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7. Duranty, 9. Champfleury, y 10. Baudelaire. Escritores.
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7- Edmond Duranty.
Marcellin Desboutin, Retrato de Edmond Duranty (c. 1876),
Fitzwilliam Museum, Cambridge.
Edmond Duranty, París, 1833 – 1880. Novelista y Crítico de Arte.
Hijo de Louis-Edmond Anthoine, auditor del Consejo de Estado, inspector de una conocida compañía de seguros y Magistrado, y de Émilie Hémart, que aparecía como Émilie Duranty en su registro de nacimiento, a pesar de lo cual, sus amigos lo consideraban hijo de Prosper Mérimée, probablemente, sin base alguna, si bien, por el mismo registro, se supo que su madre había tenido anteriormente -1825- un hijo natural, llamado Félix-Joseph Lacoste, aunque no con Merimée, sino con Joseph Bonaparte, el hermano mayor de Napoleón I.
Como crítico de arte, Duranty fue defensor de los movimientos más innovadores, como el realismo literario y el impresionismo pictórico Su obra de crítica artística más recordada es La Nouvelle peinture -La nueva pintura, de 1876, que escribió con ocasión de las exposiciones del grupo impresionista, en la cual, Duranty, precisamente, no emplea el término “impresionismo”, que ya había popularizado la prensa –si bien, con un significado satírico y despectivo, según el cual, “impresión” sería casi un equivalente de “susto”, referido a la negativa “impresión” que produjo aquella pintura en un crítico-; Duranty empleó la expresión “nueva pintura”, para referirse a las innovaciones técnicas y temáticas de los jóvenes pintores que, con mayor o menor convicción, se adhirieron al grupo que abanderó la novedad artística.
En todo caso, las preferencias de Duranty se inclinaban más a favor de las obras de Edgar Degas y Gustave Caillebotte, que a las de los paisajistas, como serían, por ejemplo, Claude Monet y Camille Pissarro.
Degas
Caillebotte
Monet
Pissarro
Duranty es, por supuesto, otro de los presentes en el Homenaje a Delacroix, de Henri Fantin-Latour.
En su faceta literaria, Duranty fue un gran defensor del realismo y una de sus novelas que alcanzaron mayor éxito, fue la titulada, Le Malheur d'Henriette Gérard – La Desgracia de Henriette Gérard, de 1858.
En noviembre de 1856 fundó, junto con Jules Champfleury -también en el Homenaje-, la revista Réalisme, de la que llegaron a publicarse seis números, hasta mayo del año siguiente. Se trataba, como escribió el crítico Félix Fénéon, de “un periódico, más o menos mensual, con 16 páginas muy compactas en cuarto, dedicada en exclusiva a la crítica literaria”, que apoyaba los movimientos realista e impresionista.
En 1861 recibió permiso para llevar a cabo su proyecto de crear un teatro de marionetas -que se proponía como permanente-, en el Jardín de las Tullerías. Fue Courbet quien, no solo se hizo cargo de los decorados, sino que, además, compuso veinticuatro obras - que dedicó a George Sand-, para ser allí representadas, con los famosos personajes, Polichinela, Pierrot y Arlequín, pero, la mala fortuna, o la falta de previsión, terminaron con aquel proyecto cuando, en 1870, todas sus marionetas fueron confiscadas, a causa de las denuncias de diversos acreedores; no hubo más representaciones en el Guiñol de las Tullerías, a pesar de la gran celebridad que había alcanzado.
Solo diez años después -Duranty contaba entonces, 47-, sus amigos recibieron una dolorosa e inesperada invitación:
“Se ruega su asistencia al Cortejo, Servicio y Entierro del Sr. Edmond Duranty, hombre de letras, fallecido el 9 de abril de 1880, a los 47 años, en la casa Dubois, que se celebrarán el martes, 13 de los corrientes, exactamente, a las cuatro horas, en la iglesia de Saint-Laurent. Nos reuniremos en el hospital del faubourg Saint-Denis. ¡De profundis! De parte de todos sus amigos y de la Societé des Gens de Lettres.”
