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martes, 22 de enero de 2013

La columna de Carlos Federico Smith: el actual enredo monetario y fiscal

Sólo a políticos enquistados como profesionales de la banca se les ocurre decir que los recientes problemas con la entrada de dólares “se deben, paradójicamente, al éxito que ha tenido la economía costarricense”.  No quiero aplicar un análisis basado en el dicho de que “en el país de los ciegos, el tuerto es rey” para poder señalar que aquella interpretación está errada, sino que, más bien, me referiré a que es una pobre justificación de no haber anticipado algo que desde hace ya buen rato se venía anunciando.  Me consta, por ejemplo, que don Jorge Guardia, desde su columna en La Nación y creo que, también, desde editoriales en ese medio, había indicado que las altas tasas en colones vigentes en el mercado nacional se habían convertido en un poderoso atractivo para la inversión monetaria en Costa Rica. Claramente arguyó que para evitar problemas cambiarios –entre otras propuestas que él suele formular- era indispensable revisar las tasas hacia abajo.

Ante esto, el economista metido a político, don Luis Liberman, respondió, ante la pregunta de “¿por qué los tomó por sorpresa esta arremetida de capital especulador?” que “No nos tomó por sorpresa…Lo que los tomó por sorpresa fue la magnitud de estos elementos. La velocidad con  que descubrieron a Costa Rica es lo que nos está impactando” 

Hace un buen rato se había advertido el problema.  Los centros financieros internacionales desde hace tiempo venían invirtiendo en el país, ante tasas tan atractivas en colones, un tipo de cambio más o menos fijo y, sobre todo, ante el desmedido abarrotamiento de dólares que el gobierno de Obama ha practicado en su nación. Allá los intereses desde hace mucho están por los suelos y posiblemente desde ese entonces esos dólares andan buscando mejores rendimientos (tomando en cuenta el riesgo) en los mercados financieros de otros países. En nuestro medio financiero eso se sabía desde hace mucho, pero mucho, tiempo.

El gobierno (incluyendo al Banco Central) se lerdeó en buscar reducir las tasas y lo único que ha venido haciendo es dejar el campo libre para esa entrada excesiva de dólares al país. Es más, en los últimos días se ha hablado mucho de que se van a reducir las tasas en colones, pero ello se ha llevado a cabo tan gradual y lentamente, que el atractivo sigue presente. Creo que esos funcionarios tienen claro lo que deben empezar a hacer. Dicen que lo van a llevar cabo. Pero no lo hacen. Y después se quejan de que el capital financiero acuda apurado, para aprovechar el buen rendimiento que tienen al invertir en Costa Rica.

El problema del que se ha hablado en estos días no radica tan sólo en esos "capitales-buitre", lenguaje que ya copió Amelia Rueda de la presidenta de Argentina. Mucho de la entrada de dólares al país (el cual mandaba señales claras para esos intermediarios) la provocó la decisión del gobierno para llenar sus necesidades de financiar su déficit. No pudo poner más impuestos y tan sólo marginalmente pudo aumentar ciertos costos de transacciones que le proveyeran recursos. Además, ya en el mercado doméstico de fondos sólo podía obtenerlos si se aumentaba aún más la tasa de interés. Ante eso acudió al casi único camino que le quedaba: pedir prestado dólares en el exterior aprovechando las tasas bajas que regían en esos mercados (los mismos dólares baratos que, por su parte, han traído al país los “buitres” esos). Con dicha forma de financiar el déficit, era esperable el flujo y el impacto monetario de la entrada de dólares al país.  

En tanto el gobierno no tome en serio como medida para reducir su déficit –su gasto muy por encima de los ingresos que percibe- no ya una disminución de la tasa de crecimiento de los egresos, sino una reducción de ellos, difícilmente podrá evitar que sigan sucediendo acontecimientos como los analizados.

Para quienes una vez más lo único que se les ocurre es pensar con qué nuevos impuestos se gravará a los ciudadanos, deberían de tomar en cuenta que una proporción muy importante de la producción doméstica está exonerada del impuesto de la renta. Pero, también, que acudir a aumentar los gravámenes sobre sectores productivos que hoy sí están fuertemente gravados, sólo podría traerse abajo, de una vez por todas, el poquito de crecimiento logrado en los últimos tiempos.  Es más, ya se observa un menor crecimiento en los últimos meses del indicador de crecimiento de la producción, conocido como el IMAE. Ese mundo fiscal exonerado me recuerda el exceso en el pasado con los Certificados de Abono Tributario (CAT’s): un  país que en aquel entonces cada vez exportaba más y más, pero que traía aparejado un enorme crecimiento del gasto gubernamental debido a los subsidios que se daba a las exportaciones. El problema terminó cuando se acabó el óleo de los CATs.  

Debemos pensar si es conveniente seguir atrayendo inversión extranjera que no paga impuestos y que no se vislumbra que algún día los vaya a pagar.  Debe considerarse un sistema tributario que siga siendo atractivo para atraer inversión real desde el extranjero. Pero es necesario tener presente que la alta cantidad de dólares que ella trae al país también provoca un aumento de la oferta de divisas en el mercado doméstico y, por ende, se convierte en un factor que estimula la  revaloración del colón. Puede ser que se otorgue una exoneración del impuesto sobre la renta a toda nueva inversión real extranjera que llegue al país (que en gran parte está huyendo de los mayores impuestos les está poniendo Obama: el exceso de emisión monetaria no es lo único que caracteriza a esa economía). Dicha exoneración podría gozarse durante los primeros cinco años de operaciones de la inversión en Costa Rica.  Esto brindaría el tiempo suficiente de utilidades libre de gravámenes como para poder recuperar su inversión. Luego esas firmas pagarían entre 5 y 10 por ciento de impuestos sobre la renta. Aun así ésta sería una tasa muy por debajo de la que actualmente tiene que pagar la restante inversión privada ubicada en el país. Sé que el tema no es fácil de tratar. Pero me parece que posponer la discusión en torno a este asunto, lo único que va a lograr es seguir contribuyendo a que se den esas situaciones indeseables, como la que actualmente pasa el país en torno a los controles monetario y cambiario, así como de la inflación.
   
Jorge Corrales Quesada

martes, 8 de mayo de 2012

La columna de Carlos Federico Smith: el papel del empresario en el análisis económico: el análisis austriaco

 En este segundo comentario, mi objetivo es describir el análisis austriaco, mejor  conocido como proceso de mercado, el cual es una alternativa al neoclásico, expuesto en mi comentario previo, si bien en algunas secciones necesariamente me refiero, de forma comparativa, al enfoque neoclásico.

