Sábado, 17 de marzo
Donde terminan las palabras empieza la verdadera conversación.
Yo no paro de hablar porque tengo mucho que callar.
Escribo para ocultar un secreto.
Domingo, 18 de marzo
EN LOS MARES DEL SUR
Acompaño a Bougainville en su viaje por los mares del Sur. Siento, con el libro en las manos, la brisa marina, me deslumbra el azul del mar y del cielo, me contagia su alegría la ruidosa tripulación cuando desembarca en islas paradisíacas: “Todos los días nuestras gentes se paseaban sin armas, solos o en pequeños grupos. Se les invitaba a entrar en las chozas; allí les daban de comer; pero no solo se limita aquí a una colación la cortesía de los dueños: les ofrecían doncellas. La choza se llenaba inmediatamente de una multitud curiosa de hombres y de mujeres que hacían círculo alrededor del huésped y de la joven víctima del deber hospitalario. La tierra se cubría de hojas y de flores y los músicos cantaban al son de la flauta un himno de gozo. Venus es aquí la diosa de la hospitalidad; su culto no admite misterios y cada gozo es una fiesta para la nación”.
Y de pronto se me ocurre pensar que para “las jóvenes víctimas del deber hospitalario” aquel paraíso no era precisamente un paraíso.
“No está el mañana ni el ayer escrito”, decía Machado. Yo creo que el pasado sí está escrito, pero está mal escrito.
Lunes, 19 de marzo
VIVA LA PEPA
Todo el mundo dice hoy maravillas de la constitución de 1812. Pero también se pueden decir otras cosas. No ya que afirme que la religión de la nación española “es y será perpetuamente la católica” y prohíba cualquier otra, sino que distinga entre los hombres libres, los únicos que pueden ser españoles, y los esclavos. También diferencia entre ser español y ser ciudadano español. Un español que por cualquier línea tenga alguna gota de sangre africana solo podrá ser ciudadano español, por concesión especial de las Cortes, “si hiciere cualificados servicios a la patria” y siempre que sea “hijo de legítimo matrimonio de padres ingenuos; de que estén casados con mujer ingenua, y avecindado en los dominios de las Españas, y de que ejerza alguna profesión, oficio o industria útil con capital propio”. Una profesión no servil, se entiende. Porque cualquier ciudadano español queda suspendido de sus derechos si se convierte en “sirviente doméstico” (los sirvientes domésticos, se deduce, no pueden ser ciudadanos españoles). Y cuando se habla de ciudadanos, a pesar de que se emplee el género no marcado que ahora tanto defienden los gramáticos como consustancial al idioma, no parece que hablen de ciudadanos y ciudadanas. Así se nos dice que para que un extranjero avecindado en España pueda obtener la condición de ciudadano “deberá estar casado con española y haber traído o fijado en las Españas alguna invención o industria apreciable”. “Extranjero”, ya lo vemos, quiere decir extranjero y no extranjera. Ni los esclavos, ni los descendientes de esclavos (salvo concesión muy especial), ni los criados, ni los hijos ilegítimos ni las mujeres eran ciudadanos españoles. ¿Lo eran los indígenas de los territorios americanos? No queda claro, pero yo me inclino a pensar que no.
Está bien que, del rey abajo, todos digan maravillas de la constitución de 1812. Pero tampoco hay que pasarse. Y conviene leerla antes.
Martes, 20 de marzo
ALGUNOS DÍAS, CIERTAS NOCHES
Por estos días hace cuarenta años que comencé a dar clases. Un paso pequeño para la humanidad, pero grande para un hombre, podría decir parafraseando a los astronautas que pisaron por primera vez la luna. ¡Cuarenta años! Y, según creo recordar, ni un día de baja. Y no porque no tuviera problemas de salud, aunque tampoco demasiados, sino porque suelo aprovechar las vacaciones para ponerme enfermo. Recuerdo que una vez me quedé afónico (algo que no es de extrañar: le ponen a uno micrófono para dar una conferencia a veinte personas y no para dirigirse a ochenta inquietos alumnos), pero coincidió con los exámenes de febrero, cuando se suspenden las clases.
El azar ha querido que celebre este aniversario con más horas de clase y más alumnos que nunca. Lo considero un regalo.
También hace cuarenta años que publiqué mi primer libro. Y ahí sigo, con el mismo entusiasmo y las mismas dudas que entonces. No me imagino un premio mayor.
De sobra sé que lo correcto, lo elegante, lo educado es quejarse. Que si el plan de Bolonia, que si los alumnos cada vez saben menos, que si nos hacen trabajar cada vez más horas… O que la literatura apenas se vende, los críticos me ignoran, la poesía no importa a nadie. En fin, las habituales jeremiadas.