Trece personas entristecidas y solitarias, formaron el pequeño cortejo fúnebre del amigo, que había muerto prácticamente en la miseria; entre ellos Paul Alexis, escritor, periodista, amigo y biógrafo de Émile Zola; Albert Bartholomé, pintor y escultor; Henry Céard, escritor, amigo de Zola, hasta que estalló el “Affaire Dreyfus”; Edgar Degas, Joris-Karl Huysmans, escritor, cargado de pesimismo, autor de À rebours/A contrapelo; Édouard Manet, Camille Pisarro, Jean-François Raffaëlly, el doctor Thulié y Émile Zola, su ejecutor testamentario, que declaró sobre su amigo:
"Lo conocimos bien, dijo, luchando con gran ánimo contra una de las miserias literarias más injustas e implacables que he conocido, pero no hay nadie entre nosotros que haya recibido sus confidencias y que pudiera escribir algún día su biografía completa. Todo su pasado, toda su juventud, es como un libro cerrado para siempre”.
Paul Alexis lisant à Émile Zola, (Alexis leyendo para Zola) par Paul Cézanne. (Sao Paulo. Museo de Arte).
Duranty fue inhumado en el cementerio de Saint-Ouen, pero transferido posteriormente -el 16 de diciembre de 1885-, al Père-Lachaise de París.
Su obra literaria se publicó el mismo año de su muerte, reunida bajo el título, Théâtre des marionnettes. Répertoire Guignol du XIXe siècle recueilli par Duranty - Teatro de marionetas. Repertorio de guiñol del siglo XIX reunido por Duranty.
Jean Paulhan (1884-1968), escritor y crítico, director de la Nouvelle Revue Française, que le consideraba como un "héroe de novela", dijo: “No he conocido a ningún escritor más autónomo, más estricto y más digno de servir de ejemplo.”
Edmond Duranty, 1879. Obra Edgard Degas. Burrell Collection, Glasgow, Escocia.
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9- Champfleury
Champfleury. Fotografía de Nadar.
Jules François Félix Husson, o Jules Champfleury. Laon, 1821-Sèvres, 1889.
En esta ocasión se trata también de un escritor, amigo de Baudelaire, Banville, Courbet y Nadar, y partidario declarado del realismo artístico. Como crítico de arte, revalorizó la obra de los hermanos Le Nain; Antoine Le Nain (1599-1648), Louis Le Nain (1601-1648), y Mathieu Le Nain (1607-1677), que compartían lugar de nacimiento con Champfleury y cuya obra es, a veces, difícil de atribuir a uno u otro de los tres.
Fue autor de relatos, como Los excéntricos (1852), y novelas, como Los burgueses de Molinchart (1854), además de todo un “tratado” sobre gatos, Les Chats; sus costumbres y las de sus dueños, algunos de ellos, tan famosos, como, por ejemplo, el cardenal Richelieu. Además, era periodista, crítico de arte y dramaturgo.
Buen amigo de Víctor Hugo y de Gustave Flaubert, se atrajo la hostilidad de los observadores hermanos Goncourt, por haber menospreciado su “manierismo”, y estos se “vengaron”, como solían, criticando su ortografía y su “falta de estilo”, además de caricaturizarlo en su novela Charles Demailly, sobre los intelectuales de su época.
Procedía de una familia de comerciantes de la pequeña burguesía que progresó durante la Restauración, siendo un estudiante poco destacado en el colegio de Laón, al que asistió entre 1830 y 1834. Consideraba las asignaturas regladas poco eficaces, por lo que prefirió forjar su propia cultura en las fuentes de la Ilustración, leyendo muchos libros y mucha prensa.
Y, con aquella formación autodidacta, empezó a publicar, en 1845 novelas de carácter irónico, como Chien-Caillou, Pauvre Trompette, o Feu Miette, que eran casi caricaturas, pero que fueron, no obstante, alabadas por Víctor Hugo y por Courbet, que definieron a Champfleury como “realista”.
Como tantos otros jóvenes de su medio ambiente y su época, se fue a vivir a París a los 17 años y empezó a frecuentar los círculos artísticos, si bien tuvo que abandonarlos pronto, reclamado por su padre, que había comprado el periódico Journal de l’Aisne y necesitaba de su concurso, de modo que, no pudo volver a París hasta la primavera de 1843 -cinco años después-, para establecerse allí definitivamente.
Trabajó con empeño para hacerse un sitio en el terreno literario, creando, él sólo, una red de colaboradores que resultaron muy fructíferos, logrando con la publicación de sus artículos, principalmente, para el Journal d’Aisne, -que para entonces, dirigía su hermano Édouard-, unos ingresos que permitirían su propio desarrollo y reconocimiento artístico.
Se casó, en 1867 con Élisabeth Victoire Pierret, ahijada de Eugène Delacroix y el año siguiente nació su hijo Édouard, seguido, en el 69 por una hija, Marie.
