domingo, 25 de febrero de 2018

Acción de gracias: No he de callar


Domingo, 18 de febrero
PERPETUA VACACIÓN

“¿Pero es que tú trabajas todos los días?”, se extraña un amigo al verme acudir un domingo (y a veces un rato por la mañana y otro por la tarde) a mi despacho de la Facultad.
            ––Todos los días, 365 al año.
            ––¿Y cuándo descansas? ¿Es que no te tomas vacaciones?
            ––Sin las vacaciones no podría pasar. Pero no me basta un mes, ni dos o tres. A mí me duran doce meses.
            ––¡Me tomas el pelo!
            ––En absoluto. Ten en cuenta que mi trabajo consiste en leer, en escribir, en comentar lo que otros han escrito, en debatir sobre este o aquel asunto. Y que mi ocupación favorita, aquella a la que dedico mi tiempo de ocio, es leer, escribir, comentar lo que otros han escrito, debatir sobre este o aquel asunto.


Lunes, 19 de febrero
UNA ORACIÓN

Me gustan, no me canso de repetirlo, los regalos del azar. Ayer, al entrar en el mercadillo intercultural de la plaza del Pescado, comienza a tocar una polca paraguaya y yo sonrío al pensar en mi tocayo y ahijado Martín; luego me acerco a un puesto de libros, todos a un euro, y sin saber por qué alzo uno de título poco prometedor: Y la mariposa dijo…
            Nada más abrirlo me encuentro con la “Oración ante un semáforo” que me también me hace sonreír: “Señor, añádeme como propina / al final de la vida / todos los ratos que he pasado / esperando ante un semáforo en rojo”.
            El libro lo firma Carlos González Vallés, que es jesuita, catedrático de ciencias exactas y desde hace medio siglo misionero en la India. Al final del capítulo le da la vuelta a esa oración: “Señor, enséñame a perder el tiempo. / Hazme caer en la cuenta / de que todo tiene su sitio en la vida / y de que hay tiempo de andar / y tiempo de esperar, / recuérdame que a veces no hacer nada / ya es hacer bastante. / Recuérdamelo siempre, / pero muy especialmente / cuando me veas impaciente / ante un semáforo en rojo”.


Martes, 20 de febrero
NO SOY TAN LISTO

Es curioso. No ando escaso de vanidad y sin embargo me desagradan bastante los elogios. No lo puedo evitar. Los que a mí me ha tocado recibir o eran insinceros, mera cortesía (esos son los que menos me molestan) o se trataba de un préstamo que debía ser devuelto a no mucho tardar y con intereses.
            Pero hay algo que me incomoda más que los elogios ajenos: tener que elogiarme a mí mismo, tener que “venderme”. Supongo que si tuviera que hacerlo para poder comer o para alimentar a mis hijos, lo haría, como todo el mundo. No puede evitar que me parezca algo humillante. Los profesores de Universidad han de presentar cada seis años sus publicaciones para que, si la comisión correspondiente las aprueba, les concedan un “sexenio”, esto es, un pequeño aumento del sueldo y una disminución en la docencia. Yo jamás he solicitado tal cosa: gano bastante y dar menos clases no lo consideraría un premio, sino un castigo.
            Este año me insistieron en que lo hiciera. Y yo bajé los papeles porque, con la edad, a uno le gusta cada vez más ser como todo el mundo. Y me encontré con que no solo había que enviar la lista de tus libros y artículos publicados, sino que además debías indicar las veces que habían sido citados y defender la importancia de cada uno de ellos. ¿Elogiar yo lo que he escrito? No me parece que se pueda caer más bajo. Que lo hagan otros, si creen que lo merece.
            Hay que ser muy humilde para elogiarse a sí mismo, es reconocer que si uno no señala los propios méritos nadie se dará cuenta de ellos. Yo solo me elogio a mí mismo en broma, como cuando digo –con una paradoja que me gusta repetir—que no sería tan listo como me creo si no supiera que no soy tan listo como me creo.


Miércoles, 21 de febrero
ANUNCIOS POR PALABRAS

Encontré los recortes en una edición de los Collected Poems de Auden que compré en una librería de viejo de Nueva York allá por 1990; los vuelvo a encontrar ahora y me hacen soñar con una apócrifa película de Woody Allen. Todos ellos aparecieron en The New York Review.
            “Escritora atractiva, de alto espíritu y sin edad, de la ciudad de Nueva York, casada pero independiente, estará encantada de tener encuentros ocasionales con un intelectual lleno de vida, para relación afectiva y literaria” (9 agosto 1973).
            “Profesor de filosofía, 33 años, distinguido, complexión delgada, busca mujer mayor que lo domine y atormente” (14 enero 1970).
            “Productor de cine de Toronto, de 33 años, guapo, brusco, quiere compartir paisajes, libros, películas, comprensión, conversación y nieve con una joven espiritual, independiente y atractiva que no sea del signo de Capricornio” (20 enero 1977).
            “Escritor hedonista de 41 años ofrece diversión para pareja sin problemas. Inventivo y discreto”. (14 abril 1977).
            “Pareja de jóvenes académicos –médico y profesora de francés–, literarios, tiernos, naturales, invitan a una dama especial y responsable a compartir charlas informales, amistad y participación gradual en fantasías eróticas para diversión mutua” (23 junio 1977).
            “Joven soltera, profesional, 25 años, atractiva, cansada de hombres guapos y vanos, busca relacionarse con intelectual cualquier edad, sin importar físico, que pueda amarla y ayudarle a cultivar su espíritu” (17 julio 1977).


