Seguro que hay muchas personas que esperaban algo muy distinto del paso del PSOE por el Gobierno de España. De lo contrario, no le hubieran dado su voto en la cita electoral correspondiente. A estos les sugiero que recuerden la frase que, según nos dice Dante al principio de Canto III de la Divina Comedia, está escrita a la entrada al infierno: "Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate (Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza)”.
Es cierto que la esperanza, como dice un dicho popular, es lo último que se pierde. Quizás por que somos demasiado ingenuos y aún creemos en los Reyes Magos. Es hora de que, los que aún siguen esperando algo del socialismo, abran los ojos y se enfrenten a la cruda realidad del infierno económico a donde nos ha llevado, sin barca de Caronte de por medio, José Luis Rodríguez Zapatero y su inoperante Gobierno. Quienes sigan esperando algo positivo del equipo actual que nos gobierna, terminaran dando la razón a Nietzsche cuando decía que “la esperanza es el peor de los males de los humanos, pues prolonga el tormento del hombre”.
Las razones que incapacitan al socialismo real para gestionar adecuadamente la marcha económica de un país, son evidentes. Y mucho más en el socialismo español que, bajo la batuta de Zapatero, se ha esforzado por recuperar ese sectarismo rancio y trasnochado que, en otro tiempo, utilizaban K. Marx y F. Engels, para adoctrinar a sus seguidores.
El socialismo militante es doctrinario por naturaleza, lo que le lleva al despropósito de querer controlar cualquier clase de iniciativa, planificando absurdamente cualquier tipo de actuación individual o colectiva de los ciudadanos. De esta manera lastran, hasta límites insospechados, la productividad que podía esperarse de las empresas y la voluntariedad de los individuos para luchar por la rentabilidad de las mismas. Lo suyo es husmear en lo que es privativo de los ciudadanos y de las sociedades, para organizar todos sus actos, condicionando así hasta el más mínimo de sus actos. Y todo, en nombre de un igualitarismo ficticio e inadmisible.
A este afán obsesivo por regular todo tipo de actividad económica o industrial, debemos unir su desmedida afición a establecer elevados impuestos, que llaman progresivos, pero que tienen un tufo recaudatorio indisimulable. La elevación excesiva de los impuestos influye negativamente en el consumo y en la actividad económica. Y al disminuir el consumo y la actividad económica, disminuyen los ingresos que, vía impuestos, recauda el Estado. Como el Gobierno, por su descontrol en los gastos, necesita cada vez más dinero, tiene que acudir a una carga impositiva, metiéndose de lleno en un círculo vicioso que irá ampliando las bolsas de pobreza en España.
El socialismo español no ve, o no quiere ver, que los gobiernos de los países que comienzan a abandonar el lóbrego túnel de la crisis, optaron inteligentemente por reducir la presión fiscal. Exactamente lo contrario de lo que ha hecho nuestro Gobierno. Su tozudez les lleva a ampliar la presión recaudatoria para, según dicen ellos, mantener el gasto social. El resultado es inmediato: la subida de impuestos se traduce inevitablemente en una disminución del consumo y, por lo tanto, en una menor productividad de las empresas. Lo que crece de esta manera, de un modo progresivo, es el paro, y con el paro aumenta el número de los que necesitan de esas insuficientes limosnas oficiales. Y es evidente que los impuestos en España son demasiado elevados. Concretamente el gravamen sobre las rentas del capital está entre los más altos de la Unión Europea.
Nuestros gobernantes socialistas sabrán por qué desoyen el proverbio chino y prefieren dar algún que otro pez a los que tienen hambre y renuncian a enseñarles a pescar. No se trata de un acto altruista con los que necesitan de la ayuda pública para subsistir. Quizás busquen con estas limosnas, como ocurre en Andalucía, mantener y acrecentar el número de votos cautivos de todas estas personas que se ven obligadas a echar mano de la beneficencia pública para subsistir.
A la vocación intervencionista de los socialistas y su querencia por los impuestos abusivos, hay que añadir su gusto innato por los despilfarros del dinero público. Tan pronto llegan al poder, los gastos se desmandan de manera obscena y acuden sin pudor a la generación de deuda pública para gastar lo que no se tiene y empobrecer, aún más, a la sociedad española. Con este comportamiento, llama la atención que los socialistas se vanaglorien de que su sistema político, según dicen ellos, sea la vía más segura para mejorar la situación de los pueblos.
Han popularizado el término de ‘sostenibilidad’, aunque lo refieren a conceptos erróneos: ‘sostenibilidad de la economía’, ‘sostenibilidad de la creación de puestos de trabajo’. Lo único que aquí es ‘sostenible’, dada su aberrante manera de actuar, es la miseria y la pobreza de un número, cada vez más elevado, de ciudadanos españoles.
Y es precisamente Manuel Chaves el que, de manera desvergonzada, nos quiere hacer creer que son ellos los que tienen la receta definitiva para poner fin a la crisis y al paro. Él, que en su anterior etapa como ministro de trabajo con Felipe González, veía crecer las listas del paro a una velocidad de vértigo. Y que, en sus largos años al frente del Gobierno andaluz, multiplicó sin medida la indigencia y la pobreza de esa Comunidad.
