lunes, 27 de enero de 2014

VELÁZQUEZ. Escenas de costumbres. (Primera Parte).


Retrato / Autorretrato? Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Ca. 1630, O/L, 68,6 x 55,2 cm. 
Metropolitan Museum of art New York. MET

Este retrato, perteneciente a los fondos del Metropolitan de Nueva York, desde 1949, fue sometido a una limpieza en 2009, apareciendo una firma de Velázquez que se considera auténtica. De acuerdo con los responsables del MET, parece un estudio, más que una obra acabada y muchas de las áreas del cuadro se encuentran en un estado simple, de esbozo, […] pese a que la obra ha sufrido abrasión, su calidad no se ha visto afectada.

Durante mucho tiempo se destacó el parecido de esta imagen, con otra, ciertamente muy similar, que se encuentra en el lateral derecho de La Rendición de Breda -Las lanzas-. No obstante, algunos críticos prefirieron catalogarla como obra de taller, siendo tal diagnóstico aceptado entonces por el Museo, pues mostraba una densa capa de barniz que hacía casi imposible un análisis más adecuado.

La rendición de Breda o Las lanzas –fragmento-. Óleo lienzo, 307 x 367 cm. 
Museo del Prado.

Hoy, tras su limpieza y estudio definitivos, se deduce, casi con toda seguridad, que no se trata de una obra de taller, sino de un trabajo rápido y brillante, propio de la inmediatez y la limpieza de trazo de Velázquez, quien posiblemente la usó como bosquejo para su propio retrato en la pintura de Breda. Según declaraciones de los especialistas del Museo, Jonathan Brown, Lo miró durante cinco segundos y nos felicitó.

He seleccionado este retrato, casi seguro de Velázquez y pintado por él mismo, como encabezamiento, porque, de ser auténtico, sería su representación más temprana, y nos sirve para conocer más aproximadamente el aspecto del artista en su juventud, ya que se trata de hacer un breve análisis de las pinturas anteriores a su entrada en la Corte de Madrid, es decir, las que pintó en Sevilla -la mayoría de las cuales se encuentran hoy en colecciones extranjeras- porque los asuntos tratados en ellas, representan un mundo muy distinto, prácticamente, opuesto al de la Corte, con sus magníficos retratos de la familia real, ya que atendiendo a su datación, tendría entonces treinta y un años-, aunque si se tratara de un esbozo de la Rendición; habría que situarlo en 1634, cuando Velázquez ya llevaba nueve años al servicio de Felipe IV. 

Adoración de los Magos. 1619, 204x126,5 cm. Prado.

Se ha dicho asimismo, que en esta Adoración, Velázquez empleó a su esposa y a su hija como modelos para la Virgen y el Niño, siendo él mismo –a los 20 años-, el rey-mago Gaspar mientras que el Melchor que aparece a su espalda, sería su suegro, Pacheco. De ser así, evidentemente, este retrato sería anterior al del Metropolitan, en el cual tendría el pintor diez u once años más. Personalmente, soy incapaz de encontrar alguna similitud entre ambas imágenes. 
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Para acercarnos a los años jóvenes de Diego de Silva Velázquez, hemos de recurrir a su maestro, el citado Francisco Pacheco, muy pronto, también su suegro, que dejó excelentes informaciones sobre el aprendizaje de Diego en Sevilla; de su primera etapa en la Corte y del primer viaje a Italia, añadiendo diversas e interesantes apreciaciones sobre su persona.

Francisco Pacheco (1564-1644). Retratado por Velázquez en 1622

Pacheco, analista culto y observador, gran admirador de Rafael y Miguel Ángel, no era, sin embargo, un gran pintor, aunque, al parecer dominaba el retrato a lápiz, siendo su mayor mérito el de haber reconocido y apoyado la vocación de Diego de Silva, sin poner freno al definido instinto de su discípulo, del que asimismo, se mostró siempre gran valedor.

Francisco Pacheco. Juicio Final. O/L, 3,40x2,36 m. Musée Goya, Castres, France

Vemos aquí un lejano, pero evidente toque Greco. Pacheco explicó su autorretrato en esta obra entre los resucitados –segunda figura a la izquierda, en la parte inferior y que solo muestra la cabeza-; siguiendo el ejemplo de algunos valientes pintores que, en ocasiones públicas, entre otras figuras pusieron la suya, y de sus amigos y deudos; y principalmente Ticiano, que se retrató en la gloria que pintó para el Rey Felipo II.

Su tratado, El Arte de la Pintura, publicado en 1649, es decir 27 años después de su fallecimiento, ha sido y es guía imprescindible para conocer la pintura de su época. Muy apegado al siglo XVI, valoró no obstante, con gran objetividad, las novedades aportadas por varios artistas de la nueva generación, incluyendo a Velázquez y sus pinturas naturalistas de la primera época, a las que vamos a referirnos.


Diego de Silva Velazquez mi yerno, ocupa (con razón) el tercer lugar, a quien después de cinco años de educación y enseñanza casé con mi hija, movido de su virtud, limpieza, y buenas partes: y de las esperanzas de su natural y grande ingenio. Y por que es mayor la honra de Maestro que la de Suegro, ha sido justo estorbar el atrevimiento de alguno que se quiere atribuir esta gloria: quitándome la corona de mis postreros años. No tengo por mengua aventajarse el Discípulo al Maestro, (habiendo dicho la VERDAD que no es mayor) ni perdió Leonardo de Vinci en tener a Rafael por discipulo, ni Jorge de Castelfranco a Ticiano, ni Platon a Aristóteles, pues no le quitó el nombre de Divino. Esto se escribe no tanto por alabar el sujeto presente (que tendra otro lugar) cuanta por la grandeza de l’ arte de la Pintura y mucho mas por reconocimiento y reverencia a la Católica Magestad de nuestro gran Monarca Filipo 4.a quien el cielo guarde infinitos años. Pues de su mano liberal ha recebido y recibe tantos favores. 

Deseoso pues de ver el Escorial, partió de Sevilla a Madrid por el Mes de Abril del año 1622. Fue muy agasajado de los dos hermanos don Luis y don Melchior del Alcaçar, y en particular de don Juan de Fonseca Sumiller de Cortina de su Magestad (aficionado a su pintura) hizo a instancia mia un Retrato de don Luis de Góngora, que fue muy celebrado en Madrid, y por entonces no hubo lugar de Retratar Ios Reyes, aunque se procuró.

El de 1623 fue llamado del mesmo don Juan (por orden del Conde Duque) hospedose en su casa donde fue regalado y servido e hizo su Retrato. Llevolo a Palacio aquella noche un hijo del Conde de Peñaranda Camarero del infante Cardenal, y en una hora lo vieron todos los de Palacio, los Infantes y el Rey, que fue la mayor calificación que tuvo. Ordenose que se retratase al Infante, pero pareció más conveniente hazer el de su Magestad primero, aunque no pudo ser tan presto por grandes ocupaciones, en efecto lo hizo en 30 de Agosto de 1623 a gusto de su Magestad y de los Infantes y del Conde Duque, que afirmó no haber retratado al Rey hasta entonces: y lo mismo sintieron todos los Señores que lo vieron. Hizo también un bosquejo del Príncipe de Gales, que le dio Cien escudos.

Hablóle la primera vez su Excelencia del Conde Duque, alentándole a la honra de la Patria, y prometiéndole que él solo había de retratar a su Majestad, y los demás retratos se mandarían recoger. Mandole llevar su casa a Madrid y despachó su título último día de Octubre de 1623, con 20 ducados de salario al mes y sus obras pagadas, y con esto, médico y botica.

