domingo, 28 de octubre de 2018

Garcilaso de la Vega III de III: La nefasta Niza


Así pues, habíamos dejado a Garcilaso (Partes I y II, enlaces) camino de Nápoles; aceptando la oferta del emperador, iba a ponerse al servicio del Virrey D. Pedro de Toledo, primer marqués de Villafranca, su mayor favorecedor y amigo, que le acogió con grandes muestras de cariño.

El Virrey don Pedro Álvarez de Toledo. Museo Nazionale di San Martino. Nápoles

El Virrey era el segundo hijo de D. Fadrique de Toledo duque de Alba y de Doña Isabel de Zúñiga, hija del duque de Bejar. Aunque segundo de su casa, se dio el conde de Benavente, conociendo sus prendas, por muy honrado en que casara con su nieta Doña María Osorio, poseedora del marquesado de Villafranca. En las comunidades, aliado del Duque su padre, hizo señalados servicios al Emperador, quien conociendo su valía le quiso tener siempre cerca de su persona, le llevó á los viajes que hizo á Flándes y Alemania, y le dio el virreinato de Nápoles en momentos de peligro, en que vio que este gobierno debía estar en manos de personas de gran valor y superior capacidad. 

Allí encontró D. Pedro el estado en la situación mas deplorable; Nápoles casi despoblada por la peste y las calamidades; las casas arruinadas, las campiñas desiertas, oprimida y abandonada la justicia: a todo proveyó de remedio, haciendo nacer por todas partes la prosperidad y la abundancia. Como la justicia es el primer elemento de la dicha y la prosperidad de los reinos, le mereció sus primeros desvelos; y reformando todos los tribunales y arreglándoles un palacio digno de aposentarlos, dio lustre á la magistratura y decoro á los que se dedican á su sagrado ministerio. Refrenó los abusos y demasías de la nobleza, aun á costa de hacerse aborrecible de los que veian abatido su orgullo; hizo con su actividad prodigiosa y recta administración mas magnífica, mas sana, mas abundante la capital del reino; construyó un Real palacio con hermosos jardines, que destinó para la habitación del Virrey, de donde hizo partir la mas ancha y hermosa calle de la ciudad, que, con el nombre de calle de Toledo, ha conservado á la posteridad la memoria de su fundador; duplicó la estensión del arsenal, dándole tal grandeza, que podían en él los obreros trabajar diez y seis galeras á un tiempo; adornó la ciudad con gran cantidad de fuentes de mármol, construidas por los mas diestros artífices; edificó y renovó gran número de suntuosas iglesias y cómodos hospitales, objetos que no podían quedar olvidados por el Virey, que junto con su amor á la magnificencia tenia una verdadera adhesión y un profundo respeto á las cosas santas; embaldosó las calles cuyo piso no correspondía á uno de los pueblos mas hermosos del mundo; y tomando por los demás pueblos del reino los mismos cuidados que por la capital, concluyó obras á las que parece no podían bastar los tesoros de muchos reyes y las fatigas de largas generaciones.

Pero empleado en estas obras de comunidad ó de lujo no se olvidó de las útiles y necesarias. La infección que causaban en el aire los pantanos que se extendian desde el territorio de Nola hasta la mar producían grandes estragos en la provincia de Labor. D. Pedro hizo abrir en medio de estas llanuras un canal grande y profundo en que reunidas todas las aguas marchasen al mar con la precipitación de un rio, y Nápoles y sus alrededores disfrutaron de una salubridad antes desconocida. 

Ideó medios y formó reglamentos para proveer la ciudad, cuya población de dia en dia se aumentaba. Fortificó y puso en pie de guerra para defenderse de los turcos la costa, levantó de nuevo sus castillos; cercó de baluartes y murallas la villa de Corteña, y colocó torres y atalayas de trecho en trecho en las orillas del mar para evitar las sorpresas y proporcionar abrigo á los habitantes de los pueblos acometidos. 

En veinte años que gobernó á Nápoles no hubo uno que no se distinguiese por algún proyecto en beneficio del reino. Si expelió de él los judíos, si empeñado en introducir la inquisición tuvo sublevaciones que reprimió con extremada severidad, si su altivez con la nobleza originó la rebelión del príncipe de Salerno, y las persecuciones que ejerció contra sus partidarios le hicieron odioso á los ojos de muchas personas, no son estas faltas que puedan oscurecer los grandes actos de su gobierno, y Nápoles agradecida y asombrada le distingue aun con el título del Gran Virrey porque fué superior á todos, á pesar de que entre ellos hubo personajes tan excelentes como el duque de Osuna, amigo de Quevedo, y el conde de Lemos, noble Mecenas de Cervantes. 

Tal era el hombre insigne que con cariño paternal tomó bajo su protección á Garcilaso. No se encargó á D. Pedro de Toledo el gobierno de Nápoles para elevarle á nuevos honores, sino por creerle apto para protejer este reino contra los ataques del Turco, cuya flota estaba en el mar y se temia tuviese designio de atacar sus costas. 

Con este temor se hizo volver á Italia á Andrea Doria, que con la suya asolaba y conquistaba las plazas de Grecia, para tratar de distraer de este modo á Solimán de la guerra de Hungría. El nuevo Virey pasó á Italia y en su tránsito recibió los mayores obsequios de todos los pueblos y señores, especialmente en Roma, donde le trataron con toda magnificencia, el Papa, los Cardenales y otros personajes en los diez días que permaneció en aquella capital.

En ellos examinó Garcilaso los venerandos restos de Roma antigua y admiró los monumentos con que adornó la nueva la grandeza de León X, ayudada de los grandes talentos de Miguel-Ángel y Rafael; y engrandecido su espíritu á vista de tantas maravillas, perfeccionaba su gusto y natural elegancia de que nos dejó un modelo en sus preciosas obras literarias por la íntima unión que tienen entre sí las artes liberales y las bellas letras. 

El 30 de agosto salió de Roma con el Virey, el cual desde Sena y otras partes dio continuos avisos al Emperador que aprobó todas sus operaciones y le dio noticias é instrucciones para el buen gobierno de su vireinato. 

En Nápoles fueron recibidos con júbilo; todos esperaban que pondría un freno a la insolencia de la nobleza.

La protección del Virey proporcionó á Garcílaso en Nápoles muchos amigos, si bien aun sin este auxilio hubiera sabido conquistárselos con su talento y su trato. Deben contarse entre ellos, Julio César Caracíolo, á quien dirigió el Soneto XIX; Fabio, hijo de Vincencío Belprato, conde de Aversa, y Mario Galeota á quien escribió desde Túnez el Soneto XXXIII, y en favor del cual se cree hizo una de sus mas lindas composiciones. 

Garcilaso encontró buena acogida en todas partes, y en especial fué amado con predilección de D. Alonso de Ávalos marqués del Vasto, uno de los famosos capitanes que mas contribuyeron á las victorias de Carlos V, que se unió estrechamente con nuestro insigne poeta por la conformidad de edad, de caracteres y de estudios. 

Entre las señoras trataba á todas las de la principal nobleza; pero distinguía por sus talentos a Doña María de Cardona marquesa de la Padula, hábil poetisa, a la que Garcilaso dedicó el vigésimo cuarto de sus sonetos, y algunos creen que también la Égloga III, si bien otros, con mas verisimilitud opinan que fue dirigida á Doña María de la Cueva madre de D. Pedro Girón, primer duque de Osuna

La vista del sepulcro del gran Virgilio y aquel cielo le inspiraron los mas hermosos pasajes de sus inimitables obras. La blandura del amor derritió su corazón, y se confiesa enamorado a Boscan en el Soneto XXVIII y á César Caraciolo se lamenta en otro de estar ausente de su amada. 

            Soneto XXVIII

               Boscán, vengado estáis, con mégua mia,
               de mi rigor pasado, y mi aspereza:
               con que reprehenderos la terneza
               de vuestro blando corazón solía.

               Agora me castigo cada dia,
               de tal selvatiquez y tal torpeza:
               mas es a tiempo, que de mi bajeza
               correrme, y castigarme bien podría.

               Sabed, que en mi perfecta edad, y armado
               con mis ojos abiertos me he rendido
               al niño que sabeis, ciego, y desnudo.

               De tan hermoso fuego consumido.
               nunca fue corazón:si preguntado
               soy lo demas, en lo demas soy mudo.

No se sabe quien fue la tan favorecida señora; Garcilaso se contentó con decir á su amigo Boscan que jamás corazón fue consumido de tan hermoso fuego, que no le preguntasen mas porque á lo demás permanecería mudo, lo que hace pensar que la muerte puso antes de tiempo fin á estos amores; pues en el Soneto XXV lamenta el fallecimiento de la amada. 

               Las lágrimas que en esta sepultura
               se vierten hoy en día y se vertieron,
               recibe, aunque sin fruto allá te sean,

               hasta que aquella eterna noche oscura
               me cierre aquestos ojos que te vieron,
               dejándome con otros que te vean.

Quien protegiendo la literatura italiana tenia á Luis Tansilo, poeta el mas excelente de Nápoles con el oficio de contino de su casa, no dejaría conocer que el talento de Garcilaso era el solo capaz que podia libertarlos de su dependencia. Así en pago de sus favores le dedicó este la Égloga I, que estando la corte en Toledo escribió a la muerte de la hermosa dama portuguesa Doña Isabel Freiré mujer de D. Antonio de Fonseca. 

Pero no consintió este que por dedicarse á la poesía le quedasen cerrados otros caminos. Ocupóle en asuntos de su gobierno, y porque el Emperador le tuviese presente se valió de él para que llevase á S. M. noticias reservadas de los graves negocios que ocurrían en su vireinato. 

El Emperador después que Solimán abandonó la Hungría, volvió á Italia con Hernando Gonzaga, el marqués del Vasto, y el duque de Alba. 

Llegó á Mantua el 8 de noviembre. Tuvo en Bolonia una conferencia con el Papa en la que descubrió que el Pontífice, además del parentesco contraído con el Rey de Francia había entrado con él en liga; y en seguida en la flota de Andrea Doria pasó á Barcelona donde llegó en abril de 1533. 

A esta ciudad vino por orden del Virey á encontrarle Garcilaso en 28 del mismo mes, y á comisión tan importante unió el placer de ver y, sobre todo de poder abrazar á su antiguo amigo Boscán, que retirado en él y casado con Doña Ana Girón de Rebolledo vivía entregado á las dulzuras de la vida doméstica, consagrando sus ocios á la filosofía y a las Musas.

La amistad entre ambos poetas no se habia enfriado con la ausencia. Desde Italia emporio entonces de las artes y ciencias donde acudían los españoles, como antiguamente los romanos a Grecia, comunicaba Garcilaso á su amigo noticias de todos los adelantos que se hacian y obras de mérito que se publicaban. Así le envió la del Cortesano compuesta por el conde Baltasar Casteglion, libro que corrió el mundo con aprecio, acreditando á su autor de entendido é ingenioso. Boscan lo leyó con cuidado y diligencia, y parecióle tan bien que por esto y por la insinuación de Doña Gerónima Palova y Almogávar se determinó a traducirle. 

Garcilaso que no se había atrevido á proponerlo sabiendo su repugnancia al oficio de traductor, cuando vio por tales manos puesto tan buen libro en idioma castellano, celebrólo mucho y trabajó con Boscan para que diese su traducción luego á la imprenta. 

Por darle gusto, que no quiso enmendar el manuscrito sin que antes lo revisase y le advirtiese los defectos, estuvo presente á todas las corecciones, y quedando contento de ellas escribió á Doña Gerónima Palova y Almogávar una elegante carta, único monumento que nos ha quedado del estilo de su prosa, en que, después de darla el parabién por deberse á ella este trabajo, elogia el acierto con que su amigo lo habia desempeñado. 

“Si no oviera sabido antes de agora dónde llega el juyzio de vuestra merced, bastárame para entendello ver que os parecía bien este libro; mas ya estábades tan adelante en mi opinión que pareciéndome este libro bien hasta agora por muchas causas, la principal por donde agora me lo parece es porque le havéys aprobado de tal manera que podemos decir que le avéys hecho, pues por vuestra causa le alcanzamos a tener en lengua que le entendemos. Porque, no solamnte no pensé poder acabar con Boscán que le traduxese, mas nunca me osé poner en dezírselo, según le veya siempre aborrecerse con los que romançan libros, aunque él a esto no lo llama romançar, ni yo tampoco, mas aunque lo fuera creo que no se escusara dello mandándolo vuestra merced.”

