces que la veas, siempre quieres que Ilsa no coja ese avión; aquí quieres que lo que has visto antes sea un error, y esta vida juntos sea lo que ha pasado. 

Pero no. Y yo estoy llorando desolada cuando Sebastian termina la canción y Mia se va del club, y... entonces Mia le mira, y él la mira, y sonríen. Y (sigo llorando) pero me doy cuenta de que ni uno ni la otra estarían allí si no fuera por su antigua pareja, que en su momento les impulsó, les animó, les dio energía, les retó. Así que, por qué llorar? Por que no acaban juntos en el mismo sofá? El recuerdo de esa persona que te da (o te dio) alas de Theodore Zeldin, y su reconocimento, es algo más con lo que sales de esta peli. Sin él yo no estaría aquí. 

El espectador sale con esto más que celebrar, personalmente, igual que "La La Land" celebra la música, el ser fiel a las ideas, y las estrellas que se ven desde el observatorio de Griffiths.