Retrato de Daniel Defoe. National Maritime Museum, London
El inglés Daniel Defoe, nacido Foe, fue escritor, periodista y panfletista, mundialmente conocido por su novela Robinson Crusoe. Nació entre 1659 y 1661, posiblemente el 10 de octubre de 1660, en las cercanías de Londres; St. Giles Cripplegate o Stoke Newington. Falleció el 24 de abril de 1731.
Su padre, James Foe, era miembro del gremio de carniceros y fabricante de cera a cuyo apellido, Daniel añadiría el De, llegando a afirmar en alguna ocasión, que descendía de una familia llamada De Beau Faux.
Sus padres eran presbiterianos de los llamados disidentes, porque sus creencias o principios religiosos diferían de los de la Iglesia oficial de Inglaterra, así que inició sus estudios en una escuela para disidentes en 1667, pero prefirió no seguir la carrera religiosa y dedicarse activamente al mundo de los negocios. A pesar de ser Defoe hombre de numerosas iniciativas e incansable ante el fracaso, no llegó a verse libre de deudas en toda su vida, deudas que incluso le llevaron a prisión una y otra vez.
Como la adscripción religiosa suele llevar necesariamente consigo la política, la lucha por sus creencias llevó a Defoe a actuar como espía o agente secreto, llegando a convertirse, en un momento dado en un inestimable apoyo del gobierno inglés para la implantación del Acta de Unión con Escocia, hasta el punto de que su faceta política llegó a imponerse vitalmente a la literaria.
En 1684, Defoe se casó con Mary Tuffley, con la que tuvo ocho hijos.
El año siguiente de su boda, Defoe optó por unirse a la fallida rebelión del Duque de Monmouth.
James Scott, primer duque de Monmouth, frustrado pretendiente al trono inglés.
También conocida como la Rebelión de Pitchfork, fue un intento fallido de derrocar a Jacobo II, rey de Inglaterra.
King James II, de Sir Godfrey Kneller. NPG, London.
Desde su acceso al trono por la muerte de su hermano mayor Carlos II, el 6 de febrero de 1685, Jacobo II se hizo muy impopular, por ser católico, al contrario que la mayoría de sus súbditos. Por esta causa, James Scott, primer duque de Monmouth, hijo ilegítimo de Carlos II, intentó asumir el trono para sí, pero fue derrotado en la batalla de Sedgemoor el 6 de julio de 1685 y ejecutado por traición el día 15. Muchos de sus seguidores, también fueron condenados a muerte o deportados. Defoe pudo eludir la condena gracias a un amigo, pero fue puesto en prisión, aunque pronto recuperó la libertad, tras lo cual se dedicó un tiempo al comercio de vino entre las ciudades de Cádiz, Oporto y Lisboa.
En 1688 apoyó también a Guillermo III de Orange – William III of Orange, en la Revolución Gloriosa – Glorious Revolution, en esta ocasión, seguida por el éxito.
Guillermo/William III de Orange. Rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, príncipe de Orange y Estatúder de las Provincias Unidas. Taller de Willem Wissing. Rijksmuseum Amsterdam
La segunda esposa de Jacobo II, la reina María de Módena, había dado a luz un hijo, Jacobo Francisco Eduardo, cuyo nacimiento desplazó a María –hija anterior del propio Jacobo–, del primer lugar en la línea de sucesión y por lo tanto, también a su marido, Guillermo. Esto unido al procesamiento de siete obispos que habían exigido a Jacobo algunas reformas en su política religiosa -a pesar de que finalmente fueron absueltos-, señaló un fracaso importante para Jacobo que aumentó el malestar y la resistencia en torno a su figura.
Se pensó entonces en apoyar una invasión por parte de Guillermo III, pero este no aceptó la responsabilidad inmediatamente –por ser, en realidad, un príncipe extranjero, aunque siempre sería menos extraño que un monarca católico–, pero no aceptó hasta que recibió el apoyo explícito de los más inminentes protestantes ingleses. Así, el 30 de junio de 1688 –el mismo día que los obispos eran absueltos– un grupo de figuras políticas conocidas como los Siete Inmortales enviaron una invitación formal a Guillermo, quien comenzó a hacer los preparativos para una invasión, prevista para septiembre de 1688, fecha en la que, efectivamente se produjo, hallando Guillermo el camino libre, ya que toda la nobleza protestante se pasó a su lado. Se consolidaba así, como revolución algo que, en realidad empezó como un coup d'état, tras el cual, Jacobo huyó del país, con el consentimiento de Orange, que nunca quiso quiso que sus seguidores lo convirtieran en un mártir.
