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martes, 10 de julio de 2012

La columna de Carlos Federico Smith: matizando la situación económica actual

A mitad de este año, me complace observar datos que indican un mayor crecimiento de la economía nacional, que el que previamente anticipé en el marco de la discusión nacional, acerca de la imposición de mayores impuestos. De acuerdo con el indicador denominado IMAE y que publica el Banco Central, a marzo del 2012 el crecimiento del primer trimestre de este año es de 6.8% anual, en comparación con el del año anterior. Como se ha indicado en otras informaciones públicas, el mayor crecimiento se ha dado en las exportaciones, que lo han hecho en cerca de un 13%, a mayo de este año. El crecimiento de las exportaciones de zona franca (las cuales son más o menos la mitad del total del país) fue de más de un 17%, en el primer cuatrimestre de este año. El crecimiento de la actividad productiva doméstica, si bien muestra signos de una mejora con respecto al año anterior, posiblemente esté creciendo a un tercio de las anteriores; esto es, alrededor de un 5%.

Dos factores creo son los que han impulsado este mayor crecimiento de la economía. Por una parte, la no aprobación del paquete tributario a fines del año pasado en la Asamblea Legislativa, provocó un alivio a la enorme incertidumbre que en esos momentos rodeaba a los sectores productivos del país. Esto explicaría el mayor crecimiento de la producción doméstica destinada al consumo local en comparación con el año previo, si bien sería relativamente moderado. También la anulación tributaria podría explicar, al menos en parte, el porqué del mayor crecimiento de la exportación de zonas francas, que en cierto momento de la discusión vieron amenazado su tratamiento tributario relativamente favorable, en comparación con el resto de la producción doméstica.
 
El segundo factor, y de gran importancia para la producción interna, es la mejora relativa, aunque si bien pequeña, de la economía estadounidense, la cual ha impulsado nuestras exportaciones, principalmente de zonas francas, tal como se indicó.
 
No parece haber algún otro factor adicional que explique la mejora relativa en el crecimiento reciente de nuestra producción interna, diferente de la derivada de la mayor demanda externa proveniente principalmente de los Estados Unidos y de la eliminación de la fuerte amenaza tributaria, que a fines del año pasado pendía sobre la economía nacional.
 
Antes que algún columnista de turno lance sus campanas al vuelo (¡ya lo han hecho!), hay dos factores que actualmente gravitan sobre nuestra economía, que podrían frenar dicho crecimiento económico, a mediano plazo antes que de inmediato, y que, por tanto, nos obligan a valorar una serie de posibles acciones económicas que deberán de tomarse para prevenir ciertos efectos negativos sobre nuestra producción y empleo.
 
El primero es la grave situación actual de gran parte de Europa, debido al desorden fiscal de ciertas naciones que han pretendido seguir políticas de gasto público sin freno y utilizar cuanto endeudamiento esté asequible para reafirmarlas, una vez que casi se han extinguido sus potenciales fuentes tributarias domésticas. El resultado es que naciones como Grecia, Portugal, Chipre, España, entre otras por venir, han visto cómo se han disparado sus costos de endeudamiento en los mercados internacionales, dando lugar a situaciones imposibles de solucionar mediante endeudamiento adicional. Esto ha provocado que esos países ahora pretendan obtener préstamos o líneas de crédito de otros países de la Unión Europea, que han seguido un mayor orden en sus finanzas públicas, como Alemania, Holanda, Austria, entre otros pocos. El problema que enfrenta aquel primer grupo de naciones, es que las naciones europeas fiscalmente más disciplinadas, se rehúsan a seguir financiando ese excesivo gasto público.
 
Esta crisis de Europa ya se refleja en un menor crecimiento de sus naciones, tanto de las endeudadas como las solventes, lo cual se traduce en un descenso de sus demandas de bienes y servicios en los mercados internacionales (entre ellas de nuestras exportaciones) y esto podría provocar algún grado de enfriamiento en el crecimiento de la producción nacional. Experiencias pasadas parecen indicar que, lo que hoy sufre la Comunidad Económica Europea en sus posibilidades de crecimiento, se habrá de reflejar en sus actividades financieras y bancarias, por lo que tal vez resulte prudente reforzar nuestras reservas internacionales y las posiciones de nuestro sistema financiero, a fin de hacerle frente, si fuera posible, a algún fuerte embate económico proveniente de la situación europea señalada.
 
