domingo, 28 de mayo de 2017

Lou Andreas Salomé • Compañera de viaje de: PAUL RÉE



Es tarea compleja, casi imposible, la de intentar definir la imagen de Lou Andreas Salomé; estrella emisora y receptora de luz, en el centro mismo de una brillante galaxia en la que irradian intelectualmente figuras como las de Friedrich Nietzsche, Rainer María Rilke o Sigmund Freud, porque se corre el riesgo de minimizar su biografía, limitándola, precisamente, a las relaciones mantenidas con estos grandes de la cultura europea de finales de sigo XIX y principios del XX.

Lou Andreas Salomé

Tampoco se trata de ignorar, sino todo lo contrario, la influencia intelectual que ellos ejercieron sobre la autora; se trataría más bien, de un intercambio, y así lo valoraron sus amigos, y ella misma parece situar la mutua colaboración por encima de cualquier otro matiz en sus relaciones, sin el menor asomo de presunción acerca de cuanto pudiera aportar personalmente, pues, como escribió Freud en 1837, Lou era de una modestia y una discreción poco comunes…

La dificultad se complica más, si contamos asimismo con la presencia en su vida, entre otros, de personajes, como Paul Rée, a quien conoció al mismo tiempo que a Nietzsche y cuya relación mantuvo hasta su matrimonio con Carl Friedrich Andreas, del que tomó el apellido por el que es conocida. 

No obstante, vamos a intentarlo, presentando a algunos de esos personajes en orden a su trascendencia histórica. artística, científica… etc., evidentemente, no sólo en relación con esta especie de musa, sino  también y, sobre todo, con respecto a la cutura occidental, en la cual marcaron un punto de inflexión.

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Nacida en la San Petersburgo imperial, en 1861, su padre era un militar ruso de origen alemán, casado con Louise Wilm, fue la menor de seis hijos y la única niña, al parecer, muy querida por su padre, pero nunca bien comprendida por su madre. En 1881, apenas cumplidos los veinte años, decidió instalarse en Zúrich para estudiar en su Universidad. En septiembre de 1880, llegó allí acompañada por su madre, ya viuda, desde 1878. Lou tenía 19 años.

Asistió a las clases de Alois Emanuel Biedermann (1819-1885), que impartía Dogmática, Historia de la religión, Lógica y Metafísica, quien con fecha 7 de julio de 1883, definía o intentaba definir la personalidad de Lou en carta a su madre:

Desde el primer momento en que la conocí me interesé cordialmente por la vida espiritual de la insólita muchacha, y ella también me correspondió con una confianza que yo supe apreciar plenamente, y que me he empeñado por merecer y corresponder, intentando, según mi leal saber y entender, ejercer un influjo sano y sobrio en la dirección de su empeño intelectual. (...) Su señorita hija es un ser femenino de especie extremadamente poco común: de infantil pureza y salud de la mente y, al mismo tiempo, de una dirección de espíritu y una independencia de la voluntad nada infantiles, casi no femeninos, y en ambas cosas un diamante.

Ya en 1882, conoce en Roma a Friedrich Nietzsche y a Paul Rée con los que parece que mantuvo relaciones simultáneas, y, tal vez, compartidas, a juzgar por alguna fotografía que así lo indica. 

Poco después, en Berlín, trató a escritores como Gerhardt Hauptmann –Premio Nobel de Literatura en 1912-, Franz Wedekind, o Arthur Schnitzler –de quien podríamos decir que, en buena parte, le debe su renombre-, y, por fin, Rainer María Rilke, al que también le unirían lazos sentimentales –si es que podemos llamarlas sencilamente así.


Rainer María Rilke

Sin embargo, es posible que de todos ellos, el que más huella dejó en su formación y en su vida, fuera Sigmund Freud, con el que, al parecer, la relación fue de colaboración intelectual y afecto. Desde 1911 Lou formó parte del círculo vienés del doctor, ejerciendo ella misma el psicoanálisis durante los veinte años siguientes.

Lou Salomé publicó numerosas críticas y ensayos, científicos y biográficos, de los cuales, a pesar de que a su muerte, la Gestapo confiscó su obra, se conservó la mayor parte. Quedó, además, su correspondencia, fundamentalmente, con Rilke y Freud. Obra y correspondencia, que en definitiva, dejan ver una mente muy lúcida, pero no alcanzan a revelar la verdadera imagen de aquella mujer enigmática y diferente que centró el interés de algunos de los personajes más prominentes de su época.

Tal vez resulte apropiado, o más bien imprescindible, intentar exponer un brevísimo resumen, que siempre resultará incompleto, y necesariamente sujeto a un vocabulario aproximativo, de sus principales indagaciones, a través de las cuales, Lou Salomé alcanzaría a reconocer cuales podrían ser las más vitales dificultades que experimenta el ser humano, aunque, de hecho, no se resuelvan, dado que la pretensión de la investigadora, sería comprender la raíz del problema y convivir con ello, a no ser que, exacerbado por diferentes factores, tanto genéticos como culturales, o incluso históricos, se tratara de casos clínicos que pudieran requerir una intervención ligada al psicoanálisis.

Tras redescubrir, al parecer, con gran inteligencia y habilidad, los planteamientos de Nietzsche, se produjo el hallazgo del psicoanálisis de Freud; Lou recanalizó las posibilidades que ofrecían ambos “métodos” y los entrelazó y complementó de forma brillante y personal, obteniendo excelentes resultados en opinión de sus propios maestros.

Y el problema al que nos referimos en este caso, residiría en la relación entre mente y cuerpo. En su opinión, ambos coexisten separados, tal como han de ser considerados, a pesar del persistente intento de conciliarlos, ya sea mediante la ciencia o el pensamiento; sólo separadamente será posible proceder a su análisis sin dependencias mutuas indeseables. Simplificando, pues, no tendrían el mismo origen las realidades fisiológicas y las psíquicas, aunque finalmente conformen un todo y aunque, aparentemente se condicionen entre sí, como expresaría de forma canónica, Cervantes, en el famoso Diálogo entre Babieca y Rocinante de los Versos Preliminares de su Don Quijote

–Metafísico estáis.
–Es que no como.

Dejando a un lado la dualidad, o separación, o independencia, cuerpo–mente, no se puede ignorar el paso siguiente, que en el caso de Lou Salomé, ya no procedería de su aprendizaje, sino de su clara, vital y casi originaria filiación al pensamiento de Spinoza, de donde su comprensión de la Unidad del Todo, que no sería sino la Unidad con Dios, lo que otorga a su pensamiento una carácter religioso, a través de su búsqueda del cómo y las consecuencias de la unión entre el Ser Supremo y el hombre.

Estos elementos formarán un todo, que se hará accesible finalmente, a través de un nuevo camino o, más bien, de un puente que, tendido entre el mundo exterior y el mundo de la mente, es decir, el psicoanálisis, la única herramienta capaz de atravesar sin accidentes, el tumultuoso cauce de la mente humana. En el caso de Andreas, el viaje consistiría entonces, fundamentalmente, en situar, en el otro lado, la relación con Dios.

En el transcurso de mi vida, el estudio me ha llevado repetidas veces a terrenos de especialidad filosófica e incluso teológica, que por mi propio impulso me resultaban atractivos. Aquello, sin embargo, no guardó nunca ningún tipo de relación con mi original modo de ser “piadoso”, ni a la inversa, con su posterior abandono. Jamás las cosas del pensamiento removieron mi vieja fe de antes –como si ésta no se hubiera atrevido a inmiscuirse en un “pensamiento adulto”-. En consecuencia todos los campos del pensamiento, también los teológicos, persistieron para mí en el mismo plano de puro interés intelectual.
Mirada retrospectiva.

