Domingo, 16 de febrero
SAVIANO SAVATER
Nunca me he creído todo lo que se cuenta, aunque lo hagan periódicos
presuntamente serios y no los apresurados correveidiles de las redes sociales.
La historia de Roberto Saviano, el valiente periodista que se enfrentó a la
camorra napolitana con un libro y desde entonces vive escondido y protegido por
la policía, siempre me ha parecido un poquito sospechosa. Leo hoy una
entrevista con él y esas sospechas se confirman.
Pase que la
mafia, tras la publicación de Gomorra,
amenace de muerte a su autor y con ello consiga que un libro que apenas había
sido leído llegue a vender diez millones de ejemplares. Ser criminales, engañar
a la policía y hacer turbios y rentables negocios en todo el mundo no siempre tiene
por qué ir acompañado de una gran inteligencia. Las amenazas de la camorra
convirtieron a Saviano en una estrella mundial, con colaboraciones en los más
importantes diarios del mundo y un programa de televisión. Sin esas amenazas no
sería nadie. Puedo aceptar que a los camorristas les ha salido el tiro por la
culata; pretendían acallarle y le han regalado un altavoz de alcance mundial.
Pero
resulta que ahora publica otro libro de denuncia, CeroCeroCero, “un viaje de casi quinientas páginas por el negocio
de la cocaína a uno y otro lado del Atlántico”. Y el volumen está dedicado “a
todos los carabineros de mi escolta. A las treinta y ocho mil horas pasados
juntos. Y a todas las que todavía hemos de pasar”. Y yo no me imagino cómo se
pueden investigar los negocios secretos de la droga rodeado de una escolta de
carabineros. El libro comienza –explica el autor en la entrevista que hoy
publica El País– “con una lección que
da el capo italiano a los latinos de Nueva York”. La lección es de filosofía de
calendario, de mala pelicula de serie B: “Si vosotros queréis el poder, tenéis
que saber que algún día lo pagaréis”.
¿Y quién le
contó a Saviano esa conversación? ¿El capo italiano? ¿El mafioso latino? ¿Y qué
hacían mientras tanto sus escoltas? Quizás se trata únicamente de que quienes
investigan son otros y él solo pone el nombre, como Fernando Savater en más de
uno de sus libros. En cualquier caso, un porcentaje alto de sus ingresos se los
debería abonar el escritor napolitano a la camorra, ya que a ella se los debe.
Umberto Eco
dice que Saviano es un héroe, y no es el único que afirma tal cosa. Yo creo que
es un bluff, que su historia sirve
para vender como valiente periodismo de investigación lo que no es más que
literatura “basada en hechos reales”, y no siempre buena literatura, al
contrario de lo que ocurría con los hirientes y estridentes libros de Curzio
Malaparte.
Lunes, 17 de febrero
VANIDAD, DULCE VANIDAD
Sonrío cuando alguien me reprocha ser vanidoso. Y nunca se
me ocurre replicar. La vanidad es para mí una de las formas de la cortesía. Rechazar
un elogio trae como consecuencia que vuelvan a insistir en él; decir que lo que
uno escribe vale poco suele obligar al amable interlocutor a afirmar lo
contrario.
Cuando
recibo algún elogio, prefiero no hacer alardes de modestia, ni falsa ni
verdadera; simplemente doy las gracias y cambio de conversación. El
interlocutor lo agradece, porque la mayoría de los elogios son solo una forma
de cortesía. Negarse a aceptarlos es obligar a repetirlos.
Antes, más
joven e ingenuo, cuando alguien me decía que le había gustado un libro mío,
siempre preguntaba cuál, y la respuesta solía ser desoladora: “Uno creo que
azul, que se titulaba… No recuerdo cómo se titulaba, que hablaba de libros o de
un viaje que había hecho, no sé bien”.
Y lo peor fue
aquella vez en que una admiradora me dijo que le gustaban tanto mis artículos
que incluso a veces los recortaba y me enseñó uno que llevaba consigo y que no era
mío, sino de un colega periodístico por el que yo no siento particular
admiración.