Jueves, 22 de febrero
QUIÉN LO IBA A DECIR

Quién nos iba a decir que los viejos versos de Quevedo volverían a tener tanta actualidad: “No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando los labios, ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo”.


Viernes, 23 de febrero
DE UN VIEJO CUADERNO

Era tan puntual que llegaba a las citas con su novio antes de tener novio.
            Odiaba tanto a su expareja que cuando le pidió volver con ella aceptó encantada.
            Me casé con una mujer a la que apenas conocía tras separarme de otra a la que conocía demasiado.
            Al llegar a casa, le abrió la puerta el amante de su mujer. “Hemos reñido”, le dijo. “Se ha ido para siempre”. Se abrazaron llorando y, cuando al día siguiente ella trató de volver arrepentida, se negaron a abrirle la puerta.
            Quería visitar a un viejo amigo, pero como soy tan despistado acabé llamando a mi propia puerta y no me di cuenta de que me había equivocado hasta que salí yo mismo a abrir.
            “Lázaro, levántate y anda”, dijo Jesús. Y el muerto rezongó: “No fastidies”.
            La mujer de mi vida se sentó a mi lado en el autobús una tarde en que yo me quedé en casa.
            Me llegó una carta sin remite que contenía un folio en blanco. “Vaya –me dije– otro anónimo que me envía el hombre invisible”.
            “Prométeme que no me engañarás nunca”, le dijo, mimosa, mientras él comenzaba a acariciarla. “Pero ¿qué os pasa hoy a las mujeres?”, fue la respuesta. “Eres la tercera que me hace hoy prometer lo mismo”.
            No sabía qué le pasaba. Se encontraba raro, cada vez más raro. Comenzó a sospechar que era algo grave cuando su mujer, en lugar de llevarle al médico, le llevó al veterinario.
            Le hacían tanta gracia los trucos de aquel mago que se casó con él. Pero no le hizo ninguna gracia el último: que desapareciera cuando fue a buscar tabaco.
            Se sorprendió al encontrar a su mujer extrañamente cariñosa. “Qué rara estás hoy, Sandra”, dijo. “¡Pero si yo no me llamo Sandra!”, respondió ella indignada.
            “Tu cara me suena, dije, pero no puedo recordar tu nombre!”. “Me llamo como tú, fuimos muy amigos”. Alargué mi mano y él me ofreció la suya. Pero no pude estrecharla. Un espejo nos separaba.
           

Sábado, 24 de febrero
POR QUÉ SOY TAN MALEDUCADO

Soy la persona más maleducada del mundo; también la más confiada en el poder de la razón. En cuanto oigo al alguien decir una tontería, sea en una conferencia o en una conversación particular, no puedo evitar decir “¡eso es una tontería!” y empeñarme en demostrarlo. Pero la gente suele ofenderse, cuando yo creo que debería –si mi razonamiento es correcto—estarme agradecido. Yo siempre lo estoy a quien me saca de un error.
            Creo tanto en el poder de la razón que incluso en un asunto tan visceral como el conflicto catalán, voy anotando contradicciones y absurdos de los defensores de la “ley” con la esperanza de que, al menos en ese punto concreto, me dé la razón cualquier persona razonable, por muy férrea partidaria que sea de la sacrosanta unidad de España. El País y El Mundo, que parecen andar a la greña en este asunto sobre quien sirve mejor a su amo y peor a la verdad, le dan mucha importancia a si los políticos catalanes declaran o no que la proclamación de independencia fue simbólica; en un caso, habrían engañado a los electores, en el otro reconocerían su delito.
            ¿Pero un delito, para ser o no delito, depende de la opinión de los acusados? En este caso, no hay que averiguar cuáles fueron los hechos, todos ellos públicos y retransmitidos por radio y televisión; lo único a discutir es si realmente constituyen delito o no (en Bruselas y en Ginebra parece que no). Que la declaración de independencia no fue efectiva, se quedó en una declaración de intenciones, nadie puede discutirlo: la otra parte no la aceptó y no se intentó imponerla por la fuerza.
            Aparte de maleducado e ingenuamente confiado en la razón, soy bastante contradictorio. Siempre acabo hablando de lo que no quiero hablar, entre otras cosas porque no sirve de nada, salvo para molestar a mis amigos (la mayoría –de derechas o de izquierdas—partidarios de España como “unidad de destino en lo universal”), y porque ya está más que claro lo que pienso sobre este asunto.
            Estuve en la cárcel sin razón ninguna, ¿cómo no voy a avergonzarme de un régimen en el que vuelve a haber presos políticos, cómo no voy a llevar un simbólico lazo amarillo en la solapa? No podría mirarme al espejo sin avergonzarme si no lo hiciera.