William/Guillermo III se casó con su prima, la futura Queen Mary II, in 1677.
William reinó con su esposa Mary II, hasta el fallecimiento de esta el 28 de diciembre de 1694; durante un período conocido históricamente como de William and Mary.
Hacia 1695, y ya con su nombre transformado definitivamente como De/foe, el escritor volvió a Inglaterra, empleado como comisario de los impuestos que gravaban la fabricación de botellas, aunque al año siguiente se le documenta dirigiendo una empresa de tejas y ladrillos en Essex.
Ese mismo año entró a formar parte del gobierno, y seis años después, en 1701 obtuvo bastante éxito con El verdadero inglés, una novela en la que atacaba los prejuicios y la xenofobia que provocaba el origen holandés de su admirado monarca Guillermo III.
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Al año siguiente publicó el libelo El medio más eficaz para con los disidentes, lo que le valió la acusación de blasfemo, siendo multado y condenado a una pena de prisión en Newgate, que finalmente no cumplió, ya que, al parecer, a cambio se comprometió a trabajar para el gobierno como agente secreto.
Tras la muerte de la reina Ana, los Tories perdieron el poder, y Defoe continuó realizando trabajos de inteligencia para los Whig. –El radical cambio de bando, con voluntad o sin ella, parecía el destino anunciado para los trabajos de espionaje. En 1692 Defoe se declaraba en bancarrota, siendo ya responsable de su numerosa familia.
Incansable, en 1703 publicó un panfleto sobre los Altos Tories, por el que fue acusado por difamación; detenido, sentenciado a ser expuesto en la picota y fuertemente multado. Se trataba del panfleto titulado El Camino más corto con los Disidentes – The Shortest Way with Dissenters, en el que parodiaba a los Tories de la Iglesia, sobre el exterminio de disidentes.
En contra de lo deseado y previsto por las autoridades, durante los días de su exposición pública en la Picota, la gente le lanzaba flores y brindaba por su salud.
Daniel Defoe en la picota para escarnio público. Grabado de James Charles Armytage, basado en Eyre Crowe, 1862. NPG
Desesperado, a pesar de su ya habitual alternancia cárcel/libertad, escribió a William Paterson, conocido como London Scot -Escocés de Londres-, fundador del Banco de Inglaterra y hombre de confianza de Robert Harley, primer Conde de Oxford y Mortimer, primer Ministro y jefe del servicio de Inteligencia en el gobierno inglés. Harley aceptó los servicios de Defoe y le liberó en 1703. Inmediatamente publicó El Informe -The Review-, que aparecería cuatro veces al mes y después, tres veces por semana, escrito casi todo por él mismo. Se convirtió así en una especie de portavoz del Gobierno Inglés y promotor del Acta de Unión con Escocia de 1707.
En septiembre de 1706 Harley mandó a Defoe a Edimburgo como agente secreto, para hacer todo lo posible para ayudar a la aceptación del Tratado. Parece que era consciente del riesgo que corría, pero por sus escritos, como Las cartas de Daniel Defoe, de 1955, se ha podido saber mucho más acerca del peligro que encerraban sus actividades como agente secreto.
A pesar de su cometido, sus primeros informes salieron instintivamente llenos de demostraciones violentas en contra de la Unión. Según sus propias palabras: Una muchedumbre de escoceses es de lo peor en su clase, y no parece que exagerase, pues años después, John Clerk de Penicuik, un líder unionista, escribió en sus memorias: Era un espía entre nosotros, pero no era conocido como tal ya que de otro modo la Turba de Edimburgo le hubiera hecho pedazos.
Siendo Defoe presbiteriano, y habiendo sufrido en Inglaterra a causa de sus convicciones religiosas, fue aceptado como consejero de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia y asistía a los comités del Parlamento de Escocia.
