Me irrita
tenerte en mí, visceral y espiritual
¡en el epicentro
mismo de mis movimientos!
Si tomo apuntes
de mi misma, empalidezco,
por ira, por fervor
y por este indomable amor.
Por tu lejanía y
por entregarme esto la vida.
¿Es amor?. Si fuese
así…¿es bello e indulgente?
Proclaman las
baladas, que hay un amor eterno
que convive con el
alma, más allá de la muerte.
Dicen que hay
chance, más no hay si es condena:
tibia y álgida,
dulce y amarga, colorida y negra.
¡Condena igual!
¡Cómo me enloquece
a ratos! ¡Cómo te odio luego!
A mí me parece no
merecida -ni tú la dicha-
Un pecado mortal
debo cargar.
Debe ser que en
un viejo sueño, casi principesco,
casi santo, casi
eterno, me di a ti ¡incondicional!
Y no obstante, rondaba
ese casi, creyente te adoré,
de la cumbre al piélago,
con mi corazón y cuerpo.
Pecados de
ternura, de insolencia, de devoción,
de lealtad, de carestía,
de pasión, de inocencia.
¡Pecados igual!
Una sola cosa te pide, esta enamorada cardinal,
bien insignificante,
para tan selecta desgracia:
ven a mí y
háblame con paciencia de aquel ayer
y simula -con excelencia-
que aún me necesitas.
Quizás, en ese meandro
providencial,
ambiciones intensamente
destruir los barrotes
y luego de
abrazarme hasta vencer el castigo
me digas lo que
sientes, me poseas y… alivies
el anhelo, la tribulación
y el sentimiento.
Tal vez, se le
adicione un infinito al veredicto
por dar rienda
suelta a mi más pavorosa falta
pero, debido a este
terminal temblor en el alma
efecto de amarte
con la ferocidad que te amo…
¡lo elijo!
P-Car