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domingo, 22 de marzo de 2009

El Kobayashi Maru de Obama


En la serie de ciencia ficción Star Trek el Kobayashi Maru es un ejercicio de entrenamiento en el que la victoria resulta imposible. Es un escenario donde cualquier decisión que se tome lleva necesariamente a la derrota. Hoy, las ideas keynesianas de Obama y de sus asesores le han conducido a una situación similar. La pobreza analítica del marco teórico keynesiano proporcionan un mal diagnóstico de la situación actual y un peor elenco de medicinas.

Con todo, no es que la perspectiva keynesiana esté completamente desligada de la realidad; más bien sucede que observa algunos síntomas, los relaciona de la manera que puede y se inventa enfermedades que no existen.

Básicamente, lo que ha sucedido en esta crisis es que los bancos privados, espoleados por los bancos centrales, han expandido desorbitadamente el crédito: se endeudaban a muy corto plazo (por ejemplo con depósitos a la vista u operaciones repo a un día) e invertían esos mismos fondos a largo plazo (por ejemplo, hipotecas). Todo esto arrojó unos tipos de interés artificialmente bajos (ya que no reflejaban el ahorro real de la sociedad, sino la inmovilización de todos los fondos de los agentes económicos, incluidas las puntas de tesorería de familias y empresas) que permitieron a mucha gente demandar una gran cantidad de bienes, especialmente duraderos (vivienda o automóviles) y de inversión (activos financieros, bienes de capital…).

Como ya vimos, la consecuencia de este proceso fue el desarrollo de numerosos mercados cuya sostenibilidad dependía de que se siguiera expandiendo el crédito a unos ritmos insostenibles (ya que no existía ahorro real que respaldara la inversión que se estaba llevando a cabo). Y cuando los agentes económicos empezaron a construir sus posiciones de liquidez (no renovando préstamos, disminuyendo su cartera de pedidos a proveedores, suspendiendo ciertas inversiones…) los tipos de interés comenzaron a dispararse y la expansión crediticia terminó. Obviamente, todos los sectores cuya supervivencia dependía de ese crédito artificial se vieron de súbito sin demanda y tuvieron que empezar a reajustarse con pérdidas (recortar la producción, despedir trabajadores, liquidar parte de su activo para amortizar deuda…) dejando todo un conjunto de factores productivos desocupados. La solución, así, parece consistir en permitir que todas las inversiones que dependían del crédito artificial se reajusten: vendiendo a precios rebajados sus bienes de capital a otras industrias e incrementando el ahorro de la sociedad para financiar esa reconversión y poder destinar a usos productivos esos factores desocupados.

El análisis keynesiano ve alguno de estos hechos y ofrece una versión dispar: “por algún motivo desconocido o irracional” los individuos incrementaron su preferencia por la liquidez, esto hizo aumentar los tipos de interés, la rentabilidad de numerosas inversiones pasó a ser inferior a ese nuevo tipo de interés, esas inversiones se cancelaron, el desempleo aumentó, las expectativas de consumo futuro se derrumbaron, la inversión cayó más y así entramos en un círculo vicioso del que sólo se puede salir aumentando el gasto y estabilizando las expectativas.

Las soluciones con uno y otro diagnóstico son totalmente opuestas. Los keynesianos creen que es necesario reestablecer el crédito para que la gente vuelva a endeudarse y que para ello hay que salvar o nacionalizar a los bancos, reactivar el consumo (mediante déficits del sector público), dar cualquier tipo de empleo a los “recursos ociosos” e impedir que caigan los precios de los bienes para no entrar en la trampa de la liquidez.

El problema es que la receta keynesiana es inherentemente contradictoria con sus objetivos. El rescate de los bancos, como ya advertimos desde aquí en su momento, sólo ha servido para dilapidar el ahorro disponible que podría haber afluido a otros sectores de la economía; la sequedad del crédito ha agravado una crisis en la economía real que el Estado ha pretendido arreglar expandiendo el gasto público, especialmente para favorecer a las industrias en riesgo de quiebra y recolocar a los recursos ociosos, pero esto sólo ha dilapidado aun más el ahorro y ha retrasado el ajuste de precios.