La lógica de la elección en el análisis económico austriaco

En forma relativamente sencilla, la explicación austriaca de la lógica de la elección que hace el individuo, en contraste con las matemáticas que emplea el método neoclásico, es expuesta por Callahan de la siguiente manera:

“Estas ecuaciones no pueden tomar en cuenta las decisiones creativas de los humanos, basadas en las categorías de causa, efecto, de antes y de después. Lo que describen es un mundo de correlaciones atemporales, del cual está ausente la causalidad. Las intenciones de los hombres no tienen lugar en aquel modelo (neoclásico), puesto que dicho modelo asume que todos los humanos conocen todos los hechos relevantes posibles acerca de su situación, y que tan sólo pueden aceptarla como un dato.

El hecho de que las curvas de oferta y demanda nos pueden brindar una visión burda del comportamiento del mercado, es un efecto de la acción humana y ciertamente no la causa de ella. Nadie actúa con el objetivo de lograr que haya un balance entre la oferta y la demanda. La gente actúa en el mercado para obtener un beneficio, en el sentido más amplio de la palabra: llevan a cabo un intercambio porque sienten que estarán mejor después de efectuar el intercambio, comparado con lo que hacían anteriormente. Que su búsqueda por lograr un beneficio permite que se logre un equilibrio entre la oferta y la demanda, es un producto resultante de sus verdaderos objetivos.” (Gene Callahan, Economics for Real People: An introduction to the Austrian School, Auburn, Alabama: The Ludwig von Mises Institute, 2002, p. 319. El paréntesis curvo en el texto es mío).

Un problema con la concepción neoclásica basada en la maximización de la utilidad, es que suelen ser muchos los factores que definen el comportamiento humano, que a menudo va más allá del comportamiento “racional” que se presume se da en la lógica de la elección económica neoclásica. Es factible que la conducta individual de la elección no esté tan sólo determinada por un comportamiento hedonista, sino que el altruismo es posible, como también lo puede ser por otros aspectos considerados como “irracionales”. Debemos pensar en la posibilidad de que muchos otros factores, como por ejemplo, la historia, la genética, la sicología, el estado anímico del actor quien se encuentra formando parte de una economía, estén presentes en el momento en que el individuo escoge o decide cómo actuar.

No parece lógico que se considere que el individuo que elige entre alternativas, actúa de la misma manera a como lo hace una computadora: de un simple algoritmo matemático por resolver (maximizar), de fines que le son dados para el individuo que actúa en el mercado. En el acto de elegir, el individuo decide qué es lo que él o ella consideran como lo mejor, lo cual es resaltado por el análisis austriaco, en contraste con el neoclásico.

El hommo economicus del análisis neoclásico es totalmente mecanicista, predeterminado y, diríamos hoy, deshumanizado. Esta característica la retrató Veblen, quien señaló que:

“La concepción hedonista del hombre es aquella de una calculadora relampagueante de placeres y dolor, que oscila como un glóbulo homogéneo del deseo de felicidad, bajo el impulso de un estímulo que lo hace girar en toda el área, pero que lo deja intacto.” (Thorstein Veblen, The Theory of the Leisure Class: An Economic Study of Institutions, New York: Macmillan, 1899, p. 73).

En contraste, la escuela austriaca de economía, sustentada en lo que se conoce como subjetivismo (esto es, el significado subjetivo que el individuo le adscribe a sus acciones), considera que las elecciones que realiza el individuo van más allá de la posición neoclásica, en donde el individuo busca maximizar la utilidad y escoge a partir de la comparación de todas las opciones disponibles. Según el planeamiento subjetivista austriaco, es necesario ir más allá del simple cálculo neoclásico. Se trata no sólo de adoptar un conjunto de objetivos, sino también definir una serie de planes de acción que el individuo se propone llevar a cabo, de forma tal que se logre la mejor satisfacción de aquellos objetivos.

Me parece que la distinción más clara entre la visión austriaca de la economía como un proceso, en contraste con la visión neoclásica, radica en la trascendencia del subjetivismo en el campo de la elección económica. La creencia austriaca en el subjetivismo se refiere a algo más que una metodología económica, sino al estudio de la acción humana, propiamente. En lo particular, en lo económico, el inicio del análisis austriaco recae en el sentido subjetivo que los individuos le otorgan a sus acciones.
Describe Horwitz que,

“Este es el punto de vista subjetivista fundamental: las explicaciones científicas sociales deben empezar con los estados mentales subjetivos de los actores que están siendo estudiados. Esto requiere que los científicos sociales tomen seriamente los papeles del contexto y de la interpretación y que reconozcan que son las percepciones subjetivas de los actores las que impulsan sus acciones, no la realidad objetiva que puede subyacer a la situación. El subjetivismo afirma que no estaremos en capacidad de dar algún sentido a la acción humana, si intentamos describirla en términos que no hagan referencia a las percepciones y planes humanos. Los austriacos afirman que, sin referencias al significado, nuestro entendimiento del mundo social es de un carácter insatisfactorio y escaso.” (Steven Horwitz, Subjectivism, en Peter J. Boettke, ed., The Elgar Companion to Austrian Economics, Northampton, Mass.: Edward Elgar Publishing Co., 1994, p. p. 17-18).

La amplitud del enfoque subjetivista no está restringida a la introducción de esos factores subjetivos desde el lado de la demanda, tal como también lo hacen los neoclásicos, sino que la idea del costo de oportunidad permite que su aplicación se haga desde el lado de la producción. Esto faculta ir más allá de la visión de considerar los costos de producción únicamente como costos objetivos. El enfoque subjetivista al análisis económico moderno cubre no sólo las preferencias, sino también a los costos, así como como a expectativas, al tema del tiempo en la economía y a la percepción del conocimiento. Por ello, debe reiterarse la imposibilidad de que las matemáticas puedan capturar el comportamiento humano, dada la subjetividad generalizada que practican los agentes económicos en su toma de decisiones.

De acuerdo con los austriacos, el subjetivismo define su visión de la economía, al incorporarlo tanto en la percepción que los actores tienen de los bienes que adquieren; esto es, en la subjetividad del valor, sino también en la utilización que hacen del conocimiento. Este es el lado de la demanda. Pero también desde el lado de la oferta, pues los costos no son sino costos de oportunidad subjetivos. Se dice que son subjetivos porque el actor económico que encara un costo de oportunidad nunca puede saberlo objetivamente, porque, de hecho, al escoger una alternativa, dejó de lado otra que nunca escogió y que, por lo tanto, no puede haberla conocido.

En contraste con el neoclasicismo, en el análisis austriaco hay claramente un papel definido para el empresario. En este enfoque, los mercados son vistos como un proceso para la creación, la innovación, el descubrimiento y el uso que se hace del conocimiento, de acuerdo con los estados subjetivos de los individuos, tanto en el campo de la demanda como en el de la oferta.

