Sábado,
17 de junio
NO, GRACIAS
Estaba yo celebrando mi cumpleaños en un
restaurante en Avilés, cuando me llaman al teléfono.
--Hola. Buenos días. Soy Dios. Quería
felicitarte y hacerte un regalo.
—Perdón. ¿Quién ha dicho que era?
—Dios.
Colgué de inmediato, por supuesto.
¿Quién sería el bromista? Debería haberle seguido la broma.
—Muchas gracias, pero no necesito
que me hagas ningún regalo, ya me has hecho bastantes. Y además, como bien sabes, no existes.
—-Puedo hacer, como Cela con García
Nieto o con Umbral, que te den el Cervantes.
—No, gracias.
—Puedo hacer que encuentres el amor
de tu vida.
—Peor me lo pones.
—Puedo hacer que el tripartito —PP,
Vox y el Poder Judicial— pierdan las elecciones.
—¡Pues vaya Dios que estás tú hecho!
¿Es que eres el Dios de la teología de la liberación?
—Puedo hacer que tengas 23 años en
un abrir y cerrar de ojos.
—No puedes hacer nada porque no
existe, querido mío, aunque aún no te hayas enterado. Además yo no quiero
favoritismos. Antes de hacerme un regalo a mí, tienes por esos mundos muchos
desaguisados que arreglar. A veces me da la impresión de que el universo lo habrás
creado tú, pero a la humanidad seguro que la creó el demonio, que es un sádico,
para tener en qué entretenerse.
Domingo,
18 de junio
MARCIANADA
Cómo me gustaría ir de genio por la vida para
poder reírme del personal. Ser Wes Anderson, por ejemplo. ¡Y yo que le
criticaba a Almodóvar las incoherencias de sus guiones! En Asteroid City,
nos cuenta, en blanco y negro, como si fuera un documental televisivo de los
años cincuenta, la preparación de una obra de teatro, desde que el dramaturgo
comienza a teclearla en la máquina hasta el estreno, y lo entremezcla con los
tres actos de esa obra filmados en color. El problema es que no es una obra de teatro,
sino una divertida película. Transcurre en un poblachón del desierto donde se
celebra un concurso escolar sobre la observación de fenómenos astronómicos. La
verdad es que uno lo pasa bien con esa caricatura de aquellos maravillosos años
cincuenta y con Scarlett Johansson, Tom Hanks y otras estrellas y estrellitas
que se prestan a salir en una cinta de prestigio como en los buenos tiempos de
Woody Allen. Pero no puedo quitarme de la cabeza eso de que, en la ficción, sea
una obra de teatro lo que en la ficción se nos presenta claramente como una
película. Ninguna razón hay para ello. Solo el capricho del artista. Quizá uno únicamente es un verdadero artista cuando convierte su capricho en ley y nadie se
atreve a rechistar. Salvo el público de una tarde de domingo que mira toda
aquella sucesión de deshilvanadas escenas en blanco y negro o colorines como lo que es, una marcianada.
Lunes,
19 de junio
PURO
POETA
Eloy Sánchez Rosillo lee sus poemas en el antiguo
convento de San Vicente, hoy Facultad de Psicología y antes, cuando yo
estudiaba, de Filosofía y Letras. ¡Cuánta melancolía al volver a contemplar
desde sus ventanas, como hace medio siglo, la estatua de Feijoo bajo la lluvia!
Al terminar —rodeados
de poetas amigos— pasamos un rato divertido en el rincón del
Chelsea donde celebramos la tertulia todos los viernes.
Pocos
poetas tan poetas, tan solo poetas, como Sánchez Rosillo. He ido leyendo, y en
orden de aparición, todos sus libros, desde el inicial, Maneras de estar
en solitario. Y he sido el primero en comentar públicamente casi todos ellos.
También el último, El sueño cumplido, una recopilación —a la que sobran páginas— de sus
escritos sobre poesía. Mi entusiasmo ha ido decreciendo: antes los aciertos no
me dejaban ver las caídas en la obviedad y el prosaísmo; ahora ocurre al revés.
Lo que no ha cambiado desde hace ya
casi medio siglo es mi aprecio por la persona. Aquí seguimos los dos, tantos
años después, fieles al destino que hemos elegido: él, poeta puro, enamorado de
la luna como la primera vez que la vio aparecer en el cielo, ajeno a las rencillas y polémicas de la vida literaria; y yo, metiéndome en todos los
charcos, jugando al crítico feroz y escondiendo al poeta. Me divierto más así,
yendo de tocapelotas por la vida (lo de poeta lo dejo para la eternidad).
Martes,
20 de junio
QUIÉN
PUDIERA
No puedo no pensar, qué se le va a hacer. Él
intentado corregirme, pero soy demasiado viejo y ya no hay remedio. Leo la
noticia de que el parlamento británico ha aprobado el informe sobre las
"mentiras" de Boris Johnson. Bueno, yo en eso ni entro ni salgo. Pero sigue el
artículo: "Durante el fin de semana muchos diputados habían podido ver hasta la
saciedad la exclusiva del tabloide Daily Mirror: un nuevo vídeo mostraba
a un grupo de voluntarios del Partido Conservador bailando y bebiendo en la
sede de la formación el 14 de diciembre de 2020, cuando el resto de ciudadanos
británicos sufría el rigor del confinamiento. Los familiares de las víctimas de
Covid mostraron de inmediato su disgusto por el vídeo".
