viernes, 29 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: De vida y esperanza

 

 

Sábado, 23 de noviembre
FLOTADOR
 

Nado en el mar de los días agarrado al flotador de la costumbre. A veces suelto una mano; en alguna rara ocasión, y por muy poco tiempo, las dos. ¿Aprenderé algún día a bracear libremente y sin andaderas ? No lo creo.

            “Morir es perder la costumbre de vivir”, escribió González-Ruano. Yo me aferro cada vez más, como un niño miedoso, a la tabla de las costumbres que me permiten sobrevivir en un mar que se va volviendo de día en día más tempestuoso.

Domingo, 24 de noviembre
VIAJAR EN EL TIEMPO

Los últimos meses que estuvo al frente de la República, Alcalá-Zamora escribió un diario, desaparecido durante la guerra civil, reaparecido muchos años después, publicado por primera vez en 2011. Yo he tardado algún tiempo más en leerlo, por prejuicios contra el autor y contra el editor, que lo enmarca en una campaña contra la supuesta historia oficial, escrita desde la izquierda, de la Segunda República.

Leer estas páginas es contemplar unos días cruciales de la historia de España desde una óptica privilegiada, la del presidente de la República. Aparecen muchas minucias que el tiempo ha ido borrando. Queda clara su incompatibilidad con los políticos principales de los dos bloques que enfrentaron en las elecciones del 36. Odiaba a Gil Robles no menos que a Azaña; su dimisión o su destitución parecía inevitable, ganara quien ganara.

No hay demasiada objetividad en estas anotaciones que quieren ser imparciales. Refiriéndose a un mitin del 9 de febrero de 1936 en el cine Montecarlo de Madrid, anota que Azaña se “irritó por el público nada literato que le correspondió ayer en los barrios bajos, habiéndole sacado de tino el hecho de haber ocupado la primera fila unos gitanos. La exasperación de sus refinamientos poco democráticos le puso fuera de sí, y al terminar, refiriéndose a este palacio, dijo que entraría a codazos en el sitio donde había entrado dando portazos”.

Pero el disgusto de Azaña parece que tuvo otros motivos, según se deduce de la nota el editor. En sus palabras no hubo una queja hacia el auditorio, sino a las condiciones auditivas del local: “Venimos al mitin a hablar de lo que sepamos y podamos y a escuchar lo que podamos escuchar, dada la mala instalación de los aparatos. Incluso oír es un acto de disciplina y de adhesión. El que no oiga, que tenga la bondad de dispensar y espere para otro día. Es de suponer –estoy seguro--  que el objetivo final que perseguimos con estas concentraciones y con estas demostraciones va a ser mucho más lucido y brillante que estos pequeños accidentes que nos ocurren hoy. Y eso es lo que importa”.

¿Quién le contaría a Alcalá Zamora que Azaña puso mala cara al ver en primera fila a unos gitanos? Si no hemos sido testigos presenciales de lo que se cuenta en un diario conviene indicar cómo nos hemos enterado.

Miércoles, 27 de noviembre
AÚN NO

Una entrada en Facebook de editorial Renacimiento comienza así: “Queridos amigos, hemos recibido la información del propio Enrique Baltanás de que está vivo”. Se repite la anécdota protagonizada por Mark Twain. Tras leer la información de su fallecimiento en un periódico, envió un telegrama al director: “La noticia sobre mi fallecimiento es un poco exagerada”.

La noticia de la muerte de Baltanás había sido dada a conocer por la propia Renacimiento. La habían conocido por Antonio Cáceres, un poeta amigo de Baltanás, y habría ocurrido, al parecer, hacía ya una semana. La editorial publicó una sentida necrológica, como suele ser habitual en estos casos, y los comentarios se llenaron de condolencias. “Todavía sigo vivo”, tuvo que afirmar el presunto fallecido.

            ¿Cuándo se perdió la costumbre de verificar las noticias? Nos llega cualquier rumor y al instante lo echamos al vuelo. Y quienes lo leen o escuchan siguen repicando las campanas de las redes sociales. Nadie se detiene a comprobar si es cierto.

 ¿Y qué amigo es ese que al parecer recibe en sueños la noticia de la muerte de Enrique Baltanás y ni siquiera se preocupa de llamar a la familia? ¿O es que Baltanás vivía solo, sin contacto con nadie?

Yo tuve una buena relación con él hace algunos años. Colaboró con frecuencia en las revistas que yo dirigía, me envió sus libros, era un buen poeta y un excelente estudioso de los Machado. Ideológicamente fue virando, como tantos, de una izquierda moderada a una derecha radical. Eso quizá nos distanció un poco. La última reseña que le dediqué era sobre una reedición de su biografía de Antonio Machado, en la que se acentuaban los toques revisionistas y antirrepublicanos.

            La noticia de la muerte de Baltanás, como la de cualquiera de los que vamos cumpliendo años, es solo un poco apresurada. Y una señal de que ya hemos comenzado a desaparecer.

Hay escritores que mueren estando vivos y otros de los que solo nos enteramos de que seguían vivos cuando nos llega la noticia de su muerte.

Jueves, 28 de noviembre
EL ABRAZO DE VERGARA

“No hablaste de mi poesía, solo de algo que te sabes muy bien, las guerras literarias de los ochenta”, me reprocha Olvido García Valdés en la cena que sigue a su intervención en la cátedra Alarcos.

            Es cierto no hablé, o hablé poco de su poesía, porque sabía que ella lo iba a hacer por extenso en su charla. Y lo hizo muy bien, como es habitual. A mí me interesa mucho más lo que dice de su poesía que los propios poemas, un poco borrosamente intercambiables (aunque esto puede ser solo una impresión mía, que tengo otros gustos).

