sábado, 15 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Todas las cartas de amor

 

Sábado, 8 de febrero
SUEÑOS PREMONITORIOS

Soy muy sensible a la adulación. Ese es mi talón de Aquiles o mi caballo de Troya. No es que me crea cualquier elogio, pero siempre tiendo a pensar que son sinceros y eso hace que me caiga bien cualquier desconocido que se me acerque ponderando lo que escribo.

Claro que antes de otorgar mi confianza hago un somero examen. “¿Y cuál es el último libro que has leído?”, “No recuerdo el título, la cubierta era verde. No, amarilla. Tampoco recuerdo muy bien de qué trataba, pero me gustó mucho”. “Ah”, digo yo un poco defraudado. Otras veces me dicen que les entusiasman mis artículos, los que publico en un periódico… en el que dejé de escribir hace veinte años.

            Como no tengo la costumbre de elogiar sin motivo, pienso que todo el mundo es igual y que aunque el elogio no sea certero siempre es sincero y por eso de agradecer. Con uno de estos lectores espontáneos, que vive cerca de casa y que alguna vez ha estado en casa, soñé esta noche. Me daba a leer sus versos, torpones y pretenciosos, y aunque yo tratara de disimular mi opinión, como no le devolvía con elogios los elogios que él me había dedicado, comenzaba a ponerse cada vez más nervioso, a mirarme de mala manera y de pronto comenzaba a gritar y a arrojar al suelo los libros de las estanterías. Yo apenas si tenía tiempo de salir de casa y pedir ayuda a los vecinos.

            Desperté sudoroso, aliviado de que fuera un sueño. “Qué pesadilla tan absurda”, pensé. Pero quizá no fuera tan absurda. Como buen lector de Freud (en la biblioteca de Avilés estaban sus obras completas), sé que los sueños son algo más que sueños. Son advertencias del subconsciente, que percibe los peligros antes de que seamos conscientes de ellos. Todo tipo de peligros. A veces soñaba que estaba enamorado de quien yo no creía estar enamorándome y de esa manera podía, si lo creía conveniente, poner tierra de por medio.

            Siempre he tenido más miedo a las aduladoras, que me recuerdan a la enfermera de Misery, la película basada en la novela de Stephen King, que a los aduladores. Pero el sueño me avisa de que también con estos hay que tener cuidado. Un poeta herido es una bestia peligrosa. Y los psicópatas pueden comenzar siendo encantadores. 

Domingo, 9 de febrero
LIBRO DE ORO

Encuentro en el Fontán un volumen de sugerente título, Libro de oro de la vida, y más sugerente subtítulo, “Pensamientos, sentencias, máximas, proverbios entresacados de las obras de los mejores filósofos y escritores nacionales y extranjeros”. Lo abro al azar y lo primero que leo es un soneto de Quevedo en el que se incluye un verso que yo cito a menudo, pero tomado de Julián Marías: “el tiempo que ni vuelve ni tropieza”. Ahora puedo leerlo en su contexto: “Los dos embustes de la vida humana / desde la cuna son honra y riqueza. / El tiempo, que ni vuelve ni tropieza, / en horas fugitivas la devana”.

            ¿Quién será este L. C. Viada y Lluch que firma el Libro de oro de la vida publicado por Montaner y Simón en 1905? No tardé en averiguarlo, ya que ahora todos llevamos una enciclopedia en el bolsillo. Luis Carlos Viada y Lluch nació en Barcelona en 1863 y murió en febrero de 1938. Fue un polígrafo autodidacta (se formó trabajado como cajista en una imprenta) que escribió sobre las más variadas materias.

Era de ideología carlista y eso me hace dudar un momento sobre si adquirir o no el volumen, que me imagino lleno de moralina conservadora. Me conmueve su bárbaro final: su domicilio fue saqueado por milicianos y él detenido: los obreros de la imprenta en que se publicaba la revista que dirigía lograron que fuera puesto en libertad, pero murió a los pocos días a consecuencia de las palizas recibidas.

            En el prólogo indica que ha devuelto a su verdadero autor sentencias y pensamientos que circulaban atribuidos a otros. “No hay libro malo que no contenga algo bueno” es una frase muy citada de Cervantes que este tomó, sin citarlo, de Plinio. “El mayor arte de un hombre hábil es ocultar su habilidad” circula por ahí con el nombre de muchos autores, pero parece que el primero que la utilizó fue La Rochefoucauld.

Como buen erudito, Viada y Lluch pretende “restablecer en su original estado algunos textos que autores poco escrupulosos, o por confiar solamente en una memoria no infalible, o por pereza muchas veces de compulsar la cita, o por traducir del extranjero lo que de nosotros se tradujo, los transcriben de modo que no los reconocería su autor”,

            Me siento aludido. Yo soy de esos autores poco escrupulosos. En los textos literarios (no en los estudios académicos, por supuesto), me gusta reproducir las citas tal como me vienen a la memoria, a veces algo alteradas, y no siempre para peor. Creo que hay frases que, como los cantos rodados, se van puliendo el tiempo, y que no son “de quien antes las encuentre, / sino del que mejor las labre”.

Martes, 11 de febrero
TODO TIENE SU PORQUÉ

Tengo un amigo que de todos los males de España le echa la culpa a la Inquisición. “Tú estás loco, Briones”, le digo con el título de una vieja comedia, no sé si de Arniches. Él me lee unas líneas de un libro que acaba de comprar en la librería de Valdés, en el Campillín, de la que yo fui expulsado, por llevarle la contraria al dueño en las discusiones políticas, como Adán del Paraíso: “Era práctica arraigada en las clases adineradas y linajudas, la de prolongar la vigilia hasta la hora del amanecer. Los nobles y los millonarios recibían después de salir de los teatros. La gente joven se entregaba al baile y las personas de respeto o jugaban partidas de tresillo o comentaban los acontecimientos políticos. Quien no podía costear esos lujos, trasnochaba en los cafés hasta las tres de la mañana. Se vivía de noche. En invierno, a las diez de la mañana –lo recuerdo bien-- solo discurrían por las calles de Madrid los obreros, los barrenderos y los burreros que repartían la leche. Las oficinas funcionaban por la tarde y los ministros recibían en audiencia pasada la medianoche”.

            ---No he leído ese libro de Natalio Rivas, pero sí otros muchos suyos. Tienen su encanto las anécdotas y las minucias que cuenta sobre la España del siglo XIX. Pero no sé yo qué tiene que ver ese gusto de los españoles por trasnochar, que todavía conservamos, aunque yo no, con la Inquisición. Me parece que deliras un poco.

