Después de quemarme en el mar y tragar de su desierto,
le entregué, en la miel de mis besos, límpidas gotas de mi esencia vital,
porque mi querer traspasó los límites de lo perfecto, para amarlo más allá de
mi misma.
Así… sin esperar más que su corazón de vuelta… por
muchas lunas llenas me balanceé en una débil hebra del tiempo, que bordé primorosa
con hilos de esperanzas… sujeta entre su retórica mirada y mi alma.
En una noche calcada de múltiples oscuridades, a pesar
de su cercana pasión desbordante, sin un amor verdadero… caí vencida de soledad,
donde sus labios insatisfechos me hallaron sin cordura alguna.
Aún con sed, succionó mi piel lacia de voluntad, hasta
que presa de una desconocida extrañeza… añoré ver la muerte sonriéndome en mis sueños,
mientras mis venas se carcomían con el veneno de su azahar pecaminoso.
Recé cuentas imaginarias y desdoblé desvelos para
intentar irme en ellos, hasta que por fin, llegó mi tiempo… Si, mi añorada hora
de elevarme en la escalera de mis huesos, para encontrar una lejana estrella, pero
con la luz más cierta y leal del firmamento…
Fui niña y mujer, hija y progenitora, pero fui insistentemente
yo… cuando amé. Construí un puerto, creé versos y, con dolor, parí esta historia
también… Ahora seré una eterna alma poeta, que en paz escribirá sus memorias, desde
la, sin vuelta… última estación del infinito.
P-Car