sábado, 14 de diciembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Quién habla de victorias

 

Viernes, 6 de diciembre
CANTO Y CUENTO

Canta Amancio Prada en La Laboral, esa fascinante ciudadela que nunca se acaba de descubrir y que por fin parece haber superado su franquista pecado original. Canta y cuenta. Vestido de negro, solo en el escenario ante la inmensa sala, parece estar susurrando historias para un puñado de amigos reunidos en torno a una hoguera, una noche de invierno, o en la terraza de cualquier bar con unas cervezas o unos vasos de vino. De vez en cuando, entre historias campesinas de su infancia o andanzas por el París del 68, una canción, y siempre enmarcada en precisas palabras. De pronto, en mitad de la actuación, lo más inesperado para mí: “Ahora voy a cantar unos versos de un poeta de Aldeanueva del Camino”.

Últimamente pienso mucho en mi pueblo porque estoy preparando un libro que lleva ese título, Aldeanueva del Camino, y en el que reúno una parte de lo mucho que he escrito sobre él y que, en gran medida, ni siquiera recordaba haberlo escrito.  Por eso me sorprende y a la vez no me sorprende escuchar su nombre, como una continuación de mis pensamientos, donde menos lo esperaba. Continúa Amancio: “Pronto se vino a vivir a Avilés este poeta asturiano. Él dice que estas coplas que voy a cantar, en las que no falta algún toque irónico, son anónimas. A eso aspiramos todos, a escribir versos anónimos, a cantar canciones que son de todos y de nadie, como dice una de estas coplas, y que siguen resonando cuando ya no se recuerden nuestros nombres”.

            Había olvidado esas coplas que él canta con una melodía que se parece mucho a la que yo les habría puesto si supiera componer. Para mí son ya verdaderamente anónimas, y una de ellas (me moriría de vergüenza si alguien me viera) me llena los ojos de lágrimas: “Oyó a su madre cantar / allá en el fondo del sueño / y no quiso despertar”. Otra, la última, me parece una prodigiosa nadería que parece venir del fondo de los siglos y que quizá ya se la escuchó cantar Garcilaso a un campesino cuando paseaba por las orillas del Ambroz, allá en Abadía, huésped del duque de Alba: “Las cosas que más importan / son de todos y de nadie, / la luz del amanecer y esa estrellita en la tarde”. 

Domingo, 8 de diciembre
PERO FUNCIONA

¿Cómo pudieron imaginarse los productores a los que se presentó el proyecto que este cóctel tan disparatado iba a funcionar? El jefe de un cartel mexicano de la droga, casado felizmente y con dos hijos, se siente mujer y contrata a una abogada para le ayude a llevar discretamente los trámites del cambio de sexo.

La película es un musical: todo el mundo, cuando menos se espera, comienza a cantar, hasta los médicos cuando están operando. Y no es una comedia. Y tiene mucho de documental que denuncia el drama de los desaparecidos en el enfrentamiento entre los distintos clanes del narcotráfico, ante la indiferencia, o con la colaboración, de la policía.

            Y sin embargo Emilia Pérez, la película de Jacques Audiard, funciona. Tiene la lógica de los cuentos tradicionales: el ogro Manitas se convierte, por arte de birlibirloque, en la hermosa y poderosa Emilia que trata de remediar el daño que aquel ha provocado, sin renunciar por eso al dinero que aquellas malas artes le han proporcionado.

            No dejo de notar las inverisimilitudes, pero no me molestan, al contrario que en el infatuado Almodóvar. ¿Cómo es posible que ese padre amantísimo, para proteger mejor su cambio de identidad, deje de ver durante cuatro años a sus hijos? “No analices, muchacho, no analices”, me digo con Bartrina. Mejor dejarse llevar por la emoción durante el entierro de Emilia Pérez, una impactante Karla Sofía Gascón. 

Lunes, 9 de diciembre
GRACIAS, GRACIAS

Hojeo las novedades literarias, como casi cada mañana, en la librería Cervantes, y el azar, que me quiere bien, me pone la sonrisa en los labios. Abro El arpa y el viento, de José Luis Rey, un poeta cordobés muy valorado por Pere Gimferrer, a quien dedicó su tesis doctoral, y lo primero que leo es el relato de un viaje a Oviedo. Vino invitado a no sé qué encuentro literario y comienza agradeciéndoselo a sus anfitriones, “poetas que viven al margen de García Martín”. Vaya elogio involuntario. Es como cuando en México se indicaba que un escritor era poco conocido porque “vivía al margen de Octavio Paz”. El bueno de José Luis Rey, fiándose de sus amigos asturianos, me da una importancia que yo no diría que no merezco, pero de la que sin duda carezco.

            Y al lado del libro de Rey está el voluminoso tomo 7 de la Historia de la literatura española, que coordinan Jordi Gracia y Domingo Ródenas y que acaba de ser reeditado. ¿Habrán suprimido la paginita que me dedicaban y que me hizo tanta gracia? No, ahí sigue y se me continúa calificando de chismoso, intrigante, maledicente, impúdico, delator, y cito solo algunas de las flores que me dedican. Mucho deben valorar como escritor a esa prenda para creerte obligado a incluirla en una historia de la literatura española. Ni Quevedo era tan mala persona.

            Benditos detractores los míos, que aún no han aprendido que la mejor venganza contra un autor detestado es silenciar su nombre, como hicieron en El Cultural cuando los dejé. Los romanos sabían bien que la damnatio memoriae es el más cruel de los castigos.

            Gracias, Rey; gracias, Gracia; gracias, Ródenas. Me habéis alegrado el día.

Miércoles, 11 de diciembre
REMIENDOS POÉTICOS

Comentamos en la tertulia un soneto de Francisco Brines, el único que publicó, que sigue el esquema tradicional, pero en el que rima singular con plural: losa, hermosa, rosas, cosas. El texto es el de la primera edición de Ensayo de una despedida, de 1974, un libro que yo comenté en el primer número de Jugar con fuego. José Cereijo, siempre tan atento al detalle, nos dice que en la versión que aparece en Internet no hay ninguna irregularidad en la rima. Busco la edición de 1997 y compruebo que el poema ha sido retocado, y no precisamente para mejor. El verso inicial, “¿Quién yace aquí, debajo de esta losa?”, se convierte en “¿Quién yace aquí debajo de estas losas?”. Y el que concluye el cuarteto, “la humana luz, ni su pasión hermosa”; en “la humana luz ni su pasión, hermosas”.

Harto, sin duda, de que sus amigos le tomaran el pelo (“Hombre, Paco, para un soneto que escribiste ni siquiera fuiste capaz de utilizar adecuadamente la rima”, le diría más de una vez Bousoño), decidió enmendar los desperfectos.

