Viernes, 22 de enero
COSAS QUE HAN FALTADO A MI VIDA
"Te vas a morir sin haber probado lo mejor de la
vida", me advierte un buen amigo. Y yo: "Mejor, así no lo echaré de menos
en la otra vida".
Luego,
cuando me volví a quedar solo en la mesa redonda de Los Porches, dejé a un lado
el libro que estaba leyendo (los Juegos
reunidos de Marcos Ordóñez) y me puse a enumerar experiencias muy comunes
que yo jamás he experimentado: nunca me he divorciado (quizá porque nunca me he
casado), nunca me he estado en al paro, nunca he cambiado de trabajo, nunca me
he emborrachado, nunca he hecho deporte, nunca he leído un libro por
obligación, nunca he sido yo quien rompía un amor o un amistad, nunca he
montado en bicicleta, nunca he sentido la menor tentación de hacer el camino de
Santiago ni de creer en ningún Dios (salvo los que se escriben con minúscula),
nunca he visto un partido de fútbol, nunca he hablado mal de la televisión ni
de las redes sociales, nunca he callado por temor, nunca me han detestado sin
razón (pero amado algunas veces), nunca he envidiado a los que tenían más éxito
(pero sí a los que tenían más talento), nunca me ha faltado tiempo para nada
(más bien me ha sobrado), nunca he estado de baja, nunca he estado enamorado de
verdad, salvo de mi mismo (pero en esto último creo que coincido con la mayoría
de la gente).
Sábado, 23 de enero
MIS TERRORES FAVORITOS
No todas las cosas que le pasan a uno son cosas que se
pueden contar. No me importa mucho que yo quede en ridículo, pero sí que queden
otras personas. Con mi último dolor de cabeza, entré en contacto a través de
Facebook, pero las redes sociales no tienen la culpa. Algo parecido me ocurrió
cuando las únicas comunicaciones posibles eran el teléfono y el correo
ordinario. Fue al principio, muy al principio, de los ochenta. Yo había
publicado un libro del que me sigue gustando el título, Autorretrato de desconocido. Me llegó una carta comentándolo nada
menos que desde Bolivia, una carta muy elogiosa, a la que yo respondí
agradecido. Se inició así una correspondencia que pronto fue cambiando de tono,
no por parte mía. Azares de la vida la había llevado aquel remoto lugar, apenas
conocía allí a nadie, había roto con su pareja, mi libro era su único consuelo,
lo apretaba contra el pecho cuando paseaba sola por el campamento minero,
estaba deseando volver a España. Cuando quise cortar aquel carteo, ya era
demasiado tarde y un día me la encontré --tenía más de cincuenta años, muy
maquillada, con trazas de haber practicado el oficio más viejo del mundo--
llamando a la puerta de mi casa. El enredo de ahora comenzó de la misma manera:
con elogios de una desconocida en messenger,
a los que respondí de inmediato (soy tan sensible a la adulación como el cuervo
de la fábula que sujeta un queso con el pico y lo deja caer para que se lo coma
la astuta zorra que ha alabado su bella voz). Es española, vive en Asunción y
me envió unos libros desde allí. Mi error fue corresponder con otro envío. La
borré de inmediato de Facebook, en cuanto me di cuenta de que sus intenciones
no eran estrictamente literarias. Pero entonces comenzó a escribirme por el
correo ordinario. Abrí la primera carta, rompo todas las demás sin abrir. Estoy
acostumbrado: tengo otra presunta admiradora que lleva haciendo lo mismo –y yo
rompiendo sin abrir sus cartas– desde hace exactamente veintitrés años. Lo peor
es que comenzó a ponerse en contacto con los amigos comunes en la red para que
intercedieran por ella. A uno le comunicaba su intención de suicidarse si yo no
le hacía caso, a otro le ofrecía todo el dinero que quisiera para que, de la
forma que fuera, me llevara a su país. Las últimas noticias que me han llegado,
a través de una intermediaria mexicana, es que piensa vender todo lo que tiene
y venirse a España en mi busca. Y sabe mi dirección. A veces, en mitad de la
noche, me despierta el timbre insistente del portal. Me levanto de un salto y
tardo en darme cuenta de que se trata solo de una pesadilla. Pero estas son
cosas que uno no le puede contar a nadie sin sentirse en ridículo.
Domingo, 24 de enero
RELECTURA DE CONFUCIO
.
Entristécete
de tu propia incompetencia, no de que los demás ignoren tu valor.
Lo
que buscas en los demás está dentro de ti mismo.
Espíritu
firme, carácter decidido, modales simples, palabra cautelosa: si encuentras
alguien así, hazte su amigo de inmediato, confíale el cuidado de tus asuntos.
No
desdeñes a las mentes simples, pero no te dejes guiar por ellas.
Observa
los defectos de un hombre y conocerás sus virtudes.
¿De
qué sirve retirarse del mundo si lo peor del mundo está dentro de ti y te lo
llevas contigo?
Ama
la verdad, pero no te cases con ella.
No
le discutas al loco sus alucinaciones ni al creyente los milagros de su
divinidad.
Si
estás completamente seguro, seguro que estás equivocado.
Sé
tu mejor discípulo.
Si
todos te alaban, algo has hecho mal.
¿Te
preocupa la muerte? Piensa que la mayor parte de la humanidad no te conoce,
nunca ha oído hablar de ti, nunca oirá hablar de ti. Para ellos ya estás
muerto, ya estás olvidado, ya es como si nunca hubieras existido.
Lunes, 25 de enero
LA SITUACIÓN POLÍTICA
“Cómo ves la situación política, amigo Martín? No se
te escucha decir nada. ¿Què crees que va a pasar”.