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La internacionalmente famosa novela de Defoe titulada Robinson Crusoe, y escrita en 1719, cuenta el naufragio de un hombre en una isla desierta y las aventuras que vivió en ella. Parece que pudo basarse en una historia real de naufragio, de la que fueron los protagonistas el marinero escocés Alexander Selkirk y el marinero español Pedro Serrano.
Alexander Selkirk, 1676–1721, estuvo durante cuatro años y cuatro meses como náufrago en una isla desierta en la zona central de Chile. Su historia, junto con la de Pedro Serrano pudo inspirar a Daniel Defoe, que lo entrevistó ampliamente para elaborar su Robinson.
El buque encalló profundamente en las arenas, de manera que solo nos quedaba tratar de salvar la vida de cualquier manera. Once embarcamos en un bote. Una ola gigantesca cayó sobre el bote con tal violencia, que se dio vuelta en un instante. Nadé hacia adelante con todas mis fuerzas. Fui el único que consiguió pisar tierra, empapado, sin ropa para cambiarme y nada que comer y beber; sólo tenía un cuchillo, una pipa y un poco de tabaco en una cajita. Todo lo que se me ocurrió fue trepar a un frondoso árbol, y allí me propuse estarme la noche entera y decidir, a la mañana siguiente, cuál sería mi muerte.
Anduve primero en busca de agua dulce. Después de beber y masticar tabaco subí a mi árbol, tratando de hallar una posición de la cual no me cayera si el sueño me vencía. Había cortado una sólida estaca para defenderme. Al otro día no había huellas del temporal. La marea había zafado al barco y lo había traído hacia las rocas... Poco después de mediodía el mar se puso como un espejo y la marea bajó tanto que pude acercarme a un cuarto de milla del barco (ya entonces sentía renovarse mi desesperación al comprender que si nos hubiésemos quedado a bordo estaríamos a salvo y en tierra)... Nadé hasta el barco
Las provisiones de a bordo no habían sufrido absolutamente nada; pude satisfacer mi gran apetito, llenándome además los bolsillos de galleta. Bebí un buen trago de ron para fortalecerme ante la tarea que me esperaba... [Armó una balsa, con elementos que encontró en el barco]... Se presentaba el problema de elegir lo indispensable y al mismo tiempo preservarlo de los golpes del mar [eligió comida, herramientas, armas].
Mi próxima tarea fue la de reconocer el lugar, en busca de un sitio adecuado para instalarme y almacenar mis efectos con toda seguridad... En la isla había aves; me pregunté si su carne sería o no comestible.
Se me ocurrió que aún podría sacar muchas cosas útiles del barco, y me decidí a hacer otro viaje a bordo... Hallé 2 o 3 cajas de clavos y tornillos, un gran barreno, 1 o 2 docenas de hachuelas, y lo más precioso de todo, una piedra de afilar... Seguí yendo diariamente al barco, aprovechando la marea baja... Lo que más me alegró en aquellos viajes es que después de estar 5 o 6 veces, y cuando ya no esperaba encontrar nada que valiera la pena mover de su sitio, seguía descubriendo cosas que me servían... En la cabina del capitán hallé una caja con 36 libras esterlinas en monedas europeas, brasileñas y algunas piezas de oro y plata. Sonreí a la vista de aquel dinero. ¿Para qué me sirves?', exclamé... Pero luego lo pensé mejor y tomé el dinero.
Mis pensamientos estaban ahora consagrados a encontrar los medios de asegurarme contra los salvajes y las bestias que pudiera haber en la isla... Calculé aquello que necesitaba en forma indispensable: en primer lugar agua dulce y aire saludable; luego abrigo y seguridad; finalmente, que si Dios me enviaba algún barco por las cercanías, no perdiera yo esa oportunidad de salvarme.
En el barco encontré plumas, tinta y papel, e hice lo indecible por economizarlos; mientras duró la tinta pude llevar una crónica muy exacta, pero cuando se terminó me hallé imposibilitado de continuarla, ya que no pude hacer tinta a pesar de todo lo que probé. Esto vino a demostrarme que necesitaba muchas cosas fuera de las que había acumulado. Habiendo conseguido acostumbrar un poco mi espíritu a su actual condición y abandonando la costumbre de mirar al mar por si divisaba algún navío, me apliqué desde entonces a organizar mi vida y a hacerla lo más confortable posible... Fabriqué una mesa y una silla.
