domingo, 25 de septiembre de 2022

UFFIZI 2 ● Durero, Bellini, Giorgione

Segunda Planta. Salas 20 y 21


15 Leonardo da Vinci

19 Signorelli y Perugino

20 Alberto Durero

21 Giovanni Bellini y Giorgione

23 Correggio y Mantegna

24 Gabinete de miniaturas

25 Miguel Ángel. Tondo Doni. Maestros florentinos

26 Rafael y Andrea del Sarto

27 Pontormo y Rosso Fiorentino

28 Tiziano y Sebastiano del Piombo

29 Parmigianino y Dosso Dossi

31 Veronés

32 Bassano y Tintoretto

41 Rubens

42 Sala de Níobe

44 Rembrandt. Pintura flamenca del siglo XVII

45 Siglo XVIII italiano y europeo

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Albrecht Dürer.

Núremberg, 1471 - 1528

Un artista melancólico que ofrece un mundo hermético. Rechazó la profesión de orfebre que deseaba su padre, y prefirió la pintura desde los quince años. Su excelente aprendizaje adquirido en Italia y Holanda, lo elevó a la cumbre del arte del grabado. Su obra es profundamente religiosa. Aprendió con el célebre Michael Wolgemut.

Alberto Durero: Retrato de Michael Wolgemut. Museo Nacional Germano, Núremberg.

Durero se hizo diversos autorretratos desde 1484.

Dibujé este autorretrato de un espejo en 1484, cuando yo todavía era un niño. Albrecht Dürer.

Durero. Autorretrato, 1493. Louvre

Durero. Autorretrato, 1498. Prado

Firma: 

“1498. Das malt ich nach meiner gestalt ich war sex und zwanzig jor alt Albrecht Dürer”. Monograma. 

“1498. Lo pinté según mi figura. Tenía veintiséis años. Albrecht Dürer”. Sigue el monograma “A”.

Autorretrato como Jesucristo. de 1500, que podemos admirar en la Alte Pinakothek de Múnich.

Sin olvidar las veces que aparece en otras composiciones, como La Santísima Trinidad o el Martirio de los diez mil cristianos, ambos conservados en el Kunsthistorisches Museum de Viena. 


Alberto Durero. Martirio de los Diez mil, 1508. Kunsthistorisches Museum, Viena.

En el Altar Heller, en el centro, entre La Asunción de la Virgen y los apóstoles, aparece la imagen del pintor dejando absolutamente claro que es el autor. Alberto Durero. Altar de Heller 1507-1509. Historisches museum Frankfurt.

Alberto Durero. Altar de Heller 1507-1509. Historisches museum Frankfurt.

Durero. Adoración de la Santísima Trinidad, 1508-11. Kunsthistorisches Museum, Viena.


Alberto Durero. Autorretrato desnudo, 1521. Dibujo, lápiz y tinta, 13 cm x 12 cm. Kunsthalle de Bremen, Alemania. 

Durero había contraído la malaria en 1520 cuando estuvo pintando una ballena varada en la costa y, debido a ello sufrió inflamación del bazo. El artista mostraba a su médico el lugar exacto dónde le dolía.

Duero cuidaba mucho su atuendo, y acostumbraba a aludirlo en sus cartas, por ejemplo, a su amigo Willibald Pirckheimer durante su segundo viaje a Venecia: "Mi capa francesa, mi jubón y mi ropa parda os envían un saludo muy cordial". 

Albrecht Dürer - Ritratto del padre, 1490. Uffizi

En 1636 el Ayuntamiento de Nüremberg, regaló un retrato del padre de Durero, a Carlos I de Inglaterra, que después compró en almoneda, David Murray, que fue quien se lo vendió al embajador español Alonso de Cárdenas, para don Luis de Haro, quien, finalmente, en 1654 se lo regaló a Felipe IV. Figura en el inventario del Alcázar de Madrid, en 1686. Ingresó en el Real Museo en 1827 (Silva Maroto, P. en: El retrato del Renacimiento, 2008, p. 280). Extractos. Museo del Prado.

Durero se casó en 1494, y realizó dos viajes desde Venecia, en cuyo transcurso hizo numerosos bocetos de acuarelas de los Alpes, y cuando volvió a Núremberg, abrió una tienda taller, en la que creó numerosas xilografías, como las, dieciséis sobre el Apocalipsis, entre las que se encuentra la de Los cuatros jinetes.

Alrededor de 1507, y antes de sus más reconocidas obras maestras, creo, El hijo pródigo, 1496; El monstruo marino, 1498; Sant'Eustachio, 1501, o Némesis, 1502, que ofrecen increíbles paisajes y animales, en los que también muestra una increíble perfección, como se observa en el Conejo, o Liebre, de 1502. 

El ojo refleja una ventana.

“El ojo permanecerá sin igual, una nariz olfateando, una oreja izquierda derecha y erguida, una variedad de pelo que es completamente diferente en las orejas, en el cuello y la espalda, sin mencionar el bigote con forma de hilo. El mayor grado de expresividad permanece inalcanzable, cuando el trabajo atrae no solo al ojo del espectador, sino también al sentido del tacto en la misma medida, de modo que hay un deseo de tocar el pelo de un lado a otro."

(Kuno Mittelshtad, historiador del arte, en su libro "Albrecht Dürer")

Los detalles pictóricos procedían de sus atentos estudios de perspectiva, anatomía y proporción. Fue una exploración de toda la vida y la experiencia acumulada se hace evidente en su Adán y Eva, de 1504, en el Museo del Prado.

Museo del Prado

Con La Virgen de los animales; la Asunción de la Virgen y la Adoración de la Santísima Trinidad, de 1511, Durero ofrece una tetralogía de la perfección artística, que, aun siendo perfecta, no es definitiva, pues en 1513 aparecería El caballero, la muerte y el diablo seguida, en 1514, por San Girolamo en la celda y El rinoceronte, si no iguales, superiores en diversos aspectos, a pesar de que parecía imposible la superación.

Vertical, horizontal, diagonal y más = 34

Melencolia I, probablemente su obra más estudiada en la que, según algunos intérpretes, Durero se enfrenta al desafío del genio y la melancolía del fracaso, fusionando enigmáticamente religión, arte y matemática, y, todo ello, representado en una especie de jeroglífico. 

Dürer, que era matemático, escribió un libro sobre geometría y perspectiva, El manual del pintor, en 1527 y una obra de cuatro volúmenes sobre las proporciones humanas, que se publicó póstumo en 1528. 

Albrecht Durero: Adoración de los Magos, 1504. Uffizi. Fragmento.

Perteneció a la Colección Imperial austríaca, en Viena, hasta 1792, cuando fue intercambiado por una pintura de Fra Bartolommeo propiedad del museo florentino.

Albrecht Durero: Adoración de los Magos, 1504. Uffizi. Fragmento.

Se trata de una obra de madurez, encargo de Federico el Sabio para el altar de la Iglesia de Todos los Santos, en Wittenberg, Alemania. En principio, era el panel central de un retablo, conocido como el “retablo Jabach”, cuyas tablas laterales se encuentran en el Instituto Städel de Fráncfort, el Museo Wallraf-Richartz de Colonia y la Alte Pinakothek de Múnich. 

Fue realizado después del viaje a Venecia del autor, y en el mismo, se observa la influencia de la pintura renacentista italiana, en particular en el vivo cromatismo y la luz muy veneciana que ilumina el cuadro. En la figura de la Virgen hay influencias de Giovanni Bellini, y la arquitectura de los fondos, revela la de Andrea Mantegna.

Durero pintó con un gran detalle, insectos en el primer plano, pedrerías en el vestido del mago Melchor y los colores son intensos; un rasgo específico del artista. 

Durero: Madonna y Niño con una pera, 1526. Galleria degli Uffizi, Florencia

A principios del siglo XVIII, este cuadro se encontraba en el Palacio Pitti. De allí, se trasladó a la Villa di Poggio a Caiano, y está en los Uffizi desde 1773. Se trata de una de las últimas obras de Durero, por lo que se puede situar al final del período en el que el artista viajaba incansable de un extremo a otro de Europa en la búsqueda incesante de nuevos estímulos y nuevos conocimientos. No ha sido posible discernir ninguna conexión entre la pera y la flor en la mano del Niño.

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BELLINI


La familia de pintores Bellini es uno de los nombres más importantes del Renacimiento. Jacopo Bellini (1396-1470), padre de Giovanni, fue uno de los principales pintores de principios del Renacimiento. Sus hijos, Giovanni y Gentile (1429-1507) continuaron su gran influencia; Giovanni llegó a ser muy importante para el estilo de la pintura veneciana. Jacopo fue también maestro de Andrea Mantegna (1431-1506), que se casó con una Bellini, convirtiéndose en cuñado de Giovanni.

