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lunes, 31 de mayo de 2010

Tema Polémico: caudillismo latinoamericano


En ASOJOD estamos completamente seguros que todos nosotros, en más de una ocasión, hemos escuchado a alguien decir que la única forma de resolver los problemas de nuestro país es que llegue una persona fuerte a poner orden y a aplicar medidas sin tener que pedirle permiso a nadie. Esa petición se apoya en la sempiterna queja contra la Asamblea Legislativa, donde la discusión y la oposición entraban proyectos que, a juicio de algunos, deberían ser aprobados a la mayor celeridad posible.

Pues bien, esta forma de pensar no es exclusiva de Costa Rica, sino que se extiende por toda Latinoamérica. No es nada nueva; por el contrario, ha existido desde que nuestros países obtuvieron la independencia hace varios siglos. Ejemplos hay muchísimos en la historia Latinoamericana: Manuel Noriega en Panamá, Alberto Fujimori en Perú, la dictadura militar en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela, Fidel Castro en Cuba y la lista puede continuar mucho más. El más reciente caso que tenemos de caudillismo latinoamericano es la intención del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega la semana pasada de disolver el Congreso y de ese modo eliminar a la oposición y así poder hacer lo que le venga en gana.

Si esta es una característica de Latinoamérica, la pregunta obvia sería ¿ha mejorado algún país gracias a un caudillo o a una dictadura? Nuevamente la historia nos resulta útil para demostrar que la inmensa mayoría de los países que han tenido dictaduras en el pasado han terminado peor que antes, especialmente aquellas naciones que han tenido dictaduras socialistas. Por lo general, todos esos regímenes llegan al poder con el discurso de eliminar la pobreza y más bien terminan dejando más pobres que cuando llegaron. Además, es común que este tipo de gobiernos terminen favoreciendo únicamente al grupo de “amigos” más cercano al dictador por medio de favores y actos de corrupción. Ya lo decía Lord Acton: "el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente".

Por otro lado, los países más desarrollados del mundo hace rato comprendieron que no es mediante la fuerza que se logran las cosas; prueba de ello es que en las últimas décadas, han rechazado los cantos de sirena de algún caudillo mesiánico y han preferido comportarse como sociedades democrácticas civilizadas. Tal parece que mientras otros países han superado estas formas de pensar equivocadas, en Latinoamérica se continúa con esta majadería que viene desde la época de la colonia. Aquí vale la pena recordar la famosa frase de Albert Einstein: locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados.

En ASOJOD estamos convencido que el poder no puede estar únicamente en manos de una persona o de un pequeño grupo de personas. Creemos que todo gobierno debe de contar con cierto grado de oposición seria que no permita el abuso de poder. El Estado no debe tener mucha injerencia en la vida cotidiana de los individuos y se debe propiciar una sociedad en donde el poder de decisión y de actuar caiga sobre cada uno.

martes, 27 de mayo de 2008

El peligro de los héroes


La historia está plagada de actos violentos y, lamentablemente, se toma a los inspiradores de semejantes vandalismos como benefactores de la humanidad. En las plazas de muchas de las grandes ciudades se fabrican estatuas de guerreros blandiendo sables como ejemplo malsano para las juventudes. No pocos himnos de países variopintos exaltan el tronar de cañones y pretenden convertir en loable al salvajismo mas cavernario, siempre en defensa de una mal entendida libertad, en la práctica, maltrecha, denostada y denigrada por los bufones del momento.

Hay obras que encierran el germen de la destrucción de las libertades individuales como el “superhombre” y “la voluntad de poder” de Nietzsche o “el héroe” de Thomas Carlyle. Este último, en su célebre conferencia en Londres del 22 de mayo de 1840 —si bien en conferencias anteriores aludía a otros grandes hombres— estima que “puede reconocerse como el más importante entre los Grandes Hombres aquél a cuya voluntad o voluntades deben someterse los demás [...] es resumen de todas las figuras del Heroísmo [...] toda dignidad terrena y espiritual que se supone reside para mandar sobre nosotros, enseñarnos continua y prácticamente, indicarnos que tenemos que hacer día tras día, hora tras hora”.

