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jueves, 2 de marzo de 2017

ELENA DE ESPARTA I • La verdadera historia • Eurípides • I de II



Helena. Antonio Canova. Victoria y Alberto Museum. Londres

Posiblemente, este título suene sensacionalista, y ello no sorprende, porque lo es, pues ya resulta imposible destruir el mito, consolidado durante siglos, según el cual Ἑλένη–Helena, fue la causa eficiente de la Guerra de Troya

No obstante, hay múltiples datos y razonamientos, que demostrarían que nuestra protagonista, pudo ser la excusa, pero nunca la causa de aquella horrible guerra. Bien al contrario, y como la Historia lo demuestra, el origen de todas las guerras de agresión es de carácter económico. 

En este caso, se trata de una sencilla evidencia. Troya, la actual Çanakkale, dominaba la ruta marítima entre el Mediterráneo y el Mar Negro, así como la costas de Asia Menor, lo que le permitía ejercer un oneroso monopolio sobre el acceso de las naves comerciales micénicas, en pleno apogeo entonces, que se veían obligadas a pagar enormes cantidades como peaje, a una Troya alzada como propietaria del imprescindible acceso marítimo. 

Los griegos micénicos, tras imponer con éxito, y como primer paso, su dominio sobre Chipre, no necesitaban recurrir a la necesidad moral de vengar ningún secuestro, para aliarse entre sí, en el compromiso de borrar a Troya de la faz de la tierra.

Una vez tomada la decisión, los aliados griegos emplearon diez años en el asedio de Troya, y algunos de los supervivientes, tras la caída, saqueo e incendio de la ciudad, necesitaron otros diez para volver a sus tierras, lo cual supondría una victoria adquirida a muy alto precio, aunque Homero se encargó de dotarla de una enorme y honrosa trascendencia, que, sin embargo no siempre se corresponde con las acciones llevadas a cabo por algunos de sus principales héroes.

Al contrario de lo que Homero –posiblemente, otro personaje mítico–, contó en la Ilíada y la Odisea, Εὐριπίδης–Eurípides, (480–406 aC.) en su drama titulado Helena, escrito a principios del siglo IV aC., propone que Helena jamás puso un pie en Troya.

En su historia de Helena –la joven, secularmente conocida, como de Troya, a pesar de que era de Esparta–, el autor deja a un lado, la tradición homérica y adopta otra, según la cual, la protagonista –tras un supuesto secuestro o fuga, o las dos cosas–, nunca fue llevada a Troya, sino a Egipto, donde vivió al amparo del rey Proteo. Al morir éste, su hijo Teoclímenes, se proponía casarse con ella, cuando, sorprendentemente, apareció Menelao, el esposo de Helena, arrojado a las playas egipcias por una tempestad. 

La figura de Menelao, rey de Esparta, uno de los que entraron en Troya dentro del caballo de madera, y que desde la caída de la ciudad erraba por los mares–, centra el asunto de esta obra –que, en realidad, no podemos llamar tragedia–, en el inesperado reencuentro con su esposa. Finalmente, gracias a una estratagema urdida por Helena, los dos volverán juntos a Esparta.

Menelao. Museo Pushkin, Moscú

Contradiciendo la creencia general de que el rapto de Helena por Paris había sido la causa de la guerra de Troya, Eurípides dice que Juno, enfadada con el secuestrador, en lugar de entregarle la persona de Helena, le ofreció un fantasma; un ser de aire, o de sombra, con la apariencia de Helena, y que tanto los griegos como los troyanos fueron engañados por aquella fantasmagoría, llevada a Troya.
* * * 

La historia de Helena y el desastre de Troya

Aunque Leda estaba casada con Tindáreo, Zeus, enamorado de ella, la sedujo transformado en cisne, una noche en que Tindáreo también la había poseído. En consecuencia, ella tuvo cuatro hijos en dos veces; de la primera, nacieron Helena y Pólux –inmortales– y de la segunda, Clitemnestra y Cástor –mortales–, como lógicos descendientes de un divino y un humano. Los dos niños, Castor y Pólux, son considerados, no obstante, como gemelos y pasaron a la historia, como los Dióscuros.

