Es tarea compleja, casi imposible, la de intentar definir la imagen de Lou Andreas Salomé; estrella emisora y receptora de luz, en el centro mismo de una brillante galaxia en la que irradian intelectualmente figuras como las de Friedrich Nietzsche, Rainer María Rilke o Sigmund Freud, porque se corre el riesgo de minimizar su biografía, limitándola, precisamente, a las relaciones mantenidas con estos grandes de la cultura europea de finales de sigo XIX y principios del XX.
Lou Andreas Salomé
Tampoco se trata de ignorar, sino todo lo contrario, la influencia intelectual que ellos ejercieron sobre la autora; se trataría más bien, de un intercambio, y así lo valoraron sus amigos, y ella misma parece situar la mutua colaboración por encima de cualquier otro matiz en sus relaciones, sin el menor asomo de presunción acerca de cuanto pudiera aportar personalmente, pues, como escribió Freud en 1837, Lou era de una modestia y una discreción poco comunes…
La dificultad se complica más, si contamos asimismo con la presencia en su vida, entre otros, de personajes, como Paul Rée, a quien conoció al mismo tiempo que a Nietzsche y cuya relación mantuvo hasta su matrimonio con Carl Friedrich Andreas, del que tomó el apellido por el que es conocida.
No obstante, vamos a intentarlo, presentando a algunos de esos personajes en orden a su trascendencia histórica. artística, científica… etc., evidentemente, no sólo en relación con esta especie de musa, sino también y, sobre todo, con respecto a la cutura occidental, en la cual marcaron un punto de inflexión.
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Nacida en la San Petersburgo imperial, en 1861, su padre era un militar ruso de origen alemán, casado con Louise Wilm, fue la menor de seis hijos y la única niña, al parecer, muy querida por su padre, pero nunca bien comprendida por su madre. En 1881, apenas cumplidos los veinte años, decidió instalarse en Zúrich para estudiar en su Universidad. En septiembre de 1880, llegó allí acompañada por su madre, ya viuda, desde 1878. Lou tenía 19 años.
Asistió a las clases de Alois Emanuel Biedermann (1819-1885), que impartía Dogmática, Historia de la religión, Lógica y Metafísica, quien con fecha 7 de julio de 1883, definía o intentaba definir la personalidad de Lou en carta a su madre:
Desde el primer momento en que la conocí me interesé cordialmente por la vida espiritual de la insólita muchacha, y ella también me correspondió con una confianza que yo supe apreciar plenamente, y que me he empeñado por merecer y corresponder, intentando, según mi leal saber y entender, ejercer un influjo sano y sobrio en la dirección de su empeño intelectual. (...) Su señorita hija es un ser femenino de especie extremadamente poco común: de infantil pureza y salud de la mente y, al mismo tiempo, de una dirección de espíritu y una independencia de la voluntad nada infantiles, casi no femeninos, y en ambas cosas un diamante.
Ya en 1882, conoce en Roma a Friedrich Nietzsche y a Paul Rée con los que parece que mantuvo relaciones simultáneas, y, tal vez, compartidas, a juzgar por alguna fotografía que así lo indica.
Poco después, en Berlín, trató a escritores como Gerhardt Hauptmann –Premio Nobel de Literatura en 1912-, Franz Wedekind, o Arthur Schnitzler –de quien podríamos decir que, en buena parte, le debe su renombre-, y, por fin, Rainer María Rilke, al que también le unirían lazos sentimentales –si es que podemos llamarlas sencilamente así.
Rainer María Rilke
Sin embargo, es posible que de todos ellos, el que más huella dejó en su formación y en su vida, fuera Sigmund Freud, con el que, al parecer, la relación fue de colaboración intelectual y afecto. Desde 1911 Lou formó parte del círculo vienés del doctor, ejerciendo ella misma el psicoanálisis durante los veinte años siguientes.
Lou Salomé publicó numerosas críticas y ensayos, científicos y biográficos, de los cuales, a pesar de que a su muerte, la Gestapo confiscó su obra, se conservó la mayor parte. Quedó, además, su correspondencia, fundamentalmente, con Rilke y Freud. Obra y correspondencia, que en definitiva, dejan ver una mente muy lúcida, pero no alcanzan a revelar la verdadera imagen de aquella mujer enigmática y diferente que centró el interés de algunos de los personajes más prominentes de su época.