Todo lo anterior, podríamos decir que salió a la superficie en sus conversaciones con Nietzsche y Rée, quienes igualmente indagaban en busca del origen de lo que reconocemos como sentimientos, especialmente, los de carácter moral. Lou decidió ir más lejos, trazando su propio punto de partida. Así, pasados unos años, cuando conoció a Freud, comprendió inmediatamente, que sus métodos eran eficaces y que quizás la Psicología contribuyera más y mejor al hallazgo de las necesarias respuestas, ayudando a despejar el camino por el que ya transitaba, inquieta, atenta y lúcida. 

Lou avanzó un paso gigante, cuando aplicando los métodos de Freud a sus anteriores principios, concluyó que “lo divino” residía en el ser humano y su vía de acceso, en la mente o psique, en la que se instalaría a lo largo de un complejo proceso, a través del cual, podríamos decir, que sólo se es, cuando se es consciente de ser

Surge así en su planteamiento, el recurso al Mito de Narciso, incapaz de reconocerse en su propia imagen, cuando la ve reflejada en el agua. Tal reconocimiento, constituirá, pues, el descubrimiento del Sujeto, a partir del cual, se desencadenan nuevas búsquedas, mediante las cuales, empleando ahora un concepto socrático, el Sujeto buscaría incansable, aquello de lo que carece y que debería completarlo. Decía Sócrates que el ser humano no buscaría la belleza, o el amor –conceptos mucho más amplios de lo que aparentemente representan–, si previamente los reconociera como propios.

En consecuencia, para Salomé, el arte, la filosofía y la religión son vías que hay que recorrer, asumir y expandir de nuevo hacia fuera, creando la verdadera relación entre el yo endógeno y el exógeno, es decir entre el ser interior y el ser cultural e histórico, algo que la Filosofía separaba, obviando que en la mente, la razón contiene las pasiones y el deseo que la proyectan fuera de sí misma.

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Todo lo dicho, y muchísimo más, sin la menor duda, Lou Salomé lo compartió con sus célebres amigos, unas veces recibiendo, y otras aportando, pero el hecho objetivo, es que debía provocar una intensa atracción en aquellos hombres, algunos de los cuales, los que más se aproximaron a ella, quedaron prendados, desde todos los puntos de vista que podemos considerar; belleza, actitud, inteligencia, carácter, inquietudes, etc.; además, todos, o casi todos se enamoraban –desde su primer mentor, Henrik Gillot, también maestro de los hijos del Zar, que le enseñaba Teología y Literatura francesa y alemana. y que inmediatamente le propuso divorciarse para casarse con ella–. Lou lo rechazó, como se vería obligada a hacer en otras ocasiones, ante los sucesivos requerimientos, porque ella nunca condujo sus pasos hacia aquel objetivo. Se diría que ni siquiera confiaba en la institución del matrimonio. De hecho, se casó una vez, y, lo cierto, es que mantuvo el compromiso durante el resto de la vida, con aquel que fue su único esposo, Karl Friedrich Andreas, del que conservó, además, el nombre por el que la conocemos. Cierto que se dijo que él la había amenazado con suicidarse si no era aceptado. Se dijo. Y se dijo también que mantuvieron una relación absolutamente casta. Todo esto se dijo.

Sea como fuere, y como hemos dicho, algunos de los más trascendentales pensadores de su tiempo, formaron parte de su vida, de un modo u otro, pero sin duda, ella no sólo aprendió cuanto ellos podían enseñarle, sino que, al parecer, pudo complementarlos en algunos aspectos. Es bien sabido que fue rápidamente aceptada en el círculo psicoanalista y que dedicó unos veinte años al ejercicio de esta terapia.

Era de una modestia y una discreción poco comunes –escribiría Sigmund Freud–. Nunca hablaba de sus propias producciones poéticas y literarias. Era evidente que sabía dónde es preciso buscar los reales valores de la vida. Quien se le acercaba recibía la más intensa impresión de la autenticidad y la armonía de su ser.



Lou, a los 50 años – Freud, 55. Fotografiados entre los participantes en el III Congreso Internacional de Psicoanálisis, en 1911

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PAUL RÉE

Paul Ludwig Karl Heinrich Rée: Bartelshagen, Pomerania 21.11.1849 - Celerina, Suiza, 28.10.1901, Filósofo y Médico.

Fue el segundo hijo de un propietario de tierras, de origen judío originario de Hamburgo. A pesar de haber sufrido problemas de salud durante toda su infancia, obtuvo el llamado Abitur –o graduación–, en 1868 en el Liceo Joachim Faller de Berlín.

Ya a partir de entonces, su interés se centró en el estudio de la Filosofía Moral, si bien, su padre le forzó a estudiar Derecho en la Universidad de Leipzig.

En 1870 fue movilizado –Guerra Franco-Prusiana– y destinado justo a la línea de fuego, resultó herido en Saint–Privat, ya el 18 de agosto, cuando hacía poco más de un mes que había empezado la guerra, razón por la cual pudo reincorporarse a sus estudios de Derecho, durante cierto tiempo, antes de decidirse definitivamente por la Filosofía.

En la primavera de 1873, cuando visitaba al profesor de Filosofía Heinrich Romundt en Bâle –Bassel, o Basilea–, conoció al joven profesor de Filología Clásica, Friedrich Nietzsche -compañero de estudios y amigo de Romundt desde su encuentro en la Universidad de Leipzig-, que en aquel momento estaba desarrollando su primera Consideración Inactual, contra David Strauss, y en el que inmediatamente apreció la sutileza de su intelecto y la predilección por el pensamiento moral.
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Heinrich Romundt, 1845-1919

Romundt formaba parte del pequeño grupo de amigos de Nietzsche, antiguos estudiantes de Filología y Filosofía en Leipzig, que reunía a un grupo de admiradores de la filosofía de Schopenhauer y de la música de Wagner. En Bâle, vivía en el mismo edifico que Nietzsche y Overbeck -conocido como la «Caverna Baumann», por el nombre de su propietario–. 

En abril 1875, al no obtener una cátedra en la Universidad, volvió a Alemania, donde se desempeñó como profesor de Liceo –enseñando Griego y Alemán-, y siguió publicando ensayos filosóficos sobre Kant y sobre Religión. Poco antes de abandonar Bâle, -según dice una carta de Nietzsche (31.10.1875) a Erwin Rohde-: causó una “gran inquietud” a sus amigos, Nietzsche y Overbeck, al anunciarles que pensaba convertirse al Catolicismo, algo que, finalmente, no ocurrió.

Franz and Ida Overbeck

Franz Overbeck. San Petersburgo, 1837–Basilea, 1905 Historiador de la Iglesia Cristiana y Profesor de Teología Protestante. Fue gran amigo y corresponsal de Nietzsche, así como del también Historiador, Jacob Burckhardt.

Carl Jacob Christoph Burckhardt, Swiss historian, portrait made circa 1840

Carl Jacob Christoph Burckhardt fue un gran historiador del Arte y de la Cultura, nacido en Basilea el 25 de mayo de 1818, donde falleció el 8 de agosto de 1897.

En 1838 hizo un primer viaje a Italia y publicó los primeros artículos importantes, como sus Observaciones acerca de las catedrales suizas. Hasta 1839 estudió Teología Protestante, y a partir de entonces asistió a la Universidad en Berlín, donde permaneció hasta 1843.

Fue profesor de Historia en la Universidad de Basilea en diversos períodos y en el Instituto Politécnico Federal de Zúrich, hasta 1858. La Universidad de Basilea era muy pequeña –sólo 27 alumnos-, y Burckhardt tenía tres, uno de ellos fue Nietzsche.