A causa de su nombramiento de Director de las Manufacturas de Porcelana, la familia se instaló en Sèvres, donde, en 1874, ocurrió una terrible tragedia; “su hijo prendió fuego en el vestido de su hermana, que murió dos días después. Su mujer nunca se repuso del cruel golpe y murió a los dos años, cuando tenía 41. El hijo pasó el resto de su vida en el asilo de Clermont.” (Le Violon de Faïence, Champlfleury, ed. Droz, 1985).
Le Violon de Faïence - El Violín de porcelana. Gallica, BNF.
La amistad con Courbet influyó en su interés por la cultura popular y la formulación de sus teorías realistas, pues la obra de Courbet, presentaba, en su opinión, los rasgos del arte popular; un método fundado en la observación de la realidad, en sus detalles más modestos; la elección de temas humildes y populares; la sencillez y la sinceridad de un estilo, que no pretendía ocultar la realidad bajo la apariencia de la idea.
Cofundador de la revista El Realismo, con la ayuda de Duranty y otros, publicó un manifiesto a favor del “arte verdad”, tanto en el plano literario como en el artístico. Sus artículos de prensa, por otra parte, muestran claramente su admiración por Balzac.
Sin abandonar su trabajo literario, Champfleury se especializó en el arte del barro esmaltado y pronto se convirtió en una autoridad en la materia. En 1872, fue nombrado, como se ha dicho, director de las Colecciones de Manufacturas de Sevres, cargo al que siguió, en 1976, el de Conservador del Museo y las Colecciones de la Manufactura, para ser, finalmente, sub-aministrador, en 1877, puesto que ocupó el resto de su vida. Se convirtió en un gran coleccionista, hasta tal punto que él mismo ironizó sobre su “manía” en la citada novela autobiográfica, Le Violon de Faïence.
Con todo, su mejor éxito literario sigue siendo Les Chats: histoire, mœurs, anecdotes – Los Gatos: historia, costumbres, anécdotas, publicado por el editor Jules Rothschild en 1869 e ilustrado con grabados, entre otros, de Delacroix, Viollet-le-Duc, Mérimée, Prisse d'Avesnes, Manet, Gottfried Mind, Edmond Morin, Kreutzberger, Ribot y Hokusai. Al ser, además de interesante, relativamente barato, —5 francos—, el libro tuvo un éxito inmediato y se convirtió en un clásico, aunque hoy ya es una rareza.
Se trata de una especie de enciclopedia de los gatos, que examina su lugar en la historia y la literatura; combate los prejuicios contra ellos, y rinde homenaje a los grandes hombres que los amaron, describiendo sus comportamientos a través de numerosas y atentas observaciones y divertidas anécdotas.
La colaboración de sus amigos más prestigiosos, como Manet, Delacroix y Violet-le-Duc, dotaron la obra de un encanto y un valor único.
Champfleury grabó las ilustraciones como la inspirada en Goya, destinada al compendio, Sonnets et eaux-fortes-Sonetos y Aguafuertes, publicado en 1868.
Sonnets et Eaux-Fortes
«Fleur exotique», aguafuerte de Édouard Manet; una de las planchas más buscadas.
También realizó cuatro planchas para Le Corbeau de Edgar Allan Poe, y otras cuatro, sobre madera, para L'Après-midi d'un faune, de Mallarmé, en 1876.
Champfleury fue retratado por Courbet, fotografiado por Nadar y Charles Gallot, y fue, asimismo, objeto de numerosas caricaturas.
Gustave Courbet (1819-1877) Retrato de Champfleury, 1855. Óleo sobre papel encolado sobre lienzo. 46 x 38 cm. París, Museo de Orsay. Donación de los herederos Champfleury, 1891. Orsay, París.
Murió de gripe, el 6 de diciembre de 1889, a los 68 años.
Entre 1890 y 1891 se liquidaron sus colecciones de cerámica, pintura, grabados y libros.
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10. Charles Baudelaire
Charles Baudelaire
Charles Pierre Baudelaire. París, 9 de abril de 1821-31 de agosto de 1867.
Es el último, -por su colocación, no por su interés-, de los personajes del Homenaje a Delacroix, de Henri Fantin-Latour, de 1864 y el que, por tanto, cierra la descripción detallada del mismo.
Fue, sobre todo, poeta, pero también ensayista, crítico de arte y traductor. Paul Verlaine lo incluyó entre los llamados Poetas Malditos en la Francia literaria del siglo XIX, considerando su vida bohemia y de excesos, además de la visión del mal que ofrece su obra.
