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martes, 16 de octubre de 2012

La columna de Carlos Federico Smith: Malala Yousafzai

Ese es el nombre de la niñita que fue baleada hace pocos días por un talibán paquistaní, ansioso de aplicar una condena de muerte por el “pecaminoso” delito cometido por esa menor: que las niñas pudieran tener acceso a la educación. No se puede decir que ese fuera un acto cobarde cometido por ese talibán, quien subió al autobús que conducía a la estudiante a su casa, preguntó por ella a sus compañeritos y, al lograrla identificar, simplemente la acribilló a tiros. Lo más probable es que lo hiciera con gozo, con plena satisfacción, pues al hacerlo cumplía con el mandato religioso de algunos talibanes salvajes, cuya religión no les permite aceptar que una niña de escasos 14 años abogara por la educación de las mujercitas. En el fondo de las cosas, se trata de bestias barbudas travestidas de humanos.

La lucha de Malala no es por algo que hiciera el día de octubre en que intentaron asesinarla. Fue el castigo por haber defendido públicamente desde sus 11 años su derecho a educarse como persona, como mujer, a lo cual se oponía el fundamentalismo talibán de donde vivía. Ese fue su grave delito merecedor de la pena capital talibana. Por ello, en su primitivismo, aquellos abogaron por eliminarla físicamente. Se trató, una vez más, de la aplicación de la ley Sharia o código moral y religioso del Islam, que en opinión de algunos fanáticos considera que las mujeres son poco más que máquinas reproductoras. Debo, eso sí, reconocer que practicantes de esa religión han visto con disgusto pleno lo sucedido, pues es tan inhumano que hasta un grupo importante de sus religiosos emitió una fetua o procedimiento legal en contra de los malditos agresores.

Lo que ha sucedido con Malala se une a otra serie de acontecimientos que señalan con toda claridad que existe un extremismo terrorista dentro de círculos musulmanes. Enfatizo, en grupos de musulmanes, no es algo propio de todos los creyentes musulmanes. Es frente a los primeros que el mundo civilizado debe estar alerta y ser muy claro en su definición: se trata de grupos que consideran que la terminación de la vida en la tierra, tal y como la conocemos, es el fin último de su religión, fin de preparar la segunda venida de su Mesías a la Tierra. Para lograrlo están dispuestos a actuar de la forma que sea.  Desde destruir dos torres en Nueva York para causar el máximo daño, desde amenazar con la destrucción nuclear final al estado democrático de Israel, pasando por la autoinmolación –el suicidio- con tal de que ocasione la muerte de infieles, o para acabar con las Malalas, niñas que sólo desean estudiar.

Tal visión debe ser contrastada con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, ese pronunciamiento liberal esencial de las Naciones Unidos definido en París en 1948, que enfatiza, en una parte, la libertad de conciencia y de religión y, en otra, que toda persona tiene el derecho a la educación.
Con franqueza lo digo. Hace que apruebe de todo corazón lo que apareció recientemente en un poster en autobuses de Nueva York: “En cualquier guerra entre el hombre civilizado y el salvaje, apoye al hombre civilizado. Apoye a Israel. Derrote a la jihad”, esto es, a la obligación religiosa de lucha de los musulmanes: una guerra santa o jihad que pretenden imponer algunos grupos extremistas, porque yo sí los considero como extremistas y, a diferencia de Obama, me atrevo a llamarlos como lo que son. 

Espero, en Dios y en Alá y en los hombres y mujeres de bien, que Malala sobreviva y que así lo puedan hacer la sanidad, la civilización y los derechos de la humanidad, ante el sectarismo fundamentalista que pretende aniquilarlos a como haya lugar.

Jorge Corrales Quesada

martes, 25 de septiembre de 2012

La columna de Carlos Federico Smith: la ira de Dios

Hace muy pocos días, una especialista en estudios religiosos de la Universidad de Harvard, reveló la existencia de un pedazo de papiro, del tamaño de una tarjeta de presentación, en la cual aparecía escrita una mención de Jesús acerca de su esposa. Obviamente esta noticia ha de haber sacudido a los interesados en estos temas, pues, de ser cierto que Jesús estuvo casado con una mujer, eso tendría un enorme impacto en las religiones cristianas modernas, que hasta el momento han sostenido que Jesús nunca se casó.