Tal vez resulte apropiado, o más bien imprescindible, intentar exponer un brevísimo resumen, que siempre resultará incompleto, y necesariamente sujeto a un vocabulario aproximativo, de sus principales indagaciones, a través de las cuales, Lou Salomé alcanzaría a reconocer cuales podrían ser las más vitales dificultades que experimenta el ser humano, aunque, de hecho, no se resuelvan, dado que la pretensión de la investigadora, sería comprender la raíz del problema y convivir con ello, a no ser que, exacerbado por diferentes factores, tanto genéticos como culturales, o incluso históricos, se tratara de casos clínicos que pudieran requerir una intervención ligada al psicoanálisis.
Tras redescubrir, al parecer, con gran inteligencia y habilidad, los planteamientos de Nietzsche, se produjo el hallazgo del psicoanálisis de Freud; Lou recanalizó las posibilidades que ofrecían ambos “métodos” y los entrelazó y complementó de forma brillante y personal, obteniendo excelentes resultados en opinión de sus propios maestros.
Y el problema al que nos referimos en este caso, residiría en la relación entre mente y cuerpo. En su opinión, ambos coexisten separados, tal como han de ser considerados, a pesar del persistente intento de conciliarlos, ya sea mediante la ciencia o el pensamiento; sólo separadamente será posible proceder a su análisis sin dependencias mutuas indeseables. Simplificando, pues, no tendrían el mismo origen las realidades fisiológicas y las psíquicas, aunque finalmente conformen un todo y aunque, aparentemente se condicionen entre sí, como expresaría de forma canónica, Cervantes, en el famoso Diálogo entre Babieca y Rocinante de los Versos Preliminares de su Don Quijote:
–Metafísico estáis.
–Es que no como.
Dejando a un lado la dualidad, o separación, o independencia, cuerpo–mente, no se puede ignorar el paso siguiente, que en el caso de Lou Salomé, ya no procedería de su aprendizaje, sino de su clara, vital y casi originaria filiación al pensamiento de Spinoza, de donde su comprensión de la Unidad del Todo, que no sería sino la Unidad con Dios, lo que otorga a su pensamiento una carácter religioso, a través de su búsqueda del cómo y las consecuencias de la unión entre el Ser Supremo y el hombre.
Estos elementos formarán un todo, que se hará accesible finalmente, a través de un nuevo camino o, más bien, de un puente que, tendido entre el mundo exterior y el mundo de la mente, es decir, el psicoanálisis, la única herramienta capaz de atravesar sin accidentes, el tumultuoso cauce de la mente humana. En el caso de Andreas, el viaje consistiría entonces, fundamentalmente, en situar, en el otro lado, la relación con Dios.
En el transcurso de mi vida, el estudio me ha llevado repetidas veces a terrenos de especialidad filosófica e incluso teológica, que por mi propio impulso me resultaban atractivos. Aquello, sin embargo, no guardó nunca ningún tipo de relación con mi original modo de ser “piadoso”, ni a la inversa, con su posterior abandono. Jamás las cosas del pensamiento removieron mi vieja fe de antes –como si ésta no se hubiera atrevido a inmiscuirse en un “pensamiento adulto”-. En consecuencia todos los campos del pensamiento, también los teológicos, persistieron para mí en el mismo plano de puro interés intelectual.
Mirada retrospectiva.
Todo lo anterior, podríamos decir que salió a la superficie en sus conversaciones con Nietzsche y Rée, quienes igualmente indagaban en busca del origen de lo que reconocemos como sentimientos, especialmente, los de carácter moral. Lou decidió ir más lejos, trazando su propio punto de partida. Así, pasados unos años, cuando conoció a Freud, comprendió inmediatamente, que sus métodos eran eficaces y que quizás la Psicología contribuyera más y mejor al hallazgo de las necesarias respuestas, ayudando a despejar el camino por el que ya transitaba, inquieta, atenta y lúcida.
Lou avanzó un paso gigante, cuando aplicando los métodos de Freud a sus anteriores principios, concluyó que “lo divino” residía en el ser humano y su vía de acceso, en la mente o psique, en la que se instalaría a lo largo de un complejo proceso, a través del cual, podríamos decir, que sólo se es, cuando se es consciente de ser.
Surge así en su planteamiento, el recurso al Mito de Narciso, incapaz de reconocerse en su propia imagen, cuando la ve reflejada en el agua. Tal reconocimiento, constituirá, pues, el descubrimiento del Sujeto, a partir del cual, se desencadenan nuevas búsquedas, mediante las cuales, empleando ahora un concepto socrático, el Sujeto buscaría incansable, aquello de lo que carece y que debería completarlo. Decía Sócrates que el ser humano no buscaría la belleza, o el amor –conceptos mucho más amplios de lo que aparentemente representan–, si previamente los reconociera como propios.