El padre consolidó el estilo de principios del Renacimiento, y Giovanni, llamado también Giambellino, marcó su evolución a través del uso de los colores de atmósfera, que se convirtieron en específicos de la escuela veneciana y fueron decisivos para sus alumnos, los futuros maestros Giorgione (1477-1510) y Tiziano (1485-1576). 

En este primer período hay obras importantes, como el Cristo muerto sostenido por dos ángeles y dos obras tituladas ambas, Piedad. Cuando Mantegna aprendía con Jacopo, Giovanni absorbió parte de su estilo único. Una de sus obras más valiosas, que muestran la influencia de Mantegna, es la Oración en el huerto, de 1459.

Bellini empezó a pintar al óleo cuando conoció al siciliano Antonello da Messina (1430-1479), que fue a admirar su trabajo. Messina jugó un papel crucial en la introducción de la pintura al óleo entre los venecianos y las obras de Bellini adquirieron una nueva vida, adoptando el color vivo, pero fluido, que se convirtió en distintivo de los venecianos. En ocasiones colaboró con su hermano Gentile, y realizó algunos de sus mejores trabajos. Pero en 1577 un incendio destruyó la mayor parte de aquellas obras.

Después del trabajo en el Palazzo Ducale, Giovanni Bellini siguió pintando obras que marcarían la transición estilística hacia el Alto Renacimiento. Entre ellos, el Retablo Barbarigo, para la iglesia de san Zaccaria, en Venecia, donde trabajó mucho, sobre todo, obras religiosas, pero también retratos; uno de los cuales, Retrato de hombre, se encuentra en los Uffizi; la Lamentación sobre Cristo muerto, atribuido a Giambellino y La Alegoría sagrada, un hermoso paisaje. Bellini se hizo conocido por la atención al detalle en los fondos de paisaje, en cuyo tratamiento fue muy innovador.

En su último período, Bellini empezó a pintar temas mitológicos, como la Fiesta de los Dioses, que dejó incompleta y fue terminada por Tiziano. La obra fue encargada por el duque de Ferrara Alfonso I d'Este (1476-1534), para el Castillo de Este. (Gal. Virtual Uffizi)

Alegoría Sagrada. Bellini. Uffizi

Una de las obras más enigmáticas y fascinantes del Renacimiento italiano, esta pintura de Bellini muestra a la Virgen sentada en un trono, a la izquierda, y un grupo de santos y querubines, sobre una gran terraza junto a un estanque de agua con reflejos, frente a un paisaje rocoso. Entre los santos destacan san Juan tras la balaustrada y san Pablo con la espada del martirio, mientras que los dos santos semidesnudos de la derecha son el ermitaño Onuphrius, caracterizado por su aspecto tosco y piel bronceada, y san Sebastián. El niño sentado sobre un cojín en el centro del cuadro, es posiblemente Jesús -también simbolizado por la cruz erigida al fondo a la derecha-, a quien los ángeles ofrecen los frutos del árbol de la vida y del conocimiento. 

El paisaje poético del fondo está salpicado de edificios, animales y santos como Antonio el Grande, representado descendiendo las escaleras para encontrarse con el centauro que lo conducirá a través del desierto de Tebaida hasta el Monasterio de San Pablo. Ningún elemento es involuntario y cada aspecto de la composición ayuda a proporcionar una explicación armoniosa de ese complejo pensamiento que sigue siendo un misterio para el observador. 

Se desconoce el destinatario y el destino original de esta obra, aunque se cree que pudo haber sido parte del revestimiento de madera de un 'studiolo'; una habitación privada en un palacio renacentista, dedicada al aprendizaje y la meditación, a veces decorada con exquisitas obras de arte alegóricas. La teoría de que la obra fue creada para la oficina de Isabella d'Este en el Palacio Ducal de Mantua no es unánime.

Esta alegoría se relaciona con las obras maestras que Bellini elaboraría a finales del siglo XV y principios del XVI, como la Sacra conversación, la Piedad, La Madonna del Prado, El Bautismo de Cristo o la “palla” de San Zacarías.

Bellini: Madonna y el Niño, 1450. Uffizi
Compianto. Bellini. Uffizi

Esta obra inusual de Giovanni Bellini ha sido vista de diversas formas en la literatura académica: como una pintura inacabada, como un símil o modelo a seguir por el taller, o como una obra de arte autónoma. Se argumenta que Bellini probablemente hizo esto para una élite restringida, ya fuera imagen devocional o representación que permitía apreciar aspectos de su arte. Al crear una imagen monocromática en forma de primer plano convincente, Bellini incorporó alusiones a la escultura en relieve. Sin embargo, la particular técnica gráfica de la Lamentación evoca los virtuosos grabados contemporáneos a gran escala, un contexto que también explica su temprana categorización como obra en ‘chiaro scuro’.

Giorgione


Castelfranco Véneto, h. 1477/1478-Venecia, 1510

En realidad, se llamaba Giorgio Barbarelli da Castelfranco, y es legendario, a pesar de du escasa obra y de la carencia de datos biográficos. De hecho, solo se conservan sobre él, media docena de documentos directos, por lo que, continuamente se le atribuyen y niegan pinturas, aunque las de su autoría segura, quizás no lleguen a quince.

En sus poco más de treinta años de vida, se le conocía como Zorzo, Giorgio en el dialecto veneciano.

Entre sus trabajos se encuentra el friso de las artes liberales y mecánicas de Casa Marta de Castelfranco, que se dispuso en la parte alta de uno de sus salones, en dos de los lados. Es posible que lo realizara en colaboración con otros pintores.

Giorgione. Friso de las artes liberales y mecánicas, hacia 1496-1500. Casa Pellizzari o Casa Marta

De acuerdo con Vasari, Giorgione tenía un gusto excepcional para la música, tocaba el laúd y cantaba.

Giorgione. La prueba de Moisés, hacia 1505. Galleria degli Uffizi

La prueba de Moisés, de los Uffizi, parece que formaba pareja con una tabla de las mismas medidas: El juicio de Salomón. Representa una escena de la vida de Moisés que aparece en varios textos bíblicos, en el Talmud hebreo, en la Historia escolástica y en la Antigüedad Judaica, de Flavio Josefo y fue a menudo representada desde el medievo.

El faraón jugaba con Moisés niño, le entrega una corona para que juegue, pero él se la pone. El gesto se consideró peligroso por un faraón sometido a los agüeros y, para comprobar la inocencia del pequeño, le ofreció dos bandejas: una con carbones encendidos y otra con rubíes o cerezas. Entonces se le apareció a Moisés un ángel que le aconsejó escoger la primera, y así lo hizo.

Existen dudas sobre la autoría de este trabajo, del que se atribuye parte a Giorgione, pero no el conjunto. Podría ser suyo el paisaje, pero las figuras no se corresponden estilísticamente con sus rasgos y parecen relacionarse más con los pintores de la zona de Ferrara. También existen problemas de datación: se fecha entre 1496 y 1505, período muy amplio teniendo en cuenta la corta vida de este artista.

El juicio de Salomón, Uffizi

En cuanto a esta obra, se da por seguro que las naturalezas del segundo plano se deben a Bellini, pero las figuras corresponderían a algún pintor formado en Ferrara. 

Ambas piezas, datadas en 1692 como propias de Giorgione, pertenecieron a la Gran Duquesa de Toscana, que las guardaba en Poggio Imperiale.

La mayor parte de sus pinturas tienen dimensiones pequeñas, se deben a encargos muy determinados y suelen contener un doble lenguaje con símbolos difíciles de descifrar, pues están llenas de enigmas.

Giorgione. La Sagrada Familia. National Gallery of Art, Washington

La Sagrada Familia -en la National Gallery de Washington- se vendió en una almoneda tras el ajusticiamiento de Carlos I de Inglaterra y sabemos que forma parte de la etapa juvenil del artista, pues hay planteamientos aún no resueltos, aunque anticipa características que conformarían su estilo.

Reúne tratamiento de interiores y exteriores y busca cierto grado de intimidad en la escena, entre padres e hijo; el rostro dorado de la Virgen remite al taller de Bellini, así como la utilización del cromatismo, y las luces y sombras. Quizá los pliegues sean demasiado angulosos, como en la pintura flamenca, porque ya conocía Giorgione ejemplos de menos acartonamiento, pero este aspecto también refrendaría que nos encontramos en sus inicios.

Prima la humanidad de las figuras frente a su divinidad, quizá para favorecer el diálogo entre la obra y el fiel, pero se ha dicho que es una obra religiosa casi profana. Su modelo de la Virgen, marcando sus características femeninas, con rostro redondo y ligeramente agachado, ensimismada… lo utilizará continuamente y san José no queda relegado a un segundo plano. 

Hay un gran ventanal abierto al paisaje, algo habitual, tanto en la pintura flamenca y la de los Vivarini, pero Giorgione introduce una naturaleza en armonía con el ser humano, con los fondos azules que ya empleó Leonardo.


