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sábado, 16 de mayo de 2015

EL MARXISMO Y SU EVOLUCIÓN

El concepto de  propiedad común no fue inventado ni por Karl Marx, ni por su amigo y colaborador Friedrich Engels. Las sociedades antiguas, al menos en el mundo clásico, estaban basadas precisamente en ese tipo de propiedad comunal. De aquella, nadie hablaba de propiedad privada, nadie disponía de riquezas propias. Todo era colectivo, todo pertenecía a la comunidad, incluso hasta el producto del propio trabajo de cada ciudadano. Y por supuesto, era esa misma comunidad la que, haciendo uso de los bienes de consumo,  se preocupaba de cubrir las necesidades particulares de cada uno de sus miembros.

Es el caso de los primitivos cristianos que, además de practicar escrupulosamente la comunidad de bienes, buscaban también la comunidad de personas. Todo lo ponían en común. Y aquellos, que tenían propiedades, las vendían sin más y entregaban el dinero conseguido a la colectividad. No se reservaban nada para sí, lo compartían absolutamente todo con inmensa alegría. Y era la comunidad, la que, después, daba a cada uno lo que necesitaba.

La evolución del concepto de propiedad ha sido excesivamente lenta. Las sociedades primitivas no conocían nada más que la propiedad común. Con el paso de los años,  desaparece el modo de producción esclavista y se abre paso el sistema feudal, aunque la propiedad real seguía siendo común. Las personas individuales, lo mismo que los gremios de artesanos, trabajaban o guerreaban únicamente para la colectividad. Pero lo hacían, eso sí, utilizando medios propios. Suyas son, faltaría más, las herramientas de trabajo, las armas, los artilugios para cazar y pescar y hasta los utensilios de cocina. No es de extrañar que, a partir de entonces, se hablase ya abiertamente de propiedad personal.

Pero aún estamos muy lejos de la propiedad privada propiamente dicha. Mientras estuvo vigente el feudalismo, los ciudadanos podían ocupar provisionalmente la tierra, pero sin adueñarse de ella. Por lo tanto, ni podían venderla, ni transmitírsela a sus herederos. Y esa restricción se mantuvo durante toda la Edad Media, ya que, de aquella, no poseían tierras nada más que el Rey y la Iglesia.

El feudalismo, es verdad, alcanzó muy pronto su máximo esplendor y desarrollo. Pero la clase dominante no fue capaz de arbitrar un sistema de producción fiable y eficaz que colmara satisfactoriamente su desmedida ambición. Y para  lograr su propósito y generar cada vez más ingresos, comienzan los señores a presionar descaradamente a los campesinos. Y muchos de estos trabajadores agrícolas, cuando esa presión se hace insoportable, abandonan la tierra y emigran hacia la ciudad, en busca de nuevos puestos de trabajo. Y así es como, a principios del siglo XIV, comienza a descomponerse progresivamente el sistema feudal.

jueves, 6 de diciembre de 2012

LAS PRERROGATIVAS DE LOS POLÍTICOS


 Usando la terminología del materialismo histórico popularizada por el marxismo, podemos decir que, en Occidente,  bajo el yugo del Imperio Romano, se fue sustituyendo poco a poco el esclavismo por un feudalismo que, aunque algo más humano, consagraba jurídicamente la desigualdad entre los ciudadanos. Y este régimen feudal se mantuvo intacto en España durante varios siglos. Fueron las Cortes de Cádiz las que dieron el primer paso, en 1811, para abolir los injustos dictados de vasallo y vasallaje. Colaboraron positivamente en la supresión del feudalismo, la revolución industrial que llegó por fin a España y la revolución burguesa.

Los últimos vestigios del feudalismo desaparecieron, al menos aparentemente, con la configuración del Estado liberal durante el reinado de Isabel II. Y hoy día, el artículo 14 de nuestra Constitución quiere corroborar esa igualdad absoluta de todos los ciudadanos con estas palabras: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.