Elaboró una teorización historiográfica a la que llamó Kulturgeschichte, es decir, algo que hoy suena muy natural, pero no así en su época: Historia de la Cultura, para cuyo desarrollo aplicó métodos novedosos muy personales.

Su trascendental obra, Die Cultur der Renaissance in Italien -La cultura del Renacimiento en Italia- de 1860, se convirtió en un valioso modelo para el tratamiento de la Historia de la Cultura, debido a los diversos puntos de vista que el autor tuvo presentes en su elaboración, partiendo de la base de que no empleaba documentación original, sino que sobre la ya publicada, intercalaba novedosamente, los aspectos culturales –artísticos, o literarios-, de los períodos que tratara.

Su Época de Constantino el Grande, de 1853, comprende desde Diocleciano hasta la muerte de Constantino I, pero Burckhardt, en lugar de centrarse sólo en los aspectos histórico-políticos, se sirvió del arte y la literatura, y creó una nueva vía por la cual transitaron después muchos investigadores. 

Hasta que se conoció su obra, la Historia era una sucesión lineal de hechos, esencialmente, de carácter militar y político, pero es evidente hoy, que la verdadera Historia no es sólo eso, de mismo modo que entonces parecía imprescindible mostrar los aspectos más críticos de otros autores, algo que Burckhardt, jamás hizo. Es evidente que el Arte y la Literatura, como testigos contemporáneos, tal vez contribuyen más y mejor a crear un verdadero ambiente histórico en el lector, que la sucesión de eventos habitual en los trabajos de carácter más clásico.

Su última obra, Historia de la cultura griega, publicada póstumamente, entre 1898 y 1902, recibió el rechazo de los especialistas, porque Burckhardt no lo era. Sin embargo, la respuesta de los lectores fue amplia y favorable, siendo después, no sólo aprobada, sino también adoptada por aquellos especialistas.

Burckhardt fue, por otra parte, una mentalidad libre y discordante. Cuando le ofrecieron, nada menos que la cátedra de Ranke, la rechazó para no verse obligado a someterse a una línea de pensamiento concreta y patrocinada, y poder seguir sus personales métodos, lo cual no fue muy bien comprendido entre los historiadores.

En sus Reflexiones sobre la Historia Universal, evidenció la interdependencia entre Estado, Religión y Cultura; tres fundamentos determinantes en la marcha de los tiempos, que, además, son los que proporcionan una mejor perspectiva de los hechos estrictamente históricos.

Tras la recuperación intelectual de Friedrich Nietzsche, realizada a partir de los años 60 del siglo XX, se revalorizó el trabajo de Burckhardt en la cultura alemana del siglo XIX, evidenciada en la valiosa correspondencia entre ambos grandes creadores, desde 1874 hasta el momento del desastre mental acaecido a Nietzsche en 1889.

En la actualidad, el profesor británico Peter Burke se ha situado claramente en la brillante estela de Burckhardt, proclamando la vigencia de su modo de abordar la historia.
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En cuanto a Rée, desarrolló con respecto a su amigo Nietzsche una profunda admiración, e incluso en un primer momento, creyó sentir hacia él una especie de “amor no correspondido”.

Durante varios años, esta amistad marcó fuertemente la vida y la obra intelectual de los dos filósofos, tal como se puede apreciar en su correspondencia, pues sus cartas expresan continuamente la contrariedad de no poder reunirse. Así, el 21 de febrero de 1876, Rée escribía a Nietzsche:

«Echo de menos su presencia, y a decir verdad, debería reprocharle el haber destruido mi soledad. Aunque desde hace mucho tiempo tuve que habituarme a encerrarlo todo en mi interior, la soledad me parece mucho más solitaria, ahora que veo la posibilidad de hablar de todo y de hablarlo con usted.”

Del mismo modo, escribe Nietzsche, en junio de 1877: “Varias veces al día desearía tenerle cerca, porque estoy completamente solo, y de toda compañía, la suya es para mí una de las preferidas y de las más deseables”; y continúa el 19 de noviembre de 1877: “Debo decirle que nunca jamás en mi vida, había encontrado tanto encanto en la amistad, como lo he encontrado gracias a usted a lo largo de este año, sin hablar de todo lo que me ha enseñado. Siempre que habla de sus investigaciones, ante la idea de volverle a ver, se me hace la boca agua; estamos hechos para entendernos bien, y creo que siempre nos encontramos a medio camino, como buenos vecinos a los que siempre se les ocurre en el mismo momento la idea de visitar el uno al otro, y se encuentran en el límite de sus respectivos territorios.”
Rée y Nietzsche

De acuerdo con las cartas intercambiadas, la publicación de las Observaciones Psicológicas, en 1875, le deparó a Rée la aprobación definitiva de Nietzsche, y proporcionó a ambos, la posibilidad de reconocer definitivamente, la trascendencia de su amistad.

En octubre de 1876, tras asistir al primer Festival de Bayreuth, pasaron una temporada juntos en Bex, antes de emprender viaje a Sorrento, donde pasaron el invierno, en compañía de Malwida von Meysenbug y de Albert Brenner, un joven alumno de Nietzsche que padecía una afección pulmonar. Malwida se conmovió ante la solicitud que Rée no dejó de testimoniarle durante su estancia, y concibió hacia él “la más profunda simpatía”.

Había sido Malwida, la que, viendo que el estado de salud de Nietzsche decaía peligrosamente, tuvo la idea de aquella estancia en Italia, con la esperanza de que el clima mediterráneo tuviera un efecto benéfico sobre su joven amigo. Al efecto, consiguió Nietzsche un permiso de un año. El 26 de septiembre, anunciaba a Malwida: “¿Sabe que el doctor Rée desea acompañarme, convencido de que usted no tendrá inconveniente? Me complace mucho su espíritu extremadamente lúcido, así como su alma, llena de delicadeza y verdaderamente amistosa”.

Malwida von Meysenbug (1816-1903) (Picture alliance / dpa / Bifab)

Conocida como autora de las Memorias de una Idealista, fue amiga de numerosas personalidades de su tiempo, entre las cuales se encuentran, Richard Wagner, a quien conoció en 1855 en Londres); Jules Michelet (1859); Friedrich Nietzsche (Bayreuth, en 1872) o Romain Rolland (Versailles, 1889).

Aquellos meses, tan ricos en conversaciones y lecturas, como en paseos y excursiones a través de grandiosos paisajes, se revelaron particularmente fructíferos en el aspecto intelectual, ya que Rée empezó allí su ensayo sobre El Origen de los Sentimientos Morales, y Nietzsche escribió muchos de los aforismos de Humano, demasiado Humano, en los cuales, sus antiguos amigos –los fieles de Schopenhauer–, denunciaron la influencia, –para ellos, nefasta–, de Paul Rée, según carta de Rohde a Nietzsche, del 16 de junio de 1878, a la que Nietzsche contestó: 

“Dicho sea de paso: búsqueme a mí en mi libro, y no a mi amigo Rée. Estoy orgulloso de haber descubierto sus maravillosas cualidades y sus objetivos, pero en la concepción de mi “philosophia in nuce”, no ha tenido la menor influencia, porque ya estaba terminada y confiada en buena parte al papel, cuando tuve un conocimiento más amplio de él, en el otoño de 1876. Nos encontramos, el uno y el otro, en el mismo nivel y disfrutamos infinitamente discutiendo, lo que fue sin duda de gran provecho por las dos partes (tanto, que en su libro –Origen de los sentimientos Morales–, me escribió con una afectuosa exageración: “al padre de este escrito, su madre, reconocida”.