A Diego Velázquez, pintor, he mandado reçiuir en mi seruiçio para que se ocupe en lo que se le ordenare de su profesión; y le he señalado veynte ducados de salario al mes, librados en el Pagador de las obras destos Alcaçares, Casa del Campo y del Pardo. Vos le haréis el despacho nesçesario para esto en la forma que le hubiese dado a qualquiera otro de su profesión.
Rubricado de la Real Mano.
En M.d a 6 de Octue 1623.—A P.º de Hoff Huerta.

Acisclo Antonio Palomino de Castro y Velasco (1655-1726). Por Juan Baptista Simo y su libro: El Museo Pictórico.

Posteriormente, Antonio Palomino publicó en 1724 una biografía más completa –que citaremos frecuentemente–, del pintor, en el Parnaso Pintoresco Laureado Español, sirviéndose, en buena parte de las notas e impresiones de Juan Alfaro, uno de los últimos discípulos del pintor, así como de las informaciones aportadas por otras personas que lo habían conocido. En el Museo Pictórico, Palomino habla también de sus comienzos, de su trabajo como pintor de cámara, de su segundo viaje a Italia y de los numerosos encargos que recibió y realizó para la familia real, en el devenir de sus distintos empleos.
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Mi yerno, Diego Velázquez de Silva –escribió Pacheco-, siendo muchacho, tenía cohechado un aldeanillo aprendiz, que le servía de modelo en diversas acciones y posturas, ya llorando, ya riendo, sin perdonar dificultad alguna. Y hizo por él muchas cabezas de carbón y realce en papel azul, y de otros muchos naturales, con que granjeó la certeza en el retratar. [p. 437]

Opina el historiador del arte K. Justi, que fue su primer maestro, Herrera, con quien Velázquez comenzó su aprendizaje a los diez años -al parecer no pudo soportarlo mucho tiempo, a causa de su terrible carácter-, y no Pacheco, el que supo dotarle del primer impulso artístico que después se convertiría en su marca personalísima, basada en lo que el crítico llama libertad de mano. El año siguiente, a los once, fue contratado en el taller de Pacheco, donde se preparó hasta obtener el título de Maestro.

Ya alrededor de los 18 años, realizaba Velázquez los llamados bodegones; esa especie de cuadros de costumbres a que nos referimos, como El Almuerzo o la Vieja friendo huevos, de personalísimo carácter, que nada tenían que ver con lo que en aquel momento se hacía en Sevilla; como escribe Palomino:

Por diferenciarse de todos y seguir nuevo rumbo. Valiose de su caprichosa inventiva, dando en pintar cosas rústicas a lo valentón, con luces y colores extrañas. Objetáronle algunos el no pintar con suavidad y hermosura asuntos de más seriedad, en que podía emular a Rafael de Urbino, y satisfizo galantemente, diciendo: Que más querría ser primero en aquella grosería, que segundo en la delicadeza.

¿Pues qué, los bodegones no se deben estimar? –Se preguntaba por su parte Pacheco-. Claro está que sí si son pintados como mi yerno los pinta (alzándose con esta parte sin dexar lugar a otro), y merecen estimación grandísima; pues con estos principios y los retratos (de que hablaremos luego), halló la verdadera imitación del natural alentando los ánimos de muchos con su poderoso ejemplo.

El bodegón, que procedía de la pintura flamenca, junto con la denominada pittura ridicola, del norte de Italia, con la representación de objetos de uso común y cotidiano, además de la técnica del claroscuro, pudieron ser observados por Velázquez a través de grabados o pinturas, muy conocidos, especialmente, en Sevilla, desde los últimos años del siglo XVI. En cuanto a la luz y la sombra, ya nadie duda de la gran influencia que El Greco pudo ejercer sobre su comprensión y empleo por parte de Velázquez.

Entre las grandes obras de su época juvenil, se valoran muy especialmente, la citada, Vieja friendo huevos, realizada a los 19 años y El Aguador de Sevilla, a los 21, pero veremos algunas más, con la mayor precisión de detalles.

Tres músicos. 1617–18. 87 x 110 cm. Staatliche Museen, Berlín

Aunque la pintura de carácter costumbrista no era entonces la más habitual en España, Sevilla, el puerto más activo y comercial en aquel momento, recibía frecuentemente, como hemos apuntado, obras de arte, con destino a comerciantes flamencos e italianos que residían en la floreciente ciudad andaluza. 

Esta pintura de Velázquez representaría, en buena parte, la influencia de ambas corrientes. Tres personajes tomados del ambiente popular, de los cuales, dos parecen afinar sus instrumentos de cuerda; uno de ellos parece entonar más que cantar, y un tercero, que mira de frente, al espectador. Una especie de monito, asoma a la espalda del niño, y todos se sitúan en torno a una mesa en la que espera un pan, vino y queso, tanto o más realistas y populares, que los propios personajes. Se trata de una especie de instantánea que detiene el tiempo un segundo para cederlo a la posteridad.


Destaca de forma llamativa el detalle del paño cuidadosamente doblado, sobre el que se ha colocado el pan, en una bandeja plateada. El tema parece más trabajado que la vestimenta de los personajes y, por supuesto, más que el fondo neutro, sobre el que toda la escena parece cobrar luz y color. 

No se entiende muy bien el cuchillo clavado someramente en el queso, al que en ocasiones se quiere dotar de algún sentido alegórico, pero que podría aparecer así, sencillamente, por costumbre, del mismo modo que el otro cuchillo se colocaría habitualmente, debajo del pan. 

Ante el conjunto, solo falta saber qué pieza era la que los tres jóvenes iban a interpretar.

La Iconologia overo Descrittione dell'Imagini universali de Césare Ripa, publicada en 1593 –que Velázquez tenía en su biblioteca-, ofrece todo un diccionario sobre los animales y otras figuras, que representan algún símbolo o alegoría en las distintas culturas, desde la antigüedad griega. En este caso, al tratarse de una taberna, el mono o mona, representaría alguna clase de vicio, sin que sepamos exactamente cual, a causa de la falta de información que tenemos sobre estos aspectos durante la juventud del pintor.

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El almuerzo. 1617/1618. Óleo sobre tela. 108,5 x 102 cm. Ermitage, San Petersburgo

Perteneció a Catalina II de Rusia, de cuyas manos pasó a formar parte de los fondos del Hermitage, que lo catalogó como pintura flamenca. No fue reconocida la autoría de Velázquez hasta el año 1895 y se suele interpretar que los comensales representan las tres fases de la vida humana


Pan, vino, fuente de mejillones?, dos granadas y el cuchillo a punto de caer de la mesa, sobre el mantel cuidadosamente arrugado, son, en este caso, los elementos del bodegón propiamente dicho.


La gorra y la gola colgadas en la pared, podrían pertenecer al hombre de más edad, mientras que la espada, cuya sombra se proyecta en función de la fuente de luz procedente de la izquierda, no parece pertenecer a ninguno de los comensales.
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Almuerzo de campesinos. 1618-1619. Óleo/Lienzo. 96x112. Bellas Artes. Budapest.

Se asocia esta pintura con una descripción que aparece en la colección O’Crouley de Cádiz, en 1785, en la que, sin embargo, se describe como lienzo apaisado con una serrana y dos zagales. Pero ni la mujer parece una serrana, ni el hombre de la izquierda es un zagal. Pasó a formar parte del Museo de Bellas Artes de Budapest, tras su compra en Christie's, Londres, en 1908.


