Domingo, 19 de
noviembre
EXTRAÑO VIAJE
La
historia es una novela río con muchas tramas secundarias. Va para medio siglo,
allá por 1974, la serpiente de verano fue la destitución fulminante del Jefe
del Alto Estado Mayor, general Manuel Díez-Alegría, tras un viaje a Rumanía. Se
llegó a decir que oficiales jóvenes, y alguno de los políticos liberales del
régimen, le estaban enviando sobres con un monóculo (llegaron a agotarse esos
anticuados adminículos ópticos), como una manera de incitarle a imitar al
general Spínola.
Solo ahora, tantos años después,
podemos escuchar al protagonista su versión de aquel extraño episodio. Y digo
escuchar, más que leer, porque Diez-Alegría comenzó a dictar sus memorias poco
antes de su muerte y no llegó a terminarlas ni a corregirlas. Impronta las
acaba de editar. Comenzó hablando de su infancia, como es aburridamente
habitual, y en orden cronológico llegó hasta 1933. Previendo lo peor, dio un
salto y nos habló del verano del 74. Está Díez-Alegría de viaje oficial, o
semioficial, en Túnez cuando le indican que el presidente del Gobierno quiere hablar
urgentemente con él. Por diversas causas --los teléfonos entonces no eran lo
que son ahora--, la comunicación se retrasa. Cuando por fin se establece, Arias
le dice “que al terminar el día anterior el Consejo de Ministros, el Jefe del
Estado le había señalado la necesidad de buscar un general para relevar al Jefe
del Estado Mayor”. No sabía más detalles, ya se los comunicaría más adelante.
Nadie le comunicó nada. Díez-Alegría
tuvo que averiguarlo por su cuenta. Desde antes de la muerte de Carrero Blanco,
que era su valedor, los sectores más integristas del régimen conspiraban contra
quien tenía fama de liberal y aperturista. Carrero Blanco le defendió siempre,
pero Arias no le consideraba uno de los suyos y el viaje a Rumanía ofreció el
pretexto perfecto para deshacerse de aquella molesta herencia.
Extraño viaje. El relato del
protagonista no lo hace menos extraño. En un acto social, un diplomático rumano
se le acerca y le dice que el presidente rumano quiere entrevistarse con él. Se
lo comenta a Arias y este le dice que conviene saber lo que Ceauscescu tenía
que decirle, que hiciera un viaje con carácter privado y “ostensiblemente con
fines de puro turismo”. De puro turismo, pero con todos los gastos pagados por
el gobierno de Rumanía, que lo lleva, a él y a su pequeño grupo, de residencia
oficial en residencia oficial para mostrarle las bellezas del país. Casi al
final del viaje, les dicen que el presidente quiere invitarle a comer. Antes de
aceptar, Díez-Alegría quiere saber quiénes serán los comensales. Solo cuando
preguntan y les dicen que solo él y su esposa junto con el presidente y la suya,
acepta la invitación. Tras la comida, durante un paseo a solas con el
presidente por los jardines de su residencia (las mujeres se apartaron para
charlar de las cosas que entonces se pensaban que eran propia de mujeres), Ceaucescu
le planteó las tres cuestiones por las que le había hecho venir. En primer
lugar, le habló del papel que podía tener el ejército, como lo tuvo en
Portugal, en los cambios que se
avecinaban en España. En segundo lugar, le dijo que, dada su posición y su
prestigio, tal vez pudiera ocupar un lugar esencial en ese necesario cambio. Y finalmente
le pidió que intercediera ante el general Franco para que Dolores y Santiago pudieran
regresar a España y continuar allí sus vidas.
Solo por eso me cesaron, se lamenta
Díez-Alegría. Hoy nos parece que había motivos más que sobrados, aunque el
general se mostrara en todo momento fiel
a Franco e insensible a monóculos y cantos de sirena. No parece que fuera tan
fiel a su mentor el entonces príncipe de España, que ya en 1971 se acercó a
Ceascescu, durante una celebración de los 2500 años del Imperio Persa, para
pedirle que averiguara la actitud de Carrillo ante una democracia coronada.
Ceaucescu se ofreció gentilmente para todo lo que pudiera ser útil. A finales
de 1975, el ya rey le envió un emisario, nada menos que Manuel de Prado y Colón
de Carvajal, para que facilitara los acuerdos con Carrillo. Parece que la
Transición Española está en deuda con Ceauscescu. Pero Díez-Alegría nada tiene
que ver con ello.
Lunes, 20 de
noviembre
EL SASTRECILLO
VALIENTE
---Últimamente
hablas mucho de política, se queja un amigo. Creía que los poetas vivíais en
otro mundo.
