Si al referimos a las reinas que contribuyeron a la creación y aprovisionamiento, fundamentalmente, del Museo del Prado -aunque no en exclusiva-, empezamos por Isabel de Farnesio (1692-1766), la segunda esposa del primer Borbón de España, Felipe V, madre de Carlos III, es porque su colección de arte contribuyó a aumentar de forma muy valiosa y notable los fondos del mismo, como veremos.
Decimos, pues, creación y aprovisionamiento, en relación, fundamentalmente, con el Museo del Prado, pues hubo reinas coleccionistas que jamás pensaron en museos en los que los súbditos pudieran contemplar sus extraordinarias colecciones, a pesar de que, andando el tiempo, una buena parte de estas, fueron a parar felizmente a ellos. Habría pues, reinas sólo coleccionistas, otras, colaboradoras, directa o indirectamente, y, sobre todo, coleccionistas promotoras y colaboradoras, siendo la actividad más trascendente, la de promotora, razón por la cual, nos vamos a referir, principalmente, a las reinas de la Casa de Borbón, por ser la más próxima a la creación y abastecimiento de nuestro principal Museo, por bello nombre, del Prado.
Tal partición no puede ser excluyente en el tiempo, porque no podemos obviar las aportaciones procedentes de la Casa de Austria -pensemos, por ejemplo, en María de Austria, la joven reina viuda de Luis II de Hungría; hija de Felipe el Hermoso y Juana I, hermana, pues, de Carlos I/V-, pero es evidente que un proyecto museístico nunca estuvo en la mente de aquella familia, a pesar del enorme valor de sus colecciones, razón por la cual, lógicamente nos referiremos a ellas, pero en otro momento.
Estas colecciones nos ofrecen a la vez la oportunidad de efectuar un breve repaso sobre las circunstancias históricas que envolvieron la existencia, a veces del pintor, a veces, de cada coleccionista; a veces, de ambos, y, a veces, de la propia obra, algo que creemos, es consustancial, e incluso, condicionante, como telón de fondo, que no siempre vemos fluir junto a las obras de arte, siendo así, que, en no pocas ocasiones, explican, declaran y aclaran el contenido artístico de las mismas, especialmente, en la pintura.
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Así pues, empezaremos con Isabel de Farnesio, sabiendo que ella, precisamente, no impulsó la creación de ningún museo, pero, se impone considerar las obras de arte procedentes de su herencia, que tanto significaron; la clasificaremos, entonces, como Coleccionista Colaboradora Indirecta.
Retrato de Felipe V e Isabel Farnesio, de Louis-Michel van Loo, c. 1743. Museo del Prado (MNP).
Isabel Farnesio nació en Parma, en el llamado Palacio de la Pelota, siendo la segunda hija del príncipe heredero de Parma, Eduardo II Farnesio, casado con la condesa palatina Dorotea Sofía de Neoburgo, que falleció cuando Isabel tenía sólo tenía un año, a pesar de lo cual, vivió en un medio rico y exquisito, con su abuelo, el duque Ranuccio II, pasando después la tutela a su tío Francisco, convertido en su padrastro al casarse con la madre viuda, en 1696. Recibió la mejor educación posible en la época.
Habiendo muerto su hermano mayor, Alejandro Ignacio, un mes antes que su padre, Isabel pasó a ser la tercera en la línea sucesoria, detrás de dos de sus tíos, que murieron sin descendencia, quedando ella, finalmente, como heredera de los bienes y estados de los Farnesio y, posteriormente, también de los Médici, por su bisabuela paterna, cuya familia se extinguiría en 1743.
Felipe V, de Miguel Viana Meléndez. Palacio de Viana, Córdoba
Fue el famoso Obispo y Cardenal de Málaga, el italiano Giulio Alberoni, quien concibió y organizó su boda con el ya viudo Felipe, -1714-, recibiendo por sus servicios el cargo de Primer Ministro, apenas unos meses después de su llegada a la Corte de Madrid.
La ya rica heredera, muy consciente de sus posibilidades, se mostró inflexible y autoritaria desde el principio, tomando decisiones en nombre, o, más bien, en lugar del rey; una actitud con la que se creó numerosos enemigos en la Corte, oprimidos por su carácter, pero, sobre todo, temerosos de su ilimitado poder, no sometido al menor control.