El sábado pasado, en la clausura de la primera convención socialista de la Comunidad de Madrid, afirmó sin complejos que solamente abandonaremos la crisis aplicando la estrategia económica que tiene el PSOE. “Nosotros -dice Chaves- somos los que vamos a acabar con la crisis”. Y recalca que esto no lo puede hacer el PP, ya que tiene “una política mezquina, sectaria, de cortos vuelos, sin credibilidad. Ya no se acuerda de que, en 1996, fue preciso que llegara Aznar para sacarnos del enorme socavón en que nos había metido el Gobierno, al que él mismo pertenecía.
Mientras este Gobierno no tome otras medidas más serias, lejos de sacarnos de la crisis, nos hundirán cada vez más en ella. Las medidas estructurales, que aumenten nuestra productividad y nos hagan más competitivos, brillan por su ausencia. A esto hay que añadir el desmesurado gasto público que complica aún más las cosas. Hasta el pasado mes de septiembre, en términos de Contabilidad Nacional, el déficit del Estado alcanzó la alucinante cifra de 62.780 millones de euros, frente al déficit de 13.507 millones de euros, en el mismo período del año anterior. El déficit, prácticamente, se ha multiplicado por cinco en un solo año.
La economía española es una de las más endeudadas del mundo. Y todo el dinero que se recaude es poco para hacer frente a los intereses generados por ésta deuda. Así las cosas, es normal que el Estado se vea obligado a pagar con nueva deuda, los intereses de la deuda anterior. También son muchas las familias – cada vez más- que carecen de capacidad económica para hacer frente a cualquier gasto imprevisto. A estas alturas de la legislatura, hay ya 1,1 millones de hogares con todos sus miembros en el paro. La única perspectiva que les queda a todas estas personas es la indigencia y la más absoluta de las miserias.
No es de recibo que, en situación económica tan dramática, nos venga Zapatero con la cantinela de que debemos ser solidarios con quienes más sufren los efectos de la crisis. Se ha llegado a esta situación límite por la inepcia de un presidente del Gobierno que, además de estar lleno de complejos, no sabe por donde anda. Incluso ha llegado a la aberración de obligar a los trabajadores y a las clases medias a sufragar, con sus ahorros, cosas tan absurdas como el fondo que se creó pata ayudar a los bancos.
Si ésta es nuestra situación actual, ¡Dios nos coja confesados, cuando comiencen a tener vigencia los nuevos Presupuestos! Zapatero se ha puesto la utopía por montera y nos quiere en los años difíciles de la II República, pero más pobres que entonces.
Gijón, 27 de octubre de 2009
José Luis Valladares Fernández
Es cierto que la esperanza, como dice un dicho popular, es lo último que se pierde. Quizás por que somos demasiado ingenuos y aún creemos en los Reyes Magos. Es hora de que, los que aún siguen esperando algo del socialismo, abran los ojos y se enfrenten a la cruda realidad del infierno económico a donde nos ha llevado, sin barca de Caronte de por medio, José Luis Rodríguez Zapatero y su inoperante Gobierno. Quienes sigan esperando algo positivo del equipo actual que nos gobierna, terminaran dando la razón a Nietzsche cuando decía que “la esperanza es el peor de los males de los humanos, pues prolonga el tormento del hombre”.
Las razones que incapacitan al socialismo real para gestionar adecuadamente la marcha económica de un país, son evidentes. Y mucho más en el socialismo español que, bajo la batuta de Zapatero, se ha esforzado por recuperar ese sectarismo rancio y trasnochado que, en otro tiempo, utilizaban K. Marx y F. Engels, para adoctrinar a sus seguidores.
El socialismo militante es doctrinario por naturaleza, lo que le lleva al despropósito de querer controlar cualquier clase de iniciativa, planificando absurdamente cualquier tipo de actuación individual o colectiva de los ciudadanos. De esta manera lastran, hasta límites insospechados, la productividad que podía esperarse de las empresas y la voluntariedad de los individuos para luchar por la rentabilidad de las mismas. Lo suyo es husmear en lo que es privativo de los ciudadanos y de las sociedades, para organizar todos sus actos, condicionando así hasta el más mínimo de sus actos. Y todo, en nombre de un igualitarismo ficticio e inadmisible.
A este afán obsesivo por regular todo tipo de actividad económica o industrial, debemos unir su desmedida afición a establecer elevados impuestos, que llaman progresivos, pero que tienen un tufo recaudatorio indisimulable. La elevación excesiva de los impuestos influye negativamente en el consumo y en la actividad económica. Y al disminuir el consumo y la actividad económica, disminuyen los ingresos que, vía impuestos, recauda el Estado. Como el Gobierno, por su descontrol en los gastos, necesita cada vez más dinero, tiene que acudir a una carga impositiva, metiéndose de lleno en un círculo vicioso que irá ampliando las bolsas de pobreza en España.