            ---Tiene, tiene que ver. Madrugar era cosa de pobres gentes que tenían que ir al trabajo, no de hidalgos, no de cristianos viejos. Recuerda que no sé que rey, creo que Carlos III, tuvo que promulgar una pragmática sanción declarando que trabajar no era una deshonra. Los buenos cristianos no tenían que trabajar, eso era cosa de cristianos nuevos, de judaizantes y de protestantes. Y nadie quería pasar por uno de ellos, no fuera a acabar quemado en la plaza pública. Otra mala señal era la afición a la lectura. Por eso hemos tardado tanto en dejar de mirar los libros con recelo. Pero del gusto por trasnochar, que tanto sorprende a los herejes del resto de Europa, no nos hemos librado.

Jueves, 13 de febrero
TRATA TRUMP

Trata Trump de acabar con la lucrativa carnicería de Ucrania, a pesar de que las empresas armamentísticas de Estados Unidos son las más beneficiadas, y en seguida se alborota el gallinero de la Unión Europea en un intento, esperemos que vano, de impedirlo: “¡Mejor una guerra injusta, aunque dure cien años, que una paz injusta!”.

            En esto parece haber acabado la culta Europa, que fue –dicen-- la cuna de la civilización. 

Viernes, 14 de febrero
TAMBIÉN YO

Como me gustan las tradiciones, me paso la mañana esperando que me llamen de la Facultad para avisarme de que ha llegado un ramo de flores a mi nombre. Lo recibo en esta precisa fecha desde hace no sé cuántos años. Y me lo siguen enviando al Milán, a pesar de que yo ya no trabajo allí. Esa anónima enamorada, tan de otro tiempo, parece que ni me lee ni sabe mucho de vida laboral.

 Sonrío, pero con cierta ternura. Yo también he hecho el ridículo por amor, y más de una vez. Me avergüenzo un poco al recordarlo, pero no me arrepiento demasiado. Recuerdo los versos de Álvaro de Campos que hablan de que todas las cartas de amor son ridículas, pero que al final solo son ridículos los que nunca han escrito cartas de amor, los que nunca han hecho el ridículo por amor.



           

sábado, 8 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: De Belgrado a Tel Aviv

 

 

Sábado, 1 de febrero
UN MAESTRO

¿Mi filósofo favorito? El mismo que el de Unamuno, como he repetido más de una vez: Pero Grullo. El núcleo de su filosofía se resume en una frase: todo tiene sus pros y su contras. Si se trata de elegir, conviene analizar cuidadosamente unos y otros y ver cuáles prevalecen. Si no se puede elegir, hay que prestar atención sobre todo a las ventajas y tratar de atenuar los inconvenientes.

            Envejecer también tiene su gracia. “Su maldita gracia”, añadía antes. Ahora ya no: me gusta este tomarse las cosas con más calma, no ambicionar nada que no sea pasar de un día a otro sin mayores tropiezos, estar disponible a cualquier hora del día para echar una mano a quien me necesita, seguir encontrando libros que estaba deseando leer y ni siquiera sabía que existían, discutir de esto y lo otro con este y con aquel y sobre todo conmigo mismo.

            Sonrío cuando escucho hablar de los problemas de la gente que vive sola. Lo malo no es vivir solo, sino no poder vivir solo.

            Mientras llega ese momento, me dice mi maestro Pero Grullo, disfruta de la compañía del universo.

Domingo, 2 de febrero
NADA HA CAMBIADO
 

La película interesa poco. Nos cuenta las dificultades para transmitir en directo, y vía satélite, por primera vez un atentado terrorista: el secuestro de los atletas israelíes durante la olimpiadas de Múnich en septiembre de 1972. Interesa poco, pero me hace dar un salto de más de medio siglo. Por entonces, ya había comenzado a trabajar y estudiaba Filosofía y Letras. Me enteré del secuestro en la estación de Avilés. Hubo poco tiempo para el suspense; no tardamos en saber que todos los rehenes habían muerto. Lo que pasó después con quienes intervinieron en el secuestro lo supe por Múnich de Steven Spielberg, que tiene otro empaque y otra trascendencia.

            Han cambiado muchas cosas en la cacharrería de la comunicación, pero el conflicto palestino-israelí sigue donde estaba, solo que con muchos muertos y mucho dolor y mucha injusticia más. Ahora estamos asistiendo a otro intercambio de rehenes por prisioneros (secuestrados también en buena parte de los casos), pero para que eso ocurriera tuvo que llegar un sátrapa a la presidencia de Estados Unidos capaz de hacer reflexionar a Netanyahu a pescozones. Si por el jefe de gobierno “del único país democrático de la zona”, según se nos repite, fuera, se seguiría masacrando a los habitantes de Gaza hasta que no quedara uno vivo, aunque a la vez todos los rehenes murieran. ¿A ningún asesor de Netanyahu se le ocurrió decirle que, antes de invadir la franja, salvara a los rehenes? Después podría llevar a cabo su venganza sin poner en riesgo la vida de sus correligionarios.

            En estas reflexiones me entretengo mientras sigo en la pantalla dominical el ajetreo de los periodistas deportivos que han de dar cuenta de un criminal acontecimiento inesperado. Qué fácil es arreglar el mundo cómodamente sentado en la butaca de un cine. Y luego pienso en lo que le diría al joven –veintidós años-- que acaba de publicar su primer libro y ha comenzado a dar clases. “En lo único que he cambiado es en que ahora ya no doy clases, pero sigo escribiendo y publicando sin parar. Por lo demás, continúo con tus mismas aficiones. Creo que podríamos ser buenos amigos, apenas si notaríamos la diferencia de edad”.

Martes, 4 de febrero
MEDIA VIDA

¿De verdad no he cambiado en estos últimos años? Eso quiero creer, pero quizá se trate de una ilusión. Cuando entré en la biblioteca pública de San Sebastián, situada en los bajos del antiguo casino, hoy ayuntamiento, me invadió una sensación de felicidad.

Media vida la pasé yo encerrado en una biblioteca. Era el lugar en el que me sentía más seguro, un refugio que era a la vez gruta del tesoro. Todos los días sacaba libros, que devolvía bien leídos al día siguiente, y allí en la sala de lectura, leía otros que no se podían prestar (recuerdo, en la biblioteca Bances Candamo, todos los tomos de la primera época de la Revista de Occidente) y también los periódicos, de los que casi solo me interesaban las colaboraciones literarias.

¿Cuándo acabó esa época? No soy consciente de ello. Sigo leyendo mucho fuera de casa, pero mis rincones de lectura ahora son las cafeterías. No me molesta el murmullo de la gente. Todo lo contrario, me acompaña. Llego cada mañana a las diez en punto a Noor, donde me saludan por mi nombre y saben lo que tienen que servirme, me siento en la mesa del fondo y abro el libro que llevo conmigo, cada día uno distinto. Estoy algo menos de una hora, pero hay libros que no dan para tanto, sobre todo si son de poesía. No me importa, también sé estar sin hacer nada o garabateando algo en el cuaderno que siempre llevo conmigo (a menudo no soy capaz luego de descifrar lo que he escrito).