En esta coyuntura, en la que los bancos tienen que mejorar su liquidez y solvencia a costa de reducir el crédito que prestan y donde además la demanda de crédito solvente se ha desplomado (de ahí los bajos tipos de interés), los bancos ni quieren ni pueden prestar. Por eso, el siguiente paso que planifica Obama es nacionalizarlos y forzarles a prestar dinero a los sectores económicos que todavía no se han reestructurado, lo que sólo minará aun más el ahorro disponible.

Así, cualquier herramienta keynesiana que utilice Obama empeora la situación anterior: más malas inversiones, menos ahorro y más duración y gravedad de la crisis. Con su estrecho marco analítico, el presidente de EE.UU. (y los de los restantes países occidentales) se enfrenta a una situación donde no puede ganar de ninguna manera, un Kobayashi Maru; su única esperanza es que el ajuste en el sector privado sea más rápido que su ritmo de dispendio. En caso contrario, Occidente correrá igual o peor suerte que Japón.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

¿Falló el capitalismo?

Capitalismo es el respeto a la propiedad privada y la libertad de acción. Debido a la crisis económica actual, se han escrito muchos artículos cuestionando al capitalismo como sistema sostenible para crear bienestar. Se ilustra con el ejemplo de la situación actual en los Estados Unidos. Veamos si allí existía capitalismo; analicemos algunos sectores.

El financiero. El Community Reinvestment Act originado en la época de Jimmy Carter manda a los bancos otorgar un porcentaje de sus préstamos de vivienda a personas de bajos ingresos. Sumado a eso, otras leyes mandan a Fannie Mae y Freddie Mac, organizaciones cuasigubernamentales, comprar paquetes de hipotecas que luego revendían para realimentar al sistema hipotecario. Incluidos en esos paquetes estaban los préstamos subprime .

Adicionalmente, las empresas financieras operan bajo la reciente nueva ley de expresar los estados financieros revaluados a valor de mercado en vez de a valor de adquisición, como se hacía tradicionalmente. Esto amplificó pérdidas no realizadas que obligaron a colocar más reservas y crearon desconfianza. Todo lo anterior alimentado por una política monetaria expansiva aumentando la oferta de moneda para mantener bajas tasas de interés que estimularon niveles de apalancamiento y toma de riesgos que no se hubiesen tomado con la existencia de tasas más altas. El Banco de La Reserva es una organización federal innecesaria que en balance ha tenido efecto negativo en generar inflación y desempleo. Antes de la Fed, creada en 1913, la economía se desarrollaba satisfactoriamente.

El de salud. Diferenciación en el tratamiento impositivo dado a quien compra la póliza de salud crea un divorcio entre el que paga por el servicio y el que lo recibe. La diferenciación impositiva fue creada posterior a la Segunda Guerra pues el Gobierno congeló los salarios y las empresas solo podían competir por empleados ofreciendo beneficios adicionales. Si la empresa paga la póliza, el gasto es deducible; si un individuo la paga, no lo es.

Esta interferencia ha creado un sistema de salud sin control de costos por parte del usuario final. Adicionalmente, cada estado de la Unión tiene mandatos que establecen los beneficios que las pólizas que se venden en ese estado deben ofrecer, lo cual encarece las pólizas.

Además existen regulaciones federales que no permiten que aquellos que viven en un estado compren seguro vendido por un proveedor de otro estado.

El de automóviles. Por supuesto que siempre se podrán señalar empresas mal administradas. El mercado las castiga y la libre competencia las sustituye con otras más eficientes que producen los productos que los consumidores demandan. Algo de eso ha sucedido en el sector automovilístico norteamericano donde los gerentes no han puesto en su lugar a los sindicatos al punto que una hora de trabajo de un empleado “cuello azul” cuesta $ 73.