Hablé de que ese estar los dos sentados en la misma mesa, me recordaba al abrazo de Vergara que puso fin a la primera guerra carlista, allá por 1839.

La guerra poética de los años ochenta y noventa acabó por cansancio de los contendientes y por victoria de ambos bandos. Luis García Montero se coronó virrey del Cervantes y se dedicó a preparar su camino al Nobel. Olvido García Valdés ha recibido todos los galardones habidos y por haber y algún nombramiento oficial. Antonio Gamoneda, antirrealista, guía espiritual de uno de los bandos, afirmó que el realismo es el lenguaje del poder. Y lo dijo mientras era llevado en andas por el presidente del gobierno y el ministro de cultura.

Como al final de la guerra carlista, el botín se repartió entre las primeras espadas mientras los seguidores de la poesía de la experiencia o de la diferencia se repartían las migajas en forma de premio literario más o menos municipal y espeso y publicado por Visor.

No entré en estos detalles en la presentación, por supuesto. Me limité a enumerar nombres y características de la poesía de unos y otros. Yo participé alegremente en los combates. Ahora añoro aquellos buenos tiempos en que un suplemento andaluz, Cuadernos del Sur, y un panfleto multicopiado, La fiera literaria, arremetían contra mí un número sí y otro también.

            “Si no molestas a nadie, no eres nadie”, digo en un momento de la cena. “Pues si es por eso, no te preocupes, que tú todavía sigues molestando a bastante gente”.

 

Viernes, 29 de noviembre
TODO LO CONTRARIO

Un músico, Pablo Moras, presentó ayer el nuevo libro de Javier Almuzara, Esperanza de vida. Aparte de los obligados elogios, dijo cosas muy precisas e inteligentes, pero dos que no lo eran tanto. Son las que yo comento a la salida, según mi estilo de abogado del diablo vocacional.

Tiene la primera que ver con su sugerencia de leer los poemas prescindiendo de la pausa versal. “Sólo así veremos si el poema tiene ritmo”, afirma. Pero sin pausa, que puede coincidir o no con una pausa gramatical, no hay verso. Y el que no coincida permite el recurso del encabalgamiento. Solo los malos lectores de poesía, admirado Pablo Moras (zapatero a tus batutas), leen sin hacer la pausa versal.

La segunda discrepancia se refiere al poema “La cárcel de papel”, que leyó y que me está dedicado. En él se me retrata como era hace treinta años, no como soy: “Has pasado los años, / los días y las páginas / creyendo vanamente que si ahora / no estás tan vivo como los demás / cuando te mueras no estarás tan muerto”. Pablo Moras cree que esos versos elogian la poesía como una manera de vencer a la muerte. No se da cuenta de que califican de vana esa creencia.

No sé yo si cuando me muera estaré tan muerto como los demás, o un poquito menos (a mí no me molestaría estar tan muerto como Manrique o Machado), lo que sí sé es que ya los libros no son una cárcel que me separa del mundo, sino una ventana o una atalaya para observarlo mejor, y que estoy tan vivo como cualquiera, o un poquito más. Vivito y goleando.



viernes, 22 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Porque sí y porque sé

 

Sábado, 16 de noviembre
VIVIR DEL CUENTO

---¡Siempre estás con eso de que te leerán dentro de cien, doscientos o quinientos años, Martín, como si entonces te fuera a importar algo! Debe de ser para compensar lo poco que te leen ahora.

            ---De que me lean poco, no creo que me hayas oído quejarme nunca. A mí me basta con media docena de buenos y fieles lectores conocidos y con otros tantos, o pocos más, desconocidos. Otra cosa son mis editores actuales. A ellos sí que no les hace ninguna gracia que, si yo alguna vez soy un best seller, lo sea dentro de un siglo o dos o tres. La verdad es que si hablo de la posteridad que me espera lo hago en broma. De sobra sé yo lo que me espera. Pero algo hay de verdad en esa broma. Cuando comencé a interesarme por la literatura (no por la lectura, leer leía, si no desde antes de nacer, yo creo que desde poco después), la literatura era Unamuno, era Galdós, era Antonio Machado, era Chejov o Shakespeare. Todos autores muertos. Cierto que también estaba Azorín, que aún vivía cuando me regalaron su novela El escritor, la primera obra suya que leí, pero la literatura, la gran literatura, había sido escrita por gente de otro tiempo para que la leyera yo y encontrara mi lugar en el mundo. Nadie de mi entorno leía (y menos escribía), nadie se imaginaba que escribir fuera un oficio al que uno pudiera dedicarse para ganarse la vida. Por muy absurdo que parezca, sigo siendo fiel a esas primeras impresiones. Tan fiel que nunca he escrito una línea para ganar dinero. Cierto que algún dinero he ganado escribiendo, pero era porque se trataba de lo habitual en ese medio. Y siempre me pareció como una propina que debía devolver a la literatura, contribuyendo a financiar una revista o el libro de algún amigo. Ya sé que estas cosas no debería decirlas, que la de escritor es una profesión como otra cualquiera y que los escritores deben asociarse y defender sus derechos laborales. ¿Una profesión como otra cualquiera?  Bueno, sí, lo es en parte, en la parte que se refiere a la literatura comercial: premios Planeta, sagas de ciencia ficción, crímenes en serie en el valle del Baztán o en California, cosas así. Cuando el dinero que cobra un escritor procede del tanto por ciento de sus derechos de autor, se puede decir que lo ha ganado con su trabajo, como un electricista o un médico. Pero la mayor parte de lo que cobran los escritores literarios (poetas, narradores más o menos experimentales) procede de premios oficiales y subvenciones, es dinero público. Que quizá estaría mejor empleado en otra cosa. Digo “quizás”, que yo de la economía no sé mucho. Pero eso de que la Unión Europea o el gobierno español financien a un poeta para que viva un tiempo en Roma o en Nápoles y escriba un libro de versos (Manuel Vilas o González Iglesias sin ir más lejos), la verdad es que a mí me parece una manera bastante tonta de tirar el dinero de los demás. Y no digo nada de lo de dar una beca a un principiante que de mayor será poeta o simplemente adulto para que escriba un libro de versos, como si la oferta en el género no fuera bastante superior a la demanda. Y sin que nadie compruebe la calidad final del producto. Yo, si quisiera ganarme la vida con la literatura, me atendría a la demanda del mercado. En caso contrario, prefiero subvencionarme yo el tiempo que dedico a ella, que es lo mejor de mi tiempo. Me parece, si no más correcto, al menos más elegante. Pero hay opiniones y no soy ya nadie para llevarle la contraria a los que viven o malviven del cuento cultureta.