El segundo elemento que actualmente debemos tener muy presente es que, si bien ha habido alguna mejora en los ingresos fiscales y se han tomado pasos positivos en cuanto a moderar el crecimiento del gasto gubernamental, el problema está aun latente. En vez de que se tomen decisiones difíciles que pongan orden en ese exceso de gasto gubernamental por encima de sus ingresos, las medidas –que me recuerdan las naciones endeudas hasta el alma en Europa- no son suficientes como para traer cierto grado de tranquilidad acerca de nuestra estabilidad económica en el mediano plazo.
 
Se ha buscado, por parte de nuestras autoridades monetarias y fiscales, ante la necesidad de recursos del gobierno central, que en vez de acudir al endeudamiento interno se haga en los mercados internacionales, dado que su costo en el mercado doméstico es mucho más elevado que en los internacionales, incluso tomando en cuenta la inflación interna. Esta política de “switch” de deudas es, en la actualidad, totalmente lógica de llevar a cabo, pero, como sucede con casi todo en economía, tiene efectos que deben ser tomados en cuenta. 
 
El primero es, asumiendo que el diferencial de costos actuales de ambas formas de endeudamiento es real y no producto de distorsiones internas, que la entrada de divisas a la economía nacional, por ese simple hecho y asumiendo que sea en una magnitud significativa, tendrá efectos sobre el tipo de cambio. La mayor oferta de dólares en el mercado nacional deberá provocar una depreciación de esa moneda con respecto al colón. Sabemos que un problema delicado que sufre nuestra economía es la revaluación del colón, en mucho provocada por la emisión monetaria desenfrenada por parte del Banco de Reserva Federal de los Estados Unidos. Pero también hay factores internos que estimulan artificiosamente ese ingreso tan elevado de dólares, como es la política de intereses proseguida últimamente por el Banco Central.  Como castigo –así lo vislumbran algunos- por la no aprobación del paquete tributario o por necesidades de financiamiento del gobierno por medio del Ministerio de Hacienda, que a tasas menores que las hoy estimuladas por el Banco Central no ha podido llenar sus necesidades en el mercado interno, lo cierto es que las tasas internas exceden sustancialmente a la tasa de inflación (aproximadamente 10% y 5% respectivamente). Así las tasas reales de un 5% resultan ser muy elevadas con respecto a la generalidad de las tasas internacionales relevantes e históricamente las de Costa Rica. Tasas reales tan altas son un aliciente para el ingreso de capitales extranjeros al país y ello puede estar incidiendo en esa revaluación del colón (además de un proteccionismo aun vigente para importantes sectores de la economía, que, bajo un régimen de libre comercio sin protección, implica tipos de cambio de equilibrio mayores al actual).
 
Un aumento en el costo del colón con respecto al dólar, encarece el costo de las exportaciones nacionales, con lo cual es de esperarse que podrían estar llegando al límite lo que ha sido el esfuerzo del sector exportador por aumentar su productividad y la utilización de políticas internas de precios por parte de empresas extranjeras dedicadas a la producción para la exportación, durante el período de apreciación del colón de los últimos años. Así, nuestra exportación perdería su competitividad.  Si el sector externo es la máquina que actualmente impulsa el tren del crecimiento nacional, es de esperar que, con una apreciación mayor del colón, pierda algo de su impulso y la economía retrocedería en sus tasas de crecimiento.
 
El Banco Central, con ese mayor influjo de divisas producto de la colocación de deuda en el exterior, podría decidir aumentar sus reservas internacionales (posiblemente deseable ante la incertidumbre proveniente de Europa). Pero dicho acrecentamiento posiblemente se reflejaría en una mayor inflación interna, la cual podría considerarse como indeseable. El efecto sobre los precios estaría en función de la magnitud de dólares que se cambiarían a colones por parte del Ministerio de Hacienda y de la decisión del Banco Central de colocar bonos para retirar lo que pueda percibir como un exceso de colones en la economía, lo cual a su vez tendería que las tasas de interés aumenten.  Se presenta una disyuntiva entre inflación y mayores tasas de interés. En mi opinión, las tasas de interés reales tan elevadas hoy existentes permiten aumentar ligeramente la inflación interna, sin que se presenten tasas nominales de interés negativas, a la vez que se frena ese estímulo para el ingreso de capitales del exterior, que de una u otra manera se está reflejando en la abundancia de dólares en el país.
 