Cuando la capacidad mental del Felipe V empezó a dar muestras demasiado evidentes de decadencia, él buscó la soledad y el aislamiento, en tanto que su esposa asumía cada vez más claramente, las tareas de gobierno. Felipe V fue entrando en una espiral de decadencia mezclada con extraños sentimientos y oscuros temores, que le llevaron, por ejemplo, a abandonar radicalmente toda higiene personal, negándose, incluso a cortarse el pelo o las uñas, durante períodos cada vez más continuados, pues creía que ello podría mermar sus energías, y llegando, finalmente a creerse una rana, pero sin perder el impulso sexual, sino todo lo contrario; situación que la reina no dejó de explotar en su ansia de poder y su proyecto de situar a sus hijos en las mejores casas reales de Europa, a pesar de los hijos del primer matrimonio del rey.
De acuerdo con las descripciones de algunos contemporáneos, Isabel de Farnesio “La Parmesana” era “de porte distinguido; tenía el rostro marcado por las viruelas, expresivos ojos azules, nariz prominente...”, etc., si bien en los retratos, aparece con ojos oscuros. En todo caso manifestaba un comportamiento correctísimo, medido y “agradable”, aunque lo que más la distinguía era su intensa “energía” y una “inteligencia fuera de lo corriente”.
Por lo que respecta a la real colección de pinturas, tanto Isabel como el rey la aumentaron considerablemente, atentos, cada uno, a marcar las obras de su propiedad con los respectivos sellos familiares; el rey, con la Cruz de Borgoña, y ella, con la Flor de Lis.
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La reina Farnesio admiraba muy especialmente la obra de Murillo, por lo que reunió un gran número de lienzos pintados por él. Ella y su esposo adquirieron asimismo la famosa colección de esculturas de Cristina de Suecia -otra Coleccionista Colaboradora, en este caso, más indirecta, y, acaso, involuntaria, como veremos a continuación-, coincidente con el reinado de Felipe IV de Austria, y que poseía, por ejemplo, el llamado Grupo de San Ildefonso –mármol de Carrara del siglo X aC-, y la famosa serie de Musas, de las que faltaba una, conservándose hoy las ocho, igual que el “Grupo”, en Museo del Prado.
Cristina de Suecia, de Sebastien Bourdon. 1653. MNP. No expuesto.
Ofrenda de Orestes y Pílades, o quizás, Cástor y Pólux. MNP
Las Musas de Cristina de Suecia en el Museo del Prado. Autor anónimo.
(Procedentes de “Villa Adriana”).
Las Musas Erato, Calíope y Talía. Museo Nacional del Prado. Madrid
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Al morir la reina Cristina, en 1689, su colección pasó, íntegra, a su heredero, el cardenal Azzolino, que también falleció poco después, legando sus bienes a su sobrino Pompeyo Azzolino, un noble arruinado que decidió venderla, siendo entonces adquirida, en su mayor parte, por el duque de Bracciano, Livio Odescalchi, sobrino de Inocencio IX. Al fallecer este a su vez, en 1713 la colección se dispersó definitivamente. El heredero, Baltasare Odescalchi, la agrupó en lotes para facilitar su clasificación y venta. Fue así y, entonces, cuando el lote “esculturas, urnas, relieves y otras piezas de arqueología en piedra”, fue adquirido por Felipe V en 1724, por 50.000 escudos. Colaboradora, pues -Cristina de Suecia-, indirecta, y, en buena parte, como hemos dicho, involuntaria.
Un enorme envío, embalado en 172 cajas, llegaba al puerto de Alicante en 1725, procedente de Civitavecchia y Génova, que, desde allí, fueron llevadas a La Granja de San Ildefonso, donde las piezas fueron convenientemente restauradas, una primera vez, por el artista florentino Gaspare Petri, quedando finalmente colocadas, en 1746 en las doce salas del parterre y en el llamado trascuarto del palacio, donde permanecieron hasta el traslado de casi toda la colección, al entonces, nuevo Real Museo de Pintura y Escultura del paseo del Prado de Madrid, donde fueron definitivamente restauradas por el escultor Valeriano Salvatierra. Desde entonces, la famosa colección de Cristina de Suecia, permanece al cuidado de este Museo.
Cristina de Suecia a caballo, de Sébastien Burdon, 1653-54. Cristina se lo regaló a Felipe IV y estuvo expuesto en el Alcázar de Madrid, desde 1666. MNP, No expuesto.
