martes, 23 de junio de 2015

Góngora y Quevedo • Culteranos y Conceptistas


Góngora, de Velázquez

Lejos de toda realidad acostumbrada, tal atmósfera –la de la penumbra de los poemas de Góngora–, unida a la tensión del raro lenguaje, crea una expectación propicia a la descarga luminosa de la intuición. (J. M. Valverde).

Góngora desarrolló un estilo clasicista, arraigado en el incomparable Garcilaso y saturado de latinismos que, por ejemplo, Fray Luis de León, no valoró menos que él. Su poesía fue muy apreciada por una minoría intelectual, no necesariamente aristocrática, pero sí muy relevante y ligada a una parte del sector eclesiástico, del que constituye un ejemplo paradigmático, Fr. Hortensio Paravicino

El ejemplo, en sentido opuesto, sería el mismísimo Duque de Lerma a quien Góngora dedicó y envió una parte de su Panegírico. Pasado algún tiempo y como Lerma no contestaba, Góngora le preguntó si la obra le había gustado; el Duque le dijo tranquilamente: Me parece muy bien, pero no lo entiendo.

El duque de Lerma, por Peter Paul Rubens, 1603. Prado
Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja. Caballero elegante y de gran prosapia, llegó a reunir una fortuna asombrosa, pero no se sintió muy atraído por el mundo de las Letras.

Quevedo atacó de forma burlona y, en ocasiones, violenta, a Góngora, pero no estrictamente a sus formas literarias o, casi podríamos decir, lingüísticas, puesto que no podía decir que no eran bastante meritorias –más bien, todo lo contrario–, ni tampoco podía tacharlo de enrevesado, porque él mismo no escribía “fácil”. En este sentido, el asunto pudo ser más trascendente de lo que se deduce de un enfrentamiento verbal con tintes escatológicos, y quizás refleje, más bien, diferencias reales entre ambos autores, pero de un carácter más allá del literario, que no sería sino el vehículo necesario para mostrar discrepancias insalvables en el terreno político, entendido este término en una acepción muy distinta de la que tiene en la actualidad. Es sabido que, a pesar de la aparente uniformidad ideológica de la época –en principio, todo el mundo aceptaba, sin más, al monarca-, no ocurría lo mismo con la forma de entender sus decisiones, teniendo en cuenta que durante el tiempo que compartieron estos dos genios, se produjeron sucesos de enorme gravedad y trascendencia, y que fueron Lerma y Olivares quienes indujeron las grandes decisiones emanadas aparentemente de la Corona.

De hecho, si analizamos a estos dos autores aislados de su entorno, como se hace a veces, el presente asunto resulta algo parecido a una escena teatral, desarrollada por sólo dos actores sin un fondo objetivo reconocible y frente a un público sin rostro, de donde resultaría una pieza bastante insulsa, poco comprensible y sólo salpimentada con algunas palabras malsonantes. El decorado histórico puede ser, y es generalmente, una ayuda inestimable, por no decir imprescindible. Como ejemplo, pensemos en el elevadísimo analfabetismo que reinaba en la península, precisamente, entre 1560 y 1645, período que comprende la vida de estos dos contendientes, quienes, por fortuna para ellos, formaban parte, por así decirlo, de dos exquisitas minorías; el clero secular y la pequeña nobleza, ambos, gozando de la posibilidad de acceder a los estudios universitarios.

Todo este asunto habría, pues, que plantearlo en otros términos; es decir, en un marco no restringido al terreno literario, porque además, la batalla poética o propiamente literaria, como hemos dicho, y aunque parezca lo contrario, apenas se roza en esta contienda.

Pero hay un segundo elemento que podría ser crucial: esos versos tan insultantes, despectivos y escatológicos, ¿fueron con seguridad escritos por ellos? De ser así, ¿los escribieron, en serio, pensando que pasarían a formar parte del conjunto de su obra? ¿O quizás, aunque causaran y aun causen mucha risa, no deberían haber trascendido más allá de ser un recurso ocasional o una caída momentánea en el insulto y el mal gusto, para descrédito de dos geniales malabaristas del lenguaje?

En primer lugar, ambos autores tenían una formación bastante similar, y los dos escribían poesía sobre el modelo que arrancaba de Garcilaso y del latín erudito, pero, al contrario de lo que parecerían mostrar las apariencias, Góngora, con todo su hábito de canónigo, era más laico, liberal y bon vivant que Quevedo –recordemos que fue amonestado por acudir a los toros, a pesar de que estaba completamente prohibida la asistencia al estamento al que pertenecía–; mientras que Quevedo, un hombre sumido en temibles conceptos sobre la justicia divina y el más allá; era un espadachín consumado; profesaba un odio irracional hacia todo lo que oliera a hereje o judío y era un inconsolable nostálgico del pasado. Tuvo, además una vida política muy agitada y compleja, aunque, en buena parte, ignorada, como puede y debe serlo en alguien que se emplea en tareas de espionaje. 

Quevedo. ¿Copia de un original de Velázquez?

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos. Nacido en 1580, estudió en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, en Madrid, y después en las Universidades de Alcalá y Valladolid, donde se produjo y se hizo público su enfrentamiento con Góngora, un suceso que, por otra parte, hizo surgir partidarios de uno y otro, haciendo crecer la popularidad de Quevedo; algo de lo que Góngora ya no tenía que preocuparse. 


En 1606, en Madrid, Quevedo conoció al Duque de Osuna, Pedro Téllez Girón, a quien después acompañó y sirvió, en parte como secretario, en parte como soldado, en parte como espía, o agente y acaso, como amigo, tanto cuanto cabía serlo, entre un Duque, Marqués, Conde, Grande de España, Caballero del Toisón, Virrey, Señor de muchos lugares, etc., y un Caballero de Santiago y Señor de La Torre de Juan Abad–, Señorío que adquirió su madre, para mejorar el prestigio y el futuro del escritor.

Tras caer en desgracia junto con el Duque Osuna a raíz de los sucesos de la Congiura de Venecia, recuperó el favor de la Corte, de mano del Conde Duque de Olivares, favor que volvió a perder cuando se opuso –Su espada por Santiago–, a la elección de Santa Teresa como patrona de España, como era el deseo del rey, lo que le costó destierro y encierro en León.