Será verdad que todos somos iguales ante la ley, pero unos más iguales que otros porque la casta política ha terminado por situarse más allá del bien y del mal. Aunque entre nuestros políticos predomina ampliamente la mediocridad, han sabido instalarse en el privilegio y en el favoritismo más descarado. Funcionan como en un sistema feudal y, con la excepción del período de elecciones, tratan al resto de ciudadanos como si fueran auténticos plebeyos. Ya se han encargado ellos de redactar su propio régimen jurídico y laboral, que les reporta unas prerrogativas excesivas y unos beneficios extraordinarios, que no están al alcance de los demás mortales.

Muchos de esos privilegios, a los que se aferran de manera escandalosa,  quiebran inevitablemente el principio de igualdad consagrado por la Constitución. Hasta se pasan unos cuantos pueblos con la inviolabilidad, la inmunidad y el fuero especial reconocido por nuestra Carta Magna. Estas prerrogativas surgieron para proteger la necesaria independencia de los parlamentarios en tiempos de las monarquías absolutistas y no tenían la consideración de privilegios. Se trataba simplemente de garantizar el funcionamiento libre e independiente de las cámaras parlamentarias y hoy ese problema no existe. Aquí en España se va aún más lejos, y se extiende la inmunidad parlamentaria hasta para los delitos de corrupción.

A parte de estas tradicionales y hoy innecesarias prerrogativas, la casta política no ha hecho más  que procurarse egoístamente el mayor número posible de privilegios. Y como lleva más de 30 años acaparando gangas y beneficios, sus ventajas sobre los demás ciudadanos son escandalosamente insultantes y astronómicas. Para la casta política no hay crisis económica que valga, ya que están por encima de cualquier contingencia económica. Las privaciones, las  estrecheces no van con ellos. Eso queda para los currantes, para los ciudadanos de a pié.

La lista detallada de las diferencias de trato entre un político y un ciudadano corriente, sería interminable. Por eso vamos a repasar las más lacerantes y que más desmoralización producen entre las gentes normales. Cuando los diputados electos llegan al Congreso después de una elecciones, con el correspondiente acta que acredita su nombramiento, reciben un  móvil última generación, un Ipad último grito y la conexión, desde su domicilio, a una línea de ADSL Y todo ello sin coste alguno.

Mientras que los currantes están obligados a tributar por el total de sus ingresos, los políticos que se sientan en el Congreso y el Senado solamente lo hacen por los dos tercios de su salario y al insultante tipo del 4,5%. El otro tercio restante no está sujeto al IRPF porque se supone que es una especie de indemnización para cubrir los gastos que origina el cargo institucional.  Pasa lo mismo con los años de cotización que precisan unos y otros para alcanzar la pensión máxima. Mientras que los trabajadores necesitan cotizar durante  35 largos años para conseguir una jubilación de 32.000 euros anuales, a sus señorías les basta con  dos legislaturas en el cargo o siete años de cotización y los primeros espadas alcanzarán los 74.000 euros anuales de pensión. Hay además otros agravantes: las pensiones de los políticos son perfectamente compatibles con otros sueldos de la administración o con cualquier otra actividad económica.

Otra ventaja considerable de estos parlamentarios es el sueldo. El salario medio de un trabajador en España es de 22.511 euros, algo más de 1.800 euros mensuales. Los diputados,  por ejemplo, tienen un sueldo base  de 2.813,87 euros. Pero a esta cantidad hay que sumar toda una serie de ayudas y los más variados e inimaginables complementos, de modo que su salario aumenta considerablemente, acercándose en muchos casos a los 10.000 euros mensuales. Guarda relación, eso sí, según que participe en más  o en menos ponencias y comisiones, y que ejerza o no de portavoz de alguna de ellas. De todos modos, son muy pocos los diputados que se quedan por debajo de los 5.000 euros mensuales.