En consecuencia, para Salomé, el arte, la filosofía y la religión son vías que hay que recorrer, asumir y expandir de nuevo hacia fuera, creando la verdadera relación entre el yo endógeno y el exógeno, es decir entre el ser interior y el ser cultural e histórico, algo que la Filosofía separaba, obviando que en la mente, la razón contiene las pasiones y el deseo que la proyectan fuera de sí misma.
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Todo lo dicho, y muchísimo más, sin la menor duda, Lou Salomé lo compartió con sus célebres amigos, unas veces recibiendo, y otras aportando, pero el hecho objetivo, es que debía provocar una intensa atracción en aquellos hombres, algunos de los cuales, los que más se aproximaron a ella, quedaron prendados, desde todos los puntos de vista que podemos considerar; belleza, actitud, inteligencia, carácter, inquietudes, etc.; además, todos, o casi todos se enamoraban –desde su primer mentor, Henrik Gillot, también maestro de los hijos del Zar, que le enseñaba Teología y Literatura francesa y alemana. y que inmediatamente le propuso divorciarse para casarse con ella–. Lou lo rechazó, como se vería obligada a hacer en otras ocasiones, ante los sucesivos requerimientos, porque ella nunca condujo sus pasos hacia aquel objetivo. Se diría que ni siquiera confiaba en la institución del matrimonio. De hecho, se casó una vez, y, lo cierto, es que mantuvo el compromiso durante el resto de la vida, con aquel que fue su único esposo, Karl Friedrich Andreas, del que conservó, además, el nombre por el que la conocemos. Cierto que se dijo que él la había amenazado con suicidarse si no era aceptado. Se dijo. Y se dijo también que mantuvieron una relación absolutamente casta. Todo esto se dijo.
Sea como fuere, y como hemos dicho, algunos de los más trascendentales pensadores de su tiempo, formaron parte de su vida, de un modo u otro, pero sin duda, ella no sólo aprendió cuanto ellos podían enseñarle, sino que, al parecer, pudo complementarlos en algunos aspectos. Es bien sabido que fue rápidamente aceptada en el círculo psicoanalista y que dedicó unos veinte años al ejercicio de esta terapia.
Era de una modestia y una discreción poco comunes –escribiría Sigmund Freud–. Nunca hablaba de sus propias producciones poéticas y literarias. Era evidente que sabía dónde es preciso buscar los reales valores de la vida. Quien se le acercaba recibía la más intensa impresión de la autenticidad y la armonía de su ser.
Lou, a los 50 años – Freud, 55. Fotografiados entre los participantes en el III Congreso Internacional de Psicoanálisis, en 1911
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PAUL RÉE
Paul Ludwig Karl Heinrich Rée: Bartelshagen, Pomerania 21.11.1849 - Celerina, Suiza, 28.10.1901, Filósofo y Médico.
Fue el segundo hijo de un propietario de tierras, de origen judío originario de Hamburgo. A pesar de haber sufrido problemas de salud durante toda su infancia, obtuvo el llamado Abitur –o graduación–, en 1868 en el Liceo Joachim Faller de Berlín.
Ya a partir de entonces, su interés se centró en el estudio de la Filosofía Moral, si bien, su padre le forzó a estudiar Derecho en la Universidad de Leipzig.
En 1870 fue movilizado –Guerra Franco-Prusiana– y destinado justo a la línea de fuego, resultó herido en Saint–Privat, ya el 18 de agosto, cuando hacía poco más de un mes que había empezado la guerra, razón por la cual pudo reincorporarse a sus estudios de Derecho, durante cierto tiempo, antes de decidirse definitivamente por la Filosofía.
En la primavera de 1873, cuando visitaba al profesor de Filosofía Heinrich Romundt en Bâle –Bassel, o Basilea–, conoció al joven profesor de Filología Clásica, Friedrich Nietzsche -compañero de estudios y amigo de Romundt desde su encuentro en la Universidad de Leipzig-, que en aquel momento estaba desarrollando su primera Consideración Inactual, contra David Strauss, y en el que inmediatamente apreció la sutileza de su intelecto y la predilección por el pensamiento moral.
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Heinrich Romundt, 1845-1919
Romundt formaba parte del pequeño grupo de amigos de Nietzsche, antiguos estudiantes de Filología y Filosofía en Leipzig, que reunía a un grupo de admiradores de la filosofía de Schopenhauer y de la música de Wagner. En Bâle, vivía en el mismo edifico que Nietzsche y Overbeck -conocido como la «Caverna Baumann», por el nombre de su propietario–.
