viernes, 24 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Lo vivido y lo soñado

 

Sábado, 18 de enero
CONTRA LA LIBERTAD

La libertad es el bien más valioso cuando no se tiene. Cuando se tiene, nos damos cuenta de que está sobrevalorada, de que no es más que una pesada carga.

Qué descansada vida la del que, desde que se despierta hasta que se acuesta, tiene programado, no ya al  minuto, al segundo, todo lo que ha de hacer sin necesidad de tomar ninguna decisión.

Yo me he esforzado siempre en acercarme a ese ideal. Una red de minuciosas rutinas me sostiene cada día. Pero no hay día en el que no aparezca algún agujero negro. Todavía –y llevo ya viviendo veintisiete mil treinta y cinco días, si mis cálculos son exactos--  no he conseguido un día igual a otro.

Pero muchos bastante parecidos, algunos casi iguales a los otros, eso sí. Tampoco me puedo quejar.

Domingo, 19 de enero
LOS NEGOCIOS SON LOS NEGOCIOS

Antes de entrar a ver La semilla de la higuera sagrada, la película de Mohammad Rasoulof sobre las revueltas iraníes en contra del velo, leo Identidad nómada de J. M. G. Le Clézio con un creciente sentimiento de bochorno.

¿Cómo se puede publicar una cosa así salvo en vergonzante edición privada? La razón la encuentro en la cubierta (lo único que se salva) debajo del nombre del autor: “Premio Nobel de Literatura”. Ese premio parece un pasaporte para cualquier insignificancia. Ni siquiera Cela, en los tiempos de Marina Castaño, cayó tan bajo.

Los capítulos iniciales sobre su nacimiento en Niza durante la Segunda Guerra Mundial y su posterior traslado a África quizá puedan salvarse, aunque parecen más la transcripción de una entrevista periodística que un texto literario. Y digo quizá porque las pocas anécdotas están trufadas con reflexiones de este estilo: “La guerra no es heroísmo, es la muerte de las personas mayores y los niños. Ellos son las primeras víctimas. Creo que si quisiéramos definir qué es la guerra, yo diría que es un crimen contra los viejos y contra los niños”.

No hay página sin una insignificancia, una obviedad, una nadería: “El hablante que soy tiene una vida más corta que la lengua, La lengua continúa y evoluciona”.

            Le Clézio nació en 1940, tiene diez años más que yo, parece un poco cruel decirle estas cosas a un venerable anciano. Y no se las diría personalmente, por supuesto. Pero la crueldad mayor está en no disuadirle de publicar estas muestras de un talento en ruinas.

Los negocios son los negocios, sin embargo. Este libro no es un libro, no pertenece a la literatura, es solo un producto editorial. De “intenso y refulgente” lo califica Valérie Marin en Le Point, según leo en la contraportada. Deberían incluirse en el código penal semejantes formas de la estafa.

            Lo comento con un amigo al que me encuentro al cruzar el parque de Santullano cuando salgo del cine. “Por lo menos, la película te habrá gustado”, me dice.

---Es un eficaz panfleto contra el régimen iraní, con abundante material documental (esos vídeos verticales grabados con el teléfono), que de pronto se convierte en un cuento de terror con mazmorras, laberintos y padre convertido en ogro que quiere devorar a sus hijas. No he perdido el tiempo, como con el libro “refulgente” de Le Clézio. Espero contar con buenos amigos que, cuando llegue a su edad, me desaconsejen seguir publicando.

---No te preocupes, que no te pasará algo así. Lo que tú escribes no es negocio, a nadie le interesará dar a conocer tus borradores. Y a propósito de negocios creo que ya hay ensayos muy avanzados de utilización de la Inteligencia Artificial para ayudar a los escritores famosos en los años de decadencia. Bien entrenada con sus obras anteriores, la Inteligencia Artificial produce nuevas obras que, si no sorprenden por su originalidad al menos no abochornan como, según tú, esa Identidad nómada de Le Clézio. 

Lunes, 20 de enero
NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

---No te veo muy triste por la vuelta de Trump, Martín. Más bien creo adivinar una sonrisita de satisfacción.

            ---¿La vuelta? Yo creo que nunca se ha ido. De Biden podía olvidarse la prensa algunos días, pero de él no se ha olvidado nunca. A veces daba la impresión de que la administración norteamericana anterior, más que ocuparse de los problemas del mundo, se ocupaba de Trump.

            ---A mí no me engañas. Tú le detestabas como yo y toda la gente decente hasta que llegó la pandemia. Cambiaste de opinión cuando se opuso al uso indiscriminado de mascarillas y a la imposición de las vacunas.