Teseo secuestra a Helena.
Ánfora ática de figuras rojas. Siglo VI a. C. Staatliche Antikensammlungen, Múnich.

Dotada de belleza sobrehumana, Helena fue deseada por casi todos cuantos la conocieron. Así, un día que ofrecía sacrificios a Artemisa, fue raptada por el héroe ateniense Teseo, en compañía de su amigo Piritoo, que después la quiso para sí, por lo que ambos hubieron de rifársela, recayendo la suerte en Teseo, que, sin embargo sufrió el rechazo de los atenienses, cuando quiso volver a la ciudad con ella. Decidió entonces, llevarla a Afidna, donde vivía Etra, su madre. Más tarde, los dos amigos bajarán al Hades, donde intentarán raptar también a Perséfone –que, al igual que Helena, tiene una larga y penosa historia–, para convertirla en esposa de Piritoo.

Mientras ambos viajan al Hades, los Dióscuros recuperan a Helena, secuestrando, de paso, a la madre de Teseo y a la hermana de Piritoo, a quienes llevan a Esparta, como esclavas de su hermana.

Cuando Helena alcanza la edad de casarse, fue pretendida por docenas de hombres que no sólo deseaban poseer su belleza, sino también, convertirse en reyes de Esparta a través del matrimonio, objetivo este, que enfrentó a los pretendientes, hasta el punto, que Piritóo decidió intervenir para evitar que estallara la guerra entre ellos. 

Por consejo de Ulises –que a cambio recibía la mano de Penélope–, todos los pretendientes, sólo para ser admitidos como tales, tuvieron que jurar que acatarían la elección de Helena, y no sólo eso, sino también que, todos a una, defenderían al elegido en caso de que corriera algún peligro.

Con el acuerdo del padre de Helena, el elegido fue Menelao, hermano de Agamenón, rey de Micenas, casado con Clitemnestra, hermana de Helena.

Helena y Paris. Crátera de figuras rojas. 380-370 a. C. Museo del Louvre, París.

El desastre de Troya

Cuando se celebró la boda de Tetis y Peleo, Eris, la Discordia, que no había sido invitada, se presentó a mitad del banquete y arrojó a la mesa una manzana de oro, en la que aparecía escrito: Para la más hermosa. Tres divinas, Afrodita, Hera y Atenea, deseaban el título, por lo que no dudaron en sobornar a París, nombrado juez de aquel insólito y divinal concurso de belleza. 

Rechazando la sabiduría y el genio militar, Paris optó por elegir a Afrodita, a cambio de que esta le entregara a la mujer más bella del mundo. Esta mujer, evidentemente, no era otra que Helena, para entonces, ya casada con Menelao.

Sin querer admitir el menor inconveniente ante la realización de sus deseos, Paris se dirige a Esparta, a recoger su premio. Allí es amablemente recibido por Menelao, que sin embargo, debe viajar a Creta ese mismo día, para asistir a los funerales de su abuelo.

Tal vez con ayuda de Afrodita, Helena se enamoraría de Paris, hasta el punto de abandonar el palacio inmediatamente, para instalarse con su amante en Troya, llevando consigo el tesoro patrimonial. Otras fuentes dicen que fue literalmente, secuestrada, sin su voluntad, y otras por fin, de las que vamos a ocuparnos, aseguran que Helena nunca llegó a Troya con Paris, sino que fue llevada a Egipto.

La consecuencia, ya lo sabemos, fue una gran alianza entre todos aquellos que habían jurado proteger a Menelao, que junto con algunos jefes aqueos, se dirigieron a Troya, en busca de la esposa secuestrada, no sin que antes, el propio Menelao y Ulises, intentaran obtener su devolución, junto con el tesoro que Helena habría llevado consigo, aunque el intento resultaría vano.

Pero aquí aparece una primera discrepancia, de la que aún no hemos hablado. De acuerdo con el historiador Heródoto, cuando los embajadores llegaron, los troyanos aseguraron que Helena no se encontraba allí, sino que había sido llevada a Egipto bajo la protección del rey Proteo, pero los griegos entendieron aquella explicación como una burla. Sin embargo –asegura Heródoto–, una vez que Troya cayó en sus manos, los aqueos constataron que Helena no estaba en la ciudad, seguridad que animaría a Menelao a emprender el viaje a Egipto en su busca. 