En abril 1875, al no obtener una cátedra en la Universidad, volvió a Alemania, donde se desempeñó como profesor de Liceo –enseñando Griego y Alemán-, y siguió publicando ensayos filosóficos sobre Kant y sobre Religión. Poco antes de abandonar Bâle, -según dice una carta de Nietzsche (31.10.1875) a Erwin Rohde-: causó una “gran inquietud” a sus amigos, Nietzsche y Overbeck, al anunciarles que pensaba convertirse al Catolicismo, algo que, finalmente, no ocurrió.
Franz and Ida Overbeck
Franz Overbeck. San Petersburgo, 1837–Basilea, 1905 Historiador de la Iglesia Cristiana y Profesor de Teología Protestante. Fue gran amigo y corresponsal de Nietzsche, así como del también Historiador, Jacob Burckhardt.
Carl Jacob Christoph Burckhardt, Swiss historian, portrait made circa 1840
Carl Jacob Christoph Burckhardt fue un gran historiador del Arte y de la Cultura, nacido en Basilea el 25 de mayo de 1818, donde falleció el 8 de agosto de 1897.
En 1838 hizo un primer viaje a Italia y publicó los primeros artículos importantes, como sus Observaciones acerca de las catedrales suizas. Hasta 1839 estudió Teología Protestante, y a partir de entonces asistió a la Universidad en Berlín, donde permaneció hasta 1843.
Fue profesor de Historia en la Universidad de Basilea en diversos períodos y en el Instituto Politécnico Federal de Zúrich, hasta 1858. La Universidad de Basilea era muy pequeña –sólo 27 alumnos-, y Burckhardt tenía tres, uno de ellos fue Nietzsche.
Elaboró una teorización historiográfica a la que llamó Kulturgeschichte, es decir, algo que hoy suena muy natural, pero no así en su época: Historia de la Cultura, para cuyo desarrollo aplicó métodos novedosos muy personales.
Su trascendental obra, Die Cultur der Renaissance in Italien -La cultura del Renacimiento en Italia- de 1860, se convirtió en un valioso modelo para el tratamiento de la Historia de la Cultura, debido a los diversos puntos de vista que el autor tuvo presentes en su elaboración, partiendo de la base de que no empleaba documentación original, sino que sobre la ya publicada, intercalaba novedosamente, los aspectos culturales –artísticos, o literarios-, de los períodos que tratara.
Su Época de Constantino el Grande, de 1853, comprende desde Diocleciano hasta la muerte de Constantino I, pero Burckhardt, en lugar de centrarse sólo en los aspectos histórico-políticos, se sirvió del arte y la literatura, y creó una nueva vía por la cual transitaron después muchos investigadores.
Hasta que se conoció su obra, la Historia era una sucesión lineal de hechos, esencialmente, de carácter militar y político, pero es evidente hoy, que la verdadera Historia no es sólo eso, de mismo modo que entonces parecía imprescindible mostrar los aspectos más críticos de otros autores, algo que Burckhardt, jamás hizo. Es evidente que el Arte y la Literatura, como testigos contemporáneos, tal vez contribuyen más y mejor a crear un verdadero ambiente histórico en el lector, que la sucesión de eventos habitual en los trabajos de carácter más clásico.
Su última obra, Historia de la cultura griega, publicada póstumamente, entre 1898 y 1902, recibió el rechazo de los especialistas, porque Burckhardt no lo era. Sin embargo, la respuesta de los lectores fue amplia y favorable, siendo después, no sólo aprobada, sino también adoptada por aquellos especialistas.
Burckhardt fue, por otra parte, una mentalidad libre y discordante. Cuando le ofrecieron, nada menos que la cátedra de Ranke, la rechazó para no verse obligado a someterse a una línea de pensamiento concreta y patrocinada, y poder seguir sus personales métodos, lo cual no fue muy bien comprendido entre los historiadores.
En sus Reflexiones sobre la Historia Universal, evidenció la interdependencia entre Estado, Religión y Cultura; tres fundamentos determinantes en la marcha de los tiempos, que, además, son los que proporcionan una mejor perspectiva de los hechos estrictamente históricos.
Tras la recuperación intelectual de Friedrich Nietzsche, realizada a partir de los años 60 del siglo XX, se revalorizó el trabajo de Burckhardt en la cultura alemana del siglo XIX, evidenciada en la valiosa correspondencia entre ambos grandes creadores, desde 1874 hasta el momento del desastre mental acaecido a Nietzsche en 1889.
En la actualidad, el profesor británico Peter Burke se ha situado claramente en la brillante estela de Burckhardt, proclamando la vigencia de su modo de abordar la historia.