            He cambiado y no he cambiado. Al entrar en la biblioteca de San Sebastián, recordé de pronto las muchas horas de felicidad que pasé en lugares como este. Quizá  solo sigo siendo feliz en una biblioteca, pero ahora he convertido en biblioteca el universo.

            Quizá. Pero me temo que esa es solo una bonita frase más o menos borgiana. Los libros siguen formando parte principal de mi mundo, pero ya no son su centro.

He cambiado de verdad, aunque me cueste reconocerlo. ¿Para mejor? Yo creo que sí, aunque mi amigo Abelardo Linares –con quien ando ahora en una agarradiella literaria que ocupará más de cuatrocientas páginas--, piensa que ha sido para todo lo contrario. En su opinión, antes era un crítico feroz y ahora me he convertido en un bienqueda. Que santa Lucía le conserve la vista.

Miércoles, 5 de febrero
MILAGRO EN GAZA

---¿Y que te parece esa idea genial que ha tenido el gran Donald Trump? Reconstruir Gaza, convertir toda la franja en un resort de lujo. En unos pocos años aquello no tendría nada que envidiar a la Riviera de las películas de Brigitte Bardot. Solo habría un problemilla. Y no se trata de quitar los escombros para poder edificar. Eso está hecho. Lo difícil será deshacerse del millón y medio o de los dos millones de palestinos que pululan por allí. Continuar la guerra hasta que no quede ninguno, como creo que ha propuesto Netanyahu o alguien de su gobierno, es demasiado costoso, amén de algo inhumano. Trump es más compresivo. Él propone llevarlos todos a otra parte. Quizá a Groenlandia, en cuanto logre adquirirla. Pero tal vez no se acomoden al clima. Mejor un rincón del desierto, en Marruecos, en Egipto, en cualquier país amigo. Con bajar aranceles y aumentar la ayuda económica a ese país todo resuelto. La Unión Europea, tan acostumbrada a agachar la cabeza, no planteará ningún problema, ya lo verás. Protestará un poquito por aquello de los derechos humanos, pero enseguida mirará para otro lado. ¿No es una idea genial? Unos barracones, unas ONG que los den de comer y todos tan contentos. Quizá se puedan subvencionar esas organizaciones humanitarias con un tanto por ciento de las ganancias de los casinos que se instalen en la franja, convertida en un nuevo El Dorado, en una nueva Las Vegas.

Jueves, 6 de febrero
QUÉ COSAS

Releer tiene sus sorpresas. Lo hago hoy con Castilla adentro de Gaziel y tropiezo en el primer párrafo. ¿Cómo es que antes no me había extrañado? Dice así: “Yo tengo a mi servicio, hace muchos años, una doncella castellana. A mi entender, las castellanas y las vascas son, con mucho, las mejores sirvientas que aún hay en España. Tienen raza, tienen estilo y saben perfectamente su oficio. Las criadas de otras regiones españolas valen poco, como no sea para hacer de fregonas”.

            Estas cosas, en los años sesenta del pasado siglo, podían publicarse sin que nadie se escandalizara. Hoy nos frotamos los ojos. ¿Qué es eso de que las castellanas y las vascas tienen la raza de las buenas sirvientas mientras que las andaluzas o las gallegas sirven solo para hacer de fregonas? Pero no se vayan porque aún hay más: las peores sirvientas son las catalanas porque, “como ya es sabido que los catalanes tenemos un rey en el cuerpo, nos desagrada soberanamente estar sometido a otros”.

Viernes, 7 de febrero
OTAN NO

“Si la OTAN fuera consecuente, ahora tendría que bombardear Tel Aviv, como en su tiempo bombardeó Belgrado para detener un genocidio que ni de lejos llegaba al que se está cometiendo en la franja de Gaza”, digo en la tertulia.

            ---Qué barbaridades se te ocurren, Martín. Ni Gaza ni Israel forman parte de la OTAN.

            ---Tampoco Ucrania ni Rusia ni aquella Serbia que fue la primera en recibir sus misiles humanitarios.



sábado, 1 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Un sabelotodo

 

Sábado, 25 de enero
PURA ENVIDIA

Camino de Francia, voy escuchando en el coche la presentación que ayer hizo Ana Blanco del libro de Enrique Bueres Lo propio y lo ajeno. El libro recopila crónicas culturales de hace más de veinte años publicadas muchas de ellas en la revista Clarín. Una obra así normalmente no habría merecido ni una mención de pocas líneas en los medios habituales, pero Bueres se las ha arreglado para que en todas partes hablen de él.

“Qué envidia”, les digo a mis compañeros de viaje. Y les recito la coplilla anónima que he puesto a circular por el ciberespacio: “Enrique, para ser célebre, / no me escribas buenos libros. / Mejor cultivar el trato / con influyentes amigos”.

 Todo el lobby asturiano estaba ayer en la presentación de la Telefónica y a todos y cada uno les dedicaba el autor una cariñosa salutación. Bueno, todos no, faltaba Víctor Manuel, pero había prometido asistir y solo falló por un inconveniente de última hora. También Letizia Ortiz, pero nadie más.

            “Deberías tomar buena nota para promocionar así tus libros”, me dice Sánchez Torreño, que me acompaña en este viaje. “Debería. Pero yo soy el antibueres. Él es el amigo de todo el mundo y todo el mundo que me conoce se empeña en ser enemigo mío sin que yo haga nada para ello”, digo con ironía.

            La charla de Bueres con Ana Blanco, en la que se me menciona varias veces, y no siempre para bien, nos entretiene durante un buen trecho del viaje. La verdad es que Bueres, con su hipocondría y sus manías, tiene la gracia de un personaje de Woody Allen. Después de escucharle, me entretengo en imaginar el guion de una comedia urbana, por el estilo de las que se rodaban en los ochenta, en la que él –un personaje inspirado en él, también con algunos rasgos de Víctor Botas-- sería protagonista. La dirigiría, por supuesto, David Trueba, prologuista del libro y haría un cameo Marta Reyero, cuya foto llena la portada de un libro con el que no tiene nada más que ver que estar casada con el autor.

“Ya sabes –me dice Julia, otra compañera de viaje—que hay dos tipos de personas: los erizos y los peluches. Tú eres un erizo. Incluso cuando quieres acariciar pinchas”. “Y mi amigo Bueres, ya lo sé, es todo lo contrario: incluso cuando quiere pinchar acaricia. Tendré que conformarme con vender poco y que nadie hable de mí”. “De eso no te preocupes que hablar, hablar, sí hablan, aunque no sé si a ti te gustaría escuchar lo que dicen”.

