Sábado, 20 de mayo
LO QUE ME ESPERA
“Yo hace tiempo que no
puedo comprar ningún libro. ¡No me caben en casa!”, me dice un amigo, más o
menos de mi edad, cuando le enseño el último que he publicado.
“Y me imagino que tampoco te cabrán ideas nuevas en la
cabeza”, pienso yo, aunque no digo nada, me limito a sonreír.
¿Ese es el porvenir que me espera? En lo de los libros, no
creo (pasan por casa cada semana para llevarse los libros que van quedando
obsoletos o los que me llegan sin pedir ni necesitar); y en cuanto a las ideas,
de momento todavía me caben algunas más.
Domingo, 21 de mayo
ENHORABUENA
Salgo de ver El caso Sloane. de John Madden, un
trepidante y algo tramposo thriller
sobre las zonas oscuras de la democracia americana, enciendo el teléfono e
inmediatamente recibo una llamada de Xuan Bello.
––Enhorabuena, Martín.
––¿Ya se saben los resultados? Desde que voté esta mañana
no he querido escuchar ninguna noticia.
––¡Ha ganado Pedro Sánchez!
––¿Pero ya ha terminado el recuento?
. ––No, pero ya todo está claro, Martín, ya todo está claro.
Soy una persona muy desconfiada, siempre me temo lo peor,
nunca vendo la piel del oso antes de cazarlo ni pongo el carro delante de los
bueyes. Hasta que no llego a casa, enciendo el televisor y veo el programa de
la Sexta, no respiro aliviado.
Si he de ser sincero, tenía bastantes esperanzas desde
que fui al primer mitin de Pedro Sánchez en Gijón. Ahí me di cuenta de que la
rabia y la indignación que yo sentía eran compartidas por mucha gente.
Ahora toca olvidar la ofensa y perdonar a los ofensores.
Perdonar me va a costar un poco (me temo que soy algo rencoroso), pero olvidar
no me cuesta nada. Seguro que dentro de dos o tres días ya ni me acuerdo de ese
buen hombre –¿cómo se llamaba?-- al que los gonzález, los cebrianes y otras
manos invisibles del mercado pusieron al frente de la gestora. Quien no se va a
olvidar de lo que hizo seguro que es él. Si “un bel morir tutta la vita
honora”, una pifia final puede embarrar cualquier trayectoria. Seguro que cada
noche, antes de dormir, se repite “Dios mío, Dios mío, ¿en qué estaría yo
pensando? Después de lo de Fernández Villa, esto”.
Me voy a la cama feliz. ¡Ha ganado Pedro Sánchez! Los
problemas no han desaparecido, pero hemos evitado la tormenta perfecta. Si la
izquierda queda en manos de Pablo Iglesias, el rey del espectáculo, y de la
campechana Susana Díaz (una especie de Esperanza Aguirre en versión de los
hermanos Quintero, no de Arniches), la derecha, apoyada cuando hiciera falta en la muleta
socialista, gobernaría en España para toda la eternidad.
Lunes, 22 de mayo
NO SE LE PUEDE NEGAR
La verdad es que tenemos
una idea muy equivocada de nosotros mismos. Yo creo ser una persona discreta,
que no habla en público de sus problemas personales, tampoco de sus opciones
políticas (sean las que sean siempre van a molestar a alguien), pero parece que
soy bastante más transparente de lo que creía. Me paso buena parte de la noche
de ayer y casi todo el día de hoy, recibiendo felicitaciones, como si yo fuera
Adriana Lastra.
Procuro ser discreto en cuestiones políticas porque sé
que mis lectores piensan de la más diversa manera (no me gustaría perder a
ninguno) y también mis amigos: los de mi edad se inclinan por el PP o
Ciudadanos; los más jóvenes, por Podemos.
Procuro mantenerme ecuánime, como el jefe del Estado (el
único cargo político que me habría gustado desempeñar), pero a veces –también
yo soy humano, aunque algunos lo duden–, resulta imposible.
¿Cómo no reaccionar si te dan una patada en la espinilla
o un bofetón en la cara? Fue lo que hizo ese señor, ¿cómo se llamaba?, que
volvió del revés mi voto contra Rajoy para convertirlo en el apoyo que le hacía
falta. Pero hay que decir a su favor que, al contrario que los nacionalistas
vascos, que lo hicieron a cambio de conseguir unos cuantos millones de euros para
mejorar la vida quienes les habían votado, él lo hizo desinteresadamente, sin
beneficio para nadie (que se sepa), salvo para Rajoy. Esa generosidad con sus
oponentes políticos, ese sacrificio en defensa de las ideas ajenas, no se le
puede negar.
Martes, 23 de mayo
CULTURA POLÍTICA
A la salida de Las
Salesas, muy contento porque el camarero de mi cafetería habitual me ha
felicitado por mi artículo del domingo, me encuentro con Amelia Valcárcel y con
Lluis Álvarez. A ella la admiro desde siempre, él me parece una de las personas
más divertidas y cultas que conozco. “¿Qué llevas ahí?·, me pregunta la catedrática
de Ética y miembro de todos los patronatos habidos y por haber. Le enseño la
biografía de Pessoa, de Joao Gaspar Simoes, que estoy releyendo, y luego añado,
por decir algo:
––¿Qué te ha parecido lo que ha pasado?
––¿Qué me ha parecido qué?
––Pues lo que ha mí me ha hecho tan feliz y tanto ha
fastidiado a otros.