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En cuanto a Rée, desarrolló con respecto a su amigo Nietzsche una profunda admiración, e incluso en un primer momento, creyó sentir hacia él una especie de “amor no correspondido”.
Durante varios años, esta amistad marcó fuertemente la vida y la obra intelectual de los dos filósofos, tal como se puede apreciar en su correspondencia, pues sus cartas expresan continuamente la contrariedad de no poder reunirse. Así, el 21 de febrero de 1876, Rée escribía a Nietzsche:
«Echo de menos su presencia, y a decir verdad, debería reprocharle el haber destruido mi soledad. Aunque desde hace mucho tiempo tuve que habituarme a encerrarlo todo en mi interior, la soledad me parece mucho más solitaria, ahora que veo la posibilidad de hablar de todo y de hablarlo con usted.”
Del mismo modo, escribe Nietzsche, en junio de 1877: “Varias veces al día desearía tenerle cerca, porque estoy completamente solo, y de toda compañía, la suya es para mí una de las preferidas y de las más deseables”; y continúa el 19 de noviembre de 1877: “Debo decirle que nunca jamás en mi vida, había encontrado tanto encanto en la amistad, como lo he encontrado gracias a usted a lo largo de este año, sin hablar de todo lo que me ha enseñado. Siempre que habla de sus investigaciones, ante la idea de volverle a ver, se me hace la boca agua; estamos hechos para entendernos bien, y creo que siempre nos encontramos a medio camino, como buenos vecinos a los que siempre se les ocurre en el mismo momento la idea de visitar el uno al otro, y se encuentran en el límite de sus respectivos territorios.”
Rée y Nietzsche
De acuerdo con las cartas intercambiadas, la publicación de las Observaciones Psicológicas, en 1875, le deparó a Rée la aprobación definitiva de Nietzsche, y proporcionó a ambos, la posibilidad de reconocer definitivamente, la trascendencia de su amistad.
En octubre de 1876, tras asistir al primer Festival de Bayreuth, pasaron una temporada juntos en Bex, antes de emprender viaje a Sorrento, donde pasaron el invierno, en compañía de Malwida von Meysenbug y de Albert Brenner, un joven alumno de Nietzsche que padecía una afección pulmonar. Malwida se conmovió ante la solicitud que Rée no dejó de testimoniarle durante su estancia, y concibió hacia él “la más profunda simpatía”.
Había sido Malwida, la que, viendo que el estado de salud de Nietzsche decaía peligrosamente, tuvo la idea de aquella estancia en Italia, con la esperanza de que el clima mediterráneo tuviera un efecto benéfico sobre su joven amigo. Al efecto, consiguió Nietzsche un permiso de un año. El 26 de septiembre, anunciaba a Malwida: “¿Sabe que el doctor Rée desea acompañarme, convencido de que usted no tendrá inconveniente? Me complace mucho su espíritu extremadamente lúcido, así como su alma, llena de delicadeza y verdaderamente amistosa”.
Malwida von Meysenbug (1816-1903) (Picture alliance / dpa / Bifab)
Conocida como autora de las Memorias de una Idealista, fue amiga de numerosas personalidades de su tiempo, entre las cuales se encuentran, Richard Wagner, a quien conoció en 1855 en Londres); Jules Michelet (1859); Friedrich Nietzsche (Bayreuth, en 1872) o Romain Rolland (Versailles, 1889).
Aquellos meses, tan ricos en conversaciones y lecturas, como en paseos y excursiones a través de grandiosos paisajes, se revelaron particularmente fructíferos en el aspecto intelectual, ya que Rée empezó allí su ensayo sobre El Origen de los Sentimientos Morales, y Nietzsche escribió muchos de los aforismos de Humano, demasiado Humano, en los cuales, sus antiguos amigos –los fieles de Schopenhauer–, denunciaron la influencia, –para ellos, nefasta–, de Paul Rée, según carta de Rohde a Nietzsche, del 16 de junio de 1878, a la que Nietzsche contestó:
“Dicho sea de paso: búsqueme a mí en mi libro, y no a mi amigo Rée. Estoy orgulloso de haber descubierto sus maravillosas cualidades y sus objetivos, pero en la concepción de mi “philosophia in nuce”, no ha tenido la menor influencia, porque ya estaba terminada y confiada en buena parte al papel, cuando tuve un conocimiento más amplio de él, en el otoño de 1876. Nos encontramos, el uno y el otro, en el mismo nivel y disfrutamos infinitamente discutiendo, lo que fue sin duda de gran provecho por las dos partes (tanto, que en su libro –Origen de los sentimientos Morales–, me escribió con una afectuosa exageración: “al padre de este escrito, su madre, reconocida”.