En ese mismo museo americano se encuentra la Adoración de los pastores, que rompe los cánones compositivos del Quattrocento, porque desplaza a la derecha el grupo principal de figuras sacras, normalmente en el centro. La naturaleza tiene un desarrollo mayor y de nuevo busca su armonía y una vinculación real con el hombre, que no destaca sobre ella, como tampoco lo hace la arquitectura en segundo y tercer plano.


Un paisaje incomparable, que crea profundidad a través de la iluminación y el color, no solo a través de los planos paralelos, sino sutilmente, sin cortes bruscos. Se diluyen las montañas en esa atmósfera, en relación con los estudios de Da Vinci, y la luminosidad es clara, pero no hace perder los detalles.

Es evidente, en figuras y paisajes de carácter bucólico, la referencia literaria de la Arcadia de Jacopo Sannazaro, con un éxito sin precedentes, pues tuvo sesenta ediciones en el siglo XVI, y de cuyo modelo se sirvió Cervantes para la creación de La Galatea.


Giorgione. Los tres filósofos, hacia 1505-1509. Kunthistorisches Museum, Viena. ¿Arquímedes, Ptolomeo y Pitágoras? O ¿Aristóteles, Averroes y Virgilio?


Los tres filósofos del Kunsthistorisches Museum de Viena, se atribuye a Giorgione desde que Marco Antonio Michiel, entre 1525 y 1543, recorrió los palacios de Venecia y Padua, anotó sus obras más importantes, y creó un importante catálogo, publicado en 1800, en el que la obra figuraba como suya. Su comitente sería Contadini. Sin embargo, escribió que Giorgione no había terminado la obra, de la que se habría encargado Sebastiano del Pombo; una teoría hoy rechazada, tras comprobar que la composición de la obra responde a una sola mano.

En 1932 Johannes Weill le daría otra interpretación: se trataría de los Reyes Magos, si se considera el turbante del personaje de mayor edad y a la raza negra del central. Las hojas en sus manos contendrían estudios matemáticos y, como astrónomos, esperarían a la estrella de Belén -una obra de Carpaccio en la Fundación Calouste Gulbenkian sobre los Magos contiene el mismo tipo de turbante-. Según otros estudiosos, se trataría de Arquímedes, Ptolomeo y Pitágoras, o quizás, de Aristóteles, Averroes y Virgilio. Las teorías se multiplican.

En Viena se conserva, asimismo, el Retrato de Laura, en cuya parte trasera figuran unas líneas, quizás autógrafas de Giorgione, en las que se lee que quien pintó el cuadro es “colega” de Vincenzo Catena, que trabajaba en el taller de Giovanni Bellini.

Giorgione. Laura, 1506. Kunthistorisches Museum, Viena

Puede representar a una de las múltiples amantes que se le atribuyen al pintor. En el fondo aparecen hojas de laurel, de las que procede el título y que aportan volumen y profundidad al conjunto. Se cree que su destino podría ser un regalo de boda, dado que ese es el simbolismo de la planta, sin olvidar la relación amorosa entre Laura y Petrarca.

Mujer Anciana. Giorgione. Galería de la Academia, Venecia

El Retrato de Mujer Anciana podría representar a la madre del artista, y eso es lo que aparece en un inventario de 1569, pero, como suele ocurrir, no todos los expertos están de acuerdo. En la mano de la modelo hay una cartela con la inscripción “Col tempo”, que relacionaría esta imagen con la vanitas y la acción con el paso del tiempo; un asunto de habitual tratamiento en el siglo XVI. La calidad cromática, técnica y de introspección psicológica es excelente y el muro inferior, en primer término, es casi consustancial a la pintura veneciana.

La Venus dormida de Dresde, reúne la influencia de Giovanni Bellini y los rasgos de las naturalezas, propios de Giorgione. Es obra de un lirismo extremo, que quedó inacabada y sería terminada por Tiziano, entonces, joven aprendiz de nuestro artista; cuya huella se aprecia en la almohada, de un tono rojizo intenso, en contraste con el cuerpo, magníficamente moldeado. También acabaría el genio una parte del paisaje, sobre todo, la zona de las edificaciones.


Se fecha hacia 1507-1510, una etapa en que es difícil discernir la colaboración entre uno y otro, e incorpora una novedad iconográfica, la de aparecer la dama tumbada y del todo despojada de ropa. Sería modelo de muchas obras posteriores, como la Venus de Urbino, de Tiziano.

Por último, veamos La tempestad, imagen de interpretaciones variadas e iconografía compleja, realizada para un amigo de Giorgione perteneciente a un círculo humanístico; el refinado intelectual y noble Gabriel Vendramin.

Lo que vemos es, en el fondo, un telón que esconde la verdadera razón de la obra.

Cuando Michiel la vio en 1530, anotó: Paisaje en lienzo con la tempestad, la gitana y el soldado de manos de Giorgione; se refiere a la tempestad, por el relámpago que se ve al fondo, pero gitana y soldado complican la interpretación. Se han apuntado varias posibilidades: que represente a la familia del pintor en armonía con la naturaleza o un descanso en la huida a Egipto, identificándose la figura de la izquierda con san José, que espera a que la Virgen termine de dar el pecho al Niño. La ciudad del fondo aludiría simbólicamente a Jerusalén y el rayo, al acto que Herodes estaría realizando: la matanza de los inocentes, a la que también se referirían las columnas rotas en primer plano.

Giorgione. La tempestad, hacia 1508. Galería de la Academia, Venecia

Otras opciones serían la representación de Adán y Eva en el paraíso, del soneto 91 de Petrarca -El refugio en la vida privada vuelve inofensivas las tormentas en la vida pública-, de la metamorfosis de Júpiter en rayo para seducir a la hija del rey Inaco o una referencia a la leyenda germana de Sigfrido y Genoveva o a la Vida de Apolonio de Tiana, de Filóstrato.

Recoge, en cualquier caso esta obra, sus búsquedas anteriores en relación con la naturaleza, la calidez de la atmósfera, la luz y un cromatismo de verdes excepcionales. Por radiografías sabemos que se planteó al principio, otro personaje más, pues en primer término habría una mujer bañándose en un riachuelo.

Giorgione: Las etapas de la vida o Lección de Canto, 1500-1501. Fragmento. Florencia, Palacio Pitti.

Fragmento de: Dos Amigos. Giorgione. 1504. Atribución. Palacio Venecia. Roma

Nos hallamos ante un bello retrato doble, de evidente carácter enigmático; un joven con cara de melancolía y otro con gesto resabiado, más una especie de naranja, el “melangolo”, que, además, nos llevan al encuentro de Catalina Cornaro, reina de Chipre, cuya figura, también influyó en Giorgione, a través de su persona y su corte del arte, en la que figuran, asimismo, Lorenzo Lotto, Sebastiano del Pombo, el cardenal Pietro Bembo, etc., pues al abandonar su reino de Chipre, Caterina creó una refinada corte de carácter artístico, intelectual y espiritual, en Asolo, sobre la que Bembo escribió -usándola como escenario ficticio-, en Gli Asolani, basado en las Tusculanae de Cicerón, y en la que, con motivo de la celebración del matrimonio de una de las damas de honor de la reina chipriota, el autor presenta a varios cortesanos que hablan sobre el amor en sus diferentes facetas. 


Del ”melangolo” se dice en Gli Asolani, que representa los sinsabores del amor. Evidentemente, Giorgione frecuentó la corte de Caterina Cornaro.

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Vasari, Autorretrato, Uffizi

Vasari: Vida de los más excelentes...

Giorgione da Castelfranco, pintor veneciano - Mientras Florencia adquiría semejante fama con las obras de Lionardo, la habilidad y excelencia de un ciudadano demostró ser no menor adorno para Venecia. Éste superó en mucho a Bellini, a quien tenían en gran estima los venecianos, y a todos los que habían pintado en dicha ciudad hasta ese momento. Se llamaba Giorgio y había nacido en Castelfranco, en el Trevisano, en 1478, siendo Dux Giovanni Mozenigo, hermano del Dux Piero. Por su corpulencia y su gran inteligencia le llamaron luego Giorgione. Aunque era de cuna muy humilde, sus modales fueron gentiles y delicados durante toda su vida. 

Se crió en Venecia, deleitándose constantemente con las cosas del amor y le gustaba muchísimo tocar el laúd y cantar; lo cual hacía tan divinamente, que con frecuencia lo invitaban a las reuniones musicales y a las fiestas en casa de nobles personajes. Estudió dibujo, disfrutándolo mucho; la naturaleza lo había dotado extraordinariamente, y estaba tan enamorado de las cosas bellas, que jamás ponía en sus obras algo que no hubiera tomado del natural. Y a tal punto seguía a la naturaleza y tan cuidadosamente la copiaba, que no sólo adquirió fama de haber sobrepujado a Gentile y Giovanni Bellini, sino que rivalizó con los maestros toscanos, creadores del moderno estilo. 