Difícil resulta concebir una visión de más troglodita, de más baja estofa y de mayor renunciamiento a la condición humana y de mayor énfasis y vehemencia para que se aniquile y disuelva la propia personalidad en manos de forajidos, energúmenos y megalómanos que, azuzados por poderes omnímodos, se arrogan la facultad de manejar vidas y haciendas ajenas.

Este tipo de razonamientos y propuestas inauditas son los que dieron píe a los Hitler de nuestra época. De las ideas de Carlyle, eso dice Ernst Cassirer, el filósofo político, autor de numerosas obras, ex Rector de la Universidad de Hamburgo y profesor en Oxford, Yale y Columbia: “los primeros indicios del misticismo racial”, “una defensa abierta al militarismo prusiano” y “la divinización de los caudillos políticos y una identificación del poder con el derecho”. Por su parte Borges, consigna en su prólogo a la obra que reúne las seis conferencias de Thomas Carlyle sobre la heroicidad que “los contemporáneos no lo entendieron, pero ahora cabe una sola y muy divulgada palabra: nazismo [...] escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan [...] abominó de la abolición de la esclavitud [...] declaró que un judío torturado era preferible a un judío millonario”.

La manía del héroe y el líder indefectiblemente conducen a la prepotencia y al abuso de poder y, finalmente, al cadalso. Por eso resulta tan pernicioso que se les enseñe a estudiantes la historia como una narración bélica con elogios y salvas para la guerra y los guerreros, cuando no deben memorizar los pertrechos de cada bando sin entender el porqué de tanta trifulca. Lamentablemente, es cierto que la historia está colmada de hechos violentos pero enseñarla como algo glorioso, un hito y algo que debe ser venerado y objeto de admiración resulta sumamente destructivo y una buena receta para perpetuar y acentuar el mal.

Cada uno debe constituirse en líder de si mismo. Los caudillos y tiranuelos que son aclamados como líderes no hacen más que expropiar lo más preciado que posee el ser humano, cual es el uso de su libre albedrío para la administración de su propio destino al realizar sus potencialidades únicas e irrepetibles. Dice la primera acepción de héroe en el Diccionario de la Real Academia Española: “Entre los antiguos paganos, el que creían haber nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios”. Si bien es cierto que hay otras acepciones, la expresión de marras está teñida de un pesado tufillo a guerra, sangre, batalla, violencia y ferocidad.

Pero, en todo caso, si se insiste en recurrir a la expresión “héroe” debería aplicarse a personas excepcionales como Ana Frank, Sophie Scholl, Sor Juana Inés de la Cruz, Lucretia Mott, Voltairine de Cleyre, Rose Wilder Lane, Mary Wollstonecraft, Germaine de Staël, Isabel Paterson, Hannah Arendt, Taylor Caldwell, Victoria Ocampo, Anna Politkovskaya, Ayn Rand o Mallory Cross Johnson, solo para citar unos pocos nombres del mal llamado sexo débil que han dado extraordinarios ejemplos de fortaleza y coraje moral. Esas personas ya no están con nosotros, hago una excepción al agregar el nombre de una joven que hoy vive en la isla-cárcel cubana desde donde se debate con una perseverancia arrolladora: Yoani Sánchez (cuando la revista Time la incluyó entre las cien personas más influyentes y apareció bajo el subtítulo de “Héroes y pioneros”, escribió que prefiere “la simple categoría de ciudadana”).

El día en que en las plazas aparezcan las efigies de estas personalidades, podremos conjeturar que el mundo va en buena dirección...ya que como tituló uno de sus libro Jerzy Kosinski: No Third Path. En esta misma línea de mantener la brújula firme y los principios en alto, Albert Camus escribe en la introducción de El hombre rebelde: “No siendo nada verdadero ni falso, bueno ni malo, la regla consistirá en mostrarse mas eficaz, es decir, el mas fuerte. Entonces el mundo no se dividirá ya en justos e injustos, sino en amos y esclavos”.

Las inmundicias de los Stalin, Pol Pot, Mao, Hitler y Mussolini de este planeta son consecuencia de las alabanzas al “hombre fuerte” en el poder, para los que se tejen todo tipo de cánticos que rebalsan en referencias a lo heroico y grandioso a cuales les siguen personajes detestables tales como los Perón, Trujillo, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza y Rojas Pinilla que, si los dejan, se ponen a la altura o incluso superan en saña a sus maestros. En esta instancia del proceso de evolución cultural, solo hay la opción entre la democracia y la dictadura, no importa de que signo sea y, éstas, están siempre paridas de libros, artículos y conferencias que ensalzan al héroe como el mandamás de las multitudes.