Finjo ser
vanidoso para evitar los elogios que tanto buscan los escritores modestos, y no
porque a mí no me gusten los elogios, sino porque me deprime comprobar que casi
nunca son sinceros y nunca son suficientes.
Martes, 18 de febrero
CHARLAS DE CAFÉ
“¿Lees todos los libros de los que hablas? –me pregunta
Fernando Albuerne en Los Porches– ¿O solo los hojeas?”
Los que
reseño los leo enteros, por supuesto, y si son de poesía siempre más de una
vez. Pero la mayor parte de los libros que pasan por mis manos solo los hojeo,
y con eso tengo más que suficiente. Unos quedan descalificados para siempre, otros
son valiosos y permanecen a la espera de su momento (aunque a veces no llegue
nunca), y hay algunos que simplemente no me interesan, aunque puedan ser muy
valorados por la crítica y tener los más importantes premios. Estos dos libros
que me acaban de llegar –y señalo los dos que están sobre la mesa– apenas he
tenido tiempo de hojearlos, pero ya tengo opinión formada sobre ellos. Del
autor de Un viaje a la India , Gonçalo M.
Tavares dice Saramago en la contraportada: “Ganará el Premio Nobel en menos de
treinta años. Estoy convencido. No tiene derecho a escribir tan bien con solo
treinta y cinco años. Dan ganas de pegarle”.
¡Menudo
elogio! No apetece ni abrir el volumen después de un elogio así. Pero lo he
abierto y lo que me he encontrado ha sido una novela en verso, miles de versos
distribuidos en diez cantos. Un viaje a la India es una especie de
recreación de Os Luisiadas, el poema
de Camoens. ¿Miles de versos? No sabemos cómo sonarán en portugués, pero en
español parecen prosa cortada arbitrariamente y distribuida en párrafos
numerados de ocho líneas que recuerdan a las octavas reales de los poemas
épicos: “No vamos a hablar de la roca sagrada / donde se construyó la ciudad de
Jerusalén, / ni de la piedra más respetada de la Antigua Grecia , / que está en
Delfos, en el monte Parnaso, / ese Ónfalo –el ombligo del mundo– / hacia el que
debes dirigir la mirada, / a veces los pasos, / siempre el pensamiento”. Y así durante
más de cuatrocientas páginas. Sospecho que se trata de uno de esos libros
“transgresores y provocadores” que los críticos no tienen inconveniente en
elogiar con tal de que no les obliguen a leerlos. Comparado con semejante
mamotreto, Kassel no invita a la lógica,
de Enrique Vila-Matas, casi parece el Quijote.
Comienza como uno de sus artículos periodísticos explicándonos lo que es un MacGuffin y poniéndonos algunos ejemplos,
todos bien conocidos. Luego nos cuenta un disparatado viaje a la famosa feria
de arte que se celebra en la ciudad de Kassel (en ella tuvo Félix de Azúa la
revelación de que el arte había muerto un día preciso del siglo veinte y a una
hora concreta). Autoficción, parodia y reflexión sobre el sentido del arte en
general y de la literatura en particular. Muchas alusiones literarias y muchas
citas ingeniosas, reales o inventadas. Una lectura agradable, sin duda, pero
que se puede interrumpir en cualquier capítulo sin tener la sensación de que
nos perdamos nada. Uno de esos libros sobre los que uno puede hacer una
excelente reseña sin más que picotear acá y allá. Yo creo que esa es la razón
por la que abundan más las reseñas elogiosas que las negativas. Para ponderar
un libro no hace falta leerlo; para destrozarlo, sí. Y a mí me gusta más lo
segundo, qué le vamos a hacer. Por eso los libros que reseño tengo que leerlos
y releerlos antes de hablar de ellos. Otra cosa son las charlas de café, amigo
Fernando.
Miércoles, 19 de febrero
ORTEGA Y LA VIOLENCIA
DE GÉNERO
Me gustan las afirmaciones provocadoras. “¿Qué tienen en
común un proxeneta y Julián Marías?”, pregunté una vez en un congreso literario
para escándalo de todos. Mi respuesta dejó a la audiencia aún más estupefacta:
“Que ambos son orteguianos”.