En una carta citada por Curt Paul Ganz (Nietzsche, tomo II, Gallimard, 1984, p. 254) Cósima Wagner resume su opinión y la del compositor sobre el mismo asunto: “!Demasiadas cosas han influido en este triste libro! Y al final, para decirlo todo, está Israel, bajo la imagen de Dr. Rée, muy frío, muy educado, como poseído, subyugado por Nietzsche, pero en realidad jugando con él, como un reflejo de la relación entre Judea y Germania a escala reducida […].
La publicación de las dos obras, en 1877, fue ocasión de nuevos intercambios intelectuales entre los dos amigos, a los que la enfermedad mantuvo separados durante varios años, exceptuando breves encuentros en Leipzig, en abril de 1878, y una estancia de Rée en Naumburg, en casa de la madre de Nietzsche, en enero de 1880, cuando una fuerte crisis en la enfermedad de Nietzsche, hizo pensar en la proximidad de su fallecimiento.
Gracias al Origen de los Sentimientos Morales, Rée recibió el título de Doctor en Filosofía por la Universidad de Halle, pero dado el rechazo de aquella titularidad, por parte de los profesores de Filosofía Hegelianos de la Universidad de Jena, asustados y escandalizados por sus libros, Paul Rée fue abandonando gradualmente la esperanza de hacer una carrera universitaria y se retiró durante varios años a la propiedad familiar de Stibbe bei Tütz, en Prusia Occidental, consagrándose plenamente a la redacción de La Génesis de la Consciencia Moral.
En febrero de 1882 recuperó la salud y visitó a Nietzsche en Génova, donde ambos tuvieron la oportunidad de oír cantar a Sara Bernhardt en La Dama de las Camelias, de Dumas y, más tarde, respondiendo a la invitación de Malwida von Meysenbug, prosiguió, el 14 de marzo, su camino hacia Roma –aunque perdió todo el dinero que llevaba encima, en el Casino de Monte–Carlo.
Y fue entonces, la misma noche de su llegada a casa de Malwida, cuando conoció a una “joven rusa” que atrajo inmediatamente su atención: Louise von Salomé, quien animada por un tenaz espíritu de independencia, había ido a Roma para vivir cerca de la autora de las Memorias de una idealista –Malwida–, y, en lo posible, tratar de hacer efectivas sus enseñanzas.
Cayendo inmediatamente bajo el encanto de la joven, Paul Rée, tardó sólo unos días en pedirle matrimonio. Lou aprovechó la oportunidad para afirmar su “necesidad completamente irrefrenable de libertad”, como escribió en Ma Vie, y su firme voluntad de no internarse en la vía del matrimonio. De hecho, su boda en 1887, con el orientalista Friedrich Carl Andreas, fue una pura convención, ya que parece que nunca se consumó.
Por su parte, Lou le presentó a Rée un proyecto de vida común, entregada totalmente a los trabajos intelectuales, que tal vez a él le recordara su antigua idea del “claustro para espíritus libres” de su –Filosofía de la Ligereza-, que Nietzsche y Malwida habían evocado antaño en Sorrento.
Un mes después, Nietzsche, cuya curiosidad por aquel “ser extraordinario” exacerbada por Paul Rée y Malwida, llegó de improviso, a la vuelta de una estancia en Mesina, de donde tuvo que salir a causa del sirocco.
Carta de Malwida a Nietzsche, del 27 de marzo de 1882: «Una muchacha muy notable (supongo que Rée ya le ha habado de ella), cuyo conocimiento debo, entre otras cosas, a mi libro, me parece que ha alcanzado en el pensamiento filosófico, poco más o menos, los mismos resultados que usted hasta el momento, es decir, el idealismo práctico, abandonando toda suposición metafísica y el cuidado de explicar los problemas metafísicos. Rée y yo estamos de acuerdo en desear verle un día encontrarse con este ser extraordinario.”
Nietzsche aceptó fácilmente el proyecto de Lou von Salomé, confiando en poder salir de la soledad cada vez más profunda en la cual se encontraba: “La esperanza que había perdido, la de encontrar un amigo para mis últimas alegrías y mis últimas penas, ya no me parece imposible –posibilidad de oro en el horizonte de mi vida aún por venir”. (Carta de Nietzsche a Lou von Salomé, del 7 de junio de 1882).
Unos días después, los tres emprendieron el camino de vuelta, que organizaron en etapas; por la orilla del lago de Orta primero, en el Norte de Italia; luego, Lucerna, y después se separaron provisionalmente, con el proyecto de pasar e invierno juntos en Viena o París.