En una carta citada por Curt Paul Ganz (Nietzsche, tomo II, Gallimard, 1984, p. 254) Cósima Wagner resume su opinión y la del compositor sobre el mismo asunto: “!Demasiadas cosas han influido en este triste libro! Y al final, para decirlo todo, está Israel, bajo la imagen de Dr. Rée, muy frío, muy educado, como poseído, subyugado por Nietzsche, pero en realidad jugando con él, como un reflejo de la relación entre Judea y Germania a escala reducida […].

La publicación de las dos obras, en 1877, fue ocasión de nuevos intercambios intelectuales entre los dos amigos, a los que la enfermedad mantuvo separados durante varios años, exceptuando breves encuentros en Leipzig, en abril de 1878, y una estancia de Rée en Naumburg, en casa de la madre de Nietzsche, en enero de 1880, cuando una fuerte crisis en la enfermedad de Nietzsche, hizo pensar en la proximidad de su fallecimiento.

Gracias al Origen de los Sentimientos Morales, Rée recibió el título de Doctor en Filosofía por la Universidad de Halle, pero dado el rechazo de aquella titularidad, por parte de los profesores de Filosofía Hegelianos de la Universidad de Jena, asustados y escandalizados por sus libros, Paul Rée fue abandonando gradualmente la esperanza de hacer una carrera universitaria y se retiró durante varios años a la propiedad familiar de Stibbe bei Tütz, en Prusia Occidental, consagrándose plenamente a la redacción de La Génesis de la Consciencia Moral.

En febrero de 1882 recuperó la salud y visitó a Nietzsche en Génova, donde ambos tuvieron la oportunidad de oír cantar a Sara Bernhardt en La Dama de las Camelias, de Dumas y, más tarde, respondiendo a la invitación de Malwida von Meysenbug, prosiguió, el 14 de marzo, su camino hacia Roma –aunque perdió todo el dinero que llevaba encima, en el Casino de Monte–Carlo.

Y fue entonces, la misma noche de su llegada a casa de Malwida, cuando conoció a una “joven rusa” que atrajo inmediatamente su atención: Louise von Salomé, quien animada por un tenaz espíritu de independencia, había ido a Roma para vivir cerca de la autora de las Memorias de una idealista –Malwida–, y, en lo posible, tratar de hacer efectivas sus enseñanzas.

Cayendo inmediatamente bajo el encanto de la joven, Paul Rée, tardó sólo unos días en pedirle matrimonio. Lou aprovechó la oportunidad para afirmar su “necesidad completamente irrefrenable de libertad”, como escribió en Ma Vie, y su firme voluntad de no internarse en la vía del matrimonio. De hecho, su boda en 1887, con el orientalista Friedrich Carl Andreas, fue una pura convención, ya que parece que nunca se consumó.

Por su parte, Lou le presentó a Rée un proyecto de vida común, entregada totalmente a los trabajos intelectuales, que tal vez a él le recordara su antigua idea del “claustro para espíritus libres” de su –Filosofía de la Ligereza-, que Nietzsche y Malwida habían evocado antaño en Sorrento.

Un mes después, Nietzsche, cuya curiosidad por aquel “ser extraordinario” exacerbada por Paul Rée y Malwida, llegó de improviso, a la vuelta de una estancia en Mesina, de donde tuvo que salir a causa del sirocco.

Carta de Malwida a Nietzsche, del 27 de marzo de 1882: «Una muchacha muy notable (supongo que Rée ya le ha habado de ella), cuyo conocimiento debo, entre otras cosas, a mi libro, me parece que ha alcanzado en el pensamiento filosófico, poco más o menos, los mismos resultados que usted hasta el momento, es decir, el idealismo práctico, abandonando toda suposición metafísica y el cuidado de explicar los problemas metafísicos. Rée y yo estamos de acuerdo en desear verle un día encontrarse con este ser extraordinario.”

Nietzsche aceptó fácilmente el proyecto de Lou von Salomé, confiando en poder salir de la soledad cada vez más profunda en la cual se encontraba: “La esperanza que había perdido, la de encontrar un amigo para mis últimas alegrías y mis últimas penas, ya no me parece imposible –posibilidad de oro en el horizonte de mi vida aún por venir”. (Carta de Nietzsche a Lou von Salomé, del 7 de junio de 1882).

Unos días después, los tres emprendieron el camino de vuelta, que organizaron en etapas; por la orilla del lago de Orta primero, en el Norte de Italia; luego, Lucerna, y después se separaron provisionalmente, con el proyecto de pasar e invierno juntos en Viena o París.

Pero la imposibilidad para Nietzsche, de aceptar totalmente que su relación con Lou quedara simplemente en amistosa e intelectual, convirtió en ilusoria cualquier idea de vida en común. Por otra parte, pudo constatar, cuando entre octubre y noviembre tuvo ocasión de ver a Lou y Rée en Leipzig, que los lazos entre ellos, se habían estrechado considerablemente, acrecentando cada vez más, la distancia entre ellos dos y él mismo.

El 15 de noviembre, abandonó Leipzig para volver a su soledad de ermitaño, hundido en un sentimiento de desesperación, del cual sólo empezó a liberarse unos meses después, al escribir la primera parte de Zaratustra.

Paul Rée y Lou se instalaron entonces juntos en Berlín y realizaron con éxito el sueño de comunidad intelectual tan querido a Lou. Muy pronto se rodearon de un grupo de universitarios, entre los cuales estaban, el historiador de la Literatura, Georg Brandes, danés; el historiador alemán Hans Delbrück; el indólogo renano Paul Deussen; e psicólogo alemán Herman Ebbinghaus; el pedagogo Rudolf Lehmann; el geólogo y explorador alemán Paul Güssfeldt y el sinólogo Willhelm Grube, que poco a poco se adhirieron al pequeño círculo filosófico que Lou y Rée formaron desde 1882, junto con los amigos de Rée, Heinrich Romundt, Ferdinand Tönnies y Heinrich von Stein.



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Georg Morris Cohen Brandes

Filósofo, crítico literario, ensayista y periodista, muy influyente en la literatura escandinava entre el último cuarto de siglo XIX y el primero de XX. 

Georges Brandes, Peder Severin Krøyer. 1900

Nacido en Copenhague, 4.2.1842, fue el hijo mayor de una familia de origen sefardí y religión judía, aunque no practicantes. A pesar de que estudió Derecho en la Universidad de Copenhague, se especializó en Filosofía y Estética, conservado de su época universitaria, notable influencias del poeta Johan Ludwig Heiberg y de filósofo Søren Kierkegaard.

Viajó por Europa -Francia, Italia, Suiza, Alemania, Inglaterra y Suecia-, hasta 1871. En Francia trató con Taine y Renan entre otros, y en Gran Bretaña fue contertulio de John Stuart Mill, Thomas Henry Huxley y con algunos de los discípulos de Charles Darwin, declarándose partidario del Evolucionismo

Desde que en 1868 publicó Æstetiske Studier, se convirtió gradualmente en el crítico más reconocido de Escandinavia. En 1871 se convirtió en Decano en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Copenhague, en la que dio una conferencia magistral que se convirtió en una imprescindible vía de acceso a la literatura danesa moderna, sin embargo, cuando en 1872 quedó vacante la plaza de profesor de Estética en la Universidad, su candidatura fue rechazada, por considerar sus ideas demasiado avanzadas, aunque parece que influyó mucho su origen sefardí, a pesar de que era tenido por ateo. En todo caso, prefirieron que a plaza quedara sin ocupar.

En 1877 se fue a vivir a Berlín donde alcanzó enorme influencia hasta 1883, momento en que volvió a Copenhague, dispuesto a enfrentarse a la discriminación ejercida contra él. Fue muy bien acogido entre escritores y pensadores.