domingo, 18 de febrero de 2018

Acción de gracias: Fuenteovejuna, señor


Sábado, 10 de febrero
TEOLOGÍAS DEL FIN DE SEMANA

Dios es como el gato de Schrodinger de la física cuántica: existe y no existe, está vivo y muerto al mismo tiempo.
            Dios creó el mundo de la nada, pero ¿quién creó la nada?
            Dios no sabe lo que quiere, pero nosotros somos conscientes de lo poco que nos quiere.
            La más majestuosa de todas las catedrales, la única digna de Dios, es el Universo.
            Presume mucho el Papa, pero para Dios, si es que existe, no vale más que cualquier andrajoso emigrante en su patera.
            Qué curioso resulta pensar que Hítler, con ser Hitler, recibió tras la muerte el mismo premio, o el mismo castigo, que cualquiera de sus millones de víctimas.
            (Los sábados suelo comer en el Atrio con mi amigo José Manuel Feito, que a sus ochenta y tantos años sigue conservando todo su interés por las cosas de este mundo y del otro, y siempre, no sé cómo, acabamos hablando de ciencia ficción, o sea, de teología; yo disfruto mucho poniéndole en apuros con la apisonadora de mi racionalismo, pero él pide ayuda a San Pablo o a Lutero y la partida de dialéctico ajedrez suele quedar en tablas.)


Domingo, 11 de febrero
UN VERSO DE MACHADO

Antonio Machado es para mí algo más que un poeta, una persona de mi familia. Son muchos los poemas suyos que me sé de memoria, entre ellos su “Retrato”, que aprendía cuando tenía trece o catorce años y que me ha acompañado desde entonces. Pero hay un alejandrino en ese poema con el que cada vez me siento más en desacuerdo: “Y al cabo nada os debo, debéisme cuanto he escrito”.
            El resto de la estrofa me lo aplico gustosamente: “A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.
            Yo le debo mucho a mucha gente y lo que he escrito no me lo debe nadie. Un poema es un regalo que solo adquiere valor cuando el lector lo hace suyo.  Son los lectores quienes hacen un favor al poeta al aceptar sus versos y darles vida. Solo ellos nos garantizan que no hemos perdido el tiempo al escribirlos, que no son un mero pasatiempo o un desahogo personal.
            A mí me gusta parafrasear a Machado contemplando los libros de mi biblioteca: “Os debo la mitad de lo que he escrito”. La otra mitad se la debo a amaneceres, ríos, trenes, sonrisas, gatos, gente, noches de luna y, sobre todo, a quienes me rompieron el corazón.


Lunes, 12 de febrero
PARA UN AUTORRETRATO

Todos necesitamos sentirnos superiores a alguien; yo me siento a veces superior a mí mismo (y casi siempre, muy inferior).
            Si supiera lo que quiero, no lo querría.
            Cómo me aburre divertirme.
            No hay cerradura de seguridad que me proteja de mí mismo.
            Yo, cuando no tengo nada que hacer, es cuando más cosas hago.
            Si pudiera estar callado, no escribiría.
            No me gusta obedecer ni cuando me ordenan que haga lo que estoy deseando hacer.
            Los pillos me divierten, los tontos me aburren; en eso soy como todo el mundo.
            Me gusta que me lleven la contraria, así me ahorro el trabajo de tener que llevármela yo.
            Un buen rival es un regalo del cielo.
            Solo me interesan dos cosas: yo y el resto del mundo. Lo demás me tiene sin cuidado.
            El único regalo que nunca me canso de recibir es el de cada amanecer.
            Me gusta tanto mandar como obedecer; mandar en general y obedecerme solo a mí mismo.
            ¿Qué tontería habré dicho o hecho hoy?, acostumbro a preguntarme antes de dormirme y, si no recuerdo ninguna, me parece que ha sido un día perdido.
            Por miedo a perderlas, no querría tener ninguna de las cosas que quiero tener.
            Lo que más me fastidia de los demás –lo he repetido más de una vez– es lo mucho que se me parecen.

Martes, 13 de febrero
POR QUÉ NO TENGO AMIGOS

De vez en cuando, me gusta hacer recuento de amigos perdidos y averiguar la causa. No siempre es fácil, pero si se trata de escritores suele resultar demasiado fácil. ¿Por qué, después de tantos años de creativos encontronazos, he dejado de tener contacto con mi siempre admirado y denostado Andrés Trapiello? Pues porque él es un escritor profesional y yo (aparte de otras cosas) un crítico vocacional. Mi trabajo no es ayudar a la promoción de un producto concreto, sino orientar al lector que confía en mi criterio.
            ¿Mi trabajo? La verdad es que no es mi trabajo, que me gano la vida de otra manera, que mejor me iría –si quiero hacer carrera en esto de la literatura– cultivando las buenas amistades y ejerciendo, en lugar de la crítica, la publicidad por otros medios cuando se trata de las publicaciones del grupo Planeta o de Random House, que son quienes cortan el bacalao. Pero a mí, qué le vamos a hacer, me divierte más ser Pepito Gillo que un Manuel Rico de Babelia o un Irazoki en El cultural (si me apuran, incluso diría que me gusta más ser Pepito Grillo que Premio Planeta o incluso Premio Nobel, ese Planeta con pretensiones).