Barbey d'Aurevilly, periodista y escritor, lo definió como “el Dante de una época decadente”, y, de hecho, fue el poeta más impactante del simbolismo. Personalmente, consideraba que, Théophile Gautier, Joseph de Maistre y, sobre todo, Edgar Allan Poe -a quien tradujo extensamente-, le habían enseñado a pensar, es decir, que podemos considerarlos como sus progenitores intelectuales.
Théophile Gautier, por Auguste de Châtillon, 1838. Carnavalet. París.- Joseph de Maistre, litografía de una pintura de Pierre Bouillon. (Del libro de Maistre, Les soirées de Saint-Pétersbourg… 1821).- Charles Baudelaire.
Su padre, Joseph-François Baudelaire -antiguo seminarista, preceptor y profesor de dibujo; pintor y funcionario jefe del Despacho de la Cámara de los Pares-, fue quien le enseñó las primeras letras, a pesar de que, cuando Charles nació, ya tenía sesenta y dos años, y otro hijo, Claude Alphonse, de su primer matrimonio. Su madre, Caroline Dufaÿs, que no llegaba a los treinta años al nacer Baudelaire, era hija de franceses emigrados a Londres durante la revolución de 1793, por lo que también le enseñó inglés.
Fue criado por una sirvienta de la familia, llamada Mariette, de la que se sabe muy poco, pero cuya influencia parece evidente, fue la que ofreció al pequeño Charles un afecto realmente maternal. Baudelaire la recuerda en un poema de Las flores del mal: La servante au grand cœur dont vous étiez jalouse – La sirvienta de gran corazón de la que estabas celosa.
A la sirvienta de gran corazón de la que estabas celosa. /La que duerme su sueño bajo un humilde césped./Tendríamos que llevarle flores./Los muertos, los pobres muertos, sufren enorme dolor,/y cuando octubre sopla, deshojando los viejos árboles,/con su melancólico viento, sobre sus mármoles,/sin duda piensan que los vivos son ingratos,/durmiendo, como duermen, cálidamente, entre sábanas,/mientras ellos, devorados por negras reflexiones,/solos en su lecho, sin buenas conversaciones,/viejos esqueletos helados, gastados,/sienten caer las nieves invernales/viendo pasar el siglo, sin que amigos ni familia,/cambien las cintas gastadas que cuelgan de su reja.
Cuando los troncos silban y cantan, si una noche/tranquila, la viera sentarse en el sillón,/si en una noche azul y fría de diciembre,/la encontrara esperando en la esquina de mi cuarto,/serena, volviendo del fondo de su eterno lecho,/a cuidar al niño crecido, con su mirada maternal,/¿Qué podría yo decir a esa alma piadosa,/viendo caer las lágrimas de sus párpados vacíos?
Su padre falleció en 1827, cuando Charles tenía apenas cinco años, dejando una pequeña herencia, y Caroline, su madre, tras cambiar de localidad, se casó, veinte meses después, al parecer, por conveniencia, con Jacques Aupick, un vecino suyo de cuarenta años que sería general y comandante de la plaza fuerte de París. Se dice que pudieron ser amantes antes de aquella boda y parece seguro que Baudelaire sufrió un gran impacto emocional, al vivir aquella boda como un abandono por parte de su madre. De hecho, el poeta y el padrastro, no sólo no tuvieron nunca buenas relaciones, sino que Baudelaire lo odiaba.
Durante las jornadas revolucionarias de 1830, Aupick ascendió a teniente coronel, por la campaña de Argelia, y dos años después fue nombrado jefe del Estado Mayor, trasladándose con su familia a Lyon, donde vivieron cuatro años, durante los cuales Baudelaire estudió en el Collège Royal de Lyon, del que le poeta sólo conservó malos recuerdos, hasta el punto que decidió escapar de allí.
La madre, paulatinamente se fue adaptando a la personalidad de Aupick, volviéndose cada vez más rígida y puritana. En 1836, cuando el marido ascendió a general de Estado Mayor, la familia volvió a París, donde Baudelaire entró como interno en el Collège Louis-le-Grand; donde estudió dos años y medio, durante los cuales leyó a Sainte-Beuve, Chenier y Musset, a quien, posteriormente, criticaría. Finalmente, aunque obtuvo el título de Bachiller, fue expulsado del centro por una nimiedad, que, si bien suponía una actitud rebelde, mostraba, sobre todo, nobleza de carácter; algo que el director no supo discernir, ni valorar, enviando al padre del futuro poeta, una carta, de la que sigue el fragmento principal:
Señor, esta mañana, su hijo, requerido por el subdirector para que le entregara una nota que uno de sus compañeros acababa de pasarle, lo hizo pedazos y se lo tragó. Enviado a mi despacho, me dijo que prefería cualquier castigo, antes que revelar el secreto de su compañero; cuando le exigí que se explicara, incluso por el interés de su amigo, […] me respondió con burlas cuya impertinencia no debo soportar. Le devuelvo, pues, a este joven, que, estaba dotado de medios bastante notables, pero que lo ja echado todo a perder por una mala actitud, que el buen orden del Colegio ha tenido que soportar más de una vez. El Director, J. Pierot.
