Más infame que el abandono, la herida y la pérdida.
Peor que la pesadilla, el vértigo y el abismo. Mucho más vil que el hastío, la
agonía y el desenlace, es… imaginar que pudiese imponerse la hora aciaga, de mi
memoria en blanco. El olvido sí sería nuestro verdugo.
Ayúdame a seguir hasta donde deba y entender este
conglomerado de muertes. Te pido mi amado, acompáñame siempre, para que el
cemento, el padecimiento, el desgaste o los solsticios viejos, no sean la
coartada de ninguna amnesia. Que jamás se escape de mis iris tu mirada, ni de
mi aprendizaje, el complejo trote que tuviste que dar, por aquellos desechables
campos de limoneros secos. Desde tu dimensión y amor incalculables ¡ayúdame!
mientras la vulnerable humanidad sea parte de mis debilidades.
Deseo fervientemente que todo tenga su recompensa y
que, de una u otra manera, en el instante mandado por Dios - la hora mía - así
como la vez primera, querido mío, me des un beso de ensueños. Sí, un beso que
me traslade adherida a tus labios etéreos, hacia el misterioso lejos donde tú estás ahora. No me permito errar el camino.
Tengo fe que resucitaré junto a tu corazón de
alazán y volveré a tocar tu pecho de cuencas, tapizado de orquídeas salvajes,
que me enamoró perdidamente cuando amaste mi piel, al unísono que de nuestra
quimera se expandió para el universo, el aroma a transparencia.
Sí amor, aunque sé que reinará la justicia divina,
si tu ves que desespero, porque pasa demasiado tiempo, porque me desvío entre
inconsecuencias venidas del suelo, o que, por resultado de ser ansiosa,
exigente y guerrera, me sienta una romántica testaruda, en medio de desamparos
reiterados, te pido, por favor, me derrames cascadas de equilibrio del cielo.
Del mismísimo cielo que auspició nuestro mágico
encuentro, cubriéndonos de lunas ámbar la primera vez que hubo luz donada entre
nuestras miradas, noche en que se comenzó a escribir esta historia entre las
estrellas. Y pensando en lo vivido desde entonces, no puede ser de otra forma.
Todo - todo Amor mío - habrá valido su origen, lugar
y efecto; el agua y el océano, la explosión y el nido ciego, el vals y el réquiem,
el grito con todos sus verbos, las prosas y los versos, el vino y el veneno.
Habernos amado, reído, soñado, confundido, distanciado y sufrido… tuvo, tiene y
tendrá un insigne motivo, un egregio sentido, un memorable final sin confines.
Solo dame paz, sabiduría, empeño y coraje hasta que
llegue mi bendito instante, aquel momento rezado, en el que me darás nuestro último
primer beso, ni antes ni después, sino justo… a la hora mía.
P-Car