Heródoto cree asimismo, que si Helena hubiera estado en Troya, Héctor la habría devuelto de buena gana, para evitar la temible guerra que se avecinaba, y añade, que tampoco la habría afrontado si sólo dependiera de sostener un capricho de Paris.

Hay un testimonio más, el de Trifiodoro, que en su obra, La toma de IlíónἸλίου Ἅλωσις, no sólo admite que Helena estaba dentro de la ciudad, sino que se encargó de avisar a sus paisanos griegos, con señales de fuego, que los que habían entrado dentro del caballo, habían tomado posiciones, y que ya podían lanzar el último ataque.

A punto de matar a Helena, después de la caída de Troya, Menelao, de nuevo deslumbrado por su belleza, tira la espada, mientras Eros y Afrodita observan la escena. Crátera ática de figuras rojas de 450–440 aC. Louvre

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En todo caso, la idea de una Helena fraudulenta, no fue creación de Eurípides. El poeta Στησίχορος–Stesícoro, a quien Platón cita en su obra, La República, ya había hablado – en sus Palinodias-, de que la Helena que siguió a Paris, no era más que un fantasma. Stesícoro vivió entre los años 630 y 550 aC., es decir, que fallecería unos 70 años antes de que naciera Eurípides.

Stesichorus - Bellini Garden, Catania

Stesícoro 

Diversos poemas que tratan sobre la Guerra de Troya le han sido atribuidos, como Helena, Palinodia, La destrucción de Troya, y otros.

Algunos testimonios de la Antigüedad dicen que Estesícoro escribió un poema sobre Helena en el que seguía la versión de Homero, es decir, que abandonaba a Menelao para irse con Paris. 

Más tarde, el poeta, tras ser cegado por los dioses, habría escrito otro canto, la palinodia en que se desdecía de sus anteriores afirmaciones. No hay que olvidar que Helena recibía culto divino en Esparta, lugar donde Estesícoro cantaba sus poemas, así que en la Palinodia, decidió desmentir a Homero, reivindicando la inocencia de Helena, quien no habría abandonado Esparta en compañía de Paris.

-No es verdad ese relato: ni te embarcaste en las naves de hermosos bancos ni llegaste a la ciudadela de Troya.

Por otra parte, Ἡρόδοτος – Heródoto, (484–425 aC.) en su Historia, da por sentada la tradición de la estancia e Helena en Egipto y asegura haberlo oído de boca de unos sacerdotes egipcios. De acuerdo con su relato, efectivamente, Helena no estaba en la ciudad de Troya cuando esta fue tomada. 

Según su versión, el troyano Príamo, como hemos dicho, habría devuelto a Helena si se hubiera encontrado en Troya, pero los atacantes nunca aceptaron la idea de que Helena no estuviera allí.

Heródoto. Stoa de Atalo. Atenas

Heródoto, Historia

Los mismos sacerdotes egipcios me dijeron que a Ferón le sucedió un ciudadano de Menfis, al que los griegos llaman Proteo. Todavía hoy se ve en Menfis un lugar magnífico y muy adornado que se le consagró, al sur del templo de Vulcano. Los fenicios de Tiro viven a su alrededor y todo el barrio se llama Campo de los Tirios. 

En el lugar consagrado a Proteo hay una capilla dedicada a Venus, a la que apodan la Extranjera. Deduzco que esta Venus es Helena, la hija de Tíndaro, no sólo porque he oído decir que vivió antaño en la corte de Proteo, sino también por el hecho de llamarse este altar, el de Venus la Extranjera, porque  no existe ninguno más con este nombre.

Cuando pegunté a los sacerdotes sobre Helena, me dijeron que Paris, tras haberla secuestrado en Esparta, se hizo a la vela para volver a su patria. Cuando llegó al Egeo, vientos contrarios lo apartaron de su ruta, lo llevaron al mar de Egipto y aportó en la desembocadura del Nilo. 