En 1840 Baudelaire se matriculó en la Facultad de Derecho y empezó a frecuentar a los jóvenes futuros literatos del Barrio Latino, haciendo nuevas amistades, como Gustav Levasseur; el escritor e historiador Ernest Prarond, el poeta, ensayista y traductor Gérard de Nerval; el crítico literario y escritor Sainte-Beuve; el pre-parnasiano poeta, crítico teatral y dramaturgo, Théodore de Banville y Balzac, intimando también con Louis Ménard, que, además de poeta, era químico.
Pero sus costumbres cambiaron radicalmente con respecto a la norma familiar, a causa de la vida nocturna y sus nefastos hábitos y se negó a seguir la carrera diplomática, razones que llevaron a su padrastro a alejarlo de aquel ambiente, y en 1841 le mandó que se presentara en Burdeos, donde debía embarcarse con destino a Calcuta, en un viaje que debía durar un año y medio. Sin embargo, cuando Baudelaire llegó a la isla Mauricio, vio y aprovechó la oportunidad de volver a Francia.
Fue entonces cuando escribió uno de sus poemas más famosos; “El Albatros”, un ave que suele seguir a las naves, cuyas características más esenciales, compara con las del poeta. Ave de gran belleza en vuelo “príncipe de las nubes”, la marinería se burla del albatros, porque una vez posado en tierra, carece de energía suficiente para remontar el vuelo con sus enormes alas.
L’Albatros – El Albatros
A veces, para divertirse, los marineros
atrapan albatros, anchos pájaros de los mares
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
La nave que se desliza sobre amargas profundidades.
Apenas los arrojan sobre la cubierta / Y estos reyes del azur, desgraciados y vergonzosos / Posan penosamente sus grandes alas blancas/ Como los remos que se arrastran a su lado.
El alado viajero, ¡qué inútil y débil! / El que antaño era tan hermoso ¡qué cómico y feo! / Uno le sujeta el pico malamente / Otro le imita, cojeando ¡al enfermo que antes volaba!
El Poeta se parece a este príncipe de las nubes / Que se enfrenta a la tormenta y se burla de los arqueros / Exiliado en el suelo entre las burlas, cuando / Sus alas de gigante le impiden caminar.
De nuevo en Francia, Baudelaire volvió a París, recuperó sus costumbres y amistades y, entre los círculos literarios y artísticos, llamó la atención de todos por su relación con Jeanne Duval, una bella y conocida joven mulata, que le inspiró algunos de sus más brillantes poemas, si bien en aquel momento, fueron tan controvertidos como la propia relación que el poeta nunca ocultó, sino todo lo contrario.
Jeanne Duval retratada por Baudelaire en 1850
Baudelaire se convirtió en un excelente crítico de arte, y en el Salón de 1846, en el que, precisamente, Delacroix, provocó numerosas reacciones, a favor y en contra, Baudelaire le mostró e hizo pública la sincera y sensible admiración que le provocaron, tanto la obra, como el artista.
SALÓN DE 1846: DELACROIX, Charles Baudelaire.
1822. Museo del Louvre
El romanticismo y el color me llevan directamente a Eugène Delacroix. Ignoro si él se siente orgulloso de su condición de romántico; pero ahí está su sitio porque desde hace tiempo, la mayoría del público, incluso antes de su primera obra, lo ha considerado capitán de la escuela moderna. Al adentrarme en esta parte mi corazón se carga de una alegría serena, y elijo a sabiendas mis plumas más nuevas, tan claro y límpido quiero ser, tan cómodo me siento abordando mi tema más querido y más simpático. Es preciso, para entender bien las conclusiones de este capítulo, que me remonte algo lejos en la historia de estos tiempos, y que someta a la mirada del público algunas piezas del juicio ya citadas por los críticos y los historiadores que me precedieron, pero necesarias para el conjunto de la demostración. Por lo demás, no dejarán de releer con vivo placer, los entusiastas puros de Eugène Delacroix un artículo del Constitutionnel de 1822, extraído del Salón del señor Thiers, periodista.
