domingo, 29 de abril de 2012

KAVAFIS - Κωνσταντίνος Π. Καβάφης (2) LA CIUDAD

Κωνσταντίνος Π. Καβάφης (2)

En realidad, no conocemos el alma de este poeta: ni a C. P. Kavafy; como firmaba cuando vivía en Inglaterra, ni a Κωνσταντίνος Πέτρου Καβάφης, que era, por así decirlo, su verdadero nombre. Deberíamos preguntarnos, si Καβάφης era –o quería ser, según el momento-, un británico convencido, un fanariota bizantino de la decadencia, o un egipcio de Alejandría; tres posibilidades que ponen luz en tres paisajes reales, pero bien distintos, sobre los cuales podemos superponer  esa poesía, reflejo de una personalidad, esencialmente sutil, en opinión de Marguerite Yourcenar.

Por encima de todo, con su poesía, Καβάφης alcanza el carácter universal de los genios literarios; incluso a pesar de su carácter, en tantas ocasiones localista, trasciende ampliamente las fronteras de sus mundos. Con todo, seguramente porque así se lo propuso, “el griego” -como le llamaba Durrell-, sigue envuelto en una densa bruma, tal vez hoy más oscura que cuando sus poemas “canónicos” fueron publicados, casi casi a su pesar.

¿Cuánto Καβάφης hay en la poesía de Καβάφης?

Su padre, Πέτρος Ι. Καβάφης salió muy joven de Constantinopla (1836) para buscar trabajo en Inglaterra, donde ya se encontraba su hermano mayor. En 1846 él y sus hermanos ya tenían su propia empresa Cavafy Brothers, importando algodón egipcio para los telares de Manchester.

En 1849 Petros volvió a Constantinopla para casarse con la jovencísima Χαρίκλεια Φωτιάδη, –Jaríklia Fotiadi– hija de un próspero mercader de diamantes. La madre del poeta permaneció un año más en la casa de sus padres, en Pera, mientras su marido preparaba una nueva residencia en Inglaterra. Cuando Petros volvió para recoger a Jariklia, su primer hijo ya había nacido, de modo que en 1850, el mismo año en que Petros obtuvo la nacionalidad británica, se instalaron los tres en Liverpool.

Cinco años después, Kavafis padre fundaba una nueva empresa, esta vez en Alejandría, donde el negocio se fue manteniendo hasta su fallecimiento, en 1870, cuando el poeta, último de los nueve hijos nacidos de aquel matrimonio, tenía apenas siete años.

La necesidad obligó a Jariklia a volver a Londres, donde sus dos hijos mayores se habían hecho cargo de la parte inglesa del negocio, pero las cosas fueron cada vez peor y la familia se vio obligada a volver a Alejandría, esta vez, debiendo mantenerse con muy escasos medios.

Kavafis había asistido al colegio en Inglaterra durante casi siete años, de modo que el idioma y la cultura británica constituyeron la base de su formación, dejando en él un sello específico, tanto en su aspecto exterior, como en su forma de vivir.

En Alejandria asistió por un tiempo al Liceo Hermis, una especie de escuela de comercio donde solían formarse los fanariotas; es decir, los componentes de la pequeña, exclusiva y endogámica comunidad griega, que abastecía a las administraciones turca y británica de funcionarios y administradores. No parece que, oficialmente, el poeta recibiera más formación que esta.

En 1882, ante el temor provocado por un terrible bombardeo británico, la familia, compuesta ahora por la madre y tres hijos, incluído el poeta, regresó a Constantinopla, donde el padre de Jariklia les cedió algunas de las habitaciones de su casa. Su única fuente de ingresos eran pequeñas cantidades que enviaban sus hijos mayores, una vez que reanudaron la actividad de la empresa de Alejandría. Kavafis se acercaba a los veinte años.

En 1885 decidió a su vez probar fortuna en la ciudad egipcia, donde consiguió trabajar como periodista publicando artículos esporádicamente, de los cuales se conservan algunos, incluido el dedicado a la eterna y frustrante reclamación de los Mármoles Elgin, escrito en inglés. (En 2012 sigue en pie dicha reclamación).

Finalmente, y después de trabajar tres años como meritorio, Kavafis consiguió un empleo fijo en la administración de los Servicios de Riego del Ministerio de Obras Públicas, trabajo que ejerció sin interrupciones hasta su jubilación. Con él vivió Jariklia hasta su fallecimiento en 1899.  Después, durante algún tiempo compartió vivienda con sus hermanos solteros, pero, prácticamente, a lo largo de su edad madura, vivió sólo en una casa tan sencilla como la reflejada en el poema Las cuatro paredes de mi cuarto, que ya vimos en la primera parte.

Una vida, en apariencia monótona, pero, sobre todo, muy discreta, casi secreta, tal vez a causa de la opción sexual reflejada en algunos de sus poemas, de los que ignoramos hasta qué punto podrían ser reflejo de experiencias personales.

Tal vez, en ocasiones Kavafis llegó a pensar que las cosas podrían ser diferentes si cambiaba de entorno, pero muy verosímilmente llegó a la conclusión de que todo cambio material sería inútil, porque el ser humano, al igual que él mismo, puede recorrer el mundo, y residir en diferentes ciudades, sin que por ello cambie en absoluto su mundo interior, que es, en definitiva, el que marca el destino y, el destino, por naturaleza, escapa a la voluntad, aunque no a la inteligencia.

      Η πόλις
      Είπες· «Θα πάγω σ' άλλη γη, θα πάγω σ' άλλη θάλασσα.
      Μια πόλις άλλη θα βρεθεί καλλίτερη απ' αυτή.
      Κάθε προσπάθεια μου μια καταδίκη είναι γραφτή·
      κ' είν' η καρδιά μου -σαν νεκρός- θαμένη.
      Ο νους μου ως πότε μες στον μαρασμόν αυτόν θα μένει.
      Οπου το μάτι μου γυρίσω, όπου κι αν δω
      ερείπια μαύρα της ζωής μου βλέπω εδώ,
      που τόσα χρόνια πέρασα και ρήμαξα και χάλασα.»

      Καινούργιους τόπους δεν θα βρεις, δεν θά βρεις άλλες θάλασσες.
      Η πόλις θα σε ακολουθεί. Στους δρόμους θα γυρνάς
      τους ίδιους. Και στες γειτονιές τες ίδιες θα γερνάς·
      και μες στα ίδια σπίτια αυτά θ' ασπρίζεις.
      Πάντα στην πόλι αυτή θα φθάνεις. Για τα αλλού -μη ελπίζεις-
      δεν έχει πλοίο για σε, δεν έχει οδό.
      Ετσι που τη ζωή σου ρήμαξες εδώ
      στην κώχη τούτη την μικρή, σ' όλην την γη την χάλασες.


             LA CIUDAD 1910
           
            Dijiste: “Iré a otra tierra, iré a otro mar.
            Debe haber otra ciudad mejor que esta.
            Cada esfuerzo mío es una condena escrita:
            y mi corazón –como un muerto–enterrado.
            ¿Hasta cuándo mi mente soportará esta decadencia?
            Donde vuelvo los ojos, donde quiera que mire,
            allí veo la negra ruina de mi vida,
            donde tantos años pasé; destruidos, desparecidos.”

            No encontrarás nuevas tierras, ni encontrarás otros mares.
            La ciudad te seguirá. Volverás a las mismas calles.
            Y en los mismos barrios vas a envejecer:
            en esas mismas casas encanecerás.
            Siempre llegarás a esta ciudad. Para otra –ni lo esperes–
            no hay barco para otro lugar, no hay camino.
            Igual que destruyes aquí tu vida,
            en este pequeño rincón, así en toda la tierra la perderías.