            ---Exacto. Cuando la tontemia que acompañó a la pandemia, cuando nos encerraron en casa y luego nos dejaron salir todos juntos y a la misma hora, cuando nos obligaron a llevar mascarillas incluso al aire libre y en lugares solitarios, cuando me castigaron sin ir al cine (a pesar de que las salas estaban vacías, por el miedo inculcado), aunque no a ir al supermercado (aunque estuviera lleno de gente) por no querer vacunarme, pues dejé de creer en los políticos que nos imponían tales chorradas con el pretexto, no de proteger nuestra salud, sino la de los demás.

            ---Y te pasaste a la presidenta de Madrid y a Trump.

            ---Más bien dejé de pensar que la verdad esté de un solo lado. Durante la tontemia y la pandemia, para qué nos vamos a engañar, estuve más cerca de Vox, que llevó al Tribunal Constitucional algunas de las normas más lesivas contra la salud y la dignidad, que de Pedro Sánchez. Ahora ya he vuelvo a estar con él y hasta con Barbón, a quien llegué a llamar Caligulín cuando lo de los “cierres perimetrales”. Con Trump estoy muy de acuerdo en algunas cosas, como su deseo de acabar cuanto antes con la guerra en Ucrania, una guerra más de defensa de las regiones rusófilas que de invasión.

            ---¡Lo que hace la edad! Parece mentira que sigas leyendo todos los días El País. Qué poco provecho le sacas! Con lo clarito que dice todo lo que hay que pensar. ¡Te has pasado al enemigo!

            ---Pero solo en aquello en que el enemigo tiene razón. Ni un paso más.

Martes, 21 de enero
YO HABRÍA HECHO LO MISMO

Como fugaz presidente del gobierno de Asturias, la labor en que más empeño puso Álvarez-Cascos fue en pisotear el Niemeyer, ese proyecto que tanta ilusión había generado en Avilés, y no solo. A punto estuvo de hundirlo para siempre. Costó que volviera a levantar cabeza, ya convertido en otra cosa de la que soñamos en los buenos tiempos de Natalio Grueso.

            Natalio Grueso, por cierto, anda ahora en busca y captura porque no fue muy estricto con las cuentas y en sus viajes de trabajo, o de vacaciones disfrazadas de trabajo, se llevó con él algún familiar. Le condenaron a largos años de cárcel por un puñado de euros.

Esté donde esté, ahora disfrutará bastante con el juicio a Álvarez-Cascos por pasar a las cuentas del partido que él fundó hasta la compra de un cepillo de dientes o de papel higiénico, además de otros tejemanejes como algún alquiler más o menos ficticio.

            Yo, que fui uno de los que participaron en las guerras a favor del proyecto avilesino cuando Marcos Vallaure, el consejero de Cultura del gobierno de Cascos, se dedicó minuciosamente a patearlo, me alegro ahora de ver a quien fue fichado como salvador de Asturias, al parecer con todos los gastos pagados, en el banquillo.

            Pero de pronto algo me hace simpático a este viejo político en el peor sentido de la palabra. Resulta que, cuando estaba en Asturias primero como dirigente de Foro y luego como presidente del Principado, además de pasar los fines de semana en Madrid, todos los martes y los jueves se desplazaba a la capital, recogía a sus hijos del colegio, les daba de merendar y luego los llevaba con su madre. Iba y venía en el día. Con los kilómetros que recorrió en esos trayectos, podía haber dado cinco vueltas al mundo.

            La verdad es que yo habría hecho lo mismo. Con una pequeña diferencia: me habría pagado, y muy a gusto (¡eran para estar con mis hijos!) esos viajes. También los cafés que tomara por el camino.

Miércoles, 22 de enero
UNA MISMA COSA SON

Con los años aprende uno a saldar cuentas. Hoy le toca el turno a mi pueblo, Aldeanueva del Camino, que no tenía biblioteca cuando yo nací y en el que siempre me sentí un tanto fuera de lugar. No había libros en mi infancia, y yo era un ávido lector casi desde antes saber leer (aprendí solo, por cierto, antes de ir a la escuela), pero había otras cosas, que valían más que el oro, aunque yo tardara en darme cuenta. De algunas de ellas, hablo en el pequeño libro del que hoy me llegan los primeros ejemplares. En él están las coplas que le escuché cantar a Amancio Prada y que no recordaba haber escrito: “Lo vivido y lo soñado / una misma cosa son. / O no son ninguna cosa / si quieres más precisión”.