             Pero vaya remiendo más ripioso. El muerto yace debajo de una losa, no de unas losas (salvo que sea el cadáver de un asesinado oculto bajo las losas de un patio). Y luego ese “hermosas” puesto como un piropo al final del verso.

            Habría sido mejor tachar el soneto, que vale poco y que disuena en el conjunto de su poesía.

Estas inseguridades y torpezas me hacen más simpático a Brines, un poeta al que admiré mucho, pero del que luego me distancié –pero no de su obra-- por motivos personales. 

Jueves, 12 de diciembre
MI FRACASO MAYOR

Al psicoanalista le cuenta uno cosas que no se contaría ni a sí mismo. Me tiendo en el diván y no necesita decirme nada para que yo comience con la confesión.

            ---He cortado amarras, he hecho lo que tenía que hacer. Es imposible salvar a quien no quiere ser salvado. Debería haberlo hecho mucho antes, tengo la conciencia tranquila. ¿Por qué, entonces, me siento tan mal? Porque en este asunto, aparte de la piedad peligrosa, de la que hablaba Stefan Zweig, estaba en juego mi vanidad. ¿Cómo yo, tan inteligente, tan perseverante, no voy a ser capaz de enderezar esta vida, de salvarla del abismo? Dediqué a ello tiempo y dinero durante años, pero Doctor Jeckyll y mister Hyde no es un relato fantástico, sino literatura hiperrealista. Aunque sientas amistad y compasión por el bueno de Jeckyll, tienes que romper con él si no quieres que el agresivo e insultante Hyde te lleve por delante. Sus víctimas preferidas son quiénes le muestran algún aprecio. He hecho lo que tenía que hacer y he retirado la mano y le dejo deslizarse hacia el abismo tan temido, tan querido por él, o solo por una parte de él que es la que manda. He hecho lo que cualquiera habría hecho hace bastante tiempo. Pero me siento mal y lo que peor me hace sentir es darme cuenta de que si ayudé tanto o más de lo que nadie haría no fue quizá por bondad, sino por vanidad. ¿Cómo voy a fracasar yo, que soy tan listo, en resolver este problema? Me hace sentir a disgusto conmigo mismo que esa sensación de fracaso sea para mí tan penosa como ver al amigo, ciego por voluntad y por destino, adentrarse en el infierno.

            ---Nadie es tan buena persona ni tan listo como se cree.

            ---Y yo menos que nadie.


 

 

 

sábado, 7 de diciembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Honoris causa

 

Sábado, 30 de noviembre 
DEUDAS

“Cuando se murió, era tan pobre que ni siquiera tenía deudas”, leo en un libro de Chesterton.

            Me temo que de mí no se podrá decir lo mismo: estoy lleno de deudas que no podré pagar jamás, aunque ninguna tiene que ver con el dinero. 

Domingo, 1 de diciembre
DENUESTO Y ELEGÍA

Como mi amigo Abelardo Linares, tengo algo de Quijote de la crítica literaria. A él le ha dado por defender a autores desvalidos, como José Luis Parra, y por arremeter contra molinos de viento como un tal Raúl Zurita, al parecer muy valorado en las universidades del mundo y candidato al Nobel, o Araceli Iravedra, aplicada entomóloga de tendencias poéticas. A mí me gusta rescatar a autores menospreciados por su ideología, como Joaquín de Entrambasaguas, el malo de la película en la erudición de posguerra. Dámaso Alonso le odió siempre porque, según dicen (aunque parece que no es verdad) le birló la cátedra de Literatura, y Entrambasaguas sintió siempre celos del prestigio poético que tenía su rival. A Hijos de la ira, recibido con tanto bombo por los enemigos del régimen, quiso contraponer su libro Voz de este mundo, del que nadie hizo el menor caso y que ha desaparecido en los sumideros del olvido.

Tenía yo ganas de leerlo y hoy, en mi rastreo habitual de los domingos, me lo encuentro en el puesto de Iván. Es un libro amplio, con extensos  poemas escritos en versículos, parece una obra ambiciosa. Pero lo primero que me llama la atención es la dedicatoria: “Para el fino poeta José María Martínez Cachero, con el afecto de su admirador”.

            ¿” Fino poeta” Martínez Cachero? Fue mi profesor de literatura, dirigió mi tesis doctoral, fuimos luego compañeros en la Universidad y, durante algunos años, en el jurado de los premios Príncipe de Asturias. Siempre me pareció un minucioso erudito a la manera decimonónica sin demasiada sensibilidad literaria. “Martínez Fichero” le llamaban algunos maliciosamente.

En 1946 –cuando apareció Voz de este mundo-- tenía veintidós años, había publicado algunos versos en la revista Espadaña y en otros lugares. Luego la lucha feroz por hacerse un sitio en el escalafón universitario ahogó al poeta. ¿Seguiría escribiendo versos como su colega Emilio Alarcos? ¿Estarán esos versos en alguna parte? Quizá me los encuentre un día en el mercadillo del Fontán, como sus libros y sus fichas.

            De sobra sé que los libros que uno tiene en su biblioteca están solo de paso, que cuando uno ya no pueda hacer uso de ellos echarán a volar e irán a parar a las manos de quien los quiera bien. Pero conviene, si son de un nombre conocido, que no vuelen demasiado pronto o que busquen resguardo en una biblioteca pública. Lo contrario indica poco amor por parte de los herederos.

            Quizá soy algo injusto: libros dedicados a mí, y no en pequeña cantidad, andan rodando por las librerías de viejo. Se fueron en montón porque no cabían en casa y son de autores que literariamente aprecio poco. Ya sé que debería arrancar la dedicatoria para evitar odios mortales. O hacer daño a algún buen amigo no demasiado dotado para el verso.

Martínez Cachero conservó toda su vida este libro de su colega Entrambasaguas que le recordaba el tiempo en que él aspiraba a ser poeta. Y tuvo una hija, también profesora de literatura, que heredó su despacho en la universidad y su inmensa biblioteca. Pero no, por lo que parece, su aprecio por los libros. Es mi amiga, así que no diré más.

            Qué diferencia con el caso de Emilio Alarcos, todos los días en candelero gracias a la inagotable energía de Josefina Martínez. En 2022 fue su centenario y en su inacabable celebración participó muy activamente la hija de Martínez Cachero. Este 2024 es su centenario y no parece que nadie se haya acordado de él.

            ¿Se acordará alguien de mí en el 2050? ¿Encontrará alguno de los jóvenes que ahora pasan por la tertulia, y que entonces tendrán mi edad, un libro dedicado a mí y se llenarán, como yo hoy, de melancolía?

            La meta es el olvido, ya lo sabemos, Borges, no hace falta que nos lo repitas, pero a nadie le hace gracia llegar demasiado pronto.