Paul Johnson en Commentary de abril de 1984 (pag.34) relata uno de los casos en que se trata como héroe a un canalla “en las Naciones Unidas en ocasión de la visita oficial de Idi Amin, presidente de Uganda, el primero de octubre de 1975. Para esa fecha ya era un notorio asesino serial de una crueldad indescriptible; no solo había liquidado personalmente algunas de sus víctimas sino que las desmembraba y preservaba partes de las anatomías para consumo futuro: el primer caníbal con refrigerador [...] A pesar de ello fue electo presidente de la Organización para la Unidad Africana y, en esa capacidad, fue invitado a dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Su discurso fue una denuncia a lo que denominó 'la conspiración zionista-nortemericana' contra el mundo y demandó no solo la expulsión de Israel de las Naciones Unidas sino su 'extinción' [...] La Asamblea le brindó una ovación de pie cuando llegó, lo aplaudieron periódicamente en el transcurso de su discurso y, nuevamente, se pusieron de pie cuando dejó el recinto. Al día siguiente el Secretario General de la Asamblea [Kurt Waldheim] le ofreció una comida pública en su honor”.

Alberto Benegas Lynch

martes, 29 de enero de 2008

Libertad o democracia


El neosocialismo inaugurado por Hugo Chávez y Fidel Castro en América Latina no habría sido tan nefasto para los pueblos si se apoyara en la democracia liberal vigente en el mundo durante los últimos 150 años, en lugar de una “democracia mayoritaria” con poderes ilimitados, una suerte de “régimen popular” como el fantasma que se extiende por nuestro continente, desde Nicaragua a Tierra del Fuego. No es fácil encontrar por ello otra solución al temerario populismo predominante y que día a día gana impulso con los grupos de presión, si no es fortaleciendo la libertad, el derecho a la vida y la búsqueda de la felicidad, valores tradicionales del liberalismo clásico.

En Venezuela, la seudo democracia mantiene una tramposa “legitimidad moral” que le permite burlarse de las instituciones democráticas venezolanas y de la región, manejar abusivamente los fondos públicos y recursos naturales del país, dilapidar los ingresos del petróleo en medio de la miseria, extender la corrupción de un extremo al otro del gobierno y exigir a la legislatura poderes extraordinarios como la reelección indefinida. Pero ni Chávez ni sus secuaces lograrán legitimidad democrática por ser electos cabecillas de los “40 ladrones”, en un Estado corrupto hasta los tuétanos.

Los abusos de una tiranía que comienza no son diferentes a los abusos de un dictador en ciernes como Chávez, que desconoce los valores de la libertad. Solo en un gobierno estrictamente limitado por la vigencia de los derechos individuales se puede decir que hay libertad. Es inútil insistir que pueblos sometidos –como Irak, Irán, Venezuela o Bolivia– voten en elecciones limpias y transparentes, como pretende EEUU, para comprometerlos a seguir una conducta democrática.

Ninguna elección puede revertir o legitimar una represión, como creen algunos demócratas. Antes es preciso valorizar la libertad individual.

El neosocialismo ha vuelto a pervertir la función del gobierno, como la socialdemocracia anteriormente. Esta función no es simplemente la de hacer cumplir la “voluntad del pueblo”. Su función primigenia en toda República requiere proteger los derechos individuales a la vida, libertad y propiedad, no a destruirlos. Esta es la razón por la que se crean los mismos. Por eso, cuando los gobiernos no cumplen sus funciones, las personas pueden destituirlos y cambiarlos por otros que protejan los derechos individuales.

Una legislatura que para satisfacer los deseos de una mayoría ocasional decide expropiar o confiscar los derechos de propiedad de una o más personas para cumplir su “función social”, en lugar de proteger a las personas, atropella sus derechos inalienables y cae en el populismo y los abusos, como está ocurriendo con la reforma agraria de Chávez y su área de influencia ideológica. Lo mismo sucede cuando los gobernantes dilapidan los ingresos del petróleo, energía eléctrica u otros recursos naturales para subsidiar a partidarios políticos y financiar campañas electorales en otras latitudes.

