sábado, 12 de enero de 2008

Letras de cambio


Es increíble cómo los ticos tenemos una mentalidad reguladora. Claro, para lo que nos conviene, nada más. La primera reacción de muchos, al ver una situación que parece desordenada o injusta, es pedir la intervención del Gobierno, para que este entre a regular la actividad. Y esto lo hacemos sin pensar en que las consecuencias de la regulación pueden resultar más negativas que el mal que se pretendía corregir. Eso sí, cuando nos vemos afectados por algún tipo de regulación, entonces hacemos lo posible por zafarnos de ella.

Nada más como ejemplo, podemos citar la noticia que salió en este periódico el pasado martes sobre los maleteros que operan en el aeropuerto Juan Santamaría. El titular de la noticia (con foto y todo en la portada) dice que los maleteros trabajan sin control, que las tarifas que cobran por acarreo de equipaje están por la libre. ¡Qué barbaridad, hay libre comercio entre maleteros y viajeros! Pero ¿cuál es el problema? Por un lado, los viajeros tienen la libertad de contratar o no el servicio del maletero. Si alguien lleva solo una maleta y no necesita ayuda, nadie lo puede obligar a pagar por un servicio innecesario. Sin embargo, si viene de compras a Miami con 10 maletas, todas rebosantes, sí que necesita ayuda. Pero ¿qué tiene de malo negociar con el maletero? Si siente que cobra muy caro, pues se la tendrá que jugar solito. Si el precio es razonable, todos contentos.

Por otro lado, la noticia parece implicar que lo malo es que el viajero decida cuánto paga por el servicio. “El costo del servicio se negocia entre el maletero y su cliente o queda a discreción del viajero pagar lo que quiera”, dice la noticia. Pero, entonces, ¿por qué siguen ahí los maleteros? Si hubiera alguno que considera que no gana suficiente haciendo este trabajo, simplemente se iría a otro lado a buscar una mejor remuneración.

Al final de cuentas, por ningún lado se justifican los controles. Es más, si se diera alguna regulación para fijar la tarifa de los maleteros, habría una pérdida de bienestar general. El que necesitaba poca o ninguna ayuda, terminará pagando más de lo que quería; el que sí necesitaba mucha ayuda, probablemente recibirá un mal servicio, porque el precio estaría por debajo de lo que hubiera negociado a la libre. Pero lo peor de todo es que empezaría una lucha de todos por tratar de zafarse de la regulación. Ya me imagino a más de uno salir corriendo, como en carrera de obstáculos, para no tener que pagar la tarifa impuesta. Y, si no me creen, solo veamos el ejemplo de lo que pasa cada día con las leyes de tránsito: cientos de conductores saltándose altos, doblando donde no se debe, conduciendo a velocidad temeraria o en estado de ebriedad. Entonces, ¿para qué quieren más regulaciones?

Luis Mesalles

1 comentario:

Anónimo dijo...

Miren nada mas amigos! sepan que el gran Ivan no tiene respuestas... un perdedor sin respuestas!? https://www.blogger.com/comment.g?blogID=8174766227651242833&postID=7905722773483141536