Había en aquella orilla un templo de Hércules, que todavía existe. Si un esclavo se refugia allí, y consigue ser marcado con los estigmas sagrados, queda consagrado al dios, ya no se permite que nadie le ponga la mano encima; esta ley se mantiene desde que se instituyó, hasta hoy.

Los esclavos de Paris, habiendo conocido los privilegios de este templo, se refugiaron en él, y asumiendo la postura de los suplicantes, empezaron a acusar a su señor, con intención de abochornarlo y publicar la injuria que había hecho a Menelao, y todo lo ocurrido con el asunto de Helena. Tales acusaciones se hicieron en presencia de los sacerdotes, y de Toon, gobernador de aquella boca del Nilo.

Toón despachó de inmediato, un correo a Menfis, con la orden de decir a Proteo estas palabras:

-Ha llegado aquí un teucro que ha cometido en Grecia un crimen atroz. No contento con haber seducido a la mujer de su huésped, la secuestró con riquezas considerables. Vientos contrarios le forzaron a aportar en este país. ¿Le dejaremos marchar impunemente, o le quitamos nosotros todo lo que traía al llegar?

Proteo devolvió el correo al gobernador, con una orden concebida en estos términos:

-Detened al extranjero, sea quien sea, que ha cometido semejante crimen contra su huésped y enviádmelo, a fin de que yo sepa lo que puede alegar en su favor.

Cuando Toón recibió esta orden, confiscó las naves de Paris, lo hizo detener y lo envió a Menfis con Helena, con las riquezas y con los suplicantes del dios. 

Cuando todos llegaron, Proteo preguntó a Paris, quién era, y de dónde venía con sus naves. El príncipe no ocultó su familia, el nombre de su patria, ni de dónde venía, pero cuando Proteo le preguntó que dónde se había apoderado de Helena, se avergonzó al responder, y como ocultaba la verdad, sus esclavos, que ya se habían convertido en suplicantes, le acusaron contando al rey todas las particularidades de su crimen. Finalmente, Proteo pronuncio esta sentencia:

-Si yo no creyera que es de la mayor gravedad hacer morir a un extranjero al que los vientos han forzado a recalar en mis tierras, vengaría con tu suplicio el insulto que has hecho a Menelao. Ese príncipe te dio hospitalidad, y tú, el más malvado de todos los hombres, no has tenido ningún temor en cometer con él una acción execrable. Sedujiste a la esposa de tu huésped, y, no contento con ello, la obligaste a seguirte y la llevas furtivamente. Y esto no es todo, además, saqueaste la mansión de tu huésped.

Pero porque considero una acción muy grave el hacer morir a un extranjero, te dejaré marchar, pero no te llevarás a esta mujer, ni tampoco sus riquezas; yo las guardaré hasta que tu huésped griego venga, él mismo, a pedírmelas. 

En cuanto a ti, te ordeno que abandones mis estados en el plazo de tres días, junto con tus compañeros de viaje; de lo contrario, serás tratado como un enemigo.

Y así fue, según el relato de los sacerdotes, como Helena se quedó a vivir en la corte de Proteo.

Creo que Homero también había oído contar esta historia, pero como convenía menos a la epopeya, que la que él adoptó, decidió prescindir de ella. Sin embargo, resulta evidente que no le era desconocida; en la Odisea, menciona así el viaje de Helena: Tales eran las excelentes y específicas esencias que poseía Helena, hija de Júpiter; las había recibido de Polydamna, esposa de Toón, en su viaje a Egipto, donde la tierra produce una infinidad de plantas; algunas, saludables, y otras, perniciosas. 

Esta y otras menciones, hacen creer suficientemente, que Homero no ignoraba que Paris había estado en Egipto, pero probablemente se trate de versos de otro mano, cuando Homero dice que Paris, aprovechando la tranquilidad del mar y un viento favorable, llegó a Troya con Helena tres días después de su salida de Esparta, cuando en la Ilíada había dicho que al volver con ella, anduvo errante mucho tiempo

Menelao lucha con Proteo –la energía del mar–, para que le permita volver a su patria.
Bonasone, Giulio, 1498-c.1580

Pregunté después a los sacerdotes si lo que los griegos contaban de la guerra de Troya, debía ser calificado de fábula. Me dijeron que ellos se habían informado del mismo Menelao, y esto es lo que les dijo.