Lunes, 2 de diciembre
GUERRA Y PAZ

Ya antes de que el esclavo Hanno revelara su verdadera identidad ante los emperadores Geta y Caracalla recitando a Virgilio, supe yo que no era quien parecía ser, un bárbaro norteafricano. A poco de comenzar la película, le escucho citar a Tácito (ubi solitudinem faciunt pacem apellant), y poco después a Epicuro, al alentar a sus partidarios para que no teman la muerte: “cuando nosotros estamos, ella no está; cuando ella está, nosotros no estamos”.

            Disfruto con este nuevo Gladiator como con las películas de romanos que veía cuando era niño. Y a la vez recuerdo aquellos tiempos en que trabajosamente traducía en clase el canto VI de la Eneida, el de la visita a la Sibila y el descenso a los infiernos (del que solo recuerdo un verso famoso: ibant oscuri sola sub nocte per umbram), y en que la profesora de latín, mi querida Inés Illán, nos dijo, antes de comenzar una de las interminables huelgas de entonces (primeros años setenta, los amenes del franquismo) que aprovecháramos para leer a Marx y a Freud que eran más importantes que Horacio y que Virgilio.

Le di muchas vueltas a la frase de Tácito (que ahora parece ser el lema de Netanyahu), no era capaz de traducirla adecuadamente. “A la destrucción la llaman paz”, dice Hanno o Lucio Vero en la película.

Hay –entonces y ahora-- quienes no conciben la paz sin el exterminio total del contrario: el mejor palestino es el palestino muerto o exiliado bien lejos de nuestras fronteras.

Si criticar crímenes de guerra o un hipócrita genocidio es ser antisemita, pronto esa palabra, hasta ahora execrable, se convertirá en un timbre de honor.

Martes, 3 de diciembre
COSAS DEL PLANETA

Leo el primer tomo de las memorias de Rafael Borrás, lleno de nombres y de anécdotas no siempre memorables. Una semana antes de que le den el Planeta, visita a Jorge Semprún en París. Autobiografía de Federico Sánchez, que no tiene nada de novela, aunque ganara un premio de novela, lleva la siguiente dedicatoria: “a Rafael Borrás, que inventó este libro, nivola o engendro, y que (tal vez) lo haya escrito por medios hipnóticos”. En la obra se habla de la manifestación del once de septiembre de 1977. “Esas páginas –aclara Borrás--  debió de escribirlas al corregir galeradas, pues el plazo de admisión había finalizado en junio”.

Más preciso sería decir que el libro –quizá un encargo para la colección Espejo de España-- se terminó de escribir después del plazo y hasta es posible que después de la concesión del premio.

¿Un engaño menor? No sería el único. Para hacer dinero, mucho dinero, editando libros hace falta no tener demasiados escrúpulos. Este Rafael Borrás fue el mismo que “estafó” a Andrés Trapiello prometiendo un premio para Las armas y las letras que luego le dieron a otro por cambios en la dirección editorial. Lo cuenta con todo detalle en sus diarios y es un supuesto latrocinio que tardó en perdonarle.

Jueves, 5 de diciembre
EL MEJOR PREMIO

Paso las mañanas estos días haciendo de abuelo. “¿Es Yara, la hermana de Martín?”, me pregunta un amigo que nos encuentra en el parque. “No, es Sofía, su prima, unos meses menor. No tiene plaza en la guardería y yo me ocupo a veces de ella mientras su madre está ocupada”. “Pues vaya trabajo que te ha caído encima”.  “¿Trabajo? Lo considero un premio, el mejor que podría recibir. Es una niña listísima. Aprendo mucho con ella. Una hora a su lado vale más que una semana en cualquier máster”.

Si me dan a escoger entre ser doctor honoris causa, aunque sea por Harvard (¿qué se me habrá perdido a mí en Harvard?), y ser abuelo honoris causa, prefiero con mucho lo segundo.

Pocos trabajos tan gratificantes como acompañar a un niño pequeño en su descubrimiento del mundo. Es como regresar al Paraíso, cuando todo estaba recién creado y había que ir dándole nombre a las cosas.

Tiene también sus inconvenientes, pero esos corren a cargo de los padres. Parecía que para ser abuelo era inevitable pasar por el trabajoso trance de ser padre, pero yo he conseguido evitar ese trámite, ¿cómo no voy a sentirme feliz?  Esa fue siempre mi única ambición.

La fama, la Academia y la mucha venta para quien se las trabaje. No digo, que si por ventura llegasen, me fastidiarían. En absoluto. Si me toca la lotería, pues qué bien, invito a los amigos. Pero molestarme en comprar un billete, va a ser que no. A tanto no llega mi interés.

--Cuidado, Sofía, no corras tanto, no te vayas a caer.




 

.

 

 

viernes, 29 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: De vida y esperanza

 

 

Sábado, 23 de noviembre
FLOTADOR
 

Nado en el mar de los días agarrado al flotador de la costumbre. A veces suelto una mano; en alguna rara ocasión, y por muy poco tiempo, las dos. ¿Aprenderé algún día a bracear libremente y sin andaderas ? No lo creo.

            “Morir es perder la costumbre de vivir”, escribió González-Ruano. Yo me aferro cada vez más, como un niño miedoso, a la tabla de las costumbres que me permiten sobrevivir en un mar que se va volviendo de día en día más tempestuoso.

Domingo, 24 de noviembre
VIAJAR EN EL TIEMPO

Los últimos meses que estuvo al frente de la República, Alcalá-Zamora escribió un diario, desaparecido durante la guerra civil, reaparecido muchos años después, publicado por primera vez en 2011. Yo he tardado algún tiempo más en leerlo, por prejuicios contra el autor y contra el editor, que lo enmarca en una campaña contra la supuesta historia oficial, escrita desde la izquierda, de la Segunda República.

Leer estas páginas es contemplar unos días cruciales de la historia de España desde una óptica privilegiada, la del presidente de la República. Aparecen muchas minucias que el tiempo ha ido borrando. Queda clara su incompatibilidad con los políticos principales de los dos bloques que enfrentaron en las elecciones del 36. Odiaba a Gil Robles no menos que a Azaña; su dimisión o su destitución parecía inevitable, ganara quien ganara.

No hay demasiada objetividad en estas anotaciones que quieren ser imparciales. Refiriéndose a un mitin del 9 de febrero de 1936 en el cine Montecarlo de Madrid, anota que Azaña se “irritó por el público nada literato que le correspondió ayer en los barrios bajos, habiéndole sacado de tino el hecho de haber ocupado la primera fila unos gitanos. La exasperación de sus refinamientos poco democráticos le puso fuera de sí, y al terminar, refiriéndose a este palacio, dijo que entraría a codazos en el sitio donde había entrado dando portazos”.