[...]
“Confiesso a vuestra merced que ove tanta embidia de veros merecer sola las gracias que se deven por este libro, que me quise meter allá entre los renglones o como pudiesse; y porque ove miedo que alguno se quisiese meter en traducir este libro o (por mejor dezir) dañarle, trabaxé con Boscán que sin esperar otra cosa luego hiziesse emprimille por ataxar la presteza que los que escriben mal alguna cosa suelen tener en publicalla. Y aunque esta tradución me diera venganza de cualquier otra que oviera, soy tan enemigo de cisma que aun ésta tan sin peligro me enoxara. Y por esto, casi por fuerça le hice que a todo correr le pasasse; y él me hizo estar presente a la postrera lima, más como a hombre acogido a razón que como ayudador de ninguna enmienda. Suplico a vuestra merced que, pues este libro está debaxo de vuestro amparo, que no pierda nada por esta poca de parte que yo dél tomo, pues, en pago desto, os le doy escrito de mejor letra, donde se lea vuestro nombre y vuestras obras. “
GARCILASO DE LA VEGA 


En tan gratas ocupaciones pasó el tiempo de esta visita que la suerte quiso pudiera hacer al amado compañero de sus estudios. 

Repitió este viaje al año siguiente de 1534, año para el reino de Nápoles de temores y peligros que requirieron toda la energía y actividad del Virey, a causa de Solimán, que por sus afortunadas piraterías vino á tener tanto número de galeras que pudo competir con Andrea Doria, á quien venció en Cércelo. 

Llegó á tanto su descaro que sabiendo que en Fundi estaba la hermosísima Julia Gonzaga, nuera de Próspero Colona, entró la ciudad de noche con 2000 turcos, con ánimo de prenderla para presentársela de regalo al Sultán, y solo su buena suerte y la diligencia con que huyó á caballo, casi desnuda, pudieron libertarla. 

Los napolitanos determinaron hacer al Emperador, á fin de que los libertara de tan temible enemigo, un donativo de 150000 ducados. Dias antes que se tomase esta determinación salió Garcilaso para Barcelona con orden de informar al Emperador de todo el suceso de la armada turquesa. A principios de setiembre estaba ya en España y consta que entre otros negocios graves de aquel reino informó personalmente al Emperador.

El dia lº. de octubre se puso en retorno por tierra, pero no siendo prudente ir por mar á causa de Barbaroja, atravesó por la posta la Provenza, hermosa patria de los trovadores, aun sembrada en aquel tiempo por todas partes de poéticos recuerdos.

El dia 12 estaba en Vauclusa y bajo el mismo cielo en que Petrarca exhalaba su pasión por Laura, Garcilaso rendia tributo á otro sentimiento mas suave escribiendo á Boscan cuan sincera y desinteresada es su amistad hacia él, en una epístola compuesta en versos sueltos, con ligereza y naturalidad sin ostentación de retóricos adornos. 

En medio de este abandono se reconoce la erudición del poeta y lo empapado que estaba en la lectura de los grandes filósofos, pues todas las observaciones que hace sobre la amistad confrontan con la opinión que sobre este sentimiento del ánimo expresa Aristóteles en el Libro VIII de su Ética.

Quéjasele en seguida del estado de los caminos y posadas de Francia, nación bien distante en aquel tiempo del adelanto y comodidades con que se envanece en el dia, principalmente en este hermoso pais de la Provenza cuyas casas de campo y sobre todo las de los alrededores de Niza están pobladas de ingleses, de alemanes y de franceses del norte á quienes sus riquezas permiten acudir á evitar en este suave clima los rigores del invierno. Garcilaso no halló en este pais en su tránsito sino falsedad, malos vinos, sirvientes feas, criados codiciosos, en fin por todas partes malas postas y anhelo insaciable de sonsacarle el dinero. Estas son las únicas circunstancias de su viaje que han sobrevivido hasta nosotros.

Antes de emprenderlo, escribió al Emperador el Virey para que diese á su favorecido la castellanía de Rijoles. Suplicábale olvidase los motivos de queja que podia tener con Garcilaso, en atención á que siempre que convino servir á S. M. con su persona y cortos haberes, lo habia hecho como caballero; le aseguraba que su gobierno en este castillo seria mucha parte para que estuviese en toda seguridad Nápoles, porque lo tendria en toda fortificación y buen orden. Añadia que consiguiendo esta merced procuraria el que trajese su muger para que se arraigase en el vireinato, y concluia en fin que en nombre del interesado y suyo le hacia esta instancia con tanto encarecimiento que la merced que á aquel se hiciese la agradecería como suya propia. 

No parece que el Emperador atendiera á esta instancia, sin duda por estar aun reciente el enojo que recibió con el negocio de la boda de Doña Isabel de la Cueva, pues es cierto que el joven poeta volvió á Nápoles sin la tenencia. 

La venida de Barbaroja con la flota del Gran Turco y su conquista de Túnez causó gran espanto á la cristiandad, y el Emperador tomó á su cargo la empresa. España, Italia y Alemania le proporcionaron sus navios y sus soldados. 

Acudió al embarque del Emperador en Barcelona la nobleza de los reinos de España, y entre los caballeros que refieren las crónicas se leen los nombres de D. Pedro Laso de la Vega y el del marqués de Lombay. Calmado ya algún tanto el enojo del Emperador con Garcilaso, le permitió servir en esta. campaña.

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Sucedió este dia que habiendo visto D. Alonso de la Cueva al capitán Pedro Juárez, que la noche de antes en la tienda del comendador mayor de León habia blasonado de sus valentías mas de lo justo, -capitán, le dijo-, ahora es tiempo de que mostréis con las obras lo que ayer sosteniais con las palabras. Picóse del honor Pedro Juárez y poniendo espuelas á su caballo adelantóse determinado hacia los enemigos, sin que pudiese hacerle volver D. Alonso por mas que le gritaba que estaba satisfecho de su valor. 

Eran 60 los enemigos que tenia enfrente, de los cuales se adelantron cuatro; y se comenzó á escaramucear con buena estrella al principio de parte de Pedro Juárez que hirió malamente al uno; mas al querer revolver sobre otro como diera en vago el golpe de la lanza y cargarse mucho de un lado, se aflojó la silla y dio con él en el suelo. D. Alonso de la Cueva y otros dos caballeros que viendo su temeraria resolución acudían á socorrerle llegaron á tiempo de poderle ayudar á levantarse y salvarse. Tres veces lo sacaron de la escaramuza, y él con un valor desesperado tres veces volvió al combate hasta que perdido el caballo y exánime de las heridas quedó de suerte que, aunque los soldados lo sacaron de manos de los moros, murió al poco tiempo en el campo.

D. Alonso de la Cueva por libertarle se vio también en gran riesgo; los moros le mataron el caballo, y muriera él si Garcilaso no hiciera frente á los enemigos, y peleando con denuedo, le ayudara á retirarse. 

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El encarnizamiento con que se combatió en esta jornada fué extraordinario que el marqués del Vasto, solo pudo escapar por la ligereza de su caballo.

El 14 de julio se apoderó el ejército de la Goleta. En uno de los mas encarnizados que se tuvo á la vista de Túnez estando á tiro de culebrina de la muralla quedó Garcilaso mal herido de dos lanzadas, una que le atravesó la diestra y otra la boca, que le tuvieron á los umbrales de la muerte. 
Con doce caballeros españoles entre los cuales se hallaba otro ilustre poeta, D. Diego Hurtado de Mendoza, que llegó á ser un célebre estadista é historiador, se atrevió á arrostrar ochenta caballos númidas que los esperaban orgullosos.

Durante la curación de sus heridas debió tener Garcilaso alguna aventura galante según parece indicarlo el cardenal Cienfuegos en su Vida de San Francisco de Borja, pero de la que no se sabe nada más.

Túnez fué entrada y saqueada el 20 de julio, y el Emperador pasó á Sicilia desembarcando en Trápana donde descansó algunos dias. Desde este pueblo Garcilaso escribió a Boscan la Elegía II en la que, quejándose de que la suerte le obligue á una vida tan azarosa y turbulenta, envidia el estado de su amigo que en su patria, entre los brazos de quien bien le quiere. 

            Elegía II

               Aquí, Boscán, donde del buen troyano
               Anquises con eterno nombre y vida
               conserva la ceniza el Mantüano,
               debajo de la seña esclarecida
               de César africano nos hallamos
               la vencedora gente recogida:

               ...de las diversidades me sostengo,
               no sin dificultad, mas no por eso
               dejo las musas, antes torno y vengo
               dellas al negociar, y varïando,
               con ellas dulcemente me entretengo.

               D’aquí iremos a ver de la Serena
               la patria, que bien muestra haber ya sido
               de ocio y d’amor antiguamente llena.
               Allí mi corazón tuvo su nido
               un tiempo ya, mas no sé, triste, agora
               o si estará ocupado o desparcido;

               Tú, que en la patria, entre quien bien te quiere,
               la deleitosa playa estás mirando
               y oyendo el son del mar que en ella hiere,
               y sin impedimiento contemplando
               la misma a quien tú vas eterna fama
               en tus vivos escritos procurando,
               alégrate, que más hermosa llama
               que aquella qu’el troyano encendimiento
               pudo causar el corazón t’inflama;...

De Trápana se encaminó la corte á Palermo, donde murió D. Bernardino de Toledo, hermano del gran duque de Alba, suceso que colmó el tierno corazón de Garcilaso de tristeza y amargura porque se amaban entrañablemente. Cuando se mitigó algún tanto su pena compuso una elegía para levantar el ánimo del Duque.

Después, pasó el Emperador á Nápoles. Garcilaso convalecido ya de sus heridas le acompañó á esta ciudad. Recibió el victorioso monarca los parabienes del Papa y demás potentados de Italia, y dispuso el matrimonio de su hija natural madama Margarita con Alejandro de Médicis, duque de Florencia, (Llamado El Moro, y considerado hijo del propio Clemente VII con una sirviente de raza negra. Margarita aún no tenía 5 años.) y asistió á las fiestas y regocijos con que le agasajó el Virrey.

Margarita de Austria (1522-1586) Antonis Mor, (atrib.)
Alessandro de' Medici (1510-1537) Bronzino. Uffizi
Casados en 1527

Estaba Nápoles en aquellos dias mas brillante que jamás se ha conocido. Además de los señores españoles del ejército lo que mas contribuia á la hermosura y explendor de la ciudad eran la reunión de damas distinguidas por su nacimiento ó por su belleza, por sus talentos ó por sus gracias; reunión que era preciso resultado de la de tantos poderosos príncipes.

En cuanto a Garcilaso, a lo esclarecido de su nacimiento unía la gallardía de su persona á que daba un gran realce la extensión de su ingenio y la suavidad de su trato. Hacíanle aun mas interesante las recientes heridas, claro testimonio de su denuedo, y aunque la que recibió en la boca hubiese desfigurado la belleza de sus facciones y entorpecido su lengua, dicen que como si la suerte quisiese añadirle de gracia lo que le quitaba de hermosura, la dificultad misma de su pronunciación le daba cierto acento infantil que añadia á la dulzura de su hablar un singular atractivo.

Por este tiempo recibió del cardenal Bembo que residía en Padua, una carta en que le da este purpurado las gracias por unos versos que le dirigió; esta carta es el testimonio mas irrefragable del cariño con que era apreciado Garcilaso en Italia y de la admiración que infundia á sus literatos, los cuales buscaban y seguian con aprecio su censura y consejos. 

Cuando así ayudaba con sus auxilios y afecto á los escritores italianos no se olvidaba de los españoles: por entonces mismo proporcionaba á Juan Ginés de Sepúlveda para que sirviesen de luz á sus escritos los Comentarios de la guerra de Túnez que escribió Luis de Avila

El tiempo que pasó en Nápoles fué acaso de los mas placenteros y gratamente ocupados de su vida, y solo tuvo de malo el no ser de mas larga duración.

Mientras, en lo secreto se preparaba Carlos para abandonar las delicias de corte tan escogida y responder á las provocaciones de la Francia. 

El duque de Milán Francisco Sforzia murió por este tiempo y sus estados debian reunirse al imperio por haber muerto sin hijos. Pidió al Emperador, Francisco I, buscando por medianero al Papa Paulo III, la investidura de aquellos estados para su hijo, y como no se la concediese de grado trató de arrebatársela por la fuerza. Declaró la guerra al duque de Saboya, su tio, con pretextos, en realidad, para poder aproximar sus tropas al ducado de Milán. 

Llevaba términos de apoderarse de gran parte del ducado de Milán, si no se pusiera de por medio el cardenal de Lorena, que le requirió no quebrantase la paz entre el Emperador y Rey, impidiendo los conciertos que en Flándes se trataban entre los dos, por medio de las reinas Leonor y María, hermanas del César. 

Salió de Nápoles á fines de marzo de 1536 y dirigióse hacia Roma, donde pasó la semana santa acudiendo á los oficios y visitando las estaciones.

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Parece que Garcilaso no le acompañó por un suceso raro, referido por Luis Zapata, autor que con mas difusión que elegancia escribió en verso la vida del Emperador; y aunque las relaciones de los poetas no sean la autoridad mas segura, y la de este suceso mas que un hecho verdadero parezca una de las fabulosas proezas de Amadis de Gaula, ó de Don Belianís de Grecia, no debe pasarse en silencio, en primer lugar porque en él se ve retratado á lo vivo el espíritu del siglo, que animaba á los caballeros á hacer con su valor invencible aparecer pequeñas las mas inverosímiles hazañas de los libros caballerescos; y en segundo lugar porque prueba el concepto de extraordinario denuedo que disfrutaba Garcilaso cuando un escritor contemporáneo le supone actor de tan portentosa aventura. 