Pero yo –y pido disculpas a quien pueda molestar– a pesar de ser el último, o uno de los últimos, en el escalafón universitario y de no estar mucho más arriba en el literario, me considero un hombre afortunado. En ese aspecto, al menos.
En otros, me siento el más desdichado de los hombres. Bueno, no tanto. Tampoco hay que exagerar. Y solo algunos días, ciertas noches.
Miércoles, 21 de marzo
OTRO HOMENAJE
Hoy, primer día de primavera, deberíamos celebrar el homenaje al soneto en la Casa del Verso. Pero problemas de salud del anfitrión, el admirable Juan Gutiérrez, aconsejan posponerlo.
Al volver de mis clases de la mañana, mientras atravieso el Campo de San Francisco, me entretengo recordando o inventando haikus de las cuatro estaciones.
En el silencio / una hoja que cae / muy lentamente
Bien te recuerdo / cabalgabas desnuda / en la tormenta
Cierra los ojos / deja que brillen / tantas estrellas
A media noche / hurga en la herida / flauta distante
Estoy en casa / pero tú faltas / y ya no hay casa
Trigo amarillo / el segador descansa / junto al arroyo
Río sin agua / puente sin nadie / cielo vacío
Un gorrión / y las hojas que brillan / tras de la lluvia
Hoy no he dormido / y conmigo ha dormido / la primavera
Al vagabundo / todo le falta / salvo el camino
En el recuerdo / una vez más florecen / blancas camelias
Alta cometa / un mendigo la mira / irse con ella
Noche de invierno / junto a la lumbre / junta de sombras
Como la nube / de un sitio a otro / y a ningún sitio
Duermes desnuda / en el claro del bosque / luna de agosto
El lago helado / el sol danza conmigo / sobre el abismo
Hago balance / ninguna primavera / tantos inviernos
Jueves, 22 de marzo
AÚN SIGO ALLÍ
De pronto, hojeando los Cuadernos de Paul Valery, me encuentro con una viñeta urbana que me había pasado inadvertida en una primera lectura: “Génova, ciudad de los gatos. Rincones oscuros. Callejuelas. Innumerables niños juegan alrededor de las putas. Hay una prostitución elemental, análoga al pequeño comercio en las calles. Aquellas venden su naturaleza como vende la vecina sus castañas, sus higos, sus inmensas hogazas doradas. Caminamos en la vida espesa de estos senderos profundos como entraríamos en el mar, en el fondo oscuro de un universo extrañamente poblado. Sensación de cuentos árabes. Olores concentrados. En lo alto las callejuelas trepan, se adornan con cintas de ladrillos y piedras. Cipreses, cúpulas, fatigosos escalones. Cocinas olorosas. Esas hogazas gigantescas, harina de garbanzos, sardinas en aceite, huevos duros incrustados en la masa, tortas de espinacas frituras. Esa cocina tan antigua, esa vida tan antigua”.
Y yo me pierdo de nuevo, como aquellos días de hace años, en las callejuelas cercanas al puerto y persigo una esbelta sombra de Oriente y no encuentro la salida. Aún sigo allí, dando tumbos, en tu busca.
Viernes, 23 de marzo
AL VOLVER
Como cada viernes, al volver de la tertulia trato de compendiar en aforismos algo de lo que allí se ha hablado.
La salud es un estado pasajero que no promete nada bueno.
Se escribe para desaparecer más despacio.
Un poeta malo es menos malo que un poeta mediocre.
Para gustar a mucha gente hace falta menos que para gustar a unos pocos.
Extrañarse ante lo obvio es el principio de la sabiduría.
El silencio habla, pero no dice nada.
Para enfrentarse consigo mismo hay que armarse hasta los dientes.
De nadie aprendo tanto como del imbécil que hay en mí.
No puede tratar con delicadeza a los demás quien se trata a sí mismo a patadas.
Hay que atreverse a negar las evidencias.
Quien se contenta con poco, vale poco.
La eternidad siempre dura una eternidad, pero puede caber en un instante.
Ningún problema lo es de verdad si puede ser resuelto.
Ser genial al menos una vez en la vida está al alcance de cualquiera.
Disparatado capricho de no sé quién, de Dios o del demonio, el Universo.
Un amor que acaba es un amor que nunca ha comenzado.
Una historia que termina bien es una historia que aún no ha terminado.
Sábado, 24 de marzo
CREÍA
Creía conocer todos los rincones de mi casa; de pronto, tras una estantería, encuentro una puerta. La empujo y voy a parar a una estancia maloliente, con un camastro sin hacer y los ojillos de una rata que me miran un instante y luego desaparecen. Hay un ventanuco que parece dar a un callejón oscuro. Alguien llora, no sé dónde, y susurra mi nombre. Creía conocer todos los rincones de mi vida, y está llena de recovecos y de habitaciones a las que no llega nunca el sol y donde alguien, quizá yo mismo, se muere de hambre y de sed y de frío.