Domingo, 17 de noviembre
EDADISMO

---¿Has oído hablar de edadismo, Martín? Ya sabes, la marginación por causa de la edad. Parece que va a prohibirse que nadie te pregunte tu edad para evitar que te rechacen de un trabajo por tener sesenta años en lugar de veinte o treinta. Me temo que, como sigamos así, pronto va a aprobarse una ley por la cual, lo mismo que puede uno escoger el sexo qué prefiere, pueda decidir a su conveniencia los años que tiene.

            ---¡Ojalá que se pudiera hacer algo así, escoger la edad!

            ---¿Y tú cual escogerías?

            ---Yo, como siempre, la que tengo. No me importaría nada seguir teniendo setenta y cuatro años durante los próximos veinte. Luego, a los noventa y cuatro, ya veré si me gusta esa edad o prefiero  otra. Está muy bien lo de evitar la marginación por la edad, pero me temo que no basta con no decirla para que no se note por mucho maquillaje y gimnasio que le echemos 

Miércoles, 20 de noviembre
LO BUENO DE TRUMP

---¡Qué lata tener que presentar un libro! Para mí, ser un triunfador, sería no tener que hacer promoción cuando uno publica. Pero me temo que no me libraría de ello ni aunque fuera un Pérez-Reverte o un López Otín, de quien me cuentan que en la última presentación se pasó cuatro horas firmando. Para mí sería la peor pesadilla.

            ---No te quejes, Martín, que tú solo presentas un libro una vez y lo habitual es presentarlo unas docenas de veces en todo lugar que se ponga a tiro.

            ---Me quejo, pero luego tampoco lo paso mal en las presentaciones. En la de hoy, lo pasé muy bien. Casi todos los que asistieron eran amigos. Allí estaban desde los más antiguos, desde quienes lo son desde los años de estudiante, allá por los sesenta, hasta los que nacieron ya en este siglo. A mí los amigos, si son escritores, me duran poco: hasta que comento uno de sus libros de manera no adecuadamente elogiosa. Y ya se sabe que yo soy algo cicatero en los elogios y muy certero en los reparos.

            ---Titulas el libro No sabe, no contesta, pero tú eres más bien un sabelotodo de esos que no dejan pregunta sin respuesta.

---Quizá por eso me gustó tanto la presentación porque mi periodista favorita, Pilar Rubiera, se dedicó a hacerme preguntas, como en tantas entrevistas para su periódico, pero esta vez de manera oral. Lo malo es que, cuando hablo, tiendo a decir más de lo que debería decir. Por escrito, me controlo más. Nunca escribiría, por ejemplo, que desde 2020 estaba deseando la vuelta de Trump. Es la única posibilidad de que la guerra en Ucrania no acabe convirtiéndose en la guerra de los cien años, cierto. Yo quería que volviera, aunque ese fuera un deseo que ni me atrevía a confesarme a mí mismo, porque una de las razones por las que Trump perdió por la mínima ante Biden fue su razonable actitud ante la pandemia. ¡La de ataques que le cayeron por haberse atrevido a decir que era una especie de gripe y que el contagio se evitaba de la misma manera! Y luego las risas a propósito de frasecitas sacadas de contexto, como la de la lejía. La verdad es que en lo que se refiere a la pandemia y a la tontemia generalizada que provocó, la actitud de Trump coincidía bastante con la mía. En eso y en lo de Ucrania.

---¡Eres un antivacunas, Martín!

---Y creo que la Tierra es plana, no te jode. La de majaderías que he tenido que oír solo por tomar una decisión personal ante una opción que no era obligatoria y la de presiones y chantajes que he tenido que resistir (aquí en Asturias durante un mes nos prohibieron ir al cine a los no vacunados, como a niños desobedientes). Y no sigo hablando de esos años oscuros en los que el remedio fue peor que la enfermedad porque sería el cuento de nunca acabar. A Trump, tenlo por seguro, nunca le elogiaría en público. No quiero que me apedree la buena gente progresista. Pero con su victoria me siento vengado de los que me obligaron a llevar mascarilla cuando paseaba solo por lugares solitarios para respirar aire puro y proteger mi salud (nunca les hice caso, todo hay que decirlo). 

Jueves, 21 de noviembre
LA PRIMERA SONRISA

Como el Cándido de Voltaire, últimamente me dedico a cultivar mi jardín, ajeno en lo posible a los desmanes del mundo, sobre todo a los que escapan a mi voluntad. Claro que yo no tengo jardín, sino una pequeña terraza llena de flores frente a las que desayuno: la primera sonrisa del día.