En 1893 publicó en el periódico cultural danés Politiken, una crítica de la novela La saga de Gosta Berling, de la novel escritora sueca Selma Lagerlöf, lo que significó para ella el punto de partida de una brillante carrera literaria que culminaría con la recepción de Premio Nobel de Literatura en 1909, siendo asimismo, la primera mujer que lo recibió.

Entre 1897 y 1898 escribió también un célebre estudio sobre la obra de Shakespeare, muy bien recibido en el Reino Unido. Sólo entonces empezó a dedicar su atención a la historia de la literatura escandinava.

A principio de siglo XX, su influencia decayó, aunque no su prestigio. En 1902 fue nombrado al fin Profesor de Estética en la Universidad de Copenhague, puesto que ocuparía hasta su fallecimiento, siendo siempre considerado como una autoridad moral.

Condenó en su obra la persecución de las minorías, así como el sonado Caso Dreyfus y durante la Primera Guerra Mundial condenó asimismo los excesos de ambos contendientes, afrontando al final de su vida la polémica antirreligiosa, que le llevó a enfrentarse a diversos personajes, si bien sus planteamientos literarios fueron bien recibidos y compartidos por personajes de la talla del dramaturgo noruego Henrik Ibsen.

Trascendió fundamentalmente, su trabajo sobre las Principales corrientes en la literatura del siglo XVIII.

Murió el 19 de febrero de 1927 en su ciudad natal.

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El experimento de vida en comunidad de Paul Rée llegó a su fin, sin embargo, cuando, a causa del fracaso de su última tentativa para obtener un puesto en la Universidad y tras la publicación de su Génesis de la Consciencia Moral, decidió, en el otoño de 1885, empezar a estudiar Medicina, momento a partir del cual, “se fue a vivir solo, porque tenía que trabajar su Anatomía desde muy temprano por la mañana”, como recordaría Lou en Ma Vie.

Cuando Nietzsche leyó la Génesis de la Consciencia Moral, escribió el 15 de octubre a Heinrich von Stein

Olvidaba decirte cuánto aprecio la forma sobria, clara y casi antigua del libro de Rée. He ahí el “habitus philosophique” –lástima que no haya más contenido en tal “habit”-. Pero entre alemanes, no es suficiente con abjurar del diablo propiamente alemán, el genio o el demon de la oscuridad -como Rée ha hecho siempre-, para merecer elogios.”

Unos meses después del compromiso de Lou con el orientalista, Friedrich Carl Andreas, en noviembre de 1886, Rée interrumpió finalmente toda relación con ella y se fue a Múnich a terminar sus estudios de Medicina, recibiendo el título en 1890.

Durante los diez años siguientes Rée atendió desinteresadamente a los campesinos que vivían en los dominios que su hermano poseía en Stibbe. Después viajó a Engadine y se instaló en Celerina, aportando infatigablemente, en el curso de largas y a veces, peligrosas marchas, asistencia médica a las poblaciones de montaña, entre las cuales, pronto empezaron a considerarlo como una especie de santo.

El 28 de octubre de 1901, recorriendo una pared rocosa que caía verticalmente sobre el Inn, resbaló y cayó, muriendo ahogado en el río. Un hombre que lo vio caer desde la orilla opuesta, sacó su cuerpo del agua y allí mismo, en Celerina, fue enterrado Paul Rée.

Celerina, Suiza

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Carl Friedrich Andreas

Lou Salomé y Carl Friedrich Andreas

Friedrich Carl Andreas. Nacido en Batavia el 14.4.1846 y fallecido en Göttingen, el 3.10.1930. Tenía raíces alemanas, malayas y armenias.

Se especializó en estudios iraníes, orientales y otros, en distintas universidades alemanas, y se doctoró en Erlangen, en 1868 con una tesis sobre el lenguaje Pahlavi, acerca del cual, completó estudios en Copenhague. Desde 1875 pasó varios años realizando estudios sobre el terreno, en Persia y la India, estudios que compatibilizó con su trabajo como Jefe de Correos. 

Desde 1883 hasta 1903 dio clases particulares en turco e iraní en Berlín, pasando posteriormente, a impartir filología iraní en la Universidad de Göttingen.

No escribió mucho, porque, al parecer, prefería conversar con estudiantes y colegas, pero se sabe que investigó sobre el desarrollo de los idiomas iraníes desde la antigüedad, incluidas las lenguas kurdas, aunque también se familiarizó con el sánscrito, indostánico, árabe, arameo, hebreo, armenio y turco, y es valorado asimismo por su gran capacidad para descifrar manuscritos o inscripciones.

En 1887 se casó con Lou Andreas-Salomé. Tras llevar a cabo su trabajo de campo en la India con los parsis y en el sur de Irán. su investigación se centra en Europa sobre las lenguas y la música de Osetia y de la frontera indo-afgana. Desde 1903 hasta su muerte fue profesor de filología asiática en Göttingen.

Su  interés se extendió a la filosofía y la historia natural, aunque destacó en la lectura e interpretación de escrituras orientales complejas, antiguos o modernas, y en la percepción de los matices más estrictos de las lenguas habladas, especialmente en lo relativo a los acentos.

A pesar de que no acostumbraba a publicar los resultados de sus investigaciones, fue absolutamente generoso en ponerlos a disposición de estudiantes y amigos, de forma que, muchos de sus hallazgos se encuentran dispersos en las publicaciones de otros investigadores, que siempre le deberán una influencia decisiva en sus trabajos. 

Cuando Andreas murió, en 1930, sus trabajos académicos se reunieron por primera vez en la Biblioteca de la Universidad de Göttingen. Aunque era muy poco el material disponible para su publicación, dos alumnos suyos, utilizando en parte, sus propias notas de clase, consiguieron editar importantes textos iraníes.
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Continuará…

Lou Andreas Salomé • Compañera de viaje de:


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miércoles, 17 de mayo de 2017

Yannis Ritsos - Γιάννης Ρίτσος Romiosyni – Ρωμιοσύνη *Se estrechan la mano y el sol se hace más verdad*




I
Estos árboles no se conforman con menos cielo,
estas piedras no se conforman bajo pasos de extranjeros
estos rostros no se conforman con menos que el sol,
estos corazones no se conforman con menos que la justicia.

El paisaje es duro como el silencio,
estrecha en su seno piedras incandescentes,
ciñe contra la luz sus olivos huérfanos y sus vides,
aprieta los dientes. No hay agua. Sólo luz.
El camino se pierde en la luz y la sombra del cercado es como hierro.
Se volvieron de mármol los árboles, el río y las voces, con la cal del sol.
Las raíces tropiezan con el mármol. Arbustos polvorientos.
La mula y la roca. Jadean. No hay agua.
Todos tienen sed. Hace años. Mastican un bocado de cielo sobre su amargura.

Sus ojos están rojos de tantas vigilias,
y hay un surco profundo marcado entre sus cejas, 
como un ciprés entre dos montañas al atardecer.

Sus manos están pegadas al fusil,
el fusil es la prolongación de las manos
las manos son la prolongación de sus almas
mantienen el furor contenido entre los labios 
y un dolor profundo, profundo, en los ojos
como una estrella en un charco de sal.



Cuando se estrechan la mano, el sol se vuelve más verdadero para el mundo,
cuando sonríen, una golondrina pequeña sale de entre su barba salvaje,
cuando duermen, doce estrellas caen de sus bolsillos vacíos
cuando mueren, la vida sigue adelante con banderas y tambores

Hace ya tantos años que tienen hambre, que tienen sed, que mueren
sitiados por tierra y por mar.
Devoró el calor sus campos,  el salitre inundó las casas
y el viento derribó las puertas y las pocas lilas de las plazas.