En el mismo museo, se conserva el lienzo titulado: Un hombre joven de perfil (1618-19), que repite exactamente el modelo del muchacho, a la vez que el hombre de más edad, repite el de El Almuerzo, que ya hemos visto, también en el Hermitage. La novedad es la mujer; un elemento extraño en el ambiente que refleja la pintura y que además, no responde al tipo de una mujer sevillana de la época.


Los elementos del bodegón son, en este caso, más variados, apareciendo un pescado frito, naranjas y una zanahoria, pero lo más novedoso es el elegante salero metálico, la fina copa en la que la mujer sirve el vino, y el impecable mantel con dobleces exquisitamente ejecutados, que ya no parecen corresponder al estilo y menaje de una taberna.

Al parecer, el lienzo presenta un lamentable estado de conservación y ha sido muy repintado, lo que ocultaba mucho el original e impedía su correcta apreciación. A pesar de ello hay especialistas que lo consideran obra de Velázquez, aunque otros, como J. Brown, lo creen dudoso. La limpieza del lienzo no ha resuelto estas dudas completamente.
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La Mulata –La cena de Emaús–. 55 cm × 118 cm, recortado a la izquierda. National Gallery Dublin. Irlanda. NGI

Las dataciones varían desde 1617–18 hasta 1622. Hay otra versión, sin Cena, en Chicago, que algunos especialistas atribuyen a Velázquez más que esta de Dublín, donde permanece desde 1897.

Se diría que la muchacha acaba de limpiar la cocina; aún no ha colocado cada utensilio en su lugar y parece que duda sobre lo que va a hacer a continuación, una vez que se ha quitado –o todavía no se ha puesto–, el manguito de la mano izquierda, que, dicho sea de paso, es lo único que se me ocurre para explicar el trapito que aparece en primer plano y que se frunciría, una vez atados sus extremos.


Es sorprendente lo que dice Palomino en El Museo Pictórico, refiriéndose a una escena muy similar a esta -si no fue alguna vez esta-, puesto que, como hemos dicho, la tela se recortó y nadie asegura que la imagen del fondo, proceda de la mano de Velázquez, sino que sería un intento posterior de dotar al lienzo de un significado religioso, aunque tampoco queda claro si el recorte o recortes, se hicieron antes o después del supuesto añadido. 

Igual á esta es otra, donde se ve un tablero, que sirve de mesa, con un alnafe, y encima una olla hirviendo, y tapada con una escudilla, que se ve la lumbre, las llamas, y centellas vivamente, un perolillo estañado, una alcarraza, unos platos, y escudillas, un jarro vidriado, un almirez con su mano, y una cabeza de ajos junto á él y en el muro se divisa colgada dé una escarpia una esportilla con un trapo, y otras baratijas; y por guarda de esto un muchacho con una jarra en la mano, y en la cabeza una escofieta, con que representa con su villanisimo traje un sujeto muy ridiculo, y gracioso.

La descripción parece una mezcla de este lienzo y el de la Vieja friendo huevos –que veremos a continuación-, en la que sí aparecen elementos como la olla hirviendo, aunque no tapada, el fuego, y el muchacho con la jarra en la mano.


Entre los objetos más habituales, la cabeza de ajos aporta la novedad en este caso.


Algunos críticos consideran la posibilidad del muchacho disfrazado, pero no es posible ya encontrar restos de lo que podía haber en la parte de lienzo cortada. La escena del fondo a la izquierda apareció tras una limpieza y también está afectada por el corte, pues aparece una mano, que sin duda correspondía a una tercera persona en la Cena de Emaús y, lo mismo podríamos pensar del lado derecho, visto el abrupto corte que afecta al pañuelo del cesto y al almirez; eso es algo que a veces ocurre en las fotografías, pero no en una pintura, sobre un lienzo del que previamente se han calculado muy bien las posibilidades. En este caso, el cortado provoca, además una notable falta de equilibrio.

La ventana ya no existe en la versión posterior de Chicago, lo que crea toda clase de dudas sobre si Velázquez pintó y borró el fragmento; si se debe a un autor diferente y si lo borró un tercero.

Velázquez: La cocinera. Chicago, The Art Institute. 1618. 

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Vieja friendo huevos. 1618. 100,5 x 119,5 cm. National Gallery of Scotland,Edimburgo.

Pintado en Sevilla, cuando Velázquez ya era Maestro. A principios del siglo XIX estaba en Inglaterra, donde fue subastada en Christie's de Londres en 1813 y, después de pasar por distintos propietarios, fue adquirida por la National Gallery de Edimburgo en 1955.


En una fuente de barro esmaltada, y primorosamente desconchada, aparecen unos huevos a medio hacer, presumiblemente en manteca, lo que produce un efecto distinto del que hubiera provocado el aceite caliente. Debajo, se advierte el reflejo de la brasa, en un soporte, seguramente metálico, montado sobre un pie de barro, que deja ver con claridad las manchas de grasa.



El menaje es casi el habitual; el almirez, las jarras y el caldero de bronce dorado, son bastante similares en todos los casos, pero aquí surgen algunos elementos nuevos de despensa, como son los huevos, con cáscara o medio cocinados, la cebolla morada y las guindillas.


Como toque maestro, el brillo del metal de los candiles y los reflejos del frasco que sostiene el muchacho, que aporta el vino y el postre; un melón. En cuanto al cesto del mercado, con el paño que siempre lo acompaña para cubrir los alimentos comprados, en este caso, es de precisión fotográfica.


Sorprende, quizás, la mirada de los modelos, cada uno en una dirección, lo que no parece responder a un error, sino que tal vez formara parte de un argumento que desconocemos.


viernes, 17 de enero de 2014

GUSTAV MAHLER

EL ALMA DE MAHLER 

Consciente de que este título puede parecer un juego de palabras, aclaro que al escribir, el “Alma” de Mahler, no me refiero, en absoluto, a la esposa del compositor, Alma Schindler, sino a su música, al drama familiar de su infancia y a su dramática condición de judío en un entorno crecientemente hostil a la misma.

En su ciudad natal, al este de Bohemia, por entonces, parte del Imperio Austríaco, la familia hablaba alemán, el idioma empleado por la minoría a la que pertenecían; lo que ya constituía un elemento diferenciador –si no hubiera otros–, que a lo largo de la existencia de Gustav Mahler, hicieron que se sintiera intruso, prácticamente en todas partes. 

Dentro del gran rompecabezas que constituía la Europa del final del siglo XIX; un mundo que naufragaba, Mahler se lamentó –con razón sobrada–, de ser tres veces apátrida; bohemio en Austria, austriaco en Alemania y judío en el mundo entero –como reflejó Alma en su Journal Intime–; condición, esta última, que iba a prevalecer, incluso después de que el compositor se convirtiera al catolicismo. 

La vida de Mahler estuvo así envuelta en un halo de pesadilla, porque empezó con un padre violento y agresivo con la madre; porque sufrió a causa de la diferencia étnica y porque mantuvo con dificultad sus límites al borde de la muerte, que le arrebató a algunas de las personas más cercanas, queridas y necesarias; siete hermanos aún muy pequeños, su hija María, y que, finalmente, también se lo llevó a él cuando tenía sólo cincuenta años. 

Contaba él mismo que, siendo aún muy pequeño, un día salió de casa corriendo y sin rumbo, aterrado por una de las habituales y terribles escenas entre sus padres; de pronto oyó un organillo en el que sonaba una ligera y alegre melodía. El futuro compositor se preguntó cómo podía algo tan bello estar sucediendo al mismo tiempo que su espantosa tragedia doméstica.