 

sábado, 18 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Cómo me libré del infierno

 

Sábado, 11 de enero
QUE SIGA EL RECREO

Uno siempre es el último en enterarse de todo lo que más le importa. De lo que significa haber nacido en 1950 y estar en 2025, por ejemplo. Frente a algunas de las cajas del supermercado que suelo frecuentar, hay una columna con espejo. Al ir a pagar, distraído, a veces alzo los ojos y me encuentro con un anciano que me resulta familiar. Qué susto cuando al momento le reconozco: soy yo. Qué diferencia con las amables fotografías en las que siempre busco el mejor perfil y la distancia adecuada. Y qué diferencia con cómo yo me veo, no muy diferente del que era hace veinte, treinta, cuarenta años. A fin de cuentas, sigo llevando la misma vida.

            Pero pronto me olvido del asunto y vuelvo a creerme las piadosas mentiras que ayudan a vivir. Lo que haya de venir, vendrá. Espero que no tenga demasiada prisa y que todavía me deje jugar a ser joven (un joven de entre cuarenta y sesenta años, que es la edad que a mí más me gusta) durante un largo rato. 

Domingo, 12 de enero
LA VERDAD DE LA VIDA
 

No hay instantes sin antes ni después, pero esos son los que más me gustan. Paseo, como cada mañana de domingo, por el Fontán y el Campillín. Luce el más grato sol de invierno, el cielo es de un azul inmaculado, vendedores, compradores, paseantes ociosos parecen figurantes de un musical. Yo soy, claro, el protagonista. De un momento a otro, las notas de la orquesta interrumpirán el silencio y yo me pondré a cantar. Luego tú saldrás de entre la gente, me alargarás el brazo y te pondrás a cantar y a bailar conmigo.

            Se está bien así, sin nada que hacer en la mañana, en la inminencia del milagro. Recuerdo un verso de Cernuda: “La verdad de sus sueños era para él la verdad de la vida”.


Lunes, 13 de enero
CASUALIDADES

Leo con provecho, admiración y congoja un libro del psiquiatra Guillermo Lahera, Las palabras de la bestia hermosa. Nadie está libre de alguna forma de enfermedad mental, pero no todas suponen un descenso al infierno. En mi caso, se han limitado a unas cuantas manías más pintorescas que perjudiciales.

 Un capítulo, sin embargo, “Ainhoa, sangrando por la herida”, dedicado al trauma producido por la violencia terrorista, me lleva a pensar que yo también viví una doble amenaza traumática y que me libré sin ulteriores consecuencias por dos noveleras casualidades.

            El primer hecho traumático no fue la inesperada detención, el traslado esposado a Madrid, el que me apuntaran con una pistola antes de quitarme las esposas cuando paramos en una estación de servicio (“Cuidado con hacer tonterías que aquí se dispara primero y se pregunta después”), los largos días y las infinitas noches incomunicado en una celda de la DGS, las sesiones de interrogatorios, tan intimidantes (yo dije todo lo que sabía –que no era nada-- antes del primer golpe, no soy un héroe). Todo eso fui capaz de soportarlo, y aceptablemente bien, me sostenía la certeza de que se trataba de un error y que, más pronto que tarde, resultaría aclarado. Solo me derrumbé cuando el militar encargado de la investigación me dijo que, aunque él creía en mi inocencia, debía enviarme a prisión porque mi amiga Mariluz Fernández había declarado que yo era quien había puesto la bomba en la cafetería Rolando. El mundo se me vino encima. Me derrumbé. No habría salido de esa sino fuera por un imprevisto regalo del destino. El juez militar tuvo que salir un momento del despacho y entonces oí la voz de un soldado que escribía a máquina en una esquina y en el que ni siquiera me había fijado. Lo he contado muchas veces. “No te preocupes. Yo estaba presente cuando tomaron declaración a tu amiga y ella dijo que tú no tenías nada que ver, que solo te interesaba la literatura. Lloraba mucho por lo que te pudiera pasar”.