En realidad, en octubre de 1703, navegaba en el galeón Cinque Ports, cerca del archipiélago Juan Fernández de Chile, cuando Selkirk discutió con el capitán, quien decidió dejarlo allí, donde permaneció durante cuatro años. El Cinque Ports se hundió poco después.
El rescate se produjo el viernes 2 de febrero de 1709, con el barco Duke. Selkirk regresó al Reino Unido, donde al parecer se casó con una viuda. Se embarcó nuevamente en 1717 y murió el 13 de diciembre de 1721 mientras servía como teniente a bordo del barco de la Armada Weymouth.
Se cree que murió de fiebre amarilla y fue arrojado al mar en la costa occidental de África.
El 1 de enero de 1966 la isla en la que estuvo Selkirk fue oficialmente rebautizada como Robinson Crusoe. Al mismo tiempo, la isla más occidental del archipiélago Juan Fernández fue denominada Alejandro Selkirk, aunque es probable que este no la conociera. El año 2000 una expedición encontró instrumentos náuticos del siglo XVIII en la isla.
Pedro Serrano fue un capitán español que en 1526 sobrevivió, junto con otro compañero, al naufragio de un patache español, en un banco de arena del Mar Caribe, llamado ahora Serrana Bank en su honor y situado a 130 millas náuticas de las islas de San Andrés, en territorio colombiano. Finalmente, de los dos náufragos, tan sólo Pedro Serrano llegó a ser rescatado en 1534, 8 años después del naufragio.
Parece ser que en 1526, un fuerte temporal sorprendió al patache que navegaba de La Habana a Cartagena de Indias, pereciendo en el naufragio toda la tripulación, con la excepción del capitán del barco, Pedro Serrano, que logró llegar a un banco de arena sin vegetación y sin agua dulce.
El tiempo pasado allí fue una auténtica pesadilla, sólo un poco suavizada más adelante, gracias a la recolección de caparazones de tortugas, que sirvieron, entre otras cosas, para recolectar agua de lluvia.
Cuando Serrano ya llevaba 3 meses viviendo allí, recibió la visita de otro sobreviviente de un naufragio, que había llegado hasta la orilla en un pequeño bote. Pedro Serrano y su nuevo acompañante quedaron totalmente aislados, en la más profunda soledad durante los 8 años siguientes. El banco ni siquiera estaba entonces situado en las cartas marinas.
Como el banco carecía de cualquier tipo refugio, los dos náufragos construyeron durante su larga odisea un pequeño refugio de rocas y corales, que además de protegerlos de los vientos, les sirvió para organizar señales de humo con el fuego que encendían con restos de naufragios que iban llegando a la playa. Con todo, hoy resulta increíble la capacidad de supervivencia de estos dos hombres, que, sin embargo, nunca se dieron por vencidos.
Finalmente, en 1534, la tripulación de un galeón que iba a La Habana desde Cartagena de Indias divisó las señales de humo del banco de arena. Enviaron un bote a buscarlos, y los llevaron al galeón.
El compañero de Serrano durante 8 años, falleció al poco tiempo de haber embarcado en el galeón. Ni siquiera llegó a ver tierra firme después de su rescate.
La suerte fue muy distinta para Pedro Serrano, quien consiguió regresar a España para comenzar una nueva vida que le dio fama y dinero y le convirtió en un personaje famoso no solo en la Corte Española, sino también en el resto de Europa, debido a los muchos viajes que hizo para narrar sus peripecias en las reuniones de la alta sociedad.
Antes de fallecer, Pedro Serrano dejó constancia de las penalidades sufridas con su compañero, en unos documentos que muestran con claridad la angustia y el sufrimiento que llegaron a sentir por su abandono. Su relato se encuentra hoy día en el Archivo General de Indias, en Sevilla.
El banco de arena en el que Pedro Serrano y su compañero vivieron su desgracia, ha permanecido relativamente inalterado hasta hoy.