Ese lugar claro para la función empresarial se deriva del hecho de que una característica innata del proceso de mercado son las pérdidas y las ganancias. Los intercambios, que son consustanciales a la actividad económica en un mercado, pueden no tener lugar por dos razones fundamentales. La primera, que se podría denominar de altos costos de información, porque quienes actúan en él disponen de toda la información acerca de las restricciones, alternativas y valores, y, por tanto, no hay razón para alterar la posición inicial de equilibrio. La segunda, porque puede ser que el intercambio no se lleve a cabo porque desconocen que hay una coincidencia mutua de intereses en el intercambio, en cuyo caso, sin saberlo, dejan de lado oportunidades de actuar, que habrían significado una posición mejor que la que tenían en la situación inicial de equilibrio. Sin que se tenga un conocimiento previo de este tipo de error (desconocimiento de posibilidad de mejorar de posición), para conocerlo será necesario que surja un acto que lo descubra.  Ante dicho descubrimiento, los actores alterarán sus planes. A esto se le conoce como descubrimiento creativo. Descubrir inconsistencias de los planes con los datos subyacentes o bien conflictos entre los planes de algunos individuos con los de otros.

El empresario obtendrá ganancias al descubrir errores que puede capturar en su beneficio, en tanto que tendrá pérdidas cuando hay oportunidades de tener ganancias que no explota. Es decir, actúa en función de las pérdidas o de las ganancias.

Es importante exponer la definición del economista austriaco Sanford Ikeda, acerca de lo que constituye el proceso de mercado:

“… es un orden espontáneo sostenido por un marco institucional, en el cual predominan la propiedad privada y el libre intercambio, y que emana de los propósitos fundamentalmente independientes de actores individuales, que formulan planes a la luz de la ignorancia parcial y del cambio no anticipado.” (Sanford Ikeda, Market Process, en Peter J. Boettke, editor, The Elgar Companion to Austrian Economics, Northampton, Mass.: Edward Elgar Publishing Co., 1994, p. 24).

Como dentro de un orden de mercado es necesario promover que surjan comportamientos aceptables (o que aquel inaceptable sea desautorizado), surgen instituciones destinadas a lograrlo, tales como las leyes sobre la propiedad privada, la solución pacífica a los conflictos derivados del intercambio y una serie de costumbres y normas que estimulan el desarrollo de dicho orden, pero también suelen surgir instituciones que facilitan el comercio y que estimulan la coordinación de los planes individuales, tales como el dinero, las empresas de seguros y de banca, entidades crediticias, calificadoras de crédito y riesgo, entre otras. Como dice Ikeda, “De hecho, todas estas instituciones, vistas colectivamente, constituyen lo que comúnmente entendemos por el mercado’” (Sanford Ikeda, Market Process, en Peter J. Boettke, editor, Op. Cit., p. 24).

Al referirse a que se trata de un “proceso espontáneo”, es porque no ha sido objeto del diseño deliberado de alguien, que, en la mejor tradición liberal clásica, se expresa como que no surge de la intención de las acciones de aquellos involucrados o participantes, sino que resulta de consecuencias no previstas de actividades que planearon los individuos; esto es, se trata de un resultado no anticipado por los seres humanos, quienes actúan en función de sus planes individuales.

Ahora bien, al referirnos a que los actores actúan formulando planes a la luz de la ignorancia parcial, dado que no son omnisapientes, y del cambio no anticipado que puede presentarse en cualquier momento y en cualquier lugar, y que no formaba parte de alguna expectativa previa, nos permite recalar el papel crucial del empresario en el enfoque austriaco. Son  las elecciones activas de los empresarios, resultantes tanto de decisiones tomadas en el pasado, como de las expectativas que tienen acerca de las decisiones futuras de los consumidores y de otros empresarios, las que guían el proceso de descubrimiento creativo que se da en un mercado competitivo.

No quiero terminar este comentario sin dejar de recordar que en el equilibrio del análisis neoclásico, no hay papel alguno para la participación activa del empresario que desequilibre esa situación finalmente lograda. Esta es lograda por un “robótico” subastador que lleva a cabo el proceso de arbitraje que finalmente se traduce en un equilibrio general de los precios. Pero no hay una explicación de cómo los precios se convierten en un fenómeno de desequilibrio, que, precisamente mediante la información que brindan, impulsa el proceso de descubrimiento que caracteriza a la empresariedad. El análisis austriaco sí nos permite explicar cómo es que se forman los precios, que son las guías que sirven para transmitir la información necesaria para quienes la requieren. Esta explicación de su formulación está más allá de lo que puede describir un equilibrio estático propio del análisis neoclásico. En esa formación de los precios explicada por el enfoque austriaco, el papel desempeñado por los empresarios es esencial. En tanto que la búsqueda de información puede resultar ser sumamente onerosa, el estado de alerta acerca de oportunidades que caracteriza al empresario no requiere del uso de recursos; esto es, no tiene costos porque no demanda tierra, trabajo o capital.  Antes de que el empresario tome acción alguna, requiere que note la presencia de una oportunidad; es decir, el estado de alerta precede cualquier acción.

Concluyo este comentario con algo similar al expuesto en el anterior, transcribiendo el excelente resumen que hace el economista austriaco Sanford Ikeda, de las características del proceso de mercado:

“1. Los planes de por lo menos algunos de los actores están en conflicto y son inconsistentes con los datos subyacentes, aun cuando la coordinación parcial preserva un cierto grado de coherencia en el mercado.

2. La acción “tiene algún propósito”, en el sentido de que los actores buscan mejorar el estado que ellos perciben del mundo, aun cuando tienen conocimiento de menos que todos los medios disponibles para lograr tal cosa.

3. Siendo incompleto su conocimiento de los datos relevantes, los actores experimentan el error, el cambio impredecible, el arrepentimiento y la sorpresa.

4. Son esenciales la persistencia y la repetición de pérdidas y ganancias económicas.

5. Existen precios que no son de equilibrio, reflejando la descoordinación, pero señalan oportunidades para que haya ajustes beneficiosos a los planes.

6. La presencia del error causa una asignación de recursos ineficiente, que el proceso de mercado tiende a corregir.” (Sanford Ikeda, Subjectivism, en Peter J. Boettke, ed., The Elgar Companion to Austrian Economics, Northampton, Mass.: Edward Elgar Publishing Co., 1994, p. p. 28-29).