            La segunda ocasión para un trauma invalidante tuvo lugar en Carabanchel. Y no fue por el hecho de mandar a la cárcel a quien, por aquellas fechas, ni siquiera había cruzado una calle con el semáforo en rojo, sino porque, saltándose todas las normas penitenciarias, no me enviaron a la galería de los que ingresaban por primera vez o a la de los políticos (que tenían un trato preferente, ya que entre ellos estaban los que pronto podían ocupar puestos de mando), sino a la séptima galería, que entonces era la de los reincidentes, y dentro de ella a la planta de los fuguistas, de los tipos más peligrosos. En aquella galería había mucha pobre gente, de los condenados a entrar y salir de la cárcel desde la adolescencia, pero también asesinos y psicópatas. Y allí estaba yo, un jovencito sin experiencia ninguna ni de la mala vida ni de la vida siquiera. Lo tenía todo para ser una victima. Pero me salvó ETA, quien lo iba a decir. Estas son cosas que no conviene mencionar, pero literalmente así fue. Salí por primera vez al patio y antes de que pudiera llegar hasta mí algún mal tipo para desplumarme, se me acercó un preso que me dijo: “¿Tú eres el de la calle del Correo? Pues camina junto a mí que los de ETA quieren conocerte”. Los presos vascos, en huelga de hambre, estaban en celdas en la primera planta y todos se asomaron a la ventana para verme.

A partir de entonces, todo el mundo me miró con respeto y con cierta lástima, como un condenado a muerte, y quizá de alguna manera lo fui en la mente retorcida de quienes se ocupaban de aquel desdichado asunto pensando menos en hacer justicia que en sacar réditos políticos. Gracias a ese hecho la estancia en prisión, aunque con momentos malos, y muy malos (me tocó vivir en medio de un motín), fue como una película que uno no se cansa nunca de contar y no el trauma que me convertiría para siempre en carne de psiquiatra.

Martes, 14 de enero
DISCULPAS

Casi no hay día en que no disfrute de un rato de felicidad. Suele ser por la mañana, cuando terminado el trabajo del día, cruzo el parque de Santullano para tomar el primer café. Hoy lucía el sol, pero en las zonas en sombra la hierba estaba todavía cubierta de escarcha. No pensar en nada, no esperar nada, simplemente sentirse vivo, uno con el universo. Retraso todo lo que puedo la lectura del periódico porque ya desde la primera página me hace sentirme avergonzado y con ganas de pedir disculpas.

Jueves, 16 de enero
RELOJ DE ARENA

No soy yo de los que acostumbran a volver la vista atrás, pero ayer en la tertulia nos dio por comentar el primer tomo de la revista Reloj de Arena, que comenzó a publicarse allá por 1991, y cuántas sorpresas. En primer lugar, lo poco que ha envejecido. Los colaboradores habituales de entonces siguen siendo nombres fundamentales en la literatura de hoy: Andrés Trapiello, Luis Alberto de Cuenca, Miguel d’Ors, Juan Bonilla, Felipe Benítez Reyes. Y los jóvenes de entonces son ya autores destacados: Lorenzo Oliván, José Luis Piquero, Javier Almuzara.

Pero no es eso –el buen ojo crítico, que se manifiesta en la selección y en las breves “Notas a lápiz”-- lo que más me ha sorprendido, sino las burlas y veras de “El correo del azar”, una sección que incluía cartas de los lectores y en la que casi nunca era apócrifo lo que más lo parecía.

¡Cómo nos reímos con la carta de Marisa Pérez sobre unos recientes encuentros literarios! Participaba, entre otros muchos poetas, Jon Juaristi, quien leyó un poema que fascinó a nuestra corresponsal, su “Sátira primera (a Rufo)”. Así comienza la carta: “Muy señores míos, aunque profesora de literatura me entusiasma la literatura y todo lo que tenga que ver con ella”. Lo que sigue me parece una obra maestra de humor disparatado a propósito de la llamada “poesía de la experiencia”. Ni el prólogo de un tal Rabanera a El sindicato del crimen se le puede comparar.

Pero nadie lee las viejas revistas. Habrá que esperar a que Abelardo Linares se decida a hacer una edición facsímil. En muy otro tono, hay una carta, firmada por Eladio Cueto y titulada “Libros viejos”, que a Xuan Bello le dio por decir que era uno de mis mejores relatos. ¿La escribí yo? Pues no recuerdo, aunque los libros viejos que solicita ese lector (aún no existía Internet) yo también los perdí y me gustaría recuperarlos.

Ahora tengo los años de aquel corresponsal. ¿Me identifico con el futuro que entonces imaginaba? No del todo: “Abro un libro y en seguida dejo de prestar atención a lo que leo para ponerme a soñar con el tiempo en que lo leía por primera vez”, escribe.

Yo todavía sigo leyendo libros por primera vez y no me dejo llevar más que lo justo por la nostalgia de un tiempo mejor.

            Por lo que hemos visto esta tarde en la tertulia, creo que Reloj de Arena ha envejecido bastante bien. Yo tampoco puedo quejarme, al menos por ahora.