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El Inca Garcilaso de la Vega, en sus Comentarios Reales de los Incas de 1609, hace un realto realista y fidedigno de la historia del naufragio de Pedro Serrano:
La isla Serrana, que está en el viaje de Cartagena a La Habana, se llamó así por un español llamado Pedro Serrano, cuyo navío se perdió cerca de ella, y él solo escapó nadando, que era grandísimo nadador, y llegó a aquella isla, que es despoblada, inhabitable, sin agua ni leña, donde vivió siete años con industria y buena maña que tuvo para tener leña y agua y sacar fuego (es un caso historial de grande admiración, quizá lo diremos en otra parte), de cuyo nombre llamaron la Serrana aquella isla y Serranilla a otra que está cerca de ella, por diferenciar la una de la otra. [...]
Será bien, antes que pasemos adelante, digamos aquí el suceso de Pedro Serrano que atrás propusimos, porque no esté lejos de su lugar y también porque este capítulo no sea tan corto.
Pedro Serrano salió a nado a aquella isla desierta que antes de él no tenía nombre, la cual, como él decía, tenía dos leguas en contorno; casi lo mismo dice la carta de marear, porque pinta tres islas muy pequeñas, con muchos bajíos a la redonda, y la misma figura le da a la que llaman Serranilla, que son cinco isletas pequeñas con muchos más bajíos que la Serrana, y en todo aquel paraje los hay, por lo cual huyen los navíos de ellos, por caer en peligro.
A Pedro Serrano le cupo en suerte perderse en ellos y llegar nadando a la isla, donde se halló desconsoladísimo, porque no halló en ella agua ni leña ni aun yerba que poder pacer, ni otra cosa alguna con que entretener la vida mientras pasase algún navío que de allí lo sacase, para que no pereciese de hambre y de sed, que le parecían muerte más cruel que haber muerto ahogado, porque es más breve. Así pasó la primera noche llorando su desventura, tan afligido como se puede imaginar que estaría un hombre puesto en tal extremo.
Luego que amaneció, volvió a pasear la isla; halló algún marisco que salía de la mar, como son cangrejos, camarones y otras sabandijas, de las cuales cogió las que pudo y se las comió crudas porque no había candela donde asarlas o cocerlas.
Así se entretuvo hasta que vio salir tortugas; viéndolas lejos de la mar, arremetió con una de ellas y la volvió de espaldas; lo mismo hizo de todas las que pudo, que para volverse a enderezar son torpes, y sacando un cuchillo que de ordinario solía traer en la cinta, que fue el medio para escapar de la muerte, degolló y bebió la sangre en lugar de agua; lo mismo hizo de las demás; la carne puso al sol para comerla hecha tasajos y para desembarazar las conchas, para coger agua en ellas de la llovediza, porque toda aquella región, como es notorio, es muy lluviosa.
De esta manera se sustentó los primeros días con matar todas lar tortugas que podía, y algunas había tan grandes y mayores que las mayores adargas, y otras como rodelas y como broqueles, de manera que las había de todos tamaños. Con las muy grandes no se podía valer para volverlas de espaldas porque le vencían de fuerzas, y aunque subía sobre ellas para cansarlas y sujetarlas, no le aprovechaba nada, porque con él a cuestas se iban a la mar, de manera que la experiencia le decía a cuáles tortugas había de acometer y a cuáles se había de rendir. En las conchas recogió mucha agua, porque algunas había que cabían a dos arrobas y de allí abajo.
Viéndose Pedro Serrano con bastante recaudo para comer y beber, le pareció que si pudiese sacar fuego para siquiera asar la comida, y para hacer ahumadas cuando viese pasar algún navío, que no le faltaría nada.
Con esta imaginación, como hombre que había andado por la mar, que cierto los tales en cualquier trabajo hacen mucha ventaja a los demás, dio en buscar un par de guijarros que le sirviesen de pedernal, porque del cuchillo pensaba hacer eslabón, para lo cual, no hallándolos en la isla porque toda ella estaba cubierta de arena muerta, entraba en la mar nadando y se zambullía y en el suelo, con gran diligencia, buscaba ya en unas partes, ya en otras lo que pretendía.