No hay cuadro, a mi entender, más revelador del porvenir de un gran pintor que el de Delacroix, representando a Dante y Virgilio en los infiernos.
Es sobre todo ahí donde se deja ver este haz de talento, este impulso de la superioridad naciente que da aliento a las esperanzas algo desanimadas por el mérito, en exceso moderado, de todo lo demás. Dante y Virgilio, conducidos por Caronte, cruzan el río infernal y se abren paso entre la muchedumbre que se agolpa alrededor de su barca para ocuparla. Dante, supuestamente vivo, tiene la espantosa tez de aquellos lugares; Virgilio, coronado por un oscuro laurel, tiene los colores de la muerte. Los desdichados, condenados a desear eternamente la orilla opuesta, se aferran a la barca: uno la agarra en vano y, derribado por desesperanza del infierno. En ese tema, tan cercano a la exageración, encontramos, sin embargo, un gusto riguroso, en cierto modo, una adecuación local, que realza el dibujo, al que jueces severos, pero poco entendidos en este caso, podrían reprochar falta de nobleza.
El pincel es generoso y firme, el color sencillo y vigoroso, aunque algo crudo. El autor tiene además de esa imaginación poética común tanto al pintor como al escritor, esa imaginación del arte, a la que podríamos llamar, en cierto modo, imaginación del dibujo, y que nada tiene que ver con la anterior. Planta sus figuras, las reagrupa y las doblega a su voluntad con el atrevimiento de Miguel Ángel y la fecundidad de Rubens. No sé qué recuerdo de los grandes artistas se apodera de mí ante el aspecto de este cuadro; reconozco esa fuerza salvaje, ardiente, pero natural, que cede sin esfuerzo a su propio impulso.
No creo equivocarme; al señor Delacroix le ha sido dado el genio; que avance con seguridad, que se entregue a los inmensos trabajos, condición indispensable del talento; y lo que debiera darle aún mayor confianza, es que la opinión aquí vertida sobre él es la de uno de los grandes maestros de la escuela.
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Géricault, por su parte, que había vuelto de Italia y del que se decía que había abandonado algunas de sus grandes cualidades, ante la visión de los grandes frescos romanos y florentinos, halagó tanto al nuevo pintor, aún tímido, que, éste casi quedó confundido. Fue, también, ante esta pintura, o algún tiempo después ante Los apestados de Quíos, cuando Gérard, exclamó: “Acaba de sernos revelado un pintor, ¡y es un hombre que anda por las plazas públicas!”
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Con frecuencia se ha comparado a Delacroix con Víctor Hugo. Se tenía al poeta romántico; hacía falta el pintor. Sin duda la comparación debió resultarle penosa a Delacroix, puede que a ambos; pues si mi definición del romanticismo (intimidad, espiritualidad, etc.) sitúa a Delacroix a la cabeza del romanticismo, excluye, naturalmente, al Sr. Víctor Hugo. El paralelismo ha quedado en el dominio banal de las ideas aceptadas, y esos dos prejuicios entorpecen todavía muchas cabezas débiles. Hay que acabar de una vez con todas esas necesidades de retórica. Ruego a todos aquellos que han sentido la necesidad de crear para uso propio una estética determinada, y de deducir las causas de los resultados, que comparen atentamente los productos de estos dos artistas.
El Sr. Víctor Hugo, del que ciertamente no quiero disminuir la nobleza y majestad, es un obrero más hábil que inventivo, un trabajador más correcto que creativo. Delacroix es torpe en ocasiones, pero esencialmente creativo. El Sr. Víctor Hugo deja ver en todos sus cuadros, líricos y dramáticos, un sistema de alineamiento y de contrastes uniformes. La misma excentricidad adquiere en él formas simétricas. Posee a fondo y emplea fríamente todos los tonos de la rima, todos los recursos de la antítesis, todas las trampas de la posición. Es un compositor de decadencia o de transición, que se sirve de sus herramientas con destreza verdaderamente admirable y curiosa. El Sr. Víctor Hugo era por naturaleza académico antes de haber nacido, y si nos encontráramos todavía en los tiempos de las maravillas fabulosas, creería con gusto que los leones verdes del Instituto, cuando él pasaba por delante del enojado santuario, le murmuraron frecuentemente en voz profética: “¡Tú serás de la Academia!”.