Giorgione había visto algunas pinturas de Lionardo, muy esfumadas y obscuras, como dijimos, y esta manera le agradó tanto, que mientras vivió la imitó cuidadosamente en la pintura al óleo. Sagaz valorador de todo lo bueno, seleccionaba para sus cuadros todo lo más hermoso y variado. La naturaleza le dio tan favorable espíritu, que descolló en el óleo como en el fresco, haciendo ciertas cosas de color muy vivo y otras tan suaves y armoniosas, y con sombras tan vaporosas, que muchos artistas de reconocida reputación admitieron que había nacido para infundir alma a sus figuras e imitar la frescura de la carne viviente, mejor que cualquier otro pintor, no sólo de Venecia, sino de todas partes. 

Al principio hizo en Venecia muchas Vírgenes y retratos del natural, vigorosos y bellos, como puede verse por tres encantadoras cabezas al óleo que están en el estudio del muy reverendo Grimani, patriarca de Aquileia. Una representa a David (y pasa por ser su autorretrato) con el cabello cayendo hasta los hombros, como era costumbre en esa época, tan vigoroso y bien pintado que parece de carne. 

Giorgione hizo muchos retratos más que se hallan esparcidos por toda Italia, todos hermosísimos, como lo es el de Leonardo Loredano cuando era Dux. 

En el año 1504 se produjo un terrible incendio en Venecia, en el Fondaco de' Tedeschi, cerca del puente del Rialto, que consumió todas las mercaderías, infligiendo una gran pérdida a los comerciantes. La Señoría de Venecia ordenó que fuera reconstruido el edificio y se terminó rápidamente, con habitaciones más cómodas y mayor magnificencia y belleza. Como la fama de Giorgione era considerable, los encargados del edificio decidieron que él lo pintaría al fresco, según su fantasía. En consecuencia, Giorgione comenzó a trabajar, pero no tuvo otro propósito que hacer figuras a su capricho para demostrar su arte, pues no se ven allí escenas orgánicas o que representen los actos de alguna personalidad antigua o moderna. 

Por mi parte, nunca he entendido esas composiciones ni he encontrado quien las entienda. Aquí hay una dama, y allí un hombre, en diversas actitudes; uno tiene a su lado una cabeza de león, otro un ángel o un Cupido; pero no se puede decir de qué se trata. El edificio es elogiado y famoso en Venecia, no sólo por estas pinturas, sino por su conveniencia para el comercio y su utilidad para el público. 

Giorgione hizo también un cuadro de Cristo llevando la Cruz mientras un judío lo arrastra, el cual, pasado un tiempo, fue colocado en la iglesia de San Rocco, y que ahora realiza milagros, como puede verse por la devoción de las multitudes que lo visitan. Trabajó en diversos lugares, tales como Castelfranco y el Trevisano, e hizo numerosos retratos de varios príncipes italianos, mientras muchas de sus obras eran enviadas fuera de Italia como digno testimonio de que si en Toscana abundaban los artistas en toda época, el cielo no había olvidado o abandonado enteramente la región situada en la proximidad de las montañas. 

Se cuenta que en cierta ocasión, Giorgione tuvo una discusión con algunos escultores, en la época en que Andrea Verrocchio estaba haciendo su caballo de bronce.118 Éstos aseguraban que la escultura era superior a la pintura pues ofrecía tan diversos aspectos de la figura, visibles si se daba vuelta alrededor de ella, mientras que la pintura sólo mostraba un aspecto de la misma. Giorgione aseveraba que en una pintura pueden verse de un solo vistazo todos los aspectos que un hombre puede presentar en varias actitudes, sin necesidad de andar en torno de ella, mientras que esto no se logra en escultura si el espectador no cambia de lugar y de punto de vista, y se ofreció a pintar una sola figura de la cual se viera el frente, el dorso y los dos perfiles. Esto dejó perplejos a sus contrincantes. 

Mientras Giorgione obtenía de esta suerte honra para su patria y para sí mismo, iba con frecuencia a reuniones sociales para entretener a sus numerosos amigos tocando música, y se enamoró de una dama. Mucho gozaron uno y otra de sus amores. 

Mas, en 1511, ella contrajo la peste y Giorgione, ignorando esto, siguió viéndola como de costumbre. Se contagió, pues, y poco después murió a la edad de treinta y cuatro años, causando infinito pesar a sus numerosos amigos - que lo amaban por su talento- y gran perjuicio al mundo, que lo perdía. 

Mas se toleró el daño y la pérdida porque Giorgione dejó a dos excelentes discípulos: Sebastiano de Venecia, que luego fue fraile del Piombo, en Roma, y Tiziano de Cadore, que no sólo igualó, sino que superó a su maestro. 

Más adelante se hablará de ellos, y de la honra y el beneficio que confirieron al arte.

A modo de colofón, añadiremos que, de Las Vidas, de Vasari, se conserva un ejemplar, profusamente anotado por El Greco, a pesar de que, buena parte de lo escrito, fue recortado en una encuadernación.

BNE

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viernes, 16 de septiembre de 2022

Juan de Mena y Álvaro de Luna ● Creación Literaria en la Corte de Juan II de Trastámara, rey de Castilla.

Juan de Mena. Córdoba, 1411 - Torrelaguna, 1456

Álvaro de Luna. Cañete, c. 1390 - Valladolid, 2 de junio de 1453

Juan II de Castilla. Toro, Zamora, 6.III.1405 – Valladolid, 21.VII.1454

Juan de Mena, el autor del Laberinto de la Fortuna vivió una época muy compleja, no siempre bien explicada, próxima a la transición de lo que llamamos Edad Media, a lo que llamamos Edad Moderna. Reinaba en Castilla Juan II de Trastámara, de madre Lancaster, padre de Isabel I, y en Aragón, su homónimo, Juan II, también Trastámara, padre de Fernando V, que después casaría con Isabel de Castilla.

Incide aquí fundamentalmente, desde el punto de vista histórico, la existencia y la muerte de don Álvaro de Luna -del cual, como es sabido, hay un magnífico monumento sepulcral en la Catedral de Toledo-, y en cuyo desastroso final podría haber intervenido la celosa influencia de la madre de la futura reina Isabel I, segunda esposa de Juan II de Castilla.

Y esto no es todo; hay otros personajes en este reparto, algunos de los cuales analizaremos en el momento de su aparición a lo largo del relato histórico que sirve de entorno imprescindible al trabajo de Juan de Mena.

Juan de Mena ofrece a Juan II su Laberinto de Fortuna. Grabado del interior de una edición impresa en Zaragoza, por Jorge Coci en 1509

Nacido en Córdoba, 1411 y fallecido en Torrelaguna, en 1456, ha sido clasificado como componente de la escuela alegórico-dantesca del prerrenacimiento castellano, y es conocido, fundamentalmente, por su citada obra, Laberinto de Fortuna, o La Trescientas, expresadas en números romanos, CCC.

Tumba del poeta Juan de Mena en la Villa de Torrelaguna, Madrid. Iglesia de Santa María Magdalena.

Placa homenaje al poeta Juan de Mena - Villa de Torrelaguna (Madrid) - Iglesia de Santa María Magdalena: “Feliz patria dicha buena/escondrijo de la muerte/aquí le cupo por suerte/al poeta Juan de Mena”.

Como nota curiosa, copio aquí el artículo titulado: “Adivinanza y Epitafio de Juan de Mena” (BU Salamanca BG/I.333), publicado el 4 de febrero de 2018 por Charles Faulhaber, destacando una nota escrita a mano en un incunable, que resulta, cuando menos, curiosa, dado que no sabemos por qué se escribió, aunque, lo cierto es, que no carece de ingenio, como se verá. Pero, ¿por qué?

“Gredos, la biblioteca digital de la Universidad de Salamanca, acaba de anunciar una nueva digitalización:

Nuevos Ítems: BH. Incunables: 1

Título: Orationes

Autores: Isocrates

Uldericus Scinzenzeler

Sebastianus de Ponte Tremulo.

Se trata  del incunable BG/I.333, un ejemplar de la edición en griego de las Orationes de Isócrates (Milan, 1493-01-24), que por más señas ofrece notas marginales y comentario de la mano de Hernán Núñez, el Comendador Griego, lo cual muestra sin lugar a dudas que el ejemplar ya estaba en Salamanca en los primeros años del s. XVI.

Repasando el facsímil digitalizado encontré en la guarda posterior una fascinante adivinanza, en coplas, en rima de zéjel (aaBaaB), referida a la hormiga.