Uno de esos complementos, que incrementan el sueldo de los diputados, corresponde a los gastos de alojamiento y manutención. Todos los  diputados de circunscripciones distintas  a la de Madrid reciben 1.823,86 euros, para ayudarles a pagar los gastos de manutención y de hotel o alquiler de vivienda en la capital. Los parlamentarios electos por Madrid perciben exactamente por el mismo concepto 870,56 euros. Estas cantidades están, además,  exentas de tributación a la hacienda pública. Y aún hay más: cada vez que los parlamentarios viajan oficialmente al extranjero cobran una dieta de 150 euros diarios y 120 euros si es por España.

No es esto todo. A pesar de las elevadas dietas que cobran para gastos  de alojamiento y manutención, sus señorías pueden utilizar ventajosamente, si así les place, los servicios de restaurante que funcionan con toda normalidad en el Senado, en el Congreso de los Diputados y en la Asamblea de Madrid. Los políticos pueden utilizar estos servicios por un precio módico y ridículo, aproximadamente una tercera parte  de lo que pagan, por el menú más barato, aquellos trabajadores que tienen que mantenerse  por su cuenta. Los de la casta privilegiada, que utilicen esos servicios de restaurante,  pagarán 3,55 euros por una comida normal con dos platos, el postre, la bebida y el café. Los mismos escolares madrileños tienen que pagar 25 céntimos más, y eso que solamente se trata de utilizar el comedor y servirse del microondas para calentar la comida que llevan de su casa.

En el Congreso están a la orden del día las comisiones que llaman de trabajo, a las que están adscritos 29 presidentes, 55 vicepresidentes, 56 secretarios, 217 portavoces y 148 portavoces adjuntos y sustitutos. Y todos ellos, claro está, reciben gastos de representación, que oscilan, según el cargo, entre los 697,65 euros y 1.431,31 euros. En el caso del presidente del Congreso, esa cantidad se eleva hasta los 3.327,89 euros. También existe un complemento mensual por gastos de libre disposición que cobra el presidente del Congreso, el vicepresidente, los secretarios y los portavoces. El importe de esta ayuda va de los 600 euros a los 2.728 euros para el presidente.

Además de no pagar ningún medio de transporte, los parlamentarios foráneos que utilicen su propio vehículo  para ir a Madrid, cobran un kilometraje de 0,25 euros por kilómetro. Y a los que no disponen de coche oficial, se les facilita  una tarjeta personalizada, con un límite anual de 3.000 euros que utilizan profusamente para abonar el servicio de taxi en Madrid.  Cuentan además con un plan de pensiones con cargo a la Cámara legislativa, con lo que van a completar  su pensión el día que se jubilen.

Las ventajas de los parlamentarios no terminan aquí. Disfrutan en exclusiva de otros muchos beneficios que no tienen los demás mortales, por ejemplo la indemnización por cese en el cargo, sea este institucional o representativo. Así que, cuando dejen el cargo, percibirán una indemnización equivalente a una mensualidad de su asignación salarial por  cada año de mandato parlamentario en las Cortes Generales hasta un máximo de 24 mensualidades. Otro tanto ocurre con los ministros. Cuando estos cesan en su cargo, cobrarán una indemnización del 80% de su salario durante dos años, perfectamente compatible con la remuneración de cualquier otro cargo público. Disfrutan también de esta Ganga los ex secretarios de Estado. Ahí están para demostrarlo Diego López Garrido e Inmaculada Gómez Piñero.

Pero aún hay más cosas. Mientras no se trate de una votación, no se controla el absentismo de los parlamentarios. Y de hecho, estamos cansados de ver, con demasiada frecuencia, distintas tomas de la televisión mostrándonos cantidad de asientos vacíos. Este comportamiento es impensable en un trabajador normal, porque correría el riesgo de ser despedido inmediatamente.

Pasa otro tanto con los negocios. No son muchos los diputados que se dedican exclusivamente a su labor política. La mayoría de ellos procura engordar sus cuentas corrientes participando asiduamente en empresas privadas o en fundaciones y también, como no, colaborando con algún medio de comunicación.