Incomparable director de orquesta –era capaz de extraer lo mejor de la obra de Wagner, para ofrecérselo a unos oyentes que, a pesar del asombroso valor de su trabajo, llegaron a menospreciarlo a causa de su origen–. Falleció en 1911 sin haber visto del todo reconocida su propia obra como compositor, en una Europa, en la que, no obstante, el tiempo, terminó por reconocer su portentosa creación colocándola en el lugar que le corresponde.

No es fácil saber si su encuentro con Freud, cuando estaba absolutamente desesperado a causa del anunciado abandono de su esposa, Alma Schindler, tuvo algún efecto beneficioso sobre su ánimo –Estoy contento. Conversación interesante–, telegrafió, pero lo que sí es evidente, es que el psiquiatra, al conocerlo, se enfrentó a un caso que él mismo habría definido como de manual. No parece posible ser tan genial y tan desdichado.

El dolor, reconocido, o no, crea su propio espacio en la mente y lo ocupa para siempre. Posiblemente Freud ayudó a Mahler a identificarlo –suponiendo que él mismo no lo hubiera hecho tiempo atrás-, pero era imposible que el médico lo hiciera desaparecer; para entonces, el sufrimiento vivía en él, compartiendo su necesidad de vivir para crear, paradójicamente fundada en la constante presencia de la muerte; un aspecto comprobable, por ejemplo, en su arreglo de la antigua canción infantil, en la que se despierta al Frére Jacques para que llame a maitines, la cual, una vez reescrita por él en tono menor, se transforma en una conmovedora y magnífica marcha fúnebre, en el Tercer Movimiento – solemne, mesurado y sin rezagarse– de la I Sinfonía; Titán.

En cierto modo, podemos llegar a comprender a su esposa, cuando perdieron a su hija María; Putzi, cuando tenía cuatro años; -Alma le acusó irracionalmente, de haber atraído al infortunio con sus KindertotenliederLieder para niños muertos– sobre textos del poeta alemán Friedrich Rückert:

Ahora el sol se levantará tan luminoso, 
como si la noche no hubiera traído la desdicha. 
La adversidad es sólo mía, 
mientras el sol brilla para todos.

Lo cierto es que el propio compositor le había dicho a Alma que, para ponerse en situación cuando componía, imaginó la pérdida de un hijo.

No obstante las adversidades sufridas a lo largo de su existencia, y a pesar de su profunda necesidad de expresarlas por medio de la música, Mahler solía decir: No me gusta que el mundo tenga que oír estas canciones tan tristes.

En 1875, con apenas quince años, fue admitido en Conservatorio y en la Universidad de Viena, donde siguió las lecciones de Anton Bruckner.

Aunque nunca ocultó su origen, parece que siempre le atrajo el misticismo católico: amaba el olor del incienso y el canto gregoriano y jamás pasaba por delante de una iglesia sin entrar en ella. Posiblemente aquella atracción tuviera mucho que ver en su decisión de hacerse católico, siendo recibido y bautizado en Hamburgo a los 37 años, no obstante lo cual, Cósima Wagner no dudó en ponerlo en cuestión para favorecer a su marido en Viena.

Cuando conoce a Alma, en 1902 su vida da un vuelco rotundo; fascinado por su atractivo y su espíritu independiente, no duda en casarse de inmediato. Alma, por su parte, aseguró que Mahler era el hombre más puro y noble que había conocido. Ese mismo año nació su hija María, a quien siguió Anna en 1904.

En 1910, Alma, que casi desde el principio se sintió supeditada a las necesidades psíquicas y creativas del genio, dio por terminada su relación tras un tercer embarazo fallido. Fue entonces cuando el compositor, no sin superar complejas dudas; motivado por un dolor que no creía poder soportar, y aconsejado por el director Bruno Walter, decidió consultar al Dr. Freud, con quien sostuvo una efímera entrevista de cuatro horas en Leiden, el 26 de agosto de aquel mismo año.

Tuve la oportunidad de admirar la capacidad psicológica de aquel hombre genial –escribiría Freud más tarde-, y aseguró al compositor que buscaba la imagen de la madre; una carencia equilibrada con la necesidad de Alma, de hallar la del padre perdido en su infancia, a quien siempre echó de menos.

Recomendó, en todo caso, que por el bien de ambos, la pareja debía evitar la separación y, aunque no sabemos hasta qué punto Mahler confió en la fidelidad de Alma –que para entonces, ya había establecido una relación amorosa con el arquitecto Walter Gropius-, es cierto que ella y Mahler permanecieron juntos hasta el final.

Con muchas dificultades y dudas, superó el compositor la supuesta maldición de la Novena Sinfonía, que, legendariamente, había terminado con las vidas de Beethoven y de Schubert y empezó a componer la Décima.

Él y Alma viajaron a los Estados Unidos, donde Mahler dirigió la Orquesta Filarmónica de Nueva York. El día 21 de febrero, encontrándose enfermo, ofreció su último concierto con un programa de música italiana. No obstante, por entonces terminó Das Lied von der ErdeLa Canción de la Tierra- y la Novena Sinfonía.

Gravemente enfermo, se vio obligado a abandonar Nueva York para emprender un viaje por mar, que finalmente le llevaría a París. Tras una consulta médica, pidió ser llevado a Viena, en el que sería su último viaje, y en cuyo transcurso, la gente acudía a las estaciones ferroviarias que atravesó, con el fin de rendirle un homenaje espontáneo. 

Ya en Viena, falleció el 18 de mayo de 1911, sin poder terminar su última Sinfonía, de la que sólo completó el Adagio y cuyo manuscrito contiene notas dedicadas a Alma y otras referencias personales a su propio dolor.

En 1888, durante la temporada de verano, que siempre se reservaba, había compuesto la I Sinfonía, en Steinbach-am-Attersee. Por entonces dirigía en la Ópera Real de Budapest, donde despertó el entusiasmo de Brahms: Semejante nivel –dijo aquel al conocerlo-, es impensable en Viena. Casi diez años después, él mismo empleó su influencia para lograr que Mahler fuera contratado como director artístico de la ópera de aquella ciudad, a la que de otro modo, posiblemente no habría llegado nunca a causa de su origen y que, finalmente, perdió por esa misma causa, justo por la época en que el corazón empezó a fallarle físicamente.

Firmemente decidido a reservarse el tiempo necesario para dedicarse a la composición, se compró una casita a la orilla del Wörthersee, donde creó las Sinfonías de la II a la VIII, logrando con esta última un éxito resonante en Munich, con la asistencia del escritor Thomas Mann, quien, en 1901, a la edad de 25 años, había obtenido un extraordinario éxito literario con su gran obra, Buddenbrooks. Verfall einer Familie -Buddenbrooks. Decadencia de una Familia con la que posteriormente obtuvo el premio Nobel de literatura.

La casa de componer, a la orilla del Wörthersee

La música de Mahler tiene raíces visibles en Bach, Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert, de los clásicos; y en Schumann, Brahms y Mendelssohn, entre los románticos, además de los cuales, hay que singularizar a Franz Liszt y a Antón Bruckner, cuyas grandes sinfonías marcaron su estilo extraordinariamente, pero aun así y, a pesar de estas múltiples y benéficas influencias, fue Wagner quien más decisivamente marcó su quehacer.

En todo caso, sus composiciones constituyen un modelo personalísimo y magistral de orquestación, algo que incluso sus detractores tuvieron que reconocer en su tiempo. Gustav Mahler no puede ser considerado estrictamente como un romántico, pero lo es, aunque quizás constituye el último representante de este movimiento, aunque posiblemente sea también, un pionero de la composición atonal que hallaría su apogeo en Arnold Schömberg.