De vuelta en Madrid, se casó con Esperanza de Mendoza, una viuda, de la que se separó muy pronto, viéndose de nuevo implicado en asuntos relacionados con el gobierno de Olivares, que le valieron un nuevo ingreso en la prisión de San Marcos, de donde salió, sin proceso, en 1643, retirándose, ya definitivamente, a su Señorío de Juan Abad.

Luis de Góngora y Argote, 1561–1527, procedía de una familia acomodada. Tras ser nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su animada vida social le costó una reprensión que desembocó en una pequeña sanción económica. 

En 1603 se hallaba en la corte, entonces instalada en Valladolid, buscando desesperadamente apoyos con los que mejorar su situación económica y la de su familia. En esa época escribió algunas de sus más mejores letrillas, y se enzarzó en la famosa batalla con Quevedo.

Instalado definitivamente en la corte de Madrid a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte.

No cabe duda de que los dos poetas son geniales, pero, francamente, cuesta trabajo creer que Góngora considerara a Quevedo como un rival, ya que su prestigio estaba muy bien cimentado y él mismo, suficientemente acreditado en la Corte, sin duda, más y mejor que Quevedo, quien, sin embargo, saldría de España para emplearse con el Duque de Osuna, porque su posición económica no era envidiable, ni tampoco gozaba del mismo prestigio que Góngora, que, por otra parte, y, por así decirlo, llegó a hacer escuela y tuvo brillantes seguidores, como el citado Fray Hortensio de Paravicino, el Conde de Villamediana, Salvador Jacinto Polo de Medina, Francisco de Trillo y Figueroa, Gabriel Bocángel, Sor Juana Inés de la Cruz, Pedro Soto de Rojas, etc., todo los cuales produjeron obras de extraordinaria calidad.

                                 Paravicino                                        Obra de Villamediana

 
   Polo de Medina                            Obra de Trillo y Figueroa

Sor Juana Inés de la Cruz                                 Bocángel

En realidad, es difícil dilucidar el verdadero motivo que encendió aquella lucha dialéctica entre ellos, porque, como hemos dicho, no parece que podamos conformarnos con una diferencia de estilos, ni aceptar sin más, el hecho de que una tendencia literaria diferente y hasta opuesta, diera lugar a ataques tan feroces como los que hallamos en este enfrentamiento.

Y el hecho es, que Quevedo –y no parece que fuera por azar-, a pesar de su religiosidad sin cuestionamientos y su rectitud, según sus principios, mostró más odio que virtud en su comportamiento, hasta el punto de que llegó a adquirir la casa en la que vivía Góngora en Madrid, e hizo que la desalojara, hallándose muy envejecido, enfermo y habiendo perdido prácticamente la memoria.

Hay que pensar, pues, en dos filosofías; dos formas de afrontar la vida, en suma, no sólo distintas, sino opuestas y, en este caso sí, rivales. Quevedo siempre tachó a Góngora, no de culterano, sino de judío y hasta de perro; términos que, en su concepto eran inseparables, aunque no se limitó a ellos, como veremos.

                         Yo te untaré mis obras con tocino
                         Porque no me las muerdas, Gongorilla,
                         Perro de los ingenios de Castilla,

No parece necesario aclarar la referencia al tocino.

Lo cierto es que los versos que Góngora le dedica a él, son mucho más contenidos y nunca recurre a los insultos soeces ni a descalificaciones de carácter étnico–religioso. Quevedo le supera en mordacidad y le obliga a acercarse a su propio estilo, el “conceptismo”, mucho más apropiado que el “culteranismo” para la sátira y el insulto, aunque sin arrastrarle al nivel de procacidad típicamente quevedesco. (J.M.V.)

Dice Góngora:
                                            ...vuestros antojos
                           Dicen que quieren traducir al griego,
                           No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Responde Quevedo:

                          ¿Por qué censuras tú la lengua griega
                           siendo sólo rabí de la judía,
                           cosa que tu nariz aun no lo niega?

                           No escribas versos más, por vida mía;
                           Aunque aquesto de escribas se te pega,
                           Por tener de sayón la rebeldía.

Dice Góngora.
                           …
                           a San Trago camina, donde llega:
                           que tanto anda el cojo como el sano. 

Responde Quevedo:

                           éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
                           éste es el culo, en Góngora y en culto,
                           que un bujarrón le conociera apenas.

                           Apenas hombre, sacerdote indino,
                           Que aprendiste sin christus la cartilla;
                           Chocarrero de Córdoba y Sevilla,
                           Y en la Corte, bufón a lo divino.

Aunque no son muchos los sonetos que se han conservado en este sentido, resultan suficientes para dejar claro que las referencias de carácter culto, o culterano, o intelectual, no existen en los sarcásticos versos de Quevedo, quien ciertamente, tenía poco o nada que reprochar a Góngora, pero sí concurren en los versos de este último, aunque de forma casi tangencial, como ocurre en su referencia al supuesto desconocimiento de la lengua griega por parte de Quevedo.

Surgen aún dos nuevos elementos de análisis en este ficticio enfrentamiento de tú a tú: la calidad única y distinta de cada uno de los autores, puesto que, evidentemente no sólo no son iguales, sino que ni siquiera son comparables, y la supuesta simultaneidad histórica de los mismos, que sólo es aparente y que se debe al hecho de que suelen estudiarse juntos, centrando la atención en sus manidas y anecdóticas disputas.

Cuando Quevedo nació, Góngora ya publicaba; veinte años de diferencia, no parecen suponer una distancia en la historia, pero sí en la vida. La celebridad de Góngora trascendió muy pronto e inmediatamente tuvo, no sólo seguidores incondicionales, cuando a Quevedo todavía le faltaba mucho camino que recorrer; además de que este último siempre mostró su preferencia por la controversia política, en la que, al menos literariamente, Góngora no entró. Por otra parte, Quevedo nunca llegó a crear algo parecido a una escuela, mientras que en el caso de Góngora, no sólo tuvo admiradores e imitadores en su tiempo, como hemos dicho, sino que fue nuevamente elegido como modelo poético, ya en el siglo XX. 

Hoy día, cuando se lee acerca de la famosa controversia, tan asumida, que en ocasiones, parece que es lo único que hicieron ambos autores, da la sensación de que Quevedo, buen escritor, pero terriblemente lastrado por la propia soberbia, quiso mostrar un enfrentamiento entre iguales, algo que no podía ser, ya que él no era un contendiente para Góngora, que parece sacudírselo con la misma facilidad que si se tratara de un mosquito, combatiendo la soberbia con la seguridad personal, de su reconocido e indiscutible valor literario.