Así las cosas, no es de extrañar que sean muchos los que quieren dedicarse a la política. Se da, además, la circunstancia de que para político vale cualquiera, ya que no hay que hacer oposiciones como para cualquier otro trabajo. Tienen un inconveniente, eso sí, y es que suelen manchárseles frecuentemente las manos. Es por esto por lo que el Premio Nobel de literatura irlandés, Bernard Shaw,  se guaseó de ellos con una frase que se ha hecho célebre: “Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo y por los mismos motivos”.

Gijón, 23 de noviembre de 2012

José Luis Valladares Fernández

viernes, 2 de abril de 2010

A VUELTAS CON LOS SINDICATOS DE CLASE

Con la Revolución Industrial, que tuvo su origen en Inglaterra entre los años de 1776 y 1810, tienen lugar las mayores transformaciones sociales de la historia. El impacto económico que supuso esta revolución, dio al traste con la economía rudimentaria y de corte claramente familiar, practicada hasta entonces, para dar paso a otra mucho más pujante y en manos ya de una industria mucho más organizada.
A la vez que en Inglaterra se producía un éxodo masivo de campesinos hacia la ciudad para convertirse en obreros industriales, en Francia soplaban aires revolucionarios que traerían consigo transcendentales cambios sociales. Con la Revolución Francesa de 1789, desaparece la clase feudal, tan arraigada en Francia desde que fue institucionalizada por la Dinastía Carolingia. El espacio que deja vacío el feudalismo lo ocupa, de inmediato, una nueva casta social, la burguesía que, poco a poco, se transforma en clase dominante y adquiere rápidamente un gran poderío económico. La sustitución de feudalismo por capitalismo da lugar a un nuevo sistema económico, que se extiende rápidamente por toda Europa.
Con los obreros excedentes del campo que llegaban a las ciudades, se ponen en marcha las nuevas fábricas, dedicadas a la industria textil, a la siderurgia, a los transportes y a la minería. Desde un principio, y para que estas fábricas fueran plenamente rentables, comienza la producción en serie y la explotación descarada de los trabajadores. Como no había norma jurídica alguna que regulara esa actividad, los obreros tenían que trabajar, de sol a sol y sin garantía laboral alguna, por un simple salario de hambre.
Para luchar contra la avidez abusiva de los patronos y para tratar de mejorar su precaria situación laboral, los obreros comenzaron a formar asociaciones colectivas para reivindicar mejoras salariales y laborales. Y eso, a pesar de que, en aquella época, los movimientos asociativos eran ilegales y se perseguían rigurosamente y con la mayor dureza. A pesar de lo arriesgado que resultaba, dada la intrepidez y el coraje de los trabajadores, esas asociaciones terminaron por imponerse, dando lugar al movimiento obrero que, con el tiempo, fue perfeccionándose, convirtiéndose al final en lo que hoy entendemos por sindicatos.
Desde un principio, este movimiento obrero buscaba exclusivamente una retribución salarial más justa y unas condiciones de trabajo más dignas. Este movimiento obrero, con muchas carencias en sus primeros pasos, fue adquiriendo relevancia y cogiendo experiencia con la lucha solidaria de los trabajadores contra las duras condiciones laborales impuestas en un principio por los patronos. Estas asociaciones colectivas, en su lucha contra la injusticia manifiesta, fueron adoptando distintos modos a lo largo de la historia sindical. Los primeros modos, como el socialismo utópico y los cartistas, centraban todos sus esfuerzos en el mundo laboral.
