Siempre
ha habido algún grupo de locos, adscritos normalmente a una ideología
izquierdista, que lucha por una independencia
absurda y poco menos que imposible. Se trata de grupos más bien pequeños,
que actúan aisladamente y sin el menor apoyo popular. Van por libre, y ni siquiera
les prestan cobertura los colectivos nacionalistas. Estos dicen que aspiran a
un mayor autogobierno y a una autonomía más completa, cuando lo que en realidad
les mueve es la posibilidad de hacer pingües negocios. Los independentistas en
cambio se dejan llevar por un idealismo absurdo y dan continuamente la espalda
a la realidad.
Hay
veces que estos grupos minoritarios de separatistas, que persiguen una
quimérica liberación nacional, reaccionan violentamente y no dudan en practicar
el terrorismo para imponer su estúpido ideario. Es lo que ha hecho en Cataluña
el antiguo grupo terrorista que, con el tiempo,
pasaría a llamarse Terra Lliure.
Reivindicaban, como no, la disgregación de varios territorios pertenecientes
a España y a Francia para formar la
famosa “nación catalana”, libre y
plenamente independiente de las ataduras francesas y españolas. Fundamentaban
semejante exigencia en el falso dato de que, hasta 1714, Cataluña había sido
siempre una gran nación, aduciendo a la vez motivos lingüísticos y culturales.
El
independentismo como fenómeno de masas, al menos en Cataluña, es relativamente
moderno. Este grupo separatista catalán comenzó a crecer después de la muerte
de Franco, a la sombra de una transición democrática y una Constitución
española, quizás demasiado contemporizadoras. Los responsables políticos del
momento pensaron erróneamente que, haciendo concesiones a los nacionalismos
periféricos, estos depondrían sus continuas exigencias y hasta acallarían, para
siempre, las voces de los que se
atrevían a ir mucho más lejos y pedían la secesión de alguna región española.