En 1585, cuando Quevedo no llegaba a los cinco años de edad, ni Góngora a los veinticinco, decía ya Cervantes de este último en el Canto de Calíope, de La Galatea:

                           En don Luis de Góngora os ofrezco
                           un vivo raro ingenio sin segundo;
                           con sus obras me alegro y me enriquezco
                           no sólo yo, mas todo el ancho mundo...».

Ese mismo año, el cordobés publicaba su gran Soneto a Córdoba, considerado una obra maestra:

                           ¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
                           De honor, de majestad, de gallardía!
                           ¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
                           De arenas nobles, ya que no doradas!

Y, ya en 1590, algunos de los más célebres compositores españoles, como Diego Gómez, Gabriel Díaz o Claudio de la Sablonara, solicitaban los textos de Góngora como tema de base para sus composiciones musicales.

Es sabido, como se ha dicho, que la lírica fue la especialidad de Quevedo, a pesar de su inmensa obra en prosa, y algunos de sus sonetos son ejemplares, pero lo cierto es, que además de los textos de carácter místico, político y crítico, la prioridad del escritor la soportan sus sátiras, personales o colectivas –en gran parte, contra las mujeres-, y su lenguaje resulta más pensado para herir, acorde con su fama de espadachín, que para halagar el sentido lírico de sus lectores; en resumen, Quevedo dominaba la burla y en ella era maestro.

Dos sonetos componen toda la artillería de Góngora en esta pelea. Pero veamos otras muestras de la de Quevedo, en las que se integra sin tropiezos, su lenguaje preferido.

                           De vos dicen por ahí
                           Apolo y todo su bando
                           que sois poeta nefando
                           pues cantáis culos así.

                           ¿cuál hombre o mujer que canta,
                           si tiene cabeza cuerda,
                           a pies de coplas de mierda,
                           hará pasos de garganta?

                          que vuestras letras, señor,
                          se han convertido en letrinas.

                          Yo, por mí, no pongo duda
                          en que las coplas pasadas,
                          según están de cagadas,
                          las hicisteis con ayuda.
                          Más valdrá que tengáis muda
                          la lengua en las suciedades;
                          dejad las ventosidades:
                          mirad que sois en tal caso
                          albañal por do el Parnaso
                          purga sus bascosidades.

                                           • • •

                         Vuestros coplones, cordobés sonado,
                         sátira de mis prendas y despojos,
                         en diversos legajos y manojos
                         mis servidores me los han mostrado.

                         Buenos deben de ser, pues han pasado
                         por tantas manos y por tantos ojos,
                         aunque mucho me admira en mis enojos
                         de qué cosa tan sucia haya limpiado.

                         No los tomé, porque temí cortarme
                         por lo sucio, muy más que por lo agudo,
                         ni los quise leer, por no ensuciarme.

                         Así, ya no me espanta ver que pudo
                         entrar en mis mojones a inquietarme
                         un papel, de limpieza tan desnudo.

Todo esto, sin evocar las diversas referencias al pretendido judaísmo de Góngora, basado en sospechas surgidas de una investigación inquisitorial, en la que se presentaron dudas sobre una abuela, que nunca prosperaron. Quevedo era hombre muy apegado a los viejos prejuicios, como muchos más en su época, cuando el horror hacia todo lo semita se había alimentado ampliamente, presentando a probables o improbables descendientes de los conversos que sobrevivieron a la expulsión de 1492, como la causa de todos los males. Para Quevedo era razón de fe y arma arrojadiza, hubiera o no certeza sobre su realidad.

Junto a aquellas sospechas, todo un caudal de epítetos relativos a la suciedad, como los ya copiados y los que siguen.

                           Poeta de bujarrones
                           y sirena de los rabos,
                           pues son de ojos de culo
                           todas tus obras o rasgos;
                           …
                           escoba de la basura
                           de las ninfas del Parnaso
                           …
                           Gongorilla, Gongorilla,
                           de parte de Dios te mando
                           que, en penitencia de haber
                           hecho soneto tan malo,
                           andes como Juan Guarín,
                           doce años como gato,
                           y con tu soneto al cuello,
                           por escarmiento y espanto.
                           …
                           cristiano viejo no eres,
                           porque aún no te vemos cano;
                           hi de algo, eso sin duda,
                           pero con duda hidalgo.

Vistos los ejemplos precedentes –que, en absoluto agotan el tema-, y aun sabiendo que todas sus mofas se reducen a vaguedades que cualquiera podría aplicar igualmente a su autor, no sorprende que algunos investigadores hayan incidido en el análisis de lo que Juan Goytisolo definió como una obsesión escatológica del escritor, que, en su opinión, los críticos y estudiosos de su obra acostumbran a esquivar.

No merece la pena, sin duda, pero sería curioso hacer un recuento de términos similares a culo, mierda, cagadas, puto, bujarrón, etc., que parecen mostrar esa extraña obsesión en el escritor que, por alguna razón incomprensible, ha sido elevado, en ocasiones, por encima de Góngora, al Olimpo del Siglo de Oro,  y todo ello en base fundamentalmente, a sus sonetos insultantes y a obras de carácter escatológico, como Gracias y desgracias del ojo del culo, o algunas escenas de El Buscón que son las más conocidas y que, francamente, conviene leer con el estómago muy bien asegurado. 

Y todo ello, por cierto, prescindiendo del hecho de haber acuñado el término culterano -no cultista, más acorde con conceptista-, porque sonaba más a luterano -la otra monomanía de don Francisco-. 

Por todo lo dicho, resulta absurda la constante comparación entre Quevedo y Góngora, desde cualquier punto de vista y, mucho más, las singulares preferencias por el primero, debidas a la fácil comprensión de sus peores creaciones.

Convendría pues, señalar, que Quevedo, no es sólo su absurdo enfrentamiento con Góngora, ya que si nos basamos estrictamente en eso, su figura sufriría un gran descrédito: primero, por la injusticia de sus aseveraciones; segundo, por la soberbia de su actitud; tercero, por su barato recurso a la carcajada tabernaria; cuarto, por sus incoherentes pretensiones de compararse con Góngora y quinto, por su carácter pendenciero. Y ya en otros aspectos, destacaríamos igualmente, su desprecio hacia casi todo, frente a la ciega admiración por su patrono el duque de Osuna; su orgullosa complacencia en malas prácticas, como el soborno; sus odios generalizados hacia los extranjeros, en especial, franceses, ingleses, venecianos, etc. Se podría, en fin, someter a análisis su rotunda e irracional negativa a admitir el patronazgo de Teresa de Ávila, por mucho que quisiera razonarla, ofreciendo al efecto, Su espada por Santiago.