Refiere pues Zapata que antes de abandonar á Nápoles el Emperador, mandó á Garcilaso á enmendar alegremente un tuerto por cierta usurpación que le hacia un caballero pariente suyo; y mal herido en casa de la dueña que era objeto de la querella, detúvose á curar ocho ó diez días. Sin querer recibir otra paga que un caballo por otro que habia perdido en la demanda, y una lanza por la que habia roto en la acción, aun no bien convalecido de sus heridas, partió para Roma á reunirse con el Emperador. Entregó la lanza á su escudero y se puso en camino, sufriendo las incomodidades de los alojamientos y de las intemperies. Encontró una dama que extrañando verle ir solo por tan espuestos parajes le aconsejó dejase aquel camino, ó aguardase para hacerle á ir en compañía, por los riesgos que en él habia. Preguntó cuales eran y contestóle que de Nápoles á Roma no osaban ir solos ni aun ochenta caminantes porque de los bosques salian multitud de facinerosos mas fieros que leones, en tal número que á veces se juntaban hasta mil, y quitaban vida y hacienda á los pasajeros por lo cual jamás osaban caminar por aquellos montes menos de 500, y estos bien armados. Agradeciendo el aviso manifestó su resolución de no volver atrás, teniendo por afrenta lo contrario llevando consigo su espada. 

Aquella noche albergó en una pobre venta y el huesped le expuso también el peligro que corria en proseguir en su temeridad. En efecto siguiendo su camino al atravesar cerca de Velitre (o Veletri) notó su escudero, que menos valiente llevaba erizados los cabellos, salir humos de unos encinos y resonar silvos, cuernos y bocinas, con cuyo son se convocaban los salteadores al verlos entrar por aquellas florestas.

Mas de trescientos bien armados se reunieron en llano, y rodeáronlos aunque con gran desorden. Garcilaso enristra su lanza, parte firme en su silla, mientras su escudero se aparta á mirarle y observarle; y acometiendo á los foragidos mata á uno, tiende tres y deja heridos mas de veinte. Saca luego la espada é hiriendo á unos, matando á otros y revolviéndose mas ligero que una onza hace tal destrozo, que no osando ya ninguno de ellos acercársele, logró que amedrentados se escondiesen en la espesura.

Entonces alzando la cabeza vio á su escudero enteramente desnudo colgado á un árbol de un pié. Acudió con su caballo, le descolgó, le dio el vestido de uno de los muertos en la pelea, prosiguió su camino, en el cual, aunque asaltado con grandes rebatos no fué acometido de nuevo, y llegó salvo y con fama á Roma al lado del Emperador. 

En medio de la exageración de este relato que debe dimanar de algún hecho verdadero, se saca siempre de cierto la opinión de valiente que se habia conquistado el poeta, como si no podia ocurrir á los contemporáneos convertir al autor de tan apacibles cantos pastoriles en un denodado caballero de la tabla redonda.

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El dia 18 de abril dejó á Roma el Emperador y fué desde Siena á Florencia donde su yerno é hija le tenian preparado un solemnísimo recibimiento, y costosísimas fiestas. Garcilaso, que le acompañó, admiró la riqueza y monumentos de aquella ciudad, vio la fortaleza que á la sazón estaba construyendo el gran Duque y disfrutó de los obsequios que se hicieron á la comitiva. 

En medio de estos festejos traia divertido el ánimo del Emperador, el modo de arrojar de Italia el ejército del Rey de Francia. Para tratar de este plan de campaña con Andrea Doria y Antonio de Leiva que eran los principales capitanes que habian de ponerle en ejecución no encontró sugeto mas de su confianza que Garcilaso, á quien con instrucción dada en Florencia á 1 de mayo de 1536 envió á Genova á comunicar á ambos sus proyectos. 

El 10 de mayo llegó Garcilaso á Sarzano donde ya estaba la corte. A los pocos dias lo mandó á Genova el Emperador. Previno a Garcilaso siguiese las órdenes de Doria, y para que pudiese desempeñar mejor el cargo con que le honraba, le concedió tener una compañía de infantería e invistióle del cargo de capitán de ella con los emolumentos y preeminencias anejas á este oficio. 

El 19 aportaron veinte y cinco galeras en que venían diez capitanes con los 3000 hombres, habiendo salido de Málaga el 27 de abril. En ellas venia el marqués de Lombay, mayordomo mayor de la Emperatriz. 

También se habia embarcado en las mismas Garcilaso el sobrino, y aunque el Emperador noticioso del embarque mandó á su embajador en Genova Gómez Suarez de Figueroa le notificase bajo pena de la vida y perdimiento de bienes que no viniese, ni entrase en la corte, ni en el ejército, ni permaneciese en ninguno de sus reinos y señoríos; y le encargó advirtiese á D. Alvaro de Bazan, á Andrea Doria y á los capitanes de las galeras que no lo recibiesen ni consintiesen entrar en ninguna de ellas, se presentó en Genova con ánimo de hallarse en servicio de su patria en la nueva guerra que se emprendia. 

Andrea Doria compadecido de su suerte escribió al Emperador que viniendo decidido á comportarse de modo que hiciese cambiar la opinión que de él se tenia, y habiéndole enviado á decir que servirá voluntario en las galeras, cosa que á él le parece harto castigo á su falta; no ha querido contestarle, hasta ver si la propuesta del joven conviene con la voluntad de S. M.; pero el Emperador que ya tenia dada orden al Virey de Nápoles para que no le dejase entrar en aquel reino permaneció inflexible y mandó de nuevo que no se le recibiese en ninguna galera de sus escuadras. Severidad excesiva si no tenia otra causa que una desobediencia disculpada por los pocos años y digna de olvido, por su falta de resultado; pues parece no llegó á casar con Doña Isabel de la Cueva, puesto que esta señora fué después condesa de San Esteban, y él en Augusta ciudad de Alemania trató y concertó casamiento en 1548 con Doña Aldonza Niño de Guevara, hija del señor Rodrigo Niño, vecino de Toledo, Comendador de Lorquí en la orden de Santiago, y de Doña Teresa de Guevara. Mas tarde se reconcilió con él el Emperador (como vimos en la entrada anterior) hasta el punto de hacerle testigo de su último codicilo, y de emplearle en otras comisiones de importancia.

Se tomaron providencias para partir sobre Niza. Con grandísimo trabajo despeñándose muchos caballos y acémilas pasó el Emperador con su numeroso campo los montes, llegando á Niza el dia de Santiago. Apoderóse de Frejus, donde desembarcó la artillería, que por los malos caminos no habia podido venir por tierra. Otros varios lugares de menos consideración también se le rindieron; mas siguiendo la via de Marsella halló los pueblos desamparados y sin bastimentos, porque asi lo habia mandado el Rey.

Se supo que el Rey Francisco estaba en Aviñon, sin propósito de salir á pelear hasta que le llegaran las tropas suizas, que esperaba en su auxilio. Andrea Doria tomaba el puerto de Tolón y su castillo, mientras el Emperador se situaba en Aix á las puertas de Marsella, que se creía entraría en tratos. Pero habiendo salido fallida esta esperanza, enfermando la gente por el mucho calor, mal régimen y escasez de vituallas, y aumentándose las fuerzas de los franceses al paso que las de los imperiales disminuían, el negocio de la guerra empeoraba; y muchos capitanes conociendo que no podían hacer cosa importante en Francia, opinaban que se desistiese de la empresa.

El 3 de setiembre se reunió consejo de guerra en que se resolvió que atendido lo adelantado del tiempo, enfermedades del ejército, falta de víveres y de dinero, se retirase el campo á Italia, á pesar de las felices nuevas de las tropas de Nasau, que adelantándose victoriosas se hallaban á punto de poner cerco á Perona. Antonio de Leiva que habia sido el consejero de la empresa sucumbió el 8 á sus enfermedades, encrudecidas por la melancolía y abatimiento en que le postró el mal éxito de sus proyectos. El marqués del Vasto, que todo lo disponía desde que Leiva cayó en cama, fué quien cuidó de esta retirada. 

El 13 se levantó el campo y el 20 llegó el Emperador con la vanguardia á Frejus. No se vieron más enemigos que treinta ó cuarenta caballos descubiertos por la caballería ligera que caminaba detrás de la retaguardia. Se halló alguna vitualla en la tierra por donde pasaron las tropas, y con la que se sacó de la armada junto á Marsella, vinieron suficientemente provistas y aun con sobras para su marcha hasta Niza á donde llegaron el 25. 


Pero dos dias antes de esta partida sucedió al ejército imperial una desgracia que debia poner el sello á todas las anteriores. Hay á cuatro millas de Frejus yendo de poniente para levante un lugar pequeño de la orden de S. Juan á cuyo lado se eleva una torre llamada de Muey, desde donde cincuenta villanos, según unos, trece, según otros; la mayor parte arcabuceros, que en ella se habian hecho fuertes, molestaban al ejército hiriendo malamente algunos soldados con piedras y otras armas arrojadizas. 

Irritado el Emperador de tan insultante audacia mandó combatir la torre, y arrimadas dos piezas de artillería luego quedó abierta brecha por una banda. Tardando sin embargo en entregarse, divulgóse por el campo que el Emperador estrañaba que batida de este modo no la entrasen sus tropas al primer golpe, y al instante pidió escalas todo el campo. 

Picóse mas que nadie Garcilaso que como maestre de campo de la infantería destinada al objeto, creyó que á él tocaba la reconvención y se dirigió á subir osadamente por una escala sin que le pudiesen detener los ruegos de sus amigos, que al verle desarmado, asidos de él procuraban estorbar su temeridad.

Desprendióse de ellos, y sin coraza ni casco, con espada y rodela en mano, arremetió hacia el muro seguido de D. Antonio Portocarrero de la Vega, primogénito de la casa de Palma que después casó con su hija, y de un capitán de infantería española que al ver su arrojada decisión no quisieron abandonarle. 

Llegaba ya al último peldaño de la escala cuando despeñaron de lo alto una gran piedra, que alcanzándole en la rodela con que se cubría le hirió en la cabeza con su misma arma defensiva. 

Á tan violento impulso cayó de espaldas en el foso, envolviendo en su caida á los dos que le seguian. Alzóse en el campo un clamor general á tan lamentable espectáculo, y muchos de los caballeros acudieron á socorrerle entre ellos el marqués de Lombay que hizo con él, dice su historiador, Cienfuegos, finezas de amigo y oficios de cristiano.

El Emperador centelleando de ira mandó asaltar con mucha gente la fortaleza, que se demoliese desde cimientos para que no quedase sobre la haz del suelo este padrón de ignominia y que se ahorcase á los cincuenta franceses actores del atentado. 

No estaban aun comunicadas estas órdenes y ya trepaban por la torre D. Guillen, hijo de D. Hugo de Moncada, uno de los jóvenes lucidos pajes del Emperador y D. Gerónimo de Urrea, caballero del linaje de la casa de Aranda, que aficionado á las bellas letras tradujo el Orlando furioso de Ariosto, pero mas digno de fama por sus prendas militares que por sus méritos poéticos. Ambos hicieron rendir los villanos, y el Emperador que no quería oir palabras de piedad mandó á D. Luis de la Cueva que los ahorcase á todos de las almenas: rigor desacostumbrado en el ánimo benigno de tan gran Príncipe, que nos muestra bien el exceso de dolor y rabia, con que destrozó su alma tan trágico suceso.

Garcilaso fué conducido á Niza en los Reales y asistido esmeradamente por los médicos y cirujanos del Emperador. Lisonjeáronse al principio con esperanzas de su recobro, pero al séptimo día se conoció que las heridas eran mortales, y comisionaron al marqués de Lombay para que le diese tan triste nueva, que escuchó con una serenidad admirable.

Las muestras de cariño y de interés que recibió del Emperador, del duque de Alba y todo lo mas ilustre y florido del ejército debieron enternecer su corazón y servir de dulce consuelo á sus últimos momentos.

El marqués de Lombay en especial no se separó un punto de su lado hasta que recogió su postrer suspiro, pues aunque le faltaba valor para ver los padecimientos de su amigo, no queriendo este quedar privado de su amada compañía, se sobrepuso á su dolor, y el afligido caballero recordando las prendas admiradas y el noble espíritu del doliente, sus años vestidos de las mas halagüeñas esperanzas, su ingenio, su valor, su cortesanía, las proezas de su espada y los lauros de su elocuencia, en fin aquel hechizo con que atraía á sí los corazones de todos; y contemplando desangrado en sus brazos este objeto de las larguezas de la naturaleza y la fortuna, á este digno poseedor de cualidades tan divinas, abrió al desengaño su pecho y se preparó á aquella carrera de virtud y abstracción a que acabó de decidirse, cuando en Granada vio convertida en asqueroso cadáver la belleza mas celebrada del siglo (Se refiere a los restos mortales de la emperatriz Isabel, de los que tuvo que dar fe, cuando fueron transportados a Granada sin embalsamar; de ahí el sonoro adjetivo empleado.); y abandonando sus riquezas subió desde el retiro á ser venerado en los altares entre los héroes de la religión cristiana, con el nombre de S. Francisco de Borja.