Los movimientos que fueron surgiendo después, a la lucha social incorporaban la lucha por el poder político. De estos, el más representativo era el socialismo que Marx y Engels definieron como científico. Y en este socialismo científico copiaron después todos los sindicatos de clase que aparecieron posteriormente. Todos ellos, incluidos CC.OO. y UGT, a pesar de los intereses puramente políticos, tuvieron siempre presente la defensa de los intereses laborales del obrero. Ante todo, la economía debía ser puesta al servicio de la mayoría.
Ahora se han cambiado las tornas. Desde que se produjo la conjunción planetaria del chico del talante y de la falsa sonrisa con las cúpulas actuales de CC.OO. y UGT, los sindicatos se olvidan de la defensa de los trabajadores para apoyar al Gobierno y, de paso, engrosar notablemente su cuenta corriente. A Zapatero le quema el dinero público, el dinero ese que “no es de nadie”, según dijo una de sus antiguas ministras. Y como no es de nadie, el presidente del Ejecutivo, antes de que caliente en sus manos, procura buscarle dueño, dedicándolo a la compra inmediata de voluntades y en tener bien aprovisionado el pesebre gubernamental. Y las cúpulas sindicales citadas aprovechan muy bien esa mamandurria que les ofrece el Gobierno, pues las cuotas de los afiliados dan para muy poco.
Los sindicatos de clase se han beneficiado de un espectacular incremento de los recursos públicos desde que Zapatero llegó a la Moncloa. Las ayudas directas que CC.OO y UGT recibieron del Gobierno aumentaron en un nada despreciable 50%. Una de las partidas que más se dispararon, a pesar de la grave crisis que padecemos, fue la destinada a financiar la fundación de estos sindicatos que gestiona los sospechosos cursos de prevención de riesgos laborales. Para estos menesteres, estas organizaciones sindicales, solamente en el año 2009, recibieron de Administraciones Públicas la bonita cifra de 28.908.000 euros. Hay también, mediante Decreto del Consejo de Ministros, enjundiosas asignaciones a dedo para actividades complementarias, 455.000 euros para UGT y 330.000 a CC.OO.
Los silencios de Cándido Méndez y de Fernández Toxo y la denigrante paz social que ofertan al Gobierno están francamente bien pagados. Estos dos sindicalistas pasan obscenamente de los más de 5 millones de parados, debidos muchos de ellos a que los responsables políticos no han provisto medidas estructurales adecuadas para luchar contra la crisis. Tanto Méndez como Toxo no tienen el más mínimo respeto por su función institucional. Se olvidan de quienes se han quedado sin trabajo y caen en el ridículo de movilizarse para defender a un juez. Dedican todo su esfuerzo en la preparación de un acto público de “notable relevancia” para apoyar al juez Baltasar Garzón. Con tal fin, se dedican a recabar apoyos en los comités de empresa, en las universidades y en todos los ámbitos en los que aún conservan cierta influencia.
La miseria moral ha hecho mella en estas organizaciones y nunca, en su dilatada historia, habían caído tan abajo. Ya no merecen la calificación de sindicalistas.