¿Significa esto que Quevedo no es un figura literaria de primer magnitud? Todo lo contrario, pero se trata aquí de un momento que a pesar de no tener, en realidad excesiva trascendencia, es muy conocido y muestra en toda su magnitud el carácter de un hombre pendenciero y terriblemente irascible. No en vano, el cuarenta por ciento de su obra es de carácter satírico, entreverado con un humor más bien sarcástico, que en numerosas ocasiones se adereza con la más desagradable escatología, de todo lo cual, le salva, en parte, el hecho de que, en ocasiones, el propia poeta ironiza francamente sobre sí mismo:

Los que me quieren mal me llaman cojo, siendo así que lo parezco por descuido, y soy entre cojo y reverencia, un cojo de apuesta, si es cojo, o no es cojo…

El cojear en los versos, eso es, Señor, retratarme.

…y si hoy soy algo, es por lo que he dejado de ser: gracias a Dios nuestro Señor, y a su excelencia. He sido malo por muchos caminos, y habiendo dejado de ser malo, no soy bueno, porque he dejado al mal de cansado y no de arrepentido.

…hijo de padres que me honraron con su memoria, ya que los mortifico yo con la mía.

En cualquier caso, y aun a pesar de reconocimientos más o menos tácitos, puesto que nunca están libres de cierta ironía y casi hasta de vanidad, el resultado es que la persona de Quevedo siempre se impone a gritos por encima de su obra, algo que, evidentemente, no ocurre en el caso de Góngora.

Por último, resulta imprescindible traer aquí su espléndido soneto, Amor constante más allá de la muerte, poderosamente emotivo, tal vez a causa del profundo impacto de su último verso.

                              Cerrar podrá mis ojos la postrera
                              Sombra que me llevare el blanco día,
                              Y podrá desatar esta alma mía
                              Hora, a su afán ansioso lisonjera;

                              Mas no de esotra parte en la ribera
                              Dejará la memoria, en donde ardía:
                              Nadar sabe mi llama el agua fría,
                              Y perder el respeto a ley severa.

                              Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
                              Venas, que humor a tanto fuego han dado,
                              Médulas, que han gloriosamente ardido,

                              Su cuerpo dejará, no su cuidado;
                              Serán ceniza, mas tendrá sentido;
                              Polvo serán, mas polvo enamorado.

Soneto que, sin interés en hacer comparaciones,  puede acompañarse con otro de Góngora:

                               XXX
                              Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
                              que lanza el corazón, los ojos llueven,
                              los troncos bañan y las ramas mueven
                              de estas plantas, a Alcides consagradas;

                                 mas del viento las fuerzas conjuradas
                              los suspiros desatan y remueven,
                              y los troncos las lágrimas se beben,
                              mal ellos y peor ellas derramadas.

                                 Hasta mi tierno rostro aquel tributo
                              que dan mis ojos, invisible mano
                              de sombra o de aire me la deja enjuto,

                                 porque aquel ángel fieramente humano
                              no crea mi dolor, y así es mi fruto
                              llorar sin premio y suspirar en vano.

Góngora murió en Córdoba, en 1617, a los 66 años y Quevedo, en 1645, a los 54. Ambos vivieron siempre en torno y a expensas de la Corte y la nobleza, en un siglo decadente y mal gobernado, que, gracias a cierta magia que sólo existe en la literatura y el arte, ellos y otros, convirtieron en eso que conocemos como Siglo de Oro

Admitiendo, pues, que la supuesta batalla literaria entre Góngora y Quevedo, no puede ni debe pasar de ser algo anecdótico, nos queda toda la  obra de ambos, que es mucha, para empezar a trabajar con ellos y tratar de conocerlos verdaderamente, intentando acercarnos a ellos para superar, paso a paso, las múltiples dificultades de su obra y el desconocimiento de su vida y personalidad.



martes, 9 de junio de 2015

Enigmático Shakespeare • La Materia de los Sueños


Retrato Chandos de William Shakespeare. Atribuido a John Taylor.

Se diría que algunas de las más importantes creaciones literarias de la historia, están condenadas a desconocer a sus creadores y no parece muy osado admitir que Cervantes y Shakespeare, encabezan esa saga de grandes autores desconocidos, o casi. Es decir, un tal Cervantes y un tal Shakespeare, son tenidos por autores de sendas obras o colecciones de obras maestras, pero, ¿quiénes eran ellos?, porque si las dudas envuelven la vida del español, un sorprendente enigma cubre de sombra la figura del escritor inglés, a pesar de la documentación existente.

Un ejemplo. Existe una orden de arresto contra un Miguel de Cervantes, que posiblemente, dio lugar a la huida del futuro escritor, para después reaparecer en Italia. Ahora bien ¿es que en los Reinos de España sólo había un Miguel de Cervantes?

Otro ejemplo. Existen dos registros de matrimonio de un William Shakespeare, los días 27 y 28 de noviembre de 1582; de acuerdo con el primero, se casaba con Annam Whateley de Temple Grafton, el segundo, se refiere a Anne Hathwey, que es la que conocemos como esposa del escritor. Evidentemente, no es probable que se casara con distintas mujeres en días consecutivos.

Se plantean, en fin, muchas más dudas acerca del dramaturgo y poeta inglés, como por ejemplo, si era católico o anglicano; algo muy transcendente y de vital importancia en una época en que el hecho de pertenecer a una u otra iglesia, podía poner en riesgo la vida.

Repasemos los datos conocidos y habitualmente admitidos, acerca del dramaturgo inglés, conocido como El Bardo, asumiendo las dudas que pesan sobre la mayor parte de ellos, de principio a fin, puesto que la amenazadora leyenda inscrita sobre la losa que cubre su supuesta tumba -bajo la cual se encontrarían los originales de sus obras-, tampoco contribuye a esclarecer su vida, sino a oscurecerla más todavía, porque, hasta la fecha, nunca ha sido abierta para comprobarlo. 

La tumba de Shakespeare con su amenazador epitafio en la Holy Trinity Church.