Pero todas estas medidas monetarias y de “switch” en la deuda nacional (más externa y menos interna) no son soluciones al verdadero problema de la economía, de un exceso de gasto público sobre los ingresos fiscales. Hemos así llegado a la raíz del cacho: en tanto no se reduzca ese excesivo gasto gubernamental y dado el repudio de los costarricenses por un aumento en los tributos, es muy poco lo que se puede lograr en cuanto a la estabilidad de nuestra economía. Se trata de escoger entre dos males: mayor inflación o mayores tasas de interés y su efecto negativo sobre la producción, en cuanto no se logre poner freno al crecimiento del gasto estatal. Pienso que lo menos problemático, dada la coyuntura actual, es permitir un ligero aumento de la inflación proyectada por el Banco Central. Todo por no querer reducir significativamente el gasto estatal. ¡Ah, tampoco olviden que ese préstamo luego tendremos que pagarlo todos los costarricenses!

Jorge Corrales Quesada

jueves, 3 de abril de 2008

Los paraísos son una bendición


Si alguna vez Ian Fleming hubiera querido escribir una novela de espionaje acerca de la política fiscal, es muy probable que hubiera encontrado muy buen material en la compra de datos confidenciales de los clientes del banco de Liechtenstein, que recientemente hizo el servicio de inteligencia externa de Alemania. Con una lista de supuestos evasores de impuestos, Alemania se está uniendo a otros países de Europa en demandar que Liechtenstein, al igual que otros sitios llamados “paraísos fiscales”, pierdan su legislación privada para que los recaudadores extranjeros de impuestos puedan rastrear—e imponer impuestos—a los fondos invertidos en jurisdicciones a favor de bajos impuestos. La Unión Europea y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), detectando un momento oportuno, han unido sus voces en un coro que está clamando por la destrucción de los paraísos fiscales.

Cuando pensamos en paraísos fiscales, tendemos a imaginarnos a millonarios diletantes en sus lujosos yates cubiertos en joyas, jctándose acerca del último truco que sus contadores acaban de descubrir para evadir impuestos. Esta popular imagen—y el hecho de que solo unos cuantos de nosotros poseen cuentas millonarias en Mónaco o en Andorra—hace mas fácil para muchos aplaudir a la canciller alemana Ángela Mérkel en su cruzada. Según la lógica general, uno se pregunta: ¿Porque los millonarios pueden salirse con la suya mientras el resto de nosotros estamos pagando lo que debemos? Sin embargo, esta sabiduría convencional no podría estar más equivocada. Todos somos beneficiarios de los paraísos fiscales, en formas que ni nos percatamos.

Antes que nada, si uno vive en un país desarrollado, los impuestos son probablemente mucho menores de lo que eran hace 30 años, gracias en parte a los paraísos fiscales. En 1980 el ingreso fiscal personal en los países miembros de la OCDE promediaba más del 67% y las tasas corporativas en ese año promediaban casi un 50%. Y por si esto fuera poco, los países rutinariamente impusieron nuevas capas fiscales al capital, incluyendo impuestos sobre dividendos, sobre ingresos capitales, sobre herencia e impuestos a la riqueza. Estas políticas desalentaron al ahorro y la inversión, estancando el desarrollo económico y dañando considerablemente la economía.

Sin embargo, empezando por Reagan y Thatcher, los gobiernos se han esforzado por disminuir las tasas fiscales y reformar sus regimenes. Las tasas fiscales personales ahora promedian solamente cerca de un 40% y las tasas fiscales corporativas se han reducido a un 27%. Es en gran medida la globalización—no la ideología—lo que ha conducido esta virtuosa “carrera hacia abajo”. Los gobiernos están disminuyendo impuestos porque temen que los empleos y las inversiones se vayan de su país. Al proveer un refugio seguro para las personas que buscan evadir tasas fiscales confiscatorias, los paraísos fiscales han jugado un rol imprescindible. Los legisladores han concluido que es mejor recibir algún ingreso con tasas fiscales modestas, que imponer altos impuestos y perder dinero.