El observador poeta, pasea por las calles, observa a la gente, lee la vida y, después, a solas, construye un poema que, en ocasiones, se resuelve en una pequeña biografía.

      Του μαγαζιού
      Τα τύλιξε προσεκτικά, με τάξι
      σε πράσινο πολύτιμο μετάξι.

      Από ρουμπίνια ρόδα, από μαργαριτάρια κρίνοι,
      από αμεθύστους μενεξέδες. Ως αυτός τα κρίνει,

      τα θέλησε, τα βλέπει ωραία· όχι όπως στην φύσι
      τα είδεν ή τα σπούδασε. Μες στο ταμείον θα τ'αφίσει,

      δείγμα της τολμηρής δουλειάς του και ικανής.
      Στο μαγαζί σαν μπει αγοραστής κανείς

      βγάζει απ' τες θήκες άλλα και πουλεί -- περίφημα στολίδια --
      βραχιόλια, αλυσίδες, περιδέραια, και δαχτυλίδια.


             EN LA TIENDA 1913

            Las envolvió ordenadamente, con cuidado,
            en fina seda verde.

            Rosas de rubíes, lirios de perlas,
            violetas de amatistas. Tal como él las valora,

            las aprecia, las ve hermosas, no como las vio
            o las estudió al natural. Las guardará en la caja,

            son una muestra de su trabajo audaz y habilidoso.
            Cuando entra un comprador en la tienda,

            saca otras joyas de los estuches–maravillosas– y le vende:
            pulseras, cadenas, collares y sortijas.

Un instante de plenitud el poema terminado, pulido, y la imagen, casi fugaz, queda mágicamente transformada en unos pocos versos, guardada para el futuro, para nosotros. Ese logro constituye la única felicidad real y tangible del poeta que, del mismo modo que ha renunciado a volver su mirada hacia otras tierras, tampoco desea mirar atrás.

      Κεριά

      Του μέλλοντος οι μέρες στέκοντ' εμπροστά μας
      σα μιά σειρά κεράκια αναμένα –
      χρυσά, ζεστά, και ζωηρά κεράκια.
     
      Οι περασμένες μέρες πίσω μένουν,
      μια θλιβερή γραμμή κεριών σβησμένων·
      τα πιο κοντά βγάζουν καπνόν ακόμη,
      κρύα κεριά, λιωμένα, και κυρτά.
     
      Δεν θέλω να τα βλέπω με λυπεί η μορφή των,
      και με λυπεί το πρώτο φως των να θυμούμαι.
      Εμπρός κυττάζω τ' αναμένα μου κεριά.

      Δεν θέλω να γυρίσω να μη διω και φρίξω
      τι γρήγορα που η σκοτεινή γραμμή μακραίνει,
      τι γρήγορα που τα σβυστά κεριά πληθαίνουν.


            VELAS 1899

            Los días del futuro se alzan ante nosotros
            como una fila de velitas encendidas;
            doradas y cálidas, velitas llenas de vida.

            Los días pasados quedan atrás,
            penosa línea de velas apagadas;
            las más cercanas todavía humean,
            velas frías, fundidas y doblegadas.

            No quiero mirarlas, me entristece su aspecto
            y me entristece recordar su primera luz.
            Miro al frente mis velas encendidas.

            No quiero volverme para no ver, ni que me horrorice,
            con qué rapidez crece la línea de sombra,
            con qué rapidez se multiplican las velas apagadas.

La línea de sombra crece implacable, aunque el poeta intente eludir su visión, del mismo modo que eludió tantas otras cosas en la vida, sometido a una engañosa prudencia que, calladamente, ha devorado su vida.


      Ενας γέρος

      Στου καφενείου του βοερού το μέσα μέρος
      σκυμένος στο τραπέζι κάθετ' ένας γέρος·
      με μιαν εφημερίδα εμπρός του, χωρίς συντροφιά.

      Και μες στων άθλιων γηρατειών την καταφρόνεια
      σκέπτεται πόσο λίγο χάρηκε τα χρόνια
      που είχε και δύναμι, και λόγο, κ' εμορφιά.

      Ξέρει που γέρασε πολύ· το νοιώθει, το κυττάζει.
      Κ' εν τούτοις ο καιρός που ήταν νέος μοιάζει
      σαν χθές. Τι διάστημα μικρό, τι διάστημα μικρό.

      Και συλλογιέται η Φρόνησις πώς τον εγέλα·
      και πώς την εμπιστεύονταν πάντα - τι τρέλλα! –
      την ψεύτρα που έλεγε· «Αύριο. Εχεις πολύν καιρό.»

      Θυμάται ορμές που βάσταγε· και πόση
      χαρά θυσίαζε. Την άμυαλή του γνώσι
      κάθ' ευκαιρία χαμένη τώρα την εμπαίζει.

      ... Μα απ' το πολύ να σκέπτεται και να θυμάται
      ο γέρος εζαλίσθηκε. Κι αποκοιμάται
      στου καφενείου ακουμπισμένος το τραπέζι.

            Un anciano

            Al fondo del ruidoso café,
            inclinado sobre la mesa, hay un anciano sentado;
            con un periódico delante, sin compañía.

            Y sumido en el abandono de su envejecimiento
            considera qué poco disfrutó de los años
            cuando aún tenía fuerza, discurso y belleza.

            Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve.
            Y, aún así, el tiempo en que era joven le parece
            como si fuera ayer. Qué breve espacio. Qué breve espacio.

            Considera cómo le ha burlado la Prudencia
            y como siempre creyó en ella -¡qué locura!-
            qué mentirosa cuando decía: “Mañana. Tienes mucho tiempo.”

            Recuerda los impulsos que contuvo y cuánto
            deleite sacrificó. De su insensata sabiduría,
            de cada ocasión perdida, ahora se burla.

            … Pero de tanto pensar y recordar,
            el anciano se aturde. Y se queda dormido,
            apoyado en la mesa del café.

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Más sobre Kavafis en este blog:
http://atenas-diariodeabordo.blogspot.com.es/2012/05/3-el-silencio.html
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domingo, 22 de abril de 2012

KAVAFIS - Κωνσταντίνος Π. Καβάφης (1) Un poeta solitario.

Kavafis hacía imprimir sus poemas en hojas sueltas –a veces en pequeños cuadernillos– que regalaba a sus amigos, sólo cuando consideraba que Poema y Amigo eran suficientemente dignos el uno del otro.

Por este medio dio a conocer 153 poemas que constituyen el aparentemente exiguo legado de toda una existencia dedicada a la Musa en una larga e íntima relación, casi secreta.


Al parecer, en un principio, la selección se componía de 177 poemas, de los cuales, finalmente, Kavafis retiró 24; bien porque no le convencían del todo, o quizá porque no había terminado de pulirlos exhaustivamente, en un trabajo lento, preciso y enriquecedor,  como si en lugar de versos, se tratara de diamantes.


En 1935, cuando él ya no estaba para fiscalizar su obra,  se añadió un poema más a la primera edición, publicada bajo el título genérico de –ΠοιήματαPOEMAS;  son pues, 154 los que componen el conjunto que hoy se conoce como el Cánon –Αναγνωρισμένα–, o, “Reconocidos”, y es,  Εις τα περίχωρα της ΑντιοχείαςEn los alrededores de Antioquía–, de 1933, el poema añadido, al que podríamos calificar de póstumo en cuanto a su edición, y que tal vez fuera el último que Kavafis escribió.