---Pues vivimos en este, como todo
el mundo. Pero yo no hablo de política, sin desdeñarla, hablo de historia.
---Y por eso hablas tanto ahora, cuando una pandilla de descerebrados intenta
romper España.
---¡Tanto como romper! Tiene algunos
desgarrones, pero no te preocupes que ya hemos hecho presidente al sastrecillo
valiente para que vuelva coser los descosidos y le ponga unos remiendos (de
buen paño constitucional, por supuesto).
Martes, 21 de
noviembre
EN LA CAFETERÍA
La
mística, las vaguedades y los esoterismos no van conmigo. Siempre me parecieron
una tontería afirmaciones como “yo no escribo poemas, los poemas se escriben a
través de mí”. Y ahora tengo que reconocer que a veces es lo que ocurre. Especialmente
en la cafetería cuando he ido sin un libro y la cita se retrasa. Me dedico
entonces a transcribir lo que escucho a no sé quién: “Qué cosa más misteriosa.
/ Nunca es ayer ni mañana, / siempre es el día de hoy / desde hora bien temprana”.
Uno escribe cosas así y le gustaría
que circularan como anónimas, que es lo que en realidad son.
Miércoles, 22 de
noviembre
REGALOS
Siempre
fui una persona de rígidas costumbres, alérgica a cualquier cambio por mínimo
que fuera. Ahora emiten en Cosmos una serie, Brigh Minds, protagonizada
por una joven que se me parece, Astrid, neuroatípica, pero con una inteligencia
prodigiosa, como Sherlock Holmes.
No me gusta alterar mi rutina porque
la he escogido yo y precisamente consiste en hacer lo que me gusta. Los
miércoles, en lugar de subir hasta Atípico, paso por la librería de viejo, que
no abre por las tardes, y luego hojeo las piezas que he cobrado en la cafetería
que está al final de la calle Bermúdez de Castro, frente a la guardería de Yara.
Allí espero hasta la hora de salida para charlar un rato con ella y con su
padre mientras regresan a casa. Pero hoy la librería estaba imprevistamente
cerrada. ¿Y qué hago yo en el café sin libros? ¿Escribir más versos? Ya los
escribí ayer y no conviene abusar. Aunque estaba lluvioso, preferí dar un
paseo. Y entonces salió el sol, acompañado de un tímido arcoíris. Y di una
vuelta por los alrededores de Montenuño, con el Naranco a un lado, siempre
amicalmente vigilante, y me detuve a oír cantar a un petirrojo y fotografié las
gotas de la lluvia en una mata de flores cuyo nombre ignoro “y no hallé cosa en
que poner los ojos / que no fuera un regalo de la vida”. Y que me perdone el
cenizo de Quevedo.
Jueves, 23 de
noviembre
NO HAY OLVIDO
Casi treinta años después, vuelvo a ver a Víctor Botas despidiéndose al salir de la tertulia Óliver, uno de tantos viernes, que nadie podría sospechar que fuese el último. Ese día Aníbal García-Almuzara había decidido grabarnos y ahí quedaron esa tertulia y ese gesto para la eternidad. Y los ojos se me llenan de lágrimas , como cuando le escucho decir, en el documental de José Havel, con la voz de Moisés González, que ya va sustituyendo en la memoria a la suya: “Ahora, al revés de lo que me ocurría de niño, siento la muerte como algo inmediato, algo posible y real, algo como pulposo que me rodea… Algo que está ahí y que ya le pasó a tanta gente querida o conocida que no me extrañaría lo más mínimo que cualquier día me ocurriera a mí. La muerte. No volver jamás, ¡jamás! Olvidarse de todo, olvidarme de mis hijos, olvidarme de Roma, olvidarme de ese café que tomo cada mañana en un bar y que tanto me gusta, del cigarrillo amable tras el desayuno, cuando aún es de noche…”
Viernes, 24 de
noviembre
CAMINO DE ÓLIVER
Ayer,
en el homenaje a Víctor Botas en el Club de Tenis (un escenario muy acorde con su
origen burgués), leí su poema “El perplejo”, un puñado de inconexas imágenes
que juntan devociones y obsesiones, y donde se mencionan los cincuenta años que
iba a cumplir dentro de unos meses y que ya no cumpliría. Uno de los versículos
de esa caótica enumeración (tras “El grano que ahora tengo en la mejilla”, por
cierto) dice: “José Luis García Martín camino de Óliver con un puñado de libros
y revistas bajo el brazo”.
Treinta años después, tantos viernes
después, voy camino de la tertulia, ahora en la Calle de la Luna, “con un
puñado de libros y revistas bajo el brazo”. Y los ojos vuelven a llenárseme de
lágrimas, pero esta vez de gratitud a no sé qué, a no sé quién.