Las Sinfonías de Gustav Mahler suelen agruparse técnicamente en tres períodos, de los cuales, el primero, estaría constituido por su musicalización de los poemas de Des Knaben Wunderhorn –El Cuerno Mágico de la Juventud, e incluye las Sinfonías I a IV.

El segundo comprendería las Sinfonías V, VI y VII, cuyo tono es mucho más austero y trágico que en las anteriores. 

El tercero; con las Sinfonías VIII, IX y los fragmentos y notas de la X, está marcado fundamentalmente por la polifonía. En este período se suele incluir también el Ciclo de Lieder para Orquesta, Das Lied von der Erde –La Canción de la Tierra.

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Sinfonía nº 1 en Re Mayor, Titán. 1888

En su estreno no fue suficientemente valorada a causa de sus innovaciones; fue en 1889 en Budapest, con el título: Symphinische Dichtung in zwei Teilen –Poema Sinfónico en Dos Partes. Más tarde, Mahler le dio el título de Titan, pero finalmente, prescindió del mismo. Compuesta para gran orquesta sinfónica –más de cien músicos-, tiene cuatro movimientos:

I. Langsam, schleppend - Como un sonido de la naturaleza
II. Scherzo: Poderosamente agitato, pero no demasiado rápido.  Basado en una danza popular austriaca.
III. Trauermarsch: Marcha fúnebre: solemne y mesurado, sin rezagarse. Contiene la forma en tono menor, del popular Frère Jacques.
IV. Agitato. En forma de Sonata, con un final cargado de optimismo.

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Sinfonía nº 2 en Do menor: Auferstehung –Resurrección. Sobre texto de la Oda de Klopstock con el mismo título y Coral final.

Al principio fue un poema sinfónico titulado Totenfeier –Ritos Fúnebres, cuyo primer movimiento se basaba en el Drama poético Dzidy del escritor polaco Adam Mickiewicz. El destacado director Hans Von Bülow –ex marido de Cósima Liszt–, expresó su desagrado el día del estreno, pero podríamos decir que después, no sólo aceptó, sino que, ayudó al compositor en cierto modo; cuando Mahler asistía a su funeral, oyó la musicalización de la Oda Aufersteh’n –Resurrección de Klopstock, y le impresionó tan profundamente, que se propuso crear su propia música sobre la misma. Con ella completó el 4º mov. de esta 2ª Sinfonía.

I. Totenfeier –Ritos Fúnebres. Allegro maestoso. Dramatiza un funeral.
II. Sehr Gemachlich. Andante Moderato. Recuerda días felices. Parece sonar a su alrededor el Scherzo de la IX Sinfonía de Beethoven.
III. Movimiento sereno. Vuelven las dudas acerca del sentido de la existencia.
IV. “Urlicht” –Luz primera, con textos de Mahler. Vuelve la esperanza, que eclosiona apasionadamente en el movimiento final.
V. Im tempo des Scherzos. «Auferstehung”. Con versos de Klopstock. Hace casi tangible, musical y emotivamente, la posibilidad de la resurrección como destino definitivo, con la desaparición de todas las dudas acerca del porqué de la existencia.

Resucitarás, sí, resucitarás,
polvo mío, tras breve descanso.
Vida inmortal
te dará el que te llamó;
fuiste sembrado para volver a florecer.
Oh, cielos, no has nacido en vano;
no has sufrido en vano.

Mahler dirigió su estreno en Berlín en 1895, repitiendo el éxito en Nueva York, en 1908.
***



La Sinfonía n.º 3 en re menor es una larga composición coral –más de una hora–, estrenada en 1902. Grandiosa en todos los aspectos, tiene seis movimientos, con coros de niños, de mujeres y una solista Contralto. 

En la época de su composición, vivía Mahler uno de sus tormentosos amores, antes de Alma, en este caso, con Natalie Bauer–Lechner, que le acompañaba en Steimbach am Attersse durante el verano de 1895. Tal vez por esta causa, el primer subtítulo de la presente Sinfonía, fue: Eine Sommermorgentraum –Un sueño de mañana de verano.

I. Con Forza. Deciso.
II. Tempo di minuetto.
III. Comodo. Scherzando.
IV. Misterioso. "O Mensch!"
V. Lustig im Tempo und Keck im Ausdruck. "Es sungen Drei Engel"
VI. Langsam. Ruhevoll. Empfunden.

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Sinfonía 4 en Sol Mayor. En febrero de 1892, tras un año y medio sin componer, Mahler; cambiando su hábito de hacerlo solo en verano, se puso a escribir en plena temporada teatral de Hamburgo.

Cuando reanudó la composición de esta Sinfonía, ya en 1899, hacía dos años que ocupaba su soñado puesto dirigiendo la Ópera de Viena. Para entonces había preparado un esquema de los movimientos que iba a tener la pieza. 

Y ya en julio de aquel mismo año, intentó empezar a componer la IV Sinfonía, pero aquel año hubo muy mal tiempo, frío y lluvioso, que le desanimó y se dedicó a leer, pero las ideas estaban ya muy definidas y empezaron a afluir a pesar del malestar, y en pocos días, mentalmente tenía toda la Sinfonía compuesta. Los últimos días del verano, a medida que se aproximaba la vuelta a Viena, en la misma medida que se le terminaba el tiempo libre, aumentaba su disposición creadora. Para entonces tenía cientos de anotaciones que nadie más que él podía descifrar; una vez instalado en Viena, las ordenó y las guardó hasta el verano siguiente.

En 1900 Mahler elige finalmente un sitio tranquilo y aislado para vivir con su familia en Maiernigg, una pequeña localidad a la orilla sur del Wörthersee, en Carintia, pero cuando llegó, se encontraba absolutamente agotado tras la temporada de Ópera y por los Conciertos que dio en París, con la Filarmónica de Viena, por la Exposición Internacional. El cansancio no le permitía componer y se quejaba continuamente de haber despilfarrado su vida con la dirección de orquesta, ya que la mayoría de los grandes compositores, a su edad -decía-, prácticamente habían terminado su obra. Sin embargo, se da cuenta de que una especie de alter ego había mantenido intacta su capacidad creadora y que en su memoria se mantenía intacta, desde el año anterior, la IV Sinfonía, que terminó en menos de un mes, firmándola el 6 de agosto de 1900. Feliz por haber llevado a cabo su proyecto con semejante inmediatez y tal como lo había concebido, no dejaba de hablar de ella a sus amigos más íntimos.

Mahler dirigió su propio estreno en Munich, el 25 de noviembre de 1901 y, a pesar de que entonces provocó un gran rechazo, con el tiempo pasaría a ocupar el segundo lugar en los repertorios, entre las obras más interpretadas y grabadas.

Sobre su célebre Adagio, profundamente triste y feliz al mismo tiempo, dijo: Es la mismísima Santa Úrsula, la más seria de todas las santas, la que reina en esta alta esfera de felicidad. Su sonrisa se parece a la de aquellos prelados y caballeros que se veían en las iglesias sobre las antiguas tumbas, con las manos cruzadas sobre el pecho, con esa expresión serena y suave de aquellos que han conquistado la felicidad suprema. Una paz santa, solemne, una alegría seria y tierna, con momentos de tristeza profunda, comparables, podríamos decir, a ciertas reminiscencias de la vida terrenal y a otras en que la alegría se transforma en una vitalidad expansiva. Decía también, que, con frecuencia, cuando componía este Adagio, percibía el rostro de su propia madre, sonriendo a través de las lágrimas, reparando el sufrimiento por medio del amor.