Durante un tiempo se creyó que aquellos poemas Reconocidos contenían su obra completa, pero, poco a poco, fueron apareciendo otros muchos que Kavafis, cualquiera que fuera la razón, había guardado entre sus papeles y que nunca quiso dar a conocer, excepto, quizás a sus más íntimos amigos. De los primeros hallazgos resultó la pequeña colección  de 37 poemas titulada Αποκηρυγμένα;  “Rechazados”, o, tal vez, sólo separados y en espera de reconstrucción, que el poeta había creado entre los 19 y los 58 años; es decir, durante el largo período comprendido entre 1882 y 1923. Apareció finalmente  la colección Ανέκδοτα, compuesta por 75 poemas Inéditos.


Lógicamente, se advierte de forma clara la paulatina evolución existencial producida en el alma del poeta y, sobre todo, la quasi revolución operada en el lenguaje que empleó en su ejecución; un lenguaje absolutamente singular, casi exclusivo de Kavafis.


Su estilo juvenil, en lengua culta –καθαρεύουσα, kazareúsa– era “rebuscado y pomposo” (Blajos) y Kavafis lo empleó entre los 19 y los 27 años, pero en 1893, a los 28, su poema Las cuatro paredes de mi habitaciónΟι Τέσσαρες Τοίχοι της Κάμαράς μου– muestra que ya se ha producido un cambio radical; si bien el poeta no ha abandonado la lengua culta –nunca lo haría–, emplea ya la de uso común, la demótica – δημοτική –, con singular maestría, cuyo arte se basa quizá en el sabio empleo de los dos estilos, de acuerdo con el momento, el tono o la música que requiere cada verso.


A partir de entonces y de forma casi imperceptible, la lengua común va adquiriendo espacio en los escritos de Kavafis, progresivamente enriquecida con aportaciones de la kazareúsa en una mezcla perfectamente dosificada, como lo haría un mago en su laboratorio, lo que, seguramente constituye parte fundamental del legado del poeta a la posteridad, herencia inestimable en la que colaboran a partes iguales, el contenido y la forma, en la mayor parte de su obra.


En su piso de la calle Lepsíus, en Alejandría, se produjo, en soledad y silencio, la misma evolución lingüística que afectó a la Grecia continental, donde se llevó a cabo con mucho más ruido, en una especie de contienda verbal entre los partidarios de cada una de las fórmulas.


Es evidente que el empleo de uno u otro estilo, representaba asimismo diferentes modos de entender la vida, pero Kavafis se mantuvo al margen, creó su propio método y nunca participó en el enfrentamiento. Se diría que, en cierto modo, escribía para sí mismo como una necesidad vital e ineludible, y que dijera lo que dijera, incluso en la obra que relegó al silencio, buscaba, no sólo expresarse, sino hacerlo con la mayor perfección posible. Por ello, nos atreveríamos a deducir que si ocultó poemas, seguramente no lo hizo a causa de lo que decían, sino por cómo lo decían. Es esta una terrible exigencia  exclusiva de la gran poesía: ¿Cómo expresar mejor una idea en un verso: ¿sólo con las palabras perfectas?, ¿sólo con la armonía perfecta?, ¿sólo con el ritmo perfecto?, ¿sólo con la perfección misma? Sólo esto, no puede haber duda alguna, sólo esto buscaba Kavafis.


En la antigua poesía no se entendía la perfección sin una métrica formal, a la cual, Kavafis no quiso someterse, pero a la que tampoco renunció; de hecho, el ritmo clásico y el recuento de sílabas están dentro de sus versos, como si no pudiera evitarlos, pero en su caso se producen con una música nueva. Del mismo modo que nunca abandonó la kazareúsa, tampoco prescindió de la métrica; ambos elementos permanecen –si vale la comparación–, como si constituyeran el esqueleto de sus poemas, de tal modo que, cuando los miramos  –la poesía, indudablemente, también hay que mirarla–, podemos percibir todo esto, como si se produjera un encantamiento que sólo este arte posee.


El conjunto conocido de la poesía de Kavafis, podría agruparse hasta cierto punto, en base a la fecha de su creación:


–153 poemas reconocidos, escritos entre 1897 y 1932, mas el añadido, de 1933.
–24, de 1886 a 1898, además de los
–13 hallados entre 1948 y 1966, (que sumarían los  37 “Rechazados” por el poeta).
–62 “Inéditos” de 1882 a 1923. (Algunos autores no dan la misma cifra).
–30  aproximadamente, entre fragmentos, poemas escritos en ingles, etc.

Sin embargo, encajaría mejor y, así suele hacerse, una clasificación acorde con el contenido de los poemas, de la cual resultarían tres grandes apartados:

Líricos, o de carácter erótico: biográficos, imaginarios, o las dos cosas; sólo podría decírnoslo el poeta.

Históricos: con los que Kavafis vuelve su vista hacia la antigüedad, si bien, no a la época conocida como Clásica, sino al período Helenístico (324 aC–395 dC) cuyo influjo se extiende más allá de las fronteras de Grecia, tras la desaparición de Alejandro.


Filosóficos:  Quizá los más trascendentes y universales.


Finalmente, puesto que toda clasificación resulta siempre forzada, ocurre que hay poemas históricos que son muy líricos, como también los son algunos de los filosóficos, que, a su vez, en ocasiones, reflejan un momento histórico.

Veamos, pues, el poema Las Cuatro Paredes de mi cuarto, que constituyó un cierto punto de partida.

[Οι Τέσσαρες Τοίχοι της Κάμαράς μου] (Ανέκδοτα, 1893).

Το ξέρω πούναι όλα φτωχικά,
και που τους έπρεπαν στολίδια άλλα
τους φίλους μου, πλέον αρχοντικά
και περισσότερα, και πιο μεγάλα.

Αλλά αυτά τα λόγια τι θα 'πουν;
Έχουν οι τοίχοι μου πιο καλούς τρόπους·
και για τα δώρα μου δεν μ' αγαπούν.
Εκείνοι δεν ομοιάζουν τους ανθρώπους.

Έπειτα ξέρουν μόνο μια στιγμή
πως θα κρατήσουνε τα πράγματά μου
κ' εμένα. Η χαραίς μου κ' οι καϋμοί
και κάθε τι που έχω εδώ χάμου

γρήγορα θα περάσουν. Οι γεροί
τοίχοι για τέτοια δώρ' αδιαφορούνε.
Είναι μακρόβιοι κι απ' την μικρή
ζωή μου τίποτε δεν απαιτούνε.

      LAS CUATRO PAREDES DE MI CUARTO (Inéditos: marzo 1893)
     
      Sé que todo es muy pobre
      y que merecerían otra decoración
      mis amigos; más señorial
      y, mejor aún, más grande.

      Pero ¿qué quieren decir estas palabras?
      Tienen mis paredes los mejores modales;
      y no me quieren por los regalos.
      En eso no se parecen a las personas.

      Además, saben que sólo un momento
      envolverán a mis cosas
      y a mí. Mis alegrías, mis penas
      y todo cuanto tengo aquí en la tierra

      pasará pronto. Las viejas
      paredes no se interesan por tales dones.
      Son longevas y, de mi minúscula
      existencia, no pretenden nada.

El poema titulado Τείχη, Muros, o tal vez, Murallas, de la colección Αναγνωρισμένα -la aprobada por el poeta- y fechado en 1897, es el que se coloca habitualmente en primer lugar en buena parte de las ediciones:

Τείχη

Χωρίς περίσκεψιν, χωρίς λύπην, χωρίς αιδώ
μεγάλα κ' υψηλά τριγύρω μου έκτισαν τείχη.