Abajo, en la misma página, viene el epitafio de Juan de Mena con una nota no sé si socarrona al final:

Universidad de Salamanca. Biblioteca General: BG/I.333, f. 208v

Segunda línea: 

en el Sepulcro de Ju _ de mena 

esta este petafio

tierra foenjx dicha buena / escondrijo de la muerte

a vos os cupo por suerte / el poeta Juan de Mena

Añadido final:

y para que tenga su gracia

este petafio ha se de

leer con Interrogaçion

El epitafio ofrece unas variantes con respecto a la versión publicada por Nicolás Antonio (Bibliotheca hispana vetus, II:266, n. 417) a base de la lápida funeraria en la iglesia de San Francisco en el pueblo de Torrelaguna, lápida que, desgraciadamente, ya no existe, aunque sí el sepulcro, construido por su amigo el marqués de Santillana:

FELIZ PATRIA, DICHA BUENA

ESCONDRIJO DE LA MUERTE.

AQUI LE CUPO LA SUERTE

AL POETA JUAN DE MENA.

Charles Faulhaber. University of California, Berkeley

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La carencia de datos sobre el origen de Juan de Mena, ha hecho pensar en raíces judeoconversas, algo que tampoco ha podido demostrarse, como ocurre en muchos de estos casos, y como es lógico, por otra parte, si los datos se ocultaron voluntaria o necesariamente. Se cree que pudo ser nieto del señor de Almenara, Ruy Fernández de Peñalosa e hijo de Pedrarias, regidor o jurado de Córdoba, y que quedó huérfano muy pronto.

Empezó a estudiar en Córdoba, para pasar a la Universidad de Salamanca en 1436, donde obtuvo el título de Maestro en Artes, y conoció al cardenal Torquemada, con el que viajó a Florencia en 1443 y a Roma, formando parte de su séquito. En 1444, ya de vuelta en Castilla, entró al servicio del rey, Juan II, como Secretario de Cartas Latinas a la vez que ejercía su oficio de Veinticuatro o regidor de Córdoba. Un año después, el rey le nombró Cronista Oficial del Reino

Se le ha adjudicado la autoría de la Crónica de Juan II, aunque muy pronto fue puesto en duda.

Juan de Lucena -acorde con los tiempos, otro enigmático y muy ambiguo judeoconverso-, en uno de sus personajes del diálogo, De vita beata, lo describe de manera, que no sabemos si admira su afición lectora, o acusa su carencia de faceta de guerrero:

Traes magrescidas las carnes por las grandes vigilias tras el libro, el rostro pálido, gastado del estudio, mas no roto y cosido de encuentros de lanza.

En la misma obra, dice que el propio Mena le ha hablado de su gran afición u obsesión por leer y escribir:

Muchas veces me juró por su fe que de tanta delectación componiendo algunas vegadas detenido goza, que, olvidados todos aferes, trascordando el yantar y aun la cena, se piensa estar en la gloria.

Por otra parte, y este es uno de nuestros objetivos, Mena tuvo gran amistad con el Condestable Álvaro de Luna, cuyo Libro de las claras y virtuosas mujeres prologó, y también con Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, con quien compartía gustos literarios.

En el siglo XVI su Laberinto fue comentado y glosado como un clásico por el humanista Francisco Sánchez de las Brozas, bien conocido como el Brocense.

Juan de Valdés, en su Diálogo de la Lengua, afirma: "Pero, porque digamos de todo, digo que, de los que han escrito en metro, dan todos comúnmente la palma a Juan de Mena", y ello, a pesar de que:

Puso ciertos vocablos, unos que por grosseros se debrían desechar y otros que por muy latinos no se dexan entender de todos, como son, rostro jocundo, fondón del polo segundo, cinge toda la sfera, que todo esto pone en una copla, lo qual a mi ver es más scrivir mal latín que buen castellano.

Mena murió en Torrelaguna; en opinión de algunos investigadores, de un dolor de costado. De hecho, Gonzalo Fernández de Oviedo, en sus Batallas y Quincuagenas, dice que se había caído de una mula y que fue arrastrado por ella, lo que abonaría tal posibilidad citada.

Como hemos dicho, el Marqués de Santillana encargó para él un notable sepulcro, del que no queda nada, pero tenemos el testimonio del gran viajero Antonio Ponz, quien escribió, en su célebre Viaje de España, de 1781, que, en las gradas del presbiterio de Torrelaguna, vio una piedra con la inscripción citada, en letra gótica: Patria feliz, dicha buena, / escondrijo de la muerte / aquí le cupo por suerte / el poeta Juan de Mena.

Su poesía más conocida se sitúa en la lírica de Cancionero de tema amoroso que cultivó; y que se compone de canciones, decires, preguntas y respuestas, juegos de presencia o ausencia y galanteos. 

Vuestros ojos, que miraron/con tan discreto mirar/firieron y no dejaron/en mí nada por matar.

Un estilo, como puede comprobarse, similar a los poemas que aparecieron en los principales Cancioneros del Cuatrocientos, como el "Cancionero General" de Hernando del Castillo publicado en 1511.

Sin embargo, su estilo posterior muestra ya una cierta oscuridad más enigmática y, fundamentalmente, muy conceptista, con la que el autor se adelantaría -por así decirlo-, siglo y medio, a su paisano, Luis de Góngora.

Como dijimos, Mena vivió en un brillante y perdurable entorno literario, evidenciado por el hecho de que sólo en un sencillo repaso biográfico, hemos encontrado al Brocense, a Juan de Valdés, Gonzalo Fernández de Oviedo, el Marqués de Santillana, el viajero Antonio Ponz, el cronista Hernando del Castillo y hasta el gran poeta, Luis de Góngora. 

La Coronación del marqués de Santillana o los Calamicleos, escrita por Juan de Mena en 1438, fue publicada en 1499.Se trata de un poema, muy reconocido, ya en su tiempo, que consta de 51 dobles quintillas alegóricas, que relatan el momento en que el autor es transportado al monte Parnaso, para que asista a la coronación de su amigo y mecenas Íñigo López de Mendoza como excelso poeta y perfecto caballero. 


En opinión de Marcelino Menéndez Pelayo, se trata de "un sermón..., seco, realista, inameno, adusto, pero muy castellano". Lo cierto es que la obra resulta oscura y enrevesada, algo que el autor debió saber, a pesar de que consideraba su poema, sencillamente "cómico y satírico", puesto que añadió un comentario en prosa "literal, alegórico y anagógico". Además, posteriormente, también escribió, en prosa, el Comentario a la Coronación, en 1438; una glosa que resultó ser una de sus obras más famosas y divulgadas en los siglos XV y XVI.


Pero es el Laberinto de Fortuna, o Las trezientas, el poema dedicado al rey Juan II, su obra maestra. Constaba primitivamente de 297 coplas de arte mayor, pero parece que el monarca deseó que fueran tantas como el número de días del año y Juan de Mena, para complacerle, compuso 24 más, sin llegar al fin prometido, a causa de su fallecimiento.

El hispanista Raymond Foulché-Delbosc, dedujo que las 24 coplas añadidas, lo fueron por otro autor, pues en ellas se critica y juzga el deseo del monarca como un simple capricho, algo que, un fidelísimo cortesano como Juan de Mena jamás hubiera hecho, y menos, por escrito.

Se trata de un poema alegórico, inspirado, evidentemente, en el Paraíso de Dante Alighieri, y cuyo argumento son los avatares históricos que hablan de la unidad, encarnada en Juan II, que es presentado como el gran factor del providencial destino de Castilla. 

Juan de Mena es arrebatado en el carro de Belona, la diosa guerrera, y transportado al palacio de la Fortuna. La Providencia le mostrará la máquina del mundo, formada por "muy grandes tres ruedas", dos inmóviles -pasado y futuro-, y una que gira de forma temible, que es el presente, definido por el vértigo.

La “Rueda” en Juan de Mena.

En cada rueda hay siete círculos planetarios: el de Diana, con los castos; Mercurio; los malvados; Venus y el castigo del pecado sensual; Febo: filósofos, oradores, historiadores y poetas; Marte, los héroes muertos por la nación; Júpiter, reyes y príncipes, y Saturno, con un solio que ocupa en solitario, el mismísimo Álvaro de Luna, el privado del rey, personaje controvertido y trágico, pero interesantísimo, del que nos ocuparemos inmediatamente.

La Roue de la Fortune. Calque de Miniatures de l’Hortus Deliciarum, de Herrade de Landsberg. Paris: Bibliothèque Nationale de France (Dept. Estampes Ad 144 a).

Bajo la Rueda, Fragmento. Cármina Burana, de los Cantos de Cátulo; Catulli Carmina.

Además de la influencia de Dante, se perciben claramente en la obra, las de Lucano y de Virgilio. La Farsalia y la Eneida

La Farsalia es un poema inacabado en diez cantos sobre la guerra civil entre Julio César y Cneo Pompeyo Magno, escrito por Lucano. El Canto VI es conocido por ser el documento más completo que hay sobre necromancia -adivinación mediante vísceras-, en la Antigüedad.