Busto de Cristina como Minerva y figuras alegóricas de la Escultura, la Poesía y la Pintura, ca. 1691. De David Klöcker Ehrenstrahl. The National Museum of Fine Arts. Estocolmo
Jacob Ferdinand Voet: Retrato de la reina Cristina de Suecia, ca. 1670-1675. National Galleries of Scotland.
En 1657 Cristina envió a Madrid las pinturas de Adán y Eva, de Alberto Durero, obras que habían formado parte de las colecciones de Rodolfo II, procedentes del botín sueco tras la caída de Praga. Al rey le entusiasmaron las pinturas y, en principio las hizo colocar en el Salón Dorado para ser llevadas posteriormente, a las Bóvedas del Tiziano. Cristina de Suecia prefería la pintura y escultura italiana, por lo que regaló, sabiamente, algunas obras, de las menos favoritas, con fines de carácter político-diplomático.
Alberto Durero: Adán y Eva. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Cristina de Suecia. J. F.Voet. Uffizi
Michael Dahl?: La reina Cristina de Suecia en Roma. National Trust, Attingham Park.
Retrato de la reina Cristina de Suecia durante sus últimos años de vida. Anónimo, c. 1685
Sus restos descansan en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, a pesar de que el Papa la describió como "una reina sin reino, una cristiana sin fe y una mujer sin vergüenza". A pesar de todo eso, se convirtió en una referencia de la vida teatral y musical y protegió a muchos artistas, compositores y músicos barrocos. Invitada de cinco Papas consecutivos y símbolo de la Contrarreforma, es una de las pocas mujeres enterradas en la gruta del Vaticano.
(Fuente parcial Gloria Matínez Leiva, en “Investigart”)
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De su primer matrimonio con Luisa Gabriela de Saboya, había tenido Felipe V cuatro hijos, de los que sobrevivieron tres:
Luis I, de Jean Ranc (1724) MNP – Felipe Pedro Gabriel (+ 7 años), de Houasse, 1717. MNP y Fernando VI, de Jean Ranc. MNP
La reina Farnesio nunca sintió ni mostró el menor afecto, sino todo lo contrario, hacia los hijos de aquel primer matrimonio de su esposo, Felipe V, pues sólo los veía como un estorbo para su real ambición con respecto a su propio hijo, el que sería Carlos III. Mientras Felipe V vivió, la relación entre Isabel y sus hijastros, especialmente con el Infante Fernando, parece que fueron de mutua ignorancia, aunque ella guardaba las formas aparentando cordialidad, mientras centraba su ambición exclusivamente en los suyos, urdiendo toda clase de manejos, no siempre moralmente legítimos, para que heredaran la Corona cuanto antes.
Retrato de la Familia de Felipe V, de Jean Ranc, c. 1723. MNP.: Fernando VI, Felipe V, Luis I, Felipe, duque de Parma, Isabel Farnesio y Carlos III
La ambición de poder de la “Parmesana” era tan extrema, que incluso el afecto hacia sus propios hijos quedaba relegado ante la necesidad de intrigar a su favor, concentrándose exclusivamente en urdir tramas más relacionadas con la herencia en sí misma, que con el supuesto amor maternal.
De este segundo matrimonio con Isabel de Farnesio, tuvo Felipe V otros seis hijos:
Los hijos de Felipe V e Isabel de Farnesio:
-Carlos (III) 20.1.1716-14.12.1788. Jean Rsnc.MNP
-Maria Ana Victoria de Borbón 1718-1781, de N. de Largillière. MNP
-Felipe de Borbón y Farnesio 1720-1765, de Jean Ranc. MNP
-María Teresa Antonia Rafaela de Borbón 1726-1746 de Jean Ranc. MNP
-Luis de Borbón y Farnesio 1727–1785, de J.M. van Loo. MNP, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españas; Cardenal de Santa María della Scala y Arzobispo de Sevilla. Finalmente renunció al estado eclesiástico y se casó. Fue el XIII Conde de Chinchón.
-María Antonia Fernanda 1729-1785, de Jean Ranc. MNP
Retrato de la familia de Felipe V por Louis-Michel van Loo (c.1743; 20 años después que el anterior). Museo del Prado.
Isabel Farnesio se propuso, en primer lugar, recuperar los territorios que la Corona española había perdido en Italia por el Tratado de Utrecht. En consecuencia, obtuvo el reino de Nápoles y Sicilia, para su hijo Carlos III, y el Ducado de Parma, para Felipe.