Jorge Corrales Quesada

jueves, 8 de septiembre de 2011

Jumanji empresarial: el acertijo del capitalista


El capital empresarial es el ticket de entrada a las riquezas. Verdad. Después de todo, el capital empresarial conlleva cambio de valor inferior a superior para acabar satisfaciendo la demanda del consumidor. Cuanto más capital tengas, más demanda satisfarás y más dinero llegará a tu bolsillo. Sencillo.

¿Pero qué capital empresarial deberías tener? Es asombroso cómo se arrincona esta sencilla pregunta por parte de profesores universitarios y economista que hacen proselitismo sobre la necesidad de rebajar los tipos de interés para estimular la demanda empresarial. Como si invertir fuera algo insignificante, si no un sinsentido. Para el papanatas, cualquier inversión es una buena inversión.

Para el inverso real, la pregunta esencial es dónde y en qué invertir: el capital empresarial en manos erróneas es más un pasivo que un activo. Una reducción al absurdo mostrará lo que quiero decir: Pido prestados $400.000 para comprar una cosechadora John Deere 9870 STS. Desde fuera, parece que tuviera un activo de $400.000 en mi contabilidad, compensado con un aumento de $400.000 en deuda a largo plazo. Desde el interior, no hay compensación. Tengo una deuda de $400.000. No soy un granjero. No tengo ni idea de cómo emplear rentablemente la cosechadora.

Este “insignificante” asunto de la adecuación del capital que tanto molesta a los keynesianos es la misma base del éxito o fracaso en el mercado. Un granjero con suficiente terreno y suficiente densidad de trigo podría convertir la John Deere 9870 STS en una máquina de hacer dinero. En mis manos, una John Deere 9870 STS es en el mejor de los casos una violación del acuerdo de la HOA y mas probablemente un hito en el camino hacia la bancarrota.

El capital empresarial por sí solo es insuficiente para garantizar la prosperidad: el capital empresarial debe combinarse con la sagacidad emprendedora. ¿Pero qué es la sagacidad emprendedora? Puedo decir lo que no es.

Un habitante de la ciudad que compre una cosechadora y un banco que dé dinero para la compra es una tontería, hasta que se bajen las cortinas y se entiendan los motivos. ¿Qué pasaría si se generara una escasez mundial de alimentos por el grano desviado hacia el etanol subvencionado por el gobierno? ¿Qué pasaría si la Reserva Federal inundara la economía con dinero barato? ¿Qué pasaría si el lobby de la maquinaria agrícola hubiera persuadido al gobierno de que había poca inversión en maquinaria agrícola, por lo que se necesitaban rebajas de $50.000 y avales para préstamos en cosechadoras? ¿Qué pasaría si las cosechadoras se estuvieran revaluando un 14% anualmente?

Vemos el efecto dominó de malas decisiones empresarios convertidas en racionales pero bajo pretensiones falsas como las mencionadas antes: se produce demasiada inversión en cosechadoras; se contratan demasiados trabajadores para fabricar cosechadoras; demasiados especuladores principiantes compran cosechadoras; se producen demasiadas quiebras. (Sustituyamos ahora cosechadoras por casas).

Sin embargo, para los conectados políticamente, misión cumplida. Se ha producido más inversión: una cosechadora en manos de un urbanita, una clasificadora de papel en manos de un granjero, un lavadero de coches en manos de un dentista. No importa en realidad: todo es capital, capital que generó un brote de ingresos fiscales adicionales y aumentó permanentemente la marea de gasto público mientras creaba una horda de miseria para los engañados por falsas señales del mercado.

Los austriacos saben que la asignación importa y que la asignación con éxito difícilmente está asegurada, incluso cuando predomina la prudencia y la lógica.

Pensemos en el mercado bursátil: la versión original de value investing de Benjamin Graham y David Dodd, Security Analysis, escrita en 1934 revelaba que una estructura financiera conservadora junto con el aumento en dividendos y ganancias y una baja relación entre precios y ganancia es más probable que produzca resultados remunerativos. Graham y Dodd llegaban a esa conclusión después de examinar miles de informes empresariales y realizar laboriosamente la aritmética para ver dónde se encontraban las empresas.

Security Analysis ofrece una sólida base investigadora, pero es incapaz de construir la estructura real, que es más a menudo inclinada que vertical. Si Security Analysis pudiera ofrecer más que una base, la riqueza de muchos inversores se aproximaría a la del pupilo más prolífico de Ben Graham, Warren Buffett. Se han dedicado a Buffett millones de palabras (tanto hagiografías como exégesis) y nadie aún ha reproducido su éxito.

Tampoco nadie reproducirá el éxito de Buffett, porque el éxito de Buffet no es más reproducible que el éxito de Graham, que Buffett ni siquiera intentó reproducir. Los detalles exactos de la vida de Bueffett son exclusivos, sus pensamientos exactos son exclusivos. No hay dos zeitgeist similares. Si Warren Buffett hubiera nacido en 1830 o en 2030 es poco probable que reprodujera él éxito del Warren Buffett nacido en 1930.

El pasado es imposible de repetir y aún así el gobierno y la hegemonía empresarial se centran principalmente en el pasado: nadie es capaz de descifrar el futuro o lo invisible, así que a ambos les preocupa afianzar más lo que se sabe que garantiza la sobreinversión en lo que se conoce: fabricación de automóviles, banca, agricultura, energías alternativas.

Por suerte, la supervivencia a través de la búsqueda de rentas y el corporativismo acaba fracasando. Por desgracia, prolonga la agonía y aleja al capital de la asignación empresarial dirigida por el mercado y anclada a la vida real (mucha de la cual también fracasará, pero de una forma mucho menos destructiva).

En resumen, el problema es confundir probabilidad de caso y probabilidad de clase. El emprendimiento es lo primero, pero la asignación de capital a menudo se promueve como lo segundo. Los profesores universitarios obligan habitualmente a los estudiantes a realizar análisis de escenarios, lo que implica crear falsas probabilidades de éxito. Los antiguos CEO de muchas grandes empresas han llevado a muchos mandos intermedios a creer que tienen una presciencia divina sencillamente porque tuvieron una racha de buena suerte. Sus autobiografías de encargo no son solo contenedores para su autoengrandecimiento, sino de ruinosas prácticas gestoras.

En Blink: The Power of Thinking Without Thinking (Madrid: Taurus, 2005)], Malcolm Gladwell cuenta una historia del hijo de George Soros que decía: “Mi padre se sentará y te dará teorías de por qué hace esto o aquello. Pero me acuerdo viéndolo de niño y pensando: al menos la mitad de esto es una chorrada. Quiero decir, sabes que cambia su postura en el mercado o en lo que sea porque le empieza a doler la espalda”.