El socialismo español no ve, o no quiere ver, que los gobiernos de los países que comienzan a abandonar el lóbrego túnel de la crisis, optaron inteligentemente por reducir la presión fiscal. Exactamente lo contrario de lo que ha hecho nuestro Gobierno. Su tozudez les lleva a ampliar la presión recaudatoria para, según dicen ellos, mantener el gasto social. El resultado es inmediato: la subida de impuestos se traduce inevitablemente en una disminución del consumo y, por lo tanto, en una menor productividad de las empresas. Lo que crece de esta manera, de un modo progresivo, es el paro, y con el paro aumenta el número de los que necesitan de esas insuficientes limosnas oficiales. Y es evidente que los impuestos en España son demasiado elevados. Concretamente el gravamen sobre las rentas del capital está entre los más altos de la Unión Europea.
Nuestros gobernantes socialistas sabrán por qué desoyen el proverbio chino y prefieren dar algún que otro pez a los que tienen hambre y renuncian a enseñarles a pescar. No se trata de un acto altruista con los que necesitan de la ayuda pública para subsistir. Quizás busquen con estas limosnas, como ocurre en Andalucía, mantener y acrecentar el número de votos cautivos de todas estas personas que se ven obligadas a echar mano de la beneficencia pública para subsistir.
A la vocación intervencionista de los socialistas y su querencia por los impuestos abusivos, hay que añadir su gusto innato por los despilfarros del dinero público. Tan pronto llegan al poder, los gastos se desmandan de manera obscena y acuden sin pudor a la generación de deuda pública para gastar lo que no se tiene y empobrecer, aún más, a la sociedad española. Con este comportamiento, llama la atención que los socialistas se vanaglorien de que su sistema político, según dicen ellos, sea la vía más segura para mejorar la situación de los pueblos.
Han popularizado el término de ‘sostenibilidad’, aunque lo refieren a conceptos erróneos: ‘sostenibilidad de la economía’, ‘sostenibilidad de la creación de puestos de trabajo’. Lo único que aquí es ‘sostenible’, dada su aberrante manera de actuar, es la miseria y la pobreza de un número, cada vez más elevado, de ciudadanos españoles.
Y es precisamente Manuel Chaves el que, de manera desvergonzada, nos quiere hacer creer que son ellos los que tienen la receta definitiva para poner fin a la crisis y al paro. Él, que en su anterior etapa como ministro de trabajo con Felipe González, veía crecer las listas del paro a una velocidad de vértigo. Y que, en sus largos años al frente del Gobierno andaluz, multiplicó sin medida la indigencia y la pobreza de esa Comunidad.
El sábado pasado, en la clausura de la primera convención socialista de la Comunidad de Madrid, afirmó sin complejos que solamente abandonaremos la crisis aplicando la estrategia económica que tiene el PSOE. “Nosotros -dice Chaves- somos los que vamos a acabar con la crisis”. Y recalca que esto no lo puede hacer el PP, ya que tiene “una política mezquina, sectaria, de cortos vuelos, sin credibilidad. Ya no se acuerda de que, en 1996, fue preciso que llegara Aznar para sacarnos del enorme socavón en que nos había metido el Gobierno, al que él mismo pertenecía.
Mientras este Gobierno no tome otras medidas más serias, lejos de sacarnos de la crisis, nos hundirán cada vez más en ella. Las medidas estructurales, que aumenten nuestra productividad y nos hagan más competitivos, brillan por su ausencia. A esto hay que añadir el desmesurado gasto público que complica aún más las cosas. Hasta el pasado mes de septiembre, en términos de Contabilidad Nacional, el déficit del Estado alcanzó la alucinante cifra de 62.780 millones de euros, frente al déficit de 13.507 millones de euros, en el mismo período del año anterior. El déficit, prácticamente, se ha multiplicado por cinco en un solo año.
La economía española es una de las más endeudadas del mundo. Y todo el dinero que se recaude es poco para hacer frente a los intereses generados por ésta deuda. Así las cosas, es normal que el Estado se vea obligado a pagar con nueva deuda, los intereses de la deuda anterior. También son muchas las familias – cada vez más- que carecen de capacidad económica para hacer frente a cualquier gasto imprevisto. A estas alturas de la legislatura, hay ya 1,1 millones de hogares con todos sus miembros en el paro. La única perspectiva que les queda a todas estas personas es la indigencia y la más absoluta de las miserias.
No es de recibo que, en situación económica tan dramática, nos venga Zapatero con la cantinela de que debemos ser solidarios con quienes más sufren los efectos de la crisis. Se ha llegado a esta situación límite por la inepcia de un presidente del Gobierno que, además de estar lleno de complejos, no sabe por donde anda. Incluso ha llegado a la aberración de obligar a los trabajadores y a las clases medias a sufragar, con sus ahorros, cosas tan absurdas como el fondo que se creó pata ayudar a los bancos.
Si ésta es nuestra situación actual, ¡Dios nos coja confesados, cuando comiencen a tener vigencia los nuevos Presupuestos! Zapatero se ha puesto la utopía por montera y nos quiere en los años difíciles de la II República, pero más pobres que entonces.
Gijón, 27 de octubre de 2009
José Luis Valladares Fernández