Domingo, 24 de
diciembre
CENO SOLO
---A
veces tengo la impresión de que soy un extraterrestre, de que solo en
apariencia soy como los demás.
---Bueno, esa impresión la hemos
tenido todos en algún momento, Martín, no eres el único.
---¿De veras? ¿Tú también la has
sentido alguna vez? Ahora en Navidad es cuando más extraña veo a la gente
normal. ¿Te has dado cuenta de que son como polillas? Les encienden unas
cuantas luces en el centro de la ciudad y allá se amontonan todos, dando vueltas
y más vueltas, como hipnotizados, alrededor de ellas.
---Pues tú también has venido a
verlas y aquí estás en el Campo de San Francisco, como todo el mundo, esperando
que llegue la hora de la cena. Por cierto, ¿con quién vas a cenar?
---Solo.
---Qué triste.
---Triste, ¿por qué? Todos los días
ceno solo, salvo cuando tengo algún compromiso amical o laboral, y lo paso muy
bien.
---¡Pero en Nochebuena! ¿No te
vienen recuerdos de cuando eras niño, toda la familia alrededor de la mesa, y
el belén y la zambomba y el turrón y todo eso?
---Pues no, no me vienen. Debe ser
que cuando me mandaron a la tierra con apariencia humana se olvidaron de
implantarme esas melancolías.
---Va a ser verdad que eres un
extraterrestre. Aunque creo que te vas asimilando. Cuando yo te conocí, allá
por los setenta, eras bastante más alienígena. Ahora, si uno no se fija mucho,
hasta podría confundírsete con un ser humano como cualquier otro.
---No sé si eso puede tomarse como
un elogio.
---Dejémonos de metafísicas y ven a
tomar algo en el Aguaducho. Mira qué animado está. ¿Y qué libro traes? ¡Nunca
te he visto sin un libro en las manos! No se si vienes de otro planeta, pero sí
es así, seguro que estaba lleno de bibliotecas.
---Lo acabo de comprar. Resulta que
en el Fontán, a estas horas, había una librería abierta. En la puerta, unas
cajas de libros a un euro. Y el primero que veo es uno mío, Lecturas y
lugares, que publiqué hace años y del que no tengo ningún ejemplar. El
ángel durmiente de la cubierta es una fotografía que hice en el cementerio
acatólico de Roma y la última –el libro está ilustrado-- es una foto hecha
desde el balcón de mi casa en Aldeanueva.
---Me gusta la nota de la
contraportada. No sé si la has escrito tú. Pero podría servir de resumen de
toda tu obra: “Para José Luis García Martín, darse una vuelta por el ancho
mundo o pasearse sin prisa entre los estantes de una biblioteca no resultan
actividades muy diferentes. Los libros son ventanas de papel que nos permiten
asomarnos a la gozosa variedad del mundo y las ciudades volúmenes ilustrados de
una inagotable biblioteca hecha de calles, piedras y nostalgia. Nápoles,
Lisboa, Ginebra, Roma, Nueva York o Venecia se hermanan así con Leopardi,
Pessoa, Borges, Byron o Nietzsche. Un rincón revisitado o unas líneas
recordadas le sirven al autor para contarnos una historia, recrear una emoción.
Las imágenes, que pretenden ser algo más que un prescindible adorno, sirven de
punto de partida al viaje de la memoria”. ¡Un buen regalo navideño!
---Los mejores regalos los hace el
azar, ya se sabe. Otro regalo son esas luces reflejadas en el agua del estanque
que le dan al parque un aire de oriente. Me traen a la memoria un poema de Li
Po: “Me aparté un instante de la fiesta. / Hasta mí llegaban solo hilachas de
música y de risas, / Me siguió la alta luna, y los dos solos / cuchicheamos
junto a la alberca del jardín / tiernamente, como dos enamorados”.
---¡Afortunado eres! Bien mirado, cenar solo en Nochebuena, y por gusto, no porque no quede más remedio, es un lujo que pocos pueden permitirse.
Lunes, 25 de
diciembre
LA PREGUNTA DE LA
ESFINGE
Estoy
leyendo, releyendo, el último libro de Guillermo Carnero en Los Prados, tras la
comida navideña en Avilés, cuando de pronto alzo la vista y me encuentro con la
respuesta a la pregunta de la esfinge: “¿Cuál es el animal que primero camina a
cuatro patas, luego con dos y finalmente con tres?”. Se me acerca un amigo apoyado
trabajosamente en un bastón y yo, que le conocí cuando tenía veinte años, le
veo convertido en un anciano en un abrir y cerrar de ojos, como en un poema de
Francisco Brines.