                           Buen amigo, por Jesús, abstente
                           de excavar el polvo aquí encerrado.
                           Bendito sea el hombre que respete estas piedras
                           y maldito el que remueva mis huesos.

Fue bautizado en Stratford-upon-Avon, Warwickshire, hacia el 26 de abril de 1564, donde asimismo fallecería, el 23 de abril Juliano, o 3 de mayo Gregoriano, de 1616, siendo el tercero de los ocho hijos de John Shakespeare y Mary Arden, matrimonio que reuniría por entonces, riqueza y cierta nobleza, que después perderían; bien por negocios no legales, bien a causa de sus creencias religiosas, que tampoco se conocen con seguridad. 

Se deduce que pudo asistir a la Stratford Grammar School, donde se impartían lengua y cultura latinas, que es preciso que el autor conociera para poder afrontar sus obras de tema clásico.

A los 18 años se casaría con Anne Hathaway -con la que parece que nunca se llevó muy bien y que tenía 8 años más que él-, seguramente con cierta urgencia, puesto que sólo seis meses después, nacería su primera hija, Susanna –bautizada el 26.5.1583-, a la que siguieron los mellizos Hamnet y Judith, bautizados, a su vez, el 2.2.1585, fecha a partir de la cual, nada se sabe de Shakespeare, hasta que aparece en Londres, hacia 1592, y de nuevo en 1598, figurando en el reparto de: Cada cual según su humor-Every Man in His Humour-, del poeta, dramaturgo y actor Ben Jonson.

Ben Jonson -1572-1637. De Abraham Blyenberch. 1617.

Ya instalado en Londres, pasó a ser copropietario de la Compañía Lord Chamberlain's Men-Los hombres de Lord Chamberlain, bajo cuya protección y mecenazgo se mantuvieron hasta la muerte de la reina Isabel I, en 1603, momento en el que, al subir al trono Jacobo I, el hijo de María Estuardo, cambiaron su nombre por el de King’s Man-Hombres del Rey.

Consideró L. Astrana Marín, en su monumental trabajo sobre Cervantes, la posibilidad de que, en calidad de King’s Man, Shakespeare pudiera hallarse entre los ingleses que acudieron a Valladolid para ratificar el Tratado de Londres, en 1604, por el que se daba espacio, momentáneamente, a la paz con Inglaterra, bajo la promesa, por parte de España, de no intentar imponer el catolicismo en las Islas Británicas.

En 1611 Shakespeare volvió a Stratford, pero en marzo de 1613, adquiría en Londres, junto con otros socios, una especie de corral de comedias, que fue llamado El Globo-The Globe y que, ardió, poco después, al parecer, junto con los manuscritos del dramaturgo.

Se ha dicho que Shakespere falleció como consecuencia de un intoxicación alcohólica tras una fiesta celebrada junto a sus amigos y compañeros, Ben Jonson y Michael Drayton, pero, como es natural, esto tampoco ha podido probarse.

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El problema se plantea a la hora de deducir si el actor que formaba parte de la compañía Chamberlain o King’s Men, llamado William Shakespeare, puede ser la misma persona que escribió los dramas y poemas que se le atribuyen.

Se ha hablado de diversos autores, como serían, Francis Bacon, Edward de Vere, XVII Conde de Oxford, o Christopher Marlowe, pero sobre todo, se duda de la posibilidad de que un hombre prácticamente sin estudios alcanzara la calidad literaria que ostenta la obra que se atribuye Shakespeare, tanto por el idioma empleado, como por el contenido, especialmente, el histórico. Simplemente la forma de hablar en Stratford, por parte de una persona sin estudios, no le permitiría escribir como lo hizo aquel Shakespeare, cuyo lenguaje corresponde a una educación refinada y su temática una formación muy completa.

En todo caso, una vez emprendido el análisis de la personalidad del autor que conocemos, o creemos conocer, se ha hablado y escrito mucho sobre varios asuntos de gran trascendencia en torno a su personalidad, en ocasiones, sobre la base de su propia obra, en ocasiones, sobre los documentos públicos conservados; así, los datos relativos a sus creencias, a su conducta sexual y matrimonial y, como hemos dicho, a su formación y capacidad intelectual.

Con respecto a su esposa, se deduce una actitud fría y distante, entre otras cosas, de su propio testamento, pero también del hecho de que no la llevara consigo a Londres. Por otra parte, sus Sonetos, redactados por una voz masculina y dirigidos a un joven, parece que, en todo caso, fueron publicados sin su permiso.

En cuanto a las creencias religiosas, se ha dicho que Shakespeare, criado y educado en el catolicismo, practicaba la fe católica en secreto, bajo el reinado de Isabel I, durante el cual no está claro si en su condición de católicos podrían haber trabajado para el gobierno o la corte, tanto el autor como su padre, en un ambiente en el que se multiplicaron los intentos de atentado, contra la Corona, que no cesarían tras la llegada al trono de Jacobo Estuardo, aunque siempre resultaran fallidos, como el conocido como Gunpowder Plot – Conspiración de la Pólvora, protagonizado por el célebre Guy Fawkes.

The Gunpowder Plot Conspirators, grabado de Crispijn van de Passe. 1605. 

No obstante, esto se dijo unos setenta años después de su muerte, aunque ello no invalida el hecho de que John Shakespeare, su padre, con un margen importante de certeza, había sido católico, pues ocupó un cargo municipal en Stratford-on-Avon durante el reinado de Mary Tudor –1553-58–, es decir, una época durante la cual los protestantes eran rigurosamente excluidos de esos puestos. En cuanto a la madre, Mary Arden, no hay duda de que formaba parte de una familia abiertamente católica.

Aun contando con la notable influencia que ejercen los padres sobre los hijos en este aspecto, así como la simpatía de Shakespeare hacia los católicos, cabe considerar, por otra parte, ciertos detalles importantes, que contradicen esta posibilidad. 

Por ejemplo, sus hijas fueron bautizadas y educadas como protestantes y él mismo está muy familiarizado con la versión oficial de la Biblia inglesa y vivió varios años en Londres, de 1598 a 1604, en la casa de un refugiado francés hugonote, además de que fue enterrado, como se sabe, en la Holy Trinity Church. 