Y tanto porfió en su trabajo que halló guijarros y sacó los que pudo, y de ellos escogió los mejores, y quebrando los unos con los otros, para que tuviesen esquinas donde dar con el cuchillo, tentó su artificio y, viendo que sacaba fuego, hizo hilas de un pedazo de la camisa, muy desmenuzadas, que parecían algodón carmenado, que le sirvieron de yesca, y, con su industria y buena maña, habiéndolo porfiado muchas veces, sacó fuego.
Cuando se vio con él, se dio por bienandante, y, para sustentarlo, recogió las horruras que la mar echaba en tierra, y por horas las recogía, donde hallaba mucha yerba que llaman ovas marinas y madera de navíos que por la mar se perdían y conchas y huesos de pescados y otras cosas con que alimentaba el fuego. Y para que los aguaceros no se lo apagasen, hizo una choza de las mayores conchas que tenía de las tortugas que había muerto, y con grandísima vigilancia cebaba el fuego por que no se le fuese de las manos.
Dentro de dos meses, y aun antes, se vio como nació, porque con las muchas aguas, calor y humedad de la región, se le pudrió la poca ropa que tenía. El sol, con su gran calor, le fatigaba mucho, porque ni tenía ropa con que defenderse ni había sombra a que ponerse; cuando se veía muy fatigado se entraba en el agua para cubrirse con ella.
Con este trabajo y cuidado vivió tres años, y en este tiempo vio pasar algunos navíos, mas aunque él hacía su ahumada, que en la mar es señal de gente perdida, no echaban de ver en ella, o por el temor de los bajíos no osaban llegar donde él estaba y se pasaban de largo, de lo cual Pedro Serrano quedaba tan desconsolado que tomara por partido el morirse y acabar ya. Con las inclemencias del cielo le cre ció el vello de todo el cuerpo tan excesivamente que parecía pellejo de animal, y no cualquiera, sino el de un jabalí; el cabello y la barba le pasaba de la cintura.
Al cabo de los tres años, una tarde, sin pensarlo, vio Pedro Serrano un hombre en su isla, que la noche antes se había perdido en los bajíos de ella y se había sustentado en una tabla del navío y, como luego que amaneció viese el humo del fuego de Pedro Serrano, sospechando lo que fue, se había ido a él, ayudado de la tabla y de su buen nadar.
Cuando se vieron ambos, no se puede certificar cuál quedó más asombrado de cuál. Serrano imaginó que era el demonio que venía en figura de hombre para tentarle en alguna desesperación. El huésped entendió que Serrano era el demonio en su propia figura, según lo vio cubierto de cabellos, barbas y pelaje. Cada uno huyó del otro, y Pedro Serrano fue diciendo: “¡Jesús, Jesús, líbrame, Señor, del demonio!”.
Oyendo esto se aseguró el otro, y volviendo a él, le dijo: “No huyáis hermano de mí, que soy cristiano como vos”, y para que se certificase, porque todavía huía, dijo a voces el Credo, lo cual oído por Pedro Serrano, volvió a él, y se abrazaron con grandísima ternura y muchas lágrimas y gemidos, viéndose ambos en una misma desventura, sin esperanza de salir de ella.
Cada uno de ellos brevemente contó al otro su vida pasada. Pedro Serrano, sospechando la necesidad del huésped, le dio de comer y de beber de lo que tenía, con que quedó algún tanto consolado, y hablaron de nuevo en su desventura. Acomodaron su vida como mejor supieron, repartiendo las horas del día y de la noche en sus menesteres de buscar mariscos para comer y ovas y leña y huesos de pescado y cualquiera otra cosa que la mar echase para sustentar el fuego, y sobre todo la perpetua vigilia que sobre él habían de tener, velando por horas, por que no se les apagase.
Así vivieron algunos días, mas no pasaron muchos que no riñeron, y de manera que apartaron rancho, que no faltó sino llegar a las manos (por que se vea cuán grande es la miseria de nuestras pasiones). La causa de la pendencia fue decir el uno al otro que no cuidaba como convenía de lo que era menester; y este enojo y las palabras que con él se dijeron los descompusieron y apartaron. Mas ellos mismos, cayendo en su disparate, se pidieron perdón y se hicieron amigos y volvieron a su compañía, y en ella vivieron otros cuatro años.