El Marqués de Lombay/San Francisco de Borja despidiéndose de sus familiares en su palacio de Gandía para ingresar en la compañía de Jesús. Óleo de Francisco de Goya, 1788. Capilla de San Francisco de Borja – Valencia

Después de cumplir con todos los deberes de católico murió Garcilaso el 14 de octubre á los treinta y tres años de su edad, y á los veinte y un dias de recibido el golpe.

Depositaron su cuerpo en el convento de Santo Domingo de Niza y dos años después lo trasladaron á Toledo para ser sepultado en el convento de Dominicos de S. Pedro Mártir en la capilla del Cristo con la cruz á cuestas, á mano derecha de la mayor, antiguo sepulcro de los señores de Batres, sus antecesores. Sobre su túmulo colocaron un busto de mármol que representaba su imagen. Andando el tiempo la misma losa cubrió el cuerpo de su hijo Garcilaso, que con el nombre del padre heredó sus prendas y menguada suerte, muriendo también desgraciadamente en la flor de sus años.

Garcilaso de la Vega y su hijo, Iglesia de San Pedro Mártir. Toledo.

Era el gran poeta tan imprematuramente muerto el caballero mas hermoso y gallardo de cuantos componian la brillante corte del Emperador: su estatura mas bien aventajada que mediana, los miembros en justa proporción, las facciones de una regularidad agradable, que daban á su rostro una belleza varonil: dilatada y majestuosa su frente, sus ojos rasgados y vivísimos, aunque con dulzura, y tenia tal distinción y nobleza en su continente y modales que solo con verle se le juzgaba hombre de elevada alcurnia y de ánimo esforzado. 

Aunque su rostro debió quedar desfigurado por las heridas disimulaba sus cicatrices bajo su hermosa y poblada barba que siempre llevó crecida, al paso que usó cortado á raiz el cabello según la moda de aquel tiempo, que originada de la necesidad en que se vio el Emperador de cortárselo en Barcelona al salir en 1 529 para la expedición de Italia, por ciertos achaques que padeció de cabeza, se hizo en poco tiempo general, á pesar del sentimiento que muchos tuvieron de despojar de este adorno sus cabezas: mas las costumbres ó caprichos de los príncipes son una ley invariable para los cortesanos. 

El alma de Garcilaso era digna del hermoso cuerpo en que se albergaba. Su agudo ingenio, su instrucción, su lucimiento en todos los ejercicios de un caballero, la madurez de su juicio, su galantería sin afectación, la apacibilidad de sus costumbres, la suavidad de su trato y la dulzura irresistible de su hablar acababan por cautivar el afecto de los que podian resistir á los atractivos de su figura; y no solo era amado y favorecido de las damas, sino lo que es mas de los caballeros sus superiores é iguales, de los españoles y de los extranjeros, sin que jamás la envidia ocupase en sus corazones el lugar destinado á la admiración y al aprecio. 

Cosa es digna de notarse que siendo pública la particularidad de las mercedes con que un gran monarca con frecuencia le honraba, á pesar de las ambiciones de los cortesanos, nunca tuvo émulos ni detractores: prueba evidente de que el amor que inspiraba era superior á los incentivos de toda emulación bastarda. El concepto que universalmente se tenia de su mérito, lograba que nadie se juzgase agraviado al verle preferido; y su modestia y consideración con todos, haciendo que no saliese de sus labios respiración que empañase la fama agena ni se tiñese su pluma en la amarga tinta de la sátira, eran causa de que en nadie engendrase odio el sentimiento de su superioridad.

Los mas grandes hombres que produjo su siglo fueron sus amigos. El Emperador vertió lágrimas en su muerte, y las musas exhalaron un prolongado gemido en su irreparable pérdida. Boscan le lloró en dos dulces y afectuosos sonetos cuyo mérito obligó á decir á Fernando de Herrera, severo juez en materias literarias, que si hubiese escrito muchos iguales, sus obras deberian colocarse en mas distinguido lugar que el que ocupan: el dolor de su alma suavizó la natural rudeza de su musa, y la espansion de su corazón dio mayor dulzura y armonía á sus versos. Honra sobremanera el carácter de Boscán que los mejores que compuso fuese el puro sentimiento de la amistad quien los inspirase.

LXIII

               Garcilaso, que al bien siempre aspiraste
               y siempre con tal fuerza le seguiste,
               que a pocos pasos que tras él corriste,
               en todo enteramente le alcanzaste,

                  dime: ¿por qué tras ti no me llevaste
               cuando de esta mortal tierra partiste?
               ¿por qué, al subir a lo alto que subiste,
               acá en esta bajeza me dejaste?

                  Bien pienso yo que, si poder tuvieras
               de mudar algo lo que está ordenado,
               en tal caso de mí no te olvidaras:

                  que o quisieras honrarme con tu lado
               o a lo menos de mí te despidieras;
               o, si esto no, después por mí tornaras.
• • •

Cuidó el emperador de proveer de jefe á los soldados de Garcilaso y les dio por maestre de campo á Juan de Vargas, ordenando que 2000 de ellos permanecieran en Niza. La compañía de que era capitán se disolvió reasumiendo su gente en las otras del tercio que lenian menos número.

Dejando al marqués del Vasto por gobernador y capitán general de Lombardía, pasó el Emperador a Genova, falto de salud por los padecidos afanes; allí se embarcó para Barcelona con su corte y comitiva, y fué á Valladolid donde la Emperatriz le esperaba y le recibieron sus subditos con indecible alegría.

Los que le acompañaban se separaron de él para ir á abrazar á sus esposas y parientes. De agudo cuchillo de dolor vio atravesado su corazón la esposa de Garcilaso Doña Elena de Zúniga; que esperando alegre la venida de su esposo, prevenía su casa y la adornaba ricamente para recibirle como convenia. 


Toledo, que sabia el triste suceso veia con lástima y angustia los preparativos de la infeliz señora que lo ignoraba. Al fin Lope de Guzman, amigo y deudo de su marido y Rodrigo Niño resolvieron sacarla de su agradable engaño. Doña Elena que comenzaba á recelar y entristecerse al ver la tardanza de su esposo, aseguróse en sus sospechas cuando vio entrar a sus amigos con semblante triste y pesaroso, y anunciando con su negro traje el luto que llevaban en el corazón. Cayó en tierra sin color y sin aliento, y vuelta de este primer parasismo fueron tales sus extremos de dolor, de abatimiento y desesperación que se temió por su vida.

Alivió el Emperador su pena dispensándola su protección y tratando de premiar en ella y sus hijos los méritos de su malogrado marido. 

Desgraciadamente extinguida la sucesión masculina del poeta, desapareció tan honroso apellido en esta línea á vista de Doña Elena, que sobrellevó resignada estas desgracias y disgustos domésticos por espacio de largos años, dilatándose su vida hasta el 3 de febrero de 1563. 

Diósela tierra en S. Pedro Mártir en la misma capilla en que descansa su esposo, y á pesar de que el nombre de este volaba en alas de la fama, el capricho del uso hizo que desde entonces fuese conocida con el nombre de Capilla de Doña Elena.

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Muchas de las palabras y modismos que usaron los escritores que antecedieron á Garcilaso han sido olvidadas y expelidas del idioma; la misma suerte han tenido otras de los que vinieron después, entrando en este número Fr. Luis de León, Rivadeneira, Cervantes, llamados con razón los patriarcas de nuestra lengua; solo el lenguaje de Garcilaso se conserva vivo y floreciente, conservando su dicción tal frescura, que parece imposible que date de los primeros años del siglo XVI. 

La luz de Portugal, el gran Luis de Camoens, en su epístola á Don Antonio de Noroña envidiaba su dulzura, manifestando que solo los hombres superiores pueden conocer todo el precio de las obras de sus iguales. 

Francisco Sánchez de las Brozas, Fernando de Herrera y D. Tomás Tamayo de Vargas se emplearon en comentar su obra, honor apenas concedido hasta entonces mas que á las famosas obras de los antiguos. 

Debe creerse que llegó á poder de Boscan lo mas selecto de su obra; y que si el resto desapareció, fué por el abandono con que los escritores excelentes miran aquellas obras que no han podido llevar á la perfección que anhelan.

Pensaba Boscan dedicar su colección á la duquesa de Soma, y ya tenia escrita la carta dedicatoria, cuando plugo al cielo llevárselo con gran perjuicio de la edición proyectada, pues se sabe tenia resuelto corregir muchos defectos que por falta de tan hábil mano hubieron de dejarse en la impresión. 

La mujer y herederos de Boscan creyendo que era menor inconveniente el imprimirlas con ellos, que el que quedasen guardadas y escondidas, sin que el público gozase de ellas por no condescender con algunas faltas, ó bien que corriesen tan mal concertadas y escritas como suelen andar las copias de mano, pidieron licencia para imprimirlas y se les otorgó para Castilla por espacio de 10 años con fecha en Madrid á 9 de febrero de 1543. 

En esta licencia se hace mencion circunstanciada de las obras que se querian imprimir, pero confundidas y entreveradas las de los dos poetas. El título que se puso á la colección es: Las obras de Boscan y algunas de Garcilaso de la Vega repartidas en Cuatro libros en Medina del Campo por Pedro de Castro, impresor, á costa de Juan Pedro Museti, mercader de libros vecino de Medina del Campo, Acabáronse á 4 dias de agosto año MDXIIII Un tomo en 4º. de 239 folios.


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jueves, 25 de octubre de 2018

Garcilaso de la Vega II de III • La funesta boda



Garcilaso de la Vega, hijo de Pedro Laso y, por lo tanto, sobrino del poeta homónimo, se comprometió -o fue comprometido-, casi en su infancia, con Isabel de la Cueva, llevándose a cabo una ceremonia denominada “matrimonio por palabras”, previa a la boda propiamente dicha, pero de la que resulta un compromiso, en principio, inalterable.

Como se ha dicho, el prometido era hijo del antiguo representante en cortes, don Pedro Laso, desterrado a causa de su participación en la Comunidades, aunque la documentación suele ignorar que las abandonó, por desacuerdos con los principales jefes militares.

Una vez informada la emperatriz del desposorio, o, para ser más exactos, denunciado el mismo, al parecer, por parte de la familia de la prometida, que no deseaba un compromiso, por el que perderían bienes y apellido, doña Isabel escribió al emperador sobre ello, y, de la correspondencia producida, resulta que Garcilaso el poeta, fue condenado al destierro, supuestamente, por haber asistido como testigo a aquella ceremonia de compromiso, sabiendo que el emperador, no sólo la desaprobaba, sino que la había prohibido terminantemente. 

No queda clara la verdadera causa de tan rotunda desaprobación y, mucho menos, de la tajante y desmedida condena al poeta. ¿Se le castigó sólo por aceptar la decisión de la madre de la prometida? ¿O bien porque el prometido era hijo de un antiguo representante de las Comunidades, cuyas principales cabezas ya habían sido cortadas, pero a los cuales, a estas alturas, el emperador había concedido un perdón general, que en el presente caso se incumpliría, si la rebeldía del hermano mayor era utilizada contra su hijo y contra el poeta? 

En cualquier caso, en la documentación existente, no aparece esta cuestión en ningún momento, aun siendo Pedro Laso sobradamente conocido y cuyo hermano, el poeta, que también lo era, como familiar de la corte, terminó siendo castigado, a pesar de su más que sorprendente fidelidad al emperador, hasta el punto que el deseo de agradarle, le iba a costar la vida.

Lo cierto es que en todo este asunto hay un cierto olor a falsedad, o cuando menos, a encubrimiento de las verdaderas causas de la inquina contra los Garcilaso padre, hijo, y sufrido tío. Pero sobre todo huele a rencor por parte del emperador, que no toleraba nada, que de lejos pareciese desacato, y nunca olvidó las exigentes peticiones de los representantes en cortes, como lo fueron, entre otras, que aprendiera castellano, que no nombrara ministros extranjeros, o que no gastara los fondos castellanos en su coronación, -léase, en sobornar a los electores imperiales-, otro “fecho del Imperio” cuya ambición le había costado el reino a Alfonso el Sabio.

Además del sueño del Imperio y de la sacralización de su persona, don Carlos tenía una notable obsesión contra el rey de Francia, no ya como monarca español, sino como flamenco. Ya fallecido Garcilaso, en 1537, Gante, su ciudad natal se negó a colaborar en la guerra contra aquel reino, lo que le costó innumerables ahorcamientos, casa derribadas hasta los cimientos y tierras sembradas de sal, además de dos exquisitas venganzas imperiales, consistentes, la una, en descolgar la gran campana -Roeldan-, que era el símbolo de los derechos de los ganteses. 