Και κάθομαι και απελπίζομαι τώρα εδώ.
Άλλο δεν σκέπτομαι: τον νουν μου τρώγει αυτή η τύχη·

διότι πράγματα πολλά έξω να κάμω είχον.
Α όταν έκτιζαν τα τείχη πώς να μην προσέξω.

Αλλά δεν άκουσα ποτέ κρότον κτιστών ή ήχον.
Ανεπαισθήτως μ' έκλεισαν από τον κόσμον έξω.

      MUROS 1896
     
      Sin consideración, sin piedad, sin moderación
      grandes y altos muros levantaron a mi alrededor.

      Y me siento, ahora, desesperado.
      No pienso en nada más:  este destino devora mi mente;

      porque muchas cosas tenía que hacer fuera.
      ¡Ay! Cuándo construían los muros ¿cómo no me di cuenta?

      Pero jamás oí ningún ruido ni las voces de los constructores.
      Imperceptiblemente, me encerraron fuera del mundo.

Manuscrito de “MUROS”.

Soledad, aislamiento, impotencia y desesperación existencial, sin participación de la voluntad, no podían expresarse de forma más dramática que en este poema, del cual ha surgido el subtítulo de este primer artículo sobre un Kavafis, tan conocido a través de ÍTAKA o LA CIUDAD –grandes poemas, sin la menor sombra de duda–, pero tan desconocido, generalmente, por muchos más.
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Más sobre  Kavafis:

                                 LA CIUDAD                   EL SILENCIO



martes, 10 de abril de 2012

TRES TRISTES MATRIMONIOS Y DOS TRÁGICAS TENTATIVAS: MARÍA ESTUARDO -I-

TRES TRISTES MATRIMONIOS Y DOS TRÁGICAS TENTATIVAS -I-
PRIMER MATRIMONIO: MARÍA ESTUARDO Y FRANCISCO II DE FRANCIA

Por decisión de su protagonista, esta historia empieza cuando termina; exactamente el ocho de febrero de 1587. Ese día Mary Stuart o María Estuardo, reina de Escocia, o de los Escoceses, acusada y condenada por conspiración y traición contra la vida de la reina Isabel I de Inglaterra, fue ejecutada en el castillo de Fotheringhay, en Northamptonshire.
Poco antes de su muerte, Mary había elegido una divisa personal que ella misma bordó cuidadosamente y que acabó haciendo fortuna entre la historia y la leyenda:
En mi fin está mi principio.

Mary Stuart se dirige al patíbulo
en una interpretación de Jone Johnson Lewis

La eventualidad de que Mary Stuart participara de forma activa en los delitos que se le imputaron, es, en principio, tan verosímil como la de que su vida fuera manipulada y utilizada sin su voluntad por otros, porque ninguna de las dos posibilidades fue probada en el juicio al que fue sometida y del que resultó su condena a muerte tras una llamativa serie de irregularidades. ¿Por qué los jueces se empeñaron en condenarla, aun a pesar de la repulsa de la reina inglesa a firmar la sentencia definitiva?

En la vida de Mary Stuart hubo muchas sombras, enormes dudas y crueles decepciones para ella, pero sobre todo, gravísimas sospechas sobre su persona. Todo esto, dentro de la profunda soledad que envolvió toda su existencia.

Mary era católica y no tenía la menor duda de que la eternidad esperaba tras su ejecución. Tal es la razón por la que esta historia empieza –como ella creía-, aquel adverso día 8 de febrero de 1587.

Las contrariedades de Mary Stuart empezaron ya el día de su nacimiento; mientras ella llegaba al mundo en el castillo de Linlithgow, el ocho de diciembre de 1542, su padre, Jacobo V de Escocia –James V of Scotland-, agonizaba en el de Falkland, en Fife, donde murió una semana después con sólo treinta años de edad; se dice que de una enfermedad agravada por la terrible humillación sufrida por su derrota ante los ingleses en la batalla de Solway Moss.

Jacobo V de Escocia y Marie de Guise, padres de Mary.

Parece ser que cuando James supo que su heredera era una niña, maldijo su mala fortuna y predijo que los Stuart perderían Escocia del mismo modo que habían alcanzado el trono, a causa de una mujer. La frase resulta tan tópica y se supone pronunciada en tantas ocasiones por tan distintos personajes, con más o menos variantes, que nos concedemos el derecho a dudar de que realmente se pronunciara. Además dicen que, en realidad, el rey simplificó su reacción exclamando con mucha sencillez: ¡Otra muchacha!. En todo caso, Mary fue proclamada reina de Escocia a los seis días de edad, bajo la regencia del Earl of Arran, quien además ocupaba un puesto importante en la línea de sucesión al mismo trono.

El castillo de Linlithgow


Para no defraudar la tradición escocesa que registra docenas de espectros en sus viejos castillos, hay que decir que el de Linlithgow también tiene el suyo; la llamada Dama Azul, que acostumbra dar un paseo hacia las nueve de la mañana, desde la puerta del palacio hasta la cercana iglesia de Saint Michael, algo que normalmente ocurre en abril, pero a veces también en septiembre, y muy excepcionalmente aparece sobre la torre. Aunque hay dudas sobre su identidad, generalmente se le atribuye la de Marie de Guise, la madre de Mary.


Las primeras dificultades surgieron cuando el Parlamento Escocés recusó el Tratado de Cambridge firmado por el regente Arran con Enrique VIII, el 25 de agosto de 1543. El objetivo de Enrique VIII, era, sobre todo, la unión de los reinos de Inglaterra y Escocia, la cual se llevaría a cabo fundamentalmente, a través del matrimonio de Mary Stuart con su hijo, el futuro Edward VI de Inglaterra. En su virtud, Mary debía vivir con alguna familia de nobles ingleses hasta que cumpliera diez años, y a partir de entonces sería llevada a Inglaterra para ser formada y educada hasta la fecha de la boda. El Tratado, que prometía respetar las leyes escocesas, fue, no obstante, rechazado por el Parlamento Escocés cuatro meses después de su ratificación. De hecho, contenía algunos supuestos muy contrarios a los que convenían a la madre de Mary: el primero, que Enrique VIII se había separado de la Iglesia de Roma, mientras que el apellido francés de ella –Guise-, era garantía absoluta de catolicismo romano. El segundo, que, si su hija no era coronada y jurada de inmediato, presumiblemente, Enrique lo sería en su lugar y Escocia caería definitivamente en manos de Inglaterra.

En cualquier caso, sabiendo que el monarca inglés no admitiría jamás su renuncia, María huyó con su hija y se refugió en el castillo de Stirling, donde a toda prisa, teniendo Mary apenas nueves meses, se llevó a cabo su coronación en una ceremonia que se tomaron muy en serio todos los dignatarios que se hallaron en ella.

La confección del traje apropiado para tan alta ocasión ya supuso un reto, dado el diminuto tamaño de la niña y el grosor y pesadez de los tejidos empleados, pero aún así, se superaron las dificultades. Del mismo modo, un buen orfebre y un buen armero también podrían haber creado un cetro, una espada y una corona en miniatura; podrían haberlo hecho, pero no debían, ya que tales objetos no pueden ser sustituidos porque tienen en sí mismos una virtud que representa los principales aspectos del poder real, lo que hace imprescindible usar los originales. Así pues, tres nobles los portaron en nombre de Mary, especialmente la corona, que alguien sostuvo a unos centímetros de su cabeza que, de otro modo, habría quedado dentro de la Corona.