En este tiempo vieron pasar algunos navíos y hacían sus ahumadas, mas no les aprovechaba, de que ellos quedaban tan desconsolados que no les faltaba sino morir.
Al cabo de este largo tiempo, acertó a pasar un navío tan cerca de ellos que vio la ahumada y les echó el batel para recogerlos. Pedro Serrano y su compañero, que se había puesto de su mismo pelaje, viendo el batel cerca, por que los marineros que iban por ellos no entendiesen que eran demonios y huyesen de ellos, dieron en decir el Credo y llamar el nombre de Nuestro Redentor a voces, y valióles el aviso, que de otra manera sin duda huyeran los marineros, porque no tenían figura de hombres humanos. Así los llevaron al navío, donde admiraron a cuantos los vieron y oyeron sus trabajos pasados.
El compañero murió en la mar viniendo a España. Pedro Serrano llegó acá y pasó a Alemania, donde el Emperador estaba entonces: llevó su pelaje como lo traía, para que fuese prueba de su naufragio y de lo que en él había pasado. Por todos los pueblos que pasaba a la ida (si quisiera mostrarse) ganara muchos dineros.
Algunos señores y caballeros principales, que gustaron de ver su figura, le dieron ayudas de costa para el camino, y la Majestad Imperial, habiéndolo visto y oído, le hizo merced de cuatro mil pesos de renta, que son cuatro mil y ochocientos ducados en el Perú. Yendo a gozarlos, murió en Panamá, que no llegó a verlos.
Todo este cuento, como se ha dicho, contaba un caballero que se decía Garci Sánchez de Figueroa (a quien yo se lo oí) que conoció a Pedro Serrano. Y certificaba que se lo había oído a él mismo, y que después de haber visto al Emperador se había quitado el cabello y la barba y dejádola poco más corta que hasta la cintura, y para dormir de noche se la entrenzaba, porque no entrenzándola se tendía por toda la cama y le estorbaba el sueño.
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La siguiente novela de Defoe fue, Las aventuras del capitán Singleton – The Life, Adventures and Piracies of the Famous Captain Singleton–, escrita en 1720, contiene un sorprendente alegato sobre la capacidad de redención, por el amor de un hombre hacia otro; en este caso, el de Quaker William hacia el Capitán Singleton, lograría apartar a este de una vida criminal y de piratería. Más tarde vivirían felizmente en Londres como pareja sentimental, eso sí, en hábito de antiguos griegos, es decir, vestidos con túnicas, sin hablar inglés en público y casándose finalmente Singleton, el protagonista, con la hermana de William, a fin de salvar las apariencias.
Una obra tardía –1722– que a menudo se ha creído que era un trabajo histórico, es su relato de la Gran Plaga de Londres de 1665: Diario del año de la peste –A Journal of the Plague Year–. Aunque es en realidad una novela histórica, calca las fórmulas de un reportaje periodístico y así fue como todo el mundo lo entendió en un principio.
Sin embargo, esta situación no se mantuvo así, y como el tiempo resultó frío y la helada, que había empezado en diciembre, persistió severamente hasta casi fines de febrero, acompañada de vientos ásperos, aunque moderados, las estadísticas volvieron a disminuir, la ciudad se recuperó, y todo el mundo comenzó a considerar pasado el peligro; sólo que los entierros en St. Giles todavía eran demasiados. Sobre todo a partir de principios de abril, cuando fueron veinticinco por semana, hasta la semana del 18 al 25, en la que hubo treinta muertos, entre ellos dos de la peste y ocho de tabardillo pintado, que era considerado la misma enfermedad. Por otra parte, el número de los que morían de tabardillo aumentó de ocho a doce de una semana a la otra.
Esto volvió a alarmarnos, y terribles aprensiones surgieron entre la población, en especial porque el tiempo ya cambiaba y se volvía caluroso, y el verano estaba a la vista. Sin embargo, la semana siguiente hizo renacer algunas esperanzas: las cifras eran bajas: sólo murieron en total 388, ninguno de la peste, y apenas cuatro de tabardillo pintado.