Gijón, 1 de abril de 2010

José Luis Valladares Fernández

viernes, 5 de junio de 2009

EL SINDICALISMO Y SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA

2.- Primeros pasos del sindicalismo

La clase feudal, institucionalizada por la Dinastía Carolingia, había arraigado fuertemente en Francia. Pero esta clase feudal era incapaz de adaptarse a los cambios sociales, como consecuencia de la rigidez del régimen monárquico. Esa inadaptación a los nuevos hábitos de la sociedad, por un lado, dio pie a la aparición de una nueva clase social, la burguesa que fue adquiriendo un poderío económico creciente. Y por otro lado, generó en las clases más bajas un enorme descontento que las llevó a odiar a todos esos valores que habían sido tradicionales hasta entonces.
Ese descontento y ese odio abrieron la puerta a la Revolución Francesa de 1789, poniendo fin al sistema feudal francés. Pasados los primeros momentos de desorden y desconcierto, provocados por la Revolución, la nueva clase burguesa fue ocupando poco a poco el vacío dejado por el feudalismo, erigiéndose en clase dominante. Esta sustitución de feudalismo por capitalismo, cautivó al resto de los países de Europa. Y, uno tras otro, fueron importando y estableciendo decididamente ese nuevo sistema económico, que con su consolidación, dio origen a lo que conocemos como revolución industrial.
Los responsables de esta revolución industrial, para garantizarse una fácil rentabilidad, impusieron a la mano de obra unas condiciones extremadamente duras, dando lugar a un gran malestar social. Los representantes de los obreros reaccionaron ante tamaña injusticia, poniendo en marcha un nuevo movimiento reivindicativo, que pasó a la historia con el nombre de socialismo utópico. Trataban de establecer una sociedad lo más perfecta posible, en la que destacara ante todo la igualdad y todos los hombres gozaran de idénticas oportunidades. Esto determina el marcado carácter ético y moral del socialismo utópico, que busca con ahínco un cambio social igualitario que no llegará nunca.
El socialismo utópico se convierte en la primera y principal corriente del pensamiento moderno, y, aunque nace en Francia, es en Inglaterra donde se desarrolla plenamente. Fueron Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista, los que bautizaron a este movimiento con el nombre de socialismo utópico, al contraponerlo a su propia teoría a la que llamaron socialismo científico.
Es en Inglaterra donde el socialismo utópico recibe el principal desarrollo, quedando caracterizado y mediatizado definitivamente por la revolución industrial inglesa. No podemos olvidar que el proletariado de aquella época abundaba en miserias y que, a la vez, se puso en práctica la nueva rama de la ciencia, denominada Economía política, ya que ambas cosas dejaron su impronta en este quimérico socialismo.
El primer teórico que trató de desarrollar científicamente el socialismo utópico fue el galés Robert Owen. Owen fue un pionero del socialismo, que se dejó influir por los pensadores ilustrados del siglo XVIII y que creía en el progreso del género humano mediante la razón, el convencimiento y la adecuada educación. Fue el primero en considerar al proletariado como clase independiente, aunque de una manera un tanto rudimentaria.
Conmovido Owen por las consecuencias sociales nefastas ocasionadas por la introducción del capitalismo durante la primera revolución industrial, buscó la manera de introducir mejoras sociales importantes. Así, desde su posición como empresario, mejoró notablemente las condiciones laborales y económicas de los trabajadores. Proporcionó a estos unas condiciones más dignas en cuanto a vivienda, a sanidad y a educación se refiere. De ahí que propugnara el establecimiento de escuelas y bibliotecas para niños y adultos en una comunidad que llamó Nueva Armonía.
Trató Robert Owen de desarrollar un nuevo sistema económico, alternativo al británico, y que se basaba en el cooperativismo. Propugnaba la unión de los obreros en cooperativas, tanto de producción como de distribución, ya que pensaba que serían mucho más rentables que la misma industria. Copiando de esta comunidad, propugnada por Owen, y a lo largo de la historia, irían apareciendo otras comunidades utópicas, entre las que destacarían los famosos Kibutz israelitas.
El socialismo utópico, tal como se desarrolló en Gran Bretaña, no se parece, en nada, al resto de socialismos, que fueron apareciendo después. El único nexo de unión, entre estos y aquel, lo tenemos en la difícil lucha solidaria de los trabajadores, tanto de la industria como del campo, en busca de una sociedad más justa e igualitaria y de una economía al servicio de la mayoría. Y también la lucha, al menos aparente, por las libertades. Digo lucha aparente, ya que ha habido socialismos que, tan pronto se vieron en el poder, cercenaron de cuajo las libertades tal y como se puede demostrar históricamente. Pero en cuanto objetivo, esa lucha sería una de las características comunes a todos los modelos socialistas.