Domingo, 26 de enero
DICHOSO EL QUE NO ENCUENTRA

En una tienda de antigüedades que es también librería de viejo de la Pequeña Bayona encuentro Une amitie de Rainer Maria Rilke, el libro en el que Elya Maria Nevar reúne la correspondencia que tuvo con el poeta a partir de un fugaz encuentro en el caótico Múnich de 1918, recién acabada la Gran Guerra. Al final, se enumeran las direcciones a las que envió las cartas: son más de veinte. Y pocas correspondían a un domicilio propio: Rilke pasó la vida de un castillo a otro invitado por alguna gentil admiradora. No es precisamente la vida que a mí me habría gustado llevar. Siempre que puedo, evito dormir fuera de casa. Y si no tengo más remedio, porque me apetece darme una vuelta por un lugar algo distante, procuro que sean solo dos o tres noches. Claro que mi casa se va ampliando y le voy añadiendo lugares que ya forman parte de ella, como esta habitación que se asoma al Adur, al puente del Santo Espíritu y al perfil de la Gran Bayona, con las torres de la catedral, el teatro que es también ayuntamiento y la noria que se refleja en las aguas del río.

¿Qué he venido a hacer aquí? Nada en especial. El amor, como la rosa de Ángelus Silesius, es sin porqué. Camino por la orilla del Nive y me dejo embriagar por la melancolía del atardecer, los últimos rayos de sol apareciendo para despedirse tras un desapacible día de viento y lluvia. A la memoria me vienen unos versos que no sé si leí o escuché cantar alguna vez: “Me basta un poco de sol / para sentirme feliz, / tan solo un poco de sol / y no acordarme de ti”.

            A mí me gustaría escribir media docena o docena y media de poemas memorables, como Rilke (el resto es envejecida literatura), pero no llevar vida de poeta como Rilke, ser un parásito que vive, no de los derechos de autor, sino de la admiración y de la generosidad ajenas.

            Recuerdo que el primer enfado de Brines conmigo fue en una comida en la que nos acompañaban Víctor Botas y Paulina. “¿También eres profesor?”, le preguntó Brines a Botas. Y yo dije: “¡Qué va! Se dedica a no hacer nada, tiene esa suerte”.

Parece que a Brines esa observación le tocó algún punto sensible: “¿Cómo que a no hacer nada? ¿Es que para ti escribir poemas no es hacer nada? ¿Es que quieres como Fidel Castro enviar a los poetas a cortar caña para que hagan algo útil?”.

 Y así siguió durante largos minutos. Víctor, Paulina y yo nos mirábamos extrañados. Luego se calmó y la conversación continuó por cauces normales. No sabía yo entonces que Brines no había trabajado nunca y que vivía –indiscreto Villena-- del dinero que le pasaban sus padres. Yo en eso soy más machadiano: “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.

            La vida es una red de triviales miserias. Dichoso el que no encuentra un aplicado biógrafo que se dedica a rescatarlas del olvido y a avergonzarnos para toda la eternidad con la complicidad de nuestros mejores amigos.

Lunes, 27 de enero
MACHADO Y YO

Con José María Sánchez Torreño, presento la edición que hemos preparado de las Poesías completas de Antonio Machado en una librería de San Sebastián. El acto lo organiza el Ateneo Guipuzcoano y yo me he entretenido en averiguar su historia. Se fundó en 1870, el año en que murió Bécquer y asesinaron a Prim. Poco después se iniciaría el reinado de Amadeo de Saboya.

Comenzó como una tertulia que se reunía tres veces por semana, los lunes, los miércoles y los viernes de seis y media a ocho y media. Un poco como nuestra tertulia que se reúne, desde 1980, los miércoles y los viernes de siete a diez. No organizamos conferencias, pero hemos discutido de todo y publicado bastantes cosas.

La época de esplendor del Ateneo Guipuzcoano, que ahora me parece que se sobrevive, como los otros ateneos, incluido el de Madrid, fue el final de los años veinte y en los primeros treinta. Por entonces, pasaron por él todas las primeras figuras de la literatura española. El 23 de diciembre de 1935, la víspera de Nochebuena, el joven dramaturgo Alejandro Casona habló, no de teatro, como se podría esperar, sino de la nueva poesía. Según él, una de las características del arte nuevo es la guerra al adorno, el dominio de la línea recta, el prescindir del amontonamiento ornamental. En poesía eso se traduce en la vuelta al cantar popular, al folclore, al canto llano del pueblo. Ejemplificó “con versos de Machado, Giménez Caballero, Alberti y García Lorca la tendencia a confeccionar poemas partiendo de ideas populares”.

¿Giménez Caballero? Mejor podría haber citado sus propios versos de La flauta del sapo. Tampoco citó, y fueron los iniciadores, a  Juan Ramón Jiménez ni a Manuel Machado, porque Machado a secas, entonces y ahora, era Antonio, no Manuel.

            De Antonio Machado fue el primer libro de un poeta que yo compré y el primero que me leí de la primera a la última página, entendiera o no entendiera lo que leía. Ocurrió hace más de sesenta años. Desde entonces me acompaña en la memoria. Hablo de él hoy en San Sebastián como quien habla de alguien de la familia, el padre y maestro mágico.

Miércoles, 29 de enero
BUEN MAESTRO

Presento a Lorenzo Oliván en la cátedra Alarcos, más de treinta años después de que en la tertulia Óliver editáramos su primer libro, Cuatro trazos.

Cuánto tiempo ha pasado desde aquellas juveniles discusiones con José Luis Piquero, Pelayo Fueyo, Javier Almuzara, todos grandes lectores pero pésimos estudiantes. Lorenzo Oliván era la excepción: siempre bien peinado y con aspecto de primero de la clase. Se veía que iba a llegar lejos, a recibir todos los premios.

Termino la presentación con un aforismo de Eugenio d’Ors: “Mal maestro el que no es superado por alguno de sus discípulos”. Y añado: “En el caso de Oliván, no hay duda de que, en ese sentido, he sido un buen maestro”.

            La verdad es que no me importa que los poetas jóvenes, cuando dejan de serlo, me superen. También es cierto que me esfuerzo para que no les resulte demasiado fácil. 

Viernes, 31 de enero
EINSTEIN Y YO

Sonrío al leer en una página de Internet una frase de Einstein: “El que lo sabe todo no es un sabio, sino todo lo contrario: un sabelotodo”. Y sonrío porque esa frase, como tantas que se le atribuyen, no la escribió Einstein. La escribí yo.