La Campana de Gante, expuesta hoy en un parque público

La otra fue que, no contento don Carlos con el ejemplar castigo y la ruina de la ciudad, obligó a los caballeros supervivientes, a acudir a pedirle perdón, vestidos de harapos y atados con sogas los cuellos como perros, en muestra, no ya de sometimiento, sino de la mayor humillación posible. 

Quizás convenga recordar, que él portaba dos coronas que, moralmente, no le correspondían; la una porque pertenecía a su madre -todavía viva y encerrada bajo custodia en Tordesillas, donde viviría 18 años más, puesto que no se había llevado a cabo ningún acto legal por el que pudiera ser destronada-, y la segunda, la obtenida en 1530, a base de sobornos, cuyo grueso procedía de los fondos arrancados a los castellanos, además de otras riquezas que en caravana salieron del reino camino del ansiado imperio. La ambición de Carlos V, alcanzaba por entonces proporciones insostenibles, como no tardaría mucho en mostrarlo, el simple paso del tiempo y las graves discrepancias con sus súbditos, con su hermano y con su hijo.

Y, frente a toda esta grandeza, ¿cuál podía ser, ya no sólo la verdadera causa, sino, incluso la verdadera importancia de la supuesta boda del sobrino de Garcilaso? -Pronto veremos, por qué “supuesta”-. ¿Qué sentido tenía la actitud del emperador? ¿Acaso aquellos dos niños -que ni aun tenían capacidad para tomar decisiones personalmente, pues tenían 11 y 13 años-, podían poner en juego la dignidad imperial?

Carlos V en 1531. Seisenegger

Veamos lo que dice la documentación conservada y publicada, al respecto, de acuerdo con la Relación Breve del proceso matrimonial que pende entre Garcilaso y doña Isabel de la Cueva, publicada igualmente, en la Colección de Documentos Inéditos y de la que, como veremos, resulta un embrollo de medias verdades, incoherencias y contradicciones.

Añadiremos ahora algunos apuntes biográficos de Garcilaso, procedentes, en esta ocasión, del Centro Virtual Cervantes, que quizás sirvan de orientación en el sorprendente laberinto documental relativo a los dichosos desposorios.


La familia de Garcilaso de la Vega, era, de por sí, ilustre, histórica y literariamente. Su padre, fue un destacado miembro de la corte de los Reyes Católicos, y en la familia figuraba, por ejemplo, el Marqués de Santillana. Por parte de la madre, procedían de Fernán Pérez de Guzmán, a quien pertenecía el señorío de Batres, que, al final, heredó el sobrino homónimo del poeta, aquel cuya boda causaría tantos quebraderos de cabeza, a Garcilaso y a los que lo estudian.

Garcilaso fue el tercer hijo de Garcilaso de la Vega y doña Sancha de Guzmán, siendo la mayor, Leonor, que casaría con don Luis de Puertocarrero, conde de Palma; el segundo, Pedro Laso de la Vega, que ostentaba el mayorazgo; nuestro Garcilaso fue el tercero; Fernando, el cuarto, que, siendo soldado, murió víctima de la peste en 1528 durante el asedio francés a Nápoles -el poeta lo evoca en el Soneto XVI-; Francisco, el quinto, fue canónigo en la catedral de Badajoz; Gonzalo, profesor en Salamanca, el sexto, y Juana, la menor, fue religiosa en el convento de Santo Domingo el Real de Toledo, ciudad en la que transcurrió fundamentalmente, la juventud del poeta y donde realizó sus estudios de Ciencias de Humanidad.

Soneto XVI
Para la sepultura de D. Hernando de Guzmán (el cuarto hijo).

                     No las francesas armas odïosas,
                     en contra puestas del airado pecho,
                     ni en los guardados muros con pertrecho
                     los tiros y saetas ponzoñosas;

                     no las escaramuzas peligrosas,
                     ni aquel fiero rüido contrahecho
                     de aquel que para Júpiter fue hecho,
                     por manos de Vulcano artificiosas,

                     pudieron, aunque más yo me ofrecía
                     a los peligros de la dura guerra,
                     quitar una hora sola de mi hado.

                     Mas infición del aire en sólo un día
                     me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado,
                     Parténope, tan lejos de mi tierra.
• • •
Como sabemos, durante la guerra de las Comunidades, mientras que el hermano mayor, Pedro Laso, se unió a los comuneros toledanos. levantados frente al Emperador, Garcilaso se puso decididamente de parte de este último, a cuyo servicio combatió a las Comunidades en Olías, como contino de su guardia y donde el 17 de agosto de 1521, recibió heridas en el rostro de las que se curó sin más complicaciones, pero que después sirvieron al duque de Alba para mejorar su Hoja de Servicios:

Suplico a V. M. que haga esta merced a Garcilaso porque os la tiene muy bien servida peleando contra los traidores que se levantaron contra V. M., aunque a los del Consejo no les parecen traidores los que aquello hizieron, segund les son favorables. 5 de diciembre de 1525. Firmado por el duque de Alba.

Por el poema épico Carlo Famoso de Luis Zapata, publicado en Valencia, por Juan de Mey, en 1566, sabemos que Garcilaso también se contaba entre los caballeros que acudieron a la isla de Rodas cercada por los turcos otomanos desde junio de 1522. La expedición estaba al mando de don Diego de Toledo, prior castellano de la orden de San Juan, y en ella participaron también don Pedro de Toledo, futuro virrey de Nápoles, y Juan Boscán, el que se convertiría probablemente, en el mejor amigo de Garcilaso. Este testimonio de Zapata es el único que se conserva sobre la participación del poeta en la ayuda de Rodas; de ser así, ya habría vuelto de allí, en agosto de 1523, pues parece que su participación en ambos casos, pudo motivar su promoción y admisión en la Orden de Santiago, como galardón concedido por Carlos V en esta fecha. 

Asedio de Rodas, en 1522. Ataque de Jenízaros otomanos y defensa de los Caballeros de San Juan. Süleymanname MS. H. 1517, f. 149a, Topkapi Lib. Istambul

La actividad militar de Garcilaso al servicio del Emperador continuó, a causa de la guerra contra Francia, cuyo rey, Francisco I, se proponía invadir territorios italianos que pertenecían al Imperio. Además, el poeta participó en el cerco de Salvatierra, a mediados de diciembre de 1523, y en el asedio de Fuenterrabía, plaza fuerte que no consiguieron vencer las tropas imperiales hasta el 27 de febrero de 1524. 

Escribiría Garcilaso en su testamento sobre las circunstancias, cuando se tomó Fuenterrabía, y también que, en un lugar del príncipe de Navarra que se llama Salvatierra, debo a un cirujano, en cuya casa posé cuando tomamos aquel lugar, algunas cosas que le comieron de mantenimientos allí en su casa: y que montarían, a mi parecer, cinco u seis ducados. Si se pueden pagar sin hacer más gasto en la diligencia de lo principal, y se hallare al dueño o sus herederos, páguese; y si no, hágase lo que determinare un buen letrado para asegurar la conciencia.

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Tras la campaña de Francia, Garcilaso volvió a Toledo donde fue regidor de la ciudad, y allí, por sugerencia del César, se casó con una dama de la Casa de la hermana mayor de don Carlos, Leonor de Austria, llamada Elena de Zúñiga.

Tuvieron cinco hijos: Garcilaso, para el cual fundó un mayorazgo, pero que murió antes de 1537; Íñigo de Zúñiga, que murió en la toma de Ulpiano, en 1555, a los veinticinco años. Pedro de Guzmán, que nació en 1529, conocido por participar con, o contra Fray Luis de León en las oposiciones a la cátedra de Sagrada Escritura de la Universidad de Salamanca, en 1579. Sancha, nacida en 1532 y, por último, Francisco, en 1534, que falleció en la infancia.

En Toledo vivieron en la casa de la madre, doña Sancha de Guzmán. Pero el 24 de febrero de 1527 Garcilaso compró unas casas en la Parroquia de San Bartolomé, y no fue hasta el 11 de marzo de 1528, cuando se instaló en la parroquia de Santa Leocadia, una parroquia —escribe Enrique Martínez López— llena de confesos […] [que] distaba sólo escasas manzanas de la sede de la Inquisición y también de la iglesia de San Pedro Mártir -donde los abuelos del poeta tenían la capilla en que él sería enterrado-, y uno de los lugares usados para el ceremonial de los autos de fe.

La vida familiar, cortesana y cotidiana transcurrieron en Toledo, siendo el poeta Regidor, durante los años 1525 a 1529, antes de su primer viaje a Italia.

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El 16 de febrero de 1526 Garcilaso asistiría a la boda de Leonor, la hermana de Carlos V, con el rey de Francia, a cuyo servicio estaba Elena de Zúñiga. Poco después se casaban en Sevilla Carlos V e Isabel de Portugal, boda a la que seguramente asistió el poeta. 

Después de la boda, la Corte se trasladó a Granada donde permaneció durante seis meses. Allí se produjo el memorable encuentro literario entre Juan Boscán y Andrea Navagero, al que Boscán se refiere en la Epístola a la duquesa de Soma. 

Castiglione había sido nombrado nuncio papal, lo que supuso su traslado a la corte española, a la que llegó el 11 de marzo de 1525. Por aquel entonces, Garcilaso de la Vega permanecía en Toledo a disposición del Emperador. Ese mismo año, Andrea Navagero se trasladó a la ciudad en calidad de embajador de la República veneciana; así pues, los autores humanistas pudieron coincidir ocho meses en la corte junto al toledano. (Prólogo y edición de la Epístola a la Duquesa de Soma de Juan Boscán, de Anna Lozano Angulo).

Es, pues, posible que Garcilaso hubiera conocido, tanto a Navagero como a Castiglione en Illescas, en febrero, durante la boda de Leonor de Austria con Francisco I de Francia, aunque no está documentado.

Navagiero, de Rafael Sanzio. Gal. Doria Panfili, Roma.
Castiglione, posiblemente también de Rafael, en el Louvre.

También llegó a Sevilla una dama de Isabel de Portugal, la portuguesa Isabel Freyre, considerada por la tradición crítica como la Musa de Garcilaso, quien pudo conocerla anteriormente, en Portugal, durante un viaje para visitar a su hermano Pedro, cuando vivía allí desterrado. Parece que esta dama portuguesa, que, al parecer, murió prematuramente, en 1533 o 34, inspiró a Garcilaso la Égloga Primera, a la que pertenecen los siguientes versos:

Y en este mismo valle, donde ahora
me entristezco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado.

¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.

¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!

Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,
pues no la ha quebrantado tu partida.

¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi ánima doquier que ellos se volvían?

¿Dó está la blanca mano delicada,
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían...

El 9 de marzo de 1529 la corte salía de Toledo hacia Italia, donde Carlos V deseaba ser coronado emperador por el Papa. Garcilaso acompañaba a la comitiva imperial, recorriendo: Zaragoza y Barcelona, donde hizo testamento antes de embarcar hacia Génova, ciudad a la que llegó el 12 de agosto, y, finalmente, llegó a Bolonia, donde se produjo la coronación de Carlos V, el 24 de febrero de 1530, día de su cumpleaños.

● ● ●

¿Por qué en Bolonia? Recuérdese que, en mayo de 1527, las tropas imperiales, al mando de duque de Borbón -que murió en la empresa-, cayeron sobre Roma y procedieron a aterrorizar la ciudad, llevando a cabo el saqueo conocido como Il Sacco di Roma, durante el cual el papa tuvo que protegerse en el castillo de Sant’Angelo, temiendo por su vida.

Muerte del duque de Borbón durante el Sacco.

"Asalto de Roma en 1527 y muerte de Carlos de Borbón que capitaneaba a los españoles". Ilustraciones pertenecientes al libro: Las glorias nacionales: grande historia universal de todos los reinos, provincias, islas y colonias de la Monarquía Española, desde los tiempos primitivos hasta el año de 1852. - Madrid [etc.] (Barcelona: Imprenta de Luis Tasso) Librería de la Publicidad [etc.], 1852-1854.

Recuérdese, asimismo, que Clemente VII había apoyado a Francia en contra del emperador y se mostraba remiso a llevar a cabo su famosa coronación.

Y recuérdese, por último, la famosa leyenda toledana, titulada Un castellano leal, del duque de Rivas, en la que se relata la historia del caballero toledano, que, obligado por el emperador a acoger en su casa al duque de Borbón, obedeció, pero cuando el francés abandonó la casa, la incendió, asegurando que él no habitaría bajo el techo en que había posado un traidor. 

No profane mi palacio/un fementido traidor,
que contra su rey combate/y que a su patria vendió.

Pues si él es de reyes primo,/primo de reyes soy yo;
y conde de Benavente,/si él es duque de Borbón.