En esos mismos días, en muchos países en donde hay una alta representación de miembros de la religión mahometana, turbas muy bien armadas, formulaban amenazas de muerte por doquier, tanto para los autores de un supuesto “tráiler” –que tengo entendido es un anticipo de una película- como para el gobierno de los Estados Unidos, a fin de que se reprimiera esa expresión de alguno o algunos, que las hicieron en el marco de la libertad de expresión que existe en ese país.

Esas huestes intolerantes, “casualmente” en momentos en que se celebraba un aniversario más de la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York por parte de extremistas musulmanes, volaron fuego a distintos centros diplomáticos de los Estados Unidos, e incluso en Libia asesinaron al embajador estadounidense y a otros tres funcionarios de esa nación.

El argumento de los fanáticos fue que aquel “tráiler” constituía una blasfemia al mostrar, de alguna manera, el rostro de Alá, pues, según su religión, es prohibida su representación. Ya en el pasado sucedió algo similar con la publicación de los Versos Satánicos de Salman Rushdie, a quien se intentó matar por mandato de algunos altos sacerdotes de aquella religión. También se voló fuego a un periódico nórdico por publicar una “imagen” del Dios de los musulmanes, así como a una revista de humor francesa, por presentar caricaturas del profeta. 

¿Se imaginan lo que hubiera pasado si, por ejemplo, los católicos creyentes en que Cristo nunca se casó, hubieran decidido solicitar que se ejecute a la profesora de Harvard, por publicar tal “blasfemia”? ¿Piensen lo que habría pasado si, para limpiar la maldad de ese acto execrable, los católicos hubieran decidido protestar ante la Universidad de Harvard (¿tal vez el INCAE?) o ante la embajada gringa para exigir que ese país persiga a la académica, quien, en ejercicio de su libertad de expresión, osó decir tal cosa como que Jesús era casado? Hay religiones en que las personas que las obedecen se convierten en verdugos de quienes no comparten su fe. No es porque no se les “respeta”, por lo cual actúan, sino simplemente porque no quieren creer en sus dogmas.  Sólo que hay religiones en que los “dogmas” son menos intolerantes y tal ve hasta menos violentos que los de otras. La religión debería ser un asunto personal y no la imposición que de ella pueda hacer un Estado mediante algo que denominan como ley.

Tal vez para contrarrestar una política exterior débil en lo que concierne a naciones árabes extremistas, el gobierno de los Estados Unidos lo primero que ha hecho es excusarse por lo ofensivo que era el “tráiler”, cuando lo cierto es que la existencia primordial de la libertad de expresión es lo que nos garantiza el derecho hasta de ser ofensivos, siempre y cuando no se dañe a un tercero y así lo determine un juez. Vieran como me ofende, como manudo, el triunfo ocasional del Saprissa, o como me molesta ver vanagloriarse a cierto político de lo honesto que es su gobierno. Pero no le reprimo el derecho de poder decir lo que le dé la gana, siempre que no me cause un daño. 

El camino de represión de la libertad de expresión, a fin de que lo que cada persona sólo pueda decir aquello que es de la complacencia de cualesquiera otra persona, únicamente conduce al silencio, al totalitarismo, a la pérdida de la libertad; simplemente, a que dejemos de pensar por nosotros mismos y que sólo sea lo que el dictador nos permita. Bajo esa idea aparentemente conveniente de que haya libertad para expresarse siempre y cuando sea responsablemente, entendiendo por esto último que no afecte la sensibilidad de un tercero, se le abre el espacio al estado para que éste, en nombre de la coherencia social, de la sensibilidad de alguno o algunos ciudadanos, de la solidaridad entre personas y pueblos, pueda reprimir aquellas opiniones que considera indeseables. Por supuesto que las más indeseables para el Estado, serán aquellas que van en contra de sí mismo: los hombres libres serán los mejores siervos, diría George Orwell.

Jorge Corrales Quesada