Por los agujeros de sus capotes entra y sale la muerte.
Sus lenguas están ásperas como baya de ciprés.
Los perros murieron envueltos en sus sombras
y la lluvia chapotea en sus huesos.

En la garita petrificada fuman estiércol, y por la noche
vigilan el mar embravecido donde se hundió
el mástil quebrado de la luna.


El pan se terminó, se terminaron las balas,
ahora cargan los cañones sólo con  el corazón.

Tantos años sitiados por tierra y por mar
todos tienen hambre, a muchos los matan pero ninguno muere–
en las garitas centellean sus ojos, 
frente una gran bandera, un gran fuego rojizo,
y cada mañana miles de palomas surgen de sus manos
hacia las cuatro puertas del horizonte.

II
Cada anochecer, con el tomillo chamuscado en el seno de la piedra
hay una gota de agua que horada desde siempre el silencio hasta la médula
y una campana colgada del viejo plátano parece pregonar los años



Las chispas dormitan en las brasas del desierto
y los tejados recuerdan el bigote plateado sobre el labio del verano
o el bigote amarillo como las barbas del maíz que la tristeza del ocaso convierte en ceniza.

La virgen duerme entre los mirtos con manchas de uva en la falda.
Por el camino llora un niño  y desde el campo le contesta una oveja que ha perdido a sus crías.

Sombra en la fuente. Helado el barril.
La hija del herrero con los pies mojados.
En la mesa, el pan y la aceituna,
entre las vides el candil de un lucero
y allá en lo alto, girando en su parrilla, la Galaxia
parece oler a grasa, ajo y pimienta.

¡Ah! Qué hilo de estrellas necesitaremos todavía 
para bordar con las agujas de los pinos en el límite chamuscado del verano:
 –esto también pasará–
cuánto exprimirá todavía la madre el corazón sobre sus siete hijos sacrificados
hasta que encuentre la luz el camino en el ascenso de su alma.

Ese hueso que sobresale del suelo
mide palmo a palmo la tierra y las cuerdas del laúd,
y el laúd al anochecer, con el violín, hasta la mañana,
repiten su pena entre la menta y los pinos,
resuenan en los barcos las tensas cuerdas
y el marinero bebe el mar amargo en la copa de Ulises.

¡Ay! ¿Quién impedirá entonces el paso, qué espada cortará el valor
y qué llave le cerrará el corazón, que con sus puertas abiertas de par en par
mira a Dios en jardines sembrados de estrellas?

Gran momento como noche de sábado en mayo en la taberna marinera,
noche grande como una bandeja de cobre en la pared del viejo estañador,
grande la canción como el pan del pescador de esponjas en su cena.
Y he aquí que se desliza por las rocas la luna cretense,
¡gap! ¡gap! con los veinte clavos de sus botas,
y he aquí los que suben y bajan la escalera de Nauplio (1)
llenando sus pipas con hojas picadas cogidas en la oscuridad,
con sus bigotes como tomillo [heleno] de Rumeli, con sabor a estrella 
y en los dientes, raíz de pino, rocas y sal del Egeo.


Atraviesan el hierro y el fuego, charlan con cantos rodados,
brindan con raki a la muerte en la calavera de sus abuelos,
se encuentran con Digenis (2) en la era y preparan su cena
cortando su pena en dos como cortan  sobre las rodillas el pan de cebada.

Vamos, Señora de las pestañas saladas, de las manos ahumadas
por el pesar del pobre y por los muchos años
el amor te espera entre los arbustos,
en su cueva la gaviota te ha colgado su negro icono
y el amargo erizo te besa la uña del pie.
Entre el negro grano de uva hierve el mosto rojizo,
hierve la flor en el fuego de rododendro,
bajo la tierra la raíz del muerto busca agua para que beba el abeto
y la madre con sus arrugas empuña con fuerza su cuchillo.

Vamos, señora, tú que incubas los dorados huevos del relámpago,
¿Cuándo un día azul te quitarás el pañuelo de la cabeza y empuñarás de nuevo las armas?
Para que el granizo de mayo sacuda tu frente 
se rompe la granada del sol sobre tu delantal azul
para que lo repartas grano a grano entre tus doce huérfanos,
para que brille el mar alrededor como brilla el filo de la espada y la nieve de abril
y que salga el cangrejo a la piedra a tomar el sol con sus pinzas cruzadas.


III
Aquí el cielo no agota el aceite en la lámpara de nuestros ojos,
aquí el sol toma sobre sí la mitad del peso de las piedras que llevamos siempre a la espalda,
crujen las tejas sin lamentos bajo la rodilla del mediodía,
los hombres van delante de su sombra como los delfines ante de los veleros de Skiathos 
luego sus sombras se convierten en águila que tiñe sus alas en el ocaso
y después se posa en sus cabezas y piensa en las estrellas 
mientras ellos se tumban en el cobertizo con las uvas negras.

Aquí cada puerta tiene esculpido un nombre desde hace más de tres mil años,
cada canto rodado tiene pintado un santo con los ojos feroces 
y una larga cabellera como esparto,
cada hombre lleva sobre su mano izquierda tatuada punto a punto, una sirena roja
cada muchacha tiene un haz de luz salada bajo la falda
y los niños llevan cinco o seis crucecitas de pena sobre sus corazones
como las huellas de las gaviotas en la arena de las playas por la tarde.

No hace falta que  lo recuerdes. Lo sabemos.
Todas los caminos van a Psilalonia. El viento es seco allá arriba.

Cuando allí lejos se desconcha el fresco minoico del atardecer
y se extingue el fuego en el pajar de la costa,
suben hasta aquí las ancianas por los escalones tallados en la roca
se sientan en la Gran Piedra hilando, con los ojos puestos en el mar,
se sientan y cuentan las estrellas como si contaran los cubiertos de plata de sus antepasados
y después bajan despacio para dar de comer a sus nietos la pólvora de Messolonghi.

Sí, es verdad, el Helkómeno (3) tiene las manos muy tristes atadas ,
pero sus cejas tiemblan como la roca que está a punto de desprenderse sobre sus ojos amargos.



Del abismo asciende la ola que no sabe suplicar,
de la altura sopla un viento con venas de resina y pulmones de salvia.

¡Ah! Que sople una vez y que arrastre los recuerdos del naranjo,
ah, que sople dos veces y que arranque chispas de las piedras como el gatillo al fusil,
ah, que sople tres veces y enloquecerá el bosque de pinos de Liákura, [Parnaso]
que dé un puñetazo y haga saltar por los aires la tiranía
y rompa la argolla de la osa nocturna para que nos baile un tsámiko junto a la cerca
la luna agitará la pandereta para que los balcones de las islas se llenen de niños adormecidos y madres de Souli.

Un mensajero llega desde el Gran Valle  cada mañana
en su rostro brilla el sudoroso sol
bajo el brazo aprieta fuertemente la helenidad entera
como el trabajador lleva su gorra dentro de la iglesia.
Llegó la hora –dice–; Estemos preparados. 
Cada hora es nuestra hora.


IV
Marcharon derechos hacia el amanecer con la arrogancia del hombre que tiene hambre,
en sus inmóviles ojos se formó una estrella,
y en los hombros llevaban el verano herido.

Por aquí pasó el ejército con las banderas en la piel,
tercamente apretados los dientes como si mordieran fruta verde,
con arena de luna en las botas y polvo del carbón nocturno adherido a la nariz y a los oídos. 

De árbol en árbol, piedra a piedra, cruzan el mundo,
sobre almohadas de espinos atraviesan el sueño.
Llevan la vida como un río entre sus manos secas.