Pero la imposibilidad para Nietzsche, de aceptar totalmente que su relación con Lou quedara simplemente en amistosa e intelectual, convirtió en ilusoria cualquier idea de vida en común. Por otra parte, pudo constatar, cuando entre octubre y noviembre tuvo ocasión de ver a Lou y Rée en Leipzig, que los lazos entre ellos, se habían estrechado considerablemente, acrecentando cada vez más, la distancia entre ellos dos y él mismo.
El 15 de noviembre, abandonó Leipzig para volver a su soledad de ermitaño, hundido en un sentimiento de desesperación, del cual sólo empezó a liberarse unos meses después, al escribir la primera parte de Zaratustra.
Paul Rée y Lou se instalaron entonces juntos en Berlín y realizaron con éxito el sueño de comunidad intelectual tan querido a Lou. Muy pronto se rodearon de un grupo de universitarios, entre los cuales estaban, el historiador de la Literatura, Georg Brandes, danés; el historiador alemán Hans Delbrück; el indólogo renano Paul Deussen; e psicólogo alemán Herman Ebbinghaus; el pedagogo Rudolf Lehmann; el geólogo y explorador alemán Paul Güssfeldt y el sinólogo Willhelm Grube, que poco a poco se adhirieron al pequeño círculo filosófico que Lou y Rée formaron desde 1882, junto con los amigos de Rée, Heinrich Romundt, Ferdinand Tönnies y Heinrich von Stein.
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Georg Morris Cohen Brandes
Filósofo, crítico literario, ensayista y periodista, muy influyente en la literatura escandinava entre el último cuarto de siglo XIX y el primero de XX.
Georges Brandes, Peder Severin Krøyer. 1900
Nacido en Copenhague, 4.2.1842, fue el hijo mayor de una familia de origen sefardí y religión judía, aunque no practicantes. A pesar de que estudió Derecho en la Universidad de Copenhague, se especializó en Filosofía y Estética, conservado de su época universitaria, notable influencias del poeta Johan Ludwig Heiberg y de filósofo Søren Kierkegaard.
Viajó por Europa -Francia, Italia, Suiza, Alemania, Inglaterra y Suecia-, hasta 1871. En Francia trató con Taine y Renan entre otros, y en Gran Bretaña fue contertulio de John Stuart Mill, Thomas Henry Huxley y con algunos de los discípulos de Charles Darwin, declarándose partidario del Evolucionismo.
Desde que en 1868 publicó Æstetiske Studier, se convirtió gradualmente en el crítico más reconocido de Escandinavia. En 1871 se convirtió en Decano en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Copenhague, en la que dio una conferencia magistral que se convirtió en una imprescindible vía de acceso a la literatura danesa moderna, sin embargo, cuando en 1872 quedó vacante la plaza de profesor de Estética en la Universidad, su candidatura fue rechazada, por considerar sus ideas demasiado avanzadas, aunque parece que influyó mucho su origen sefardí, a pesar de que era tenido por ateo. En todo caso, prefirieron que a plaza quedara sin ocupar.
En 1877 se fue a vivir a Berlín donde alcanzó enorme influencia hasta 1883, momento en que volvió a Copenhague, dispuesto a enfrentarse a la discriminación ejercida contra él. Fue muy bien acogido entre escritores y pensadores.
En 1893 publicó en el periódico cultural danés Politiken, una crítica de la novela La saga de Gosta Berling, de la novel escritora sueca Selma Lagerlöf, lo que significó para ella el punto de partida de una brillante carrera literaria que culminaría con la recepción de Premio Nobel de Literatura en 1909, siendo asimismo, la primera mujer que lo recibió.
Entre 1897 y 1898 escribió también un célebre estudio sobre la obra de Shakespeare, muy bien recibido en el Reino Unido. Sólo entonces empezó a dedicar su atención a la historia de la literatura escandinava.
A principio de siglo XX, su influencia decayó, aunque no su prestigio. En 1902 fue nombrado al fin Profesor de Estética en la Universidad de Copenhague, puesto que ocuparía hasta su fallecimiento, siendo siempre considerado como una autoridad moral.
Condenó en su obra la persecución de las minorías, así como el sonado Caso Dreyfus y durante la Primera Guerra Mundial condenó asimismo los excesos de ambos contendientes, afrontando al final de su vida la polémica antirreligiosa, que le llevó a enfrentarse a diversos personajes, si bien sus planteamientos literarios fueron bien recibidos y compartidos por personajes de la talla del dramaturgo noruego Henrik Ibsen.