Pero el disgusto de Azaña parece que tuvo otros motivos, según se deduce de la nota el editor. En sus palabras no hubo una queja hacia el auditorio, sino a las condiciones auditivas del local: “Venimos al mitin a hablar de lo que sepamos y podamos y a escuchar lo que podamos escuchar, dada la mala instalación de los aparatos. Incluso oír es un acto de disciplina y de adhesión. El que no oiga, que tenga la bondad de dispensar y espere para otro día. Es de suponer –estoy seguro--  que el objetivo final que perseguimos con estas concentraciones y con estas demostraciones va a ser mucho más lucido y brillante que estos pequeños accidentes que nos ocurren hoy. Y eso es lo que importa”.

¿Quién le contaría a Alcalá Zamora que Azaña puso mala cara al ver en primera fila a unos gitanos? Si no hemos sido testigos presenciales de lo que se cuenta en un diario conviene indicar cómo nos hemos enterado.

Miércoles, 27 de noviembre
AÚN NO

Una entrada en Facebook de editorial Renacimiento comienza así: “Queridos amigos, hemos recibido la información del propio Enrique Baltanás de que está vivo”. Se repite la anécdota protagonizada por Mark Twain. Tras leer la información de su fallecimiento en un periódico, envió un telegrama al director: “La noticia sobre mi fallecimiento es un poco exagerada”.

La noticia de la muerte de Baltanás había sido dada a conocer por la propia Renacimiento. La habían conocido por Antonio Cáceres, un poeta amigo de Baltanás, y habría ocurrido, al parecer, hacía ya una semana. La editorial publicó una sentida necrológica, como suele ser habitual en estos casos, y los comentarios se llenaron de condolencias. “Todavía sigo vivo”, tuvo que afirmar el presunto fallecido.

            ¿Cuándo se perdió la costumbre de verificar las noticias? Nos llega cualquier rumor y al instante lo echamos al vuelo. Y quienes lo leen o escuchan siguen repicando las campanas de las redes sociales. Nadie se detiene a comprobar si es cierto.

 ¿Y qué amigo es ese que al parecer recibe en sueños la noticia de la muerte de Enrique Baltanás y ni siquiera se preocupa de llamar a la familia? ¿O es que Baltanás vivía solo, sin contacto con nadie?

Yo tuve una buena relación con él hace algunos años. Colaboró con frecuencia en las revistas que yo dirigía, me envió sus libros, era un buen poeta y un excelente estudioso de los Machado. Ideológicamente fue virando, como tantos, de una izquierda moderada a una derecha radical. Eso quizá nos distanció un poco. La última reseña que le dediqué era sobre una reedición de su biografía de Antonio Machado, en la que se acentuaban los toques revisionistas y antirrepublicanos.

            La noticia de la muerte de Baltanás, como la de cualquiera de los que vamos cumpliendo años, es solo un poco apresurada. Y una señal de que ya hemos comenzado a desaparecer.

Hay escritores que mueren estando vivos y otros de los que solo nos enteramos de que seguían vivos cuando nos llega la noticia de su muerte.

Jueves, 28 de noviembre
EL ABRAZO DE VERGARA

“No hablaste de mi poesía, solo de algo que te sabes muy bien, las guerras literarias de los ochenta”, me reprocha Olvido García Valdés en la cena que sigue a su intervención en la cátedra Alarcos.

            Es cierto no hablé, o hablé poco de su poesía, porque sabía que ella lo iba a hacer por extenso en su charla. Y lo hizo muy bien, como es habitual. A mí me interesa mucho más lo que dice de su poesía que los propios poemas, un poco borrosamente intercambiables (aunque esto puede ser solo una impresión mía, que tengo otros gustos).

Hablé de que ese estar los dos sentados en la misma mesa, me recordaba al abrazo de Vergara que puso fin a la primera guerra carlista, allá por 1839.

La guerra poética de los años ochenta y noventa acabó por cansancio de los contendientes y por victoria de ambos bandos. Luis García Montero se coronó virrey del Cervantes y se dedicó a preparar su camino al Nobel. Olvido García Valdés ha recibido todos los galardones habidos y por haber y algún nombramiento oficial. Antonio Gamoneda, antirrealista, guía espiritual de uno de los bandos, afirmó que el realismo es el lenguaje del poder. Y lo dijo mientras era llevado en andas por el presidente del gobierno y el ministro de cultura.

Como al final de la guerra carlista, el botín se repartió entre las primeras espadas mientras los seguidores de la poesía de la experiencia o de la diferencia se repartían las migajas en forma de premio literario más o menos municipal y espeso y publicado por Visor.

No entré en estos detalles en la presentación, por supuesto. Me limité a enumerar nombres y características de la poesía de unos y otros. Yo participé alegremente en los combates. Ahora añoro aquellos buenos tiempos en que un suplemento andaluz, Cuadernos del Sur, y un panfleto multicopiado, La fiera literaria, arremetían contra mí un número sí y otro también.

            “Si no molestas a nadie, no eres nadie”, digo en un momento de la cena. “Pues si es por eso, no te preocupes, que tú todavía sigues molestando a bastante gente”.

 

Viernes, 29 de noviembre
TODO LO CONTRARIO

Un músico, Pablo Moras, presentó ayer el nuevo libro de Javier Almuzara, Esperanza de vida. Aparte de los obligados elogios, dijo cosas muy precisas e inteligentes, pero dos que no lo eran tanto. Son las que yo comento a la salida, según mi estilo de abogado del diablo vocacional.

Tiene la primera que ver con su sugerencia de leer los poemas prescindiendo de la pausa versal. “Sólo así veremos si el poema tiene ritmo”, afirma. Pero sin pausa, que puede coincidir o no con una pausa gramatical, no hay verso. Y el que no coincida permite el recurso del encabalgamiento. Solo los malos lectores de poesía, admirado Pablo Moras (zapatero a tus batutas), leen sin hacer la pausa versal.

La segunda discrepancia se refiere al poema “La cárcel de papel”, que leyó y que me está dedicado. En él se me retrata como era hace treinta años, no como soy: “Has pasado los años, / los días y las páginas / creyendo vanamente que si ahora / no estás tan vivo como los demás / cuando te mueras no estarás tan muerto”. Pablo Moras cree que esos versos elogian la poesía como una manera de vencer a la muerte. No se da cuenta de que califican de vana esa creencia.

