Entre las obras satíricas
del escritor británico, George Orwell,
destaca una novela de ficción, Rebelión en la granja, en la que
crítica dura y severamente los totalitarismos nazi y soviético. Es una especie
de fábula ingeniosa y mordaz, en la que se narra el amotinamiento de los
animales de la Granja Solariega, porque consideran que su dueño, el granjero Howard Jones es un tirano. Cuando
logran expulsar al granjero, crean un sistema de gobierno propio y consensuan
una serie de siete mandamientos, que escriben en una pared para que todos los
animales los tengan presentes y los cumplan a rajatabla.
Al aventajar en inteligencia
a los demás animales, los cerdos asumen el liderazgo de la nueva Granja Animal.
Pero los dos máximos dirigentes, los cerdos Snowball y Napoleón, empezaron muy
pronto a tener discrepancias, que terminan cuando Napoleón obliga a Snowball a huir de la granja y se hace con
todo el poder. Y Napoleón, con la complicidad de los demás cerdos, aprovecha
esa oportunidad para erigirse como único líder de la granja.
A partir de ese momento,
los cerdos empezaron a adoptar poco a poco los defectos de los hombres, que
provocaron la pasada revolución. Y como querían acrecentar su poder,
procedieron a borrar todos los mandamientos que, de alguna manera,
condicionaban su voluntad. Al final, respetaron el séptimo precepto, porque
vieron que, añadiéndole una simple coletilla, quedaba completamente
desactivado. Por eso, al enunciado original, que decía “todos los animales son iguales”, agregaron simplemente esta
expresión: “pero algunos animales son más
iguales que otros”.
Y acabaron, claro está,
desechando sus ideales iniciales para convertirse en auténticos tiranos. Los
demás animales de la granja comenzaron a sentirse oprimidos y avasallados. No
podían protestar y tenían que acatar dócilmente los caprichos y las veleidades del cerdo Napoleón y de sus
engreídos compañeros. Y no acaba aquí su calvario, ya que, además de haber
caído en desgracia, los elitistas cerdos les obligaba a trabajar de sol a sol
y, a cambio, no recibían nada más que una ración de comida muy exigua.
Hay que reconocer que, con
la historieta satírica y mordaz de Rebelión en la granja, George Orwell nos advierte que debemos
estar siempre en guardia contra cualquier tipo de totalitarismo, porque es
sabido que el poder omnímodo lleva siempre a la corrupción más absoluta.
Comienzan manipulando descaradamente la verdad histórica a su conveniencia y
terminan, cómo no, concediendo cargos
públicos y otras ventajas a sus familiares y amigos, aunque carezcan de la
necesaria cualificación profesional para desempeñarlos correctamente.
Y se da la circunstancia
que el Gobierno socialcomunista, impuesto por Pedro Sánchez, se parece bastante al régimen dictatorial que
impusieron los desvergonzados cerdos a los demás animales de la granja. Desde el primer momento, se dedicó
principalmente a manipular la información y a ejercer una vigilancia extrema
sobre una buena parte de la sociedad española. Y como no podía ser menos, con
esa vigilancia excesiva, se disparó también la represión política y social.
Para controlar y fiscalizar
adecuadamente las noticias que aparecían en los distintos medios de
comunicación y en las redes sociales, habilitó un Ministerio muy similar a los
descritos en la novela distópica de George
Orwell, titulada 1984. Es una especie de Ministerio
de la Verdad, que concede al Ejecutivo la extraordinaria potestad de determinar
si una información es correcta o no.
Y una de dos, o el
presidente Sánchez no conoce la
Historia de España, o ha perdido totalmente la dignidad y la vergüenza. Porque
solo así se explica que intente completar la faena, impulsando una ley tan
absurda como la Ley de Memoria Democrática que, además de falsificar la
realidad histórica, devuelve al PSOE nada menos que 80 años atrás.
Es muy posible, que no
lleguemos a saber si estamos ante un ignorante, o ante un auténtico
desvergonzado que busca expresamente la manera de engañarnos. No obstante, si
sabemos que Pedro Sánchez defiende,
contra viento y marea, que la Segunda República fue un “ambicioso proyecto de modernización del Estado y
la sociedad”, donde
prevalecía, sobre todo, el “valor de la
democracia”.
Y trata de hacernos ver que, gracias a las
avanzadas reformas políticas y sociales
que introdujo la Constitución de 1931, comenzó a funcionar ejemplarmente la
justicia social en España, inaugurando así una etapa solidaria, tolerante y
verdaderamente democrática. Pero resulta que no duró mucho ese estado de paz y
de igualdad porque, como era de esperar, fue interrumpido de manera abrupta por
la derecha, que son los sempiternos enemigos de la libertad. Y esa intervención
extemporánea de esa derecha cerril encendió los ánimos y abrió paso a toda esa
inacabable serie de violencia extrema que padecimos los españoles.
Es evidente que Pedro Sánchez oculta intencionadamente los delitos execrables que
se produjeron en la República, antes de estallar la Guerra Civil. Quiere borrar
de la historia la Revolución de Octubre de 1934, en la que se produjeron posiblemente
más de 2.000 muertos, entre los que contabilizamos 320, entre guardias civiles,
soldados, guardias de asalto y carabineros y unos 35 sacerdotes. Lo que quiere
decir que, antes del