 

 

viernes, 24 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Lo vivido y lo soñado

 

Sábado, 18 de enero
CONTRA LA LIBERTAD

La libertad es el bien más valioso cuando no se tiene. Cuando se tiene, nos damos cuenta de que está sobrevalorada, de que no es más que una pesada carga.

Qué descansada vida la del que, desde que se despierta hasta que se acuesta, tiene programado, no ya al  minuto, al segundo, todo lo que ha de hacer sin necesidad de tomar ninguna decisión.

Yo me he esforzado siempre en acercarme a ese ideal. Una red de minuciosas rutinas me sostiene cada día. Pero no hay día en el que no aparezca algún agujero negro. Todavía –y llevo ya viviendo veintisiete mil treinta y cinco días, si mis cálculos son exactos--  no he conseguido un día igual a otro.

Pero muchos bastante parecidos, algunos casi iguales a los otros, eso sí. Tampoco me puedo quejar.

Domingo, 19 de enero
LOS NEGOCIOS SON LOS NEGOCIOS

Antes de entrar a ver La semilla de la higuera sagrada, la película de Mohammad Rasoulof sobre las revueltas iraníes en contra del velo, leo Identidad nómada de J. M. G. Le Clézio con un creciente sentimiento de bochorno.

¿Cómo se puede publicar una cosa así salvo en vergonzante edición privada? La razón la encuentro en la cubierta (lo único que se salva) debajo del nombre del autor: “Premio Nobel de Literatura”. Ese premio parece un pasaporte para cualquier insignificancia. Ni siquiera Cela, en los tiempos de Marina Castaño, cayó tan bajo.

Los capítulos iniciales sobre su nacimiento en Niza durante la Segunda Guerra Mundial y su posterior traslado a África quizá puedan salvarse, aunque parecen más la transcripción de una entrevista periodística que un texto literario. Y digo quizá porque las pocas anécdotas están trufadas con reflexiones de este estilo: “La guerra no es heroísmo, es la muerte de las personas mayores y los niños. Ellos son las primeras víctimas. Creo que si quisiéramos definir qué es la guerra, yo diría que es un crimen contra los viejos y contra los niños”.

No hay página sin una insignificancia, una obviedad, una nadería: “El hablante que soy tiene una vida más corta que la lengua, La lengua continúa y evoluciona”.

            Le Clézio nació en 1940, tiene diez años más que yo, parece un poco cruel decirle estas cosas a un venerable anciano. Y no se las diría personalmente, por supuesto. Pero la crueldad mayor está en no disuadirle de publicar estas muestras de un talento en ruinas.

Los negocios son los negocios, sin embargo. Este libro no es un libro, no pertenece a la literatura, es solo un producto editorial. De “intenso y refulgente” lo califica Valérie Marin en Le Point, según leo en la contraportada. Deberían incluirse en el código penal semejantes formas de la estafa.

            Lo comento con un amigo al que me encuentro al cruzar el parque de Santullano cuando salgo del cine. “Por lo menos, la película te habrá gustado”, me dice.

---Es un eficaz panfleto contra el régimen iraní, con abundante material documental (esos vídeos verticales grabados con el teléfono), que de pronto se convierte en un cuento de terror con mazmorras, laberintos y padre convertido en ogro que quiere devorar a sus hijas. No he perdido el tiempo, como con el libro “refulgente” de Le Clézio. Espero contar con buenos amigos que, cuando llegue a su edad, me desaconsejen seguir publicando.

---No te preocupes, que no te pasará algo así. Lo que tú escribes no es negocio, a nadie le interesará dar a conocer tus borradores. Y a propósito de negocios creo que ya hay ensayos muy avanzados de utilización de la Inteligencia Artificial para ayudar a los escritores famosos en los años de decadencia. Bien entrenada con sus obras anteriores, la Inteligencia Artificial produce nuevas obras que, si no sorprenden por su originalidad al menos no abochornan como, según tú, esa Identidad nómada de Le Clézio. 

Lunes, 20 de enero
NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

---No te veo muy triste por la vuelta de Trump, Martín. Más bien creo adivinar una sonrisita de satisfacción.

            ---¿La vuelta? Yo creo que nunca se ha ido. De Biden podía olvidarse la prensa algunos días, pero de él no se ha olvidado nunca. A veces daba la impresión de que la administración norteamericana anterior, más que ocuparse de los problemas del mundo, se ocupaba de Trump.

            ---A mí no me engañas. Tú le detestabas como yo y toda la gente decente hasta que llegó la pandemia. Cambiaste de opinión cuando se opuso al uso indiscriminado de mascarillas y a la imposición de las vacunas.

            ---Exacto. Cuando la tontemia que acompañó a la pandemia, cuando nos encerraron en casa y luego nos dejaron salir todos juntos y a la misma hora, cuando nos obligaron a llevar mascarillas incluso al aire libre y en lugares solitarios, cuando me castigaron sin ir al cine (a pesar de que las salas estaban vacías, por el miedo inculcado), aunque no a ir al supermercado (aunque estuviera lleno de gente) por no querer vacunarme, pues dejé de creer en los políticos que nos imponían tales chorradas con el pretexto, no de proteger nuestra salud, sino la de los demás.

            ---Y te pasaste a la presidenta de Madrid y a Trump.

            ---Más bien dejé de pensar que la verdad esté de un solo lado. Durante la tontemia y la pandemia, para qué nos vamos a engañar, estuve más cerca de Vox, que llevó al Tribunal Constitucional algunas de las normas más lesivas contra la salud y la dignidad, que de Pedro Sánchez. Ahora ya he vuelvo a estar con él y hasta con Barbón, a quien llegué a llamar Caligulín cuando lo de los “cierres perimetrales”. Con Trump estoy muy de acuerdo en algunas cosas, como su deseo de acabar cuanto antes con la guerra en Ucrania, una guerra más de defensa de las regiones rusófilas que de invasión.

            ---¡Lo que hace la edad! Parece mentira que sigas leyendo todos los días El País. Qué poco provecho le sacas! Con lo clarito que dice todo lo que hay que pensar. ¡Te has pasado al enemigo!

            ---Pero solo en aquello en que el enemigo tiene razón. Ni un paso más.

Martes, 21 de enero
YO HABRÍA HECHO LO MISMO

Como fugaz presidente del gobierno de Asturias, la labor en que más empeño puso Álvarez-Cascos fue en pisotear el Niemeyer, ese proyecto que tanta ilusión había generado en Avilés, y no solo. A punto estuvo de hundirlo para siempre. Costó que volviera a levantar cabeza, ya convertido en otra cosa de la que soñamos en los buenos tiempos de Natalio Grueso.

            Natalio Grueso, por cierto, anda ahora en busca y captura porque no fue muy estricto con las cuentas y en sus viajes de trabajo, o de vacaciones disfrazadas de trabajo, se llevó con él algún familiar. Le condenaron a largos años de cárcel por un puñado de euros.