I- Prudente, no acelerado.
Th. Adorno, compara este principio con el érase una vez, de los cuentos, pero esa aparente sencillez, inmediatamente cambia a un desarrollo en el que los diversos motivos se mezclan, encadenan y transforman.
II- Cómodamente impulsivo, sin prisa.
Mahler anotó en un principio: La muerte araña extrañamente el violín y nos conduce al cielo.
III- Tranquilo, poco adagio. En este Adagio está el alma de Mahler; nadie como él compuso un canto tan sereno y a la vez tan grave y profundo, dentro de la tradición de Beethoven. Mahler decía que sus notas reían y lloraban a la vez.
IV- Muy cómodo. Se trata aquí de una fiesta celestial perfectamente  humana, donde se mezclan las alegrías bucólicas, musicales, y las de la buena mesa; todo ello descrito con tal entusiasmo y precisión, que se perciben de una forma infantilmente mágica, los placeres que Mahler describe, partiendo, sorprendentemente, de una simplicidad casi absurda, si nos atenemos a los versos que constituyeron su punto de partida.

Vida Celestial. Lied para Soprano “Con expresión infantil de felicidad, pero completamente desprovista de parodia”. De El cuerno mágico del niño.

Disfrutamos los placeres del celestiales, San Pedro desde el cielo observa.
Juan deja el cordero fuera. El carnicero Herodes observa.
Llevamos, paciente, al Cordero a la muerte. San Lucas mata al buey.
El vino no cuesta en las bodegas del Cielo y los ángeles hornean el pan.

Finas hierbas de toda clase, crecen en los huertos del Cielo, espárragos, legumbres…
Ricas manzanas, peras y uvas,

Si es un día de ayuno, los peces vienen nadando alegremente, y allí va San Pedro corriendo
con su red y su cebo. Santa Marta debe ser la cocinera.

No hay música en la Tierra que se pueda comparar a la nuestra.
Once mil vírgenes se ponen a bailar, y hasta Santa Úrsula se ríe…
Cecilia y sus parientes son excelentes músicos de Corte.
Las voces angelicales nos cantan y nos alientan a despertar a la alegría.

Los críticos calificaron esta ingenuidad de falsa y afectada; algo que también ha desmentido el tiempo, mostrando, por el contrario, que un alma atormentada, como la de Mahler, fue capaz de acercar a sus oyentes al Paraíso en su más sencilla apariencia.

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V Sinfonía en Do sostenido menor.

Terminada, en la práctica, en el otoño de 1902, Mahler la retocó hasta sus últimos días. Los médicos le explicaron que había estado a punto de fallecer durante la noche del 24 al 25 de febrero de 1901 y que salvó la vida, gracias a que fueron avisados a tiempo. La crítica considera que tal circunstancia condicionó su creatividad, dotándola de ese carácter, entre fúnebre y desesperado de la obra que componía en aquellos momentos; por ejemplo, los primeros movimientos de esta sinfonía. Lo cierto es que no volvió a componer nada tan grande, complejo y polifónico.

El año siguiente, 1902, iniciaba una nueva vida junto a su esposa Alma, que desde aquel momento, ocupó el lugar de Justine, la hermana de Mahler, en la casa del compositor.

Mientras Alma, que también compone e interpreta, transcribe las partituras, Mahler crea para ella el Lied Liebst du um Schönheit –Si amas la belleza; una bellísima canción de amor sobre un poema sin título de Friedrich Rückert (1788-1866).


Poco antes de volver a Viena, Mahler escribió a algunos amigos, informándoles de que había terminado su V Sinfonía, no sin antes interpretarla, completa, al piano, sólo para Alma. En el otoño de 1903, Mahler cree haber terminado los retoques, pero la partitura está muy lejos de la que será su forma definitiva.

En el otoño de 1904, a pocas semanas de su estreno con la Filarmónica de Viena, Mahler empieza a dudar sobre la instrumentación, idea que Alma comparte, estimando que parece una sinfonía compuesta solo para percusión, y entonces empieza la sucesión de versiones, de las que la última, no quedará terminada hasta 1909.

Después de los sucesivos fracasos que fue cosechando, el editor, incluso decidió no publicarla, y así se lo comentó a Arnold Schönberg, quien reaccionó muy violentamente al oírle decir que incluso estaba pensando en destruir las placas de la imprenta.

El estreno, dirigido por Mahler, con la Filarmónica de Colonia, el 18 de octubre de 1904, fue en partes iguales, aplaudido y abucheado.

Primera parte:
I- Con paso mesurado. severo. Como marcha fúnebre. 2/2, Do sost. m.
II- Tempestuoso y animado. Con gran vehemencia. 2/2, La m.

Segunda parte:
III- Scherzo: Vigoroso. Paso muy rápido. 3/4, Re M.

Tercera parte:
IV- Adagietto.  Muy lento. 4/4, Fa M.

Tras una intensa explosión de vida desde el comienzo, el contraste fue resuelto por el celebérrimo Adagietto; canción sin palabras, confiada en exclusiva a la cuerda, muy ligeramente acompañada por el arpa, y basada en una complejísima línea melódica, que, sin embargo, podría parecer sencilla. Se diría que nos mantiene suspendido el oído con una larga promesa, de la que no obstante llegará el desarrollo, casi sin que podamos percibirnos de ello. La gran orquesta guarda un silencio que se engrandece y prolonga con la suavidad del arpa, creando un emotivo lirismo de aguas serenas.

V- Rondo Finale. Allegro; Allegro giocoso. 2/2, Re M.

Basado en el relato humorístico: Elogio de la Inteligencia: un concurso de canto entre el ruiseñor y el cuco, que ganará el más inteligente; el cuco. Aun provocando sucesivos retornos al Adagietto, el Rondó nos despierta a la realidad por una instrumentación masiva, tan compleja, que, en ocasiones, parece que si faltara la batuta, se produciría un seísmo orquestal.

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VI Sinfonía en La Menor, Tragisches.

A partir de la V Sinfonía, Mahler renunció a la voz humana y a los programas explicativos que, hasta entonces había considerado imprescindibles. En 1903, cuando empieza a perfilar la VI Sinfonía, había logrado, por fin, imponer su criterio en la Ópera de Viena. No obstante, falta información sobre este período creativo, porque Alma Mahler decidió retenerla. Se sabe, solamente, que el 10 de junio de ese año nació su primera hija.

La estancia solitaria del compositor en Wörthersee fue horrorosa aquel año, con días muy largos, continuas tormentas y lluvias torrenciales. Mahler empleó el tiempo en leer El Retrato de Dorian Gray, de Wilde y las Confesiones de Tolstoy, que alternaba con la interpretación al piano de piezas de Brahms y Bruckner. 

Cuando Alma volvió, emprendieron una excursión a los Dolomitas, que sirvió finalmente de inspiración a Mahler para esta nueva sinfonía de la que en otoño ya habló a Guido Adler y a Bruno Walter: Mi sexta Sinfonía va a plantear al porvenir enigmas que sólo podrá intentar resolver la generación que haya digerido las cinco primeras. Cuando la interpretó para Alma, ella se mostró profundamente conmovida y declaró que era la más profundamente personal de todas, surgida directamente del corazón.

Al parecer, aquel fue uno de sus veranos más serenos y armoniosos de los pasados en Carintia, y sin embargo, aquel momento produjo la más trágica de todas sus obras. En opinión de Alma, Mahler habría reconocido, en los tres golpes del Finale, una premonición de las tres heridas que el destino le reservaba para 1907: la muerte de su hija mayor, el diagnóstico de su enfermedad y la salida de la Ópera de Viena, añadiendo que en aquella época, le veía permanentemente inquieto. 