La cita es perspicaz (el éxito empresarial no puede atribuirse al cálculo de probabilidad de clase) pero también equívoca. Gladwell no diferencia el análisis reglamentado de los neófitos de la intuición de los profesionales expertos. Muchas decisiones intuitivas de éxito están respaldadas por años de experiencia y conocimiento, que no están documentados.

La imposibilidad de documentar y reproducir el éxito se pierde demasiado a menudo en incipientes directores, burócratas y empresarios. De hecho, cuanto más intentes copiar las acciones de un empresario de éxito, más probable es que fracases. Tiempo, circunstancias, coincidencias, tecnología, épocas que permitieron a un emprendedor acumular una fortuna no existirán para el próximo emprendedor.

No hay nada seguro, pero el emprendimiento es menos incierto cuando los empresarios siguen al mercado, no a sus manipuladores en busca de retrasos.

Mises reconocía que poseer capital no es bastante: el capital deben dirigirlo los empresarios y a los empresarios deben dirigirlos las fuerzas del mercado. Igual de importante es que no debería engañarse a los empresarios para que crean (como hacen tantos economistas, analistas, académicos, burócratas y directivos) que el éxito en los negocios está asegurado a través del análisis de la probabilidad de clase. Cada aventura empresarial es única y cada posibilidad de éxito en incuantificable.

Esto me devuelve a la pregunta de qué es la sagacidad empresarial. El éxito empresarial, más a menudo que no, es sencillamente cosa de hacer lo que no están haciendo otros y hacerlo mejor de lo que lo hacen otros: repito que hacerlo mejor que el status quo es una tautología, porque hacerlo mejor es también hacer lo que otros no hacen.

Stephen Mauzy
Mises Daily

lunes, 6 de julio de 2009

Liberalismo Aplicado: La creación de empleos y la política gubernamental


Antes de la Gran Depresión en los treinta, la noción de que el gobierno debe hacerse responsable por generar empleos hubiera parecido absurda. Sin embargo, hoy en día escuchamos frecuentemente a los aspirantes de políticos declarar que su objetivo económico número uno es incrementar el empleo.

La justificación intelectual para ajustar las políticas presupuestaria y monetaria del gobierno hacia afinar la economía (y, en particular, hacia generar más empleo) fue provista por John Maynard Keynes (1936) en La Teoría General del Empleo, Interés y Dinero. Este libro, que sirve de punto de referencia, sentó las bases para la doctrina económica que dominó las políticas macroeconómicas por varias décadas después de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, desde mediados de los treinta, la visión dominante de los tomadores de decisiones económicas había sido la de que el mercado fracasa en generar oportunidades de empleo adecuadas. En esta visión subyace el apoyo a los programas gubernamentales para "crear empleos."

Me recuerdo de la historia que un empresario me contó hace unos pocos años. Mientras realizaba una gira en China, se topó con un grupo de aproximadamente 100 trabajadores que construían una represa de tierra con palas. El comerciante le comentó a una autoridad local que, con una máquina removedora de tierra, un solo trabajador podría construir la represa en una tarde. La curiosa respuesta del oficial fue, "Sí, pero imagínese todo el desempleo que eso crearía." "Oh", dijo el empresario, "yo pensé que Ustedes estaban construyendo una represa. Si son trabajos lo que Ustedes quieren crear, entonces ¡quíteles las palas y deles cucharas!"

En la última década de este siglo, esa manera de pensar sobre el papel del gobierno—que viene de la época de la Depresión—está desapareciendo. En el siglo XXI, generar empleos ya no es visto como el principal objetivo de la política gubernamental; promover un ambiente de creación de la riqueza sí lo será.


Generar Empleo Versus Crear Riqueza

El trabajo es el medio necesario de alcanzar riqueza: para ser consumidores, debemos también ser productores. Cualquiera que sean las buenas intenciones, cuando el gobierno se aparta de su enfoque de crear riqueza y pretende generar empleo, inevitablemente amenaza con disminuir el nivel de vida. Una política gubernamental exitosa que aumente la riqueza debería simultáneamente reducir la carga de trabajo que pesa sobre la fuerza laboral. Eso no significa que la gente necesitará compartir trabajos, tomar trabajos mal pagados o convertirse en desempleados. La creación de riqueza ocurre conforme el componente "muscular" del empleo disminuye y el componente "cerebral" aumenta.

El historial laboral de los países industrializados en el último siglo es claro. En Estados Unidos, por ejemplo, la semana laboral promedio se ha reducido en más de un 40% en los últimos 100 años. Entre los beneficios de la acumulación de riqueza se encuentra el aumento en el ocio que ésta puede costear. Países sumamente pobres se caracterizan típicamente por gente que trabaja desde la madrugada. Hacerlo de otra manera sería desastroso. Cuando uno encuentra naciones empobrecidas con altas tasas de desempleo, uno también encuentra sistemas político-económicos que desincentivan ampliamente la creación y acumulación de la riqueza.

La distinción entre crear riqueza y generar "empleo" puede ser ilustrada por una economía que ha sufrido un desastre natural catastrófico. Una característica bien conocida de la economía de mercado es que en las postrimerías de un desastre, como un huracán o terremoto, el empleo y la producción tienden a aumentar. Una conclusión podría ser que la economía de mercado rutinariamente acumula servicios laborales sin uso que son agradecidamente llamados al servicio por las nuevas demandas de construir casas, carreteras, y todas las otras inversiones que fueron dañadas o destruidas. Pero es claro que la sociedad no está mejor porque la gente está trabajando jornadas más arduas y largas. Una conclusión más razonada es que estos desastres naturales son destructores de riqueza—y generadores de empleo en el sentido que los dueños de casas y empresarios deben ahora esforzarse más para recuperarse de sus pérdidas. Dudo que éste sea el tipo de programa de "generación de empleos" que los votantes tenían en mente cuando depositaron su voto, aunque sospecho que muchos programas gubernamentales "de empleo" operan muy parecido a los programas de reconstrucción post-desastre.


El Gobierno y la Preservación de Empleos

Dada la importancia que los políticos usualmente le asignan a la tarea de generar empleo para la gente, es sorprendente descubrir lo poco que saben sobre la naturaleza de la generación de empleos en una economía de mercado. Estudios del historial estadounidense no muestran ningún factor identificable y sistemático relacionado con región, salarios, tamaño del empleador, intensidad del capital y de la energía, o competencia externa que sea responsable por una parte significativa de los tipos o números de trabajos creados o destruidos en una economía.