Llevándole de ventaja,/que nunca jamás manchó
la traición mi noble sangre,/y haber nacido español.

El duque de Borbón, en efecto, abandonó a su rey, Francisco I, por asuntos poco claros, en los que estaba mezclada la madre de aquel, y se pasó a las filas del peor enemigo de Francia, don Carlos de Austria.

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Ahora el Papa ya se mostraba más próximo a don Carlos, y, con ciertas reticencias, accedió a la coronación, que hubo de celebrarse en Bolonia, en evitación de malos recuerdos.

En todo caso, durante su estancia en aquellas tierras, Garcilaso asimiló la cultura italiana a través de amigos, poetas, literatos, lecturas, pintura, escultura, humanismo, etc. 

Después acompañó al nuevo emperador a Mantua, donde este le autorizó a volver a España, el 17 de abril de 1530: «Sabed que acatando lo que García Lasso de la Vega, gentil hombre de nuestra casa, nos ha servido, especialmente en esta jornada de Italia, y en enmienda y remuneración dellos y en recompensa de los gajes que tiene asentados en los nuestros libros de Flandes por gentil hombre de nuestra casa, de los quales no ha de gozar de aquí adelante, nuestra merced e voluntad es de le hacer merced de ochenta mill maravedís en cada año, para toda su vida, o hasta que le hagamos merced o sea por nos proveído de otra cosa, que rente en cada un año los dichos ochenta mill maravedís y que se le libren de tres en tres años, estando en su casa sin obligación de servir ni residir en nuestra corte».

Además, se indica que los maravedís se le «libren en las rentas de esos reinos, las más cercanas a su casa que se pueda, donde le sean ciertos e bien pagados».

Ya en España, en el verano de 1530, Garcilaso fue llamado por la emperatriz para llevar a cabo una labor de espionaje en Francia: Carlos V le había enviado a su esposa una carta fechada el 16 de agosto de 1530 en la que mostraba su desconfianza acerca del trato que pudiera estar recibiendo su hermana Leonor de Francisco I de Francia, con el que la habían casado en 1526, más bien como moneda de cambio o rehén que garantizase la paz.

Escribía, pues, la emperatriz a Garcilaso: «[…] y así no diré más en esto de que estoy muy alegre del contentamiento que la Reina me escrivió que tenía después de averse casado, y de la relación que Benabides me trajo de quan servida era en Francia y bien tratada del Rey, su marido. Nuestro Señor lo lleve adelante. Y [pero] porque me parece ques ya tiempo de enviar a visitar a la Reina, he acordado que vaya a ello Garcilaso de la Vega, el qual partirá de aquí por la posta al tiempo que esta, y va bien prevenido de saber de los enbaxadores que V. M. tiene en Francia lo que alli hubiere, y asi mismo, de mirar lo que se haze en la frontera, para que tengamos de todo aviso; en la qual al presente no hay bullicio».

Cumplida su misión de visitar a Leonor y espiar si había movimientos de tropas en la frontera, el poeta volvió a Toledo, por abril de 1531. 

Fue entonces, según parece, cuando, para su infortunio, actuó como testigo en la boda de su sobrino Garcilaso, hijo de su hermano Pedro, con Isabel de la Cueva, un matrimonio que se habría concertado en la primavera de 1531 y que, si bien, era deseable por la familia de Garcilaso, pues suponía el engrandecimiento de su patrimonio; no lo fue para una parte de la familia de Isabel, que, inmediatamente, se quejó al emperador para que impidiera tal enlace.
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El proceso del desposorio del sobrino de Garcilaso 
(Colección Documentos Inéditos).

Opusiéronse [a la boda] fuertemente, el duque de Alburquerque, su hermano D. Alonso, y todos los del linaje de la Cueva practicando para evitarlo diversas diligencias, y suplicando al Emperador no permitiese este enlace por ser Doña Isabel sucesora de aquella casa, cuyo interés era se desposase de modo que no se perdiese el nombre y la memoria de ella. 

El Emperador, que se hallaba en Flandes, noticioso del asunto por el comendador mayor de León, despachó una cédula desde Bruselas a 4 de setiembre de 1531, dirigida a la Emperatriz, mandando a Doña Mencía de Bazán que no casase su hija sin previa noticia y mandamiento de S. M., y encargaba a su esposa hiciera proveer que esto se cumpliese con exactitud.

Tomó el Emperador tan á pechos el negocio, que con la misma fecha despidió otras cédulas, una al Consejo Real y otra particular al arzobispo de Santiago, presidente de él.

La familia Laso, que tenía grave interés en engrandecerse con los estados de Alburquerque, se dio tal prisa en el desposorio que ya estaba celebrado cuando se recibieron estos despachos. Hízose en Ávila en 1531 y Garcilaso asistió a él. 

Según su declaración, un día después de comer le llamó un paje, y fue a la iglesia en cuya claustra encontró a Doña Isabel de la Cueva con una dueña suya, llamada Doña María Olio, a Garcilaso su sobrino, al ayo de este, llamado Simancas, a un clérigo y a un tal Fonseca, criado de Doña Mencía Manuel -Guardadamas de la Emperatriz, y madre de Doña Mencía.-, y en una capilla de dicha iglesia le pareció que el clérigo tomó las manos a su sobrino y a Doña Isabel y que estos se las dieron en muestras de desposorio. 

Por el sentido de estas palabras parece que Garcilaso fue casualmente testigo del acto; pero no cabe duda que era no sólo sabedor del secreto, sino cómplice en el designio; y valiera más haberlo negado todo, que hacer una declaración a medias con circunstancias tan inverosímiles; más al paso que no quería mostrarse culpado, repugnaba a su caballerosidad tener que echar mano de la mentira.

El hecho quedó tan reservado que nada trascendió hasta principios del año siguiente, cuando ya caminaba para Alemania. Apenas llegado a Tolosa, se le presentó el licenciado Lugo, corregidor de Guipúzcoa, que en Azpeitia había recibido dos Reales cédulas, mandándosele en la primera le recibiese juramento y declaración al tenor del interrogatorio, que se le remitía, y que lo que dijese se enviase legalizado y con secreto por aquel correo. 

En la segunda se autorizaba a Garcilaso para jurar y contestar a lo que se le preguntase, bajo las penas que el juez le impusiese, pues según las reglas de la orden de Santiago a que pertenecía, ningún caballero podía prestar juramento sin licencia de S. M. Estaba Garcilaso en la posada del duque de Alba, y allí el corregidor le requirió y tomó declaración; la cual dio él de un modo evasivo.

Dijo que conocía las personas y que entre Doña María Manuel, guarda de damas de la Reina y Doña Mencía su hija se hizo un concierto, que firmaron con Don Pedro Laso de la Vega y este testigo para que cuando fuesen de edad competente se casasen Doña Isabel, y Garcilaso, hijo de D. Pedro, condicionalmente, si en cierto tiempo no tomaba por esposo al hijo del conde de Siruela, pero que esta capitulación fue simple firmada de los dichos, sin otros testigos, hecha antes que viniese la cédula de S. M.; que no había objeto malicioso en haber celebrado aquellos desposorios por ser inválidos, respecto a la corta edad de los contrayentes; y añadía que ignoraba en poder de quien estaba el contrato y que después que vino la Real cédula ni supo ni fue parte, ni tuvo noticia de que se practicase diligencia alguna.

Viendo esto el corregidor le intimó otra Real orden en que se mandaba, que como no declarase que se halló presente o fue testigo del desposorio, lo detuviese, tomándole juramento de que no saldría de la posada, o parte donde le pusiera, hasta que S. M. proveyese lo conveniente. Dióle por prisión la villa de Tolosa, pena de perdimiento de bienes y privación de su encomienda y hábito, si la violaba.

Hubo contestaciones de ambas partes. Quejábase el encausado que el corregidor se excedía de lo que se le mandaba, pues solo en el caso que se hubiese hallado presente o sido testigo en el desposorio tenía licencia de detenerle; mucho más cuando iba a servir a S. M. en Flandes y Alemania, a donde le mandaba que estuviese por ser su criado, y estar muy obligado a sus mercedes.

A esto respondía el juez que declarase menos confusamente y observaría lo que le mandaban. 

Informada la Reina, contestó que estaba maravillada de que exigiéndoselo su Reina no declarase Garcilaso abiertamente como era obligado; envió cartas para el duque de Alba en que le decía que en su presencia no era razón usase G. Laso semejante manera; é intimó al corregidor le preguntase de nuevo, si se halló en el desposorio, qué otras personas concurrieron, en qué parte fue, y cuánto tiempo hacia: que si declaraba que no se halló le dejase ir; pero que si estuvo presente le desterrase del reino, le mandase no entrar en la corte del Emperador sin su licencia imperial, y en caso de desobediencia volviese a tomarle declaración y le prendiese y custodiase sin ponerle prisiones, enviándole a su costa a la fortaleza de Salvatierra, cuyo alcaide lo tuviese a buen recaudo, hasta nueva disposición.

Entonces declaró la escena que ya se ha referido de la iglesia de Ávila, y en su consecuencia el juez le impuso las penas que se contenían en la Real cédula

El duque de Alba, que hasta entonces había sido testigo imparcial de los procedimientos, no abandonó en este trance a su amigo. Cansado de verle padecer, y no pudiendo conformarse a verle desterrado y proscrito, escribió a la Emperatriz que, aunque iba a Alemania, llamado por el Emperador, a servirle, no pasaría adelante si Garcilaso no le acompañaba y que así le mandase dar libertad. La Emperatriz debió ceder a la energía del Duque, pues no queda duda que lo llevó consigo y lo presentó en la corte de Carlos V a pesar del mandamiento del juez.

En consecuencia:

Pruébase que entre Garcilaso de la Vega siendo mayor de catorce años y Doña Isabel de la Cueva siendo de once años y cuatro meses se contrajo matrimonio por palabras de presente en la iglesia mayor de la ciudad de Ávila a catorce de agosto de 1531 años, y después se tornó otra segunda vez celebrar en la dicha iglesia, y confiésanlo ambos.

Dicen tres testigos que oyeron que después desto en el mes de octubre deste año en Medina del Campo se tornaron á desposar tercera vez —Niégalo Doña Isabel—. Solo uno dice que lo oyó a Doña Mencía, su madre, y á Pero Fernández, clérigo que los había desposado, y a todos se preguntó porque así está en el interrogatorio a diez y nueve preguntas, y el otro dice que él vio un día subir a una sala en Medina del Campo á D. Pero Laso, y á Garcilaso, y a Doña Mencía y a Doña Isabel su hija, y que oyó decir que para efecto de ratificar el desposorio—No dice, sino que lo oyó estando en Medina mas no a quien. 

Garcilaso –sobrino-, con juramento afirma que conoció carnalmente a la dicha Doña Isabel su esposa estando en la villa de Medina—Niégalo ella con juramento. 

Dicen dos testigos criados del D. Pedro Laso y singulares en sus deposiciones que vieron juntos en una cámara a los dichos desposados en una casa de Medina del Campo, y el uno, que es una muger, dice que estando ansí juntos oyó llorar a la dicha Doña Isabel, y que a esto vino Doña Mencía su madre y entró do estaban, y salió diciendo que no era nada, sino que el Garcilaso había asido de la pierna a la dicha Doña Isabel, —no se prueba otra cohabitación á parte de los dos desposados.

Hay un instrumento público signado de uno que se dice escribano público y su nombre Bartolomé de Molina, fecho en el monasterio de la villa de Madrigal a diez y seis días del mes de abril de 1532 por el cual dice que Doña Isabel de la Cueva dio poder a Lorenzo Rodríguez, vecino de Batres, para que en su nombre ratificase el matrimonio entre Garcilaso y ella y de nuevo lo contrajese como se hizo en Batres primero de mayo de 1532—. 

Este poder no se prueba que sea verdadero ante el escribano que lo hizo: dice que no se acuerda haber pasado ante él, puesto que [aunque] está probado plenamente ser de su letra y signo y ser escribano Real; y de tres testigos instrumentales que dice que fueron presentes, los dos lo niegan y dicen que es falso, y el otro es fallecido. No se prueba por testigo alguno que lo viese en Madrigal, ni en el monasterio donde dice que se otorgó: pruébase que era Bartolomé de Molina, secretario de las galeras de D. Álvaro de Bazán. 

Hay cartas escritas de su mano de Doña Isabel y firmadas de su nombre y por ellas reconocidas que escribió a Garcilaso de las cuales va aquí [parte] del traslado sacado del original, y por las dos dellas paresce que era ya cumplida la edad de los doce años, porque de lo que tiene probado arriba los cumplió el mes de abril de 1532, y la una dice la fecha postrero de abril, y la otra a ocho de mayo, y dendel monesterio de Madrigal, y otras cartas suyas a este propósito, cuyos traslados van aquí.