No sé yo si cuando me muera estaré tan muerto como los demás, o un poquito menos (a mí no me molestaría estar tan muerto como Manrique o Machado), lo que sí sé es que ya los libros no son una cárcel que me separa del mundo, sino una ventana o una atalaya para observarlo mejor, y que estoy tan vivo como cualquiera, o un poquito más. Vivito y goleando.



viernes, 22 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Porque sí y porque sé

 

Sábado, 16 de noviembre
VIVIR DEL CUENTO

---¡Siempre estás con eso de que te leerán dentro de cien, doscientos o quinientos años, Martín, como si entonces te fuera a importar algo! Debe de ser para compensar lo poco que te leen ahora.

            ---De que me lean poco, no creo que me hayas oído quejarme nunca. A mí me basta con media docena de buenos y fieles lectores conocidos y con otros tantos, o pocos más, desconocidos. Otra cosa son mis editores actuales. A ellos sí que no les hace ninguna gracia que, si yo alguna vez soy un best seller, lo sea dentro de un siglo o dos o tres. La verdad es que si hablo de la posteridad que me espera lo hago en broma. De sobra sé yo lo que me espera. Pero algo hay de verdad en esa broma. Cuando comencé a interesarme por la literatura (no por la lectura, leer leía, si no desde antes de nacer, yo creo que desde poco después), la literatura era Unamuno, era Galdós, era Antonio Machado, era Chejov o Shakespeare. Todos autores muertos. Cierto que también estaba Azorín, que aún vivía cuando me regalaron su novela El escritor, la primera obra suya que leí, pero la literatura, la gran literatura, había sido escrita por gente de otro tiempo para que la leyera yo y encontrara mi lugar en el mundo. Nadie de mi entorno leía (y menos escribía), nadie se imaginaba que escribir fuera un oficio al que uno pudiera dedicarse para ganarse la vida. Por muy absurdo que parezca, sigo siendo fiel a esas primeras impresiones. Tan fiel que nunca he escrito una línea para ganar dinero. Cierto que algún dinero he ganado escribiendo, pero era porque se trataba de lo habitual en ese medio. Y siempre me pareció como una propina que debía devolver a la literatura, contribuyendo a financiar una revista o el libro de algún amigo. Ya sé que estas cosas no debería decirlas, que la de escritor es una profesión como otra cualquiera y que los escritores deben asociarse y defender sus derechos laborales. ¿Una profesión como otra cualquiera?  Bueno, sí, lo es en parte, en la parte que se refiere a la literatura comercial: premios Planeta, sagas de ciencia ficción, crímenes en serie en el valle del Baztán o en California, cosas así. Cuando el dinero que cobra un escritor procede del tanto por ciento de sus derechos de autor, se puede decir que lo ha ganado con su trabajo, como un electricista o un médico. Pero la mayor parte de lo que cobran los escritores literarios (poetas, narradores más o menos experimentales) procede de premios oficiales y subvenciones, es dinero público. Que quizá estaría mejor empleado en otra cosa. Digo “quizás”, que yo de la economía no sé mucho. Pero eso de que la Unión Europea o el gobierno español financien a un poeta para que viva un tiempo en Roma o en Nápoles y escriba un libro de versos (Manuel Vilas o González Iglesias sin ir más lejos), la verdad es que a mí me parece una manera bastante tonta de tirar el dinero de los demás. Y no digo nada de lo de dar una beca a un principiante que de mayor será poeta o simplemente adulto para que escriba un libro de versos, como si la oferta en el género no fuera bastante superior a la demanda. Y sin que nadie compruebe la calidad final del producto. Yo, si quisiera ganarme la vida con la literatura, me atendría a la demanda del mercado. En caso contrario, prefiero subvencionarme yo el tiempo que dedico a ella, que es lo mejor de mi tiempo. Me parece, si no más correcto, al menos más elegante. Pero hay opiniones y no soy ya nadie para llevarle la contraria a los que viven o malviven del cuento cultureta.

Domingo, 17 de noviembre
EDADISMO

---¿Has oído hablar de edadismo, Martín? Ya sabes, la marginación por causa de la edad. Parece que va a prohibirse que nadie te pregunte tu edad para evitar que te rechacen de un trabajo por tener sesenta años en lugar de veinte o treinta. Me temo que, como sigamos así, pronto va a aprobarse una ley por la cual, lo mismo que puede uno escoger el sexo qué prefiere, pueda decidir a su conveniencia los años que tiene.

            ---¡Ojalá que se pudiera hacer algo así, escoger la edad!

            ---¿Y tú cual escogerías?

            ---Yo, como siempre, la que tengo. No me importaría nada seguir teniendo setenta y cuatro años durante los próximos veinte. Luego, a los noventa y cuatro, ya veré si me gusta esa edad o prefiero  otra. Está muy bien lo de evitar la marginación por la edad, pero me temo que no basta con no decirla para que no se note por mucho maquillaje y gimnasio que le echemos 

Miércoles, 20 de noviembre
LO BUENO DE TRUMP

---¡Qué lata tener que presentar un libro! Para mí, ser un triunfador, sería no tener que hacer promoción cuando uno publica. Pero me temo que no me libraría de ello ni aunque fuera un Pérez-Reverte o un López Otín, de quien me cuentan que en la última presentación se pasó cuatro horas firmando. Para mí sería la peor pesadilla.

            ---No te quejes, Martín, que tú solo presentas un libro una vez y lo habitual es presentarlo unas docenas de veces en todo lugar que se ponga a tiro.

            ---Me quejo, pero luego tampoco lo paso mal en las presentaciones. En la de hoy, lo pasé muy bien. Casi todos los que asistieron eran amigos. Allí estaban desde los más antiguos, desde quienes lo son desde los años de estudiante, allá por los sesenta, hasta los que nacieron ya en este siglo. A mí los amigos, si son escritores, me duran poco: hasta que comento uno de sus libros de manera no adecuadamente elogiosa. Y ya se sabe que yo soy algo cicatero en los elogios y muy certero en los reparos.

            ---Titulas el libro No sabe, no contesta, pero tú eres más bien un sabelotodo de esos que no dejan pregunta sin respuesta.

---Quizá por eso me gustó tanto la presentación porque mi periodista favorita, Pilar Rubiera, se dedicó a hacerme preguntas, como en tantas entrevistas para su periódico, pero esta vez de manera oral. Lo malo es que, cuando hablo, tiendo a decir más de lo que debería decir. Por escrito, me controlo más. Nunca escribiría, por ejemplo, que desde 2020 estaba deseando la vuelta de Trump. Es la única posibilidad de que la guerra en Ucrania no acabe convirtiéndose en la guerra de los cien años, cierto. Yo quería que volviera, aunque ese fuera un deseo que ni me atrevía a confesarme a mí mismo, porque una de las razones por las que Trump perdió por la mínima ante Biden fue su razonable actitud ante la pandemia. ¡La de ataques que le cayeron por haberse atrevido a decir que era una especie de gripe y que el contagio se evitaba de la misma manera! Y luego las risas a propósito de frasecitas sacadas de contexto, como la de la lejía. La verdad es que en lo que se refiere a la pandemia y a la tontemia generalizada que provocó, la actitud de Trump coincidía bastante con la mía. En eso y en lo de Ucrania.