Al morir Felipe V, Isabel abandonó el Palacio del Buen Retiro, con sus hijos; Luis y María Antonia, y se instaló en el del Duque de Osuna, hasta que, en 1747, Fernando VI, su hijastro, ya rey, le ordenó trasladarse al Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, en Segovia, orden que ella obedeció, pero se hizo construir una nueva residencia; el Palacio Real de Riofrío.
Como sabemos, la primera esposa de Fernando VI, la reina, esta sí, clasificable entre las “Anfitrionas”, Bárbara de Braganza, no tuvo hijos, por lo que, al morir el rey, en 1759, subió finalmente el trono, el hijo de Isabel de Parma, el que sería Carlos III, ocasión que su madre aprovechó para volver a la Corte, si bien, para una estancia breve, ya que, a causa de su indomable carácter, discutía continuamente las decisiones de la reina, su nuera, María Amalia de Sajonia, actitud que le valió un nuevo alejamiento de la Corte, en esta ocasión, a Aranjuez.
Isabel de Farnesio murió en 1766, y fue inhumada junto a Felipe V -fallecido veinte años antes-, en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso. Quizá convenga recordar -no sabríamos decir, si en su descargo, o porque ella así lo consideró mejor, de acuerdo con sus intereses-, que tuvo que soportar, y parece que, con sabiduría, a un esposo que se había vuelto completamente loco.
Elisabeth Farnese, de Van Loo c. 1747. - National Trust
Retrato de Felipe V realizado por L.M. van Loo en 1737 (Idealizado y con una armadura anacrónica).
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Isabel de Farnesio, algunas obras de su Colección.
Daniel Seghers. Guirnalda de rosas. Siglo XVII. Museo Nacional del Prado. Madrid.
Miguel Jacinto Meléndez. Isabel de Farnesio como protectora de la Real Biblioteca Pública. 1727. Biblioteca Nacional. Madrid.
Pieter Brueghel el Joven. Paisaje invernal. Hacia 1601. Museo Nacional del Prado. Madrid.
De hecho, la colección de la reina Farnesio, contaba más de 900 pinturas. Aunque probablemente, existiera una relación de las mismas, por ejemplo, en las anotaciones de compras, pero las pinturas reales no se catalogaron hasta después del incendio del Alcázar de Madrid, producido el 24 de diciembre de 1734, que en aquel momento albergaba posiblemente dos mil obras de los mejores artistas de la época; de los cuales, es posible que unas quinientas se perdieran a causa del fuego, pero, a falta de una relación precisa, no es posible estimar con exactitud, ni lo que había, ni lo que se perdió.
Joost Cornelisz Droohstoot. Paisaje invernal con patinadores. 1629. MN Prado. Madrid.
Clara Peeters. Bodegón con pasas. 1611. Museo Nacional del Prado. Madrid.
De hecho, no todas las obras que componían la colección de la reina, habían sido adquiridas, sino que muchas eran regalos y otras, procedían de herencias, como la de su tía, Mariana de Neoburgo –la segunda esposa de Carlos II, el último rey de la Casa de Austria-, fallecida en 1740, que le aportó obras, por ejemplo, de Lucas Jordan.
Entre los artistas preferidos por la reina Farnesio, aparecen, Rubens, Brueghel, Teniers y Van Dyck.
Rubens, Autorretrato, 1623. Royal Coll. UK
Van Dyck Pieter Brueghel the Younger. Frick Coll. NY
David Teniers el Joven, de Philip Fruytiers
Antoon Van Dyck, por Peter Paul Rubens. Louvre.
De hecho, el retrato catalogado como el primero de su colección, es el que sigue; una creación de Van Dyck.
A. van Dyck. Retrato de Amalia de Solms-Braunfels. Entre 1631 y 32. MNP, Madrid
Pero la reina, naturalmente, también admiraba la pintura italiana, y poseía obras de Solimena, Coreggio, Reni o Jordan.
Francesco Solimena, Autorretrato, Capodimonte, Nápoles
Correggio. Biblioteca Nal. de España (BNE)
Guido Reni. Autorretrato, 1635. Uffizi
Luca Giordano, Autorretrato. Pio Monte della Misericordia, Nápoles
Entre los franceses, hemos de citar a artistas de la talla de Poussin, Mignard y Watteau, pero En 1729 la corte se trasladó a Sevilla y su Alcázar se convirtió en residencia de los reyes durante casi cinco años. Allí, Isabel descubrió a Murillo, cuya pintura fascinó a la reina, que le compró varias obras. A la muerte del Cardenal Molina, Presidente del Consejo de Castilla, adquirió La Sagrada Familia del pajarito, que se convirtió en su cuadro preferido y lo llevaba consigo a todas partes.