Mis preferidas son las guineas, blancas y rojas, tan sensibles. De vez en cuando, sin razón ninguna (necesitan mucha agua y yo las riego con regularidad) les da por languidecer y me las encuentro con la cabeza gacha. Unas palabras cariñosas y reviven. A mí me pasa lo mismo.



 

 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: El linchamiento como una de las bellas artes.

 

Sábado, 9 de noviembre
SOLO UNA VEZ

Si yo escribiera un libro titulado Mis encuentros con gente importante, me parece que tendría muy pocas páginas  He admirado a muchos escritores contemporáneos (ahora mi capacidad de admiración se ha reducido un poco), pero nunca he sido un mitómano, nunca he buscado la manera de acercarme a ellos ni se me ha ocurrido, si coincidíamos, pedirles una dedicatoria. Las que tengo, bastantes, fueron siempre ofrecimiento de los autores (y algunos de esos libros, para desdoro mío, andan rodando por las librerías de viejo). Solo una vez pedí una dedicatoria a un escritor admirado, muy admirado, y pocos minutos después arranqué la hoja, la hice pedazos y la arrojé a la papelera.

            De los escritores del 27, a los únicos que conocí personalmente fue a Gerardo Diego y a Dámaso Alonso, y a los dos porque pasaron por Avilés, no porque yo me desplazara para verlos.

Dámaso Alonso vino a dar una conferencia, sobre no recuerdo qué aspecto de la poesía del Siglo de Oro, a la biblioteca Bances Candamo que entonces estaba en el número 3 de la calle Jovellanos (como indica el titulo del poema en que hablo de ella). Yo tenía diecisiete años y había leído no solo su poesía, sino la mayor parte de sus ensayos sobre literatura. Mi preferido era el libro Poesía española (ensayo de métodos y límites estilísticos), en el que había aprendido la música y la magia (y hasta los trucos) de la versificación clásica. El que llevé a la conferencia era otro, Poetas españoles contemporáneos. Al final me acerqué tímidamente para pedirle que me lo firmara. Me recibió con muy malos modos, como un viejo cascarrabias. No es que hubiera una gran cola que pudiera molestarle. Yo era el único que había traído un libro suyo y, casi seguro, el único que ya había leído aquella conferencia que no era más que un refrito de un trabajo previamente publicado, creo recordar que en Ínsula. Me retiraba avergonzado cuando intervino Antonio Ripoll, director de la biblioteca: “Perdone la molestia, pero es nuestro mejor lector”. Y cogió el libro de mis manos y se lo acercó al ilustre director de la Academia de la Lengua. Este sacó un bolígrafo y sin mirarme hizo un garabato en la primera página. Nada más salir de la biblioteca, arranqué yo esa página, la rompí en pedazos y la arrojé a la papelera. No sé si me vio hacerlo, me hubiera gustado que sí.

 A Dámaso Alonso, por supuesto, seguí leyéndolo y admirándolo. Pero me alegro mucho de no haber tenido ocasión de volver a verle.

Domingo, 10 de noviembre
POLVO EN LA SOMBRA

Tras leer lo que cuento hoy sobre mi intervención en el libro de Ángel González Otoños y otras luces, me llama un amigo: “Tengo algo que enseñarte. ¿Tomamos un café esta tarde?”.

Quedamos en mi lugar de lectura habitual antes de ir al cine, el McDonald’s de Los Prados. Sus empleados son los más gentiles que he conocido. Nada más ver que me acerco, ya me preparan mi café con leche, nunca tengo que esperar cola.

            --¿Así que fuiste tú quien eliminaste dos de los poemas de Ángel González de su poesía completa?

            --¿Cómo dices? Yo no he eliminado nada.

            Me enseña la fotocopia de una página de El Comercio, publicada el 15 de septiembre de 2008, que lleva el título de “Dos poemas que Ángel González nunca incluyó en sus libros desvelan su lado más autocrítico”.

            ---Esos poemas, según se indica en el artículo, formaban parte del original de Otoños y otras luces que el poeta entregó a Emilio Alarcos para su revisión. Este no pudo aconsejarle descartarlos puesto que los incluyó en la conferencia sobre él que dio en la universidad de Salamanca con motivo del premio Reina Sofía. Seguro que lo hiciste tú cuando te pasó el libro, tras la muerte de Alarcos, para la revisión final.

            ---¡Nunca me atrevería a sugerirle tal cosa! Me limité, como he contado, a algunos aspectos de la edición. Si hubiera recordado esos poemas, sobre todo “Polvo en la sombra” (el otro me interesa menos), que yo mismo publiqué en Clarín, le habría preguntado por las razones de la eliminación. No creo que los hubiera olvidado. Eran poemas recientes y siempre escribió más bien poco. Quizá no acababa de gustarle el humor macabro que refleja el título de uno de ellos, una variación del “polvo serán, mas polvo enamorado” quevediano. Pero son poemas que no deberían faltar en una edición de su poesía completa.

Miércoles, 13 de noviembre
LEY DE LYNCH

En los Estados Unidos del siglo XIX y comienzos del XX, si una mujer blanca afirmaba haber sufrido abusos sexuales por parte de un hombre negro, de inmediato se formaba una partida de aguerridos defensores de la moralidad dispuestos a colgar de un árbol, después de haberle dado una buena paliza, al primer negro que encontraran. El linchamiento estaba bien visto: era la más rápida y eficaz aplicación de la justicia. Ahora hemos recuperado esa costumbre. Pero la ley de Lynch 2.0 es una poco más civilizada: ya no se cuelga de un árbol, solo se condena a muerte civil, y el agresor no tiene por qué ser negro ni inmigrante, aunque eso siempre ayuda, puede ser blanco y si además ocupa un cargo político, miel sobre hojuelas, para decirlo con una expresión que tiene el mismo sabor tradicional.