---¡Eres un antivacunas, Martín!

---Y creo que la Tierra es plana, no te jode. La de majaderías que he tenido que oír solo por tomar una decisión personal ante una opción que no era obligatoria y la de presiones y chantajes que he tenido que resistir (aquí en Asturias durante un mes nos prohibieron ir al cine a los no vacunados, como a niños desobedientes). Y no sigo hablando de esos años oscuros en los que el remedio fue peor que la enfermedad porque sería el cuento de nunca acabar. A Trump, tenlo por seguro, nunca le elogiaría en público. No quiero que me apedree la buena gente progresista. Pero con su victoria me siento vengado de los que me obligaron a llevar mascarilla cuando paseaba solo por lugares solitarios para respirar aire puro y proteger mi salud (nunca les hice caso, todo hay que decirlo). 

Jueves, 21 de noviembre
LA PRIMERA SONRISA

Como el Cándido de Voltaire, últimamente me dedico a cultivar mi jardín, ajeno en lo posible a los desmanes del mundo, sobre todo a los que escapan a mi voluntad. Claro que yo no tengo jardín, sino una pequeña terraza llena de flores frente a las que desayuno: la primera sonrisa del día.

Mis preferidas son las guineas, blancas y rojas, tan sensibles. De vez en cuando, sin razón ninguna (necesitan mucha agua y yo las riego con regularidad) les da por languidecer y me las encuentro con la cabeza gacha. Unas palabras cariñosas y reviven. A mí me pasa lo mismo.



 

 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: El linchamiento como una de las bellas artes.

 

Sábado, 9 de noviembre
SOLO UNA VEZ

Si yo escribiera un libro titulado Mis encuentros con gente importante, me parece que tendría muy pocas páginas  He admirado a muchos escritores contemporáneos (ahora mi capacidad de admiración se ha reducido un poco), pero nunca he sido un mitómano, nunca he buscado la manera de acercarme a ellos ni se me ha ocurrido, si coincidíamos, pedirles una dedicatoria. Las que tengo, bastantes, fueron siempre ofrecimiento de los autores (y algunos de esos libros, para desdoro mío, andan rodando por las librerías de viejo). Solo una vez pedí una dedicatoria a un escritor admirado, muy admirado, y pocos minutos después arranqué la hoja, la hice pedazos y la arrojé a la papelera.

            De los escritores del 27, a los únicos que conocí personalmente fue a Gerardo Diego y a Dámaso Alonso, y a los dos porque pasaron por Avilés, no porque yo me desplazara para verlos.

Dámaso Alonso vino a dar una conferencia, sobre no recuerdo qué aspecto de la poesía del Siglo de Oro, a la biblioteca Bances Candamo que entonces estaba en el número 3 de la calle Jovellanos (como indica el titulo del poema en que hablo de ella). Yo tenía diecisiete años y había leído no solo su poesía, sino la mayor parte de sus ensayos sobre literatura. Mi preferido era el libro Poesía española (ensayo de métodos y límites estilísticos), en el que había aprendido la música y la magia (y hasta los trucos) de la versificación clásica. El que llevé a la conferencia era otro, Poetas españoles contemporáneos. Al final me acerqué tímidamente para pedirle que me lo firmara. Me recibió con muy malos modos, como un viejo cascarrabias. No es que hubiera una gran cola que pudiera molestarle. Yo era el único que había traído un libro suyo y, casi seguro, el único que ya había leído aquella conferencia que no era más que un refrito de un trabajo previamente publicado, creo recordar que en Ínsula. Me retiraba avergonzado cuando intervino Antonio Ripoll, director de la biblioteca: “Perdone la molestia, pero es nuestro mejor lector”. Y cogió el libro de mis manos y se lo acercó al ilustre director de la Academia de la Lengua. Este sacó un bolígrafo y sin mirarme hizo un garabato en la primera página. Nada más salir de la biblioteca, arranqué yo esa página, la rompí en pedazos y la arrojé a la papelera. No sé si me vio hacerlo, me hubiera gustado que sí.

 A Dámaso Alonso, por supuesto, seguí leyéndolo y admirándolo. Pero me alegro mucho de no haber tenido ocasión de volver a verle.

Domingo, 10 de noviembre
POLVO EN LA SOMBRA

Tras leer lo que cuento hoy sobre mi intervención en el libro de Ángel González Otoños y otras luces, me llama un amigo: “Tengo algo que enseñarte. ¿Tomamos un café esta tarde?”.

Quedamos en mi lugar de lectura habitual antes de ir al cine, el McDonald’s de Los Prados. Sus empleados son los más gentiles que he conocido. Nada más ver que me acerco, ya me preparan mi café con leche, nunca tengo que esperar cola.

            --¿Así que fuiste tú quien eliminaste dos de los poemas de Ángel González de su poesía completa?

            --¿Cómo dices? Yo no he eliminado nada.

            Me enseña la fotocopia de una página de El Comercio, publicada el 15 de septiembre de 2008, que lleva el título de “Dos poemas que Ángel González nunca incluyó en sus libros desvelan su lado más autocrítico”.

            ---Esos poemas, según se indica en el artículo, formaban parte del original de Otoños y otras luces que el poeta entregó a Emilio Alarcos para su revisión. Este no pudo aconsejarle descartarlos puesto que los incluyó en la conferencia sobre él que dio en la universidad de Salamanca con motivo del premio Reina Sofía. Seguro que lo hiciste tú cuando te pasó el libro, tras la muerte de Alarcos, para la revisión final.

            ---¡Nunca me atrevería a sugerirle tal cosa! Me limité, como he contado, a algunos aspectos de la edición. Si hubiera recordado esos poemas, sobre todo “Polvo en la sombra” (el otro me interesa menos), que yo mismo publiqué en Clarín, le habría preguntado por las razones de la eliminación. No creo que los hubiera olvidado. Eran poemas recientes y siempre escribió más bien poco. Quizá no acababa de gustarle el humor macabro que refleja el título de uno de ellos, una variación del “polvo serán, mas polvo enamorado” quevediano. Pero son poemas que no deberían faltar en una edición de su poesía completa.