Y ya que estamos en Stirling, diremos que este castillo no tiene un fantasma, sino varios. Uno de ellos, la Dama Rosa, ha sido identificada con la propia Mary Stuart; también suele dar paseos entre el castillo y la iglesia de Holyrood. El otro es la Dama Verde, quien salvó la vida de Mary, a punto de perecer, al declararse un incendio en la habitación donde esta dormía. Esta aparición ha sido vista recientemente. También se oyen pasos fantasmales en las estancias superiores, siendo este un fenómeno del que ya informaron los soldados de la guarnición hace años.

Pues bien, una vez coronada la niña, Enrique VIII inició una campaña de acoso contra Escocia, más exactamente, una verdadera guerra que duró siete años (1543-50) y que, posteriormente Walter Scott denominó certeramente el Rough Wooing -el Violento Cortejo-, en cuyo transcurso, el ejército inglés dejó tras de sí un terrible rastro de muerte y cenizas. Sin embargo, madre e hija, auxiliadas por tropas francesas, lograron dar esquinazo al monarca en diversas ocasiones, a pesar de que los soldados ingleses llegaron a ocupar incluso el castillo de Edimburgo.

Enrique VIII moría en enero de 1547, pasando la corona a Edward VI, que sólo tenía diez años, por lo que se encargó el gobierno a Hertford, el Duque de Somerset, quien el otoño siguiente derrotó a los escoceses en la terrible batalla de Pinkie Cleugh, en la que murieron diez mil escoceses, y otros mil quinientos fueron hechos prisioneros. Mary podría haber sido fácilmente secuestrada, si la previsión materna, viendo el mal cariz de aquella trágica jornada -conocida en la historia escocesa como el Sábado Negro-, no la hubiera enviado en el más absoluto secreto al Priorato de Inchmahome.

Priorato de Inchmahome

Para entonces, aconsejado por los poderosos Guise, el rey de Francia, Enrique II pensó que no sería mal negocio casar a Mary Stuart con su hijo el Delfín François, una idea que agradó mucho a Marie de Guise, quien al saber que los ingleses se aproximaban de nuevo, hizo llevar a la niña al castillo de Dumbarton en febrero de 1548.

Castillo de Dumbarton

Cuando los ingleses tomaban la ciudad de Haddington, en un convento muy próximo, se firmaba, el 7 de julio, un tratado entre Escocia y Francia, también denominado de Haddington por el cual, Mary viajaría a Francia donde sería protegida, educada y preparada para casarse con el Delfín.

Finalmente, el siete de agosto de 1548, una flota enviada por el rey de Francia, se hacía a la mar en Dumbarton, llevando a bordo a una Mary, ya de cinco años y a su pequeña corte escocesa formada por los Lores Erskine y Livingston; el aya, Jean Sinclair; la gobernanta Lady Fleming y otros tres de los hijos ilegítimos del padre de Mary. Todos ellos desembarcaron en Roscoff, Bretaña, donde empezaba una nueva vida que se presumía llena de felicidad y grandes esperanzas.

En Francia vivió Mary trece años durante los cuales recibió, efectivamente, una educación exquisita y una formación muy completa que compartió con cuatro damitas, todas llamadas igual que ella; Mary: Beaton, Seaton, Fleming y Livingston, y algunos otros niños, hijos de nobles escoceses. Aprendió latín, griego, francés y castellano, además de cetrería, música, equitación y bordado -arte, este último que, con el tiempo, se convirtió en su principal afición, acaso una especie de lenitivo para las múltiples ocasiones en que se vio superada por un destino que parecía diseñado para destruirla; bordando recibía embajadores y bordando llenó los interminables días y horas que precedieron a su muerte.

<Bordados realizados por Mary Stuart.>
 Una vez que Mary quedó fuera del alcance del Rough Wooing, ya firmado su compromiso con el Delfín, Marie de Guise, en previsión de la más que segura reacción por parte de Inglaterra, ordenó fortificar el puerto de Leith, en las cercanías de Edimburgo.

Francia envio a Escocia a André de Montalambert, sieur d’Essé, al mando de 6000 hombres, con el objetivo de apoyar al regente Arran. Al otro lado de la frontera, el ejército inglés contaba con un contingente similar compuesto en su mayor parte por ingleses y alemanes, además de medio millar de mercenarios italianos y españoles.

A primeros de julio de 1548 D’Essé se dirigió al Parlamento escocés en Haddington, ante el cual propuso fundamentalmente la boda de Mary con el Delfín y la aceptación de D’Oysel como Embajador francés en Escocia. Ambas propuestas fueron aceptadas por unanimidad.

Haddington fue tomada por los ingleses y sometida posteriormente a un asedio por el ejército francés que terminó con la victoria de Paul de la Barthe, sieur de Thermes, el sucesor de D’Essé. El 19 de septiembre de 1549 los ingleses abandonaban la ciudad. El Sangriento Cortejo tocaba a su fin.

En marzo de 1550 se firmó el Tratado de Boulogne entre Francia e Inglaterra, al que se unió Escocia en junio del año siguiente. Entre las condiciones del acuerdo figuraba la entrega mutua de rehenes y un intercambio de prisioneros, seis por cada parte, entre los que figuraban algunos de los principales caballeros de ambos bandos, como el Marqués de Mayenne, hermano de Marie de Guise o el Conde de Hertford, Edward Seymour.

Enrique II de Francia organizó una entrada triunfal en Rouen en la que Marie de Guise, siendo la principal invitada, aprovechó los buenos vientos para pedir al monarca francés que le ayudara a arrebatar la regencia a James Hamilton, Conde –Earl- de Arran, cuyo poder temía ver aumentado con el éxito, habida cuenta de que aquel se encontraba bien situado en la línea de sucesión escocesa. Las celebraciones por la paz, también ofrecieron a Marie la oportunidad de pasar varios días con aquella hija por cuyo futuro tanto había luchado. Nunca más volverían a verse.

En octubre de 1551, tras la firma del Tratado de Norham, que terminaba específicamente con las hostilidades entre Inglaterra y Escocia, Marie de Guise ya era bienvenida en Inglaterra, por lo que desde Porthsmouth se dirigió a Londres para entrevistarse con Eduardo VI.

En Julio 1553 moría Eduardo VI y le sucedía la católica María Tudor, con el breve, brevísimo interregno de Jane Grey –del 10 al 19 de julio de 1553-; nueve días que condujeron a la la ejecución de la jovencísima reina, seguramente elevada al trono sin otra voluntad que la de los lores anglicanos, a pesar de que ocupaba el cuarto puesto en la línea de sucesión. Se trató de un intento por evitar el acceso al trono de la católica María Tudor quien, presumiblemente echaría por tierra las reformas llevadas a cabo, tanto por Enrique VIII, como por Eduardo VI. 

Todos los instigadores de la coronación de Jane fueron ejecutados o desterrados y María Tudor, finalmente  coronada en la Abadía de Westminster el 1 de octubre de aquel mismo año.

María Tudor, que ya se había hecho a la idea de pemanecer soltera –tenía 37 años-, tuvo que pensar entonces en el matrimonio y aceptó la propuesta táctica de Carlos V, su primo, –recordemos que la madre de María Tudor, Catalina, y la de Carlos, Juana, eran hermanas-, de casarse con su hijo Felipe, del que, al parecer, María se enamoró al contemplar su retrato hecho por Tiziano, que hoy se muestra en el Museo del Prado. A pesar de que tal boda no fue bien acogida, ni en España ni en Inglaterra, se celebró, finalmente, el 25 de julio de 1544 en la catedral e Winchester, exactamente dos días después de que Felipe y María se vieran las caras por primera vez.