La justicia es más tardía para Delacroix. Sus obras son, por el contrario, poemas, grandes poemas ingenuamente concebidos, ejecutados con la acostumbrada insolencia del genio. En los del primero, no hay nada que adivinar; encuentra tanto placer en demostrar su habilidad, que no omite ni una brizna de hierba ni un reflejo de reverberación. El segundo abre en los suyos profundas avenidas a la más viajera de las imaginaciones. El primero goza de cierta tranquilidad, mejor dicho, de un cierto egoísmo de espectador, que hace planear sobre toda su poesía una cierta frialdad y moderación, que la pasión biliosa y tenaz del segundo, en conflicto con las paciencias del oficio, no siempre le permite conservar. Uno comienza por el detalle, otro por la inteligencia misma del tema; a eso se debe que este se quede en la piel y que el otro desgarre las entrañas. Demasiado material, demasiado atento a las superficies de la naturaleza, el Sr. Víctor Hugo se ha hecho un pintor en poesía; Delacroix, siempre respetuoso en su ideal, es a menudo, a su manera, un poeta en pintura.
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Baudelaire, fotografía de Nadar.
Buena muestra de su trabajo como crítico, son también las Curiosidades estéticas, una recopilación póstuma de sus apreciaciones acerca de los Salones, al igual que El arte romántico, de 1868, obra que reunió todos sus trabajos de crítica literaria.
A partir de 1853, Baudelaire quería reunir todos sus textos dedicados al arte en un volumen especial titulado Bric-à-brac esthétique. Estos artículos, que habían sido publicados en Le Figaro, la Revue française y Le Pays, entre 1845 y 1863, no fueron finalmente compilados hasta 1868 y publicados por la editorial Michel Lévy frères, como volumen II de las Obras completas de Baudelaire, solo unos meses después de su muerte. Las curiosidades estéticas son inseparables de otra colección de crítica de arte de Baudelaire, Romantic Art., que constituye el Volumen III de las Obras completas póstumas de 1868.
En literatura, los autores Hoffmann y Edgar Allan Poe, del que realizó numerosas traducciones, que siguen siendo canónicas en francés, alcanzaban, también, según el criterio de Baudelaire, esta síntesis vanguardista; la misma que persiguió él en La Fanfarlo de 1847, su única novela, y en algunos borradores de obras teatrales.
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Comprometido por su participación en la Revolución de 1848, la publicación de Las flores del mal, en 1857, acabó de desatar la violenta polémica gestada en torno a su persona. Los poemas fueron considerados como "ofensas a la moral pública y las buenas costumbres" y su autor, procesado. Ante tales acusaciones Baudelaire respondió:
Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias.
A pesar de todo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta, impidieron la reedición de la obra, en 1861. En la nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos nuevos. El mismo año de la publicación de Las flores del mal, emprendió la creación de los Pequeños poemas en prosa, publicados en versión íntegra en 1869.
Por entonces, también se publicaron Los Paraísos Artificiales (1858-1860), en los cuales se percibe claramente la influencia del inglés Thomas De Quincey.
A partir de 1864 Baudelaire vivió dos años en Bruselas, donde intentó ganarse la vida dando conferencias de arte, pero resultaron un fracaso, al igual que ocurrió con todo lo que intentó en aquellas tierras, lo que le llevó a escribir ¡Pobre Bélgica!
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La sífilis le causó una ligera parálisis en 1865, pero en marzo del año siguiente, tuvo síntomas de afasia y hemiplejia, que fueron empeorando hasta sus últimos días. En marzo de 1866, sufrió un ataque cuando se encontraba en la iglesia de Saint Loup, en Namur. Fue trasladado urgentemente por su madre a una clínica de París, donde permaneció sin habla, aunque lúcido, hasta su fallecimiento, que se produjo en agosto del año siguiente.
Fue enterrado en el Cementerio de Montparnasse, junto a la tumba de su padrastro.
Su Epistolario se publicó en 1872; los Journaux intimes – Diarios Íntimos, en 1909; y la primera edición de sus Obras Completas, apareció en 1939, pasando a ser considerado como el padre de la poesía moderna. Manet, como ya vimos, incluyó su imagen en su famosa pintura: Música en las Tullerías.
En noviembre de 1867, poco después de su muerte, se subastó toda su propiedad literaria. Entre sus documentos se encontraban las listas de sus Poèmes à faire – Poemas por hacer, relacionados con El spleen de París.