Ya que los tomadores de decisiones no cuentan con un panorama claro de hacia dónde van a ser dirigidas las energías empresariales en el futuro, es imposible para ellos predecir dónde debería tomar lugar la creación de empleos. Por ejemplo, hace dos o tres años, ¿quién hubiera predicho, ni que decir planeado, que una cantidad rápidamente creciente de gente estaría diseñando sitios de Internet? No es sorprendente, entonces, que las políticas gubernamentales que pretenden dirigir el flujo de los talentos empresariales en un esfuerzo por promover "buenos" empleos, y presumiblemente desincentivar trabajos "malos", tendrá efectos inciertos y potencialmente negativos en la prosperidad económica.

Las políticas de empleo dirigidas por el gobierno engendran grupos de presión que inevitablemente disminuyen la eficiencia de los mercados en asignar los escasos recursos. Estas políticas tienden a persistir más allá de cualquier punto deseable e inhiben un antecedente necesario a la generación de trabajos: la destrucción de trabajos. En Estados Unidos, los sectores e industrias que cuentan con las tasas más altas de trabajos generados son generalmente los que poseen la mayor cantidad de trabajos destruidos. Igualmente, los países con las tasas más altas de generación de empleos también tienden a tener las tasas más altas de destrucción de empleos (Davis, Haltiwanger, y Schuh 1996: Tabla 3.1).

En las economías modernas, ¿podemos concebir alguna generación de puestos de trabajo que no sea precedida por la destrucción de otros puestos menos eficientes, y por lo tanto menos prósperos? De hecho, ¿podemos concebir algún avance importante que no haga obsoleto alguna otra forma menos eficiente de producir las cosas?

Yo pertenezco a la generación que todavía puede operar una regla de cálculo—sin que pueda precisar claramente con qué propósito. Pero esta tecnología ha sido necesariamente suplantada por la invención de las calculadoras electrónicas, e incluso hoy en día las computadoras personales de miniatura están haciendo obsoletas a las calculadoras. Esta es la naturaleza del progreso—hacer obsoleta a la tecnología antigua. La innovación es el proceso de "destruir creativamente" el orden preexistente.[1]

Dada su visión imperfecta, los programas de empleo gubernamentales son casi en todas partes políticas de protección de empleos, los cuales por extensión tienden a inhibir la creación de nueva tecnología que aumente la riqueza. Los estancados mercados laborales de Europa son un resultado directo de las leyes y regulaciones laborales diseñadas para proteger los trabajos existentes, aún bajo el costo social de desincentivar la formación de capital nuevo y, por lo tanto, de la creación de riqueza.


Fronteras, Prosperidad y Libertad de Capital

Los dos lados de una frontera política ilustran lo que un gobierno puede y no puede lograr. Quizás la interrogante crítica de un tomador de decisiones económicas es por qué la prosperidad económica varía tan ampliamente a lo largo de una frontera imaginaria. ¿Cuál es la importancia económica de las fronteras que separan a la prosperidad de un lado y a la pobreza del otro?

En términos más simples, sólo pueden haber dos razones para que existan diferentes niveles en el ingreso per capita: 1) diferentes niveles de recursos ó 2) diferencias en la asignación de los recursos, ya sea sobre cómo son empleados los recursos o cuántos de los recursos son empleados. Además, estas dos fuentes de prosperidad económica son interdependientes: la forma cómo una nación decide asignar sus recursos determinará últimamente cuántos recursos tiene que asignar.

Las fronteras usualmente marcan diferentes grados de fertilidad del capital—los incentivos que promueven la propagación del nuevo capital que le permite a las regiones ricas alcanzar y mantener niveles de vida altos. El mundo industrializado no fue dotado de todos los recursos que posee; la mayoría fueron creados por el esfuerzo empresarial dentro de un sistema político-económico adecuado. El esfuerzo empresarial no es manufacturado por ingenieros sociales, sino que echa raíces naturales en una superficie económica libre de contaminaciones de intervención política.


El Papel del Gobierno en la Economía

El papel del gobierno en la economía fue establecido hace una década en el maravilloso ensayo La Pobreza de las Naciones escrito por el difunto economista Karl Brunner en 1985. Una persona en una economía puede utilizar los recursos únicamente en uno de cuatro esfuerzos básicos posibles: puede producir, comerciar, influir el proceso político para redirigir una mayor cantidad de recursos en beneficio propio, o protegerse contra los esfuerzos redistribucionistas de otros.

En los primeros dos usos—producción y comercio—el bienestar total generado por la economía aumenta. En el lenguaje de los economistas, estas actividades representan una suma positiva (una situación gana-gana). Sin embargo, los dos últimos esfuerzos—redirigir el flujo de los recursos y protegerse contra los esfuerzos de otros que buscan distribuir la riqueza—son un juego suma cero, o incluso, uno de suma negativa. No añaden ningún valor, desperdician tiempo y esfuerzo, y por lo tanto generan un nivel de vida más bajo para la gente conforme los recursos son desviados de la producción y el comercio. Las instituciones gubernamentales—leyes, reglas, regulaciones, y el sistema judicial—influencian las decisiones privadas de asignar recursos entre estos usos.

La influencia del gobierno como ente distribuidor de la riqueza es bien conocida. La distribución de la riqueza gubernamental mediante impuestos explícitos o implícitos disminuye el incentivo para generar y acumular riqueza, y por lo tanto reduce el poder productivo potencial del sistema económico. Pero los gobiernos también pueden promover la producción y el comercio, ya que son los que asignan y protegen los derechos de propiedad, y hacen cumplir los contratos privados. Estas son actividades que aumentan la riqueza y que ayudan a que la capacidad productiva de una economía florezca. Por lo tanto, los gobiernos tienen dos modos contradictorios y coexistentes: "el modo protector" y "el modo distributivo."

Dichos modos sugieren por qué los límites arbitrarios a lo largo de las fronteras políticas generalmente muestran prosperidad divergente. Las mismas son las fronteras de una autoridad gubernamental y, como tales, marcan los diferentes grados de los modos protector y distributivo.

Ambos papeles pueden influenciar negativamente el panorama económico de una nación: muy poco poder protector o demasiado esfuerzo distributivo inhibe la creación y retención de riqueza y retarda las fuerzas equilibrantes que intentan proveer un nivel de vida comparable al de los países vecinos.

Ahora que ya no existen los alambrados muros de concreto que separaban a las economías de Europa Occidental y Oriental, podemos esperar ver una disminución en la brecha de riqueza que existe entre las dos regiones. Sin embargo, hasta que una infraestructura legislativa y judicial que aumente el modo protector del gobierno haya sido construida en los países del antiguo bloque comunista, la brecha en el bienestar económico no será cerrada.