Fue un matrimonio breve y desgraciado, sobre todo para María, que evidentemente estaba muy enamorada, pero también para Felipe, a causa de las múltiples restricciones a las que hubo de someterse por exigencia del parlamento; por obediencia a su padre, primero y, por la falta de descendencia, después. Felipe se encontraba en Bruselas cuando María falleció el 17 de noviembre de 1558, a los 42 años: Tal como había sido acordado, Felipe II hubo de abandonar el trono y la Isla, sobre los que nunca tuvo el menor derecho.


Cuando se llevó a cabo el entierro de María en Westminster, Elizabeth I, la hija de Ana Bolena, ya había sido coronada reina de Inglaterra. Felipe II inició conversaciones por medio de su embajador, con el objetivo de un posible matrimonio con ella, hacia la que siempre había mostrado claras simpatías, pero Elizabeth rechazó diplomáticamente la oferta, alegando la insalvable divergencia entre su credo y el de su pretendiente, algo que –sorprendentemente- en aquellos momentos no parecía importar demasiado a Felipe II; quien, de hecho, profesó siempre un extraño afecto hacía aquella mujer, hasta que treinta años después, se planteó invadir su territorio por medio de una Gran Armada.


Más o menos durante el período que duró el reinado y el matrimonio de Felipe y María, en Escocia cambiaron las cosas. En abril de 1554, Arran dejaba por fin la regencia en manos de Marie de Guise, a cambio de una cuantiosa pensión y la promesa de que se respetaría su turno en la línea sucesoria escocesa. Tres años después, Escocia declaraba oficialmente su ruptura con la Iglesia Católica.


El 24 de abril de 1558, Mary Stuart y el Delfín François se casaron en la iglesia de Nôtre Dame, en París. Una cláusula secreta del acuerdo matrimonial, especificaba que Escocia pasaría al poder de Francia a la muerte de Mary, lo que provocó que unos meses después, Arran, considerándose traicionado por Marie de Guise, abandonara el catolicismo para unirse a los llamados Lores de la Congregación.     



<François II & Mary Stuart>

Una nueva alternativa de fuerzas se produjo entre tanto, por la firma de un Tratado que presumiblemente devolvería la paz a Europa, el de Câteau Cambrésis, entre Inglaterra, Francia y España. En su cumplimiento, Felipe II se casaba de nuevo, ahora con Isabel de Valois, la hija mayor de Catalina de Médicis, hermana del Delfín François; a la vez, cuñada y compañera de estudios y juegos de Mary Stuart.

Sin embargo, aquella especie de nueva era, pareció tomar un mal cariz, cuando en uno de los torneos que se llevaron a cabo para celebrar el Tratado, Enrique II de Francia resultó herido de muerte por la lanza de un caballero escocés.

Aquella muerte inesperada supuso la coronación anticipada de François y Mary y el envío inmediato de tropas francesas a Escocia, en apoyo de Marie de Guise, quien, en aquel momento, peleaba contra Arran y los lores protestantes a los que este se había unido. Aquel apoyo francés provocó la reacción de Elizabeth I, quien se apresuró a firmar el Tratado de Berwick en febrero de 1560, por el cual se comprometía a sostener la rebelión de los escoceses contra la regente Guise y sus tropas francesas. En Marzo empezó el asedio de Leith, residencia habitual de la Regente, que se vio obligada a refugiarse en el castillo de Edimburgo, donde falleció finalmente, el once de junio, poco antes de que Inglaterra y Francia se comprometieran finalmente a retirar sus tropas de Escocia, en cumplimiento del Tratado de Edimburgo, firmado el seis de julio siguiente.


Si hay una constante en la vida de Mary Stuart, es sin duda, el infortunio que la acompañó desde su triste nacimiento, a la hora en que su padre agonizaba, y que nunca volvió a apartarse de su lado; apenas habían transcurrido seis meses desde la desaparición de su madre, cuando la muerte le arrebató también a su jovencísimo esposo, dando un giro radical a una vida que se se había esperado larga y feliz en el reino y trono de Francia.


François y Mary, reyes de Francia>


Viuda a los diecisiete años y no muy apreciada por su suegra, Catalina de Médicis, Mary se vió forzada a abandonar la corte de París para embarcarse en Calais, en compañía de unos pocos amigos y, por supuesto, de las Cuatro Marías

En su calidad de reina de Escocia, el 19 de agosto de 1561 llegaba al Puerto de Leith donde esperaba ser recibida con muestras de alegría, algo que no ocurrió; de hecho, se vio obligada a esperar más de una hora a la escolta que debía conducirla al Palacio de Holyrood, donde comenzaría su nuevo reinado.
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sábado, 7 de abril de 2012

RICARDO CORAZÓN DE LEÓN. PLANTAGENET III

RICHARD COEUR DE LION. PLANTAGENET III

Richard, el cuarto hijo de Henry II y Alienor de Aquitania. Nació el 8 de septiembre de 1157 en el palacio de Beaumont, en Oxford, del que hoy no quedan sino algunas reminiscencias simbólicas.


El Palacio de Beaumont ayer y hoy.

Cuando Alienor se separó de Enrique, llevó a Richard consigo a Poitiers, donde este se educó desde los diez años, entre trovadores, torneos y practicantes del amor cortés; un mundo muy diferente del paterno, del cual se fue distanciando gradualmente.

Así, cuando Ricardo recibió los títulos de Duque de Aquitania y Conde de Poitiers, ya había tomado partido por su madre, con cuyo apoyo y uniéndose con sus hermanos, Enrique el Joven y Godofredo así como con Philip Auguste, el hijo del rey de Francia –ex marido de su madre– además de la tercera esposa de este, Adèle de Champagne, se sublevó contra su padre, quien se impuso a los tres juntos y además encerró a su esposa por traición.

Tras este primer fracaso, Ricardo combatió sucesivamente en Aquitania y Angulema contra los señores feudales que le disputaban sus derechos. En el transcurso de aquellos enfrentamientos sembró el terror actuando con una crueldad considerada excesiva ya en su época. Fue acusado de crímenes y violaciones, a pesar de lo cual, o tal vez por eso, se sintió fuerte para volver y, con la ayuda de su padre, cosechó algunas victorias frente a los señores, lo que no le impidió, poco después, rebelarse de nuevo contra Enrique, cuando este le ordenó que rindiera homenaje a su hermano El Joven Rey.

En 1183, Enrique El Joven, su hermano Geoffrey y los vasallos de Ricardo, cuya derrota no les había hecho renunciar a sus reivindicaciones, intentaron invadir Aquitania, pero todos juntos hubieron de retroceder ante el huracán Richard, quien, acto seguido hizo ejecutar sin piedad a todos los prisioneros de la jornada.

En 1187 Richard, aliado de nuevo con Philip Auguste, fingió desear conversaciones de paz para aproximarse a su padre, pero aprovechando la tregua, se apropió de gran parte del tesoro real. En desquite, Enrique se propuso desposeerle de Aquitania y entregársela al hermano menor, Juan, lo que provocó una decisión definitiva en Richard: coronarse rey de Inglaterra, a cuyo efecto, y con la ayuda de su incidental aliado francés, derrotó, como sabemos, a Enrique II, quien murió en Chinón maldiciendo a la vida y a toda su descendencia.

Ricardo fue coronado en Westminster el tres de septiembre de 1189. Prohibió que asistieran a la ceremonia sus súbditos judíos y las mujeres, en este último caso, alegando que no era un hombre común, sino un Cruzado, condición que suponía un veto a la presencia femenina. La exclusión de los judíos fue interpretada como una invitación a actuar contra ellos, lo que, en el fervor de la Cruzada que ya se preparaba, desembocó en matanzas y saqueos que finalmente hubo de condenar el nuevo rey, castigando a los responsables. Cierto es también que Ricardo contaba con el hecho de que, precisamente aquellos súbditos judíos, a quienes estaba prohibido invertir en Inglaterra, se habían comprometido, sin embargo, a financiar en buena parte la Cruzada.