En todo caso, hay que tomar estas estas consideraciones con suma cautela, porque no son del todo significativas y porque nos hallamos en una época en que los propios interesados, eran sumamente cuidadosos, en cuanto a hacer públicas sus creencias, especialmente si estaban en desacuerdo con la religión oficial; algo que ocurriría a los protestantes, bajo el reinado de María Tudor, y a los católicos bajo el de Isabel I. 

De acuerdo con su obra, Shakespeare estaba también muy familiarizado con algunos conceptos católicos, como lo muestran, por ejemplo, las referencias al purgatorio y los sacramentos en Hamlet, constituyendo un ejemplo curioso el discurso de Prosper en La Tempestad, seguramente, la última de sus obras de teatro, en la que termina diciendo:

                  Somos de la misma materia
                  de la que están hechos los sueños, y nuestra breve vida
                  se completa con un sueño.

                     We are such stuff 
                     As dreams are made on, and our little life 
                     Is rounded with a sleep.

Cuánto Shakespeare hay en esta declaración, parece que nunca lo sabremos.

En el terreno cultural, aun siendo casi segura la posibilidad de que El Bardo no continuara sus primeros estudios, parece que fue un lector infatigable, especialmente, de textos relativos a la Historia de Inglaterra. Esto unido al hecho de que en su época, el teatro se hallaba en plena transición, habría contribuido a hacer de su obra un producto de su temperamento, a la vez, clásico en el asunto, y genial en la nueva forma de proponerlo.

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Se conoce con el nombre de First Folio, la edición de la mayor parte de la obra dramática atribuida a Shakespeare, preparada por sus compañeros John Heminges y Henry Condell, en 1623; ocho años después de la muerte del autor, dado que él mismo no tuvo, o no mostró interés alguno en hacerlo.

First Folio

La edición ofrece tres apartados: Tragedias, 11; Comedias, 15 y obras de asunto histórico, 10. Se imprimieron 750 copias, de las que se conservan unas 250, aunque todas incompletas. 

Comedias

La Comedia de las Equivocaciones, 1591 - The Comedy of Errors
Los dos hidalgos de Verona, 1591-1592 - Two Gentlemen of Verona
Trabajos de amor perdidos, 1592 - Love's Labour's Lost
El sueño de una noche de verano, 1595-1596 - A Midsummer Night's Dream
El mercader de Venecia, 1596-1597 - The Merchant of Venice
Mucho ruido por nada, 1598 - Much Ado About Nothing
Como gustéis, 1599-1600 - As You Like It
Las alegres comadres de Windsor, 1601 - The Merry Wives of Windsor
A buen fin no hay mal principio, 1602-1603 - All's Well That Ends Well (Es bueno lo que acaba bien).
Medida por medida, 1604 - Measure for Measure
Pericles, 1607 - Pericles, Prince of Tyre
Cimbelino, 1610 - Cymbeline
Cuento de invierno, 1610-1611 - The Winter's Tale
La tempestad, 1612 - The Tempest
La fierecilla domada, 1593-94 - The Taming of the Shrew
Noche de reyes  
Troilo y Cresida, 1601-1602 -Troilus and Cressida
Décimo segunda Noche, 1599-1600 - Twelfth Night

Historia

Eduardo III, 1590 y 1594 -The Reign of King Edward III.
Enrique VI, 1594 – En tres partes. 
Ricardo III, 1594 - The Tragedy of King Richard the Third.
Ricardo II, 1595 - The Tragedy of King Richard the Second.
Enrique IV, 1596-1600 - Henry IV
Enrique V, 1597-99 - Henry V.
El rey Juan, 1597 - The Life and Death of King John.
Enrique VIII, 1613 - The Famous History of the Life of King Henry the Eighth.
Ricardo III, 1592-93 – Richard III
Ricardo II, 1595-96 – Richard II

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Tragedias

Tito Andrónico - Titus Andronicus (1591–1592)

Cinco actos en verso, que sólo en parte se atribuye a William Shakespeare, que debió de empezarla hacia 1593-94. Se publicó in-quarto en 1595, 1600 y 1611 y en infolio en 1623. Edward Ravenscroft, en 1687, propuso la aceptación de una tradición teatral según la cual este drama, en principio no tendría relación alguna con la Compañía de teatro de Shakespeare, quien daría sólo unos personales retoques a dos de los personajes principales.

La obra tiene influencias de Thomas Kyd (1558-1594) en el uso de horrores y locura; de Christopher Marlowe (1564-1593) en la descripción de algunos caracteres; y de George Peele (1558-1598) en el estilo.

Es difícil reconocer los retoques de Shakespeare, pero W. W. Greg planteó una hipótesis, según la cual la versión corregida por Shakespeare -que autorizó su inserción en la lista de sus obras en el Palladis Tamia de Francis Meres, antes de septiembre de 1598-, fue destruida en el incendio del Globe Theatre (1613), y después sustituida por la versión primitiva -1593-94-, añadiéndose de memoria la escena segunda del acto III, el más shakesperiano.

Es probable que su fuente sea una personal interpretación de las Crónicas bizantinas del emperador Andrónico Comneno (siglo XII) y a la reina Thamar.

Se trata de un compendio de crímenes, raptos, asesinatos, sacrificios humanos, venganzas, niños troceados servidos para comer, lenguas y manos cortadas y sangre sin fin. Un drama inhumano, en definitiva, llevado al extremo para impresionar al espectador con un exceso de recursos brutales que sustituyen a los estrictamente literarios.

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Romeo y Julieta - Romeo and Juliet (1595)

Romeo y Julieta, Frank Dicksee.

Dos jóvenes, enamorados a pesar del odio entre sus familias, deciden casarse en secreto, pero  una cadena de fatalidades y malentendidos, los lleva al suicidio uno tras otro. Sin embargo, sus muertes llevan a  la reconciliación de las dos familias. Es una de las obras más populares del autor inglés y procede de numerosas fuentes literarias, aunque Shakespeare creó los personajes secundarios. 

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Julio César - Julius Caesar (1599)

First Folio

Se trata del asesinato de Julio César y sus consecuencias. Pero no es este quien protagoniza la tragedia, sino Bruto; uno de los asesinos.

Se cree que la situación dramática trataba de reflejar la Inglaterra en los últimos días de la reina Isabel II, quien se negaba a  nombrar sucesor, lo que podría dar lugar a  una guerra civil, que en opinión de Shakespeare, sería similar a la producida en la Roma tras a la muerte de Julio César.