La Eneida es una epopeya latina escrita por el poeta romano Virgilio en el siglo I a. C. por encargo del emperador Augusto, para glorificar el Imperio atribuyéndole un origen mítico. Virgilio elaboró una reescritura, más que una continuación, de los poemas homéricos, en la que establece, como punto de partida la guerra de Troya y la destrucción de esa ciudad, y presenta la fundación de Roma a la manera de los mitos griegos. Virgilio trabajó en esta obra desde el año 29 a. C. hasta el fin de sus días (19 a. C.). (Códice Vaticano, manuscrito.)

En 1442, Mena tradujo la versión de la Ilías latina, dedicada a Juan II, al castellano, como Homero romanceado, un compendio breve de la Ilíada

Mena escogió para sus versos, el férreo dodecasílabo, muy solemne y que no admite variaciones, aunque las hallarían después otros grandes, como Garcilaso, Boscán y Diego Hurtado de Mendoza -al que algunos críticos atribuyen la autoría del Lazarillo de Tormes-, si bien, estos lo hicieron, partiendo del endecasílabo italiano.

Garcilaso; él mismo, con Boscán y Diego Hurtado de Mendoza

Mena fue el primer poeta castellano que se planteó crear un lenguaje poéticamente elevado, distinto de la lengua vulgar, aun sabiendo que ello le ganaría detractores entre los partidarios de una elocución más vulgar, y así lo declaró en una "Protestación" que incluyó en la estrofa 33 de su Laberinto:

Si coplas, o partes, o largas dicciones / non bien sonaren d'aquello que fablo / MIREMOS AL SESO, MAS NON AL VOCABLO / si sobran mis dichos segund mis razones, / las cuales inclino so las correcciones / de los entendidos, a quien solo teman, / mas no de grosseros que siempre blasfeman / segund la rudeza de sus opiniones.

Las Coplas contra los siete pecados capitales fue la última obra que compuso Mena, aunque quedó inacabada. Prudencio. Gómez Manrique las concluyó y, Pero Guillén de Segovia y fray Jerónimo de Olivares añadieron además las disputas de la Gula, la Envidia y la Pereza.

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El Condestable Luna

No sé si resulta exagerado decir que Juan de Mena y Álvaro de Luna comparten una actitud que los aproxima muchísimo, pero que, al mismo tiempo, los distancia; Mena sirvió al rey Juan II y Luna fue servido por el rey, Juan II. Porque no existe la menor duda acerca de la adoración que el monarca Trastámara/Lancaster sintió hacia don Álvaro, eso sí, como un espíritu débil y dependiente, que igual que permitió al canciller -según parece-, medrar a su antojo en la Corte, firmó su sentencia de muerte, sin mediar, oficialmente, causa conocida para la inversión de su rendido afecto. ¿Qué pudo pasar?

De aquesta virtud /el buen entendimiento/ fue ansí privado e menguado este rey, que aviendo todas las gracias suso dichas, nunca una ora sola quiso entender nin trabajar en el regimiento aunque en su tiempo fueron en Castilla tantas revueltas e movimientos e daños e males e peligros quantas no ovo en tiempo de reyes pasados por espacio de doscientos años, de lo qual a su persona e fama e reino venía asaz peligro.

Fernán Pérez de Guzmán, Crónica del Señor Rey don Juan.

Juan II, que empezó a reinar por sí mismo -al menos, en apariencia-, en 1419, a los 14 años,  estaba dotado de excelentes cualidades como hombre, pero carecía de todas las que son de un rey. De su madre, Catalina de Lancaster había heredado la prestancia física, la abulia y la estrechez de miras. Salvo haviendo de caminar, traía siempre un bastón en la mano. Honrado y bondadoso, de intachables costumbres, gran tañedor, poeta exquisito y delicado, tenía todas las cualidades de un hidalgo, ninguna de las de un príncipe.

Realmente, la historia del reinado de Juan II, es la historia del Valido Álvaro de Luna, el sostenedor de la autoridad real.

Juan II, de Prats y Velasco y Don Álvaro de Luna, de Federico Madrazo.

“Lo que acabó con él, [Luna] paradójicamente, fue la astucia y la influencia de una mujer, la reina Isabel de Portugal, segunda esposa del rey y madre de Isabel la Católica. La reina convenció a Juan II de que Álvaro de Luna era un peligro para el reino y un traidor.”

Su poder parecía incontestable, cimentado en el afecto que le dispensaba Juan II, pero todo cambió cuando la segunda esposa del rey, Isabel de Portugal, la madre de Isabel la Católica, celosa de la incondicional influencia del condestable sobre su esposo, le acusó de intrigas, abusos y asesinatos, y urgió con insistencia a su marido a prescindir de su favorito. 

Fue el día 4 de abril de 1453.

Aquel día, Álvaro de Estúñiga prendió al condestable en Burgos, por orden del rey y mandó llevarlo al castillo de Portillo. La esposa de Luna, Juana Pimentel, y su hijo Juan de Luna se refugiaron en Escalona, desde donde pidieron ayuda al papa, por ser su esposo gran Maestre de la Orden de Santiago, protegida papal. 

El 28 de abril, Juan II salía de Portillo hacia Fuensalida, para sofocar la rebelión de los partidarios del condestable.

El día 1 de junio, Luna fue llevado a Valladolid, donde, tras ser juzgado y condenado en un juicio que no fue más que una farsa, fue decapitado en cadalso público, en la plaza Mayor de Valladolid el 2 o el 3 de junio, de 1453.

Luna ante el patíbulo. Federico Madrazo. 1841. Museo Goya, Castres.

Entierro del condestable don Álvaro de Luna. E. Cano de la Peña. MNP

Juan II solo le sobrevivió un año; breve respiro para la reina. Le sucedería -1454- su desgraciado hijo mayor, Enrique IV, quien, hiciera lo que hiciera, estaba de antemano condenado al fracaso y al vituperio, que no le ahorró testimonios falsos y acusaciones no probadas, entre las que, como era costumbre, y así se dijo también de Juan II, se mezclaron ciertos hábitos sexuales, demostrativos ¿cómo no? del summun de la perdición física y moral de un caballero.

Con el ascenso al trono de su hijastro, Enrique IV, la reina viuda se instaló de forma definitiva en Arévalo, cuyo señorío le pertenecía como parte de sus arras matrimoniales. Allí, en el modesto palacio de Juan II, residieron los infantes, Isabel y Alfonso, junto a su madre, y fueron testigos de sus problemas mentales.

La demencia de Isabel de Portugal. Atribuido a Pelegrín Clavé. 1855. Museo Nacional de San Carlos

Bocetos

Se trata, evidentemente, de la reina viuda de Castilla, Isabel de Portugal, imaginada, durante uno de sus accesos de demencia. Junto a ella, sus hijos, Alfonso e Isabel, con otros personajes de su pequeña corte, entre los cuales, algunos tendrían mucho peso en la vida y el reinado de Isabel, como Gonzalo Chacón, que procedía del círculo de Álvaro de Luna, pero que se convirtió en preceptor de los infantes y una especie de figura paterna. Estaba casado con Clara Álvarez de Alvarnáez, dama de origen portugués, camarera de la reina Isabel. 

Posiblemente en aquella época también estaba Beatriz de Bobadilla, hija del guardián del castillo de Arévalo, que se convertiría en la más incondicional amiga de Isabel. y a la que entregó el dominio de Segovia, que Beatriz ejercería con su marido el marqués de Moya, de manera despótica, hasta tal punto que la propia Isabel tuvo que intervenir alguna vez, ante las quejas unánimes del pueblo. 

Otros importantes personajes fueron, Gutierre de Cárdenas; su esposa, Teresa Enríquez, y el agustino, fray Martín Alonso de Córdoba, que le dedicó su obra, El Jardín de nobles doncellas, como orientación en su vida. También estaba Beatriz de Silva, dama portuguesa que llegó con el cortejo matrimonial de la reina madre, y a la que luego ayudaría en la fundación de la Orden de la Inmaculada Concepción y a la que donó el paradisíaco palacio de Galiana, a la ribera del Tajo, en Toledo, si bien ella tampoco se libraría, al parecer, de una de las más locas venganzas de la reina viuda, tal como muestra el relato que sigue.

La «felonía del baúl» y los celos

Isabel puso sus sospechas sobre Beatriz De Silva, una doncella portuguesa que la acompañó en su andadura por Castilla. Se cuenta que la reina, consumida por estos celos, encerró durante tres días a la dama portuguesa en un baúl en los sótanos de palacio sin apenas espacio, luz, alimento y agua.