––No sé a qué te refieres.
––Mujer, a qué va a ser, a las primarias –interviene su
marido, el catedrático de Estética.
Y solo entonces me fijo en la cara de Amelia, que tiene
el mismo rictus de despecho que el de Susana Díaz la noche electoral, y
comprendo que he metido la pata.
––¿Así que estás muy contento? Se ve que no andas muy
sobrado de cultura política.
No sé si ando muy sobrado o poco de cultura política,
pero de lo que estoy seguro que no ando sobrado es de tacto y diplomacia.
Miércoles, 24 de mayo
LABERINTO
A veces, de toda la obra
de un poeta, solo nos quedan unos versos en la memoria. De Mário de
Sá-Carneiro, a quien releo estos días, solo me acompañan, desde los tiempos de
Coimbra, estos dos: “Me perdí dentro de mí / porque yo era laberinto”.
Sigo siendo laberinto, pero un laberinto en el que Teseo
y el Minotauro se han hecho buenos amigos y no echan en falta a ninguna
Ariadna.
Jueves, 25 de mayo
UN DÍA EN SEVILLA
Nada más levantarme,
recién amanecido, subo a la terraza del hotel y me encuentro de pronto en el
escenario de una de mis fotografías favoritas: Borges y Torrente Ballester
conversan apaciblemente mientras tras ellos se alza, esbelta y deslumbrante, la
Giralda. Me uno a la conversación, más atento a las chispeantes ocurrencias de
Borges que a la lenta sabiduría del novelista gallego, que me interesó un
tiempo remoto, pero que luego me fue interesando cada vez menos (su decadencia
fue tanta que creo que llegó a ganar incluso el Planeta).
Desayuno con José Luna Borge, compañero de estudios en
aquella Facultad de Alarcos, Gustavo Bueno y Martínez Cachero, que hoy mismo se
acaba de jubilar. Los conocidos que se encuentran le felicitan, cuando yo creo
que deberían darle el pésame. Pero luego lo comprendo cuando me entero de su
trabajo en el Instituto Andaluz de la Juventud, no más trabajoso que el mío,
pero acompañado de una condena de arresto: a las ocho debe fichar y permanecer
en la oficina hasta las tres, tenga o no tenga algo que hacer. De ese arresto
kafkianamente funcionarial es de la que ha quedado libre.
Con el poeta Juan Lamillar visito el palacio de las
Dueñas. Él ya lo conocía: había sido invitado por Jesús Aguirre, aquel duque de
Alba que convirtió la alta comedia y la astracanada, para escucharle leer sus
poemas. Para mí ningún hecho de su historia tiene tanta importancia como que en
él naciera Antonio Machado y ninguna de sus estancias más o menos neomoriscas
me emociona tanto como el huerto claro donde madura el limonero, deslumbrante
en esta mañana de primavera.
Aquilino Duque, que sigue tan incansable como siempre en
sus arremetidas contra el mundo moderno, me cuenta que está escribiendo un
libro sobre los cuatro nuevos jinetes del Apocalipsis: el feminismo, el
nacionalismo, el ecologismo y el pacifismo. Todo el mundo ve en esa enumeración
tres disparates; parece que yo soy el único que veo cuatro.
Visito el consulado de Portugal, lo que queda del antiguo
pabellón de ese país en la Exposición Iberoamericana de 1929, y me sorprende el
retrato oficial del nuevo presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa:
se le fotografía al aire libre, con el sol dándole de lleno y resaltando sus
arrugas, como un abuelito en el parque disfrazado con la banda presidencial. Contrasta
esa apariencia –muy acorde con su campechana e hiperactiva manera de entender
la presidencia– con este suntuoso pabellón. Portugal fue invitado a la
exposición, pero no tenía demasiado interés. Eran tiempos de inestabilidad
política y preocupaban otras cosas. Pero en esto llegó Salazar y buscó un
espacio mejor y mayor y en menos de un año construyó el más suntuoso pabellón
(lo que hoy nos admira es solo una parte): había que demostrar que Portugal no
era un país pequeño, que seguía siendo un imperio.
Jorge Monteiro, el cónsul de Portugal en Sevilla, me
pregunta de dónde vino mi interés por Portugal, y yo le respondo que tuvo dos
causas: una fue Fernando Pessoa, de quien no había oído hablar cuando encontré
las poesías de Álvaro de Campos en la vieja edición de Ática; la otra, el 25 de
abril, aquel hecho prodigioso que nos deslumbró en las postrimerías de la larga
noche de piedra del franquismo. Tantos años después, aquel abril no ha perdido
para mí su capacidad de fascinación; ni tampoco
Pessoa, mi alter ego favorito.
Hablo, en el espléndido salón de actos bajo la historiada
cúpula, de la relación entre Pessoa y Sá-Carneiro. Fernando Pessoa inventaba
poetas que hacía pasar por personas reales, sus heterónimos, y convertía en
personajes de su “drama en gente” a los poetas amigos. Lo mejor de António
Botto, lo único que nos interesa de él, es lo que tiene de semiheterónimo de
Pessoa; lo mismo pasa con el desdichado Sá-Carneiro, cuyo suicidio, tan
teatralmente preparado, tuvo mucho de sacrificio expiatorio, como el del amante
de Adriano, Antinoo, que Pessoa glosó en uno de sus poemas ingleses.
Viernes, 26 de mayo
UNA FÁCIL PROFECÍA