Hay un acto público ante escribano y testigos y reconocido por tal, hecho en la villa de Batres primero día del mes de mayo año de 1532 en la forma siguiente: E luego el dicho Lorenzo Rodríguez en nombre de la dicha señora Doña Isabel de la Cueva su parte, dijo: que requería al dicho señor Garcilaso de la Vega que presente estaba que se declarase si quería ratificar el matrimonio contraído por la dicha señora Doña Isabel de la Cueva y permanecer en él, y el dicho señor Garcilaso de la Vega dijo que era verdad que él se había desposado por palabras que hicieron verdadero matrimonio de presente con la dicha señora Doña Isabel de la Cueva su esposa y muger, y después acá lo había ratificado enviando el uno al otro muchas cartas y joyas y que agora á mayor abundamiento ratificaba y ratificó y había é hubo por bueno el dicho casamiento que había fecho por palabras de presente con la dicha señora Doña Isabel de la Cueva su esposa y muger—.

Articúlase y pruébase por parte de Doña Isabel que si ella escribia á Garcilaso o manifestaba que era su esposo lo hacía por complacer a Doña Mencía su madre y que le era muy sujeta, y que la dicha su madre le enviaba las cartas escritas, para que ella las trasladase y las enviase de su mano y firma, y que las que con ella estaban en el monasterio para la servir, la inducían á que ansí lo hiciese y dijese.

Pruébase y por su confesión de Doña Isabel consta que estando en el dicho monasterio y entrando el doctor Alfaro médico a curar le dijo que de su parte dijese al Ilustrísimo Cardenal de Toledo que, pues su Señoría Reverendísima tenía el cargo de administración de la justicia del reino, la hiciese sacar de allí donde estaba presa é detenida, porque era esposa y muger del dicho Garcilaso de la Vega.

A doce de febrero de 1532 paresce una escritura pública de reclamación que hizo Doña Isabel del dicho matrimonio o desposorio diciendo que lo había fecho por inducimiento y siendo menor de edad y no quería estar por él—Fue ante el alcalde Herrera. 

Paresce otra escritura privada, firmada de su mano de la dicha Doña Isabel, en que hace mención desta reclamación y dice que la hizo por justo temor y amenazas que le hizo el dicho alcalde, y ratifica el dicho matrimonio y paresce de su letra escritas estas palabras: no me pesa sino porque no va todo de mi mano. 

Es copia literal del papel original, que obra en este Real Archivo de Simancas en un legajo de la Secretaría de Estado, señalado con el núm. 38 de la Correspondencia y despacho de Castilla del año 1536—Y lo firmo en el expresado Real Archivo a siete de noviembre de 1823—Tomás González.

Carta de doña Isabel de la Cueva a Garcilaso de la Vega. 
(Ortografía original.)

SEÑOR= Bien creo que estará Vra. md. henojado comigo porque no jure que heramos desposados; si lo hice, hicelo por miedo de la Emperatriz mas vos Señor sois mi Esposo y es verdad que yo me despose con vos y nunca sera otro mi marido y aunque yo lo niegue no es sino por miedo de la Emperatriz y V. m. me perdone porque lo niego que no lo hago si no por miedo. =Vesa las manos de V. m. mi coraçon vuestra esposa e servidora Doña Isabel de la Cueva=A mi señor Garcilaso de la Cueva y de la Vega.

A Garcilaso de doña Isabel.

Señor—no tengo de tener otro marido si no a vos mi marido y Señor—Hanme dicho que dicen los de la Cueva que por la renunciación que hice en Tordesillas piensan que estoy desatada; que gentiles necios! viendo que aquello que hice fue estando presa y de miedo de la Emperatriz y de las amenazas que el alcalde Herrera me hacia… yo os demando por esta por marido y como tengo dicho no tengo de tener otro mientra viviere: querría escrebir a V. m. cada vez dos pliegos mas no tengo lugar, esposo mio, veso las manos de V. m.—Fecha postrero de abril, vuestra esposa y servidora Doña Isabel de la Cueva.=A mi señor Garcilaso de la Cueva y de la Vega.

De Doña Isabel a su madre.

Señora: Espinosa vino agora y holgueme mucho …ahí lleva Espinosa una bolsa para Garcilaso mí Señor… suplico a V. m. que escriba a Garcilaso mi Señor que le beso las manos. —Queme V. m. luego esta carta.

A Don Pedro Laso [padre del prometido] de doña Isabel.

Muy magnifico señor—No sé cómo pueda acabar de decir el placer que tuve con la carta de V. m., suplico a V. m. que cuando pudiere me escriba que tal esta y las cosas que tengo de hacer y avíseme de todo porque no me tome de sobresalto y yo no sepa lo que tengo de responder…

…andaban los de la Cueva, pues que soy casada que no tengo de casar ya con otro, aunque más hagan. Estoy desposada y no quiero ser monja. / y beso su calva de V. m. su obediente hija Doña Isabel de la Cueva, /al muy magnifico señor Don Pero Laso, mi señor y todo mi bien y padre y defensor mio.

Protesta

Yo Doña Isabel de la Cueva, hija de D. Juan de la Cueva ya defunto y de Doña Mencia Manuel vecinos de la ciudad de Ubeda digo que por quanto yo me case legitimamente con Garcilaso de la Vega e de Guzman mi señor e marido, hijo de D. Pedro Laso de la Vega e de Doña Maria de Mendoza ya defunta, vecinos de la ciudad de Toledo por mandado de la dicha Doña Mencia Manuel mi señora y con su expreso consentimiento y voluntad y mio, la qual contraxo el dicho casamiento con voluntad de la Emperatriz nuestra señora juntamente con la señora Doña Maria Manuel mi señora agüela e aunque el dicho casamiento se hizo legítimamente por mano de clérigo ante suficiente numero de testigos según y como manda la madre Santa Iglesia fue sin ser sabidora dello S. M. y por tanto yo protesto desde agora para entonces de mi voluntad espontanea sin ser a ello inducida ni atraida que todo lo que ansi hiciere e digiere o hobiere dicho o fecho contra este dicho matrimonio hasta aqui o de aquí adelante sea en si ninguno y de ningún valor e efecto como fecho e dicho por fuerza e miedo contra mi propia voluntad e mas por reverencia e acatamiento del lugar donde estoy si lo hiciere o digere que no de mi voluntad porque todo lo contradigo y deshago e doy por de ninguno según dicho es por ende por la presente yo la dicha Doña Isabel de la Cueva declaro que mi intención e animo deliverado es de seguir en esto el dicho mandamiento e voluntad de la dicha Dona Mencia Manuel mi señora y madre, y consentimiento mío en el dicho matrimonio y hecho y de tener y haber desde ahora para siempre jamas por mi marido y esposo al dicho Garcilaso de la Vega e de Guzman mi marido e señor como agora lo es, y por no poder hacer esta protestación y declaración de mi animo e voluntad ante escribano publico por razón del lugar donde estoy, lo declaro ansi delante de Leonor Vázquez y Catalina Hernández a las quales ruego que de ello sean testigos y en su presencia lo firmo de mi nombre—Fecha en Medina del Campo en quince dias del mes de hebrero de 1532 años—.

Isabel de la Cueva—Debajo desta firma están escriptos tres renglones e un poco que dicen: asi amor mio de mi corazón y de mi alma yo quisiera que esta fuera de mi mano, mas como presa no puedo hacer mas.

Yo Doña Isabel de la Cueva, muger legitima de Garcilaso de la Vega mi señor digo: que por quanto en doce dias del mes de hebrero que paso de este presente año de 1532 años estando yo presa por mandado de la Emperatriz nuestra Señora en el aposento de la marquesa de Lombay en la villa de Tordesillas, el alcalde Herrera vino por mandado de S. M. al dicho aposento y donde yo estaba presa y estoy y me mandó de parte de la Emperatriz nuestra Señora so grandes penas e con mucho afincamiento que diese por ninguno el casamiento que yo contrage con el dicho Garcilaso de la Vega, mi señor e marido con licencia e mandado de mi madre e agüela e otro cualquier concierto que hobiese pasado sobre el dicho casamiento, e yo respondi que yo no lo queria hacer ni quise y aunque quisiera no pudiera dar por ningún matrimonio perfecto e acabado como este ni la Emperatriz nuestra Señora mandallo según he sido informada de letrado y el dicho alcalde Herrera se levanto con mucha soberbia poniéndome grandes temores e miedos que nunca saldría de la prisión en que estaba e jurando que me haria azotar muy ignominiosamente y queriendo poner por la obra compulsa y apremiada con temor o miedo contra mi voluntad y con muchas lágrimas llorando dije que lo daba por ninguno con tanto que cumpliendo doce años su merced me mandase poner en libertad para que yo digese hiciese lo que quisiese y porque mi voluntad entonces y desde que el dicho matrimonio contrage fue de tener por marido al dicho Garcilaso mi señor e ahora lo es y sera, e conformándome con la voluntad de mi madre agüela puesto que lo que yo entonces dige es de ningún efecto por lo haber dicho con miedo estando presa porque no pueda venir en dubda digo que el dicho Garcilaso mi señor es mi marido e lo sera e qualquiera cosa que yo oviere hecho dicho contra esto no valga como dicho e fecho contra mi voluntad e porque yo estoy presa e no puedo haber escribano ante quien declare mi voluntad hice esta carta firmada de mi nombre—Doña Isabel de la Cueva. *' No me pesa sino porque no va todo de mi mano." Es copia literal. Simancas 7 de noviembre 1823.—Tomás González.

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-Resulta, como puede deducirse, que Isabel de la Cueva, unas veces declaró que se había casado y otras, que no. 

-Garcilaso el poeta, por su parte, dijo que había asistido y no había asistido al desposorio. 

-La madre y la abuela de Isabel aprueban la boda, pero otra parte de la familia, incluso, la denuncia ante el emperador. 

-Y lo más sorprendente; después de tanto furor imperial, el joven Garcilaso, aparecerá más tarde, casado, efectivamente, pero... con otra señora y, lo que es más sorprendente, será admitido en la más íntima amistad del emperador.
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Garcilaso, el hijo de Pedro Laso. Durante mucho tiempo, confundido con el poeta.

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La suerte reservada al joven prometido.

Garcilaso de la Vega y Guzmán (el sobrino) 17 de mayo de 1536.

El Rey—Comendador Gómez Suarez de Figueroa, nuestro embajador en Génova: porque somos informados que en las galeras que agora han de venir de España a esa ciudad viene Garcilaso de la Vega, el cual por algunas causas, estando Nos en España, fué por nuestro mandado desterrado de nuestra corte y de nuestros reinos, os mandamos que si viniere en las dichas galeras le notifiquéis de nuestra parte que Nos por la presente le mandamos, so pena de la vida y de perdimiento de bienes que no venga ni entre en nuestra corte, ni en nuestro ejército, ni vaya ni esté en ningún reino ni señorío nuestro, con declaración que hacemos, que contraviniendo á esto en cualquiera manera mandaremos ejecutar las dichas penas; y así mismo os mandamos que digáis de nuestra parte á D. Álvaro de Bazán, nuestro capitán general de las galeras de España, y a los otros capitanes de las galeras, que están a nuestro servicio, que no reciban, ni consientan estar, ni andar en ninguna dallas al dicho Garcilaso: y diréis de nuestra parte al Príncipe Andrea Doria que lo mismo provea que hagan los capitanes de sus galeras. De Fornovo á 17 de mayo de 1536—Yo el Rey—Cobos, comendador mayor."

Al Virey de Nápoles de Fornovo á 17 de mayo de 1536.

Porque por la que va con estas se os escribe lo que hay que decir, esta no es para más que avisaros, que siendo informado que Garcilaso de la Vega, hijo de D. Pedro Laso de la Vega, el cual como debéis tener entendido fue por nuestro mandado, estando Nos en España, desterrado de nuestra corte y de nuestros reinos, viene en las galeras que agora se esperan de España en Génova, enviamos a mandar a nuestro embajador en aquella república, que de nuestra parte le notifique y mande que no entre en nuestra corte, ni en nuestro ejército, ni vaya ni esté en ningún reino ni señorío nuestro, ni ande en nuestras galeras ni en las que están en nuestro servicio : para que si fuese a ese reino sepáis que nuestra voluntad es, que no se permita ni dé lugar que pueda estar en él; y así os lo encargamos que se cumpla y que en ninguna manera se haga otra cosa."

(Copiado literalmente de los registros originales de los despachos—Secretaría de Estado—Legajo núm. 1560).

Carlos V en 1533. Lucas Cranach. Thyssen-Bornemisza, Madrid.

A la Sacratísima Cesárea Católica Magestá, de Andrea Doria.

Garcilaso de la Vega de Guzmano, qual é venuto in queste parte per ritrovarse al servizio di V. M., etc, quando V. M. sia contenta lassarlo purgar il suo peccato in galera, mi persuado li debbia esser assai conveniente penitentia. 
Data in Genova alli 8 di Guigno 1536—Di V. Sacr.a. Ces. Ca—Md. Humilo. servitor et vasallo qual sue mani basa—Andrea Doria.

