Podemos decir, que Sócrates
es uno de los filósofos clásicos más grandes. Vivió siempre en Atenas, donde
nació en el año 470 a. C. en la época más gloriosa de toda la antigua Grecia. Y
tenemos que decir que marcó un hito entre los intelectuales más ilustres de la
historia. Los maestros que le precedieron se ocupaban exclusivamente de
descifrar la realidad física que les llegaba por los sentidos.
A Sócrates, en cambio,
le interesaban todas las disciplinas, pero
se centró básicamente en el propio ser humano. Empezó haciendo suya la frase “conócete
a ti mismo”, que figuraba en el
pronaos del templo de Apolo en Delfos. Y todo, porque consideraba que el
verdadero conocimiento empezaba en uno mismo y que, explorando la mente humana
y la manera de relacionarse de las personas, se alcanzaba la genuina sabiduría
que busca la filosofía.
Aunque no dejó ningún escrito, que sepamos, procuró, eso sí,
formar un nutrido grupo de discípulos,
entre los que destaca nada menos que Platón,
que llegó a ser el máximo referente filosófico de su tiempo. De todos modos,
conocemos su obra y sus enseñanzas, en primer lugar, por los diálogos de Platón, su principal discípulo y, cómo
no, por las obras de Aristófanes y las
de Jenofonte. Su discípulo Platón, por ejemplo, nos presenta a Sócrates como un auténtico maestro de maestros, que utiliza la
ironía para acercar a la población de Atenas a la virtud. Y hace esta
labor para ayudar desinteresadamente a sus interlocutores.
Claro que, si nos
atenemos a la información que nos da Aristófanes
en su obra cómica Las Nubes, veremos que Sócrates
es una persona vulgar y muy poco creíble, que tiene muy poco que ver con el
filósofo ateniense que conocemos. Estaríamos ante un sofista vulgar, que nos
ofrece una visión meramente relativa de
la ética tradicional de Atenas, y que se atreve a minimizar la importancia de
los Dioses del Olimpo.
No obstante, gracias al historiador Jenofonte
volvemos a recuperar la imagen real del filósofo callejero. En vez de referirse
a su aspecto dialéctico y teórico de la ciencia pura, como hizo Platón, se
centra más bien en la ética y en la esencia de la vida práctica, y nos muestra
un Sócrates que destaca justamente por sus cualidades humanas y
sociables y por su capacidad para reconocer las virtudes que atesoran otras
personas.
Como es sabido, Sócrates no se consideraba
un sabio. Y como la pitonisa del oráculo de Delfos solía decir, que él era el
más sabio de todos los griegos, llegó a desconfiar del oráculo y comenzó
inmediatamente a buscar, entre los personajes más renombrados de su época, los
sofistas, a alguien que fuera más sabio que él. Y se encontró, quien lo iba a
decir, con que todos ellos creían saber bastante más de lo que realmente
sabían.
Y es precisamente en su obra Recuerdos de Sócrates, donde Jenofonte
nos ofrece uno de los encuentros de Sócrates con el presumido Hipias
de Élide, donde aparecen muy claras las diferencias que existen entre el
filósofo ambulante y los sofistas. En ese diálogo el sabelotodo Hipias
hace esta pregunta a Sócrates: “¿Por
qué repites siempre las cosas que decías tiempo atrás?”. Y éste le
respondió: “Así es, Hipias; digo
lo mismo sobre los mismos asuntos. Lo sorprendente es que tú siempre digas algo diferente sobre los mismos
asuntos”.
Es ciertamente un diálogo muy corto, pero lo
suficientemente largo para reflejar la enorme diferencia moral e intelectual
que existe entre el maestro Sócrates y el lenguaraz y presumido sofista.
Es evidente que, de aquella, no había nadie en toda Grecia que se diera tanto
autobombo como el afamado sofista Hipias. No olvidemos que Hipias
se presenta así mismo, como el más sabio de aquella época, el más digno de estimación
y el que más dinero ganaba con sus enseñanzas.