Pero en la semana siguiente la enfermedad volvió, esparciéndose en otras dos o tres parroquias: St. Andrew's, Holborn, St. Clement, Danes, y para gran aflicción de sus habitantes, uno murió dentro del recinto amurallado, en la parroquia de St. Mary Woolchurch, es decir, en Bearbinder Lane, cerca del Stocks Market. Hubo en total nueve casos de peste y seis de tabardillo. Sin embargo, una investigación demostró que el francés que murió en Bearbinder Lane había vivido en Long Acre, cerca de las casas infectadas, y que se había mudado por temor a la enfermedad, sin saber que ya estaba contagiado.
Esto sucedió a principios de mayo, cuando el tiempo todavía era templado, variable, y bastante fresco, y la gente conservaba algunas esperanzas. Lo que les animaba era que la City seguía libre de enfermedades: en las noventa y siete parroquias del sector amurallado sólo habían muerto cincuenta y cuatro personas, y como el mal parecía radicado entre los habitantes de aquel extremo de la ciudad, empezamos a creer que no llegaría más lejos; especialmente teniendo en cuenta que la semana próxima (que fue la del 9 al 16 de mayo) no murieron más que tres, todos fuera de la City, y que en St. Andrew's sólo enterraron a quince, lo que era muy poco. Es cierto que en St. Giles enterraron a treinta y dos, pero como sólo uno estaba apestado, la gente empezó a sentirse aliviada. La cifra total también fue muy baja, ya que la semana anterior habían muerto 347 y la arriba mencionada apenas 343.
Seguimos con esas esperanzas unos pocos días, pero nada más que unos pocos días, porque la gente ya no estaba para ser engañada de ese modo: inspeccionaron las casas y descubrieron que la peste estaba realmente diseminada por todos lados, y que muchos morían de ella cada día. De manera que todos nuestros consuelos sucumbieron, y no hubo más que ocultar. Rápidamente se comprendió que la infección se había extendido más allá de cualquier posibilidad de detenerla; que en la parroquia de St. Giles había tomado varias calles y que muchas familias enteras yacían enfermas. Por lo tanto, en el boletín siguiente el asunto empezó a revelarse. Es cierto que no registraba más que catorce abatidos por la peste, pero esto era todo trampa y confabulación, porque en el distrito de St. Giles enterraron un total de cuarenta, la mayoría de los cuales había muerto sin duda apestados, aunque en una lista les fueron atribuidas otras enfermedades. Y a pesar de que la suma de muertes no aumentó más que en treinta y dos, y la estadística total sólo señalaba 385 decesos, catorce por el tabardillo y catorce por la plaga, dimos como un hecho que esa semana hubo cincuenta muertos de peste.
Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders -The Fortunes and Misfortunes of the Famous Moll Flanders, más conocida simplemente como Moll Flanders, también de 1722, es una novela picaresca narrada en primera persona que trata de una mujer sola en la Inglaterra del siglo XVII. Presentada como bígama, ladrona, adúltera, etc. suele ganarse inmediatamente la simpatía del lector.
Un viaje por toda la Isla de Gran Bretaña -A tour thro' the Whole Island of Great Britain-. Escrito entre 1724 y 1727, es un relato detallado de las visitas de Defoe a varias ciudades y pequeñas localidades y es una extraordinaria descripción de la Gran Bretaña anterior a la Revolución Industrial.
Historia política del diablo -The Political History of the Devil-, de 1726, es de carácter satírico sobre la participación del diablo en la Historia. Sus opiniones, propias de su pertenencia religiosa y a su siglo, tienden a explicar, por ejemplo, el origen diabólico de las Cruzadas promovidas por la Iglesia de Roma.
Daniel Defoe falleció en 1731, el 24 ó 25 de abril y fue sepultado en Bunhill Fields, en Londres. Su obra abarca multiplicidad de formas y asuntos literarios. Se ha dicho que escribió, no menos de 545 títulos, además de las novelas, y que empleó casi 200 seudónimos, pero no cabe duda de que fue el náufrago Robinson, o Selkirk, o Serrano, quien hizo pasar su nombre a la historia literaria de Occidente.