Trascendió fundamentalmente, su trabajo sobre las Principales corrientes en la literatura del siglo XVIII.
Murió el 19 de febrero de 1927 en su ciudad natal.
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El experimento de vida en comunidad de Paul Rée llegó a su fin, sin embargo, cuando, a causa del fracaso de su última tentativa para obtener un puesto en la Universidad y tras la publicación de su Génesis de la Consciencia Moral, decidió, en el otoño de 1885, empezar a estudiar Medicina, momento a partir del cual, “se fue a vivir solo, porque tenía que trabajar su Anatomía desde muy temprano por la mañana”, como recordaría Lou en Ma Vie.
Cuando Nietzsche leyó la Génesis de la Consciencia Moral, escribió el 15 de octubre a Heinrich von Stein:
Olvidaba decirte cuánto aprecio la forma sobria, clara y casi antigua del libro de Rée. He ahí el “habitus philosophique” –lástima que no haya más contenido en tal “habit”-. Pero entre alemanes, no es suficiente con abjurar del diablo propiamente alemán, el genio o el demon de la oscuridad -como Rée ha hecho siempre-, para merecer elogios.”
Unos meses después del compromiso de Lou con el orientalista, Friedrich Carl Andreas, en noviembre de 1886, Rée interrumpió finalmente toda relación con ella y se fue a Múnich a terminar sus estudios de Medicina, recibiendo el título en 1890.
Durante los diez años siguientes Rée atendió desinteresadamente a los campesinos que vivían en los dominios que su hermano poseía en Stibbe. Después viajó a Engadine y se instaló en Celerina, aportando infatigablemente, en el curso de largas y a veces, peligrosas marchas, asistencia médica a las poblaciones de montaña, entre las cuales, pronto empezaron a considerarlo como una especie de santo.
El 28 de octubre de 1901, recorriendo una pared rocosa que caía verticalmente sobre el Inn, resbaló y cayó, muriendo ahogado en el río. Un hombre que lo vio caer desde la orilla opuesta, sacó su cuerpo del agua y allí mismo, en Celerina, fue enterrado Paul Rée.
Celerina, Suiza
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Carl Friedrich Andreas
Lou Salomé y Carl Friedrich Andreas
Friedrich Carl Andreas. Nacido en Batavia el 14.4.1846 y fallecido en Göttingen, el 3.10.1930. Tenía raíces alemanas, malayas y armenias.
Se especializó en estudios iraníes, orientales y otros, en distintas universidades alemanas, y se doctoró en Erlangen, en 1868 con una tesis sobre el lenguaje Pahlavi, acerca del cual, completó estudios en Copenhague. Desde 1875 pasó varios años realizando estudios sobre el terreno, en Persia y la India, estudios que compatibilizó con su trabajo como Jefe de Correos.
Desde 1883 hasta 1903 dio clases particulares en turco e iraní en Berlín, pasando posteriormente, a impartir filología iraní en la Universidad de Göttingen.
No escribió mucho, porque, al parecer, prefería conversar con estudiantes y colegas, pero se sabe que investigó sobre el desarrollo de los idiomas iraníes desde la antigüedad, incluidas las lenguas kurdas, aunque también se familiarizó con el sánscrito, indostánico, árabe, arameo, hebreo, armenio y turco, y es valorado asimismo por su gran capacidad para descifrar manuscritos o inscripciones.
En 1887 se casó con Lou Andreas-Salomé. Tras llevar a cabo su trabajo de campo en la India con los parsis y en el sur de Irán. su investigación se centra en Europa sobre las lenguas y la música de Osetia y de la frontera indo-afgana. Desde 1903 hasta su muerte fue profesor de filología asiática en Göttingen.
Su interés se extendió a la filosofía y la historia natural, aunque destacó en la lectura e interpretación de escrituras orientales complejas, antiguos o modernas, y en la percepción de los matices más estrictos de las lenguas habladas, especialmente en lo relativo a los acentos.
A pesar de que no acostumbraba a publicar los resultados de sus investigaciones, fue absolutamente generoso en ponerlos a disposición de estudiantes y amigos, de forma que, muchos de sus hallazgos se encuentran dispersos en las publicaciones de otros investigadores, que siempre le deberán una influencia decisiva en sus trabajos.
Cuando Andreas murió, en 1930, sus trabajos académicos se reunieron por primera vez en la Biblioteca de la Universidad de Göttingen. Aunque era muy poco el material disponible para su publicación, dos alumnos suyos, utilizando en parte, sus propias notas de clase, consiguieron editar importantes textos iraníes.
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Continuará…
Lou Andreas Salomé • Compañera de viaje de:
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