Y aunque Hipias parece un personaje
irrepetible, resulta que hoy tenemos que enfrentarnos a su doble, que no es
otro que Pedro Sánchez. Además de presumir de su estampa, compite en
petulancia con dicho sofista, alardea públicamente
de su valía personal y hasta se jacta de ser una auténtica lumbrera
intelectual. Y como, al parecer, no hay nadie tan preparado como él para estar
al frente del Gobierno, se permite el lujo de afirmar que, gracias a su valía,
los españoles somos hoy la envida de los países de nuestro entorno, por su
acertada gestión de la pandemia y porque, según dice, lideramos la previsión de
crecimiento económico.
Pero todos sabemos que eso no es así. Empecemos
por señalar que, si el presidente Sánchez sería un mal concejal de
pueblo, tiene que ser necesariamente un presidente pésimo del Gobierno. Y debería
estar inhabilitado para desempeñar cualquier cargo público, por su exagerada
arrogancia y, sobre todo, por su manifiesta incompetencia. Su triunfalismo
desbocado le lleva a vanagloriarse de su gestión y a dibujar un panorama
idílico que no tiene nada que ver con la realidad que vivimos. Y para colmo de
males, no dice una verdad, ni queriendo. Como el heleno Hipias, es
incapaz de mantener su palabra.
Y por desgracia, debemos añadir que el presidente
del Gobierno que nos cayó en suerte tampoco es que descuelle por su
inteligencia. Si fuera de verdad el genio intelectual que dice ser, habría
adquirido su doctorado sin necesidad de recurrir a una tómbola. Y además, se
habría dado cuenta que, una tras otra, se han encendido ya todas las alarmas, para hacer pública nuestra
precariedad económica. Y de seguir así, los inversores extranjeros huirán en
bandada de la España sanchista, y terminaremos irremediablemente en la ruina
más absoluta, sin tener que esperar a que finalice la actual legislatura.
En todo caso, no podemos esperar, que el farsante
Pedro Sánchez admita ningún tipo de responsabilidad en el escandaloso
descalabro que sufre nuestra economía. Y también es seguro que, en vez de buscar
decididamente la manera de dar una solución viable al problema, se dedicará más
bien a buscar culpables para salvar su responsabilidad. En este caso concreto,
la culpa es, faltaría más, del coronavirus, de Putin y, por qué no, de
la malvada ultraderecha.
La inflación, sin ir más lejos, ha pasado a ser
hoy día una de nuestras mayores preocupaciones. Como es obvio, los precios
comenzaron a descompensarse siempre al alza con la llegada del Gobierno
socialcomunista que preside el actual líder del PSOE. Y se desbocaron hasta
tasas verdaderamente inasumibles, qué le vamos a hacer, bastante antes de que
se produjera la calamitosa invasión de Ucrania por parte de Rusia.
Y si no ponemos freno pronto a ese crecimiento desenfrenado
de los precios, y nos vemos obligados a combinar la inflación con el
estancamiento de la economía, tendremos que enfrentarnos a lo que los
economistas llaman estanflación que, mira por dónde, es uno de los peores
escenarios posibles para volver a levantar cabeza y reemprender de nuevo una
recuperación económica. Es obvio que la estanflación distorsiona los mercados y
también tiene unos costes empresariales completamente inasumibles. Y no digamos
nada de las clases medias y bajas, que
son las víctimas principales de esta preocupante situación económica.
A pesar de todo, el impresentable presidente Sánchez,
vive en un mundo ficticio, que no tiene nada que ver con la España real de todos
los días. Y en vez de enfrentarse seriamente a la realidad y cortar por lo sano,
sigue manteniendo unos gastos corrientes descomunales. Y para agravar aún más
la situación, se dedica a repartir subvenciones y ayudas públicas a manos
llenas entre sus familiares, amigos y allegados, en algunos casos para comprar
voluntades y, en otros, para pagar favores ya recibidos.
Esto nos lleva naturalmente a figurar en el
ranking mundial de Deuda Pública entre los países más endeudados del mundo. Y mientras
esté al frente del Ejecutivo este indeseable personaje, mantendremos esas tasas
insostenibles de deuda y seguiremos viviendo de las apariencias. Y si no
aceptas con paciencia este statu quo,
caerás sin más en desgracia del ‘sanchismo’
y te llamarán ultra y facha y pasarás a ser rápidamente un enemigo del Régimen.