“No
sé lo que va a pasar, sé lo que me gustaría que pasara. Un acuerdo entre las
fuerzas de izquierda para llevar a cabo las reformas básicas en una legislatura
corta, dos o tres años, y luego que los electores decidan si continúan o si
quieren que vuelva la derecha, que habría inteligentemente aprovechado ese
tiempo para hacer una limpieza general. Veremos qué pasa en estos dos meses de
negociaciones, si Pedro Sánchez tiene la firmeza y la flexibilidad que
caracteriza al estadista y si Podemos abandona su postureo y es capaz de
comprometerse seriamente con el gobierno del país o prefiere el falso
radicalismo del modelo gijonés”.
“¿Y
qué te parece lo que anda diciendo por ahí Felipe González?”
“Los
jarrones chinos mejor subirlos definitivamente al desván, venderlos al chamarilero
o regalárselos a la oposición venezolana”.
Miércoles, 27 de enero
OTRA HISTORIA DE TERROR
Rosario Murillo escribe a Rubén Darío desde un hotel
de la Rue Rivoli, en París, el 30 de septiembre de 1907. Las numerosas faltas
de ortografía, que corrijo, hacen más amenazante la misiva: “Jamás había yo
aceptado que tus enemigos me ayudaran a ofenderte, pero ahora sí. Ya verás. Y
ten presente que tú eres quien me lanza y tú eres el verdadero culpable. Ya
para mí no tienes ni la disculpa de que me tienes miedo. Hemos estado juntos,
me tratas de nuevo y tú con tu propia boca me dijiste que era yo incapaz de una
mala acción. Eres hipócrita. Me besaste no sé para qué. Espero la contestación
a esta carta para hablar con una persona que me ha ofrecido hablar con la
prensa, tú sabes quién puede ser. El hijo de tu querida, que según dice Blanco
no es tuyo porque dicen que corresponde a la fecha en que ella estuvo sola en
París, no me da frío ni calor pues me hace el efecto de las gatas que cuando le
quitan los propios roban uno ajeno. A ella no la envidio, tener un amante que
comete adulterio y que expuesta está a que a las seis de la mañana me presente
yo con un comisario para constatar el adulterio y que caminen a la cárcel no es
ser feliz. Esto sin mirar la otra vida y el castigo que los dos, tú y ella,
deben tener. Dios es justo y debe enviar el castigo para ti y para ella. Si tú
tuvieras religión y temieras a Dios, no vivirías así en pecado mortal. Jamás
una iglesia, una misa, te has pervertido y olvidado a Dios. Vamos a ver si en
esta vida te sorprende la muerte como sorprendió a tu padre, que tal te va a
ti. Yo en medio de mis penas tengo la satisfacción de haber cumplido y de
esperar una buena muerte y ya que en este mundo he sufrido tanto tendrá mi
descanso en la otra vida. Me río de tu viaje a Nicaragua, que jamás has pensado
en hacerlo. Le escribo a doña Blanca que es una mentira tuya. Ya te conocerán,
ya sabrás quién eres, que te burlas de media humanidad y te quedas tan fresco.
Tú mismo con tus patrañas te vas a quitar ese sueldito con el que ajustas tu
vida de querida y licor. No será estable ese sueldo y La Nación al fin se cansará también. No he de morirme sin ver tu
fin”.
El
matrimonio que atormentó toda la vida al poeta se celebró de la siguiente manera:
“Los hermanos de doña Rosario Murillo, por perversidad tal vez, fraguaron una
entrevista entre el poeta y la susodicha señora. En el momento oportuno, arma
en mano, rodearon al pusilánime don Juan e inmediatamente procedieron a
arreglar el matrimonio, que había de efectuarse so pena de la vida. Rubén era
excesivamente tímido. Su cobardía databa de su niñez, así que los hermanos de
doña Rosario no tuvieron gran dificultad en amedrantar y hacerlo casar a pesar
de la enorme diferencia de caracteres entre los cónyuges”. No hubo manera de
conseguir el divorcio.
El
cuento de terror tuvo un epílogo: moribundo el poeta, su confesor le aconsejó
que llamara a la esposa legal para reconciliarse con ella y con Dios. Fue
Rosario Murillo, que le había perseguido y chantajeado durante toda su vida,
quien le atormentó hasta el último minuto tratando de conseguir que desheredara
al hijo que había tenido con su “querida” y la dejara a ella la propiedad de
sus libros. El pusilánime Darío al menos en eso se mantuvo firme.
(El
cuento de terror lo refiere Carmen Conde en “Rubén Darío y la dramática
persecución de Rosario Murillo”, una separata de Cuadernos Hispanoamericanos que me regala el nuevo librero de viejo
–el de siempre se ha enfadado conmigo– que me ayuda a que los libros no me
echen de casa.)
Jueves, 28 de enero
MÁS CONFUNCIO
Hay que ser muy estúpido para no cambiar nunca. O
muy sabio.
El
hombre virtuoso se avergüenza de sí mismo tres veces al día.
Al
nacer, el sabio y el ignorante no se diferencian en nada.
Sabio
no es el que sabe mucho, sino el que sabe que sabe lo que sabe y que no sabe lo
que no sabe.
El
error no es errar, es no rectificar.
La
lealtad absoluta no es propia del hombre inteligente.
A
todo amor le sientan mal los excesos, también al amor a la verdad.
Sin
buenos discípulos no hay buen maestro.
El
hombre de bien nunca está seguro de serlo.
Valen
más las pocas monedas de oro del sabio que las mil y una minucias de cobre del
erudito.