Miércoles, 14 de febrero
DEL AMOR

Me gusta que me quieran siempre que no me quieran demasiado.
            En cualquier pareja siempre hay alguien que falta y alguien que sobra.
            Dejar de estar enamorado es como quitarse un buen peso de encima.
            Hay amores que son como una mala gripe. 
            Del amor nadie sale indemne.
            Aprender a vivir sin amor es el principio de la sabiduría.
            No me gusta tener a nadie demasiado cerca, ni siquiera cuando me acaricia.
            Me gusta que me quieran, pero guardando las distancias.
           

Jueves, 15 de febrero
DE UN PAÍS IMAGINARIO

En política, prefiero ser del partido de los encarcelados a serlo del de los que encarcelan.
            Defender la ley saltándose la ley suele ser una mala costumbre de los defensores de la ley.
            Seas rey o seas Ceaucescu, no te fíes demasiado del cariño de tu pueblo; los que hoy te aplauden son los mismos que te apedrearán mañana.
            Si nunca te has avergonzado de ser español, es que no eres español.
            (He hecho la firme promesa de no hablar de política, y procuro cumplirla, pero a veces me puede mi tozudo racionalismo. Cada día leo en los periódicos que la guardia civil han encontrado nuevas pruebas –llamadas telefónicas, correos electrónicos– para determinar quienes fueron los autores del referéndum “ilegal”. ¿Pero es que hay alguien en España o en el mundo que no lo sepa? ¿No es malversación dedicar tantos medios y tantos esfuerzos a averiguar algo que es público y notorio?
            Me imagino el interrogatorio del juez a los integrantes del anterior gobierno de la Generalitat: ¿Quién mató al gobernador? /¡Fuenteovejuna, señor! /¿Y quién es Fuenteovejuna! /¡Todos a una!).


Viernes, 16 de febrero
OTRO COMIENZO DE AÑO

En el arroyo transparente, / una barca solitaria; / en las tiernas hojas de loto, / zumbido de libélulas. / Aún no se fue el invierno / y ya está aquí la primavera. / Colinas azules, nubes blancas. / Bebo té y escucho / una flauta que suena / en la distancia / (o quizá tan solo / en mi anciana memoria). / Es la voz de Dios / que llora sobre un mundo / reducido a cenizas. / Al otro lado del cristal, / el jardín sin nadie, / la huella de unos pasos / que no borrará el tiempo. / Sobre el papel de arroz, / con el pincel dibujo /
arroyo, barca, hojas / de loto, las libélulas / y el leve temblor / de la flauta / que de niño escuchaba, /la mejilla en la mano / y la mirada ausente.
            (Comienza el nuevo año chino, el año del perro, y yo lo celebro componiendo un poema a la manera de mis admirados Li Po y Wang Wei.)


Sábado, 17 de febrero
MENOS ES MÁS

Una noche sin estrellas es como un día sin pan.
            Lo que no necesitamos es lo que más necesitamos.
            A quien le gusta la poesía, qué poco le gustan los poetas.
            A veces, al cerrar la puerta de casa, me doy cuenta de que he me quedado fuera.
            De los mejores amigos se hacen los peores enemigos.
            Los viajes en tren son en verso, los de avión en prosa.
            Sin los vivos los muertos no son nada.
            Escribir es hablar solo para que nos escuche el mundo.
            Has administrado bien tu fortuna si no dejas más que lo necesario para pagar tu entierro.
            Un hombre y una mujer nunca son dos hombres por mucho que peroren los gramáticos sobre el masculino como el género no marcado del lenguaje.
            La memoria es bastante olvidadiza.
            Era tan formal que hasta se ponía corbata para hacer el amor.
            Nadie es tan poderoso que no le tema a un dolor de muelas.
            Si Cervantes hubiera sospechado el éxito que iba a tener el Quijote habría puesto más cuidado al escribirlo.
            Hay muertos tan rencorosos que se pasan la vida dándonos la tabarra.
            No te creas casi nada de lo que te cuentas..
            El pasado es como es, no como fue.
            La tierra da tantas vueltas que no es extraño que todo el mundo ande un poco mareado.





           





domingo, 11 de febrero de 2018

Acción de gracias: De amores y naufragios




Domingo, 4 de febrero
PROTEGER LA INTIMIDAD

“Ahora que tanto se habla de la defensa de la intimidad, ¿quién se ocupa de la intimidad de los grandes hombres?”, pienso al leer los nuevos descubrimientos sobre la vida sentimental de Fernando Pessoa.
 Menos mal que yo –que tanto me esfuerzo por ocultar ciertas sombras de mi pasado y mi presente– he tomado la precaución de no ser importante. Pasar inadvertido: no hay mejor protocolo de seguridad para que nuestras miserias se vayan con nosotros a la tumba y allí se queden para siempre.