Todo indica que la economía española presenta
signos inequívocos de un desequilibrio estructural manifiesto, con un gasto y
un déficit públicos francamente desbocados. Desde que gobierna o desgobierna Pedro
Sánchez, la deuda pública no ha parado de subir. Durante el primer año de
su mandato, la deuda se incrementó nada menos que en 38.688 millones de euros.
Y durante los 46 meses restantes, superó con creces los 267.000 millones de
euros.
Según datos del Instituto Nacional de
Estadística (INE), al cerrar el año 2021, la deuda pública en España alcanzaba
el escalofriante porcentaje del 118,7% del PIB. Y esto quiere decir lisa
y llanamente que, el 31 de diciembre de 2021, nuestra deuda llegaba a la
asombrosa cifra de 1,427 billones de euros. Y hablando en términos de deuda per
cápita, estaríamos debiendo, ahí es nada, 30.263 euros por habitante
Y si ya es impresionante la deuda pública que
arrastramos los españoles, no es menos terrorífica la inflación que venimos
soportando, por la ineptitud de quien administra ocasionalmente nuestra
economía. Si nos atenemos al reciente avance del INE sobre el Índice de Precios de Consumo (IPC) del
mes de marzo de 2022, veremos que sube un 3% con respecto al mes de febrero,
elevando la tasa interanual hasta el 9,8%. Sería la decimoquinta subida consecutiva del IPC, y tendríamos que
remontarnos hasta mayo de 1985, para encontrar un IPC interanual más alto que el del mes de marzo pasado.
Sin embargo, es preciso tener en cuenta, que
cerramos el año 2021 con Ucrania todavía en paz y con la subida duodécima consecutiva
del IPC, hasta alcanzar un 6,5%, que ya es una tasa de inflación
interanual disparatadamente alta. Tendríamos que remontarnos, digámoslo
claramente, hasta mayo de 1992 para encontrar un IPC interanual más alto
que el del 31 de diciembre de ese mismo año.
Todo esto quiere decir, que los problemas de la
deuda pública, de la inflación y del descontrol generalizado de nuestra
economía se deben principalmente a la impericia del Gobierno socialcomunista
que gestiona nuestra economía. Es cierto que la Guerra de Ucrania agravó aún
más nuestra precaria situación económica, pero que Pedro Sánchez culpe
de todo a esa guerra, no es nada más que una coartada indecente para escurrir
el bulto y eludir cualquier tipo de responsabilidad.
En cualquier caso, habrá que recordar al inepto
presidente Sánchez, que el Covid-19
afectó por igual a todo el mundo. Y querámoslo o no, tenemos que aceptar que el
impacto económico de la pandemia ha sido particularmente más grave en España,
que en ninguna de las economías de nuestro entorno. En ningún otro país de la Unión Europea se produjo una caída del PIB
tan alarmante como en España.
Pasa exactamente lo mismo con la asombrosa escalada
de precios que soportamos. Para el desvergonzado presidente Sánchez, “la inflación, los precios de la energía son
única responsabilidad de Vladimir Putin y de su guerra ilegal en
Ucrania”. Sea como sea, antes de que ningún soldado ruso pisara suelo
ucraniano, la recuperación económica en España ya estaba estancada y teníamos
la inflación más alta de Europa. Cuando de verdad estalló el conflicto bélico, estábamos
con un 7,4% de inflación. Tendríamos que remontarnos hasta julio de 1989 para
encontrar un nivel más alto.
Es innegable que la pandemia del coronavirus, que
venimos arrastrando desde finales del año 2019, causó muchos más destrozos en
España que en ningún otro país de Europa. Y suponemos que pasará tres cuartos
de lo mismo con la guerra de Ucrania. Y esto,
creo yo, solo tiene una explicación, la incapacidad de nuestro Gobierno para
gestionar debidamente nuestra economía. Y como es muy peligrosa esa inflación
de casi dos dígitos, procura evadir su responsabilidad, inculpando a Putin y a
la extrema derecha. Y si se descuida, culpará también a oposición y, por supuesto,
al volcán de La Palma y a la dichosa calima.
Gijón, 2 de abril de 2022
José Luis Valladares Fernández