Se le atribuye al cirquero estadounidense P. T. Barnum, la frase de que “cada minuto nace un incauto” (“There’s a sucker born every minute”). Hubo un montón de “majes” quienes creyeron que el mundo iría a terminar por ahí del 21 de diciembre, pues tales eran las predicciones (falsas) derivadas de la terminación e inicio de un nuevo ciclo del calendario de los mayas. Esto nos trajo a la memoria la alharaca y el tremendo negocio que hicieron algunos avispados del mundo de la computación, con el cuento de que el mundo se terminaría al concluir el siglo pasado. Fue la famosa historia del Y2K y el desastre tecnológico que implicaba la parálisis universal de la computación. Tampoco, en ese momento al igual que ahora, nada terminal pasó.
Este tipo de predicciones ha sucedido muchas veces en la historia de la humanidad. No quiero acordarme de las tristes matanzas que hubo en Guyana y en California décadas atrás, anticipándose a una presunta terminación de los tiempos. Igualmente ridículas fueron las del famoso predicador Sun Myung Moon, fundador de la Iglesia de la Unificación, quien en el 2000 profetizó que el reino de los cielos se establecería en la tierra. También en nuestro medio hubo una amplia difusión televisiva acerca de las predicciones de un tal José Luis de Jesús, otro rezador criollo de la región, quien había predicho que el 30 de junio del 2012 el mundo colgaría sus tenis. No hay duda que, como dice el latinajo, stultorum infinitus est numerus (el número de los estúpidos es infinito). Mayor que el de los embusteros profetas, lo es el de los incautos creyentes.
Ese negocio de predecir catástrofes no es patrimonio exclusivo de tipos ligados a movimientos religiosos, si bien muchos de ellos han tenido esa profesión. También han existido notables científicos que se han aventurado a la riesgosa labor de hacer de profetas. Recuerdo algunos casos notables recientes de economistas y otros profesionales de ciencias afines, quienes se atrevieron a formular predicciones de similar talante. Por ejemplo, el biólogo Paul Ehrlich escribió junto con su esposa un libro en 1968 titulado La Explosión Demográfica (The Population Bomb), en donde vaticinan hambrunas masivas a partir de la década de los setentas y ochentas, debido al excesivo crecimiento de la población humana, en comparación con el incremento proyectado de los recursos naturales. Fue una simple expansión de las ideas de Thomas Malthus, religioso y economista, quien se basó en el principio económico de los rendimientos decrecientes. Para él la población crecería geométricamente, doblándose cada 25 años, en tanto que los alimentos lo harían aritméticamente. Así aseveró que “Al final del primer siglo la población será de 176 millones y las subsistencias no llegarán para 55 millones; de modo que una población de 121 millones de habitantes tendría que morir de hambre”, Con el paso de los años esas desgracias malthusianas no se presentaron e igual sucedió con las predicciones de los Ehrlich, pues, por el contrario, con el paso de los años la población humana obtuvo una mayor alimentación per cápita. Ante esto, como excusa, dijeron los Ehrlich que sus metas habían sido logradas, pues provocaron un debate en torno al crecimiento de la población. Creo que ni Babe Ruth pudo batear tanto como los esposos Ehrlich.
Estos no son los únicos que vienen a mi memoria. En 1972 el prestigioso Club de Roma publicó su conocido informe Los Límites del Crecimiento, en el cual predijo que el crecimiento económico mundial se vería refrenado por la limitación de los recursos naturales, particularmente del petróleo. Incluso el también prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) construyó un modelo con base en las predicciones del Club de Roma, según el cual alrededor del año 2000 sobrevendría el desastre económico mundial, debido a la limitación de recursos, tales como petróleo, agua y alimentos, que reduciría fuertemente el tamaño de la población del mundo. Por supuesto que nada de esto ha sucedido.
Las ideas de estos proponentes del “fin del mundo” de última camada las ha resumido recientemente el físico australiano Graham Turner, con base en los modelos del Club de Roma/MIT, quien señala que “el mundo va camino al desastre” y hace la sugerencia de que el crecimiento es aún posible si los gobiernos llevan a cabo políticas e inversiones en tecnologías verdes, que limiten la expansión de nuestra huella ecológica. Con esto se nos quiere empujar a la idea de un gobierno mundial que permita evitar, una vez más, un predicho final del mundo.
Tranquilos. Podemos esperar que este año sea económicamente difícil aquí y posiblemente en casi todo el mundo restante. Pero no habrá un fin del mundo. Algo que me atrevo a señalar es que, en tanto las principales economías occidentales (Europa y Estados Unidos) no pongan en orden sus finanzas públicas, sus economías no van a recuperar una tasa de crecimiento deseable. Por el contrario, de no ponerse orden en el excesivo gasto gubernamental en todas en esas regiones del mundo, valdría la pena que se volvieran las miradas hacia la Grecia eterna. Sólo que esta vez Grecia no es el ejemplo de florecimiento y progreso que siempre hemos admirado. Tristemente hoy lo es de cómo las naciones pueden terminar sumidas en un letargo en cuanto a su crecimiento económico, por la ambición de creer que, por medio de la acción del estado, es posible vivir más allá de sus medios por largo tiempo. Ahí si que se presenta un juicio final, más tarde o más temprano.
Jorge Corrales Quesada