 

sábado, 11 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Vaya aventura

 

 

Sábado, 4 de enero
A RESGUARDO

Nada más natural y repetido que la muerte y nada debería sorprendernos menos cuando se trata de personas de cierta edad. Pero siempre la recibimos con el mismo asombro. En el fondo, y contra toda evidencia, tenemos una ciega creencia en la inmortalidad.

Hoy me entero de la muerte de José Luis Mediavilla, el perfecto interlocutor. No había día en que no me lo encontrara por la calle en que no me detuviera para charlar un rato. Algunas veces aparecía por la mesa redonda de Las Salesas con unos folios que quería que yo leyera. Había tratado, más que como psiquiatra como mentor, a buena parte de los poetas asturianos, empezando por Víctor Botas. Le fascinaba la relación entre genio y locura y tenía ideas propias al respecto que desarrollaba en estudios técnicos y en otros más ensayísticos. Yo se las rebatía a menudo, según costumbre. Lo que hay de valor en la poesía de Leopoldo María Panero, poco o mucho, no se debe a sus problemas psiquiátricos, sino todo lo contrario, aunque haber pasado por ellos, y haberlos superado, puede enriquecer el arte de ciertos creadores.

Parecía siempre más joven de lo que era. Tenía trece años más que yo. Si vivo lo que él, aún queda tiempo. La muerte de los que nos preceden en el escalafón es un aviso de la muerte propia, en la que preferimos no pensar. O al menos yo prefiero no pensar. 

Morir es una lata, ya se sabe. Pero muerto no se está tan mal. No se está, simplemente, que es la mejor manera de ponerse a resguardo del dolor y la muerte. 

Domingo, 5 de enero
VERGÜENZA AJENA

Me repito, ya lo sé. ¿Cuántas veces habré escrito aquello de que los periódicos viejos son la mejor manera de viajar en el tiempo? Hoy me encuentro, no con periódicos viejos, sino con el libro del diario ABC dedicado a 1994.

Tiene el acierto de no centrarse en las noticias (eran los tiempos del “váyase, señor González”), sino en las colaboraciones literarias, que en el ABC han abundado siempre más que en cualquier otro diario. El colaborador estrella es –horror de los horrores-- Camilo José Cela, ya por entonces menos un escritor que un infatuado fantoche con Nobel, utilizado por la derecha como destacado ariete en su lucha contra el “felipismo”.

 Aquí está su “Pavana para un doncel tontuelo”, respuesta a un artículo de Antonio Muñoz Molina. Pocas líneas retratan tan bien a quien las escribió, pocas producen tanta vergüenza ajena, a no ser otras escritas también por Cela e incluidas igualmente en esta selección: “El premio Planeta”, articulo dedicado a vanagloriarse de haberlo conseguido.

“Es esta la primera vez que me presentaba a un premio comercial y la verdad es que el éxito no ha podido ser más redondo, puesto que me lo llevé de calle”, escribe sin ruborizarse. Lo que no indica es que para presentarse tuvieron que garantizarle que se lo iban a conceder y por una novela que todavía ni siquiera estaba escrita. O al menos no por él. No sé yo en qué acabaría judicialmente aquella acusación de plagio, pero lo que parece cierto es que le pasaron el original de una novela cualquiera que había sido presentada al premio y que casualmente se ambientaba en Galicia y él se limitó a añadirle las galanuras de su estilo. Él, o según algunos, Mariano Tudela o algún otro de los secretarios que de vez en cuando le echaban una mano en algo más que las labores de documentación.

“En mi vida profesional, y quizá también en la otra, la corriente y moliente, la verdad es que yo hice casi siempre lo que quise”, escribe orgulloso. Hizo siempre lo que quiso y los españolitos de toda clase y condición siempre le jalearon y aplaudieron. A mí, no sé por qué, me recuerda al rey Juan Carlos, otro que se puso al mundo por montera, en la vida pública y en la privada, con la constitución como tapavergüenzas, y a quien todavía queda quien le siga aplaudiendo.

