Alexis de Tocqueville en su obra sobre el antiguo régimen y la Revolución conjeturaba que aquellos países de gran progreso moral y crematístico tienden a dar esto por sentado. Momento fatal puesto que otras tradiciones de pensamiento ocuparán los espacios vacantes. Esto es lo que ocurrió en la Argentina. De ser un país que estaba a la vanguardia de las naciones civilizadas, bajamos a niveles inauditos que sorprendieron al mundo.
En gran medida, el comienzo de la decadencia estuvo marcado por el abandono de espacios universitarios y educativos, a los cuales irrumpieron corrientes como las cepalinas, keynesianas, colectivistas, revisionistas y nazi-fascistas que poco a poco fueron demoliendo los principios de la sociedad abierta.
Los primeros síntomas de inapropiada intromisión estatal se pusieron claramente de manifiesto durante el gobierno de Yrigoyen (quien abandonó la buena línea trazada originalmente por Leandro Alem), lo cual fue luego intensificado con la Revolución fascistoide de 1930 en la que no solo Uriburu tenia preparado un proyecto de Constitución corporativa y anti republicana, sino que, después de la felonía de vetarse el binomio Alvear-Güemes, el gobierno siguiente (de la Concordancia) implantó medidas como el impuesto progresivo, las juntas reguladoras, la banca central y las manipulaciones en la tasa de interés y el tipo de cambio. A continuación, como escribe Emilio Hardoy, “una elección irregular consagra el triunfo de la fórmula oficialista Ortiz-Castillo”. El clima de estatismo imperante se enancó a la xenofobia nacionalista que se había extendido debido a libros y artículos, entre muchos otros, tales como los de Manuel Carlés, Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y Manuel Gálvez que abonaron el terreno para el clima nazi-fascista del peronismo que sobrevino.
Como es de público conocimiento el peronismo desconoció por completo la división de poderes, avasalló la justicia y los órganos de contralor, comenzó con una escalada de corrupción alevosa, el gasto público, el endeudamiento estatal y la presión fiscal se elevaron notablemente, el control sobre el comercio exterior fue asfixiante a través del IAPI (Instituto Argentino para Intercambio), se introdujo la ley de asociaciones profesionales y convenios colectivos —copia de la Carta di Lavoro de Mussolini— se hicieron férreas las obligaciones de aportar el fruto del trabajo ajeno a cajas gubernamentales, se estatizaron empresas privadas y se reformó la Constitución instaurando una de raíz totalitaria con una cláusula de reelección indefinida.
Hay tres frases de Perón que ilustran bien sus inclinaciones. En 1970: “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente”, en 1952, “Al enemigo, ni justicia” y, en 1947, “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores”.
Ezequiel Martínez Estrada ha escrito que “Perón organizó, reclutó y reglamentó los elementos retrógrados permanentes en nuestra historia [...] Perón infiltraba legiones de fascistas, nacionalsocialistas y falangistas [...] El peronismo es una forma soez del alma de arrabal, [...] el GOU acaudillado por Perón, esta secta que era diametralmente opuesta a la Logia Lautaro, impuso una dictadura de tipo totalitaria [...] Eran las mismas huestes de Rosas, ahora enroladas en la bandera de Perón, que a su vez era el sucesor de aquel tirano [...] Una característica sobresaliente de la política de Perón, tanto en su campaña proselitista como en su programa doctrinario, es que recogió con prolija minuciosidad de hurgador en los tachos de basura, los residuos de todas las actividades nacionales, en los órdenes espiritual y material [...] Atacó la libertad de imprenta y los principios democráticos que hacían posible la crítica a su dictadura [...] No hubo campos de concentración pero si salas de tortura”.