            Un amigo me envía una página de Instagram en la que una joven anónima acusa a otro amigo (mío, pero no del que envía la página) de haber abusado sexualmente de ella. No da el nombre, solo las iniciales, pero sí todos los datos necesarios para que cualquiera que le conozca sepa de quién se trata.

¿Es verdadero su testimonio? Pues no lo sé. Verosímil sí parece. Pero las mentiras inventadas con afán de venganza siempre lo son. Solo la verdad puede darse el lujo de ser, o parecer, inverosímil.

            Hemos vuelto a los tiempos de la Inquisición o, por no irnos tan lejos, al Madrid de los primeros meses de la guerra civil o de los primeros años de posguerra, cuando bastaba una denuncia anónima (“no come carne de cerdo”, “es un quintacolumnista”, “votó al Frente Popular”) para la hoguera, el paseo o los largos años de cárcel.

            ¿Quiero esto decir que yo disculpo a quienes tienen relaciones sexuales con otra persona sin su pleno consentimiento? En absoluto. Si no son capaces de seducir a nadie en buena ley, que las tengan consigo mismos, que ahí siempre tendrán asegurado el consentimiento.

            Yo siempre estoy del lado de las víctimas. Pero de todas las víctimas: de las que son objeto del más mínimo abuso (no hablamos ahora de los israelíes asesinados o secuestrados por Hamás ni de los palestinos asesinados o secuestrados, ellos dicen encarcelados, por Israel) y de las que son objeto de difamación o calumnia.

            Denuncia anónima, no; denuncia pública donde corresponda con nombre y apellidos y cargando con las consecuencias si es falsa. Claro que si el acusado es un político, da igual que sea falsa o verdadera. Ya está sentenciado, y sin apelación posible, por la nueva ley de Lynch 2.0. 

Jueves, 14 de noviembre
CERO EN DIPLOMACIA

Fue como uno de esos banquetes de boda que duran tres o cuatro horas y en los que la cortesía obliga a no levantarse de la mesa y a no dejar nada en el plato. Cierto que el menú era de buena calidad, aunque un tanto contundente y con salsas algo repetitivas (el postre compensó un poco).

Habría que hacer un protocolo de las presentaciones, no confundirlas con una serie de ponencias sobre el mismo tema, y limitar la duración, sobre todo si el público está de pie y cautivo (la puerta de escape no estaba al fondo, como es habitual, para poder irse discretamente, sino detrás del presentado y los presentadores).

 Yo miraba a Ana, la hija del autor. “En cuanto ella se canse y salga, yo salgo tras ella”, me decía. Pero aguantó a todos sin rechistar. ¡Y tiene ocho años! Está visto que hasta los niños son más pacientes que yo.

            Se presentaba una biografía de Alejandro Casona y su autor es uno de mis más seguros amigos y una de las mejores personas que conozco, Alfonso López Alfonso, “en el buen sentido de la palabra, bueno”, como decía Machado (yo lo soy en el otro sentido), así que al final puse mi mejor cara y fui a felicitarle por la magnífica presentación y para agradecerle que me mencionara (junto a Antonio Fernández Insuela) como uno de sus maestros (en erudición y gestión del tiempo, ha aprendido más de Insuela que de mí). Pero me temo que no conseguí disimular lo suficiente y le agüé un poco la merecida fiesta.

            “Mal maestro aquel al que no superan sus discípulos”, dijo Eugenio d’Ors. Si eso es cierto, yo soy bastante mal maestro, porque hay dos cosas en las que ningún discípulo me superará nunca: en impaciencia y en impertinencia.



 

sábado, 9 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Sorpresas y lágrimas

 

 

Domingo, 3 de noviembre
OTRA VEZ ÁNGEL

No fue exactamente como encontrarme con el manuscrito perdido de las Rimas, ese que desapareció con el asalto al palacio de González Bravo durante la revolución del 68, pero casi. Un amigo me trae a Los Prados viejos papeles que ha encontrado en casa de sus padres.

            ---¿Tú sabes de quién serán estos poemas?, me dice pasándome una manoseada carpeta que antes de abrirla ya me resulta familiar.

            ---¡Por supuesto! Es el original a máquina del último libro de Ángel González. El siguiente se publicó póstumo.

            ---¿Y cómo ha aparecido en mi casa?

            ---Eso quisiera saber yo. Te cuento una historia que creo que ya he contado más de una vez. Un día, hará de esto más de veinte años, me llamó Josefina Martínez. “Tengo un encargo para ti de parte de Ángel González. Ha terminado un nuevo libro, pero no acaba de decidirse a publicarlo. Antes le pedía siempre la opinión a Emilio, pero Emilio ya no está. Y quería saber si tú estás dispuesto a echarle un vistazo y decirle si vale la pena. Siempre ha sido muy inseguro en todo. Si no fuera por mí, ni siquiera sería académico”. Acepté, por supuesto. Me pasó el original y unos días después apareció Ángel González por la cafetería del Rosal que yo frecuentaba por entonces para que se lo comentara. Por supuesto, yo sabía que no estaba allí para que yo le comentara sus poemas, como si se tratara de un poeta joven, sino para que se los elogiara y le animara a publicarlos. Es lo que hice. Me resultó conmovedora esa inseguridad en alguien rodeado siempre de un coro de admiradores. No le puse ningún reparo, pero me atreví a hacerle una sugerencia: que dividiera el libro en partes y titulara todos los poemas. La primera sección y la última eran fáciles de determinar y titular, “Otoños”, “Otras luces”. Las “Glosas en homenaje a C. R.”, que él dudaba de si incluir en el libro o no (si lo hacía era para aumentar algo las páginas, dijo) constituirían otra sección. Y los poemas de amor, la sección segunda. Como el primero de esos poemas comienza con el verso “Estos poemas los desencadenaste tú”, yo le sugerí el mismo título que propuse para el último poema de esa parte: “La luz a ti debida”, con el doble homenaje a Salinas y Garcilaso.