I- Allegro energico, ma non troppo, 4/4, La menor.
II- Scherzo: 3/8, La menor. –Con el aire de una medieval Danza de los muertos. 
III- Andante moderato, 4/4, Mi bemol  M. ; dentro de la dureza de esta Sinfonía, el Andante supone un sorprendente contraste lírico, que la hace más auténtica.
IV- Finale: Sostenuto; Allegro moderato; muy lento; Marcato; Allegro energico; 2/2, La m.

Es un fragmento enorme, de casi cuarenta minutos, solo superado en la Octava Sinfonía y, en ese caso, porque el compositor estaba sometido a un largo texto de Goethe. 
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Sinfonía n.º 7 en Si Menor; Canción de la Noche.

Alguien dijo que Mahler se había inspirado en la contemplación de La Ronda de Noche, de Rembrandt, del Rijksmuseum de Ámsterdam, firmada en 1642.


Gran presencia del arpa, con guitarra y mandolina.

I. Langsam. Allegro Risoluto, ma non troppo.
II. Nocturno. Allegro moderato-Molto moderato
III. Scherzo. Schatenchaft. Fliessender aber nicht schnell.- Trio.
IV. Nocturno. Andante amoroso. Aufschwung.
V. Rondo-Finale. Allegro Ordinario.-Allegro moderato ma energico.

De las tres Sinfonías instrumentales, la Séptima es la más modernista de Mahler, en concreto, su primer movimiento, pero no son menos sorprendentes los dos Nocturnos; casi románticos, separados por un tremendo Scherzo, que ofrece sorprendentes efectos orquestales, como cuando la cuerda grave, ejecuta un pizzicato con tanta energía, que las cuerdas golpean la madera del mástil.

Lo cierto es que los dos Nocturnos, fueron escritos antes que todos lo demás, motivo por el que daría la sensación de que más tarde fueron intercalados, aunque rompieran el conjunto que, por lo demás, es en todo muy dispar.

Para el verano de 1904 Mahler se había propuesto terminar la VI Sinfonía, pero la inspiración era imposible tras el cansancio acumulado. Antes de desesperarse completamente, organizó una viaje a Toblach, al sur del Tirol, y, en el lago Misurina, tratando de reunir ideas para el Finale, encontró las anotaciones que le llevaron a crear los dos Nocturnos de la Séptima. 

El verano siguiente, de vuelta en Maiernigg, tras una nueva temporada en la Ópera de Viena, que lo dejó exhausto, volvió al Tirol. Huyendo de un pésimo estado de ánimo y de un terrible dolor de cabeza, recorrió uno de los lagos a paso ligero, esperando que el ejercicio le devolviera la calma. Pero al volver al albergue, en plenas fiestas, sólo encontró gente ruidosa. Como seguramente recordarás –escribiría más tarde a Alma–, me torturé hasta la locura… incluso hasta la excursión a los Dolomitas! Pero siguió el mismo sufrimiento, tanto, que me decidí a abandonarlo todo y volverme, convencido de que el verano estaba perdido. En Krumpendorf, donde no me esperabas, aunque te había avisado de mi llegada, tomé un barco para atravesar el lago y entonces, desde el primer golpe del remo, me sugirió la idea del tema –o, más bien, el ritmo; la atmósfera–, para la introducción del primer movimiento. A partir de entonces, en cuatro semanas terminé el primero, el tercero y el quinto.

Así pues, el 15 de agosto escribía a su amigo Guido Adler –en latín– anunciándole que había terminado la Séptima, informando igualmente a Richard Strauss unos días después.

Siguiendo su infortunio con los aficionados, la Sexta fue peor acogida que la Quinta, por lo que a punto de estrenar la Séptima –Septiembre de 1908–, se encontró sin editor, y tuvo que encargarse personalmente de las copias de la partitura para la orquesta, a pesar de su edad y notoriedad.

Para la fecha del estreno, Praga se hallaba en fiestas por el Emperador y no parecía el ambiente más apropiado para presentar una nueva sinfonía. Pero Mahler no tuvo nada que lamentar, gracias al empeño de los miembros de la orquesta y del entusiasmo incansable de los músicos checos y alemanes reunidos para la ocasión. El recuerdo de aquellas jornadas se marcó de forma indeleble en los numerosos amigos y discípulos que le acompañaban: Bruno Walter, Otto Klemperer, Alban Berg, etc. entre otros. Todos estuvieron de acuerdo en que la atmósfera de los conciertos fue muy armoniosa, pero que la Séptima fue aplaudida con más respeto que calor. La prensa fue respetuosa, pero no entusiasta, y el público se sorprendió por la mezcla de aires populares en una obra tan seria. Hoy es quizás la menos popular de las Sinfonías de Mahler.
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Mahler en 1906

Sinfonía n.º 8 en Mi bemol Mayor, llamada De los Mil, debido al enorme número de instrumentistas y voces que requiere y que la convierten en una de las obras corales de mayor envergadura de la historia de la música. Compuesta en Maiernigg, en el verano de 1906, fue la última que Mahler estrenó, en Múnich, el 12 de septiembre de 1910, obteniendo un éxito sin reservas, tanto de crítica como del público.

La casita de Maiernigg, donde Mahler compuso la Octava Sinfonía durante el verano de 1906.

Parte I: Veni Creator Spiritus
Parte II: Escena final del Fausto de Goethe.

El día del estreno en Múnich, 12 de septiembre de 1910, la nueva sala de conciertos de la Exposición Internacional, decorada en cristal y acero, registraba un lleno absoluto: 3.400 asistentes –entre ellos, la familia real de Baviera-. Todos tenían ante sí un escenario que ya impresionaba antes de empezar. 

Neue Musik-Festhalle. Múnich. Ensayo general de la VIII Sinfonía.

Un coro de 850 voces –quinientos adultos y 350 niños–, se ordena en torno a la orquesta; quizás la más grande desde el estreno del Réquiem de Berlioz, con 140 músicos, ocho solistas vocales, mas ocho trompetas y tres trombones al otro lado de la sala. Entre el público, músicos como Richard Strauss, Camille Saint–Saëns, Bruno Walter, etc. y escritores, como Gerhard Hauptmann –Premio Nobel de Literatura en 1912–, Stefan Zweig, Emil Ludwig, Hermann Bahr y Arthur Schnitzler.

A las ocho menos cuarto en punto apareció Mahler en escena, delgado y muy pálido. Atravesó rápidamente el escenario entre los intérpretes y subió al podium. De acuerdo con el testimonio de William Ritter, inmediatamente inspiró confianza con su enorme calma y absoluta sencillez; era un hombre seguro de sí mismo, al margen de toda palabrería.

Durante el estreno en Múnich

Inmerso en su trabajo, Mahler no respondió a los aplausos que le acogieron. Las luces de la sala se apagaron de inmediato, los coros y la orquesta resplandecieron y empezó el concierto: no de voces humanas, sino de canto de los planetas y soles que giran en el espacio

Sobre los textos del Fausto de Goethe, Mahler creó una cantata sin música, con solista y coros, dotándola de una visión poética tan grande, tan universal, que sólo la música podría competir con su grandeza. Integró los versos en esta Sinfonía, retomando el motivo del Veni Creator de la Primera Parte, e hizo de la escena de Goethe una afirmación serena y sublime de las más profundas creencias.