Con cada paso conquistan un palmo de cielo para regalarlo.
Parecen de piedra en sus garitas, como árboles quemados,
pero cuando bailan en la plaza, 
retumban los techos de las casas y tintinean los vasos en los anaqueles.

¡Ah! ¿Qué canción hizo temblar las cimas de los montes?
Sostienen el plato de la luna entre las rodillas, y comen,
silencian un “ay” en el corazón
como aplastarían un piojo entre las uñas.

¿Quién te llevará ahora por la noche, el pan caliente para que alimentes tu sueño?
¿Quién estará a la sombra del olivo junto la cigarra, para que no cese su canto, 
ahora que la cal del mediodía tiñe los confines del horizonte
apagando sus grandes nombres masculinos?

Qué bien olía esta tierra al amanecer
la tierra que era suya y nuestra  -su sangre ––¡cómo olía la tierra!–
y ahora, cómo cerraron sus puertas nuestros viñedos,
cómo menguó la luz en los tejados y en los árboles,
¿quién iba a decir que la mitad estaría bajo tierra y la otra mitad entre rejas?

Con todas sus hojas el sol te da los buenos días,
con todos sus estandartes ilumina el cielo,
y estos entre hierros y aquellos bajo tierra.

¡Calla! dondequiera que estén, sonarán las campanas.
Esta tierra les pertenece a ellos y a nosotros.
Bajo la tierra, con las manos cruzadas 
sostienen la cuerda de la campana –esperan la hora, no descansan, 
esperan el tañido de la resurrección. Esta tierra 
es suya y nuestra–  nadie nos la puede quitar.


V
Se sentaron bajo los olivos después del mediodía
cribando la luz con sus gruesos dedos
se quitaron las cartucheras y pensaron cuánto esfuerzo costó atravesar la noche,
cuánta amargura había en los nudos de la malva silvestre,
cuánto valor en los ojos del niño descalzo que llevaba la bandera.

Sólo quedó en el campo una última golondrina,
oscilaba en el aire como una cinta negra en la solapa del otoño, 
como si se hubiera olvidado del tiempo.
Nada más quedó. Sólo las casas quemadas que humeaban.
Los otros nos dejaron hace tiempo bajo las piedras 
con sus camisas desgarradas y su juramento escrito en la puerta derribada.

Nadie lloró. No teníamos tiempo. Pero el silencio creció mucho 
y la luz caía en orden sobre la costa como el ajuar de una muerta.

¿Qué va a ser de ellos ahora, cuando llegue la lluvia a la tierra con las hojas podridas de los plátanos?
¿Qué será de ellos cuando el sol se seque sobre esas sábanas de las nubes como una chinche aplastada en cama campesina, 
cuando se detenga en la chimenea del anochecer la cigüeña embalsamada de la nieve?
Echan sal las viejas en el fuego, ponen tierra en sus cabellos,
desarraigaron las vides de Monemvasiá (4)  para que la uva negra no endulzara la boca del enemigo,
pusieron en una bolsa los huesos de sus antepasados con los cubiertos 
y vagan fuera de las murallas de su patria buscando un lugar donde echar raíces en la noche.

Será difícil  ahora que nuestra lengua sea como el cerezo, menos dura, menos pétrea–
aquellas manos que quedaron en los campos o arriba en las montañas o debajo de los mares, no olvidan, 
será difícil que olvidemos sus manos,
será difícil que las manos encallecidas por las armas puedan hablar con una margarita,
dar gracias al libro que sostienen sobre sus rodillas o al pecho de la noche estrellada.
Pasará el tiempo. Y tendremos que hablar. Hasta que encuentren su pan y su justicia.

Dos remos clavados en la arena cuando amanece bajo la tormenta ¿Dónde estará la barca?
Un arado clavado en la tierra y el viento que sopla. Quemada la tierra.
¿Dónde está el labrador?
Ceniza el olivo, el viñedo y la casa.
La noche avara de sus estrellas entre pañuelos.
Hay orégano y laurel seco en el armario junto a la pared. No lo tocó el fuego.
Y un puchero ahumado en la chimenea – el agua hierve sola en la casa cerrada. No tuvieron tiempo de comer.

Bajo su puerta quemada las venas del bosque –corre sangre por esas venas.
Y suena un paso conocido. ¿Quién es?
Un paso conocido de clavos sonando en la cuesta.
Tiembla la raíz dentro de la piedra. Alguien viene.
La consigna, la contraseña. Hermano. Buenas noches.
Encontrará entonces la luz a sus árboles, encontrará el árbol su fruto.
La cantimplora del muerto todavía tiene agua y luz.
Buenas noches, hermano mío. Buenas noches.

En su cabaña de madera vende hilo y especias el viejo anochecer.
Nadie le compra nada. Subieron a los montes.
Es difícil que bajen ya.
Y difícil que hablen desde su altura.

Una noche, los muchachos cenaron en la era;
quedan los huesos de las aceituna y la sangre seca de la luna 
y el decapentasílabo de sus armas. 
A la mañana siguiente los gorriones se comen las migajas de su hogaza, 
los niños juegan con las cerillas con que encendieron sus cigarros y los espinos de los astros.

Y la piedra, donde se sentaron bajo los olivos al mediodía frente al mar,
mañana será cal en el horno,
pasado mañana encalaremos nuestras casas y el muro de San Salvador,
al día siguiente sembraremos las semillas allí donde durmieron,
y un capullo de granada estallará como la primera risa del niño en el regazo tibio del sol.

Y ya después nos sentaremos en la piedra para leer su corazón entero
como si leyéramos la historia del universo por primera vez.


VI
Así, con el sol frente al mar que blanquea el horizonte, pendiente de día
cuentan dos y tres veces el apremio y el tormento de la sed,
vuelven a contar desde el principio cómo fue la vieja herida,
y el corazón se dora al calor como las cebollas de Vátika delante de sus puertas.

Según pasa el tiempo más se parecen sus manos a la tierra
según pasa el tiempo, sus ojos se parecen más al cielo.

Se vació el vasija del aceite. Algunos posos en su fondo y el ratón muerto.
Se agotó el coraje de la madre junto a la tinaja de barro y la cisterna.
Se amargan con la pólvora las encías del desierto.

Dónde está ahora el aceite para el candil de Santa Bárbara,
dónde está ya la menta para incensar el icono dorado de la tarde, 
el trozo de pan para que la noche mendiga
toque la canción de las estrellas con su lira.

En el viejo castillo, allá en lo alto de la isla se alinean los asfódelos y las higueras.
La tierra ha sido removida por el cañón y las tumbas.
El cuartel derribado abre al cielo su boca. Ya no queda sitio 
para otros muertos. Ya no hay sitio donde la pena pueda peinar su cabellera.

Casas quemadas que buscan con ojos ciegos el mar de mármol 
y las balas clavadas en las paredes 
como puñales en las costillas del santo al que ataron a un ciprés.

Todo el día descansan los muertos boca arriba bajo el sol,
y sólo cuando anochece se arrastran los soldados sobre  el vientre 
entre las piedras chamuscadas,
buscan con las narices dilatadas un aire que no huela a muerte,
buscan los zapatos de la luna masticando pedazos de sus suelas,
golpean en las rocas con los puños por si cae una gota de agua 
pero el otro lado la pared está hueco y se vuelven a oír los golpes 
como bombas que caen dando vueltas en el mar
y oyen una vez más el llanto de los heridos junto a la puerta.
¿A dónde iras? Te grita tu hermano.

Se condensa la noche en torno a las sombras de los barcos extranjeros.
Los caminos están cerrados por barreras.
No queda más camino que el que va a las alturas.
Y ellos insultan a los barcos y se muerden para oír su dolor que todavía no se ha convertido en hueso.