Sin embargo, además de lo anterior, los mandatos de las leyes federales CAFE (Corporate Average Fuel Economy) que obligan a millajes mínimos por galón de la flota han tenido un efecto determinante en obtener rentabilidades negativas.

Estos mandatos han obligado a las empresas a producir automóviles pequeños, livianos, que el consumidor no quiere y que solo se pueden vender a pérdida.

El energético. Mandatos de producción de etanol causaron el aumento de precios de alimentos. Interferencias con exploración y extracción de combustibles fósiles generaron altos precios de petróleo. Mandatos contra energía nuclear impidieron desarrollo de fuentes alternas. Altos precios disminuyen consumo y provocan recesión.

Dentro del aumento de la participación gubernamental, los anteriores pocos ejemplos ilustran la ausencia de capitalismo en EUA. En 1900 la participación de los gobiernos federales y estatales era el 7 % del PTB. Para 1950 la cifra ya era del 22%; en el 2007 fue 32%. Actualmente el 53% de los norteamericanos reciben alguna forma de subsidio o transferencia de pago.

El presidente electo Obama indica que va a aumentar los gastos directos del Gobierno, los subsidios y las regulaciones. La reacción natural es que cuando hay un problema, debemos hacer algo. Más bien deberíamos preguntarnos si anteriormente haber hecho algo creó el problema.

Parafraseando a Reagan, existen dos criterios: los que creen que el Estado es la solución, o los que creemos que el Estado es el problema.

Hermógenes Moreno

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Crónica de una quiebra y una nacionalización anunciadas


Al igual que su hermana gemela Freddie Mac, Fannie Mae ha sido siempre un negocio fraudulento. El nefasto Franklin Delano Roosevelt la creó como empresa pública en 1938 para "facilitar" el acceso de los estadounidenses a la propiedad inmobiliaria. El negocio era simple: Fannie Mae compraba las hipotecas a los bancos, las empaquetaba y las vendía a otros inversores privados.

Dado que las hipotecas empaquetadas que vendía Fannie Mae contaban con la garantía del Estado (si el hipotecado no pagaba, lo hacía el Gobierno), la compañía podía venderlas ofreciendo una remuneración más baja que el resto de sus competidores. Dicho de otra manera: si Chiringuito SA quería que le prestasen dinero, tenía que pagar un tipo de interés más elevado que Fannie Mae por la mera razón de que, a diferencia de ésta, podía quebrar.

En principio, todas las partes salían ganando: los bancos comerciales recuperaban de inmediato el dinero recién prestado (de modo que podían conceder otra hipoteca), los inversores privados contaban con la garantía del Estado de que las hipotecas que compraban no resultarían impagas y los estadounidenses veían reducir los tipos de la deuda hipotecaria. Sólo había un pequeño perjudicado: el sufrido contribuyente, que era en última instancia quien subvencionaba la compra de las viviendas. Al fin y al cabo, Fannie Mae podía pagar tipos más bajos por su deuda porque el Gobierno le había concedido el privilegio de poder desplumar al contribuyente en caso de necesidad.

A finales de los 60 el Gobierno quiso dejar de consolidar las actividades de Fannie Mae en los Presupuestos y privatizarla. Dos años después, y ante la posición de dominio que había logrado la firma –a golpe de privilegios–, decidió introducir competencia en el mercado y creó Freddie Mac.

Por supuesto, ya la terminología empleada resulta venenosa. Fannie Mae nunca fue privatizada, dado que, implícitamente, el Gobierno seguía respaldando su deuda. Era un secreto a voces que si quebraba, el Tesoro se haría cargo de sus obligaciones, que es lo que de hecho ha sucedido. Por otro lado, Freddie Mac no suponía una genuina competencia, pues se trataba de una empresa diseñada por los políticos y, al igual que su hermana, por ellos privilegiada.

Así las cosas, en las últimas décadas Freddie Mac y Fannie Mae acapararon más de 5 billones de dólares en hipotecas (el mercado estadounidense apenas llega a los 12). Se trata de 5 billones que nunca se habrían concertado de no ser por los tipos de interés subvencionados que ofrecían esas dos firmas.