Textos de R. Maurus sobre la escena final de Fausto, Johann Goethe (1749 - 1832)


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1916. Orquesta y coros de Filadelfia. Leopold Stokowski, con 1068 músicos y cantores.
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Sinfonía n.º 9. La última que Mahler terminó, pero que fue estrenada tras de su desaparición, en junio de 1912 con la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la dirección de Bruno Walter.

I. Andante/Allegro comodo.
II. Im tempo eines gemächlichen Ländlers. Etwas täppisch und sehr derb.
III. Rondo-Burleske: Allegro assai. Sehr trotzig.
IV. Adagio: Sehr langsam und noch zurückhaltend.

A los 49 años y, a pesar de sus problemas de salud, Mahler, con su acostumbrada energía, seguía viajando todos los años a Estados Unidos para dirigir durante la temporada de ópera y conciertos. De hecho, en 1909, dirigió unos sesenta estrenos en Nueva York. 

En 1907 el compositor sufrió algunos de los más terribles golpes de su vida. Se vio obligado a abandonar la Ópera de Viena, después de diez años de entrega incondicional. Al principio del verano, perdió a su hija mayor a la que se sentía profundamente apegado y, unos días después le fue diagnosticada la insuficiencia cardíaca que acabaría con su vida.

Un año después, la esperanza parecía querer volver a su atormentada existencia. Antes del verano, Alma alquiló una casa cerca de Toblach, en Alt–Schluderbach, donde hizo construir la famosa Komponierhäuschen de madera, donde Mahler, tras unas semanas de sosiego, recuperó, en parte, el equilibrio:

Encontrar el camino hacia mí mismo y recuperar la consciencia, sólo me resulta posible aquí, y en soledad. Desde que me asaltó aquel terror pánico al cual sucumbí una vez, no he intentado otra cosa que mirar y escuchar a mi alrededor. Si tengo que encontrar de muevo mi camino, debo librarme aún de los terrores de la soledad. En todo caso, no se trata, en absoluto de una crisis hipocondríaca ante la idea de la muerte, como usted parece creer –escribía a Bruno Walter–; siempre he sabido que soy mortal. Sin tratar de explicarle ni de describirle algo para lo que no existen palabras, le diré que he perdido, de un solo golpe, toda la luz y toda la serenidad que había conquistado, y ya no veo ante mi más que el vacío, como si al final de mi vida, tuviera que aprender de nuevo a mantenerme en pie y a andar como un niño.

Los médicos le habían recomendado reposo, prohibiendo de forma tajante, cualquier clase de ejercicio violento.

Desde hace muchos años, me acostumbré al ejercicio más duro; recorrer los bosques y escalar cimas para encontrar mis ideas; tal botín lo lograba con enorme esfuerzo, pero cuando volvía a mi mesa de trabajo, como un campesino, reunía mi cosecha y ya solo me quedaba dar forma a aquellas ideas.

Lentamente, Mahler fue recuperando el ánimo perdido y, en poco más de un año, tras la pérdida de su hija María, compuso Das Lied von der Erde –El Canto de la Tierra; un ciclo de Canciones en forma de Sinfonía, sobre cuya partitura, anotó posteriormente: “Tomado del chino”, y a continuación; “Novena Sinfonía en cuatro movimientos”. Novena; –el temido número de fatales connotaciones para anteriores compositores, como hemos dicho, para el propio Beethoven, para Schubert o Bruckner–, estaba escrito y, como si así lo creyera Mahler, en su correspondencia de la época, apenas aparecen referencias a la partitura y a menos aún, a su fatídico número de orden.

He trabajado mucho y estoy a punto de terminar mi nueva sinfonía –escribió a Bruno Walter-; justo ahora empiezo a orquestar le último movimiento. Escribí la partitura a una velocidad loca y es ilegible para otros ojos que no sean los míos. Espero de todo corazón, que se me conceda este invierno para ponerlas en limpio.

Sobre mí mismo, habría demasiado que escribir para intentar simplemente empezar. He vivido desde hace un año y medio tantas experiencias nuevas, que soy incapaz de hablar de ellas. ¿Es posible describir una crisis tan dolorosa? Veo todo bajo una nueva luz y la evolución ha sido demasiado rápida. Incluso no me sorprendería, si una mañana me despertara con un cuerpo nuevo. ¡Qué absurdo dejarse sumergir en los torbellinos del río de la existencia! 

¿Qué es en nosotros lo que piensa y actúa? Es extraño; cuando oigo música o la dirijo, comprendo con precisión la respuesta a todas estas cuestiones y entonces espero una seguridad y una claridad absoluta. 

Un ardiente amor a la vida resurgía continuamente en el Andante de esta IX Sinfonía.

Acabo de volver a interpretar la Novena Sinfonía de Mahler, cuyo primer movimiento es el más admirable que jamás se haya escrito. Mahler, es el más admirable de los corazones que jamás haya latido entre los hombres. Alban Berg.

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Cuando Mahler murió en Viena, el 18 de mayo de 1911, a los 51 años, se dijo que había dejado algunas obras póstumas: la Novena Sinfonía y el Canto de la Tierra fueron interpretadas muy pronto, pero el misterio se mantuvo sobre la Décima. Bruno Walter afirmó que el compositor había exigido que se destruyeran los borradores y, parecía lógico, puesto que Mahler nunca quiso hablar de ninguna de sus obras hasta que estuviera definitivamente terminada.

Para completar la grave crisis sufrida durante la creación de esta Sinfonía, fue aquel mismo año, 1910, cuando Mahler supo que su esposa, Alma, había iniciado una relación amorosa con Walter Gropius, impresión sólo suavizada por el hecho de que Alma decidiera permanecer a su lado, por consejo de Sigmund Freud. Aun así, el compositor siguió trabajando en su obra, aunque solo completó el primer movimiento, el Adagio y el tercero, Purgatorio, aunque, sin orquestar. El conjunto fue reconstruido por Deryck Cooke, después de convencer a Alma para que le entregara las notas del compositor. Pero aunque Alma no lo entregó todo, sí lo hizo su hija Anna más tarde. De acuerdo con aquellos borradores, el proyecto de Mahler consistía en cinco movimientos ya definidos:

I. Adagio.
II. Scherzo I: Schnelle Viertel.
III. "Purgatorio" (Allegretto moderato).
IV. Scherzo: Allegro Pesante, nicht zu schnell
V. Finale.

Las notas del compositor abrieron, en cierto modo, el camino al conocimiento de su profunda tragedia, pues en el manuscrito se repiten las exclamaciones dolorosas.

Ernest Krenek, recién casado con Anna Mahler, completó los movimientos primero y tercero y la Sinfonía se estrenó con la Orquesta Filarmónica de la Ópera de Viena, dirigida por Frank Schalk, el 14 de octubre de 1924. Sin embargo, el  Adagio, el único movimiento completado por Mahler, contenía errores en la transcripción, que no fueron subsanados hasta 1964 por la Mahler Gesellschaft, -Sociedad Mahler.



Un más que extraordinario director de orquesta, pianista y compositor al que podríamos calificar de perfecto, si existiera este absoluto, y dentro de la pluralidad de precedentes inspiradores de su obra.

Gustav Mahler, retrato Emil Orlik, 1902

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[Dedicado a Malela Durán]

Agradecimiento infinito a Henry-Louis de La Grange cuyo trabajo me ayudó a comprender mejor a Mahler y a quien pertenecen algunos de los fragmentos en cursiva –cuando no son textos literales del compositor-, y a Vincent Noos, que publicó estos últimos. clara dp.