Recientemente, el magnate estadounidense y contendiente en la carrera por ser nominado por el Partido Repúblicano para la candidatura presidencial de ese país, Donald Trump, manifestó criterios polémicos contra la inmigración ilegal y, particularmente, su impacto en la seguridad de los estadounidenses.
De inmediato, por los cuatro vientes se han propagado respuestas de reprobación, censura y malestar por las declaraciones del pintoresco personaje. Cadenas televisivas como Univisión y NBC, así como tiendas como Macy's y organizaciones como NASCAR rápidamente han roto relaciones con el magnate, propietario de la franquicia "Miss Universo" por considerar sus comentarios como racistas y xenofóbicos. Incluso, ya nuestro país y otros como México y Panamá, no sólo han advertido que no trasmitirán el concurso de belleza sino que, en señal de protesta, no enviarán representantes para la edición de este año.
Más allá del reconocimiento de comentarios como una estrategia mediática de Trump para visibilizarse y subir en las encuestas -en donde no había estado bien posicionado- y del siempre recurrente discurso del "otro" como enemigo común y causante de todos los problemas para unificar a la población con fines políticos y desviar la atención de las verdaderas razones que provocan los mismos, la reacción de los latinos nos muestra que estamos lejos de superar esa mentalidad tribalista que por tantos años nos ha caracterizado.
En ASOJOD no vamos a defender a Trump -para aquellos que posiblemente lo vayan a pensar- ni el ataque a las personas, independientemente de su origen. Siempre hemos sido contundentes en criticar el nacionalismo o cualquier otra expresión cultural que pretenda ensalzar a una etnia, grupo o nacionalidad por encima de las otras; pero asimismo, somos vehementes para oponernos a esa mentalidad de tribu con la que los ofendidos responden.
¿Es que los problemas de los países latinoamericanos -pobreza, corrupción, enfermedades, violencia, narcotráfico, inseguridad, falta de oportunidades, Estados gigantes que ahogan cualquier iniciativa privada- no son lo suficientemente serios y numerosos como para dedicar tiempo a unos comentarios estúpidos de un tipo que se está aprovechando de la cobertura mediática para conseguir sus fines políticos? ¿Tan débil es la autoestima de quienes vivimos en esta región del mundo que unas simples declaraciones causan tanta ofensa y tanto lamento? ¿Tan acomplejados están que no pueden sencillamente tener oídos sordos para palabras necias y concentrarse en aquello que de verdad nos afecta?
Lo más lamentable es que hemos dejado de preocuparnos cuando nos insultan o atacan como personas, por nuestros valores, nuestras ideas, nuestros principios o nuestros gustos, y comenzamos solo a escandalizarnos cuando la crítica va dirigida al colectivo en el torpemente decidimos fijar como parámetro que determina nuestra identidad. Parece que ya no valemos, ni nos importa, ser individuos, sino que existimos en función de que seamos heterosexuales, gays, latinoamericanos, estadounidenses, mexicanos, costarricenses, negros, blancos, abogados, médicos, ingenieros veganos, vegetarianos, carnívoros, etc.
Hemos dejado de ofendernos por aquello que realmente nos debería preocupar: políticos limitando nuestra libertad, nuestra propiedad privada, nuestros derechos para decidir sobre nuestras vidas, nuestros esfuerzos por construir un mejor mañana, para estar más pendientes del comentario contra el colectivo. Nos ha dejado de indignar lo que destruye nuestra esencia y nos anula como personas para levantar polvorín cada vez que mancillen la etiqueta de la tribu a la que decidimos anexarnos.
Esas son las cosas que atribulan nuestra mente. ¿Y luego por qué permanecemos en el subdesarrollo?