Miércoles, 13 de noviembre
LEY DE LYNCH

En los Estados Unidos del siglo XIX y comienzos del XX, si una mujer blanca afirmaba haber sufrido abusos sexuales por parte de un hombre negro, de inmediato se formaba una partida de aguerridos defensores de la moralidad dispuestos a colgar de un árbol, después de haberle dado una buena paliza, al primer negro que encontraran. El linchamiento estaba bien visto: era la más rápida y eficaz aplicación de la justicia. Ahora hemos recuperado esa costumbre. Pero la ley de Lynch 2.0 es una poco más civilizada: ya no se cuelga de un árbol, solo se condena a muerte civil, y el agresor no tiene por qué ser negro ni inmigrante, aunque eso siempre ayuda, puede ser blanco y si además ocupa un cargo político, miel sobre hojuelas, para decirlo con una expresión que tiene el mismo sabor tradicional.

            Un amigo me envía una página de Instagram en la que una joven anónima acusa a otro amigo (mío, pero no del que envía la página) de haber abusado sexualmente de ella. No da el nombre, solo las iniciales, pero sí todos los datos necesarios para que cualquiera que le conozca sepa de quién se trata.

¿Es verdadero su testimonio? Pues no lo sé. Verosímil sí parece. Pero las mentiras inventadas con afán de venganza siempre lo son. Solo la verdad puede darse el lujo de ser, o parecer, inverosímil.

            Hemos vuelto a los tiempos de la Inquisición o, por no irnos tan lejos, al Madrid de los primeros meses de la guerra civil o de los primeros años de posguerra, cuando bastaba una denuncia anónima (“no come carne de cerdo”, “es un quintacolumnista”, “votó al Frente Popular”) para la hoguera, el paseo o los largos años de cárcel.

            ¿Quiero esto decir que yo disculpo a quienes tienen relaciones sexuales con otra persona sin su pleno consentimiento? En absoluto. Si no son capaces de seducir a nadie en buena ley, que las tengan consigo mismos, que ahí siempre tendrán asegurado el consentimiento.

            Yo siempre estoy del lado de las víctimas. Pero de todas las víctimas: de las que son objeto del más mínimo abuso (no hablamos ahora de los israelíes asesinados o secuestrados por Hamás ni de los palestinos asesinados o secuestrados, ellos dicen encarcelados, por Israel) y de las que son objeto de difamación o calumnia.

            Denuncia anónima, no; denuncia pública donde corresponda con nombre y apellidos y cargando con las consecuencias si es falsa. Claro que si el acusado es un político, da igual que sea falsa o verdadera. Ya está sentenciado, y sin apelación posible, por la nueva ley de Lynch 2.0. 

Jueves, 14 de noviembre
CERO EN DIPLOMACIA

Fue como uno de esos banquetes de boda que duran tres o cuatro horas y en los que la cortesía obliga a no levantarse de la mesa y a no dejar nada en el plato. Cierto que el menú era de buena calidad, aunque un tanto contundente y con salsas algo repetitivas (el postre compensó un poco).

Habría que hacer un protocolo de las presentaciones, no confundirlas con una serie de ponencias sobre el mismo tema, y limitar la duración, sobre todo si el público está de pie y cautivo (la puerta de escape no estaba al fondo, como es habitual, para poder irse discretamente, sino detrás del presentado y los presentadores).

 Yo miraba a Ana, la hija del autor. “En cuanto ella se canse y salga, yo salgo tras ella”, me decía. Pero aguantó a todos sin rechistar. ¡Y tiene ocho años! Está visto que hasta los niños son más pacientes que yo.

            Se presentaba una biografía de Alejandro Casona y su autor es uno de mis más seguros amigos y una de las mejores personas que conozco, Alfonso López Alfonso, “en el buen sentido de la palabra, bueno”, como decía Machado (yo lo soy en el otro sentido), así que al final puse mi mejor cara y fui a felicitarle por la magnífica presentación y para agradecerle que me mencionara (junto a Antonio Fernández Insuela) como uno de sus maestros (en erudición y gestión del tiempo, ha aprendido más de Insuela que de mí). Pero me temo que no conseguí disimular lo suficiente y le agüé un poco la merecida fiesta.

            “Mal maestro aquel al que no superan sus discípulos”, dijo Eugenio d’Ors. Si eso es cierto, yo soy bastante mal maestro, porque hay dos cosas en las que ningún discípulo me superará nunca: en impaciencia y en impertinencia.



 

sábado, 9 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Sorpresas y lágrimas

 

 

Domingo, 3 de noviembre
OTRA VEZ ÁNGEL

No fue exactamente como encontrarme con el manuscrito perdido de las Rimas, ese que desapareció con el asalto al palacio de González Bravo durante la revolución del 68, pero casi. Un amigo me trae a Los Prados viejos papeles que ha encontrado en casa de sus padres.

            ---¿Tú sabes de quién serán estos poemas?, me dice pasándome una manoseada carpeta que antes de abrirla ya me resulta familiar.

            ---¡Por supuesto! Es el original a máquina del último libro de Ángel González. El siguiente se publicó póstumo.

            ---¿Y cómo ha aparecido en mi casa?

            ---Eso quisiera saber yo. Te cuento una historia que creo que ya he contado más de una vez. Un día, hará de esto más de veinte años, me llamó Josefina Martínez. “Tengo un encargo para ti de parte de Ángel González. Ha terminado un nuevo libro, pero no acaba de decidirse a publicarlo. Antes le pedía siempre la opinión a Emilio, pero Emilio ya no está. Y quería saber si tú estás dispuesto a echarle un vistazo y decirle si vale la pena. Siempre ha sido muy inseguro en todo. Si no fuera por mí, ni siquiera sería académico”. Acepté, por supuesto. Me pasó el original y unos días después apareció Ángel González por la cafetería del Rosal que yo frecuentaba por entonces para que se lo comentara. Por supuesto, yo sabía que no estaba allí para que yo le comentara sus poemas, como si se tratara de un poeta joven, sino para que se los elogiara y le animara a publicarlos. Es lo que hice. Me resultó conmovedora esa inseguridad en alguien rodeado siempre de un coro de admiradores. No le puse ningún reparo, pero me atreví a hacerle una sugerencia: que dividiera el libro en partes y titulara todos los poemas. La primera sección y la última eran fáciles de determinar y titular, “Otoños”, “Otras luces”. Las “Glosas en homenaje a C. R.”, que él dudaba de si incluir en el libro o no (si lo hacía era para aumentar algo las páginas, dijo) constituirían otra sección. Y los poemas de amor, la sección segunda. Como el primero de esos poemas comienza con el verso “Estos poemas los desencadenaste tú”, yo le sugerí el mismo título que propuse para el último poema de esa parte: “La luz a ti debida”, con el doble homenaje a Salinas y Garcilaso.

