tan puro, tan
íntimo, tan mío
que ya no me
quería como antes me quiso.
Más, yo le
amaba. Por Dios, cuánto.
Como ama, las
raíces a la tierra
y las manos
creadoras, la greda.
Como desea el
sol al horizonte
en un orgulloso
ocaso naranja.
O como delirante,
ama mi nocturna alma
el eco sin rienda,
de mi pluma acongojada.
No obstante mi
clamor
y toda la descomunal
pasión
que en mi
nido le aguardaba,
de su concreta
existencia,
que era todo lo
que yo requería
para soñar y
no perder la fe…
una tarde de
noviembre,
al terruño
del todo y del siempre,
así como así,
¡él se fue!
En un aliento
impensado
sin moción,
sin mapa, sin cruzada
de un momento
a otro, me vi nadando,
en un estuario
de lágrimas,
¡desconsolada!
Una caverna me
abrió su partida
-profunda, sangrante,
perpetua-
sin brisa,
sin estrellas guías,
ni un rayito
de luz siquiera.
¡Sin él!... ¡Sin
esperanza!
Perdí un amor
inspirador, lleno de vida
que, sin a
nadie engañar, él a mí…
ya no me
quería con la alegría
que cuando agradecido
y feliz,
a mí y al
mundo, lo decía.
Lo venció la
perfidia,
lo venció la congoja,
lo venció la
merma,
Finalmente…
¡le ganó su agonía!
Yendo a lo perpetuo,
con el
recuerdo latente de nuestra preciosa unión,
más que en
aquel pasado, yo sentí que él
me sostuvo,
me contuvo.
Vasto, durante
un cósmico segundo
-que podría
yo llamar eternidad-
lleno de
pasión, de devoción
él… ¡él me tuvo!
En una tarde,
lenta y anómala
de un noviembre
de contrastes
por puro amor,
mi señero amor,
en su dulce noble
espíritu
¡mi intensidad
se llevó!
Diseminando
desiertos
quedó quien escribe:
tan solo
una abstraída
silueta con su sombra
que suspira pasos
ciegos y sordos
buscando una
caracola de aire.
Un soplo al
cielo, un atajo.
Narré que él
ya no me quería.
La verdad es
que si… ¡y harto!
Lo que
aparentaba era mentira
protegiendo a
su íntima manera
lo que más
amaba en la tierra.
En el edén de
mi piel tan suya,
en el hilo imbatible
de mi adhesión
y en la anchura
de mi poesía…
cabalmente, nunca
sola me dejó.
En un brusco
momento, sin razón,
perdí un hombre
que ciertamente me amó
y ese
impacto, entera me despedazó.
Pero como no hay
dolor tan garrafal
sin bendición
enlazada…
al bruñirse
tardía aquella rara tarde
inmortal,
guardián, entrañable
en mi desolado
corazón…
¡gané un
ángel!
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P-Car
Paty Carvajal-Chile
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