Esté donde esté, ahora disfrutará bastante con el juicio a Álvarez-Cascos por pasar a las cuentas del partido que él fundó hasta la compra de un cepillo de dientes o de papel higiénico, además de otros tejemanejes como algún alquiler más o menos ficticio.

            Yo, que fui uno de los que participaron en las guerras a favor del proyecto avilesino cuando Marcos Vallaure, el consejero de Cultura del gobierno de Cascos, se dedicó minuciosamente a patearlo, me alegro ahora de ver a quien fue fichado como salvador de Asturias, al parecer con todos los gastos pagados, en el banquillo.

            Pero de pronto algo me hace simpático a este viejo político en el peor sentido de la palabra. Resulta que, cuando estaba en Asturias primero como dirigente de Foro y luego como presidente del Principado, además de pasar los fines de semana en Madrid, todos los martes y los jueves se desplazaba a la capital, recogía a sus hijos del colegio, les daba de merendar y luego los llevaba con su madre. Iba y venía en el día. Con los kilómetros que recorrió en esos trayectos, podía haber dado cinco vueltas al mundo.

            La verdad es que yo habría hecho lo mismo. Con una pequeña diferencia: me habría pagado, y muy a gusto (¡eran para estar con mis hijos!) esos viajes. También los cafés que tomara por el camino.

Miércoles, 22 de enero
UNA MISMA COSA SON

Con los años aprende uno a saldar cuentas. Hoy le toca el turno a mi pueblo, Aldeanueva del Camino, que no tenía biblioteca cuando yo nací y en el que siempre me sentí un tanto fuera de lugar. No había libros en mi infancia, y yo era un ávido lector casi desde antes saber leer (aprendí solo, por cierto, antes de ir a la escuela), pero había otras cosas, que valían más que el oro, aunque yo tardara en darme cuenta. De algunas de ellas, hablo en el pequeño libro del que hoy me llegan los primeros ejemplares. En él están las coplas que le escuché cantar a Amancio Prada y que no recordaba haber escrito: “Lo vivido y lo soñado / una misma cosa son. / O no son ninguna cosa / si quieres más precisión”.



 

sábado, 18 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Cómo me libré del infierno

 

Sábado, 11 de enero
QUE SIGA EL RECREO

Uno siempre es el último en enterarse de todo lo que más le importa. De lo que significa haber nacido en 1950 y estar en 2025, por ejemplo. Frente a algunas de las cajas del supermercado que suelo frecuentar, hay una columna con espejo. Al ir a pagar, distraído, a veces alzo los ojos y me encuentro con un anciano que me resulta familiar. Qué susto cuando al momento le reconozco: soy yo. Qué diferencia con las amables fotografías en las que siempre busco el mejor perfil y la distancia adecuada. Y qué diferencia con cómo yo me veo, no muy diferente del que era hace veinte, treinta, cuarenta años. A fin de cuentas, sigo llevando la misma vida.

            Pero pronto me olvido del asunto y vuelvo a creerme las piadosas mentiras que ayudan a vivir. Lo que haya de venir, vendrá. Espero que no tenga demasiada prisa y que todavía me deje jugar a ser joven (un joven de entre cuarenta y sesenta años, que es la edad que a mí más me gusta) durante un largo rato. 

Domingo, 12 de enero
LA VERDAD DE LA VIDA
 

No hay instantes sin antes ni después, pero esos son los que más me gustan. Paseo, como cada mañana de domingo, por el Fontán y el Campillín. Luce el más grato sol de invierno, el cielo es de un azul inmaculado, vendedores, compradores, paseantes ociosos parecen figurantes de un musical. Yo soy, claro, el protagonista. De un momento a otro, las notas de la orquesta interrumpirán el silencio y yo me pondré a cantar. Luego tú saldrás de entre la gente, me alargarás el brazo y te pondrás a cantar y a bailar conmigo.

            Se está bien así, sin nada que hacer en la mañana, en la inminencia del milagro. Recuerdo un verso de Cernuda: “La verdad de sus sueños era para él la verdad de la vida”.


Lunes, 13 de enero
CASUALIDADES

Leo con provecho, admiración y congoja un libro del psiquiatra Guillermo Lahera, Las palabras de la bestia hermosa. Nadie está libre de alguna forma de enfermedad mental, pero no todas suponen un descenso al infierno. En mi caso, se han limitado a unas cuantas manías más pintorescas que perjudiciales.

 Un capítulo, sin embargo, “Ainhoa, sangrando por la herida”, dedicado al trauma producido por la violencia terrorista, me lleva a pensar que yo también viví una doble amenaza traumática y que me libré sin ulteriores consecuencias por dos noveleras casualidades.

            El primer hecho traumático no fue la inesperada detención, el traslado esposado a Madrid, el que me apuntaran con una pistola antes de quitarme las esposas cuando paramos en una estación de servicio (“Cuidado con hacer tonterías que aquí se dispara primero y se pregunta después”), los largos días y las infinitas noches incomunicado en una celda de la DGS, las sesiones de interrogatorios, tan intimidantes (yo dije todo lo que sabía –que no era nada-- antes del primer golpe, no soy un héroe). Todo eso fui capaz de soportarlo, y aceptablemente bien, me sostenía la certeza de que se trataba de un error y que, más pronto que tarde, resultaría aclarado. Solo me derrumbé cuando el militar encargado de la investigación me dijo que, aunque él creía en mi inocencia, debía enviarme a prisión porque mi amiga Mariluz Fernández había declarado que yo era quien había puesto la bomba en la cafetería Rolando. El mundo se me vino encima. Me derrumbé. No habría salido de esa sino fuera por un imprevisto regalo del destino. El juez militar tuvo que salir un momento del despacho y entonces oí la voz de un soldado que escribía a máquina en una esquina y en el que ni siquiera me había fijado. Lo he contado muchas veces. “No te preocupes. Yo estaba presente cuando tomaron declaración a tu amiga y ella dijo que tú no tenías nada que ver, que solo te interesaba la literatura. Lloraba mucho por lo que te pudiera pasar”.