            Con ambición y sin escrúpulos y con algún talento (o una buena herencia, nada menos que todo un reino) se llega muy lejos. Pero no se llegaría sin la colaboración de mucha gente que se tiene por honorable. Aún más vergüenza ajena que las autoloas de Cela por obtener ese Planeta que tantos dolores de cabeza acabaría trayéndole, provoca la “tercera” que le dedica Gimferrer. Se titula “Camilo José Cela, hoy” y glosa los méritos de La cruz de San Andrés, una nueva obra maestra de un escritor siempre joven. La prostitución del talento, la crítica literaria convertida en la voz de su amo, no es ninguna rareza, abunda tanto hoy como hace treinta años. Lo que no sé si alguien se atrevería a escribir hoy es una afirmación tan clasista como que hay un realismo bueno, “el que emplea lo mimético como forma de diálogo con el pasado cultural” y otro malo, “el que es un puro y simple retorno naif a la narrativa tradicional”, practicado por escritores procedentes “de capas sociales de más reciente acceso a la cultura”.

“La educación de un caballero comienza cien años antes de su nacimiento”, afirma un dicho inglés. Gimferrer parece pensar lo mismo respecto de los escritores: “Si tus padres no han ido a la universidad, nunca podrás escribir nada que valga la pena”.

Lunes, 6 de enero
MIENTRAS ESPERO

Mientras espero a unos amigos, me entretengo en reescribir un libro que he traído conmigo. Es de aforismos y como está maquetado a uno por página deja suficiente espacio en blanco para la reescritura.

            “En la mejor poesía habla una lengua ciega que hace ver”, escribe el autor. Y yo: “En la mejor poesía la luz es tanta que a veces nos ciega”.

            El original suele ser de imaginería muy rebuscada: “Al mar que se acerca algo a la tierra le salen pies, que se quieren ir del mar y que el propio mar cercena”. Parece que se refiere a las olas que avanzan en la playa y luego se retiran. Yo me salgo por la tangente: “Al mar le gustaría veranear en la montaña”.

            Cuando llegan mis amigos, José Luis Piquero y Bárbara Grande Gil, ya me ha dado tiempo a reescribir todos los aforismos (no es gran hazaña para un cuarto de hora, solo son cincuenta y cinco). Les leo algunos. “Aprender ante la desnudez a quedar sin argumentos” se convierte en “La desnudez gana mucho cuando la conociste con ropa”.

            ---Estoy muy de acuerdo, dice Piquero.

            ---Deberías enviarle el libro anotado al autor. Seguro que le gustaría mucho, dice Bárbara.

            ---Ni se te ocurra. Tú no conoces a Oliván, Bárbara, seguro que lo tomaría por la tremenda. ¡La que le armó a Martín cuando dijo en una reseña que era un poeta formal!

Martes, 7 de enero
DIONISIA

Dionisia García, que me llamó hace unos días para felicitarme las fiestas, me hace llegar su último libro, Ecos, un diario de 1999. Lo abro al azar y me encuentro con esta anotación: “Descuidar mis afectos, no. Es lo mejor que tengo”.

Solo la vi dos veces, hace años, una cuando fui a leer poemas a Murcia  y otra aquí en Oviedo, en un viaje familiar. Parco en los elogios, no me he ocupado especialmente de sus libros, que me ha ido enviando con puntualidad. Y sin embargo me aprecia y nunca se olvida de llamarme en fechas señaladas. Cumple años (si vivieran Valente y Gil de Biedma tendrían los mismos que ella tiene), pero no descuida ni un instante sus afectos, algunos tan inmerecidos como el que a mí me tiene.

Hablo con Dionisia y pienso que, por muy mal que vayan las cosas en el mundo, nunca estará del todo perdido mientras existan personas como ella.            

Miércoles, 8 de enero
NUEVAS EXPERIENCIAS

Llego tarde a todo, pero voy llegando, que es lo importante. Hasta ahora, siempre que viajaba en autobús con un bebé en su carrito me acompañaban el padre o la madre. Hoy por primera vez he tenido que ocuparme solo. Soy tan torpe que tuvieron que ayudarme a subirlo. Bajar fue más fácil. En una de las curvas en que temí irme para un lado, yo dije “¡Vaya aventura!” y Sofia, que pronto cumplirá tres años, se pasó todo el trayecto repitiendo entre sonrisas: “¡Vaya aventura!”

            Me ocupé de ella durante casi tres horas (acaba de llegar a Asturias y no encuentra plaza en la guardería), hasta que su madre salió del trabajo. Creo que no lo hice del todo mal. Un trabajo agotador, pero reconfortante. Yo no soy solo un abuelo honoris causa, ahora me siento un abuelo de verdad.

            Yo, que era el príncipe que todo lo aprendió en los libros, al final va a resultar que ninguna experiencia humana me va a resultar ajena.

            Incluso estoy pensando en casarme. No puede ser tan malo el matrimonio cuando todos mis amigos se han casado, la mayoría dos veces y algunos hasta tres o cuatro. Y además ahora todo son facilidades a la hora de elegir el género.