Respuesta del Emperador en despacho, fecho en Aste en 14 de junio:

A Garcilaso de la Vega holgaremos que proveáis que no sea recibido en vuestras galeras, ni en ninguna de las otras, ni en el armada, porque assí conviene á nuestro servicio.

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Como última pieza del particular rompecabezas que, incomprensiblemente, tanto dio que hacer a tantas personas, y tanta preocupación causó a la pareja imperial, el dato más sorprendente, después de todo lo aquí copiado, quizás sea el siguiente:

Este Garcilaso de la Vega de Guzmán señor de las villas de Cuerva y Batres, y de los Arcos, (el sobrino comprometido) parece que no llegó a casar con Doña Isabel de la Cueva, pues se halla una escritura auténtica otorgada en Augusta en Alemania á 17 de junio de 1548, de la cual consta que entre Don Hernando Niño patriarca de las Indias, obispo de Sigüenza, presidente del Consejo Real, y su hermano el señor Rodrigo Niño, vecino de la ciudad de Toledo, comendador de Lorqui, de la orden de Santiago, por sí y en nombre de Doña Teresa de Guevara, su muger, de la una parte, y de la otra el muy ilustre señor D. Pedro Laso de Vega é de Guzmán se trató é concertó desposorio é casamiento de Garcilaso de Vega hijo de D. Pedro Lasso, con Doña Aldonza Niño de Guevara, hija y sobrina de los expresados D. Rodrigo y D. Hernando. Así resulta del libro 195 de Mercedes.

El mismo Garcilaso (sobrino) en la carta a Felipe II datada en Valladolid á 7 de setiembre de dicho año dice que había llegado el 9: (sería muy tarde de modo que no podría ver aquella noche al ministro) Se detuvo en Valladolid cinco días; pasados los cuales, fue á Yuste a dar al Emperador personalmente cuenta de todo. Este le recibió cariñosamente e hizo mucha confianza de su persona, pues, aunque había allí muchos negocios pendientes, de gravedad todos, mandó que se detuvieran hasta la llegada de Garcilaso.

El Emperador le mandó volver a Valladolid y á Cigales a hablar y tratar personalmente con doña María de Austria, que estaba en aquel pueblo, sobre el negocio de Flandes; y lo manejó tan bien que se decidió a marchar a Flandes la Princesa, a pesar de la gran repugnancia que había manifestado siempre a ello, negándose a las insinuaciones de Carlos V y de la Princesa gobernadora, pretextando su salud y el voto que había hecho de no volverse a mezclar en negocios.

Con la resolución favorable, o aquiescencia de dicha Reina volvió Garcilaso á Yuste donde llegó en gran diligencia; pues el 7 de setiembre escribe al Rey desde Valladolid, y el 8 a las cuatro de la tarde ya estaba en Yuste.

Para mayor sorpresa, el joven Garcilaso, aquel al que en 1536 no se permitía estar en el reino: Fue uno de los testigos que asistieron al otorgamiento del codicilo y postrimera voluntad de S. M. Imperial, fecho el 9 del mismo mes ante Martin de Gaztelu, secretario cerca de su Cesárea Persona, y que de ordinario residía en Cuacos—Y en efecto está la firma de Garcilaso de la Vega de Guzmán en la diligencia del codicilo cerrado. A pesar de la indisposición del Emperador que ya se iba agravando por momentos, y de que falleció el 21 de setiembre de dicho año, por la mañana recibió a Garcilaso, el cual le informó menudamente de todo el negocio con la Reina Doña María y, acabado que hubo de dar a S. M. su relación de todo, le dio licencia para que se vaya a casar y ansí se partió a noche.

Cuyas palabras son literales de una carta de Luis Quijada, mayordomo y confidente de Carlos V, al secretario Juan Vázquez, fecha en Yuste el 10 de setiembre de 1558.

El habérsele encargado por Felipe II un negocio de tanta gravedad, el modo y circunstancias del recibimiento que le hizo el Emperador, y los términos en que la Reina María, la Princesa gobernadora, los secretarios y todas las personas de la corte, tanto en Cigales como en Valladolid y en Yuste, hablan de la persona de Garcilaso dan alta idea de él, no menos que el haber sido uno de los siete testigos del último codicilo del Emperador—Estos testigos fueron Garcilasso de la Vega de Guzman—el doctor Cornelio, médico de la corte que en la última enfermedad de Carlos fue en diligencia desde Cigales á Yuste— Luis Quijada su mayordomo—F. Juan de Regla—Enrique Malisio, médico ordinario del Emperador—Guillelmo Molinés, otro médico—y el licenciado Murga. Garcilaso era Comendador de Belvis y de Navarra en la orden de Alcántara.

Se sabe, además que este joven murió en la defensa de Ulpian como puede verse en Sandoval: Historia de la vida de Carlos V, lib. XXXII, donde después de hablar largamente de él y del suceso, refiere así su muerte en el § 26. 

Habían los españoles dejado a un lado de la trinchera una abertura á forma de puerta para pasar de una parte a otra y tan estrecha que apenas cabía un hombre armado, y apretando los traseros a los delanteros y embarazándose con las picas y armas cayeron algunos, y cerrando aquel angosto paso con miserable principio; fue causa, que cayendo unos sobre otros fuesen cruelmente muertos de los franceses, y si algún francés quería salvar alguno, los que venían detrás se lo mataban. 

Murió allí Garcilaso de la Vega y casi de los primeros, porque pareciéndole fea tal retirada de que había sido causa, y retirándose más de espacio que lo que en caso tan perdido le convenía, siendo alcanzado y habiéndosele caído un morrioncillo negro a prueba de arcabuz, que traía, le dio un francés una cuchillada en la cabeza al través que se la abrió toda."... La época de esta desgracia que fue precisamente en octubre de 1555, se conforma con los otros datos, de modo que no deja duda de que la última partida de defunción es la del hijo del poeta.

Lo copiado concuerda literalmente, y lo extractado resulta con toda fidelidad de los libros, registros y demás papeles que quedan citados y se custodian en este Real archivo de Simancas; y para que se puedan tener presentes estos hechos y noticias al escribir la vida del célebre poeta Garcilaso de la Vega, en uso de la autorización general que tengo para semejantes cosas del Rey nuestro Señor, lo firmo en este expresado Real archivo a 28 de octubre de 1823 — Tomás González.
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Por lo que respecta al poeta, el hecho de su castigo quedó tan reservado que nada se trascendió hasta principios del año siguiente, cuando ya Garcilaso caminaba para Alemania. Apenas llegado a Tolosa, se le presentó el licenciado Lugo, corregidor de Guipúzcoa, que en Azpeitia había recibido dos Reales cédulas, mandándosele en la primera le recibiese juramento y declaración al tenor del interrogatorio, que se le remitía, y que lo que dijese se enviase legalizado y con secreto por aquel correo. 

Cuando Garcilaso declaró la escena que ya se ha referido de la iglesia de Ávila, y en su consecuencia el juez le impuso las penas que se contenían en la Real cédula. El duque de Alba, que hasta entonces había sido testigo imparcial de los procedimientos, no abandonó en este trance a su amigo. Cansado de verle padecer, y no pudiendo conformarse a verle desterrado y proscrito, escribió a la Emperatriz que, aunque iba a Alemania, llamado por el Emperador, a servirle, no pasaría adelante si Garcilaso no le acompañaba y que así le mandase dar libertad. La Emperatriz debió ceder a la energía del Duque, pues no queda duda que lo llevó consigo y lo presentó en la corte de Carlos V a pesar del mandamiento del juez.

Prosiguieron pues el viaje en el cual podemos seguir el itinerario que nos dejó trazado el mismo Garcilaso al final de la Égloga II. Pasaron los montes Pirineos en medio del invierno hollando nieves y hielos, y el poeta contempló admirado la sombría magnificencia que presenta la naturaleza en esta estación sobre sus elevadas cumbres, y después la describió en sus obras.

Como pasadas estas asperezas recibiese orden el Duque de caminar con más rapidez, dejó su escolta y comitiva, y solo con Garcilaso atravesó por la posta la Francia hasta Paris, donde cayó enfermo, acaso de las fatigas del viaje. Su amigo le asistió esmeradamente, hasta que ya convalecido, pudieron ambos continuar adelante, atravesar el Rin y embarcados en sus aguas llegar a Colonia. Siguiendo por Alemania hasta tocar las márgenes del Danubio, volvieron a embarcarse en este rio y con próspera navegación llegaron a Ratisbona, donde estaba convocada la dieta. Recibió el Emperador al duque con los brazos abiertos; conversó con él de la presente guerra de Hungría, y se prometió con su auxilio nuevos triunfos; pero no hizo la misma acogida a Garcilaso.

Noticioso por la Emperatriz de lo que resultaba del proceso que se le formó en Tolosa no dio oídos al memorial que le presentó por medio de D. Pedro de Toledo marqués de Villafranca en que se quejaba de la providencia de destierro del reino, y privación de entrar en la corte: antes bien en consulta que tuvo S. M. en 14 de marzo sobre el casamiento de Dona Isabel de la Cueva dispuso que fuese preso a una isla del Danubio.

Á Doña Isabel se la depositó en el monasterio de Madrigal al cuidado de la priora, que era hija natural del Rey Católico, y a Garcilaso el novio, que se había escapado a Portugal y a los demás cómplices, se mandó perseguirlos en justicia.

Antes de aparecer los documentos que acreditan estos hechos sospecharon algunos que el destierro de Garcilaso en la isla del Danubio era una patraña originada acaso de su estancia en la isla con las tropas que la guarnecían. 

Más abajo de Presbourg, ciudad de la Hungría occidental, se divide el Danubio en dos brazos, los cuales no se reúnen hasta Komorn, plaza fuerte de la Hungría oriental, y forman una gran isla á la que se ha dado el nombre de Schut. 

Previendo Carlos V que Solimán podía traer embarcados por el rio víveres y pertrechos de guerra, para estorbarlo envió algunas tropas a esta isla. Poco tiempo después fue nombrado comandante del puesto Pedro Zapata, oficial de mucho espíritu y de conocimientos militares, quien llevó consigo cincuenta soldados españoles y otros tantos italianos. Esto daba verosimilitud a la sospecha; pero después del hallazgo de los documentos no cabe duda en la verdadera causa de la permanencia de Garcilaso en la isla, cuya frondosidad y hermosura celebra en la Canción III, en que llora su destierro.

Mientras Garcilaso dulcificaba su soledad con los acentos de su lira, el Emperador deliberaba los medios de oponerse al Gran Turco, que desde Belgrado, dejando el Danubio a la derecha, entróse por la Stiria y se apoderó de Guinz donde tuvo algún tiempo sentado su campo. En vista de su marcha el Emperador partió con todo su ejército a socorrer a Viena, que creyó amenazada.

Bien lo conoció Solimán, que sin volver atrás la vista retrocedió hasta Constantinopla. Así se disipó esta oscura nube que formada en el oriente amenazaba desolar el occidente, norte y mediodía. 

El duque de Alba sirvió con su valor y consejo en esta campaña, tomó a su sueldo toda la gente que pudo y se captó el amor de los alemanes, flamencos, italianos y españoles, comenzando a manifestar las grandes dotes de mando que le adornaron. Acompañó al Emperador en el viaje a Linz, estuvo en la persecución de algunos de los capitanes enemigos, y anhelando teñir su espada en sangre turca, sintió que la suerte no preparase a los imperiales más difíciles triunfos.

Quizá no permitió a Garcilaso tomar parte en ellos su prisión, si bien no debió ser larga; pues hallándose el Emperador tomando baños en una aldea cerca de Ratisbona tuvo otra consulta en 25 de junio, en la que entre otros negocios se le dio cuenta del de su destierro. Decíase en ella, que, pues confesaba la culpa que tuvo y pedía su perdón, podiásele enviar por el tiempo que el Emperador fuese servido, a un convento, o a algunas de las fronteras de África, o al armada que se aprestaba, o a Nápoles para la defensa de aquel reino, si ya no quería, que, guardando hasta que el Emperador salga al campo, la carcelería que tiene, sirviese en esta jornada contra el Gran Turco. 

Recomendaba el duque de Alba esta instancia con la entereza y férrea voluntad de que usaba en los negocios, que tomaba a su cargo. Con tan poderoso empeño y tan justificada propuesta se resolvió fuese a Nápoles a servir por el tiempo que S. M. quisiera, y que si esto no le convenía se retirase al convento que más le agradare. No podía Garcilaso titubear en la elección y más yendo en este tiempo por Visorey a Nápoles, D. Pedro de Toledo, primer marqués de Villafranca, su mayor favorecedor y amigo. 

El cariño con que le acogió nos impele a reconocer a este magnate, no tanto por lo merecedor que sus heroicos hechos le hacen de este recuerdo, como por lo que resulta en honra del protegido, las altas cualidades del protector.
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