Hay otras características comunes a los diversos movimientos socialistas, también muy importantes. Entre ellas estaría la crítica radical al sistema capitalista, al que consideraban social y económicamente injusto. Todos ellos han exigido siempre que los medios de producción estén en manos de la colectividad y que, en todo cambio social sea incuestionable la primacía de la clase obrera.
Esa lucha, contra viento y marea, para mejorar las compensaciones salariales y evitar la explotación del trabajador, sirvió de marco a todo el movimiento social posterior. Una vez que fue reconocida la legalidad de de la acción colectiva de los trabajadores, aparecen las primeras organizaciones obreras, agrupadas de acuerdo con el oficio de cada uno. En Inglaterra se dio el nombre de tradeunions a estas organizaciones obreras emergentes. Lo que, literalmente, quiere decir uniones de oficios.
Fue Inglaterra donde más rápidamente prendió y se desarrollo más a fondo el proceso de industrialización. A mediados del siglo XVIII, en Gran Bretaña, el movimiento industrial había dado ya un paso de gigante, siendo ya muy notable el progreso de las industrias de bienes de producción y de consumo. La construcción del ferrocarril, además de poner en órbita la explotación del carbón y el crecimiento de la siderurgia, actuó como motor eficaz de toda la industria, al facilitar el traslado de las mercancías desde las fábricas hasta los distintos puntos de consumo. Todos estos factores contribuyeron decisivamente a que Inglaterra, desde esas fechas y hasta la Primera Guerra Mundial, ostentara sin ninguna duda la supremacía industrial, financiera y comercial del mundo.
El desarrollo notable de la tecnología y de la industria, con la acumulación de capitales que esto generaba, incitó a los trabajadores a acelerar, también ellos, la creación de nuevas asociaciones para hacer frente a la explotación, cada vez más intensa y sin miramientos. La conversión acelerada de los talleres modestos en fábricas productivas, además de despersonalizar las relaciones de trabajo, incentivaba la aparición de nuevas formas de explotación y de injusticias sociales.
Uno de los principales luchadores contra la creciente explotación fue Robert Doherty que, desde niño, había soportado un trabajado muy duro en las hilanderías de algodón. A los 20 años es nombrado secretario de la unión local de los hiladores de algodón, y aprovecha su experiencia para, en 1829, fundar en Gran Bretaña la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo. En el lenguaje actual, se trataría de la primera central sindical de la historia del trabajo. Convencido Doherty de que esta Asociación no garantizaba una lucha eficaz contra la explotación, crea en 1834 la Great Trade Union. En realidad no es otra cosa que la unión de varios sindicatos de oficios con la intención de lograr una fuerza social mucho mayor. Lo que si hay que reconocer es que estas organizaciones, de aquella, carecían aún de ideales políticos revolucionarios. Únicamente les movían intereses económicos y la mejora de las condiciones laborales.
La industrialización, en la Europa Continental, tardó en despegar mucho más que en Inglaterra. Prácticamente, hasta 1850, permaneció estancada, sin apenas desarrollo alguno. En muchos países europeos, entre los que está Italia, Rusia y España, la industrialización, además de diferente, es mucho más tardía. Las fábricas modernas y rentables brillaban por su ausencia. Aunque sin llegar a igualar a Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Alemania tenían un ritmo de industrialización más alto que el resto de los países europeos.
En Francia, fueron las mujeres las primeras en romper el hielo, formando organizaciones colectivas con el objeto de defenderse de la explotación, tanto en los aserraderos de Burdeos como en las fábricas textiles de Lyon. Es en 1830, y coincidiendo con una de las primeras crisis económicas, cuando crean una asociación estable, a la que llamaron ya syndicat.
El proceso inicial de estas asociaciones obreras, en Alemania, no es muy distinto. Estas asociaciones luchan denodadamente por conseguir unas condiciones laborables más humanas y, como no, un mayor salario. Con el fin de apaciguar las presiones de estos trabajadores, cada vez más intensas, el Canciller Bismarck fija las condiciones generales de trabajo e instituye unas coberturas sociales muy rudimentarias de enfermedad, accidente, de invalidez y jubilación. Todo un adelanto para aquella época.
En España, todo este proceso de asociación colectiva de los trabajadores, tarda más en iniciarse. Y cuando aparece, lo hace de una manera muy tímida. Esto fue debido a que, en España, el grueso de los trabajadores vivían de trabajar la tierra. La industria, por aquellas fechas, era muy escasa y muy localizada en Cataluña. Prácticamente el movimiento obrero en España, careció de identidad hasta la época que conocemos con el nombre de sexenio democrático, que va de 1868 a 1874. Como para estas fechas, en toda Europa, se habían comenzado a mezclar los intereses laborales con los políticos, en España, ese movimiento obrero, nació ya políticamente contaminado.


José Luis Valladares Fernández