Domingo, 17 de abril
Mientras paseamos por los jardines de la Rodriga, que no conocía, y a los que se extraña de llegar en ascensor, le cuento a mi amigo el sueño de esta mañana. “Me dormí pensando que hoy tenía que escribir un soneto (soy de esas personas a las que les gusta ponerse deberes) y me desperté con una historia en la cabeza. Hablaba de un niño huérfano al que recoge un herrero. Le ayuda con los trabajos más duros de la fragua y se dedica a guardar las briznas de hierro que sobran porque sueña con hacerse una espada y llegar a ser caballero. Hay un dragón, como en todos los cuentos, que asola al reino. El rey, que no tiene herederos, ha prometido dejar su corona a quien acabe con él. Los más famosos caballeros del mundo acuden a intentarlo: Palmerín de Oliva, Amadís de Gaula e incluso Lancelot du Lac. Ninguno lo consigue, a pesar de venir armados con las mejores lanzas y los más ágiles caballos. Todos se ríen cuando el desmedrado rapaz saca a pasear su espada por el pueblo (tiene que arrastrarla porque apenas tiene fuerzas para levantarla) y dice que él acabará con el dragón. Entre las burlas de todos se pone en marcha. Camina y camina bajo el sol y cuando le parece que no puede más y todavía le queda mucho para llegar a la gruta se encuentra con un anciano de larga barba blanca encorvado bajo un gran haz de leña. “Es para hacer fuego durante el invierno”, le dice. Bajo aquel sol abrasador, parece un anciano, pero gentilmente se ofrece a ayudarle y con una mano arrastra la espada y con la otra carga el haz de leña. El anciano vive en lo alto de una montaña. Su casa, poco más que una choza, está llena de libracos enormes, de alambiques y retortas, de balanzas para pesar extraños ingrediente. El aprendiz de herrero lo mira todo admirado mientras le cuenta al anciano, que ahora sabe que es un sabio y no un loco, sus intenciones. “No creo que lo consiga, volveré al pueblo fracasado y todos se reirán de mí”. “Vamos a ver si en los libros encontramos algo que nos sirva de ayuda”, sonríe el anciano. Alcanza un grueso infolio, que casi pesa más que él. “Aquí esta todo lo que se sabe de los dragones”. Pasa las páginas y encuentra una gran lámina con el dragón que aterra al reino. El joven herrero da un salto atrás. Aterra ya con solo verlo dibujado.
No te voy a contar el cuento entero, le digo a mi joven amigo. Resumo: Acaba siendo el nuevo rey y no se vuelve a acordar de aquel viejo hasta que tres años de malas cosechas llevan el país a la ruina. Entonces lo llama, pero no quiere dejar su cabaña. “Tiene que ocurrírseme algo para hacerle venir”. Y como era un joven muy listo en seguida se le ocurre la idea. “Decidle que le nombraré bibliotecario mayor del reino con el encargo de reunir en mi palacio todos los libros del mundo, los escritos y los por escribir”.
“Me parece que sé quién es el sabio Merlín de tu sueño. No te preocupes, cuando yo sea presidente de mi país, te nombraré director de la biblioteca nacional sin necesidad de que haya antes tres años de malas cosechas”.
Lunes, 18 de abril
UNA APARICION
Soy un hombre muy racional, pero por eso mismo no desdeño los sueños. Buscando hotel para un próximo viaje de pronto me sorprende la imagen de un aparatoso edificio victoriano. Me da un vuelco al corazón. Yo ya debía de tener cerca de cuarenta años, pero era ya casi tan adolescente como ahora. Me alojaba en un hotel cercano a Russel Square, tomaba algo en un local con terraza que se llamaba Night and Day, bebía distraído y de pronto vi pasar una belleza que no era de este mundo. Me arrastró en su estela sin que pudiera hacer nada por impedirlo. Pero solo unos pocos pasos. En el portal de un edificio inmenso, frente a la plaza, que parecía sacado de un cuento de hadas que fuera a la vez un cuento de terror, se dio la vuelta, me miró fugazmente y desapareció.. No me atreví a entrar en aquel recinto inmenso y mágico. Pero la volví a ver otra vez, sentada tras una de las ventanas y volvió a mirarme y sé que debería haberme decidido a ir en su busca. Ahora, con dos o tres golpes de ratón, ya estoy autorizado para entrar en el castillo. ¿Todavía conservo la esperanza de encontrar aquella aparición? Por supuesto que no, por eso me atrevo a volver a Londres y a atravesar puertas que me estuvieron vedadas. En caso contrario no me atrevería a hacerlo.
Ya ni siquiera en sueños me atrevo a ser un héroe, ya solo puedo aspirar a ser el ayudante del héroe.
Martes, 19 de abril
AÚN
Como quien va en una bicicleta pedaleo y pedaleo; sé que en cuanto deje de hacerlo caeré al suelo. Pero aún me quedan fuerzas.
Miércoles, 20 de abril
DOS AMIGOS
Soy un coleccionista de muchas cosas, también de experiencias religiosas. La variedad de ritos y creencias me parece como la variedad de lenguas. Qué pobreza intelectual la del que solo sabe expresarse en la suya y solo comprende lo que se dice en ella. Las diversas religiones me parecen como imperfectas traducciones de una lengua única. Una lengua que quizá no existe.