Esa, y el título de algunos poemas más, fue mi minúscula intervención en Otoños y otras luces. Antes de ver a Ángel González, le conté a Silvia Ugidos que estaba leyendo su último libro, que era quizá el primero en hacerlo. Ella, gran admiradora, me rogó que le pasara una fotocopia. Yo me negué, no estaba autorizado, pero parece que sí lo hice y esa copia es la que acaba de aparecer en tu casa, Marcos, sin que pueda imaginar cómo ha llegado hasta allí. Pero ahora ya tengo constancia documental de mi aportación, basta con comparar este original con el libro impreso. Susana Rivera dice que yo ni siquiera era amigo de Ángel González (y tiene razón, si ser amigo es haber andado de juerga con él hasta las tantas de la madrugada) y la directora de la cátedra que se le dedica no considera interesante lo que yo pueda decir sobre su poesía. Él pensaba otra cosa. Cuando no estaba Alarcos, recurrió a mí, no a su admirado García Montero ni a su querida Susana. Un inmerecido honor que debería quedar entre él y yo, pero que no sé si seré capaz de callar.

Lunes, 4 de noviembre
EL PRADO EN LA CASTELLANA

A mis libros les falta la larga lista de agradecimientos que suele ser habitual, pero eso evita que nadie tenga que cargar con mis lapsus y meteduras de mata. Leo Cultura española en democracia, de Sergio Vila-Sanjuán, un apretado resumen de las principales noticias culturales durante el último medio siglo. Refiriéndose a la inauguración del museo Thyssen-Bornemisza, escribe: “Las colecciones del barón, especialmente las de pintura alemana, impresionismo y pintura norteamericana, completan a la perfección las de impronta real, sobre todo de los Austrias, que el espectador puede hallar en el Prado, al otro lado de la Castellana”.

            Lo raro no es el despiste, sino que ni la editora ni los correctores ni tantos amigos y familiares como le ayudaron en su labor –la lista al final del libro-- tuvieran a bien advertirle de que el Museo del Prado, como su propio nombre indica, está en el Paseo del Prado y no en la Castellana, donde también será difícil encontrar al Thyssen.

            Claro que bueno soy yo para afearle lapsus a nadie. En un libro de 1986, La segunda generación poética de posguerra, escribí Alfred de Musset cuando quería decir Gerard de Nerval. Me di cuenta nada más verlo impreso y desde entonces me avergüenza. Me reconforta un poco el que nadie parece haberse enterado. Quizá sí, y más educados que yo no quisieron mencionarlo.

Miércoles, 6 de noviembre
POR QUÉ ME ALEGRO

---Parece mentira, Martín, que te alegres tanto porque Trump no solo haya ganado las elecciones, sino que lleve camino de arrasar. ¡Pero si ha cometido más delitos que Begoña Gómez y el fiscal general español juntos y casi tan graves! No sé por qué se alegra un hombre de izquierdas como tú. ¿Solo porque ha prometido acabar de un plumazo con la guerra en Ucrania que lleva camino de ser otra guerra de los cien años? ¿Solo por eso?

            ---No solo. También están las masacres de Gaza y Líbano.

            ---¡Pero si ha declarado una y otra vez que es el mayor amigo de Israel!

            ---También lo soy yo. Veremos cómo se las arregla para sacar a Israel del pozo en que los extremistas de uno y otro lado le han metido. Pero lo que es seguro es de que no volverán a repetirse escenas tan vergonzosas como la que ha llegado a mí por fuentes muy fiables (un hacker que tiene acceso a la Casa Blanca). Como pronuncio muy mal el inglés, te leo traducido el pasaje principal de la conversación. “BIDEN (con voz apenas audible): Netanyahu, cariño, a ver si me dejas de matar civiles y empiezas a cumplir un poquito las leyes internacionales, que te me estás convirtiendo en un líder terrorista más letal que los de Hamas y Ezbolá, aunque con más razones que ellos, por supuesto, que no es lo mismo defender a tu pueblo, si este está formado por los pobretones palestinos, que a los ciudadanos de Israel, faltaría más. Pero, por favor, deja de matar civiles un poquito. NETANYAHU (a gritos): ¡Dejaré de hacerlo cuando me dé la gana! BIDEN (alzando algo la voz, tratando de mostrarse enérgico). ¡Pero ni un minuto más tarde, eh! ¡Ni un minuto más tarde!”

Jueves, 7 de noviembre
BUENOS LECTORES

Entre los viejos papeles que un amigo me pasa aparece, junto al mecanoscrito del libro de Ángel González, el de uno mío, El pasajero. Lleva la fecha de 1991 y está lleno de anotaciones a lápiz de quien sería su editor, Andrés Trapiello. Me sorprende su atenta lectura, que había olvidado, y me sorprende aún más que en bastantes ocasiones le hice caso. Al poema “Al releer versos de adolescencia” le tacha dos versos y le añade la siguiente indicación: “Prueba a eliminar estos versos. No pasan de ser declaración de intenciones. Empieza el poema –Tsvietáieva contra Brodsky-- por lo más alto. El poema es espléndido”. No sé yo si el poema es espléndido, pero gana mucho eliminando lo que no es más que inútil literatura.