A Ricardo no le interesaba nada de Inglaterra; de hecho, sólo estuvo allí en dos ocasiones, ambas para ser coronado. Nunca hablaba en inglés, por lo que se supone que, en realidad, no sabía hacerlo y continuamente se quejaba de la lluvia y el frío de aquella tierra. Ello no obstante, la Isla era una buena fuente de recursos que él no dudaba en sacar del reino, bien para guerrear en sus dominios de Francia, bien para la Cruzada, pero lo más importante, el verdadero valor de aquel reino, era el hecho de que la posesión de su corona habilitaba a Ricardo para poder tratar a otros reyes en términos de igualdad.

Jerusalén, sitiada por Saladino el 20 de septiembre de 1187, cayó en sus manos el 2 de octubre del mismo año; la Tercera Cruzada se organizó para recuperarla. Ricardo y Felipe Augusto acordaron acudir juntos a la Ciudad Santa. Los cronistas hacen notar que no lo hicieron tanto como buenos amigos, sino como buenos enemigos, ya que el hecho de ausentarse simultáneamente, impediría que cualquiera de ellos aprovechara para intentar invadir los territorios del otro.

Ricardo nombró regentes a Hugh de Puiset, obispo de Durham, y canciller a Guillermo Longchamp. Su hermano Juan se opuso, como iba siendo su costumbre, y se dedicó a conjurar contra el Canciller durante la ausencia de Richard.


Por fin la expedición se ponía en marcha en el verano de 1190 cuando Jerusalén ya llevaba tres años en poder de Saladino. En septiembre Richard y Philip llegaban a Sicilia, cuyo rey, Guillermo II El Bueno había muerto recientemente. Hallaron que un primo del fallecido; Tancredo de Lecce, se había hecho coronar unos meses antes, privando de su herencia a la viuda de Guillermo, Juana de Inglaterra, –hermana menor de Richard–, a la que, además, arrojó a una mazmorra y, sobre todo, usurpó el derecho sucesorio de Constanza de Sicilia, tía del rey fallecido y, en la actualidad, casada con el Emperador Germánico Enrique VI.

Entre tanto, las ingentes tropas desembarcadas en Sicilia, provocaron una insurrección en Mesina que el propio Enrique se encargó de reprimir. Una vez ocupada, saqueada e incendiada la ciudad (04.09.1190) a principios de octubre, Ricardo se estableció allí mismo, y organizó una reunión con Felipe de Francia y el usurpador Tancredo de Lecce.

En cumplimiento de los acuerdos alcanzados, Juana Plantagenet recibiría su legado y sería liberada y entregada a su hermano; Richard y Philip reconocerían a Tancredo, (algo sorprendente, si no fuera, porque sabemos que este pagó mucho dinero por ello) y, por último, Ricardo designaría heredero a su sobrino Arturo, huérfano de Geoffrey –el hermano que había muerto en un torneo en París– y, más adelante, este Arturo debía casarse con una hija de Tancredo.

Una vez estampadas las firmas en aquel acuerdo que aseguraba la paz en Sicilia, pero que en realidad no hacía sino cambiar el emplazamiento de amistades y enemistades, Richard y Philip abandonaron Sicilia dejando atrás dos nuevos enemigos irreconciliables: Juan Sin Tierra –John Lackland– que con la designación de su sobrino Arturo veía esfumarse sus sueños de ser coronado algún día, y el Emperador Enrique VI, cuya esposa Constanza, quedaba despojada del reino de Sicilia, ahora ya no sólo por mano de Tancredo, sino también por la colaboración y las bendiciones de Richard y Philip.

Ni el asalto a Mesina, ni el acuerdo entre los tres firmantes del Tratado sobre el reino de Sicilia eran, evidentemente, el objetivo de la Cruzada, pero a estas alturas sabemos que nada de lo que hicieran los Plantagenet tenía que estar relacionado, ni con la lógica, ni con la ley, ni con la justicia divina, ni con cualquier otra cosa que no fuera la real voluntad de aquellos caballeros.

Al mismo tiempo que Ricardo parecía ponerse de acuerdo con Philip, entre él y su madre le preparaban una bonita sorpresa, que también afectaba a su padre el rey de Francia; la ruptura del compromiso matrimonial entre Ricardo y Alix o Aelis, otra hija de Luis VII de Francia y Constanza de Castilla, la hija e Alfonso VII.

Se dijo que, andando el tiempo, y como Alix se educaba en la corte de Enrique II, este la había convertido en su amante, con lo cual, además de ignorar todo principio que no se ajustara a su caprichosa voluntad, ofendería gravemente, a Richard, que era el prometido, y evidentemente, a Alienor, con quien todavía estaba casado. Lo cierto es que toda esta historia –cuya víctima es Alix, quien supuestamente engañaría a Ricardo con su suegro–, huele a manipulación de principio a fin, sobre todo, si se considera, por una parte, la especie de horror que Richard sentía hacia el matrimonio, quizás por un voto de castidad, quizás por misoginia y, por otra, el deseo de Enrique de concebir otro hijo para desheredar a los de Alienor.

En todo caso Alienor encontró una solución inmediatamente, a pesar de su edad –contaba entonces unos 68 años–, viajó a Navarra con objeto de pedir al rey Sancho VI la mano de su hija Berenguela para Richard. Con ello, no sólo casaría a su reacio vástago -algo que ella deseaba fervientemente-, sino que le proporcionaría un aliado inestimable más allá de la frontera sur de Aquitania.

Firmado el acuerdo, Leonor y Berenguela emprendieron viaje por tierra y por mar para encontrarse con Richard en Sicilia. Navegaron hasta Chipre, donde se celebró la boda, el 12 de Mayo de 1191, en Limassol, en la capilla de San Jorge. En el transcurso de aquellas fiestas, Richard se coronó rey de Sicilia.

El rechazo y abandono de su hermana Alix enfrió el proyecto de Philip de seguir compartiendo cruzada con Richard, de modo que empezó a pensar en abandonar, y volver a Francia cuanto antes, algo que no interesaba en absoluto a Richard, porque si el francés albergaba deseos de venganza, hallaría sus territorios desprotegidos.

Tras pasar el invierno en Sicilia, los dos monarcas zarparon hacia Tierra Santa; Philip el 30 de marzo y Richard, el 4 de Abril de 1191.

La flota francesa llegó a Tiro donde Philip fue recibido por su primo, Conrado de Montferrato, pero la de Ricardo se vio afectada por un terrible temporal que hizo naufragar algunas de sus naves y retroceder a otras; la que transportaba a Berenguela y Joana junto con el tesoro de Ricardo, fue a parar a manos del emperador de Chipre Isaac Ducas Comneno.

Ricardo volvió a Limassol (06.05.1191) y obligó a Isaac a entregar la nave, las señoras y el tesoro, así como un refuerzo extra de quinientos hombres para la Cruzada. Cuando Comneno volvió a Famagusta, creyéndose libre de la venganza, mandó decir a Richard que abandonara la isla y se olvidara de todos los acuerdos que había aceptado por la fuerza. No necesitó nada más el Corazón de León para apoderarse de la isla entera, en este caso, ayudado por su vasallo Guido de Lusignan, que era rey de Jerusalén.