Una precondición necesaria para la acumulación de capital es la protección de los derechos de propiedad. Los países que logran los progresos más rápidos en adoptar las prácticas legales, financieras y de contabilidad de Occidente pasarán a disfrutar una nueva era de prosperidad para sus economías. De igual forma, hasta que el modo distributivo de muchas de las economías de Europa Occidental sean sustancialmente reducidos, el estancamiento en sus niveles de vida muy probablemente persistirá.

La habilidad de los gobiernos de influenciar la creación de riqueza ha sido documentada en un estudio reciente producido por un consorcio de institutos de investigación en Canadá, México y Estados Unidos (Gwartney, Lawson, y Block 1996). El estudio pretendía medir, de una forma metodológica, el grado de libertad económica en cada uno de los países estudiados. La conclusión a la que se llegó luego de examinar más de 100 países a lo largo de un lapso de 20 años fue que los gobiernos con un fuerte compromiso con la libertad económica—incluyendo la libertad de intercambio y la protección de la propiedad privada—tendían a tener un crecimiento más rápido y a ser más ricos. No había país con una calificación de libertad económica persistentemente alta que fracasara en alcanzar un nivel de ingreso alto. Además, todos los 17 países donde las calificaciones de libertad económica habían mejorado gozaban de tasas de crecimiento positivas y generalmente fuertes, mientras que los países donde la libertad económica había declinado registraron disminuciones en los índices de riqueza per capita.


Un Papel de Creación de la Riqueza para la Política Monetaria

Existe la presunción de que la política monetaria en las democracias industriales tiene dos objetivos: 1) promover la estabilidad de los precios y 2) promover el crecimiento del empleo. Aunque muchos sostienen que ambos objetivos están en conflicto, yo estoy en desacuerdo. Es falso concluir que existe un canje entre estabilidad de precios y la creación de puestos de trabajo. Tal percepción presenta a los proponentes de un sistema monetario estable como si se opusieran a la creación de empleos. Por el contrario, al proteger el poder adquisitivo del dinero de un país—y por lo tanto proteger los derechos de propiedad de las empresas privadas que utilizan el dinero provisto públicamente—el banco central promueve la creación y acumulación de riqueza.

La alternativa—permitir que el poder adquisitivo del estándar monetario de un país se deteriore conforme pasa el tiempo—desvía los recursos de actividades que generan riqueza hacia esfuerzos para proteger la riqueza existente de los estragos de la inflación y las devaluaciones de la moneda. Si los efectos distributivos se hacen lo suficientemente grandes—es decir, si la inflación es extremadamente alta—la gente abandonará el estándar monetario doméstico y lo reemplazará con uno que es fijado fuera del país.

Por ejemplo, la proporción de la moneda estadounidense que la gente posee fuera del país ha estado aumentando rápidamente, de tal forma que hoy en día más de dos tercios está en manos de residentes no estadounidenses. En los ochenta, Latinoamérica poseía el grueso de la moneda estadounidense nueva, ya que en esta región el dólar es comúnmente utilizado para llevar a cabo transacciones ordinarias y de bienes raíces. Desde la caída del Muro de Berlín a finales de 1989, los flujos monetarios en Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas han crecido enormemente conforme el dólar es más aceptado como medio de intercambio en estas economías de mercado emergentes. De hecho, en 1994, las transferencias de moneda estadounidense hacia Rusia representaron más del 50% de todos los movimientos monetarios externos. En 1995 se reportó que los embarques brutos de moneda estadounidense a Rusia eran de hasta $100 millones por día comercial (Porter y Judson 1995).

La razón a favor de un sistema monetario competitivo en Rusia está clara: Para ganar ingresos producto del señoraje, el banco central ruso imprime rublos rápidamente, desvalorizando a la moneda doméstica. Entonces, el impuesto inflacionario implícito sobre las transacciones de rublos proveyeron el incentivo para que los ciudadanos rusos utilicen una moneda más estable—el dólar estadounidense.

Cuando vemos al dinero como un bien público que facilita la operación de los mercados, empezamos a ver que un estándar monetario estable no tiene que oponerse a la creación de puestos de trabajo, sino que favorece la creación de riqueza. Este es el entendimiento alcanzado en una amplia variedad de economías de mercado alrededor del mundo. En años recientes, muchas naciones han adoptado como único objetivo del banco central alcanzar una inflación baja o de cero. En gran medida, dichos gobiernos se han desencantado con el papel de la autoridad monetaria de afinar y ajustar la economía. En casi todos los ejemplos, las consecuencias no deseadas de las desacertadas "políticas de estabilización contracíclica" de corto plazo consistieron en la inestabilidad del poder adquisitivo del dinero, el empeoramiento de las fluctuaciones en la actividad comercial, y la erosión de la riqueza.

La evidencia del efecto negativo de la inflación sobre la creación de la riqueza es incompleta, pero existen pocas dudas de que dicho efecto es cada día más reconocido. Por ejemplo, un estudio reciente del Bank of England reportó que un aumento del 10% en la inflación promedio reduce la tasa de crecimiento del ingreso per capita real en cerca de un cuarto de un punto porcentual y disminuye la proporción de inversión con respecto al PIB (Barro 1995). Estos resultados implican que a largo plazo la inflación puede tener un efecto significativo en el nivel de vida de un país. Esta conclusión es consistente con el trabajo realizado por economistas de la Reserva Federal quienes concluyeron que existe "una correlación negativa entre la inflación y el crecimiento de la productividad durante el período posterior a la Guerra de Corea en Estados Unidos" (Rudebusch y Wilcox 1994).

Los economistas debatirán los detalles sobre cuál es la mejor manera de implementar un objetivo de estabilidad de precios para los bancos centrales. De hecho, dichos debates han tomado lugar en Estados Unidos durante muchos años, así como alrededor del mundo. Pero hay un elemento esencial de este objetivo: los gobiernos deben abandonar la noción de que los inestables sistemas de pago inflacionarios representan estrategias de creación de riqueza (y de empleos) útiles. El historial en este punto es claro. Para alcanzar el mayor nivel de vida, el banco central debe proveer los mejores incentivos para la creación y acumulación de la riqueza. Eso, sobre todo lo demás, significa que debe proveer un sistema monetario estable.

Jerry L. Jordan

viernes, 19 de octubre de 2007

El secreto del capital intangible


Un inmigrante mexicano es cinco veces más productivo que el mexicano que se quedó en su país. ¿Por qué sucede eso?

La respuesta no es obvia: este país tiene más maquinaria o herramientas o recursos naturales. De hecho, de acuerdo a algunas investigaciones notables pero en gran parte ignoradas —realizadas por el Banco Mundial irónicamente— es porque el estadounidense promedio tiene acceso a más de $418.000 en riqueza intangible, mientras que la riqueza intangible de los mexicanos que se quedaron en México es de apenas $34.000.