La conocida como «felonía del baúl» se salvó de acabar en tragedia cuando Beatriz fue liberada por un pariente, uno de sus tíos, quien haría todo tipo de averiguaciones sobre su paradero hasta encontrarla con vida. Otra versión más mística asegura que a la joven se le apareció la Virgen María y le comunicó que sería liberada, confiándole la fundación de una orden consagrada al culto de la Inmaculada Concepción. Y sí, Santa Beatriz fundó años después la Orden de la Inmaculada Concepción.

César Cervera. ABC Historia, 15.6.2016.

Con respecto a la desaparición de Enrique IV, el hermano mayor de Isabel, fruto del primer matrimonio de su padre, se manejan diversas posibilidades, más o menos envueltas en la sombra de la sospecha, pero la peor suerte fue la reservada a su hija doña Juana, a la que los partidarios de Isabel y Fernando, dieron en apodar, “Beltraneja”, por considerarla hija de un amigo de Enrique IV; algo que jamás se probó. Doña Juana fue atacada hasta la saciedad, perseguida y expulsada del reino, a pesar de que siempre argumentó que poseía documentos que probaban su legitimidad; papeles que doña Isabel busco infructuosamente, durante todo su reinado, pero que debieron existir, pues de otro modo, no se explicaría el hecho de que, cuando Fernando enviudó y su hija Juana heredó la corona de Castilla, se propuso por todos los medios recuperarla, a cuyo efecto, pidió en matrimonio a doña Juana, a la que había combatido tan duramente. No cabe sino pensar que dichos papeles existían y que, con aquel matrimonio, Fernando esperaba tomar posesión de su perdida corona castellana. Como es sabido, doña Juana se negó rotundamente, pero he aquí, que Fernando decidió entonces, arrebatarle a su hija la corona de Aragón, y para lograrlo, se casó de nuevo, en esta ocasión, con Germaine de Foix, con la que tuvo un hijo que no sobrevivió, pero que, de no ser así, habría heredado la corona de Aragón, en perjuicio de doña Juana. 

Don Álvaro de Luna, según testimonios inéditos de la época / El Marqués de Laurencín.

...viviendo el omnipotente y temido favorito fué dado á sus enemigos, ayudados por la Reina, decidir el ánimo misérrimo de aquel monarca degenerado, sediento con avaricia de apoderarse de las riquezas de D. Alvaro, hacerle caer en desgracia y conducirle al patíbulo...

... superioridad del talento de D. Alvaro sobre el menguado y raquítico que distinguía á D. Juan,..

Marqués de Laurencín. RAH. BVMC

No sorprende que la literatura de la época sea tan apocalíptica.

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Juan de Mena prologó una excelente, y no tan conocida, obra literaria de don Álvaro de Luna -al que le unía una gran amistad, y que, aunque no se diga, también era escritor-, no tan apocalíptico, como compendiador de castigos, sino reivindicativo, sobre la consideración debida a las vituperadas mujeres.

Un ejemplar de su Libro de las virtuosas e claras mujeres figura entre los bienes de Isabel la Católica depositados en el Alcázar de Segovia e inventariados por Gaspar de Grizio en noviembre de 1503,  que probablemente, fue depositado allí por Juan II . Destaca por su rica encuadernación con escudos de los Luna y veneras de plata, siendo uno de los pocos que, según Sánchez Cantón. poseía la reina con una cubierta lujosa: 


El Libro de las claras e virtuosas mujeres, se compuso en el periodo más agitado del reinado de Juan II de Castilla, con el gobierno revuelto y los enemigos ganando terreno. El autor, Álvaro de Luna, afirma en la conclusión del tercer libro que alternó lo que definió como sus dos deberes: luchar por Castilla y su rey, y defender a las mujeres de las malas lenguas. 

Efectivamente, dos días antes de dar fin a su libro, el condestable daba por terminado el asedio de Atienza, con éxito; una zona que había sido ocupada por los navarros. De hecho, terminaría de escribir esta obra, el 14 de agosto de 1446. 

Luna, trabajó con la colaboración de autores como Juan de Mena. La obra consta de un proemio y tres libros, en los que expone ejemplos de mujeres bíblicas, paganas y cristianas. Don Álvaro escribió esta obra en respuesta a la misoginia de la época, impulsada por escritores como Boccaccio. El texto tuvo una gran difusión entones, figurando, como se ha dicho, en la biblioteca de la reina Isabel la Católica.

Juan II es definido por los historiadores como un rey débil de voluntad y descuidado en los intereses de su reino, pero es un hecho, que su madre, Catalina de Lancaster, le inculcó su pasión por las letras y que en la Corte se documenta la presencia de los mejores eruditos de la época. Juan II contaba con la presencia de más de doscientos poetas, entre los que conocemos bien, a Diego de Valera y, por supuesto, Juan de Mena, que ofrecía sus creaciones literarias en grandes fiestas, con acompañamiento de música. Gracias a la presencia de estos eruditos el humanismo imperaba en la Corte, a través de autores como los citados, el Marqués de Santillana, y, por supuesto, Don Álvaro, quien, como sabemos, ponía su firma, en 1446, cuando aún se encontraba en la villa de Atienza, en su Libro de claras e virtuosas mugeres, cuya finalidad era defender la naturaleza virtuosa de la mujer de la fuerte e imperante crítica misógina, tan enraizada en la tradición occidental, de la que sirven como referencia, la Sátira VI de Juvenal y un celebrado fragmento de De nuptiis, de Teofrasto, que se fue enriqueciendo con argumentos religiosos en contra de la mujer. 

El discurso misógino, que primaba como tema de actualidad en la época medieval, a base de tópicos muy asentados y aceptados, no tiene más argumento que destacar la maldad femenina. 

Hay que recordar, sin embargo, que el principal detractor de las mujeres, Boccaccio, que en un primer momento escribió dos obras con un elevado componente misógino, como son, De casibus virorum illustrium, y Il Corbaccio, después se retractó con De claris mulieribus. ¿Conversión o adaptación a la moda?

Toda la crítica coincide en destacar la seguridad de que don Álvaro pretendía, sinceramente, reivindicar a las mujeres, frente a la reinante maledicencia extendida en la sociedad: Gómez Redondo apunta que aunque tuviera a su disposición una officina, el libro refleja toda su personalidad autoral: “Es sospechable que los familiares de Luna le sirvieran datos, cuando no biografías ya formadas, pero parece cierta la intervención personal de don Álvaro en el diseño y construcción formal de la obra, a tenor de las correspondencias que pueden establecerse con su pensamiento y con su visión política y cultural”. Luna, sin lugar a dudas, quería proyectar en su obra: un hombre de armas, pero a la vez letrado y defensor de las mujeres.

Por otra parte, el tratado, que está escrito en un momento clave de la historia del castellano, desarrolla uno de los ejemplos más claros de intencionalidad al que pudiera aspirar un escritor medieval: rescatar la memoria de todas las mujeres, de todos los estados, ya fueran santas, imperiales, o reales. Cabe destacar la posibilidad de una salvación de mujeres del tercer estado, lo que nos hace pensar que Álvaro de Luna podría estar pensando en su propia madre, la plebeya Cañeta

Ridiculiza hasta el punto más absurdo el argumento de sus contemporáneos misóginos quienes mantenían que las mujeres son poco virtuosas, planteando que la innumerable existencia de ejemplos de virtud en todos los momentos de la historia, muestra que la mujer es virtuosa por naturaleza. Además, entiende que, si la mujer y el hombre tienen la misma capacidad para la virtud, también, deberían tenerla para la salvación. 

El libro de Luna basa su defensa de la mujer en la Biblia, aduciendo que en determinadas partes se critica a los hombres deshonestos y no por ello se extiende la crítica a todos los hombres, de igual manera que no se debe decir de que la Biblia critique a todas las mujeres puesto que solo lo hace de las deshonestas. 

Resulta evidente, por otra parte, que el autor no reivindica “derechos”, sino que se centra en negar esa culpabilidad original, falsamente atribuida a la mujer y que eternamente sirvió para denigrarla.

La obra de Luna se conserva en 5 manuscritos. Dos de ellos, el 207 y el 2654, son del siglo XV y se conservan en la Biblioteca Universitaria de Salamanca. El manuscrito 207 es el más lujoso de todos, en vitela fina y con ricos adornos: reclamo compuesto por dibujos a pluma, orlas con motivos vegetales y humanos, y las armas de don Álvaro de Luna. Algunos críticos aseguran que el manuscrito perteneció al propio Luna, mientras otros apuntan a la posibilidad de que estuviese destinado a la reina María de Castilla, que murió antes de su conclusión en 1445, pero ninguna de las hipótesis reúne pruebas suficientes para ser corroboradas. 

El manuscrito 2654 es mucho más modesto que el anterior, en papel, aunque, a diferencia del 207, su ornamentación sí está terminada y contiene el proemio de Juan de Mena. 

