Mostrando las entradas con la etiqueta cambio. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta cambio. Mostrar todas las entradas

martes, 15 de enero de 2008

¿Qué hacen los políticos?


El joven senador Barack Obama se ha convertido en la gran revelación de los comicios estadounidenses. No solo porque es el primer candidato afroamericano con serias posibilidades de convertirse en presidente, sino porque dice encarnar el cambio que supuestamente necesita la sociedad norteamericana. Entre los republicanos, Mitt Romney, un exitoso empresario mormón, exgobernador de Massachusetts, quintaesencia delestablishment económico y político del país, se propone como mandatario alegando exactamente el mismo argumento: asegura representar el cambio. Parece que la palabra tiene una gran acogida entre los electores.

Los dos, tal vez, se equivocan. La función de los políticos norteamericanos no es generar los cambios, sino regularlos. Los cambios económicos los produce la propia dinámica interna de la sociedad civil. Se llevan a cabo por medio de las decisiones libremente tomadas por millones de ciudadanos emprendedores y laboriosos que son los que espontáneamente determinan la dirección y la velocidad en que se mueve el país. Los hacen en los laboratorios, en las fábricas, en las empresas, en las universidades. Los verdaderos artífices de los cambios son los investigadores, los científicos, los grandes ingenieros, los gerentes creativos, los empresarios agudos, los pensadores que en cada centro educativo remodelan día a día el conocimiento. Los cambios sociales los impulsan (o los frenan) los medios de comunicación, las iglesias, las ONG, los sindicatos, las organizaciones de estudiantes y los diversos grupos de interés.

Certeza de dictaduras. Los políticos, ante esa incontrolable dinámica, absolutamente impredecible, solamente pueden administrar y hacer reglas. Si las reglas son acertadas, benefician al conjunto de la sociedad, impiden los atropellos, evitan las injusticias flagrantes y consiguen facilitar la implantación de los cambios. Si se equivocan, las consecuencias pueden ser totalmente negativas y se convierten en una verdadera rémora. Pero no corresponde a los políticos la tarea de cambiar el destino de los pueblos, entre otras razones, porque en las sociedades libres nadie sabe hacia dónde debe desplazarse la población. Esa monstruosa certeza solo se tiene en las dictaduras socialistas, dotadas de una sola cabeza, donde los grandes artífices de la ingeniería social, utilizando como correa de transmisión a ciertos grupos de oscuros funcionarios, generalmente precedidos por unos fanáticos iluminados, creen saber hacia dónde debe marchar la sociedad, y arrean al pueblo en esa dirección a punta de látigo y calabozo, ahogando de paso el espíritu emprendedor, mientras arrancan de cuajo cualquier vestigio de genuina creatividad

Lucha tenaz. La mera existencia de un fenómeno como Obama prueba esa afirmación. Fue la lucha tenaz de los cuáqueros y de los abolicionistas en el siglo XIX, retomada luego por Martin Luther King a mediados del XX, donde se generó la posterior legislación integracionista de Lyndon Johnson que hoy, felizmente, permite que Obama sea una opción viable para los electores americanos. Lo que cambia a Estados Unidos es el tren, el teléfono, la aviación, la píldora anticonceptiva, las computadoras o la clonación –entre otros centenares de innovaciónes–, y todos esos hitos tecnológicos surgen en el seno de la sociedad civil y precipitan al país en una dirección hasta entonces insospechada, provocando consecuencias tremendas en todos los órdenes de la convivencia, ante las cuales tienen que reaccionar los políticos. Esa es la virtud de las llamadas sociedades abiertas, donde el Estado no dirige ni planifica, sino se limita a regular equitativamente. Es de este orden espontáneo de donde surge la inmensa fortaleza y la increíble capacidad para generar riqueza de una nación como Estados Unidos.

Pero hay otra paradoja: a veces los grandes cambios, aun siendo benéficos, crean graves problemas que sí deben enfrentar los políticos. Un caso típico es el desarrollo de la farmacología y de los carísimos equipos de diagnóstico. Gracias a ellos, hoy las personas tardan más en morir –el verdadero cambio es el aumento de la longevidad–, pero esos últimos años son terriblemente onerosos y nadie sabe cómo hacerles frente, porque casi todo enfermo desea prolongar su vida a cualquier costo. La función del político, pues, es encontrar la forma de regular este cambio de la manera más razonable y eficiente posible, dentro de las limitaciones que siempre impone el presupuesto. Y la labor del elector, claro, consiste en tratar de identificar qué político es capaz de hacer mejor esa y otras parecidas tareas. No es fácil.

Por Carlos Alberto Montaner

miércoles, 3 de octubre de 2007

Miedo al cambio


Con respecto a este hecho histórico a realizarse este domingo 7 de octubre y ante todo poniéndome a recordar sobre las entretenidas clases de Estudios Sociales durante la escuela y el colegio, se me vino a la mente una serie de sucesos históricos que han marcado (al igual que se pronostica con este) a la sociedad costarricense, los cuales fueron comúnmente enfrentados de manera responsable y activa; en donde los recelos hacia el futuro eran recurrentes, más siempre la gallardía y el valor se impusieron dentro del país.

Sin embargo, actualmente parece que la pericia de los costarricenses se ha perdido entre habladuría de miedo al cambio, a la democracia y en especial a la modernización, lo cual me hace pensar si dicha situación se hubiese dado durante esas épocas: Qué hubiere pasado si le hubiéramos dicho que NO a la abolición del ejercito ya que nunca antes se había estado sin la libertad de no poseer milicia, o si le hubieran dicho que NO al cambio radical de la participación femenina en 1949 puesto que esto significaba una modificación primordial a la estructura ciudadana y electoral del país; o aún más de antaño, si allá por inicios del siglo XX los costarricenses le hubieran dicho que NO a la exportación del café o si le hubieran dicho que NO a ser la tercera ciudad electrificada del mundo.

¿Cómo hubiera seguido nuestro país? A manera de respuesta muy seguramente bajo un estatus de tranquilidad social para cada época, sin cambio significativo que les hubiere llevado a diversas desventuras. Pero dichos costarricenses sabían que esas requejas hacia el cambio no eran correctas; este razonamiento hizo mella dentro de la sociedad costarricense, siendo evidente desde esos años que la única manera de progresar consistía en siempre ir hacia adelante porque se sabía que con esfuerzo y dedicación hacia el trabajo se podría avanzar en cualquier ámbito.

El pueblo costarricense ha sido sabio en las decisiones que ha tomado, ha conocido muy bien que el avance está en la aceptación de nuevos retos, y que ante todo en ningún momento ha tenido dentro de su jerga un NO de por medio, nunca ha sido una opción y ahora que esta en boga tampoco debería serla; Por ello, costarricenses, porque en el pasado hemos demostrado que los cambios son para mejorar, vote Sí al TLC.

Adriana Briceño López