Lunes, 5 de febrero
Y BEBO AGUARDIENTE

La familia de Pessoa rompió con Joao Gaspar Simoes porque en la biografía que le dedicó y que sirvió para cimentar la gloria póstuma del escritor, publicó una foto en la que aparecía ante el mostrador de un bar. Se trataba de la famosa fotografía que Pessoa le había enviado a Ofélia en la época de su noviazgo y en la que se presentaba “en flagrante delitro”. Un caballero –y Pessoa lo era– no aparecía nunca en público en esa actitud.
            Ahora la propia familia –pero ya no queda nadie que le conociera– facilita unas cartas íntimas que demostrarían que Pessoa pasó su último año muy enamorado de una joven inglesa: la hermana de su cuñada.
            Leo la noticia en el diario ABC y de inmediato busco la fuente: un artículo de José Barreto en Pessoa Plural, la revista publicada por la Brown University, en Rodhe Island.
            El último poema que escribió Pessoa, el 22 de noviembre de 1935, una semana antes de morir, era un poema de amor con esa ingenuidad, que no teme al ridículo, de quien está verdaderamente enamorado: “El sol brilla feliz, / el campo está verde y alegre. / Pero mi pobre corazón padece / por algo que está lejos. / Anhela solo por ti, / anhela tus besos. / Solo me importas tú”. Nadie diría que son versos de Pessoa, sino de cualquier aficionado. “Solo me importas tú”, repite como estribillo al final de cada estrofa.
Por las mismas fechas en que abría su corazón en ese y en otros poemas igualmente sensibleros, se escribía con Madge Anderson, la hermana de Eileen, casada con Joao María Nogueira Rosa, uno de sus hermanos.
En la primavera de 1935, Madge, que había viajado con cierta frecuencia a Portugal hasta el punto de despertar los celos de Ofélia, quiso encontrarse con el poeta y charlar detenidamente para aclarar su situación. Ella estaba casada, pero su matrimonio no era feliz. Luego se volvería a casar con Frederick Winterbotham, jefe en los momentos claves de la Segunda Guerra Mundial de la sección aérea de los Servicios de Inteligencia (el MI6 de las películas de James Bond).
Madge, que conocía muy bien el alemán, trabajó con él. Winterbotham se haría famoso en los años setenta publicando un libro, The Ultra Secret, en el que contaba, hasta donde era posible, su experiencia al frente del servicio de descodificación de comunicaciones de Bletchley Park. Para entonces ya no estaba casado con Madge Anderson, que murió en 1988, cuando el centenario del poeta. Nunca quiso hablar de aquella relación.
            Ofélia Queiroz sí lo hizo y yo tuve ocasión de verla en 1985, a los cincuenta años de la muerte de Pessoa. El escritor portugués que me acompañó hasta su casa me confidenció que, cuando ella quiso reanudar el noviazgo y él se mostró distante y reticente, de quien Pessoa estaba enamorado era de Carlos Queiroz, un joven contertulio de A Brasileira, sobrino de Ofélia. Pero la fuente de información era António Botto, una especie de Villena de la época, muy poco fiable en estos asuntos.
            Lo cierto es que, aparte del largo poema dedicado a Antínoo, el amante de Adriano, publicado en vida, se conservan varios poemas de amor escritos en primera persona y con destinatario masculino. “Son –escribe José Barreto– poemas de amor soñado o frustrado, versos elegíacos o nostálgicos de algo que pudo haber sido y no fue. Nada indica que, en esa materia, Pessoa haya ido más allá de la palabra escrita, aunque aparentase, de hecho, haber padecido en su soledad tales pasiones”.
            Tampoco con sus amadas femeninas parece haber ido mucho más lejos, aunque con Ofélia jugara a ser un casto enamorado convencional. Madge Anderson, en la primavera de 1935, no pudo tener los encuentros con el poeta con los que había soñado en el frío invierno londinense en que su matrimonio hacía aguas.
Nada más llegar a Lisboa, Pessoa desapareció. En la primera de las cartas conservadas le pide disculpas. “Mi querida Madge, hace mucho tiempo que intentaba escribirte. Esta carta mía es solo una petición de disculpas. Llegaste aquí cuando yo me estaba hundiendo y hundido estuve todo el tiempo que aquí estuviste. He vuelto a la superficie, aunque no tengo muy claro de qué superficie se trata. Lamento mucho todo lo que pasó, esto es, mi descortesía al desaparecer, pero no perdiste nada con ello; fue la mejor acción que algunos restos de decencia permitieron a un hombre prácticamente perdido para todo eso. Aunque haya vuelto a la superficie, estoy listo para hundirme de nuevo y esta vez creo que definitivamente. Me gustaría que me recordaras con caridad cristiana y no con simple desprecio humano, aunque ese sea el sentimiento apropiado en el mundo tal como es”.
            No conocemos la respuesta de Madge, salvo por lo que de ella dice el propio Pessoa en una carta posterior. Sabemos que le llamó –suponemos que en broma– “viejo tonto dramático” (dramatic old silly) y Pessoa responde que eso es exactamente lo que le llama su hermana, salvo que ella suele omitir lo de “dramático” y lo de “viejo”. Con la carta va un poema que escribió en abril, cuando ella llegó a Portugal, poco antes de hundirse en una de sus crisis habituales. El poema se titula “D. T.”, abreviaturas de “delirium tremens”, y es quizá un intento de explicación: “Tu amor podría / volverme mejor de lo que yo / puedo ser o intentar ser. / Mas eso nunca lo podremos saber. / Dejo al corazón con su dolor / y bebo aguardiente”.


Martes, 6 de febrero
CONFIESO QUE NO HE VIVIDO

¿Por qué me fascinó desde siempre la figura de Fernando Pessoa? Quizá porque su secreto es mi secreto, pero sin aguardiente.