            La segunda ocasión para un trauma invalidante tuvo lugar en Carabanchel. Y no fue por el hecho de mandar a la cárcel a quien, por aquellas fechas, ni siquiera había cruzado una calle con el semáforo en rojo, sino porque, saltándose todas las normas penitenciarias, no me enviaron a la galería de los que ingresaban por primera vez o a la de los políticos (que tenían un trato preferente, ya que entre ellos estaban los que pronto podían ocupar puestos de mando), sino a la séptima galería, que entonces era la de los reincidentes, y dentro de ella a la planta de los fuguistas, de los tipos más peligrosos. En aquella galería había mucha pobre gente, de los condenados a entrar y salir de la cárcel desde la adolescencia, pero también asesinos y psicópatas. Y allí estaba yo, un jovencito sin experiencia ninguna ni de la mala vida ni de la vida siquiera. Lo tenía todo para ser una victima. Pero me salvó ETA, quien lo iba a decir. Estas son cosas que no conviene mencionar, pero literalmente así fue. Salí por primera vez al patio y antes de que pudiera llegar hasta mí algún mal tipo para desplumarme, se me acercó un preso que me dijo: “¿Tú eres el de la calle del Correo? Pues camina junto a mí que los de ETA quieren conocerte”. Los presos vascos, en huelga de hambre, estaban en celdas en la primera planta y todos se asomaron a la ventana para verme.

A partir de entonces, todo el mundo me miró con respeto y con cierta lástima, como un condenado a muerte, y quizá de alguna manera lo fui en la mente retorcida de quienes se ocupaban de aquel desdichado asunto pensando menos en hacer justicia que en sacar réditos políticos. Gracias a ese hecho la estancia en prisión, aunque con momentos malos, y muy malos (me tocó vivir en medio de un motín), fue como una película que uno no se cansa nunca de contar y no el trauma que me convertiría para siempre en carne de psiquiatra.

Martes, 14 de enero
DISCULPAS

Casi no hay día en que no disfrute de un rato de felicidad. Suele ser por la mañana, cuando terminado el trabajo del día, cruzo el parque de Santullano para tomar el primer café. Hoy lucía el sol, pero en las zonas en sombra la hierba estaba todavía cubierta de escarcha. No pensar en nada, no esperar nada, simplemente sentirse vivo, uno con el universo. Retraso todo lo que puedo la lectura del periódico porque ya desde la primera página me hace sentirme avergonzado y con ganas de pedir disculpas.

Jueves, 16 de enero
RELOJ DE ARENA

No soy yo de los que acostumbran a volver la vista atrás, pero ayer en la tertulia nos dio por comentar el primer tomo de la revista Reloj de Arena, que comenzó a publicarse allá por 1991, y cuántas sorpresas. En primer lugar, lo poco que ha envejecido. Los colaboradores habituales de entonces siguen siendo nombres fundamentales en la literatura de hoy: Andrés Trapiello, Luis Alberto de Cuenca, Miguel d’Ors, Juan Bonilla, Felipe Benítez Reyes. Y los jóvenes de entonces son ya autores destacados: Lorenzo Oliván, José Luis Piquero, Javier Almuzara.

Pero no es eso –el buen ojo crítico, que se manifiesta en la selección y en las breves “Notas a lápiz”-- lo que más me ha sorprendido, sino las burlas y veras de “El correo del azar”, una sección que incluía cartas de los lectores y en la que casi nunca era apócrifo lo que más lo parecía.

¡Cómo nos reímos con la carta de Marisa Pérez sobre unos recientes encuentros literarios! Participaba, entre otros muchos poetas, Jon Juaristi, quien leyó un poema que fascinó a nuestra corresponsal, su “Sátira primera (a Rufo)”. Así comienza la carta: “Muy señores míos, aunque profesora de literatura me entusiasma la literatura y todo lo que tenga que ver con ella”. Lo que sigue me parece una obra maestra de humor disparatado a propósito de la llamada “poesía de la experiencia”. Ni el prólogo de un tal Rabanera a El sindicato del crimen se le puede comparar.

Pero nadie lee las viejas revistas. Habrá que esperar a que Abelardo Linares se decida a hacer una edición facsímil. En muy otro tono, hay una carta, firmada por Eladio Cueto y titulada “Libros viejos”, que a Xuan Bello le dio por decir que era uno de mis mejores relatos. ¿La escribí yo? Pues no recuerdo, aunque los libros viejos que solicita ese lector (aún no existía Internet) yo también los perdí y me gustaría recuperarlos.

Ahora tengo los años de aquel corresponsal. ¿Me identifico con el futuro que entonces imaginaba? No del todo: “Abro un libro y en seguida dejo de prestar atención a lo que leo para ponerme a soñar con el tiempo en que lo leía por primera vez”, escribe.

Yo todavía sigo leyendo libros por primera vez y no me dejo llevar más que lo justo por la nostalgia de un tiempo mejor.

            Por lo que hemos visto esta tarde en la tertulia, creo que Reloj de Arena ha envejecido bastante bien. Yo tampoco puedo quejarme, al menos por ahora.



 

sábado, 11 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Vaya aventura

 

 

Sábado, 4 de enero
A RESGUARDO

Nada más natural y repetido que la muerte y nada debería sorprendernos menos cuando se trata de personas de cierta edad. Pero siempre la recibimos con el mismo asombro. En el fondo, y contra toda evidencia, tenemos una ciega creencia en la inmortalidad.

Hoy me entero de la muerte de José Luis Mediavilla, el perfecto interlocutor. No había día en que no me lo encontrara por la calle en que no me detuviera para charlar un rato. Algunas veces aparecía por la mesa redonda de Las Salesas con unos folios que quería que yo leyera. Había tratado, más que como psiquiatra como mentor, a buena parte de los poetas asturianos, empezando por Víctor Botas. Le fascinaba la relación entre genio y locura y tenía ideas propias al respecto que desarrollaba en estudios técnicos y en otros más ensayísticos. Yo se las rebatía a menudo, según costumbre. Lo que hay de valor en la poesía de Leopoldo María Panero, poco o mucho, no se debe a sus problemas psiquiátricos, sino todo lo contrario, aunque haber pasado por ellos, y haberlos superado, puede enriquecer el arte de ciertos creadores.

Parecía siempre más joven de lo que era. Tenía trece años más que yo. Si vivo lo que él, aún queda tiempo. La muerte de los que nos preceden en el escalafón es un aviso de la muerte propia, en la que preferimos no pensar. O al menos yo prefiero no pensar. 

Morir es una lata, ya se sabe. Pero muerto no se está tan mal. No se está, simplemente, que es la mejor manera de ponerse a resguardo del dolor y la muerte. 

Domingo, 5 de enero
VERGÜENZA AJENA

Me repito, ya lo sé. ¿Cuántas veces habré escrito aquello de que los periódicos viejos son la mejor manera de viajar en el tiempo? Hoy me encuentro, no con periódicos viejos, sino con el libro del diario ABC dedicado a 1994.

Tiene el acierto de no centrarse en las noticias (eran los tiempos del “váyase, señor González”), sino en las colaboraciones literarias, que en el ABC han abundado siempre más que en cualquier otro diario. El colaborador estrella es –horror de los horrores-- Camilo José Cela, ya por entonces menos un escritor que un infatuado fantoche con Nobel, utilizado por la derecha como destacado ariete en su lucha contra el “felipismo”.