Bartolomé Esteban Murillo. La sagrada familia del pajarito. Hacia 1650. Museo Nacional del Prado.MNP. Madrid.
Isabel de Farnesio falleció en 1768 dejando en España una gran colección de pinturas, de las cuales, 351, se encuentran en el Museo del Prado, si bien se conservan muchas más en distintas residencias reales, obras, hoy pertenecientes al Patrimonio Nacional.
Bartolomé Esteban Murillo. Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Hacia 1655. MNP.
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El traslado de las obras de arte salvadas del incendio del Alcázar de Madrid, (1734), tampoco respondió a una voluntad previa de enriquecer el Museo, sino que fue consecuencia lógica de la necesidad de albergar las que sobrevivieron al mismo. En todo caso, muchas de las obras que allí se conservaban, no desaparecieron solo a causa del incendio; algunas se encuentran hoy en otros museos por muy diferentes causas.
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La idea de crear un museo de Artes en España, sin duda, surgió durante el reinado de Fernando VI, alrededor de 1757. Por desgracia, al año siguiente, Bárbara de Braganza, reina consorte y principal impulsora del proyecto, falleció y el rey se sumió en una depresión que le llevó a la locura (o a la inversa) hasta su propia muerte, en 1759.
Fernando VI (1713-1759), hijo de Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya. Van Loo. MNP. (Rey 1746 a 1759)
Bárbara de Braganza (1711-1758), hija de Juan V de Portugal y María Ana de Austria. Jean Ranc. MNP (Casados en 1729)
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Bárbara de Braganza era una mujer culta y de buen carácter, “una personalidad encantadora” que dominaba seis idiomas y era gran amante de la música desde la infancia.
Fernando y Bárbara se enamoraron profundamente y vivieron aislados de la Corte durante el reinado de Felipe V por voluntad -como sabemos-, de la madrastra del príncipe, la reina Isabel de Farnesio.
En 1746 Fernando ascendió al trono, por herencia, y su esposa pasó a representar un importante papel en la corte, especialmente como mediadora entre su familia, que era la del rey de Portugal, y su esposo.
Es conocida la protección que brindó al famoso cantor italiano Carlo Broschi, más conocido como “Farinelli”, pues tuvo gran afición a la música, habiendo tenido como maestro de clave al compositor Domenico Scarlatti desde 1721 hasta su muerte. La reina solía interpretar las sonatas, cuya edición le dedicó el músico.
“Farinelli”, de Jacopo Amigoni. Staatgalerie, Stuttgart.
D. Scarlatti, de Domingo Antonio Velasco, Casa dos Patudos, Santarém
Fue también Isabel, la promotora de la construcción del Convento de las Salesas Reales de Madrid. Poco después de su inauguración, en 1757, la reina se trasladó a Aranjuez, donde falleció el 27 de agosto de 1758. Su desaparición hizo empeorar notablemente el estado mental del rey. Sus restos reposan en un mausoleo que Carlos III encargó a Sabatini, en el convento fundado por ella.
Bárbara de Braganza es recordada como una reina moderada en sus costumbres, mecenas y gran amante de las artes, así como por el sincero amor y fidelidad que profesó a su marido el rey, y él a ella, cosa no tan frecuente en tiempos de matrimonios de conveniencia en los que la esposa solía figurar como “prenda” o aval de los tratados.
También fue una notable bibliófila, como demuestra su colección, de la que la BNE conserva el Índice en un manuscrito elaborado por el librero de cámara Juan Gómez en 1749, en el que se reflejan 572 títulos ordenados alfabéticamente. Sus temas son, naturalmente, variados: historia, literatura, geografía, derecho y pensamiento político, si bien los más numerosos son de teología y devoción.
Así pues, de acuerdo con el principio de que Arte y Literatura, son dos grandes apoyos de la Historia, el hecho de que Bárbara de Braganza poseyera una extensa colección de libros, cuyo registro manuscrito se conserva, podemos saber cuáles eran las obras que se consideraban de interés en aquel momento.
Índice de la Librería que tiene la Reyna Nuestra Señora Doña María Bárbara [Manuscrito / hecho por Don Juan Gómez, librero de Cámara del Rey Nuestro Señor], Biblioteca Digital Hispánica, Biblioteca Nacional de España.
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