 Miércoles, 7 de febrero
UN AUSENTE MUY PRESENTE

¿Qué es lo que necesito yo para pasar un buen día? Muy pocas cosas, la verdad. Que no ocurra nada que interrumpa mis rutinas es una de ellas. Otra, al menos un libro nuevo y apasionante.
Esto último no siempre resulta fácil, por eso, previsor como soy, los voy racionando para no encontrarme, cuando por la mañana tomo mi café en Los Porches, sin productos frescos que hojear, acariciar y en ocasiones leer de un tirón antes de volver a mi despacho en el Milán.
Pero hay días en que uno se queda sin nada. Como hoy, en que busco y rebusco sin suerte. Afortunadamente, el azar suele venir en mi ayuda. En el momento en que salgo, me entregan un paquete de correos. Es el epistolario de Valente con sus compañeros de generación.
Erudición y chismografía forman uno de mis cócteles favoritos. A José Ángel Valente, al repelente niño Valente, como le llamaba Celaya (a quien él caricaturizó cruelmente en algún poema), le gustaba en sus últimos años jugar a ser único, abominar de su generación, la del cincuenta. Por eso este epistolario, preparado por Saturnino Valladares, se titula Retrato de grupo con figura ausente. Pero pocas figuras más presentes: estaba en la famosa foto de Colliure, fue el primer antólogo generacional e intrigó con unos y con otros para hacerse un hueco en el panorama literario. En 1953 le pide a José Agustín Goytisolo que interceda por él en el premio Boscán: "No sé cómo podrás hacerlo, pero algo podrás hacer. Tal vez por medio de Gutiérrez, en fin tú verás. Entérate cómo van las cosas, qué clima hay".
En sus últimos años, Valente se burlaba de la poesía de Goytisolo, le consideraba un simple coplero, pero durante décadas lo tuvo como uno de los poetas más cercanos (se alojó en su casa a menudo, a veces acompañado de toda la familia) y a cada uno de sus libros le dedica encendidos elogios. Luego trató de reescribir su pasado, pero estas cartas lo desmienten. Tan íntimos eran que Goytisolo no duda en fotocopiar y enviarle una carta que ha recibido de Ángel González en la que este, tras quejarse de lo aburrida que es su vida en América y de unas cuantas nimiedades, añade al final como quien se olvida algo sin demasiada importancia: "¿Sabías que me he casado? ¡Pues lo hice!"
Valente al parecer ya estaba al tanto de la noticia: "Ángel se casó, en efecto.  Qué frenesí tardío. Ahora me gustaría a mí refugiarme en la Iglesia y tengo gran nostalgia del celibato y la tonsura perdida. De casarme, me gustaría casarme con Lezama Líma solamente".
            Pero no sólo hay chismografía y bromas en este epistolario (aquel matrimonio de Ángel González, en 1973, no resultó del todo infecundo: nos dejó un excelente libro que escribió él y firmó ella). Qué espléndida, como suya, la primera de las cartas de Jaime Gil de Biedma, ese escritor que vivió hasta los sesenta años, pero que a los cuarenta decidió no sólo dejar de escribir poemas sino también echar el cierre a su prodigiosa inteligencia y dedicarse a una minuciosa autodestrucción.
            Historia e intrahistoria en unas cartas que nos ayudan a entender una época y que dicen tanto de la condición humana (cuando Valente rompe con sus antiguos compañeros, ahí está Gamoneda jaleándole) como cualquier novela de Dostoyevski.


Jueves, 8 de febrero
SER LA CENIZA

En 1913, Vicente A. Salaverri, un riojano que emigro a Uruguay, vuelve a España para entrevistar a sus figuras ilustres. El libro en que reunió esas conversaciones se publicó en 1918 y lleva al frente una conmovedora carta abierta a Juan Mas y Pi, que murió en el naufragio, tan dramático como el del Titanic pero menos conocido, del vapor Príncipe de Asturias (en su lujosa primera clase, con biblioteca y salón de baile, podían viajar ciento cincuenta personas; en el sollado de los emigrantes, de aproximadamente la misma extensión, mil quinientas).
            El periodista de 1913, al que Juan Mas y Pi adivina en el prólogo un glorioso porvenir, ya no existe: "Ahora escribo no lo que a la gente le interesa oír, sino lo que me interesa a mí decirle a la gente". Y añade: “Si usted ha ido al limbo, en gracia a su ingenuidad, yo iré al infierno por haber perdido aquel candor intrépido que tanto me obligó a prodigarme en otro tiempo”.
            Yo no he perdido del todo ese candor y por eso sigo prodigándome para parar las aguas del olvido, aunque de sobra sé que la vida (la mía y la de todos) no es más que una red de triviales miserias y que no hay nada mejor “que ser la ceniza / de que está hecho el olvido”.