           

 

sábado, 4 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Estos son mis poderes

 

Sábado, 28 de diciembre
RECUENTO
 

“Mi vida no sé en qué se ha sostenido”, escribió Garcilaso. Yo si sé en qué se ha sostenido la mía y en qué se sostiene la mía y cuando llegan estas fechas del fin de año me gusta pasar recuento.

            Hace más de cuarenta años que dejé de vivir en Avilés, pero nunca he dejado de vivir en Avilés, vuelvo todos los sábados. Allí tengo una de las vigas maestras que sostienen mi vida, Coral, cuatro años, la más joven de la familia.

Ver crecer a un niño, ayudarle a descubrir el mundo, es una de las experiencia más fascinantes que existen. Hasta que nació Coral, el más joven era Alejandro, que ya tiene veinte años, y que siempre fue el segundo más listo y ocurrente de la familia (nunca digo quién es el primero, por diplomacia, aunque todos saben de sobra en quién estoy pensando). Hoy está en Avilés y yo cumplo con la costumbre de hacerle una foto junto a otra de cuando tenía dos años que está colgada en el salón de la casa de Rivero.

            Junto a la familia, los amigos. Casi todas las semanas, como con lo que va quedando del grupo “Jueves Literario”, aquella tertulia de los ochenta que publicaba una página en La Voz de Avilés y creó el concurso Ana de Valle (el primero en ganarlo, recuerdo ahora, fue un jovencísimo Felipe Benítez Reyes). Víctor Botas y yo participamos desde un cierto distanciamiento irónico.

Ya voy siendo el único superviviente de aquellos tiempos, pero raro es el sábado en que comiendo con José Manuel Gómez Feito, con Deli, con María Eugenia no salen a relucir, y a hacernos compañía en la sobremesa, José Manuel Feito, Marian Suárez y Eugenio Bueno. Nunca se irán del todo.

            A veces como solo y solo sigo haciéndolo en buena compañía. Rivero, Galiana, el parque de Ferrera, el paseo de la ría, “soñadero feliz de mi costumbre”, que diría Unamuno, agradecen mi fidelidad y siempre me reciben con una sonrisa.

Domingo, 29 de diciembre
DÍAS DE CINE

Sigo haciendo recuento de las cosas que sostienen mi vida. A las diez suele terminar mi jornada laboral (nunca escribo más de una hora al día) y los domingos toca paseo por el Fontán. Antes siempre encontraba un libro raro o curioso que hojear mientras tomaba un café. Ahora, con la casa más que llena, compro menos libros, pero curioseo, me fijo en la gente, hago alguna foto. Ya necesito menos libros, hasta creo que podría pasarme algún día sin leer ninguno (nunca ha ocurrido, pero podría ocurrir); ahora estoy más atento a la naturaleza (hago colección de árboles y de sendas) y a la gente.

            Por la tarde, que no me quiten mi hora de lectura en el McDonald’s de Los Prados, y luego el cine. He leído más libros allí que en ninguna biblioteca. Y en ninguna cafetería me tratan mejor. En cuanto me ven acercarme, se ponen a preparar mi café y cuando termino de pagar ya lo tengo listo, sin esperar cola. Hay empleados que llevan años, pero otros van cambiando. No deja de ser un milagro que los nuevos aprendan en seguida a reconocerme y a tratarme como parte de la familia.

            Hace años que me aburre ver películas en el televisor (duran demasiado y en seguida acabo traicionándolas con un libro), así que mi ración de cine se reduce, como cuando era niño, a la sesión dominical en Los Prados. Hoy le ha tocado el turno a Parthenope, de Paolo Sorrentino, que esperaba con ilusión, menos por el director que porque trataba de Nápoles, una de esas ciudades, como Nueva York, de las que uno se enamora antes de conocerlas.

            ¡Qué desilusión! ¡Qué pretencioso bodrio! La mitad de la película es un anuncio de perfumes con chica guapa (y algún chico guapo) haciendo posturitas ante paisajes de tarjeta postal. La otra mitad, fellinianos esperpentos. La estampa del encuentro erótico entre el cardenal que custodia el tesoro de San Genaro y la joven tesinanda (porque la guapa protagonista acabará de catedrática universitaria) parece digna de Aretino y tendría cierta gracia como un corto independiente. En la película es un pegote, como el de la consumación de la boda entre los herederos de dos familias de la camorra ante un selecto grupo de invitados.