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Hamlet – Hamlet (1599–1601)

El rey de Dinamarca, padre de Hamlet, ha muerto. Su fantasma revela al hijo que ha sido asesinado por Claudio, su propio hermano, que ahora ocupa el trono, casado con la reina viuda, la madre de Hamlet, Gertrudis.

Hamlet hace representar una obra en la que se muestra el asesinato. Claudio se da por  aludido, y Hamlet deduce que verdaderamente es culpable, por lo que debe vengar a su padre matando a Claudio. Por error, asesina al padre de Ofelia, y Laertes, hermano de esta, instigado por Claudio, se propone a su vez matar a Hamlet.

Ofelia, perdida la razón, se suicida ahogándose en un río. Obra de Millais

Laertes reta a Hamlet a un duelo en el que lucha con un espada envenenada; hiere a Hamlet, pero también resulta herido él mismo, por su propia arma.

Mientras tanto, Gertrudis toma una copa de vino envenenado destinada a Hamlet, quien, moribundo, obliga a  beber también a Claudio. 

El carácter dramático de la obra, se basa en manifestaciones de venganza, locura, asesinato, sexo y lealtad, ante los que  Hamlet se muestra en principio perplejo, convirtiéndose más tarde en objeto de análisis del investigador de los desórdenes de la mente humana, Freud, quien elaboró toda una teoría sobre el personaje.

Hamlet, obra de William Morris Hunt. 1864

Shakespeare emplea entre otros recursos novedosos y con indudable acierto, el monólogo, en algunos de los momentos culminantes de esta obra, que ha aportado algunas expresiones imborrables:

Ser o no ser, he ahí la cuestión.
To be, or not to be,—that is the question.
Acto III, Esc. I

Comparación del soliloquio To be, or not to be, en las tres primeras ediciones de Hamlet, en las que pueden verse las variantes de texto entre la Bad Quarto, Good Quarto y First Folio.

Sabemos lo que somos; pero no lo que podemos ser. 
Lord, we know what we are, but know not what we may be.
Acto 4, Esc. 5.

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Troilo y Crésida - Troilus and Cressida (1600–1602)

La edición Quarto la clasifica entre las obras históricas y el First Folio entre las tragedias, pero considerando que en la edición original del First Folio, las páginas no están numeradas, la obra pudo ser intercalada en el lugar que mejor cuadrara para su encuadernación. 

First Folio

En el transcurso de la Guerra de Troya -durante la época en la que Aquiles ha decidido no luchar para vengarse porque le han quitado el botín, consistente en un esclava-, el troyano Troilo –hijo de Príamo-, se enamora de Crésida, hija del sacerdote troyano Jalcas, que se ha pasado a los griegos. Ambos se prometen amor eterno.

Cuando el troyano Antenor es hecho prisionero por los griegos, Jalkas ofrece cambiarlo por su hija, que debe abandonar a su amado Troilo. Pero antes de partir, ella se enamora del griego Diomedes. Cuando Troilo los ve juntos, jura provocar un baño de sangre entre los griegos. Troilo sobrevivie a la venganza, pero no así su hermano Héctor.

Evidentemente, no estamos ante una tragedia en el sentido literario del término, ya que el protagonista no muere, aunque sí muere su hermano y termina la historia de amor entre Troilo y Crésida, en un sucesión de escenas que pasan de la comedia quasi pícara, al drama, hasta el punto que, en ocasiones, no se comprende bien el sentido de las reacciones de esos personajes, que parecen representar un versión tragicómica de los héroes griegos que llenan sus páginas, especialmente, las últimas.

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Otelo – Othello (1603–1604)

Se estrenó el 1 de noviembre de 1604 en el Palacio de Whitehall de Londres.

Otelo y Desdémona, de Muñoz Degrain. 1881.

Se trata de una historia de celos infundados, los de Otelo hacia su amada Desdémona, causados por las mentiras de sus compañeros de armas movidos por la envidia. Tras un juego sucesivo de engaños y malentendidos, Otelo, cada vez más engañado y ciego, termina estrangulando a Desdémona. Acto seguido, se descubre la verdad y Otelo termina matándose, desesperado por su error y su crimen.
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El Rey Lear - King Lear (1605–1606)

William Shakespeare, la auténtica crónica histórica compuesta por él sobre la vida y muerte del rey Lear y sus tres hijas.

Su texto procede de las dos ediciones in Quarto, de 1608 y 1619 y de la primera versión Folio, de 1623, entre las cuales hay notables diferencias: La Quarto tiene 285 líneas de texto que no están en la Folio, mientras que esta última tiene 100 líneas que no están en Quarto.

El anciano Rey Lear decide legar el reino a sus tres hijas, Gonerila, Regania, y Cordelia, que antes de heredarlo deberán mostrarle su amor. Cordelia, la más sincera le dice que no es capaz de expresar su amor con palabras, lo que enfurece al rey, incapaz de distinguir la verdad de la falsedad.

Después de reservarse el título de Rey y cien hombres a su servicio, divide su estancia entre las casas de sus otras dos hijas. Gonerila despide a 50 de los hombres del rey al que trata como a un viejo sin cabeza. Lear se va con su hija Regania, pero es igualmente maltratado por ella y su marido. Abandonado durante una tormenta, encuentra cobijo en la choza de un bufón, que no es sino el marido de su hija Cordelia, al que él había desterrado, cuando se enfadó con ella.
King Lear and the Fool in the Storm (1851) by William Dyce

En las tragedias de Shakespeare el mal no procede de la casualidad ni del destino. El héroe trágico perece porque es destructivo. En el caso de Lear, la tragedia se desencadena cuando él divide el reino, se equivoca con respecto a las cualidades de sus hijas, y destierra a Kent, el yerno-bufón, que es su hombre más fiel.

El trágico desenlace, con la muerte de los protagonistas, se debería más bien a la ineptitud del padre, quien no sólo divide el reino de forma arbitraria, sino que demuestra ser muy mal conocedor del género humano del que forman parte sus propias hijas.
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Macbeth – Macbeth (1606)

Macbeth y Banquo hablan con las brujas. Théodore Chassériau.

Macbeth y Banquo, generales de Duncan, rey de Escocia vuelven de la guerra, cuando se encuentran a tres brujas que ven el futuro. De acuerdo con ellas, Macbeth será Thane o Par de Cawdor y luego rey; Banquo, a su vez, será padre de reyes. La tragedia reside en los caminos que Macbeth habrá de recorrer para que se cumplan estas profecías, que no caerán del cielo sino que procederán de la traición y la muerte, como si este fuera el verdadero fatum del ser humano.