Tras el secuestro de Helena, una numerosa armada de griegos salió a Teucrida para vengar el ultraje hecho a Menelao. Cuando desembarcaron, antes de instalar el campo, enviaron a Ilión embajadores entre los cuales estaba Menelao. Al entrar en la ciudad, reclamaron a  Helena, así como las riquezas que Paris había tomado furtivamente, y exigieron una reparación por tal injusticia. 

Los teucros les aseguraron entonces y después, con y sin juramento, que ellos no tenían a Helena, ni los tesoros de cuyo robo se les acusaba; que todo lo que se les pedía estaba en Egipto y que cometían un error al perseguirlos por las cosas que retenía Proteo, rey de aquel país. Los griegos creyeron que se burlaban de ellos e iniciaron el asedio de Troya, que continuaron hasta hacerse dueños de aquella ciudad.

Cuando Troya fue tomada, Helena no se encontraba allí y los troyanos ya no dudaron de lo que les habían dicho al principio, por lo que enviaron a Menelao a visitar a Proteo.

Cuando Menelao llegó a Egipto, remontó el Nilo hasta Menfis, donde hizo a su príncipe un relato verídico de lo que había pasado. Fue muy bien tratado; le devolvieron a Helena, que no había sufrido el menor daño y le entregaron todos sus tesoros. 

Pero Menelao sólo les correspondió con ultrajes. Como quería embarcarse y los vientos contrarios le retenían, tras haber esperado mucho tiempo, se le ocurrió inmolar a dos niños del país. Esta impía acción, que pronto llegó a conocimiento de los egipcios, le hizo odioso y fue perseguido y obligado a huir por mar a Libia. 

Yo creo a los sacerdotes egipcios en lo relativo a Helena y voy a explicar qué conjeturas me llevan a ello. 

Si esta princesa hubiera estado en Troya, sin duda habría sido entregada a los griegos, lo quisiera o no, Paris. Tanto Príamo como los príncipes de la familia, tenían el suficiente sentido como para no exponerse a ser destruidos, ellos, sus hijos y su ciudad, sólo para que Paris conservara las riquezas de Helena.

Supongamos, incluso, que no pensaban así al principio, pero cuando vieron que morían tantos troyanos cada vez que se enfrentaban con los griegos y que en sucesivos combates ya habían muerto dos o tres de los hijos de Príamo, o quizás, más, si creemos a los poetas épicos; aun cuando Príamo mismo hubiera estado enamorado de Helena, no habría dudado en devolverla a los griegos, para librarse de tantos males. 

Además, Paris no era el heredero de la Corona; ni iba a encargarse de la administración de los asuntos en la vejez de Príamo. Héctor era su hijo mayor y gozaba de gran consideración. Si Príamo moría, sería este quien le sucediera, y no le sería honorable ni ventajoso favorecer las injusticias de su hermano, sobre todo, cuando se veía todos los días, igual que el resto de los troyanos, expuesto por él a tan grandes males.

Pero no estaba en su poder devolverles a Helena, y si los griegos no creyeron en su respuesta, aun siendo verdadera, fue, en mi opinión, por deseo del cielo, que destruyendo a los troyanos, quería enseñar a todos los hombres que los dioses castigan los grandes crímenes. 

He dicho estas cosas de la misma manera en que me fueron contadas.

* * *
Si estos autores tuvieran razón, se impondría una rehabilitación poética de la figura mítica de Helena de Esparta.
* * * 
Queda una versión más, como hemos apuntado, contraria, en este caso, a los razonamientos de Heródoto, según la cual, Helena, que efectivamente se encontraba en Troya, agitando una antorcha, avisó a los aqueos, de que los hombres que habían entrado en el caballo de madera, ya abrían las puertas de las murallas, para que sus paisanos lanzaran el asalto definitivo. 