Pero, ¿qué es la riqueza intangible, y cómo se supone que uno la debe medir? Y, ¿qué significa para las personas del mundo —pobres o ricas? Ahí donde la historia se vuelve más interesante.

Hace dos años el departamento de economía ambiental del Banco Mundial se propuso determinar las contribuciones relativas de varios tipos de capitales al desarrollo económico. Su estudio, ¿Dónde está la Riqueza de las Naciones?: Midiendo el Capital para el Siglo XXI (Where is the Wealth of Nations: Measuring Capital for the 21st Centrury) comienza definiendo al capital natural como la suma de los recursos naturales no renovables (incluyendo al petróleo, el gas natural, el carbón y los recursos minerales), la tierra arable, la tierra apta para pasto, las áreas de bosque y las áreas protegidas. El capital producido o construido es el que muchos de nosotros consideramos como capital: la suma de la maquinaria, los equipos, y las estructuras (incluyendo la infraestructura) y la tierra urbana.

Pero una vez que el valor de todos estos es sumado, los economistas encontraron algo grande que todavía no estaba siendo considerando: ¡la gran mayoría de la riqueza del mundo! Si uno simplemente suma todo el valor actual de los recursos naturales de un país y el capital producido o construido no hay forma de que uno pueda explicar el nivel de ingresos de ese país.

El resto de la riqueza está constituida de factores “intangibles” —tales como la confianza entre las personas dentro de una sociedad, un sistema judicial eficiente, derechos de propiedad fortalecidos y un gobierno efectivo. Todo este capital intangible también aumenta la productividad del trabajo y aquello resulta en un nivel de riqueza más alto. De hecho, el Banco Mundial asevera que “El capital humano y el valor de las instituciones (considerado como el Estado de Derecho) constituyen la porción más grande de la riqueza en prácticamente todos los países”.

Una vez que uno considera todos los recursos naturales del mundo y el capital producido, 80% de la riqueza de los países ricos y 60% de la riqueza de los países pobres es de este tipo intangible. La simple realidad es que: “Los países ricos en gran parte lo son gracias a las habilidades de su población y a la calidad de las instituciones que apoyan la actividad económica”.

Lo que los economistas del Banco Mundial han hecho de manera brillante es cuantificar el valor intangible de la educación y las instituciones sociales. De acuerdo a los análisis de regresión realizados por ellos, por ejemplo, el Estado de Derecho explica 57% del capital intangible de los países. La educación explica 36%.

El índice de Estado de Derecho fue construido utilizando varios cientos de variables individuales que miden las percepciones de la gobernabilidad, tomadas de 25 fuentes distintas de información que a su vez son construidas por 18 organizaciones distintas. Las organizaciones incluyen a grupos de la sociedad civil (Freedom House), agencias calificadoras de riesgo político y de negocios (Economic Intelligence Unit) y centros de pensamiento (International Budget Project Open Budget Index).

Suiza obtiene un puntaje de 99,5 fuera de 100 en el índice de Estado de Derecho y EE.UU. obtiene 91,8. Nigeria, en cambio, logra un mísero puntaje de 5,8; Burundi 4,3; y Etiopía 16,4. Los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) —30 países desarrollados de ingresos altos— tienen un puntaje promedio de 90, mientras que África Sub-Sahariana tiene un bajo puntaje de 28.

La riqueza natural en los países ricos como EE.UU. es una pequeñísima porción de su riqueza total —tradicionalmente entre 1% y 3%— pero aún así aprovechan mucho mejor lo que tienen. La tierra arable, los pastos y los bosques son más valiosos en países ricos porque pueden ser combinados con otros capitales tales como las máquinas y los derechos de propiedad fortalecidos para producir más valor. La maquinaria, los edificios, las carreteras y demás constituyen 17% de la riqueza total de los países ricos.

En general, el ingreso per cápita promedio en los países ricos de OCDE es de $440.000, constituido por $10.000 en capital natural, $76.000 en capital producido, y un sorprendente $354.000 en capital intangible. (Suiza tiene el ingreso per cápita promedio más alto, $648.000. EE.UU. es el cuarto con un ingreso de $513.000).

A modo de comparación, el estudio del Banco Mundial descubre que la riqueza total para los países de ingresos bajos se ubica en un promedio por persona de $7.216. Eso está constituido por $2.075 en capital natural, $1.150 en capital producido y $3.991 en capital intangible. Los países con la riqueza per cápita más baja son Etiopía ($1.965), Nigeria ($2.748), y Burundi ($2.859).

De hecho, algunos países también son tan mal gobernados, que en realidad tienen capital intangible negativo. A través de la corrupción fuera de control y sistemas de educación fracasados, Nigeria y la República Democrática del Congo están destruyendo su capital intangible y asegurando que sus ciudadanos sean más pobres en el futuro.

En EE.UU., de acuerdo al estudio del Banco Mundial, el capital natural es de $15.000 por persona, el capital producido es de $80.000 y el capital intangible es de $418.000. No obstante, considerando la medida común para comparar países, su ingreso per cápita anual ajustado para el poder de compra a la paridad es de $43.800. Contraste eso con el hecho de que México, rico en petróleo, tiene un capital natural por persona de $8.500 ($6.000 por el petróleo), $19.000 en capital producido y $34.500 en capital intangible —un total de $62.000 por persona. Aún así su PIB per cápita es de $10.700. Cuando un mexicano, o un sur-asiático o africano, atraviesa nuestra frontera, ellos ganan acceso inmediato a un capital intangible de $418.000 por persona. ¿Quién no cruzaría la frontera bajo esas circunstancias?

El estudio del Banco Mundial fortalece los profundos argumentos del difunto economista de desarrollo Peter Bauer. En su brillante libro de 1972 Dissent on Development, Bauer escribió: “Si todas las condiciones para el desarrollo más allá del capital estuviesen presentes, el capital pronto será generado localmente o estará disponible…del extranjero…Si, sin embargo, las condiciones para el desarrollo no están presentes, entonces la ayuda externa…será necesariamente improductiva e inefectiva. Por lo tanto, si los elementos de desarrollo están presentes, el progreso material ocurrirá aún sin la ayuda externa. Si no están presentes, el progreso no ocurrirá aún con ayuda externa”.

El estudio que rompe esquemas del Banco Mundial ¿Dónde está la riqueza de las naciones? demuestra de manera convincente que “los elementos del desarrollo” son el estado de derecho y un buen sistema de educación. La gran pregunta es que los investigadores no contestan esto: ¿Cómo pueden las personas del mundo en vías de desarrollo librarse de los cleptócratas que saquean sus países y los mantienen pobres?

Por Ronald Bailey
Tomado de CATO