Se cuenta que Ricardo había prometido a Isaac Comneno que nunca le pondría en hierros, como se decía en la época, así que, para no faltar a su palabra, le ató con una cadena de plata, mientras que una hija de Isaac fue enviada al hogar que ya compartían Berenguela y Juana.

El ataque a Chipre tampoco figuraba entre los objetivos de la Cruzada, ni la isla suponía una amenaza, pero una vez ocupada y puesta bajo el gobierno de Richard Camville, constituyó desde entonces una base de gran valor estratégico para la navegación.

Por cierto que, este Guido era viudo de Sibila de Jerusalén, hija de un hermano de Enrique II a quien Conrado de Monferrato, casado con una hermanastra de Sibila, Isabel de Jerusalén, le disputaba el derecho a la corona con el apoyo de Philip de Francia y Leopoldo V de Austria.

Guy de Lusignan propuso una alianza a Conrado de Montferrato que este rechazó, de modo que ambos se propusieron atacar Acre, pero cada uno por su cuenta. Lusignan contaba con la ayuda de Ricardo y Conrado con la de Philip. Leopoldo V el emperador se unió a ellos al mando de las tropas del fallecido Federico Barbarroja. El 8 de junio de 1191 llegó, efectivamente Ricardo. Acre cayó en sus manos el 12 de julio 1191.

Conrado de Montferrat pactó la rendición con Saladino e izó los pendones de los reyes en la ciudad, entre ellos, el de Leopoldo, entonces vasallo de Ricardo, quien consideró que aquel no tenía derecho a figurar en paridad con él y con Philip, así que ordenó a sus hombres que retiraran su pendón, que fue arrojado al foso. Ante la ofensa, Leopoldo abandonó la Cruzada. No tardaría mucho en seguirle Philip, alegando una enfermedad, pero en realidad, por haber sostenido una grave disputa con Richard acerca del reparto del botín.  Richard se quedó sólo.

Para entonces había hecho Ricardo cerca de tres mil prisioneros musulmanes por los cuales no pudo obtener rescate alguno, así que se convertían en una rémora a la que habría que mover y alimentar. Ricardo ordenó cortarles la cabeza a todos.

Camino de Jaffa, ya en septiembre atacó y tomó la ciudad de Arsuf derrotando a Saladino (07.09.1191).

Después reconoció a Conrado como rey de Jerusalén y compensó a Guido de Lusignan entregándole Chipre. Sorprendentemente, Conrado fue asesinado antes de su coronación (28.04.1192) y, acto seguido, Ricardo organizó la boda de la viuda, con su primo Enrique II de Champaña, actitud que levantó muchas sospechas sobre los métodos y la integridad del caballero Richard; dos meses después, Felipe y Leopoldo, hartos de la inseguridad que conllevaba su alianza, abandonaron la Cruzada definitivamente.

En consecuencia, Ricardo consideró que sus posibilidades reales de retener Jerusalén eran prácticamente nulas. Esto, unido a sus informaciones de que Felipe de Francia y Juan Sin Tierra preparaban algo contra sus territorios, le obligó a pensar en la retirada, a cuyo efecto llegó a un acuerdo con Saladino, (02.09.1192) por el que este último se comprometía a no molestar a los cristianos que acudieran a los Santos Lugares, y a guardar una tregua de tres años. En diciembre, Ricardo se embarcaba de vuelta a Inglaterra.

Un fuerte temporal obligó a su flota a buscar refugio en Corfú, isla del emperador bizantino Isaac II Ángelo, que mostró su absoluto desacuerdo por la caida de Chipre en manos de Ricardo, quien abandonó la isla casi inmediatamente, para volver a encallar, en esta ocasión en la costa de Aquilea –en las proximidades de Venecia, hoy entre Austria y Eslovenia–. A partir de entonces optó por seguir camino por tierra aunque tuviera que atravesar una parte de Europa sólo habitada por enemigos. El hecho de ir convenientemente disfrazado de peregrino pobre no le libró de ser reconocido, cayendo,  ya cerca de Viena, en manos, precisamente, del ofendido Leopoldo V de Austria, quien le acusó de haber ordenado la muerte de Conrado de Montferrat, le hizo prisionero y en calidad de tal se lo entregó al emperador Enrique VI de Alemania, que lo encerró en secreto en el castillo de Dürnstein.


Ruinas del Castillo en Dürnstein.

Durante su obligada inactividad, Ricardo tuvo tiempo para desarrollar su arte poética; de ello es muestra su poema Ja nus hons pris –que comentaremos más tarde–, en el cual reprocha a sus pretendidos amigos la falta de interés por reunir el dinero exigido por su rescate. Lo cierto es que para entonces tenía pocos amigos, aunque siempre pudo contar con la inestimable, incondicional y valiosísima ayuda de su madre; se dice que Alienor tuvo que superar la cifra que Juan Sin Tierra y Felipe de Francia ofrecieron a Leopoldo.

Existe una tradición que podríamos calificar de romántica, según la cual el trovador Blondel fue quien descubrió la prisión de Enrique, alertando a la reina y los regentes para que acudiesen en su auxilio; también hablaremos de esto. En todo caso, parece ser que, sin esperar a la percepción total del rescate, Leopoldo dejó libre a Ricardo el día 4 de febrero de 1194 y que, en cuanto recibió la noticia, Felipe de Francia envió un singular mensaje a Juan sin Tierra: Look to yourself, the devil is loosed. –Ten cuidado; el diablo está suelto–.

El diablo Coeur de Lion fue de nuevo coronado, esta vez junto a su esposa, en la catedral de Winchester.

Château-Gaillard.

Más adelante, perdonó a Juan; nombró heredero a Arturo y rechazó varios ataques de Philip –Frétéval y Gisors–, así como el que el francés llevó a cabo contra su fortaleza favorita, el Château-Gaillard –The Saucy Castle– en Normandía.


En marzo de 1199 y, en plena cuaresma –época durante la cual la iglesia aconsejaba evitar la guerra–, Ricardo acudió al Lemosín con objeto de aplastar la rebeldía de uno de sus vasallos. Al parecer, cuando inspeccionaba  el castillo de Chalus-Chabrol  se detuvo a observar a un muchacho que lanzaba dardos desde un torre y se defendía de ellos con una sartén. Al parecer, esto divirtió al rey, quien, sin escudo ni armadura, observaba entre risas al francotirador, cuando inesperadamente, una flecha fue a acertar en su hombro izquierdo, muy cerca del cuello. Sea como fuere, aunque se achaca a la falta de habilidad de su médico, la herida empeoró paulatinamente, hasta poner a Ricardo a las puertas de la muerte.

Una vez descubierto, el autor del disparo fue conducido a la tienda real, donde, al parecer, Ricardo mostró, por una vez, que conocía la virtud de la clemencia, concediendo al tirador, no sólo el perdón –sigue vivo y contempla la luz del día, parece ser que le dijo–, sino que también le dio algún dinero para que pudiera hacerlo. Richard pensaba entonces en salvar su alma. No así sus hombres, quienes apenas el rey cerró los ojos por última vez, procedieron a torturar al muchacho antes de ahorcarlo.

Richard Coeur de Lion murió el 6 de abril de 1199, se dice que en brazos de su madre, dejando ordenado que su corazón fuera enterrado en la catedral de Ruán y su cuerpo en la Abadía de Fontevraud.

RICARDO CORAZÓN DE LEÓN: En general se le consideró mal marido, mal hermano, mal hijo y mal rey, pero extraordinario soldado. Así es.


El túmulo de Richard ocupa el ángulo inferior derecho, a los pies del de su padre, en Fontevraud.