Otro manuscrito que contiene la obra y se conserva en esa misma biblioteca salmantina es el 2200, que unos datan del siglo XVI y otros en el XVII. En la biblioteca de Menéndez Pelayo, de Santander, se conserva el manuscrito 76, de 1703, descubierto por Santiago del Moral en un libro de la biblioteca del conde de Villaumbrosa. 

Por último, en la BNE, se conserva el manuscrito 19165, de 1857, copiado del manuscrito 207, por orden del entonces Rector de la Universidad de Salamanca. No obstante, parece que hubo dos manuscritos más. Sin embargo, o bien no se conservan hoy, o no se han catalogado y permanecen en paradero desconocido. Uno sería el que perteneció a la biblioteca de Isabel la Católica, y que sería, según parece, un manuscrito con gran riqueza de adornos, del siglo XV o primeros años del XVI. El otro pertenecería a la biblioteca del conde de Villaumbrosa y de él derivaría el manuscrito 76. Lo único que se sabe de él es que seguramente fuera de vitela, estaría iluminado y se podría fechar entre 1446 y 1677.

En definitiva, la crítica la ha destacado como “una obra en defensa (de la mujer) sin ambigüedades, sin duda, el ejemplo más importante del género en español”. Una ambiciosa obra de carácter enciclopédico que cuenta con un proemio del autor, cinco preámbulos y tres libros que contienen más de cien exemplas de virtudes femeninas de todo tipo.

En el terreno opuesto, en Castilla, la primera obra genuinamente misógina es el Arcipreste de Talavera o Corbacho escrita por Alfonso Martínez de Toledo, en 1438, que centra su trabajo en mostrar el gravísimo peligro al que se exponen aquellos que aman a las mujeres. 

Véanse, a título de ejemplo, algunos de los títulos de sus capítulos

Cómo por amor se siguen muertes, omecillos, y guerras.- Cómo el que ama aborrece padre y madre, parientes, amigos.- De cómo por amar muchos se perjuran y son criminosos.- De cómo por amar acaecen muertes y daños.- Cómo el amor quebranta los matrimonios.- Cómo los letrados pierden el saber por amar.- Cómo es muy engañoso el amor de la mujer.- Cómo el que ama pierde todas las virtudes.- En conclusión cómo por amor vienen todos males.- De los vicios y tachas y malas condiciones de las perversas mujeres, y primero digo de las avariciosas. -De cómo la mujer es murmurante y detractadora.- De cómo la mujer miente jurando y perjurando.

El autor, cuando “hace fin a la presente obra, demanda perdón si en algo de lo que ha dicho ha enojado”.

La obra de Luna tuvo buena recepción en la época. Sin embargo, pese a la celebridad de su autor, hasta el siglo XIX no existen más alusiones al Libro de claras e virtuosas mujeres, que su mención en el inventario de bienes de Isabel la Católica. 

Tras el ajusticiamiento de su autor, la obra durmió un largo silencio durante los siglos XVI, XVII y XVIII, aunque indudablemente existió algún aislado interés por la relevancia histórica del personaje. Pero, pese a las muestras de copias aisladas, el tratado de don Álvaro, fue absolutamente desconocido hasta el siglo XIX, cuando se empezó a crear el canon literario de la época medieval.

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AQUI YACE EL ILUSTRE SEÑOR D. ALVARO DE LUNA, MAESTRE DE SANTIAGO, CONDESTABLE QUE FUÉ DE CASTILLA, EL QUAL, DESPUES DE HABER TENIDO LA GOBERNACION DE ESTOS REINOS POR MUCHOS AÑOS, FENESCIO SUS DIAS EN EL MES DE JULIO AÑO DEL SEÑOR DE 1453.

En 1430, el Condestable compró, para su enterramiento, la capilla de Santo Tomás Becket, encargada, en el siglo XII, por la reina Leonor Plantagenet, a la que incorporó dos capillas inmediatas, del siglo XIII; la de San Eugenio y la de Santiago, que conservó el nombre. Se empezó a construir al principio del arzobispado de Juan de Cerezuela (1434-1442), el hermanastro del Condestable y, el propio don Álvaro, contrató al maestro Hanequín de Bruselas.

Su hija, María de Luna, casada con el segundo Duque del Infantado. encargó el retablo, en 1488, año en que murió la madre, Juana Pimentel. 


El Condestable y su esposa, figuran, a izquierda y derecha del Descendimiento, en la parte inferior, acompañados, respectivamente, por San Francisco y San Antonio.

Se dice que Luna también encargó la creación, con su imagen, de un autómata que debía arrodillarse y levantarse, según lo requiriera la Misa, pero que Isabel la Católica, viendo que distraía a los fieles, mandó destruirlo, aunque otros dicen que fue Fernando de Antequera, cuyo odio hacia don Álvaro, era de todos conocido. 

Unos años después, los consejeros de Isabel la Católica, Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárdenas, evocaron la figura de don Álvaro como el ministro que más había trabajado por fortalecer el poder real. Isabel restableció la memoria del valido, devolviendo a sus descendientes títulos y dignidades.

Los restos mortales de don Álvaro fueron trasladados a su capilla. Esto era en 1482. El cronista de Toledo, Luis Moreno Nieto, escribió que en 1954 los restos de don Álvaro de Luna y de su esposa estaban en una caja de madera, arrumbados en un pasillo de la catedral.

La creación literaria no dejó de ocuparse del terrible evento; algunos autores, celebrando la caída del Valido y dedicándole frases, que jamás hubieran dicho, no ya a don Álvaro, sino a sus partidarios, en vida. 

Diego de Valera

¿Qué fue de vuestro poder? / Grant Condestable de España,

Pues ningún arte nin maña / Non lo pudo sostener?

Y con el mismo menosprecio ante el muerto, habla entonces de su “bizarría”, “mando”, “saber”, “riqueza mal ganada”, “renombre”, etc., algo que suena más a rencor que a raciocinio. 

Con más lógica, aparece en el Romancero:

A don Álvaro de Luna, / condestable de Castilla,

el rey don Juan el segundo / con mal semblante le mira.

Dio vuelta la rueda varia, / trocó en saña sus caricias,

el favor en amenazas; / privaba, mas ya no priva.

Y también:

es blanco donde la envidia / todos sus tiros asesta;

terreno de las malicias, / fortaleza sin defensa.

Púsome a mí la fortuna / en la cumbre de su rueda;

mas como es rueda, rodó / hasta bajarme a la tierra.

Ángel Saavedra, Duque de Rivas, termina con realismo.

Así camina el maestre / con tan gallarda presencia

y con tan sereno rostro, / que impone a cuantos le encuentran.

Sus enemigos no osan / clavar la vista soberbia

en él, como consternados / ya de su venganza horrenda...

Pero, para terminar, dentro del ánimo de aquellos tiempos, traemos una curiosa leyenda: La tertulia de los muertos, publicada en “Leyendas de Toledo”, que transcribo literalmente. 

En 1808, el maestro de cantería Luciano Martín Forero recibió el encargo de la Obra y Fábrica de la Catedral de bajar a la cripta de la capilla de Santiago y con la ayuda de algunos peones revisar la bóveda y reparar desperfectos.

Con no pocos esfuerzos, lograron los operarios mover la pesada lápida que cubre el acceso a la cripta, y prepararon faroles de aceite para alumbrar la oscuridad... 

Bajo la atenta mirada de numerosas personas que allí se dieron cita para la apertura por primera vez desde el siglo XV de esta cripta, uno de los peones comenzó a descender los escalones, seguido del resto de la comitiva.

Luciano, que bajaba en segundo lugar, ...la lámpara que portaba el primer peón se apagó de forma repentina. La negrura que les rodeaba hizo temer lo peor al grupo, que no tardó mucho en introducir otra lámpara de aceite desde la entrada…

Cuando llegaron al último escalón y se unieron al primer joven, observaron que [Luciano] con cara de terror miraba hacia el centro de la cripta, donde un grupo de esqueletos, sentados en viejos sillones y con la ropa hecha jirones posaban los restos de sus manos sobre una vieja mesa como si en una macabra tertulia estuvieran desde hace siglos. Las cuencas vacías de los ojos de los familiares del Condestable parecía que observaban detenidamente una calavera que reposaba en el centro de la mesa, posiblemente la cabeza separada del cuerpo de don Álvaro, que el 2 de junio de 1453 rodó en Valladolid.

Sixto Ramón Parro mencionó la macabra visita en su Guía de Toledo (libro 1º, página 386), que fue publicada en la revista “Toledo”, en 1889, número IV por José María Ovejero, y posteriormente ha sido recuperada en diversas ediciones como Mateo y Rodríguez (2007) o Pantoja y García (2009).

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Enlaces para una interesante lectura:

Laberinto. Mena

Claras e Virtuosas

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