            Bastantes años después, otro editor y poeta, Abelardo Linares, leyó atentamente el original de Casual, mi último libro, y lo acribilló a punzantes comentarios. Pero esta vez no hice caso de ninguno. Parece que nos volvemos menos inteligentes con la edad.

Viernes, 8 de noviembre
YO NO TE OLVIDO

Un amigo al que le gustan esas cosas ha contado las menciones a Trump que aparecieron durante el último año en El País: exactamente mil trece, más que las de Biden y Kamala juntos, y todas negativas. Afortunadamente para él, ese periódico se lee poco en Estados Unidos. Ahora, tras el nefasto resultado (¡un triunfo de la desinformación!, claman), no para de enumerar las desgracias que se le avecinan al entero universo. Creen combatir a Trump y solo siguen ayudando a su triunfo. Por poco que acierte, aparecerá como gran estadista por contraste con los vaticinios.

            Mientras la sangre no llegue al río, la política entretiene. Pero la sangre sigue llegando al río. Y no hay trifulca que tape el dolor de Valencia. En la otra catástrofe, la del 57, participé en un acto para recaudar fondos. Tenía siete años, se organizó en las escuelas de Aldeanueva del Camino, donde yo aún vivía y fue la primera vez que recité en público. El poema se titulaba “A Valencia”, venía en la Enciclopedia Álvarez, su autor era Pérez Escrich, y yo aún lo recuerdo: “Entre naranjos y limoneros, / crecen fecundos tus arrozales / y son alfombra de tus senderos / las madreselvas y los rosales. / Patria adorada, yo no olvido / y hoy que el invierno mi frente inclina / recuerdo siempre donde he nacido / como recuerda la golondrina / su amante nido”.




 

sábado, 2 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Vivir de milagro

 

Sábado, 26 de octubre
MEJOR QUE NO

---Todas las semanas abro el periódico esperando tu diatriba contra Trump, como hacen todos los demócratas decentes. ¿Es que tú no vas a advertirnos del peligro que supone para el mundo libre, para las mujeres y para los emigrantes el que vuelva a ganar las elecciones?

            ---Después de cuatro años de advertir de ese peligro me temo que no hay nadie que no se haya enterado. La verdad es que a mí, tal como van las cosas, me da igual quien gane en las próximas elecciones norteamericanas. No creo que las intenciones de Trump sobre los inmigrantes sean muy distintas de las de Ursula von der Leyen (y en lo que se refiere a la guerra en Ucrania, bastante más sensatas que las de Josep Borrell). Ahora, eso sí, preferiría que no ganaran los que proveen de dinero y afilados cuchillos de última generación al carnicero de Gaza.

Domingo, 27 de octubre
CHERIF

Hace tiempo que no uso la literatura como entretenimiento. Antes leía novelas policíacas, ahora prefiero esperar a que hagan la película. La verdad es que, al llegar a cierta edad, uno se entretiene con cualquier cosa: el brillo del sol entre las hojas de un árbol, una historia entrevista al azar de una conversación, pasear de nuevo por una calle que paseé en tiempos y ahora llena de gratos o ingratos fantasmas… Lo que sí uso para distraerme es la televisión. Nada mejor para relajarse antes de ir a la cama si uno prescinde, como hago yo, de telediarios y debates políticos. La nana que prefiero son las serie más convencionales, no de las que pretenden emular a Shakespeare, y a poder ser no españolas. Me gustan las que pueden seguirse con poca atención, pensando en otra cosa, dejando que las ideas se vayan acomodando para el trabajo del día siguiente. Últimamente ando enredado con Cherif, una serie francesa que reúne todos los tópicos: intrigantes crímenes, protagonista simpático y secundarios graciosos, pero que transcurre en Lyon.

Entre el ir y venir de los personajes, aparece de pronto la cúpula del Hôtel-Dieu, la colina de Fourviêre con su basílica bizantina y su teatro romano, la pasarela sobre el Ródano que lleva a la columnata del Palacio de Justicia, el rectángulo inmenso de Bellecour presidido por Luis XIV… Y a la memoria me vienen otros rincones y aventuras vividas por esas calles.

Caminaba una tarde por una ruidosa avenida junto al Ródano hacia el parque de Tête-d’Or y se me ocurrió bajar por una escalerita hasta la orilla misma del río. Caminé por una senda solitaria entre grandes árboles y me pareció estar en otro mundo, ajeno al estrépito de la ciudad. De pronto, me encontré con una especie de campamento nómada; había varias hogueras encendidas y sobre una de ellas hervía una gran olla. Me detengo a mirar con curiosidad y sin que yo le vea acercarse aparece junto a mí un tipo mal encarado, con pañuelo anudado a la cabeza, que me apunta con una navaja y me grita algo que no entiendo bien, pero que adivino. Cuando voy a entregarle la cartera y el teléfono, aparece otro. Se ponen a discutir y yo aprovecho para escapar, subir hasta la avenida, que estaba allí mismo pero como en otro mundo, y recuperar el aliento. Desde arriba, junto a la dorada puerta de entrada al parque, los veo pelearse a navajazos, pero sin llegar a hacerse daño, esquivando cada uno la embestida del otro, con ágiles movimientos que parecían bien ensayados. Regreso al hotel, todavía con miedo, y sin saber qué pensar. ¿Un campamento gitano? ¿Extras de alguna película?   