He subido hasta lo alto de la cúpula de San Pablo, he tenido inmensa y ofrecida la ciudad a mis pies, y luego bajo su abrazo protector he asistido al oficio religioso de las doce de la mañana. Me he levantado, me he sentado, he dicho las palabras que había que decir en el momento adecuado, les he dado la mano y deseado la paz a quienes compartían conmigo aquel momento, en medio del ir y venir y la curiosidad de los turistas, sin saber que yo era un intruso.
¿Un intruso? Nadie más sensible que yo a las emociones ajenas. Me gusta ser un recipiente vacío, una cuerda que vibra al menor soplo de aire. Cierro los ojos y sé que lo que me une con cualquier desconocido es más de lo que me separa.
Antes he cruzado por primera vez el puente del Milenio, otra pieza para mi colección. Una pieza maestra. Como una esbelta trirreme que ha quedado atravesada en el río, que parece quieta pero que avanza por otro río.
En San Pablo tengo muchos amigos, pero especialmente dos: William Blake, el visionario, y John Donne, el apasionado que supo amar a Dios como se ama a una mujer. En la lápida conmemorativa de Blake hay unos versos que hace tiempo he hecho míos: “Ver el mundo en un grano de arena / y el cielo en una flor silvestre, / sostener el infinito en la palma de la mano / y la eternidad en un instante”.
John Donne, que sabía que cualquier campana celebra nuestro propio funeral, me recuerda que no morimos, que nos traducen a un idioma mejor. .
Soy el ateo más religioso del mundo, creo en todo lo que cree la buena gente, creo en la bondad y en el abismo negro por cuyo borde caminamos sonrientes y mirando, mientras sea posible, hacia otro lado.
Jueves, 21 de abril
COLECCIÓN DE INSTANTES
Nada me gusta más que mirar una ciudad desde lo alto. Ayer lo hice desde la cúpula de San Pablo y hoy lo hago desde la más fascinante noria del mundo, el Ojo de Londres. Poco a poco me va elevando sobre el vacío y sobre el río la trasparente burbuja que algo tiene de cúpula espacial. Reconozco los lugares por los que acabo de pasear, les doy nombre a los palacios y a las iglesias, no me acostumbro al milagro. ¡Lo que habrían dado Dickens y Chesterton, y cualquiera de los londinenses que más amo, por una experiencia así!
Y luego, al querer entrar en la Abadía de Westminster me encuentro con que no puedo hacerlo porque allí está la reina celebrando su cumpleaños. Recuerdo bien los que cumple: ochenta y cinco. Y ese cumpleaños me lleva a pensar en otro cumpleaños que hace que los ojos se me llenen de lágrimas (es algo que ahora me ocurre con frecuencia). Pero pronto me consuelan los jardines de Saint James, con su multicolor floración adolescente. “Ellos serán siempre fieles / tú no lo serás un día”, me digo con Cernuda. “Aprende cómo es la dicha”. Aprendo. Todavía aprendo.
El día termina en el Wigmore Hall escuchando a Anne Sofie von Otter, que sabe hacernos reír con las bufonadas de Francesco Provenzale a propósito de Cristina de Suecia y apretarnos el corazón con el lamento de Penélope en la ópera de Monteverdi o con la prodigiosa nana que su nodriza le canta a la orgullosa y desdichada Popea.Al final pasamos a saludar a Daniel Zapico, el asturiano que toca la tiorba. Desde lo alto de la escalera nos mira Boris Begelman, el joven violinista que a mí me ha interesado especialmente. No me atrevo a decirle nada. Me lo vuelvo a encontrar luego, ya fuera del teatro, vestido de negro, fumando distraído y con la funda del violín en la otra mano, como símbolo de alguna cosa que no acierto a descifrar. Tampoco soy capaz de decirle nada.
Colecciono muchas cosas, pero las joyas de mi colección son un puñado de instantes sin antes ni después
Viernes, 22 de abril
RECORDAR, LLORAR, CELEBRAR
Recuerdo una frase que escuché en la catedral de San Pablo: “Durante siglos, los ingleses se han reunido en este lugar para recordar, para llorar, para celebrar”. Recordar, llorar, celebrar es lo que yo hago todos los días. También en este viernes santo que comienza en Tavistick Gardens, con sus árboles y sus bancos llenos de epitafios. En la placa dedicada a Stan Carpentier (1922-2002) se lee: “A londoner who love the world and all its people”. Pero yo prefiero la que recuerda a Simon Fletcher, que solo vivió treinta y seis años: “The music goes on…”
La música continúa y el día termina en St Martin in the Fields escuchando el lamento de Purcell por la reina Mary (poco antes los he visto juntos para toda la eternidad en la National Portrait Gallery) y el Requiem de Mozart. Vuelven a llenárseme los ojos de lágrimas y recuerdos.
Pero también tengo cosas que celebrar. Tantas cosas. El momento en que me quedé solo en el patio de la casa de Dickens, en Doughty Street, y la fuente me volvió a contar las mil y una historias que me hicieron llorar y reír en mi adolescencia. El laberinto de Foyles, en Charing Cross Road, de donde no me gustaría salir nunca. La doble epopeya que Paul Day cuenta en el monumento a la batalla de Inglaterra, junto al Támesis, y en la estación de St Pancras, esa prodigiosa ensoñación victoriana. El violinista de la Cappella Mediterranea.
Tantas cosas que celebrar. No hay día en que no se me llenen los ojos de lágrimas, pero no siempre es por la desolación que me inunda de pronto.
Donde quiera que estés sigo estando contigo.