¿Y
qué tiene que ver eso con Boris Jonhson?, me pregunto yo. ¿Es obligación del premier británico ir sala por sala de las dependencias ministeriales para ver si se
cumplen o no las ordenanzas?
Pero
el problema es otro. Unos voluntarios del Partido Conservador bailaron y
bebieron cuando otros ciudadanos británicos estaban encerrados en sus casas o
en sus residencias sujetos a las más estrictas restricciones. ¿No se puede
hacer un estudio de la incidencia del covid en esos voluntarios y en otros
ciudadanos de edad semejante fieles cumplidores de la ley? Si se demuestra que
fue mayor en los primeros que en los segundos, pues tiene cierta razón la
escandalera. Pero si, como parece, no hubo diferencias significativas e incluso
es probable que, si se tienen en cuenta otros indicadores (los relativos a la
salud mental, por ejemplo) la relación fuera inversa, entonces a quien habría
que reprobar fue a los que impusieron las restricciones, no a los que —siempre que pudieron— la incumplieron
para preservar mejor su salud física y mental. ¿Y en que agravaba el problema
de las víctimas de covid el que otros procuraran divertirse?¿A qué viene el
disgusto de los familiares? Que se enfaden con, y demanden a, las autoridades
político-sanitarias que agravaron sus padecimientos impidiéndolas ver a sus
familiares y no prestándoles la atención adecuada, como si fueran apestados
medievales.
¡Quién pudiera no pensar! Así, a cualquiera que presentara indicios racionales de que pasamos, además de por una
pandemia, por un fenómeno más dañino de histeria colectiva yo, sin entrar a
analizarlos, le gritaría "¡Negacionista!" y me quedaría tan pancho.
Miércoles,
21 de junio
NO TODO ESTÁ PERDIDO
Ahora que hasta Pedro Sánchez parece que se
lamenta de que el feminismo ha llegado demasiado lejos, tan lejos que molesta a
algunos votantes de izquierda, reconforta escuchar la inmediata reacción de un
veterano contertulio ante una poema de Miguel d'Ors. Inicia el nuevo número de Anáfora y quiere entremezclar humor y teología. Ahora habrá muchos adelantos —viene
a decir—, pero no me digan que los patriarcas del Antiguo Testamento no tenían
más fáciles las cosas: "tres o cuatro mujeres y ocho o diez concubinas; / y sin pecar, los tíos". Los pobres cristianos de este tiempo lo tienen más crudo:
"Dios nos exige más continencia y más Fe".
—Está claro —dice de inmediato
Cereijo— que aquí eso del masculino genérico no funciona, que d'Ors habla de lo
bien que lo pasaba entonces "los cristianos", no "las cristianas". Pero hasta tiempos recientes, la
gramática podía decir lo que quisiera, pero cuando se hacía metafísica o poesía
sobre el "hombre", pronto se veía que no hablaba del ser humano en general,
sino del hombre en particular, no de la mujer. Eso ha cambiado desde el
denostado "Yo También". Y ya nadie —tras la caída del productor Harvey Weinstein—
alardea en público sobre su fantasía de tener docenas de concubinas. Algo no
solo propio de los patriarcas del Antiguo Testamento, sino hasta ayer mismo de testamento
cualquier poderoso, fuera estrella de la ópera, monarca constitucional, oligarca ruso o cacique autonómico; ahora se andan con más cuidado y no, como
Miguel d'Ors en su poema, porque sea pecado, sino porque las mujeres —gracias a
mujeres como Irene Montero— ya no son lo que eran, aunque eso moleste a probos votantes de la izquierda viejuna.
Viernes,
23 de junio
CAMBIO
DE COSTUMBRES
Miro arder la hoguera de San Juan y pienso en
cuántas cosas del que fui arden con ella. Hombre de costumbres fijas, Tartarín
de Königsberg, como llamó Machado a Kant, he ido cambiando de costumbres. Casi
la única que se mantiene, y desde 1980, es acudir puntualmente los viernes a la
tertulia a charlar de libros y de lo que se tercie con los amigos que quieran
aparecer por allí. Ya no dirijo ninguna revista, cosa que hacía desde 1975; ya
No doy clases, como desde 1972, ni paso todos los días, festivos o vacaciones
incluidos, por mi despacho del Milán; ya no tomo café a las doce en punto en
Los Porches, cansado del trato desatento del actual propietario... Para un
hombre tan rutinario como yo, grandes cambios. Hasta he convertido en un
pequeño jardín la terraza de mi casa y soy capaz de pasar, no un día, pero sí
horas, sin un libro en la mano. Envejezco por fuera, como todos, pero no por
dentro. O esa ilusión me hago.