Sí. Detrás
de un proxeneta, de un explotador de mujeres, de un maltratador de su pareja,
de quien incurre en la violencia de género, no hay más que alguien que se toma
la filosofía de Ortega demasiado al pie de la letra. En su “Esquema de Salomé”,
incluido en El Espectador, afirma este
que la esencia de la feminidad consiste en que solo “cuando entrega su persona
a otra persona” su destino se realiza plenamente: “Todo lo demás que la mujer
hace o que es tiene un carácter adjetivo y derivado. Frente a ese maravilloso
fenómeno, la masculinidad opone su instinto radical, que la impulsa a
apoderarse de otra persona. Existe, pues,
una armonía preestablecida entre hombre y mujer; para esta, vivir es
entregarse; para aquel, vivir es apoderarse, y ambos sinos, precisamente por
ser opuestos, vienen a perfecto acomodo”.
Jueves, 20 de febrero
UN MAL NEGOCIO
Como no entiendo nada de economía, me fascina todo lo que
tiene que ver con la economía. Leo la noticia de la compra de WhatsApp por
Facebook. Resulta que ha pagado nada menos que catorce mil millones de euros
por una empresa que tiene poco más de cincuenta empleados y apenas produce
beneficios, si es que los produce. Por mucho menos, por muchísimo menos, por
pagar un sobreprecio infinitamente menor al comprar un banco en Florida, el
juez Elpidio José Silva metió en la cárcel a Miguel Blesa. Suerte tiene Mark
Zuckerberg de no ser español.
Y es que
hacer negocios tiene mucho que ver con los juegos de azar (claro que en España
se prefiere apostar con dinero público, no con el propio). Se compran empresas
no por su valor actual, sino por el que se cree que pueden tener en un futuro.
O para evitar la competencia. Y a veces se hace el ridículo. Para evitar la
competencia, a pesar de que ya tenían dos centros en Oviedo, unos grandes
almacenes españoles se instalaron en el Calatrava. Y desde el primer día
perdieron más dinero del que podrían haber perdido si allí se instalara una
empresa rival.
¿Puede ser
rentable una empresa que te cobra al año por miles de mensajes poco más de lo
que cualquier empresa de telefonía te cobra por un solo mensaje? Eso es algo
que yo no me puedo imaginar. Pero Mark Zuckerberg piensa de otra manera y por
muy buena opinión que tenga de mí mismo debo reconocer que, de estos asuntos,
sabe más él que yo. A pesar de todo, me atrevo a profetizar que no ha hecho un
buen negocio.
Viernes, 21 de febrero
INTIMIDADES
“¡La intimidad ha muerto!” claman los profetas del
Apocalipsis ante el avance de las redes sociales. Pero yo cierro los ojos cada
noche y, para conciliar el sueño, dejo a un lado los problemas del día y me
subo a una barca, en la noche estrellada, y me deslizo río abajo, como un
personaje de Mark Twain o de Walt Whitman, hasta una isla en medio de la
corriente. Allí enciendo una hoguera. Me suelo quedar dormido mientras
contemplo el chisporroteo de las llamas. Esta es una de mis fantasías favoritas.
Otras veces me pongo a pasear por la
Venecia escondida de los campi
solitarios, los soportales oscuros, los estrechos canales a los que se asoma
una terraza llena de flores. Siempre hay una voz que canta tras una ventana y
yo me adentro en el portalón gótico…
No, la
intimidad sigue vivita y coleando. De lo que pasa dentro de mi cabeza nadie
sabe nada más que lo que yo quiero contar. Mis fantasías son mías, con Facebook
o sin Facebook, y a nadie le muestro de ellas más que lo que quiero. Y con
frecuencia las fantasías que cuento nada tienen que ver con mis verdaderas
fantasías, no siempre tan poéticamente presentables como la barca, el río, la
isla y Venecia.
Sábado, 22 de febrero
UNA CITA DE ORTEGA
“Yo no soy un libro hecho con reflexión: / soy un hombre,
solo un hombre, con su contradicción”.