Arriba en las almenas capitanes muertos de pie guardan el castillo:
bajo los uniforme se pudren sus carnes.
¡Eh, hermano! ¿No has perdido el aliento?
La bala ha florecido en tu corazón,
cinco jacintos han nacido  bajo el brazo de seco granito,
y mientras van respirando el perfume cuenta un cuento– ¿No te acuerdas?
Y bocado a bocado, la herida cuenta lo que es la vida,
la manzanilla florecida en la suciedad de la uña del dedo gordo de tu pie 
te explica la belleza del mundo.

Coges la mano. Es tuya. Está cubierta de sal.
Tuyo es el mar. Como si arrancases un pelo de la cabeza del silencio
 jugo amargo gotea de la higuera. Donde quiera que estés el cielo te mira.
El lucero enreda tu alma entre los dedos como un cigarrillo,
para que te lo fumes, cara al cielo,
mojando tu mano izquierda en un río de estrellas y el fusil pegado a tu derecha como una novia,
para que recuerdes que el cielo nunca te ha olvidado 
cuando saques de tu bolsillo la vieja carta y, con los dedos quemados por la luna, la desdobles y leas valentía y gloria.

Después subirás a la atalaya más alta de tu isla 
y, poniendo una estrella en el cargador de tu fusil, dispararás al aire 
por encima de mástiles y muros 
por encima de montes inclinados como guerreros heridos 
únicamente  para asustar a los espíritus y que se refugien bajo la manta de la sombra–
 volverás a disparar a las cimas del cielo para encontrar su cicatriz azul 
como si encontraras bajo su camisa el pecho de la mujer que mañana amamantará a tu hijo 
como si encontraras al cabo de los años el tirador de la puerta de la casa de tus padres.


VII
La  casa, el camino, la higuera, las pipas de girasol que picotean las gallinas en el portal.
Los conocemos, nos conocen. Aquí, entre la maleza, la culebra ha abandonado su camisa amarilla.
Aquí están la cabaña de la hormiga y el torreón de la avispa con sus muchas almenas, 
en el mismo olivo la muda de la cigarra del año pasado y la voz de la de este verano,
en los arbustos tu sombra que va detrás de ti como un perro silencioso y muy sufrido,
perro fiel –que se tumba al mediodía junto a tu siesta oliendo el laurel,
y por las noches se enrosca a tus pies mirando una estrella.

Hay silencio en las peras que se esponjan en los muslos del verano,
un sueño de agua que se embelesa en la raíz del algarrobo 
la primavera tiene siete huérfanos dormidos en su delantal,
un águila medio muerta en sus ojos 
y allá arriba, detrás del pinar, 
se seca la capilla de San Juan del Ayuno,
como el blanco excremento del gorrión sobre una ancha hoja del moral que secó el calor.

Ese pastor envuelto en su pelliza 
tiene en cada pelo de su cuerpo un río seco 
tiene un bosque de encinas en cada agujero de su flauta
y su bastón tiene los mismos nudos que el remo que golpeó por primera vez el mar azul del Helesponto.

No es necesario que te acuerdes. La vena del plátano tiene tu sangre, la misma que el asfódelo y la alcaparra de la isla.
El pozo silencioso alza desde su profundidad al mediodía 
una redonda voz de vidrio oscuro y blanco viento,
una voz redonda como la de un cántaro viejo– la misma voz antiquísima. 
Cada noche la luna vuelca en los campos los muertos,
palpa sus rostros con dedos crueles, helados, para reconocer a su hijo 
por el corte de su barbilla y por las cejas de piedra,
tantea sus bolsillos. Siempre encuentra algo. Algo encontramos.
Un talismán con la sagrada cruz. Una llave, una carta, un reloj parado a las siete. Damos cuerda al reloj de nuevo. Las horas avanzan.

Y cuando pasado mañana se hayan podrido sus ropas y queden desnudos entre sus botones militares 
como se quedan  los trozos  de cielo en las estrellas del verano,
tal vez entonces podamos encontrar su nombre y podremos gritar: “¡Amo!”

Entonces. Pero quizá estas cosas están a la vez muy cerca y muy lejos,
como cuando encuentras una mano en las tinieblas y das las buenas noches con la amarga cortesía del desterrado cuando regresa a la casa paterna 
y ya no le conocen ni siquiera lo suyos 
porque él conoció la muerte 
y conoció la vida que hay antes de la vida y sobre la muerte 
y las distingue. No se entristece. Mañana, dice.  Pero está seguro de que el camino más largo es el más próximo al corazón de Dios.

Pues esta es la hora en que la luna besa junto a la oreja con algo de tristeza,
las algas, la maceta, el escabel, la escalera de piedra, 
todos le dan las buenas noches 
y los montes y los mares y las ciudades y el cielo le dan las buenas noches 
y entonces tirando ya la ceniza del cigarrillo por entre los barrotes del balcón
podrá llorar por su seguridad,
podrá llorar por la seguridad de los árboles, de las estrellas y de sus hermanos.


Yannis Ritsos
Atenas, 1945-47

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NOTAS y Curiosidades

(1) Y he aquí los que suben y bajan la escalera de Nauplio 

Nauplio y Palamedes/Palamidis. Los venecianos construyeron la fortaleza de Palamidi, en Navplio, a principios del siglo XVIII y los otomanos continuaron la obra tras la conquista de la ciudad en 1715. Palamidis, es un personaje de la Guerra de Troya. Se accede a la fortaleza, por una gran escalera  que tiene entre 800 y 1000 escalones que conducen a la entrada occidental.. Este ascenso proporciona unas vistas fascinantes de Navplio y su entorno. 

PalamIdIs en el pasado


Las Escaleras de Palamidis

Palamidis, de Antonio Canova. Villa Carlotta in Tremezzo (Lago di Como).

Para no ir a la guerra de Troya, Ulises fingió haberse vuelto loco. Palamidis de Argos, fue encargado de comprobar si era cierto y descubrió el engaño de Ulises, quien, para vengarse, amontonó oro en la tienda de Palamidis y declaró que había sido sobornado por Príamo, el rey de Troya, enemigo de los griegos. Palamidis fue lapidado, pero Navplio vengó la injusticia diez años después, dando falsas señales de luz a la flota griega cuando volvía de Troya, y haciendo que perdiera el rumbo.

Se decía que Palamidis había inventado el ajedrez, los dados, y hasta una buena parte del alfabeto griego. Filóstrato añade incluso que inventó el faro, la balanza, y otros elementos, que al parecer podrían proceder de Creta. 

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(2) Se encuentran con Digenis en la era y preparan su cena.
  Digenis Akritas. Poeta lírico y épico.

Anónimo. Las Hazañas de Digenis Akritas

El poema se compone de 5000 versos, escritos en demótico, en dos partes: La primera está dedicada a los amores del padre y la madre del héroe, y la segunda a las hazañas de Digenis propiamente dichas, durante la guerra contra los turcos. Las primeras hojas faltan, por lo que la acción empieza de inmediato en medio de una matanza: Estupefactos ante aquella visión, extendían los brazos, tomaban las cabezas de los cadáveres y miraban sus rostros a fin de reconocer a la hermana que buscaban. Al no encontrarla, recogieron tierra y cubrieron las cabezas… después empezaron a llorar.
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(3) Sí, es verdad, el Helkómeno tiene las manos muy tristes atadas ,

El Helkómeno, Cristo Encadenado, de la iglesia de Monenvasia

La Iglesia Helkómenos en Monenvasiá

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(4) desarraigaron las vides de Monenvasiá para que la uva negra no endulzara la boca del enemigo,

Monenvasiá. Lugar de nacimiento del poeta



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