Trifidoro. Ed. de 1923

–Trifiodoro, La toma de Ilíón – Ἰλίου Ἅλωσις

Helena, a su vez, queriendo favorecerlos, les mostraba, desde lo alto de su palacio una antorcha ardiendo. 

Como una Hécate, alumbrando con un brillo sin igual, doraba la bóveda celeste, que se iluminaba y aunque habían pasado los primeros días del mes, durante los cuales el astro de los cuernos no extiende sobre el universo sino una luz tenebrosa, su disco se redondeó y se hizo más luminoso, atrayendo sobre sí, muchos más rayos de sol; así la esposa de Menelao relucía en la oscuridad de la noche, con el brillo que le prestaba la llama que había encendido en favor de los griegos. 

Ellos, apercibiéndose de lejos del fuego que les ofrecía tan bella mano, se apresuraron a abordar las orillas frigias, que antes habían fingido abandonar.  Los remeros fueron diligentes, apresurados por el deseo de terminar aquella guerra desgraciada; deseaban soltar el remo para mezclarse en la lucha, e impacientes por llegar, se animaban unos a otros.
* * *

Por último, ya en el siglo XX, el diplomático y poeta Γιώργος Σεφέρης – Giorgos Seferis, galardonado con el Premio Nobel de Literatura, escribió –dentro de su Diario de a bordo, III-, el poema Ελένη–Heleni, que encabezó con algunos versos de la obra homónima de Eurípides.

El poema Ελένη–Helena forma parte, pues, de la colección titulada Κύπρον, ου μ' έθέσπισεν - Chipre, donde me predijo/ordenó.., de 1955, pero fue escrito, según declaraciones de Seferis, en 1953, cuando viajó por primera vez a Chipre, donde volvió en 1954 y 1955, año en que se iniciaba la lucha contra la ocupación británica. Seferis desde su privilegiada visión diplomática asistió muy de cerca a las diversas fases del drama chipriota.

Para entender el poema, hay que tener en cuenta dos mitos antiguos, que componen su núcleo:

El mito de Teukro, hijo de Telamón, rey de Salamina y hermano de Ayax, que tomó parte en la guerra de Troya, y se distinguió como arquero. Cuando regresó a Salamina, su padre no lo aceptó, ya que consideraba que no se había opuesto con suficiente energía a su hermano Ayax, cuando se suicidó, porque los aqueos no le premiaron con las armas de Aquiles. Teukro entonces, obedeciendo un oráculo de Apolo, se fue a Chipre, donde fundó la ciudad a la que llamó Salamina –cerca de la actual Famagusta– en memoria de su tierra natal.

El mito de Helena: De acuerdo con la versión que propone que Afrodita no entregó a París la verdadera Helena, sino una especie de figura hueca, Helena fue llevada por Hermes a Egipto, por orden de Hera, al palacio del rey Proteo, donde la encontró Menelao a su regreso de Troya. Evidentemente, esta versión del mito es la que ofrece Eurípides en su drama Helena

Seferis introduce el poema con tres fragmentos de la tragedia de Eurípides, que se efieren a los dos mitos citados:

TEUCRO... a la marítima Chipre, donde predijo
Apolo que viviría yo, llevando el nombre de la isla
de Salamina, en recuerdo de mi patria de origen.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
HELENA Nunca llegué a Troya yo, sino una imagen mía.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
MENSAJERO ¿Qué dices?
¿Por una simple nube pasamos tantos sufrimientos?

Hay que señalar la certeza de que Seferis no se detiene en la evocación de los mitos antiguos, sino que los adopta y traslada a su tiempo, para introducir experiencias contemporáneas: el poeta vivió las dos guerras mundiales y la catástrofe de Asia Menor, que le afectó moral y personalmente, en tanto que le privó del acceso a su ciudad natal, Esmirna, donde asimismo transcurrió su infancia. Cuando en el poema habla Teukro, en sus palabras percibimos claramente la voz del poeta.

Por razones que tal vez conocemos, pero que no están suficientemente documentadas, el poeta, en principio, tituló su obra, en la edición de 1955, Κύπρον, ου μ' έθέσπισεν - Chipre, donde me predijo, pero lo transformó en Ημερολόγιο καταστρώματος,– Γ'-Diario de bordo III, en la de 1962, que era la tercera.