Segundo, los ducados europeos y las islas del Caribe no son los únicos lugares que reciben a los refugiados de altas tasas impositivas. EE.UU., por ejemplo, podría ser considerado el paraíso fiscal más importante del mundo. El gobierno estadounidense generalmente no cobra impuestos sobre ganancias de interés y capital recibidos por extranjeros que invierten en el país. Y considerando que el sistema tributario no posee datos sobre estos pagos, hay muy poca información para compartir con recaudadores fiscales extranjeros. Además las estructuras corporativas de EE.UU., como las compañías de Delaware y Nevada, son excelentes mecanismos para que los extranjeros puedan administrar sus inversiones. Gracias en parte a estas políticas atractivas, los extranjeros hoy en día han invertido más de $12 trillones en EE.UU. Aún si los esfuerzos de Mérkel son exitosos y a todas las naciones se les impone la obligación de reforzar las legislaciones fiscales para extranjeros, es muy probable que una suma sustancial de ese capital que crea empleos, escapará de EE.UU.

Finalmente, hay una justificación moral para los paraísos fiscales: Ellos juegan un rol crítico al proteger a las personas sujetas a persecuciones religiosas, étnicas, sexuales políticas o raciales. La mayoría de la población mundial vive en regimenes con inadecuadas protecciones a los derechos humanos. Y las personas con bienes, son usualmente el blanco de estos gobiernos opresores. La habilidad de depositar dinero en estos paraísos fiscales ofrece importantes protecciones para estas potenciales víctimas. Incluso las Naciones Unidas, en un reporte de 1998 que atacaba a los paraísos fiscales, tuvo que admitir que “A lo largo del siglo XX, los gobiernos alrededor del mundo espiaron a sus ciudadanos para mantener el control político. La libertad política puede depender de la habilidad de esconder información puramente personal, de los ojos del gobierno”.

A pesar de este poderoso argumento para dejar a los paraísos fiscales en paz, los burócratas internacionales han visto una oportunidad para expandir su cobertura. La OCDE está tratando de beneficiarse con la controversia del caso Liechtenstein rejuveneciendo su campaña de la “perjudicial competencia fiscal” contra “los incooperantes paraísos fiscales” que irónicamente son los mismos países que ayudaron a mejorar las políticas fiscales. Este esfuerzo, que ha estado en reposo desde que la administración del presidente George W. Bush le retiró apoyo en 2001, ha puesto a los paraísos fiscales en una lista negra y los ha amenazado con impuestos discriminatorios y restricciones comerciales si no aceptan adoptar un sistema de recaudación similar al de las naciones con altos impuestos.

Mientras tanto, la Comisión Europea establece que el embrollo muestra la necesidad de expandir la directiva de ahorros e impuestos de la UE, la cual consiste en un acuerdo de compartir información para ayudar a cobrarle impuestos a los ciudadanos de países como Francia y Alemania que ganan intereses fiscales en lugares como Luxemburgo. Por ahora, solamente se aplica a tipos de ingreso de capital en países europeos y sus territorios. Pero los ambiciosos recaudadores fiscales de Europa quieren intervenir en todas las formas de ingreso de capital, y quieren que los gobiernos no europeos como el de Singapur, Estados Unidos y Hong Kong, participen en lo que equivale a un cartel fiscal.

Afortunadamente, las propuestas de OCDE y de la UE enfrentan un gran reto. La OCDE fue capaz conseguir que los paraísos fiscales ubicados en la lista negra firmaran las llamadas cartas de compromiso. En esta prometen debilitar sus leyes fiscales y de privacidad, con la condición de reciprocidad, lo que significa que los paraísos fiscales acceden a esto solamente si el resto de países también lo hacen, incluyendo a los miembros de la OCDE como EE.UU., Suiza, Luxemburgo, y también países no miembros como Hong Kong y Singapur. La directiva de ahorros e impuestos de la UE enfrenta obstáculos similares, en gran parte por las mimas razones.

Estas son buenas noticias. La competencia fiscal está llevando a las políticas fiscales en la dirección correcta y los paraísos fiscales juegan un papel clave en este proceso de liberalización. Los países con sistemas de altos impuestos se quejan de que las jurisdicciones como la de Liechtenstein permitan la evasión fiscal, pero este argumento no toma en cuenta el punto obvio: las bajas tasas fiscales y las reformas tributarias son la mejor forma de reducir la evasión. La verdad es que aquellos luchando en contra de los paraísos fiscales nos costarían mucho mas a todos nosotros, de lo que nos podría costar alguna vez pequeño Liechtenstein.


Dan Mitchell