Esa, y el título de algunos poemas más, fue mi minúscula intervención en Otoños y otras luces. Antes de ver a Ángel González, le conté a Silvia Ugidos que estaba leyendo su último libro, que era quizá el primero en hacerlo. Ella, gran admiradora, me rogó que le pasara una fotocopia. Yo me negué, no estaba autorizado, pero parece que sí lo hice y esa copia es la que acaba de aparecer en tu casa, Marcos, sin que pueda imaginar cómo ha llegado hasta allí. Pero ahora ya tengo constancia documental de mi aportación, basta con comparar este original con el libro impreso. Susana Rivera dice que yo ni siquiera era amigo de Ángel González (y tiene razón, si ser amigo es haber andado de juerga con él hasta las tantas de la madrugada) y la directora de la cátedra que se le dedica no considera interesante lo que yo pueda decir sobre su poesía. Él pensaba otra cosa. Cuando no estaba Alarcos, recurrió a mí, no a su admirado García Montero ni a su querida Susana. Un inmerecido honor que debería quedar entre él y yo, pero que no sé si seré capaz de callar.

Lunes, 4 de noviembre
EL PRADO EN LA CASTELLANA

A mis libros les falta la larga lista de agradecimientos que suele ser habitual, pero eso evita que nadie tenga que cargar con mis lapsus y meteduras de mata. Leo Cultura española en democracia, de Sergio Vila-Sanjuán, un apretado resumen de las principales noticias culturales durante el último medio siglo. Refiriéndose a la inauguración del museo Thyssen-Bornemisza, escribe: “Las colecciones del barón, especialmente las de pintura alemana, impresionismo y pintura norteamericana, completan a la perfección las de impronta real, sobre todo de los Austrias, que el espectador puede hallar en el Prado, al otro lado de la Castellana”.

            Lo raro no es el despiste, sino que ni la editora ni los correctores ni tantos amigos y familiares como le ayudaron en su labor –la lista al final del libro-- tuvieran a bien advertirle de que el Museo del Prado, como su propio nombre indica, está en el Paseo del Prado y no en la Castellana, donde también será difícil encontrar al Thyssen.

            Claro que bueno soy yo para afearle lapsus a nadie. En un libro de 1986, La segunda generación poética de posguerra, escribí Alfred de Musset cuando quería decir Gerard de Nerval. Me di cuenta nada más verlo impreso y desde entonces me avergüenza. Me reconforta un poco el que nadie parece haberse enterado. Quizá sí, y más educados que yo no quisieron mencionarlo.

Miércoles, 6 de noviembre
POR QUÉ ME ALEGRO

---Parece mentira, Martín, que te alegres tanto porque Trump no solo haya ganado las elecciones, sino que lleve camino de arrasar. ¡Pero si ha cometido más delitos que Begoña Gómez y el fiscal general español juntos y casi tan graves! No sé por qué se alegra un hombre de izquierdas como tú. ¿Solo porque ha prometido acabar de un plumazo con la guerra en Ucrania que lleva camino de ser otra guerra de los cien años? ¿Solo por eso?

            ---No solo. También están las masacres de Gaza y Líbano.

            ---¡Pero si ha declarado una y otra vez que es el mayor amigo de Israel!

            ---También lo soy yo. Veremos cómo se las arregla para sacar a Israel del pozo en que los extremistas de uno y otro lado le han metido. Pero lo que es seguro es de que no volverán a repetirse escenas tan vergonzosas como la que ha llegado a mí por fuentes muy fiables (un hacker que tiene acceso a la Casa Blanca). Como pronuncio muy mal el inglés, te leo traducido el pasaje principal de la conversación. “BIDEN (con voz apenas audible): Netanyahu, cariño, a ver si me dejas de matar civiles y empiezas a cumplir un poquito las leyes internacionales, que te me estás convirtiendo en un líder terrorista más letal que los de Hamas y Ezbolá, aunque con más razones que ellos, por supuesto, que no es lo mismo defender a tu pueblo, si este está formado por los pobretones palestinos, que a los ciudadanos de Israel, faltaría más. Pero, por favor, deja de matar civiles un poquito. NETANYAHU (a gritos): ¡Dejaré de hacerlo cuando me dé la gana! BIDEN (alzando algo la voz, tratando de mostrarse enérgico). ¡Pero ni un minuto más tarde, eh! ¡Ni un minuto más tarde!”

Jueves, 7 de noviembre
BUENOS LECTORES

Entre los viejos papeles que un amigo me pasa aparece, junto al mecanoscrito del libro de Ángel González, el de uno mío, El pasajero. Lleva la fecha de 1991 y está lleno de anotaciones a lápiz de quien sería su editor, Andrés Trapiello. Me sorprende su atenta lectura, que había olvidado, y me sorprende aún más que en bastantes ocasiones le hice caso. Al poema “Al releer versos de adolescencia” le tacha dos versos y le añade la siguiente indicación: “Prueba a eliminar estos versos. No pasan de ser declaración de intenciones. Empieza el poema –Tsvietáieva contra Brodsky-- por lo más alto. El poema es espléndido”. No sé yo si el poema es espléndido, pero gana mucho eliminando lo que no es más que inútil literatura.

            Bastantes años después, otro editor y poeta, Abelardo Linares, leyó atentamente el original de Casual, mi último libro, y lo acribilló a punzantes comentarios. Pero esta vez no hice caso de ninguno. Parece que nos volvemos menos inteligentes con la edad.

Viernes, 8 de noviembre
YO NO TE OLVIDO

Un amigo al que le gustan esas cosas ha contado las menciones a Trump que aparecieron durante el último año en El País: exactamente mil trece, más que las de Biden y Kamala juntos, y todas negativas. Afortunadamente para él, ese periódico se lee poco en Estados Unidos. Ahora, tras el nefasto resultado (¡un triunfo de la desinformación!, claman), no para de enumerar las desgracias que se le avecinan al entero universo. Creen combatir a Trump y solo siguen ayudando a su triunfo. Por poco que acierte, aparecerá como gran estadista por contraste con los vaticinios.

            Mientras la sangre no llegue al río, la política entretiene. Pero la sangre sigue llegando al río. Y no hay trifulca que tape el dolor de Valencia. En la otra catástrofe, la del 57, participé en un acto para recaudar fondos. Tenía siete años, se organizó en las escuelas de Aldeanueva del Camino, donde yo aún vivía y fue la primera vez que recité en público. El poema se titulaba “A Valencia”, venía en la Enciclopedia Álvarez, su autor era Pérez Escrich, y yo aún lo recuerdo: “Entre naranjos y limoneros, / crecen fecundos tus arrozales / y son alfombra de tus senderos / las madreselvas y los rosales. / Patria adorada, yo no olvido / y hoy que el invierno mi frente inclina / recuerdo siempre donde he nacido / como recuerda la golondrina / su amante nido”.