En todo caso, el poema pone en evidencia que Seferis creía que la trágica historia de la destrucción de Troya por una causa falsa, se repetía una vez más.

El presente poema de este sabio poeta del siglo XX contiene quizás la tesis más apropiada y racional, si no para la resolución de las incógnitas que presenta el mito de Helena, sí para su comprensión filosófica. ¿Seguimos combatiendo por quimeras? 

“Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres”.

Tímido ruiseñor, en la respiración de las hojas,
tú que regalas la música fresca del bosque
a los cuerpos separados y a las almas
de quienes saben que no volverán. 
Ciega voz, que asciendes en el recuerdo anochecido
pasos y gestos; no me atrevería a decir besos;
y la amarga agitación de la esclava preocupada.

“Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres”.

¿Qué es Platres? ¿Quién conoce esta isla? 
He vivido mi vida oyendo nombres nunca oídos:
nuevos lugares, nuevas locuras de los hombres
o de los dioses;
                       mi destino sobre las olas,
entre la última espada de un Ayax
y otra Salamina 
me trajo aquí, a esta playa.
                        La luna
vino del mar como Afrodita;
anuló a las estrellas del Arquero, ahora va a buscar
el corazón de Escorpio, y todo lo cambia.
¿Dónde está la verdad? 
También yo fui arquero en la guerra;
mi origen, el de un hombre que se equivocó.

Ruiseñor poeta,
en otra  noche como ésta en la playa de Proteo
te oyeron las esclavas espartanas y gritaron su lamento, 25
entre ellas -quién lo diría- ¡Helena!
A la que perseguimos durante tantos años en el Escamandro.
Estaba allí, en los labios del desierto; me acerqué a ella, me habló:
“No es verdad, no es verdad”, gritaba.
“No subí al barco de azulada proa. 
Jamás pisé la valerosa Troya”.

Con su ceñido corpiño, el sol en los cabellos, y aquella presencia,
toda sombras y sonrisas,
los hombros, los muslos, las rodillas,
la viva piel, y los ojos 
sus enormes pestañas,
estaba allí, a la orilla de un Delta.
                       ¿Y en Troya?
En Troya nada -una imagen.
Así lo quisieron los dioses.
Paris reposaba junto a una sombra como si fuera un ser vivo; 
y nosotros matándonos por Helena diez años.

Gran dolor cayó sobre Grecia.
Tantos cuerpos arrojados
a las fauces del mar, a las fauces de la tierra;
tantas almas 
entregadas a las muelas del molino, como si fueran trigo.
Y los ríos desbordaban de sangre entre el fango
por una prenda de lino que ondea, por una nube,
por el aleteo de una mariposa, entre las plumas de un cisne,
por una túnica vacía, por una Helena. 
¿Y mi hermano?

                         Ruiseñor, ruiseñor, ruiseñor,
¿qué es dios? ¿qué no es dios? ¿y qué entre uno y otro? (1)

“Los ruiseñores no te dejan dormir en Platres”.
Pájaro lloroso,
                        en Chipre la que el mar besa,
donde me dejaron para recordar a mi patria, 
fondeé solo con esta fábula,
si es verdad que esto es fábula,
si es verdad que los hombres no vuelven a caer 
en el antiguo engaño de los dioses;
                        si es verdad
que algún otro Teucro, después de los años, 
o un Ayax, o Príamo, o Hécuba,
o un desconocido, anónimo, que aun
viendo un Escamandro desbordar de cadáveres,
no cree que sea su destino escuchar
a los mensajeros que vienen a decir 
que tanto dolor, tanta vida
cayeron al abismo
por una túnica vacía, por una Helena.
–––
(1) Verso literal de la Heleni de Eurípides
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El puente Milia –Γεφύρι της Μηλιάς– en los alrededores de Platres, Chipre; uno de los más antiguos, que se mantiene intacto. Está situado en un cruce sobre el río Krios, que nace en el Monte Olimpo y riega la tierra de Platres. Es uno de los pocos ríos que fluye todo el año en Chipre.(Wp).

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