 Aquí está su “Pavana para un doncel tontuelo”, respuesta a un artículo de Antonio Muñoz Molina. Pocas líneas retratan tan bien a quien las escribió, pocas producen tanta vergüenza ajena, a no ser otras escritas también por Cela e incluidas igualmente en esta selección: “El premio Planeta”, articulo dedicado a vanagloriarse de haberlo conseguido.

“Es esta la primera vez que me presentaba a un premio comercial y la verdad es que el éxito no ha podido ser más redondo, puesto que me lo llevé de calle”, escribe sin ruborizarse. Lo que no indica es que para presentarse tuvieron que garantizarle que se lo iban a conceder y por una novela que todavía ni siquiera estaba escrita. O al menos no por él. No sé yo en qué acabaría judicialmente aquella acusación de plagio, pero lo que parece cierto es que le pasaron el original de una novela cualquiera que había sido presentada al premio y que casualmente se ambientaba en Galicia y él se limitó a añadirle las galanuras de su estilo. Él, o según algunos, Mariano Tudela o algún otro de los secretarios que de vez en cuando le echaban una mano en algo más que las labores de documentación.

“En mi vida profesional, y quizá también en la otra, la corriente y moliente, la verdad es que yo hice casi siempre lo que quise”, escribe orgulloso. Hizo siempre lo que quiso y los españolitos de toda clase y condición siempre le jalearon y aplaudieron. A mí, no sé por qué, me recuerda al rey Juan Carlos, otro que se puso al mundo por montera, en la vida pública y en la privada, con la constitución como tapavergüenzas, y a quien todavía queda quien le siga aplaudiendo.

            Con ambición y sin escrúpulos y con algún talento (o una buena herencia, nada menos que todo un reino) se llega muy lejos. Pero no se llegaría sin la colaboración de mucha gente que se tiene por honorable. Aún más vergüenza ajena que las autoloas de Cela por obtener ese Planeta que tantos dolores de cabeza acabaría trayéndole, provoca la “tercera” que le dedica Gimferrer. Se titula “Camilo José Cela, hoy” y glosa los méritos de La cruz de San Andrés, una nueva obra maestra de un escritor siempre joven. La prostitución del talento, la crítica literaria convertida en la voz de su amo, no es ninguna rareza, abunda tanto hoy como hace treinta años. Lo que no sé si alguien se atrevería a escribir hoy es una afirmación tan clasista como que hay un realismo bueno, “el que emplea lo mimético como forma de diálogo con el pasado cultural” y otro malo, “el que es un puro y simple retorno naif a la narrativa tradicional”, practicado por escritores procedentes “de capas sociales de más reciente acceso a la cultura”.

“La educación de un caballero comienza cien años antes de su nacimiento”, afirma un dicho inglés. Gimferrer parece pensar lo mismo respecto de los escritores: “Si tus padres no han ido a la universidad, nunca podrás escribir nada que valga la pena”.

Lunes, 6 de enero
MIENTRAS ESPERO

Mientras espero a unos amigos, me entretengo en reescribir un libro que he traído conmigo. Es de aforismos y como está maquetado a uno por página deja suficiente espacio en blanco para la reescritura.

            “En la mejor poesía habla una lengua ciega que hace ver”, escribe el autor. Y yo: “En la mejor poesía la luz es tanta que a veces nos ciega”.

            El original suele ser de imaginería muy rebuscada: “Al mar que se acerca algo a la tierra le salen pies, que se quieren ir del mar y que el propio mar cercena”. Parece que se refiere a las olas que avanzan en la playa y luego se retiran. Yo me salgo por la tangente: “Al mar le gustaría veranear en la montaña”.

            Cuando llegan mis amigos, José Luis Piquero y Bárbara Grande Gil, ya me ha dado tiempo a reescribir todos los aforismos (no es gran hazaña para un cuarto de hora, solo son cincuenta y cinco). Les leo algunos. “Aprender ante la desnudez a quedar sin argumentos” se convierte en “La desnudez gana mucho cuando la conociste con ropa”.

            ---Estoy muy de acuerdo, dice Piquero.

            ---Deberías enviarle el libro anotado al autor. Seguro que le gustaría mucho, dice Bárbara.

            ---Ni se te ocurra. Tú no conoces a Oliván, Bárbara, seguro que lo tomaría por la tremenda. ¡La que le armó a Martín cuando dijo en una reseña que era un poeta formal!

Martes, 7 de enero
DIONISIA

Dionisia García, que me llamó hace unos días para felicitarme las fiestas, me hace llegar su último libro, Ecos, un diario de 1999. Lo abro al azar y me encuentro con esta anotación: “Descuidar mis afectos, no. Es lo mejor que tengo”.

Solo la vi dos veces, hace años, una cuando fui a leer poemas a Murcia  y otra aquí en Oviedo, en un viaje familiar. Parco en los elogios, no me he ocupado especialmente de sus libros, que me ha ido enviando con puntualidad. Y sin embargo me aprecia y nunca se olvida de llamarme en fechas señaladas. Cumple años (si vivieran Valente y Gil de Biedma tendrían los mismos que ella tiene), pero no descuida ni un instante sus afectos, algunos tan inmerecidos como el que a mí me tiene.

Hablo con Dionisia y pienso que, por muy mal que vayan las cosas en el mundo, nunca estará del todo perdido mientras existan personas como ella.            

Miércoles, 8 de enero
NUEVAS EXPERIENCIAS

Llego tarde a todo, pero voy llegando, que es lo importante. Hasta ahora, siempre que viajaba en autobús con un bebé en su carrito me acompañaban el padre o la madre. Hoy por primera vez he tenido que ocuparme solo. Soy tan torpe que tuvieron que ayudarme a subirlo. Bajar fue más fácil. En una de las curvas en que temí irme para un lado, yo dije “¡Vaya aventura!” y Sofia, que pronto cumplirá tres años, se pasó todo el trayecto repitiendo entre sonrisas: “¡Vaya aventura!”

            Me ocupé de ella durante casi tres horas (acaba de llegar a Asturias y no encuentra plaza en la guardería), hasta que su madre salió del trabajo. Creo que no lo hice del todo mal. Un trabajo agotador, pero reconfortante. Yo no soy solo un abuelo honoris causa, ahora me siento un abuelo de verdad.

            Yo, que era el príncipe que todo lo aprendió en los libros, al final va a resultar que ninguna experiencia humana me va a resultar ajena.

            Incluso estoy pensando en casarme. No puede ser tan malo el matrimonio cuando todos mis amigos se han casado, la mayoría dos veces y algunos hasta tres o cuatro. Y además ahora todo son facilidades a la hora de elegir el género.