Viernes, 20 de diciembre
PARA MEJOR
“Eres exactamente lo contrario que yo”, le digo a mi amigo
Martín López-Vega cuando me cuenta que el próximo viernes piensa dejar su
cargo, casi recién estrenado, de director de cultura del Principado y que el
primero de enero comienza un nuevo trabajo en Madrid. “Tú, cada dos años, más o
menos, cambias de ocupación, de domicilio, de pareja, y a veces hasta de
continente, y siempre para mejor; yo, en medio siglo, no he cambiado ni de
trabajo ni de casa ni de pareja…”
“Pero
también siempre para mejor”, me responde él con una sonrisa.
Sábado, 21 de diciembre
TENGO MIS DUDAS
Mis amigos se ríen de mí porque cuando llegan estas fechas
siempre les cuento la misma historia: la población de España (y me imagino que
también la de otros países) aumenta considerablemente en Navidad, hay una
población virtual que –no me pregunten cómo– se convierte en real. Se ríen de
mí, pero yo no me quedaría tranquilo mientras no se hiciera un censo de Oviedo en
noviembre y otro en diciembre.
––Claro que
habría más gente –me responde Aida Masip–, pero porque muchos vienen a pasar la
Navidad con su familia.
––¿Pero de
dónde vienen, de la España vaciada? Porque no hay ninguna ciudad en la que no
ocurra lo mismo.
Ya sé que
mi teoría es inverosímil, que lo más realista es pensar que muchas personas se
pasan los fines de semana encerraditos en casa y en cuanto se acercan estas
fechas un resorte las obliga a salir.
Qué raros
somos, me digo. Se acerca la Navidad, el antiguo solsticio de invierno, y el
hormiguero se vuelve histérico y todo el mundo anda por ahí alborotado.
––Celebran que
ha nacido Dios –me dice otra amiga, empresaria de éxito y católica practicante.
––Bueno,
Dios no existe. Si existiera, por su propia definición no podría haber nacido y,
si hubiera nacido, por estas fechas no volvería a nacer, simplemente cumpliría
años, aunque no creo que haya cumpleaños en la eternidad.
––Lo que
pasa es que tú no respetas nada.
De todos
los seres del universo, la especie humana es para mi la más misteriosa,
extravagante y fascinante. Y sin embargo, según todos los indicios, yo también
pertenezco a ella.
Sigo
teniendo mis dudas. Quizá yo no sea más que un alienígena adoptado.
Domingo, 22 de diciembre
EL CINE DE LOS DOMINGOS
Suelo burlarme de mi amiga María Jesús porque siempre que
pasan una película en el Teatro Filarmónica, de propiedad municipal, va a
verla, muchas veces sin saber siquiera el título, solo que la proyección es gratis.
Como no
encuentro nada atractivo hoy en los cines verdaderos (que para mí son los cines
comerciales) y en la película de este domingo, Dovlatov, de Aleksei German, aparece un escritor que admiro, Joseph
Brosky, pues también yo me acerco al
Filarmónica.
Me aburro
mucho. Del protagonista, Sergei Dovlatov, no he leído nada, aunque sé que
algunos de sus libros están traducidos al español, ni salgo con muchas ganas de
hacerlo.
Un país
miserable aquella Unión Soviética de los años setenta, pero Dovlatov y sus
amigos no salen muy bien parados.
La poesía
rusa es cuestión de fe, traducida al español se queda en nada. Los versos que
recitan los poetas de la película, en sus alcohólicas reuniones, suenan
bastante ridículos. Recuerdo las páginas crueles que Andrés Trapiello dedica en
uno de sus diarios a burlarse de la poesía de Anna Ajmátova. Y no le falta
razón, aunque yo jamás me atrevería a hacer lo mismo. Lo que nos conmueve en
los poetas de la época de Stalin es la historia que hay detrás.
Ni siquiera
Brodsky, mi admirado Brodsky, me interesa demasiado como poeta. Son sus libros
de ensayos autobiográficos Menos que uno y
La canción del péndulo los que he
leído con emoción y asombro. También sus páginas sobre Venecia Fondamenta degli Incurabile, traducido
al español como Marca de agua.
La verdad
es que en Dovlatov, que no resistiría
dos sesiones en un cine verdadero (de los que hay que pagar entrada), los escritores
disidentes parecen unos cantamañanas. El protagonista, divorciado y con una
hija, rechaza los encargos que le hacen, no da muestras de buscar ningún
trabajo, quiere que publiquen lo que a él le apetezca escribir y vivir de
ello.
Me imagino
que, cuando emigró a Nueva York, aprendería que si un periódico le hacía un
encargo no podía aprovecharlo para burlarse de los que le habían hecho el
encargo.
Una película
en ruso, subtitulada, seis días en la vida de unos personajes que fuman y beben
y de vez en cuando recitan malos versos, en una sala sin calefacción y donde
todo el mundo se aburre educadamente… Me pareció que había rejuvenecido
cuarenta años y volvía a las películas de arte y ensayo en el Palladium.