En todas partes, muchos demócratas han quedado atrapados con esta maldición del neosocialismo. Pretenden legitimar todos sus resultados electorales y no pueden darle la espalda a elecciones ya realizadas supuestamente en condiciones relativamente libres. Gracias a ello, terroristas, asesinos, guerrilleros, narcos, todos se valen del sistema seudo democrático para comprometer a las potencias occidentales con establecer treguas, ayuda militar, ayuda externa.

América Latina no es un continente de libertad. No tiene una tradición libertaria. Estamos muy habituados a confundir libertad individual con democracia y a reconocer como legítimos gobernantes a caudillos, déspotas y corruptos. Si nuestro mundo latinoamericano alguna vez logra desembarazarse de las tiranías populistas, será preciso restablecer la sagrada tradición del liberalismo clásico y su defensa irrestricta de la vida, la libertad y la propiedad.

Porfirio Cristaldo Ayala

lunes, 12 de noviembre de 2007

Seducidos por la reelección


América Latina sufre de fiebre reeleccionista. Efectivamente, tal como lo señala un reciente artículo de Infolatam, Álvaro Uribe y Lula da Silva, quienes apenas llevan un año de su segundo mandato, ya coquetean con la posibilidad de un tercer período. Ellos o algunos de sus partidarios, se han dejado seducir por la tendencia regional a la reelección indefinida, para lo cual deben reformar sus constituciones. Cuestión que viene al alza y que reafirma el caudillismo latinoamericano.

La revolución mexicana de 1910 comenzó con la cuestión de la reelección, y terminó en una dictadura perfecta de un partido que gobernó por décadas. En los años 70 y 80 del siglo XX evidentemente el problema no se planteó, porque las dictaduras se mantuvieron firmes sin darle cuenta a nadie.

Personalismos individuales o juntas de gobierno se encargaron de hacer y deshacer a su antojo. Un paréntesis tuvimos al inicio de las transiciones democráticas, pero ya en los 90 algunos presidentes como Fujimori o Menem hicieron cambios para mantenerse en el poder. La excusa de poder consolidar lo obrado, más bien sonó a querer cosechar lo sembrado.

Hoy la situación es más compleja, pues quien es indicado como uno de los gobiernos más serios de la región, Álvaro Uribe —el polo contrario al populismo de Chávez, Morales y Ortega que impulsan cambios para permanecer en el poder— también podría caer en el juego de la reelección impidiendo el funcionamiento y consolidación de las instituciones, deuda pendiente de la región.

El tema ha sido permanente, ya que otros gobiernos también enfrentan el mismo dilema. Tabaré Vásquez en Uruguay tuvo que salir al paso para aclarar públicamente que no irá a la reelección, aunque cuando el río suena es porque piedras trae. Rafael Correa en Ecuador está a la espera de la reforma constitucional. Algo similar ocurre con Nicanor Duarte en Paraguay, mientras el presidente de República Dominicana Leonel Fernández podrá volver a presentarse el año que viene para un nuevo período presidencial. Ninguno ha escapado al gustillo y al mesianismo del poder.

El gobierno argentino hizo lo mismo, pero de una manera más sutil. El presidente Kirchner apoyó a su esposa Cristina en las recientes elecciones, para en la siguiente campaña, volver a presentarse él y de esta manera perpetuar el reinado de la dinastía “K”. Eso, claro está, solo será posible si la presidenta electa logra terminar su período presidencial, pues es evidente que se viene una situación compleja dado el crecimiento artificial de su economía y un descontento que por ahora está sumergido.

¿Con qué nos encontramos? Con gobiernos que bajo la apariencia democrática del sufragio y la participación, mantienen el control y permanecen indefinidamente en el poder, guiadas por caudillos incapaces no sólo de delegar sus tareas y conformar equipos de trabajo (o quizás no quieren hacerlo para no tener quien les haga la sombra), sino que presas del mesianismo político se autoconvencen de ser los llamados a resolver en forma individual los problemas que nos aquejan.

En Latinoamérica quien llega al poder lo hace para quedarse y la alternancia parece ser sólo retórica para los teóricos académicos. Un juego de participación ciudadana, que al final confirma la escasa confianza que existe en la región con respecto a la democracia, y en donde no son las cartas fundamentales las que determinan el fin del mandato gubernamental, sino que más bien pareciera ser que serán las revueltas populares y los linchamientos públicos.

Ángel Soto