Por un instante
olvidé
que fui olvidada.
Y te recordé
como aprendí se
recuerda
lo jamás olvidable.
Y te llevé
conmigo a mi mundo
así como el
viento a las hojas secas
elevadas al
primer contacto.
Y te amé…
-sin reservas de
nada-
llenándote la
escasez de mí
y contemplándote
hondo el alma.
Y te miré
radiante -insistente-
como el fuego con
sus llamas más candentes
si con perseverancia
quiere alcanzar
al más lejano y hermoso
lucero.
Todo fue, eterno
y fugaz
porque simplemente
sucedió
como si el
tiempo y los pecados,
la lejanía y la
ausencia
no fuesen más
que palabras leves
desechables en
un segundo.
Bordé delicada
-y apurada-
cada segundo que
se iba…
te conté mil
cosas de mí
en medio del espiral
flotante
de estar nuevamente
contigo.
Y feliz.
De pronto enmudecí
y
mis labios fueron
palomas
que emigraron
quizás dónde:
tal vez a la
promesa de la montaña
-o quizás a
morir cerca del cielo-
cuando por algo
recordé
que fui
desdeñada.
O fue la mirada
del invierno
que luego de un extasiado
instante
se apodera de
tus ojos y besos
y puede más, misteriosamente
más…
que todo mi amor
y mis versos.
O tal vez fue recelo
-absoluto miedo-
de que me amaras
de verdad e infinitamente…
por indeterminada
vez…
¡de nuevo!
P-Car