            Un horror, ya digo, pero yo me entretengo, no tanto imaginando un guion que deje constancia de la magia de Nápoles (¿una adaptación de las novelas de Elena Ferrante?), sino tratando de arreglar, por encargo del productor ejecutivo, este descosido disparate que le ha presentado Paolo Sorrentino, que se cree un genio y es solo una especie de Almodóvar, en el peor sentido de la palabra. 

Lunes, 30 de diciembre
COMIDA FAMILIAR

Son días de comidas familiares y hoy, imprevista e improvisamente, como con Martín y Yara y mi otra familia. No me he casado, no he tenido hijos, debería ser un triste solitario que se lamenta de la decadencia de la lectura, de las redes sociales y que se aterra ante la llegada de la Inteligencia Artificial. Pero, nacido en la escasez, soy un hombre de recursos y me he las he apañado para tener hijos y nietos al margen del registro civil, con la sola ley del corazón.

            Hijos que acaban hartos de mí –soy un padre sobreprotector y algo controlador--y que no me dejan mimar a los nietos, pero eso ocurre en las mejores familias.

            He admirado en mis brazos a un recién nacido, lo he acompañado en su primer día de escuela, lo he visto entrar en la Universidad, he llorado (sin que nadie me viera) en su boda… Me las he arreglado para tener una familia –también con quien da un disgusto tras otro-- y eso, amigo Garcilaso, sostiene cualquier vida.

Martes, 31 de diciembre
UNA ORACIÓN

Mientras paseo por el Campo de San Francisco, iluminado y bullicioso, dejándome contagiar por la alegría de los otros, a la memoria me viene, como si alguien me la susurrara, una especie de oración que voy dictando al teléfono:

“Para el año que empieza / yo nada pediría / que no me hubiera dado / el año que termina. / Guarda, Dios, para otros / tu bondad infinita, / arregla un poco el mundo, / que bien lo necesita. / A mí me basta el libro / nuevo de cada día, / un vaso de agua clara, / alguna compañía, / el café bien cargado / y caminar sin prisa / por calles bulliciosas / o por sendas perdidas / pensando en esas cosas / que a nadie le diría / (pero les digo a todos, / añadiéndoles rima). / Dame otro año igual, / déjame con mi vida, / atiende, atiende a los que / a gritos solicitan / un poco de tu amor / mientras tú ni los miras”.

Miércoles, 1 de enero
LA VIDA QUE LLEVO
 

Como regalo de fin de año, me llegan los ejemplares de mi edición de los Poemas arábigoandaluces, de Emilio García Gómez, y las primeras pruebas de mi caleidoscopio personal sobre Aldeanueva del Camino, el pueblo en el que nací, con el que no siempre me he llevado bien y con el que ahora me he reconciliado.

No me puedo quejar. Para mí el éxito literario es eso: que en el mismo día te llegue un libro recién publicado y la pruebas de otro mientras ya estés trabajando en el siguiente. Y luego, por la tarde, reunirse con amigos dispersos por el mundo que ni siquiera quieren descansar de la tertulia en este día de fiesta. Para mí, no hay mejor fiesta que jugar a desarmar el complejo reloj de un poema y volver a armarlo y que siga dando la hora o volver del revés una idea tópica. Lo malo es que a menudo me dejo llevar por la vehemencia sin demasiada atención a las reglas de cortesía y algunos se sienten aplastados.

Qué paciencia la de mi buen amigo José Cereijo (que es de los que prefieren equivocarse con las reglas de la gramática que acertar con vilipendio de ella) ante mis intuitivas estocadas casi siempre certeras.

La tertulia de los miércoles y los viernes, las llamadas de Abelardo con vocación de Podcast (siempre le digo que me mande un audio de WhatsApp si no quiere que interrumpa su eruditas disertaciones), los libros que he de comentar en público, donde nunca miento, o en privado, donde lo hago a menudo… La verdad es que la vida que llevo se parece bastante a la que siempre he querido llevar.

Jueves, 2 de enero
PROBLEMAS SIN SOLUCIÓN

Demasiado bonito todo para que pudiera durar. Entre los familiares sobrevenidos, no podía faltar el desvalido y problemático. Se ha vuelto a quedar sin casa, ha tenido otra crisis, ha pasado por urgencias, le han dado una pastilla y le han mandado a la calle. En ella piensa dormir, dice que conoce un buen sitio, me pide una manta para resguardarse del frío. Se niega a quedarse en la habitación que le ofrezco, pero me despierta a las cinco de mañana empapado de lluvia. Y yo hago lo que puedo por ayudar, que no es poco, aunque sirva para poco.