La profecía de Macbeth como Par se cumple enseguida, pero deseando que se cumpla en la parte correspondiente a ser rey, lo que desea igual, o más, su esposa, este asesina a Duncan mientras duerme; cree ver en este a su propio padre, y se vuelve loca, muriendo desesperada por no poder borrar la imagen de su memoria. Los hijos del muerto huyen y Macbeth se hace con el reino.

Pero las brujas habían dicho que la Corona pasaría después a la descendencia de Banquo, a quien Macbeth hace desparecer, si bien su hijo Fleance logra escapar. Los hijos de Duncan, Malcolm y Donalbain, huyen.

Perseguido por el espectro de Banquo, Macbeth pregunta a las brujas, que le avisan que se cuide de Macduff, barón de Fife y que nadie le puede hacer daño a él hasta que el bosque de Brinam se mueva.

El ejército de Malcolm ataca el castillo de Macbeth. Al pasar por el bosque de Birnam los soldados cortan ramas de los árboles, tras las que se ocultan para avanzar contra Macbeth, que muere –porque el bosque se ha movido-. Malcolm sube al trono.

La vida solo es un cuento contado por un idiota, llena de ruido y furia, que no significa nada, en unos versos célebres y frecuentemente citados (esc. 5, 26).

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Antonio y Cleopatra - Antony and Cleopatra (1606)

Antonio, en Alejandría, se enamora de Cleopatra, pero debe volver  Roma, por la muerte de su mujer Fulvia y porque tiene que solucionar su lucha contra Octavio César casándose con su hermana, lo que enciende los celos de Cleopatra. Antonio vuelve a Egipto, donde se abandona a su amor loco y se olvida de todos sus principios.

The Meeting of Antony and Cleopatra (1885) by Sir Lawrence Alma-Tadema

Engañado sobre la muerte de Cleopatra, Antonio se mata con su propia espada, y muere en brazos de Cleopatra escondida en su mausoleo. La egipcia, que no quiere ser botín de guerra, decide darse muerte a su vez, por medio de la mordedura de un áspid.

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Coriolano – Coriolanus (1608)

Coriolano incontra la madre, la moglie e i due figlioletti. Giulio Carpioni

Cayo Marcio Coriolano es un valiente general romano, muchas veces vencedor, hasta que su soberbia hace que sea desterrado por querer imponer su voluntad por encima de la ley.

Entonces se acerca al que había sido su mayor enemigo, el general de los volscos Tulo Aufidio, que lo acepta para poder vencer a los romanos, aunque finalmente vuelve con sus conciudadanos y los volscos le acusan de traición, ejecutándolo públicamente.

Es la historia de un hombre cegado por la vanidad y el orgullo, capaz de acudir a los medios más rastreros e inmorales, sólo por calmar su sed de venganza contra aquellos a quienes debía proteger.

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Timón de Atenas - Timon of Athens (1605–1606)

Timón es hombre espléndido, a quien gustan las adulaciones y presume de hacer los mejores regalos, a pesar de que su mayordomo le advierte de su previsible ruina, que no tarda en producirse. Entonces invita a sus pretendidos amigos a comer y les pide ayuda, pero estos reciben la demanda entre risas. Timón, entonces hace destapar los platos, que sólo contienen agua caliente y se los arroja a la cara a la vez que los cubre de insultos. 

Después se retira a vivir en un caverna, y allí, buscando raíces para comer, encuentra un tesoro, que entrega a Alcibíades, en rebelión contra Atenas, que no ha sabido premiar sus servicios. Para rematar su venganza contrata a dos cortesanas para que contagien a los jóvenes y asesinos para que acaben con los ciudadanos. Por último entrega una parte a su fiel mayordomo, con la condición de que no se relacione con nadie.

Ante la amenaza de la llegada de Alcibíades, los senadores le ofrecen resarcirle, pero él se niega y les ofrece a su vez un árbol para que se ahorquen.

Tras su muerte, Alcibíades entra en Atenas y se prepara para honrar su tumba a la orilla del mar.
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Poesía

Al parecer, Shakespeare prefería y valoraba su poesía, por encima del resto de su obra, y esperaba ser recordado como poeta, mejor que como dramaturgo. Sus sonetos, responden a esa esperanza, si bien, aparecieron en 1609, al parecer, sin su conocimiento ni aprobación, por iniciativa de Thomas Thorpe, que firmó la edición como “T.T.”


TO.THE.ONLIE.BEGETTER.OF.
THESE.INSVING.SONNETS.
Mr.W.H. ALL.HAPPINESSE.
AND.THAT.ETERNITIE.
PROMISED.
BY.
OVR.EVER-LIVING.POET.
WISHETH.
THE.WELL-WISHING.
ADVENTVRER.IN.
SETTING.
FORTH.

Al único inspirador de
los siguientes sonetos
el Sr. W. H., toda felicidad
y aquella eternidad
prometida
por
nuestro inmortal poeta
le desea
quien con los mejores deseos
se aventura a
darlos
a la luz

Estos sonetos, en total, 154 constan de cuatro estrofas; tres cuartetos y un pareado, con muy pocas excepciones. Los 126 primeros se dirigen a un amigo, al que se define como rubio, de muy buena presencia y noble, mientras que los 28 finales se refieren a una mujer morena, casada, y que sabe tocar el clavecín. En ocasiones se habla de un poeta rival que aporta cierta complejidad a la narración que se desprende del conjunto, sin llegar a exponer una cuestión exactamente, de amor, sino de admiración, quizá algo servil, ya que probablemente, el destinatario parece ser más bien un mecenas al que se halaga de forma admirativa con algo de exceso, propio de la época. 

En ocasiones surgen ciertas disquisiciones filosóficas, también muy acordes con el gusto de la época, en las que se plantea la brevedad de la vida.

Ni el mármol, ni los dorados monumentos
de príncipes han de sobrevivir a estas poderosas rimas.

Not marble, nor the gilded monuments
Of princes shall outlive this pow'rful rhyme.

Soneto 55

La magnitud de la obra de Shakespeare, por último, sólo se percibe correctamente en su idioma original. De lo contrario, ocurre aquello que aseguraba Cervantes por boca de don Quijote:

Con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que, aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz.

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