domingo, 4 de febrero de 2018

Acción de gracias: Un Cristo, dos pistolas


Domingo, 28 de enero
DEBUSSY EN BICICLETA

A la salida del Campoamor, donde acabo de aburrirme con Pelléas et Mélisande, de Debussy, me encuentro a Javier Almuzara en su estado natural, o sea, rebosante de entusiasmo.
            ----Qué maravilla, qué maravilla. La orquesta lo dice todo, casi no hacen falta las palabras.
            ----Lo que no hacen falta son las bicicletas.
            ----Bueno, pero tampoco molestan.
            ----¡A qué extremo de sometimiento ha llegado el público de la ópera, que soporta cualquier majadería sobre la escena con tal de que no resulte demasiado ofensiva o agresiva!
            ----¿No me dirás que no te ha gustado? ¡No me lo puedo creer!
            ----No podía no gustarme, soy un admirador de Maeterlinck y su estética evanescente tan fin de siglo. Escuchando a Debussy me venían a la memoria los versos de Verlaine y Manuel Machado. Pero a pesar del susurro subyugante de la orquesta, me alegro de no haber renovado mi abono y de reincidir lo menos posible. No soporto la tontería gratuita y en la ópera, al menos en la de Oviedo, pero sospecho que no solo, resulta habitual. Los directores de escena tienen por costumbre no leer el libreto o tomarlo como pretexto para lucir sus ocurrencias. Pelléas et Mélisande transcurre en el país, fuera del mapa y el calendario, de los cuentos de hadas. Hay un bosque y una fuente y una mujer que huye, no sabemos de qué, y un príncipe cazador que la ve y de inmediato se enamora de ella. ¿Y qué hace el bueno de René Koering? Pues monta en bicicleta a la doncella y al príncipe. ¿A quién se le ocurre ir de caza en bicicleta? ¿Qué doncella sin fuerza y sin memoria se pierde entre la fronda de un bosque en bicicleta? Claro que peor es lo de la escopeta del final. Como ponerle a un Cristo dos pistolas. La obra de Maeterlinck es toda sugerencia, los silencios valen más que las palabras, pasa sin balidos un rebaño de corderos, símbolo del destino humano, y el pastor nos dice que no vuelven al redil (van al matadero, pero eso tenemos que imaginarlo nosotros). La obra termina sin gritos, sin aspavientos, muere Mélisande sin haber tenido en brazos a su hija, sin un grito, sin un lamento; Golaud, su celoso y duditativo marido, solloza y el rey le dice: "Ahora debemos guardar silencio. Es terrible, pero no es tu culpa. / Era un pequeño ser / misterioso como todo el mundo."
La obra termina así, con los sollozos contenidos de Golaud, con Mélisande muerta como dormida. Pero al director de escena, ese final, tan Maeterlinck, tan Debussy, le parece insulso y hace salir a Golaud en busca de una escopeta, ponérsela bajo la barbilla y... Por lo menos tiene la delicadeza de hacer bajar el telón antes de que oigamos el disparo. Y por hacer ese destrozo, por emborronar con sus brochazos la sutileza de la obra, encima le pagan. Qué cosas. Y otro detalle, amigo Almuzara, en el que tú, con tu entusiasmo acrítico, no has reparado. Pelléas et Melisande tiene cinco actos, divididos en quince cuadros. En este montaje los tres primeros se nos dieron todos juntos. Díez sutiles cuadros, más de hora y media de duración, sin un respiro. Pero eso va en contra de la intención del compositor, que quería actos breves, no las interminables tabarras wagnerianas. Entre acto y acto debería haber un intermedio, aunque solo fuera de cinco minutos: se encienden las luces, el público relaja su atención, tose si es menester, deja que la emoción repose y luego vuelve a escuchar y a atender a la escena con renovada atención. No me fío mucho de los que dicen que disfrutaron con esa primera parte. Como estaba en el palco municipal, más adecuado para contemplar la sala que el escenario, a la vez que escuchaba música y voces y procuraba no ver los disparates de la puesta en escena (Mélisande se asoma a la ventana de la torre, pero en la "modernización" de Koering se pone de rodillas sobre una mesa), me entretenía contando las pantallas de los móviles que se encendían: poco antes del final de la primera parte parecían un reguero de luciérnagas. Me acordé mucho de aquella frase de Peter Ustinov que te gusta citar: los matrimonios decentes solo duermen juntos en él palco de la ópera. ¡Qué diferencia con la Tosca del Metropolitan que vi ayer en Los Prados! Claro que en Nueva York son tan antiguos que, si el primer acto transcurre en una iglesia de Roma y en tiempos de Napoleón, no se les ocurre, como harían en Oviedo, situarlo en una peluquería o en tiempos de Mussolini, presuntamente para “actualizar” la historia. Claro que para eso, si me permites la broma, lo que debían haber hecho, cuando entra Cesare Angelotti, huido de los esbirros del poder central tras el fracaso de la fugaz República, era haberle puesto la careta de Puigdemont. Fue en quien yo pensé de inmediato.


Lunes, 29 de enero
UNA POSIBLE EXPLICACIÓN

Leo Antes del gran silencio, de Maurice Maeterlinck: “La clave de las desgracias de los pueblos es su estupidez. Todas las explicaciones políticas o económicas no son más que ornamentos literarios en torno de esa estupidez profunda, casi incurable, y que no se  ha enmendado desde los tiempos prehistóricos”.