Lunes, 23 de diciembre
BAJO LA VOZ
Estoy aprendiendo a bajar la voz cuando hable de
determinados temas, como en tiempos de Franco, como en la antigua Unión
Soviética. Aparecen José Luis Piquero y Bárbara
esta mañana por mi rincón de Las Salesas. Hablamos, claro está, de
política y yo trato de demostrarle, con buenas razones, que es el típico
nacionalista español, que en otros aspectos será de izquierda, pero que en
cuanto se le toca al nervio patrio le salta el furibundo Vox, la aflautada voz
de Franco que la mayoría de los españolitos siguen llevando dentro. Pero es
aparecer el tema catalán, es tratar de poner yo un poco de racionalidad en el
asunto y de inmediato comienzan las miradas retorcidas o furibundas a mi
alrededor. Me doy cuenta entonces de que estoy en plena zona nacional (una gran
bandera, recién clavada en el corazón azul de la ciudad, lo deja claro) y bajo
la voz por puro instinto de supervivencia.
José Luis
Piquero, que vive en Huelva, se ríe de mis temores. “Vas a tener que irte a
vivir a Gijón”, me dice. “Mientras no me tenga que ir a vivir a Lisboa”, le
respondo. “Ya estoy mirando como está el alquiler por si hay terceras
elecciones y por fin los tuyos reconquistan España”, “¡Y dale con los míos! Que
no son los míos, aunque, eso sí, a mí en odio a los independentistas que se
saltan la ley no me gana nadie”, “Ni a ti ni a los barones socialistas. Que
Dios nos coja confesados”.
Martes, 24 de diciembre
ME VAN DEJANDO
Hay días como sabrosos helados de diversos sabores. Me
levanto y escribo un rato, una hora más o menos, como hago cada día desde más
de medio siglo. Luego, con la sensación del deber cumplido, me voy a Las Salesas.
Llevo conmigo un libro, que he escogido al azar, y nada más abrirlo me
encuentro con Emilio Renzi tomando un café en una terraza de la plaza Carlo
Felice, cerca de la estación, y frente al hotel Roma. Releo “Un pez en el
hielo”, de Ricardo Piglia, y vuelvo a revivir la emoción de aquellos días de
agosto de 1950 y el momento en que Pavese tuvo por fin la certidumbre de que
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
Luego, una
invitación imprevista de mi nueva familia, y subo en coche al Naranco. Nunca
había estado junto al Cristo abierto de brazos que veo desde mi casa y ahora
veo mi casa y la ciudad entera desde allí. También el ruedo de los montes
nevados y el azul del mar diluyéndose en la lejanía. La temperatura es
veraniega, no parece que esta noche sea Nochebuena.
Pero lo es
y el tercer sabor del día transcurre en Avilés, entre luces y sombras. Qué
consoladora certidumbre al ver de nuevo llena de alboroto la casa de siempre,
¿Pero dónde están los amigos con los que me reunía antes de la cena en familia?
Todos se han ido borrando y no han venido otros a sustituirlos.
Yo no
quiero dejar Avilés, pero siento que Avilés me va dejando. Avilés y el mundo. Le
va a costar, la verdad. No se lo pondré fácil.
Miércoles, 25 de diciembre
UN SABOR AGRIDULCE
Me despierto temprano, descorro las cortinas, sorprendo al
parque aún medio dormido dejándose acariciar por los rosados dedos de la
aurora, escucho los sonidos de la mañana, bajo a desayunar antes que nadie,
salgo a dar un paseo por calles que tienen tatuada mi historia, triste y alegre
como las coplas de Manuel Machado. Me siento un momento en el parque del
Muelle, saco el cuaderno y escribo:
Esta mañana
igual que tantas otras
y tan distinta.
Tímida Aurora
con un verso de Homero
siempre en los labios.
Madrugadores
en la ciudad vacía
el sol y yo.
También tú tienes
un sabor agridulce,
felicidad.
Jueves, 26 de diciembre
UN SANTO VARÓN
“No debería decirlo, pero voy a decirlo. Pierdo una vez más
la ocasión de callar”, le digo a un amigo que me pregunta si creo que va a
haber por fin gobierno en España.
“Probablemente
lo haya, como regalo de Reyes y de ese santo varón que es Oriol Junqueras. Yo
en su lugar me vengaría de quienes me encarcelaron y de quienes lo aplaudieron
y le pediría a mi partido que votara un no tan grande como una casa en la
investidura. Y luego, tras nuevas elecciones, tendríamos el gobierno que nos
merecemos: una marioneta de Vox como presidente, Cayetana Álvarez de Toledo
como vicepresidenta, multas para quien no cuelgue la banderita en su balcón
y brigadas patrióticas patrullando las calles para denunciar excesos feministas
e inmigrantes clandestinos”.
Pero la
España de izquierdas, la España que ha renunciado a decir la verdad para no
perder votos, está de suerte. Oriol Junqueras es mejor persona que yo. Nos dará
una nueva oportunidad de vivir en un país mejor.