Américo Ghioldi apunta que “el Estado totalitario reunió en manos de la esposa del Presidente todas las obras, los presupuestos, los recursos dispersos y los proyectos de realización periódica regular, de manera que aquella podía aparecer como la creadora de una realidad sacada de la nada, cuando en verdad era la suma de las obras que se cumplían normalmente [...] Por otra parte, el gobierno totalitario puso los poderes de coacción, de violencia y de amenaza en las atrabiliarias y caprichosas manos de la esposa del primer magistrado, la que impuso unas ´contribuciones espontáneas´ de personas, empresas, instituciones, capitalistas, trabajadores etc.[...] El Estado totalitario había fabricado de la nada el mito de la madrina, [...] en nombre de esta obra social, la Fundación despojó a los obreros de parte de sus salarios”.
Robert Potach señala que “A pesar de que ya en el pasado Perón no había vacilado en clausurar periódicos, su gobierno, a fines de 1949, inició una campaña de intensa hostilidad contra las publicaciones independientes [...] No pudiendo sino darse por enterado de que las acusaciones por robos y estafas surgían de todos los ámbitos, Perón apeló a una lógica extravagante y culpó a las víctimas”.
Como Procurador General de la Nación, Sebastián Soler dictaminó que “Antes de la revolución de septiembre de 1955 el país se hallaba sometido a un gobierno despótico y en un estado de caos y corrupción administrativa [...] Como es de pública notoriedad, se enriquecieron inmoralmente aprovechando los resortes del poder omnímodo de que disfrutaba Juan Domingo Perón y del que hacía partícipe a sus allegados”. Incluso sus pares del ejército de aquel entonces constituyeron un Tribunal de Honor, integrado por los tenientes generales Carlos von der Becke, Juan Carlos Bassi, Victor Jaime Majó, Juan Carlos Sanguinetti y Basilio D. Pertiné , fallo en el que se lee, con fecha de octubre 27 de 1955, que “En mérito de los resultados de las votaciones que anteceden, el Tribunal Superior de Honor aprecia, por unanimidad, que el señor General Juan Domingo Perón se ha hecho pasible, por las faltas cometidas, de lo dispuesto en el No. 58 del apartado cuarto del reglamento de los tribunales de honor, ´descalificación por falta gravísima´, resultando incompatible con el honor de la institución armada que el causante ostente el título del grado y el uso del uniforme, medida ésta la mas grave que puede aconsejar el tribunal”.
No podemos mirar para otro lado haciéndonos los distraídos. Hay demasiados vergonzantes, timoratos y acomplejados que esquivan los problemas y no parecen percatarse que no es posible reorganizar el país en base al ejemplo de la desorganización mas palmaria. No resulta serio ni es sincero aquello de autoproclamarse demócrata y peronista al mismo tiempo. Las pruebas están a la vista. Este es el sentido por el que Borges consignó que “los peronistas son incorregibles”. Por mas maniobras gatopardistas, con métodos antirrepublicanos no se construye una República: alguien tiene que decir en voz alta y sin rodeos que “el emperador está desnudo”. No resulta posible revertir semejante lastre para quienes reivindican el origen peronista de la delación y la implacable monopolización de procedimientos, lecturas y ritos tales como la marchita en la que el caudillo se hacía decir “que grande sos” y otros despropósitos.
En este contexto, no es mucho pedir que la ciudadanía que se considera responsable no le brinde apoyo electoral a las manifestaciones de la corriente de marras puesto que todas veneran el mismo tronco del que provienen, lo cual incluye los desaguisados mayúsculos de la última presidencia del caudillo que, entre otras cosas, quedan ilustrados por los pavorosos incendios provocados en los ministerios del frustrado autócrata de la economía José Ber Gelbard y del cabo devenido en criminal José López Rega.
Pero no se trata de circunscribirse a un intenso espasmo cívico el día de las elecciones, el asunto clave consiste en preguntarnos en que contribuimos cada uno de nosotros todos los días para que nos respeten. Tenemos en la Argentina múltiples problemas que lamentablemente se vienen acentuando debido discursos y anuncios retardatarios. Pero no parece que pueda pensarse con rigor en soluciones para dichos problemas mientras no se perciba, como primer paso, que el peronismo encarnó la degradación mas brutal de los valores que hicieron de ese país uno de los mas prósperos del planeta y, como ha escrito Einstein, “los problemas no pueden resolverse con quienes los han creado”.
Alberto Benegas Lynch