Martes, 30 de enero
LA FUNDACIÓN

Llega un momento en la vida en que el tiempo nos alcanza, afirmaba Cernuda. A mí me ha alcanzado este año en que cumplo sesenta y ocho, una edad razonablemente adulta. El gran viaje puede tener lugar mañana mismo, como a cualquier edad, o dentro de cinco, diez o veinte años, pero en cualquier caso conviene tener listas las maletas, o mejor –para ese viaje no hacen falta maletas--, dejar la casa en orden.
No ser rico tiene sus ventajas: hay poco que repartir y sin apenas valor económico. Pero no me agrada demasiado pensar que mis libros, fotos, papeles personales van a andar por ahí en cualquier mercadillo, como los de uno de mis profesores en la Facultad, encontrados en el rastro de Gijón.
            Ya sé que yo no soy Aleixandre ni Ángel González, que dejo bien poco botín por el que disputar, pero no me gustaría que el piso en el que vivo desde hace treinta años, el único propio que he tenido, se vaciara para venderse o alquilarse y los libros que valen algo fueran a una librería anticuaria y el resto a cualquier trapero. Y menos gracia me hace que los derechos de mis libros queden al arbitrio de quien pueda utilizarlos a su capricho y para satisfacer rencillas personales.
            He pensado por eso en crear una Fundación. Quién me lo iba a decir a mí que detesto tanto todo lo que tenga que ver con el papeleo burocrático.
            Ya he leído la legislación al respecto. Sería una fundación privada que no aceptaría en ningún caso ayudas públicas. Su patrimonio: mi piso de la calle Murillo, libros, papeles y los derechos de autor que pueda devengar cualquiera de mis obras. Un patrimonio escaso, bien lo sé, pero suficiente para sus fines: preservar el legado de José Luis García Martín (qué raro resulta esto de hablar de uno mismo en tercera persona) y facilitar el trabajo a quien quiera estudiar o editar su obra. Nada más. No creo que diera mucho trabajo a los patronos, que tendrían que hacer su labor gratis.
            Como soy una persona bastante obsesiva, ando estos días aburriendo con el fúnebre tema a mis amigos.
            ---¿Pero no has donado ya cartas y libros a la Biblioteca de Asturias?
            ----Sí, ya tienen fichados más de cuatro mil documentos, que pueden ser de alguna utilidad para el estudio de la poesía española del siglo XX. La fundación sería complementaria y con material que interesa solo a quienes se interesen por mi obra.
            ----¿Crees que los habrá?
            ----Tengo mis dudas, pero me quedo más tranquilo con todo dispuesto para servir de la mejor manera posible a los lectores del futuro.
            ----¡Se van a enfadar contigo tus sobrinos!
            ----No creo. En dinero, lo que dejan de repartirse es poco; más bien les quito dolores de cabeza.
            ----Y se los das a los amigos que escojas como patronos.
            ----Del desafortunado caso de Ángel González he aprendido mucho. A mí me gustaría crear la fundación en vida para que luego todo fuera rodado, sin polémica alguna. Y poner como condición no aceptar dinero público ni homenaje con políticos de por medio. Cada uno es vanidoso a su manera. La mía, lo mismo ahora que dentro de cien años, queda plenamente satisfecha con un puñado de lectores interesados en lo que escribo. Y que quien quiera publicarlo, reproducirlo, difundirlo, incluso parodiarlo o copiarlo sin citar el nombre del autor, pueda hacerlo; la fundación serviría solo para facilitar esa labor.



Miércoles, 31 de enero
LA GRAN DECEPCIÓN

Cada día entiendo menos lo que pasa en España. Hablo poco de política; voy a hablar menos. Que esté tranquila mi amiga Rosa, que siempre me riñe cuando lo hago.
Últimamente, en todos los discursos del jefe del Estado --en Davos o ante el cuerpo diplomático--, le oigo vanagloriarse de haber evitado gracias a la constitución y la aplicación de las leyes el más grave ataque a las instituciones que ha tenido nuestro país.
¿Pero lo ha evitado? El problema sigue ahí, cada día más grave. Y no lleva trazas de solucionarse a corto plazo. Que Rajoy, un notario hábil en el día a día pero sin visión de futuro, piense que la victoria de los "constitucionalistas" consiste en lograr que Puigdemont no sea presidente de la Generalitat (como no lo fue Mas), se comprende, pero no que piense lo mismo Felipe de Borbón. Yo le creía con otra capacidad intelectual. Quizá está mal aconsejado, pero es él quien escoge a sus consejeros. Y sus discursos se los escribirán otros, pero por lo que yo sé siempre dicen lo que él quiere decir y la última palabra y cualquier delicado matiz son cosa suya.
            A mí me parece que desde el momento en que quiso sustituir la inacción del presidente del gobierno, puso en grave riesgo a la institución que representa. Puedo estar equivocado, por supuesto. Y a veces pienso (con los años se va haciendo uno cada vez más realista) que sería bueno que lo estuviera.


Jueves, 1 de febrero
NO EN VENEZUELA

Escucho al ministro de Justicia (¡de Justicia!) de un país de cuyo nombre no quiero acordarme que a un político, por su actividad política, se le puede encarcelar e inhabilitar antes de que un tribunal lo juzgue.
            Y pienso que, por muy mal que estén las cosas, nunca están tan mal que no puedan ponerse peor.