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viernes, 14 de diciembre de 2007

África debe luchar por la libertad antes que nada


La cumbre de la Unión Africana que acaba de terminar propuso una agenda para la federación de estados africanos, sin mencionar siquiera una sola libertad política o económica para los ciudadanos del continente. No obstante, los africanos no necesitamos ideales, sino libertades prácticas para nosotros mismos sacarnos de la pobreza.

La unión continental era el principio sobre el cual se basaba inicialmente la Organización por la Unidad Africana, pero siempre estuvo condenada al fracaso: Los líderes africanos se niegan a enfrentar sus propios fracasos o los de sus vecinos, mientras que no permiten que los africanos comunes y corrientes utilicen su propio ingenio.

Escuchamos mucho en la cumbre acerca de los grandiosos ideales de la integración, nada menos que del líder de Libia, Muammar Gaddafi, pero no se dijo nada que sirva valioso acerca de los verdaderos desastres de Zimbabwe, Darfur, Somalia, Etiopía y Eritrea.

Otros fracasos tales como la corrupción y la manipulación de elecciones ni siquiera fueron tratados en la agenda a pesar de que estos continúan siendo las verdaderas características comunes en África. Pero más importante aún, no hubo siquiera un susurro con respecto a los derechos de propiedad, el Estado de Derecho y las libertades de mercado que permitirían que los africanos imiten el crecimiento de los países asiáticos tales como Tailandia, Malasia y Corea del Sur, los cuales eran igual de pobres que nosotros cuando recién nos independizamos en la década de los sesenta.

Hasta el récord de crecimiento de Sudáfrica, islas Mauricio y Botswana son ignorados como que si fueran de alguna forma excepcionales, en lugar de ser reconocidos como el resultado directo de políticas económicas sólidas.

Las posiciones en la Unión Africana están divididas entre los supuestamente gradualistas, quienes creen que cada país debería primero construir sus economías e integrarlas a bloques regionales, y los radicales, quienes creen que una autoridad supranacional debería de alguna forma permitir que África compita internacionalmente.

Ninguno de los dos bandos, sin embargo, está hablando del verdadero tema: la economía. Hoy, los africanos no compiten ni localmente ni regionalmente, menos a nivel internacional; necesitamos libertad económica para que los africanos puedan sacarse así mismos de la pobreza, desencadenada por la esclavitud con el Estado.

El poder que tiene el comercio para cambiar una vida ha sido demostrado históricamente no solamente en Occidente. En el clímax de su gloria, muchos estados e imperios africanos pre-coloniales consideraron al comercio una mejor manera de alcanzar la prosperidad que las conquistas.

El oro era enviado desde Wangara en el norte de Nigeria a través del Sahara hasta llegar a Taghaza, en el oeste del Sahara, donde se intercambiaba por sal, y luego en Egipto por cerámicas, sedas y otros productos asiáticos y europeos. El viejo imperio de Ghana controlaba gran parte del comercio de cobre y marfil a través del Sahara. En el Gran Zimbabwe el oro era intercambiado por vajilla y vidrios chinos. Desde Nigeria los productos de cuero y hierro llegaban a ser comerciados en toda África Occidental.

Hoy, África ha perdido ese comercio y muchas teorías de conspiración abundan para explicar su retraso. Pero el juego de echar la culpa ignora el diablo que yace dentro: las barreras internas y regionales que obstaculizan el comercio, haciendo que los aranceles dentro de África sean más altos que cualquier arancel fijado por bloques externos. Hasta hay políticos, burócratas y activistas de ayuda externa que argumentan que estos aranceles constituyen contribuciones esenciales a las recaudaciones estatales—lo que implica que las oficinas gubernamentales son más importantes que los ciudadanos o la economía.

Los que se oponen a los tratados de libre comercio con Estados Unidos o a los acuerdos de asociación con la Unión Europea dicen que estos permitirían que vengan importaciones baratas y conducirían a las ya tambaleantes economías africanas al colapso. Ignoran a los consumidores que se beneficiarían de las importaciones baratas y a los empresarios que podrían exportar regional e internacionalmente: solo piensan en mantener el poder estatal y a las industrias protegidas. Pero las verdaderas consecuencia de estas políticas públicas es mantener al agricultor africano en un nivel de subsistencia y lograr que las economías africanas sigan siendo agrarias.

Los aranceles en los países ricos se han reducido en un 84 por ciento en las últimas dos décadas hasta llegar a aproximadamente 3,9 por ciento, aún así las barreras arancelarias en África solo se han reducido en un 20 por ciento a un todavía masivo promedio de 17,7 por ciento. Además, otras barreras no arancelarias en los países más pobres de África son cuatro veces mayores que en los países ricos.

Por ende el tema aquí no son los remotos ideales de la integración regional o continental que podría, de acuerdo a una magia no definida y sin precedentes, sacar a los africanos de la pobreza: el tema es la falta de libertades económicas prácticas y de todos los días que permitirían a los africanos sacarse así mismos de la pobreza, con políticas públicas concretas y de éxito comprobado por la historia.

La belleza de las políticas públicas sólidas es que pueden implementarse dentro de un periodo corto de tiempo, como en Sudáfrica y Bostwana, a diferencia de las refinadas nociones políticas, tales como la siempre delegada unión con Egipto propuesta por Ghaddafi.

Pero los líderes que pueden hablar de unidad mientras que ignoran la masacre en Darfur y la tiranía en Zimbabwe pueden muy fácilmente ignorar las barreras económicas locales.

La ideología y los conceptos refinados han retrasado a África mientras que cientos de millones en Asia estaban construyéndose una mejor vida. Nuestro crecimiento y la prosperidad depende de un sentido común comprobado y de la ruptura de las cadenas económicas que todavía nos tienen en la esclavitud.

Por Franklin Cudjoe