Baudelaire. Fotografía de Nadar. 1855
Su contemporáneo Barbey d'Aurevilly, escritor y crítico literario, uno de los primeros en apoyarlo, definió a Baudelaire como el Dante de una época decadente. Para algunos fue crítica y síntesis del Romanticismo; para otros, precursor del Simbolismo, aunque tal vez haya sido ambas cosas al mismo tiempo. También es considerado el padre del Decadentismo que aspiraba a épater la bourgeoisie -escandalizar a la burguesía-. En todo caso, los críticos coinciden en señalarlo como el autor que, de hecho, abrió el camino de la poesía moderna.
Su continuo ir y venir entre lo sublime y lo diabólico, lo elevado y lo grosero, el ideal y el aburrimiento angustioso, se corresponde con un espíritu nuevo, y lo convierte en precursor, en la percepción de la vida urbana. Sus correspondencias son audaces imágenes sensoriales representativas de la caótica vida espiritual del hombre en aquel momento.
El Simbolismo de Rimbaud, Verlaine y Mallarmé, es especialmente deudor de la profunda y lúcida concepción estética de Baudelaire. Fue de suma importancia para el desarrollo de la poesía en el siglo XX, junto con Arthur Rimbaud, el más célebre de los poetas "malditos", probablemente, el mejor heredero de Baudelaire. El propio Rimbaud fue uno de los primeros escritores que alabó públicamente al Baudelaire poeta, sólo cuatro años después de su muerte, lo definió como "Rey de los Poetas, verdadero Dios."
Baudelaire, 1844 par Émile Deroy.
A principios de los años veinte, varios autores de gran calidad, como Marcel Proust, Walter Benjamin y T. S. Eliot, retomaron el interés por Baudelaire publicando diversos análisis, estudios, ensayos y artículos. Eliot afirmaba que la poesía más relevante escrita en inglés durante los veinte años anteriores, había sido influida por Baudelaire y él mismo se definía como parte de su "progenie", de hecho, en uno de sus mejores poemas: Tierra baldía, cita en tres ocasiones Las flores del mal.
Su influencia –escribió André Breton en una de sus correspondencias-: "Con Le Spleen de París y con sus Oneirocrities, se inauguró el Surrealismo que, décadas después, volvió a despertar".
Igual que E. A. Poe, Baudelaire también llamó –paradójicamente-, al reaccionario tradicionalista Joseph de Maistre, su “maître à penser” – maestro de pensar, pues aseguraba que le había ''enseñado a pensar''. Significa esto, que el poeta adoptó una postura cada vez más aristocrática, y escribió en sus diarios: “No hay forma de gobierno racional y asegurado fuera de una aristocracia. Una monarquía o una república, basadas en la democracia, son igualmente absurdas y débiles. No hay sino tres cosas dignas de respeto: el cura, el guerrero y el poeta. Conocer, matar y crear. El resto de la humanidad puede ser tasada y usada como burro de carga, nacieron para lo estable, es decir, para practicar aquello que ellos llaman ''profesiones''. Declaraciones que hacen difícil recordar a aquel escolar idealista, capaz de recibir cualquier castigo antes que traicionar la confianza de un compañero.
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Dedicatoria autógrafa de “Les Fleurs Maladives”, a Théophile Gautier, el “Poeta impecable”.
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A pesar de que, en su día -1857-, Baudelaire se vio en la necesidad de dirigirse por escrito a la emperatriz Eugenia, para rogarle que interviniera a su favor en la multa impuesta por las Flores del Mal, que él no tenía medios para pagar, al final, fue completamente rehabilitado.
Se decidió, casi por unanimidad; sólo un voto en contra, pedir una revisión de Las Flores del Mal, aceptada el 31 de mayo de 1949, por la Corte de Casación, que concluyó:
“...los poemas objeto de la prevención no encierran ningún término obsceno, ni aún grosero, ni sobrepasan, en su forma expresiva, las libertades permitidas al artista; si ciertas pinturas pudieron, por su originalidad, alarmar a algunos espíritus de la época de la aparición de Las Flores del Mal, y aparecer ante los primeros jueces, como ofensivas para las buenas costumbres, se trata de una apreciación que no afecta a la interpretación realista de estos poemas, por lo que su sentido simbólico se revela como arbitrario y nunca ha sido ratificado, ni por la opinión pública, ni por el juicio de las letras”.
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A pesar de que casi se podría decir que Baudelaire vivía en los cafés, y que, de acuerdo con un amigo de su juventud, “componía en los cafés y en la calle”. llegó a vivir en 45 domicilios diferentes en París, pero es un hecho que le gustaba escribir, especialmente, en “La Rotonde”, un café del Barrio Latino, y en “La Closerie des Lilas”, en Montparnasse.
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