Por supuesto, esas cosas no aparecen en Cherif, pero me adormezco recordándolas. Y también aquella manifestación contra Macron, a la que me sumé, y en la que se gritaba “el pueblo unido jamás será vencido”. En los chorros de agua de la policía contra los manifestantes aparecía y desaparecía un prodigioso arcoíris.

Lunes, 28 de octubre
ALGO BUENO TENGO

Algunas veces, es cierto, tiré la primera piedra (muchas veces en realidad), pero nunca me sumé –y subrayo “sumar”, quien quiera entender que entienda-- a un linchamiento, nunca hice leña del árbol caído.

Martes, 29 de octubre
ME PASO UN POCO

Charlo con Xuan Bello en Kafka & Co. sobre la escritura de diarios y la literatura que aparece en los periódicos. Los diarios personales parece que están de moda y no hay escritor que no publique el suyo; la literatura, en cambio, cada vez tiene menos cabida en la prensa. Abelardo Linares se dedica a investigar en las hemerotecas y apenas hay día en que no me comunique un nuevo hallazgo. Paradójicamente, los años de posguerra, los del peor franquismo, son años de esplendor literario en los periódicos. Los articulistas no podían hablar de política y los temas culturales ofrecían una cantera inagotable.

Xuan Bello y yo somos unos privilegiados. Él, que aspira a emular el éxito de Manuel Rivas, se queja de la situación de la lengua asturiana, que dice que es la suya, aunque solo es una de las suyas. Todas las semanas nos sorprende con un relato a veces algo descacharrado en la estructura, pero siempre con el encanto eterno de Sherezade. Ningún otro escritor, hasta donde llegan mis noticias, goza hoy de una libertad semejante. Habría que retrotraerse a los tiempos de Álvaro Cunqueiro y El faro de Vigo.

Yo tampoco me puedo quejar. Desde hace exactamente veinte años, desde hace más de mil domingos, todas las semanas lleno una página en el periódico. De septiembre a junio, es un diario personal: la realidad vista por un temperamento. Durante el verano, sustituyen al diario poemas, relatos, traducciones, notas de viaje.

Tuve la suerte de encontrarme quizá con el director de prensa que más valora la literatura, Íñigo Noriega, y con el inverosímil milagro de que los que le sucedieron en El Comercio participaran de ese aprecio.

Yo soy consciente de ser un privilegiado. Mi admirado Xuan Bello me temo que no. Otra cosa nos diferencia. Yo le leo todas las semanas y él a mí me echa una ojeada de vez en cuando. Una ventaja: así puedo referirme a lo que él escribe con conocimiento de causa.

            Termino la charla, en la que hablo más de la cuenta (según costumbre) de esto, aquello y todo lo demás, con una cierta mala conciencia. Me temo que yo sería un buen fiscal, pero un mal abogado defensor. Por mucho que admire a un escritor, siempre dedico más tiempo a señalar sus caídas que sus aciertos. Y no sé si me pasé un poco esta tarde con Xuan Bello. Y lo lamentaría porque, salvo yo, que en ese aspecto parezco hecho de titanio, los escritores suelen ser muy inseguros.

Miércoles, 30 de octubre
ELLOS SE LO PIERDEN

Un poco por broma, en la tertulia virtual de los miércoles creamos una sección con el nombre de “La trituradora”, donde sometemos a un Test de Estrés, como el de los bancos, a un poema publicado recientemente. Cada vez afinamos más. La mayoría de los poemas se deshacen entre las manos, colección de tópicos, brillantes naderías o borrosas vaguedades.

Hoy le toca el turno a una de las traducciones de Ana Blandiana, que le hace poca justicia a los méritos poéticos que seguramente tiene. Pero incluso entre los poemas que resisten, como “La luna del castor”, de José Luis Argüelles, acertamos con un toque que lo mejora: el verso “nos trae los avisos y presagios” gana eliminando el artículo y convertido en un eneasílabo: “nos trae avisos y presagios”. En otro poema de Ángel Alonso, eliminamos un verso (“tachados mensajes de arcanos dioses” por mal acentuado e innecesario) y eliminamos una disonante rima. Lástima que no estuvieran presentes los autores. Una ducha fría semejante nos viene bien a todos, aunque a partir de cierta edad y cierto reconocimiento, pocos están dispuestos a aceptarla. Ellos se lo pierden. 

Jueves, 31 de octubre
DE QUÉ PIE COJEA

¿Para estar bien informado conviene leer muchos diarios o solo uno del que sabemos de qué pie cojea? Yo me sonrío cuando mi periódico habitual cada vez que informa de una decisión del Tribunal Supremo de Venezuela añade la coletilla de “controlado por el chavismo”, pero cuando lo hace del español nunca añade “controlado por la oposición” (quizá no lo hace por innecesario: sabe que está en la mente de todos).

Viernes, 1 de noviembre
A QUIÉN PEDIRLE CUENTAS

Un día de difuntos más triste de lo habitual. Tantos prodigiosos avances, tanta inteligencia artificial, tantos ordenadores de última generación, el turismo espacial a la vuelta de la esquina, y seguimos a merced de los espasmódicos desmanes de la naturaleza como hace un siglo o hace mil años.

            El número de muertos sigue aumentando de hora en hora, de día en día. Y esta vez la catástrofe no ha sido en montañas remotas ni en lejanos desiertos. Casi sentimos el fragor implacable de la lluvia, el estruendo de los coches arrastrados, los gritos de quienes en vano piden ayuda.