A nadie debe extrañar que la reciente crisis financiera haya abocado a la quiebra de ambas. Al fin y al cabo, Fannie y Freddie siempre se han encontrado, gracias a sus privilegios políticos, en la vanguardia del negocio hipotecario. Estaban en el epicentro del terremoto. Su quiebra estaba cantada desde que la Reserva Federal comenzó a gestar la actual burbuja inmobiliaria con sus rebajas de los tipos de interés. Nadie le hizo caso, y ahora hay que lamentar las consecuencias. Ante la amenaza de quiebra, la mayoría de los economistas ha aplaudido sin disensión alguna la nacionalización, es decir, que finalmente el contribuyente estadounidense se haga cargo de las deudas de esas entidades teóricamente privadas.

Para defender semejante intervención se ha aducido, no sin razón, que su quiebra podría derribar el sistema financiero. Al fin y al cabo, los principales acreedores de Fannie y Freddie son los bancos comerciales y de inversión, que acaparan la mayor parte de los ahorros de los ciudadanos de EEUU.

La justificación de la intervención, sin embargo, dista de estar clara. Un primer problema que surge es que, con los antecedentes de Bear Stearns, Freddie y Fannie, se genera un enorme riesgo moral en el sistema financiero. En la práctica, los acreedores de los bancos (incluidos los depositantes) saben que tienen carta blanca porque el Gobierno (léase los contribuyentes) terminará respondiendo.

Al margen de estos malos incentivos a largo plazo, existe otro problema –a medio– no menos preocupante. La deuda de Freddie y Fannie supera los 5 billones de dólares, y el Gobierno apenas ha inyectado 200.000 millones (es decir, el 4% de la misma), lo que significa que apenas repunten los impagos deberá proceder a nuevas inyecciones de capital. Es más, después de Freddie y Fannie vendrán otras muchas instituciones financieras que ya se encuentran al borde del colapso: las agencias monoline (Ambac y MBIA) o los bancos Lehman Brothers, Merrill Lynch y Morgan Stanley.

¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el Gobierno de EEUU con tal de que no quiebre banco alguno? ¿Tendrá capacidad de garantizar que los deudores de todas esas entidades van a cobrar? Mucho me temo que la respuesta es negativa: estamos ante una crisis de solvencia, y se han de producir fuertes ajustes en las valoraciones de los activos reales y financieros de los ciudadanos y las empresas. El Gobierno está intentando evitarlo a toda costa, pero su función no es refinanciar la deuda de las entidades privadas.

Esto último también incumbe a la Reserva Federal. Con los últimos acontecimientos se ha demostrado una vez más que su política monetaria inflacionista es un rotundo fracaso. Pese a envilecer con saña el dólar y empobrecer a los estadounidenses, no ha logrado evitar la quiebra de Bear Stearns, Freddie y Fannie. Quienes proponen recortar los tipos de manera salvaje y alocada se olvidan de que los orígenes de esta crisis no están en una falta de liquidez, sino en un aumento de la insolvencia que provoca una restricción de liquidez.

Eso sí, por favor, que nadie insista en que esta merienda de negros es un mercado libre. La crisis la provocó la Fed manipulando el crédito; la elevada exposición de Freddie Mac y Fannie Mae se debió a sus privilegios políticos; y la nacionalización de estas dos compañías ha sido orquestada por el Gobierno y van a pagarla todos los estadounidenses.

En un mercado libre no debería haber un banco central inflacionista (sino una moneda estable y de calidad respaldada por oro), prebendas intervencionistas ni rescates de empresas fracasadas. El sistema financiero actual es un atentado sistemático a los derechos de propiedad, perpetrado por los políticos y los gestores de ciertas empresas y bendecido por unos economistas –la mayoría– que perdieron hace mucho tiempo el norte (si es que alguna vez lo encontraron).

Juan Ramón Rallo