Mis amigos siempre han sido más jóvenes que yo y no acabo de acostumbrarme a verlos tan viejos como yo, o más. Supongo que yo también envejezco, igual que les pasa a todos, pero soy tan distraído que no acabo de darme cuenta.
Martes, 26 de
diciembre
JARDÍN BOTÁNICO
Siempre
que visito un jardín botánico, recuerdo el primero que visité. Fue en Coímbra,
en un remoto verano de deslumbramientos y melancolías. Aquel jardín botánico,
que antes de ver había leído en Eugenio d’Ors, quería ser ante todo un jardín,
con sus parterres, sus fuentes susurrantes y sus rincones para enamorados.
Con una familia amiga y sus dos niños,
Yara y Martín, me acerco hoy hasta el jardín botánico de Gijón. Contiene un
jardín romántico y un laberinto de laureles, pero lo que más me admira es lo
que menos tiene de jardín: la aliseda junto al río, las praderas, los huertos
y, sobre todo, la prodigiosa carbayera del Tragamón.
En la tienda de plantas, compro una diminuta prímula amarilla, que florece en otoño e invierno, y pierde sus hojas en primavera, al contrario que Perséfone y el resto de las plantas. Es como yo: le gusta llevar la contraria.
Miércoles, 27 de
diciembre
UNA MUJER CON
PASADO
Los
chismes parecen cosa demasiado frívola para que de ellos se ocupe la gente
seria, pero pueden cambiar el curso de la historia. Leo las páginas que Miguel
Martorell Linares le dedica a Santiago Alba en el libro Progresistas, coordinado
por Javier Moreno Luzón, y me entero por fin de las razones por las que hubo un
aplauso casi generalizado cuando Miguel Primo de Rivera le convirtió en chivo
expiatorio de la vieja política: “Dos asuntos relacionados con su vida
privada eran la comidilla de los círculos aristocráticos. Era el primero que
Alba ganaba mucho dinero con su bufete y no tenía reparo en gastarlo, actitud
que le valió los sambenitos de derrochador, petulante y ostentoso. Y el otro
que su segunda mujer –Alba enviudó de la primera en 1912-- tenía un pasado, lo
que, amén de una marea permanente de rumores y comentarios maliciosos, generó a
su alrededor un clima de vacío social digno de la pacata sociedad victoriana
que Oscar Wilde retrató en El abanico de lady Windermere”.
Un periodista, Delgado Barreto, se
especializó en publicar artículos y libelos contra el político. Santiago Alba,
entonces ministro de Estado, no hizo nada para impedirlo. “Ya se sabe que no
tengo la aberración de asomarme a la boca de las letrinas. Por eso no leo
semejantes papeluchos”, le escribió a un amigo. Pero parece que el rey sí los
leía y le hacían gracia y no tuvo inconveniente en recibir en palacio al
libelista.
Al
caer la dictadura, cuando el régimen hacía agua por todas partes, fue hasta
París para pedirle a Santiago Alba que formara un gobierno que impidiera el
derrumbe. Alba se negó. Hay quien dice que incluso sugirió que pidiera ayuda a
Delgado Barreto.
Ya se sabe lo que pasó después. Un
gobierno bien intencionado e inepto, presidido por el almirante Aznar, trató de
salvar los muebles y solo sirvió para acelerar la llegada de la república.
Sin esos chismes sobre Alba y el
pasado de su segunda mujer (luego hubo una tercera, que antes fue su secretaria)
quizá la historia habría discurrido de otro modo.
Jueves, 28 de
diciembre
YA NO
Había
quedado con José Luis Piquero y Bárbara Grande en Atípiko, mi despacho desde
que me expulsaron de Los Porches, y les llamo para anular la cita: he de hacer
de guía en Avilés, una de mis ocupaciones favoritas.
---¡Ya no eres el que eras!
---Cierto, ya no soy el perfecto autómata, ya no estoy cada día en los mismos sitios y a las mismas horas. Los años le cambian a uno. Y no siempre para mal.
Viernes, 29 de
diciembre
LO IMPORTANTE
Como
los estorninos que se juntan en bandadas al atardecer y dan vueltas y más
vueltas aturdidos y como aterrados, así la gente cuando un año más se acerca a
su final.
Yo trato de que esa histeria colectiva no
me afecte. Algo me afecta, sin embargo, esta alegre tristeza (o al revés).
Pero yo no soy de los que dicen “un año
menos”, sino “un año más”. Y van setenta y tres (y seis meses de propina). Y en
todo ese tiempo, si no siempre tuve quien me quisiera (eso nunca se sabe),
siempre tuve a quien querer, que es lo importante.